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Otro adiós (III)

en Grandes Relatos

La verdad es caprichosa y esquiva, no obstante, ya quisieras conocerla tú. ¿Cuál és? ¿Que la deseas? ¿Que amas una mujer y sin embargo deseas también a otra? ¿Que amas a Thais sin dejar de sentir ternura por Anna? Años cargando en solitario esta carga te tienen exhausto. A veces ya no puedes más, y estallas corriéndote sólo en casa, cuando tu esposa no está, pensando en tu exnovia. Y a veces, como ahora, estallas de mal humor.

 

-Joder, Anna ¡No es tan difícil!

-¡Eh!, tranquilo, ¿por qué te pones así?

-¿Y qué quieres que te diga? ¿Dime? A ver, ¿te casas dentro de poco, cierto?

-Sí.

-Muy bien. ¿Has hablado con Julio sobre nosotros?

-Sí, claro, lo sabe todo.

-¿¿Incluido el hecho de que te gustaría mantener una relación cercana conmigo??

-¡Sí! Incluído que por mi parte me gustaría que hubiéramos mantenido una relación cordial, porque por la tuya ya veo que no. Y, ¿sabes qué? ¡Le parece bien, porque yo, a diferencia de ti, luché para convencerle, luché por nosotros!

-Sí, claro. Y sin embargo hoy no sabe que son casi las doce de la noche, y estamos tu y yo, aquí, a un palmo de distancia.

-...

-Dime algo, Anna. Si tan de acuerdo está, ¿porqué no se lo has dicho?

-... No lo sé... Supongo que...

-No hace falta que me lo digas, Anna, lo sé perfectamente, y te lo voy a contar. Ahora estás pasando tú por lo que pasé yo cuando me prometí con Thais. Exactamente lo mismo. Sí, hablaste con Julio sobre nosotros en abstracto, y te dijo que vale, que de acuerdo, que no es celoso, que no hay nada malo en una amistad. Porque al fin y al cabo, ¿qué otra cosa te iba a decir? ¿Cómo se responde bien a eso? Sin embargo, lo hizo con la esperanza que cuando vuestra relación se afianzase tú misma comprendieras que a veces hay que priorizar y le pusieras a él por delante. ¡Éso hizo Julio, igual que lo pensó Thais! Y sin embargo, aprovechas un viaje a escasas semanas de tu boda para llamarme de escondidas, cosa que demuestra que Julio, igual que Thais, se equivocó. Que sigues pensando en mi sin que él lo sepa. Como yo sigo pensando en ti. No en plan romantico, pero sigues pensando en mi. ¿Tengo razón, o no?

-Víctor, por favor... no te enfades...

-No me enfado, pero respóndeme. ¿Estoy equivocado?

-No, supongo que no.

-Bien, pues te contaré la siguiente parte. En algún momento comprendiste, por la vaguedad de sus respuestas, que Julio te daba coba, pero no hubiera visto bien que persiguieses de verdad una amistad conmigo. Y entonces entendiste que, o bién renunciabas a mi, o bién herías a tu amado Julio. Y como no sabías qué hacer, dejaste pasar el tiempo, a la espera de que algo lo cambiara todo.

-...

 

El silencio de Anna lo dice todo. Con los ojos llorosos te responde sin palabras que tienes razón. Te pide clemencia, te pide que dejes de martillearla con reproches. Tu te das cuenta, pero no puedes detenerte ahora que por fin puedes sacar al exterior la verdad. O parte de ella: no sabes si acabarás rebelando esa otra parte de la verdad, la más lasciva, la más física, la prohibida, porque de ésta última no tienes la certeza de que Anna la comparta. Así que sigues adelante:

 

-Pero nada pasó. Y de repente este viaje te brindó una oportunidad. Y lo aprovechaste para podernos ver sin tener que mentir ni herir a tu novio.

- Víctor...

-No le mentiste, pero en el fondo sabes que no le has sido sincera. Y eso te hace sentir mal, aunque al mismo tiempo sientes que tienes derecho a hacer lo que estamos haciendo, porque no hemos hecho nada malo. ¿Me equivoco?

-... No, tienes razón...

-¿Y sabes que? Que yo hice lo mismo. No he querido herir nunca a Thais. Es mi esposa. La amo. Es mi prioridad. Pero me llamaste y tuve la oportunidad de verte sin herirla. Y aquí estoy. No dudé ni un segundo.

-¿Que no dudaste? Serás... ¡¡Durante años no he sabido nada de ti!! Por teléfono me dijiste que no. El lunes no viniste. El martes tampoco. ¡Sólo hoy has venido! Y sólo porque ya no podías aguantarte más, ¿verdad?

-¿Aguantarme el qué?¿De qué hablas?

-¡Las ganas de verme, burro! Igual que yo, las ganas de verte a ti. - Anna te golpea el pecho mientras habla. - Las ganas de pasar un rato conmigo sin tener que dar explicaciones, sin testigos, sin nada más que nosotros.

 

En su furia, Anna se hace aun más irresistible, y comprendes que estás a un paso de perder el dominio sobre las ganas de besarla.

 

-Dime que no tengo razón, Víctor...

-Claro que tiens razón, Anna. Ya lo sabes. Por eso era mejor no vernos...

-¿¿Mejor?? ¿Cómo que mejor? ¿No te sientes bien, ahora y aquí, como dices tú? ¿No has venido justamente porque no podías aguantarte más? -Anna deja clavadas sus manos sobre tus brazos y solloza. No sabe si está a punto de ganar o de perder, pero comprende que el desenlace está cerca, e intuye que la ingenua versión que imaginaba ya no es posible. -Dímelo, Víctor... tenías ganas de mi, sí o no?

 

Sus palabras te confunden. Sus elipsis se te clavan como puñales porque ya no sabes si ella se refiere a una amistad o a otra cosa. Intentas bajar la mirada y escapar al hipnótico encanto de su rostro, pero te topas con el hechizo de sus senos y sus curvas. Miras al cielo, giras la cabeza hacia la ciudad.

 

-¡Víctor, mírame!-Te toma de las manos. Sus ojos te embelesan y sus labios color ciruela te parecen tan apetecibles que sientes la necesidad imperativa de tomarlos entre los tuyos.

 

Te liberas y la empujas impetuosamente contra la barra. Te pegas a ella, sus manos firmemente apretadas entre las tuyas. La miras directamente a los ojos, sondando las profundidades de su alma, intentado descubrir si te desea como tu la deseas a ella. Y te parece leer que sí.

 

Y entonces la besas.

 

Te aprietas contra Anna mientras tus labios buscan, encuentra, seducen, y acarician los suyos. Ella, soprendida, se deja hacer unos breves instantes hasta que reacciona, y lo hace, para tu deleite, correspondiendo tu pasión, imitando tus movimientos. Animado, introduces tu lengua dentro de su boca, buscas el suave encuentro con la suya, y Anna acepta el juego. La tomas de la nuca y ella a ti de la cadera. Os besais con con delicadeza, pero os agarrais con fuerza. La besas como si fuera la primera vez de muchas, pero la sujetas temeroso de que sea la última.

-Anna...

-Víctor...

 

Tu nombre susurrado a tus oídos por sus dulces labios te commina a hacerla tuya. Tus manos delinean su figura, recorren su curvilíneo perfil, se entretienen en sus sinuosas formas mientras tu lengua se lanza a explorar su boca. Anna colma tus sentidos de tal manera que ni siquiera piensas en ir más allá. Su sabor, su aroma, su taco y el sonido de lsus labios y los suspiros que se le escapan al besaros son todo lo que tu cuerpo desea y e capaz de asimilar; perdido en el momento, juegas a seguir excitándola con tus labios y tus caricias y ella se deja, disfruta de cada uno de tus gestos y los acompaña con la misma obsesión.

 

Te pierdes en un mar de recuerdos. Su tacto, su olor, su manera de besarte. Todos tus sentidos te transportan a un pasado ya lejano, a la época en la que os amabais sin límites. La imaginas desnuda como antaño y deseas volver a esos instantes. Sin separar tus labios de los suyos ni romper el intenso abrazo que ambos os esforzais en cerrar aún más, se presenta ante tus ojos de manera vívida el lozano cuerpo del que tanto tiempo gozaste. Recuerdas cada una de sus pecas, la forma de sus ojos y su nariz, las pronunciadas pendientes de su torso, su vientre, algo excesivo, la característica forma en que se recorta su bello púbico. Sus manos pequeñas aferrando tu sexo. Sus ojos clavadados en los tuyos. La forma de sus labios externos e internos. Y ahora vuelve estar entre tus brazos, y todos estos recuerdos están a punto de convertirse de nuevo en tu presente.

 

Entreabres los ojos, quieres dejar de imaginarla y verla por fin otra vez, pero el pasado y su pátina de perfección se desvanecen tan pronto como lo haces, pues el tiempo no ha transcurrido en balde. Las incipientes arrugas que emmarcan sus ojos no las recuerdas. Las gafas que ahora enmarcan sus ojos y los hacen destacar aún más no las llevaba entonces. Su peinado, similar y sin embargo diferente. Estos labios que tan bien te besan han aprendido nuevos movimientos que no conocías. Esta Anna no es tu Anna. O más bien, esta Anna no es tuya. Es de otro. Igual que tu eres de Thaïs, no suyo.

 

Y ahora ya nada es igual. La realidad ha encontrado el camino hacia tus pensamientos, y aunque deseas seguir be, ya no puedes. Ella también se detiene y te mira fijamente, pero tu no puedes aguantar su esguardo y, abruptamente, te separas de ella. Pegado a su lado, con la vista perdida en la immensidad de vuestra ciudad, te sientes tan cerca y tan lejos de Anna como de la realidad que os envuelve, difuso, como si las reglas de la vida y el mundo no encajaran bien, como si nada tuviera sentido.

Tus pensamientos se emmarañan como el laberinto de calles de esta gran capital. Pierdes el hilo entre el pasado y el presente, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo que quieres y lo que debes, entre sueños y ensueños. Te sientes derrotado, totalmente emparedado entre fuerzas avasalladoras que ni siquiera comprendes. ¿Porqué ha pasado lo que ha pasado? ¿Porqué no te sientes mal, y sin embargo no puedes seguir? ¿Porqué quieres volver a besarla pero no eres capaz de mirarla?

 

Notas como ella, a tu izquierda, apoya su cabeza sobre tu hombro, y mirando también hacia el exterior, te acompaña en el futil ejercicio de escudriñar el infinito en busca de respuestas que no llegarán. Por un instante, te alivia pensar que ella ha comprendido lo que ocurre en tu interior.

 

No obsante, la calidez de su cuerpo tiene un algo de magnético a lo que no puedes escapar, y sin saber cómo ni cuando ni porqué, de repente te encuentras besándola y suspirando su nombre. De nuevo os buscais, tu a ella pero ella también a ti. Y tu sexo vuelve a empezar a responder. Y a medida que crece, notas como también lo hace un ligero balanceo de ambos cuerpos; Anna busca con sus movimientos de cadera y cintura notarte mejor. Excitado, bajas las manos hasta la frontera de su trasero y la presionas. Anna suspira y tu también. Ya nada es como antes – tus manos se mueven sin brío y las suyas también-, pero ambos quereis más. Te busca con su sexo y con sus labios, pero sus manos se mueven con frialdad.

 

Y de repente, Anna te suelta, se gira y se va.

 

Una lágrima vuela al hacerlo. Notas una sensación fría en tu mejilla que te delata que no ha sido la única, y no obstante no sabes quien es su dueño. Quizás no sea únicamente poético pensar que lo sois ambos; lágrimas compartidas a modo de despedida.

 

Una vez más.

 

Esperas unos minutos, pero sabes que no volverá. Incluso es mejor que no lo haga. ¿Para decir que? Antes de que lo haga, tu también te vas.