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La cajera del supermercado

en Confesiones

Aquella mañana me levanté con el guapo subido, y me gusté a mi mismo, me puse pues mi coqueto lazo papillon y me fui a mis clases en la Universidad sobre Sociología Social, mientras daba mi dos horas de clase una de las alumnas oyentes ya maduritas y metidas en carnes no dejaba de excitarme abriendo sus piernas y dejándome ver cuenco del placer, allí escondidito, para mí que no llevaba bragas, pero tampoco era el caso de ponerse allí a hurgar.

Eso sí puesto que estaba colocada en la última fila, y yo tenía enchufado el cañón retroproyector y encandilados a mis alumnos con fotos de las finas líneas de las mujeres y hombres massai , aproveché para darle un par de restrugones a mi madurita alumna en aquella contundente tetada que tenía.

Pero desgraciadamente mi alumna no va más allá de estros trebujeos, por más que yo intento por verla para charlar y realizar maniobras de acercamiento, no acabo de dar clases cuando desaparece de mi vista.

Estaba claro que mi polla se había quedado gorda pero sin caldo que degustar. Decidirme a casa aunque antes pasé por la Gran Superficie a comprar algunas avituallas, ya de vuelta de comprar pan y jamón me encontré con la sección de librería donde hojeé algunos libros sobre temas eróticos que prontamente adquirí.

Me fui a la cajera y le entregué mis mercancías, su mirada y su cuerpo desprendían una química por la cual me sentí al momento enamorado hasta los pies. Ella lo supo y pronto entabló conversación echando a otros potenciales clientes a otras cajas, pues tenía que esperar por unos precios. Mientras me fue dando charara, hasta llegar a decirme "veo que se le amontona a usted la lectura" quedé cortado mientras ella jugaba con su cadenita del cuello y me dejaba ver el nacimiento de sus tetas, hasta mi pajarita se debió poner tiesa, pues ella se ensalivaba los labios en plan goloso, mientras yo quedaba allí petrificado.

Tardaba la comunicación del precio, cuando la preciosa cajera de unos treinta y cinco años, se retiró un poco detrás de la caja y me dejó ver aquellas medias que iban muslo arriba. Fue mi perdición y mi causa de mi mudez. Lo cierto es que me fui de allí sin decirle ni sugerirle nada y co un un caletón de polla de muy padre y señor mío.

Así fue como esa noche me hice una larga paja, untándome el badajo con vaselina que se iba perdiendo por mi culito al que deje llegar un finísimo vibrador, el escupitazo de semen fue tan ansiado y trabajado que un churretón salió disparado hasta el cuadro de mi ex que está colgado encima de la cama.

Al día siguiente no podía más me deje caer por la tarde noche por el Supermercado y busqué a la ensoñadora cajera, esperé que estuviera de nuevo medio sola y allí me fui con mis avituallas y otros libros de la misma índole, al verme empezó las maniobras de retenerme pidiendo precio por el teléfono, y mentándome que observaba que seguía acumulando lectura, a lo que respondía que " a falta de otra cosa, buena es la lectura.." .

Esa fue la clave porque metió su manita en su caverna a lo dismulado, y susurrando me dijo "creo que este jamón huele raro", no cree usted huela por favor mienstras una vieja nos miaraba de forma despectiva, al acerarme me llegó ese olor ensoñador, olor a chocho enardecido que me puso a cien.

Y me atreví a sugerirle, pues ya lo llevaba todo pensado, que sí quería podíamos participar en un atrevido juego al día siguiente.

No cuento la noche que pasé haciéndome pajas, pues no quería correrme a la primera si por fin la cajera caía en mis brazos y la única manera que se me ocurría de lograrlo era dándome placer y poniendo el nabo así gordonzuelo y perezoso a la hora del espitazo.

Allí estaba a eso de las 9 de la noche en el Gran Supermercado, busqué a mi cajera pero no la encontré, el alma se me cayó a los pies. Cuando ya desistía de encontrarla y me deleitaba con unos dibujos cachondos de un libro de Chimo Pérez de Castro, alguien se ponía entre mi persona y la estantería y me echaba mano a la bragueta. Aleluya era mi cajera favorita que me invitaba a seguirla por entre las estanterías. Allá en la solitaria sección de muebles me puse a su espalda y levantando su faldita de forma discreta deje entrever entre la gabardina mi rosado mástil de 15 cm que pronto rozó sus acaloradas cachas. Debió gustarle el calorcillo, el aroma y el tamaño dada su rápida inspección al querer restregárselo por donde a ella más le gustaba. Me llevó hasta un alto amueble cocina y mientras yo vigilaba que nadie venía por el pasillo adelante se agachó y se metió mi nabo en su dulce boquita.

No me corrí de pura casualidad si me hubiera dado otra lamida así a lo enrevesado me hubiera hecho un flan allí mismo.

Estaba dispuesto a llevármela al sofá, cuando vi aparecer al supervisor por las estanterías buscando probablemente a mi casual amante. La avisé del evento y le indiqué donde tenía aparcado mi vehículo, un gran coche todo terreno de cristales opacos.

Creí que tenía que esperar al final del turno, cuando a los pocos minutos uno golpecitos tocaban a la puerta corredera del confortable vehículo, apenas me dio tiempo cerrar la puerta, subir el volumen del CD con Mozart y su Flauta Mágica sonando, cuando mi cinturón desaparecía por lo aires, abatí el respaldo y sentí como mi cajera arrodillada sobre mí se bajaba los pantys para dar cabida en su chorreante chocho a mi excitado carajo. Sentía como me cabalgaba la muy bruja, y también sentía como la cintura de los pantys de la cajera rasgaban la nervadura de mi polla al entrar en su almeja. Saltaba sobre mi sin piedad, arremangando sus ropas por entre la cual yo metía mis manos sobando unas soberbias tetas que iban destilando una dulce lechecita que ella se encargaba de succionarme y untarme toda la cara.

Mi querida cajera, reciente mamá, a juzgar por sus el estado de sus tetazas estaba que lo vertía, pronto se dio vuelta sin dejar de tener mi polla prieta en su chochito, a la tenue luz que entraba por la luna delantera puede apreciar una esbelta espalda que masajeé a gusto mientras ella se enervaba para tener más pirula adentro, la corrida no pude aguantarla más me dejé ir por aquellos caudalosos labios como quien pierde el tren.

Tras esto se dejó deslizar por mi barriga, utilizando sus pringues y mi leche, y allí se quedó rebuñándome los cojones a mordisquitos y dándome unos lenguadazos tremendos y sapientísimos al cebollu que pronto estuvo armado para una nueva singladura. Tal maniobra también me acercó hasta mis pailas gustativas y olfativas sus cuartos traseros, lamí cuanto pude aquella encharcada almeja, pero casi me ahogo, por lo que preferí ir a lugares más secanos, le arrimé la lengua al ojete y el respingo fue de tal calibre que lo sentí subir columna arriba.

Ello debió ser una explosión para ambos, pues de un salto la descabalgué y la puse de rodillas sobre la amplia banqueta del coche , para mí que se dejó medio hacer, y su ósculo negro metí el morcillón medio arreblingado que se sintió masajeado y aspirado, a la vez que sentía como la muy ladina quería escaparse de aquella tortura, aquellos meneos sobre mi polla y su nuca bajo mis zarpas para que tan preciado objetivo no se me escapara hicieron que fuera de nuevo ordeñando de tal forma y manera que dejé deslizar mi leche y mi alma por aquellos churretones mientras abandonaba su cabecita con una sugestiva media melena por aquellos meloncitos tetiles que dejaban su fino destile entre mis dedos. Me recosté aun lado para aspirar aire y dejar salir los últimos estertores que ella recogía con dulces retorcigones de grupa, que me llevaron al sumun. Cuando desperté estaba solo con una notita atada a mi pollita que decía " Búscame y me encontrarás, dónde a saber...? Tu nueva amante"

 

Abelardo de Leire

Aleyre@latinmail.com