miprimita.com

Causalidad

en Zoofilia

Causalidad

Autor: Incestuosa

elkaschwartzman@hotmail.com

 

"...Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis...."

Juana Inés de la Cruz

 

Cap. I.

Ella no sabía cuál era en realidad la causa, pero era notorio que desde hacía tiempo la total indiferencia de su marido la atormentaba. Tal indiferencia podía comprobarla en su conducta, ya que hacía varios meses que él no la tocaba para nada. Y para colmo, el calor del estío y la ardorosa voluptuosidad de su propia juventud no la dejaban tranquila. Los sudores de su cuerpo, provocados por el extremo calor y la caliente temperatura del ambiente la abrasaban, causándole extrañas humedades interiores que le robaban la paz. Debido al manifiesto olvido de su esposo, Marissa, de apenas 25 años, se había visto obligada a refugiarse en los tocamientos furtivos de su propio cuerpo, que a la postre la llevaron de un modo irremediable a hacer de la masturbación su práctica favorita. De manera que cuando el calor del medio día la sofocaba, Marissa no tenía más remedio que encerrarse en su habitación para tocarse furiosamente su entrepierna con los dedos y entregarse con lujuria a esa pasión que internamente la consumía. En ocasiones, y a fin de paliar de algún modo esas extrañas sensaciones que la llevaban al paroxismo de la lascivia, tenía que buscar anhelosa algún objeto que le fuera propicio y que pudiera ayudarla en sus largas e intensas sesiones onanísticas, dando rienda suelta a sus más placenteros deseos y a sus más caras e imaginativas fantasías. Todo aquello se había ido convirtiendo poco a poco en algo secreto y escondido, y por lo mismo procuraba hacerlo cuando su marido salía a trabajar; cuando se quedaba sola en casa. Pasaban las semanas, y aunque ella buscaba la forma de llamar la atención de su marido, procurando vestirse provocativamente por las noches a fin de darle una motivación adicional, éste ni siquiera se dignaba mirarla. Estaba claro que él no la deseaba, o algo raro estaba ocurriendo con su masculinidad. Llegaba del trabajo, comía y en seguida se quedaba dormido. Y esa era la rutina de siempre. Así que después de meditarlo mucho, ella sólo podía atribuir su desinterés por el sexo a un probable cansancio prematuro. En el fondo, Marissa se arrepentía de haberse casado con un hombre mayor. Se daba cuenta que su madre había tenido razón, cuando le decía que no se uniera a él, porque era un tipo demasiado grande para ella. Y en efecto, Eugenio ya pasaba de los cincuenta, y ella se preguntaba cómo era posible que él se comportara de esa forma. Pero a lo hecho, pecho, se decía ella misma. Así que todos esos pensamientos de frustración cada vez la conducían con mayor fuerza hacia los intrincados laberintos del placer de la masturbación; hacia el paraíso de esas ocultas prácticas, exploraciones y jugueteos con su propio cuerpo, que por otra parte le proporcionaban el relajamiento natural que una joven mujer de su edad requería.

Pasaron los meses sin que nada cambiara en absoluto. Su marido seguía trabajando, comiendo y durmiendo; mientras ella, perdida en la vorágine del olvido, se entregaba cada vez más al placer carnal de la autosatisfacción aprovechando sus largas ausencias, hasta que todo se convirtió irremediablemente en una aceptada rutina, que a Marissa llegó a parecerle con el tiempo de lo más normal. Y así transcurrían las semanas y los meses en medio de los calores del ambiente, los sudores y ardores de su cuerpo en plenitud, y las exhaustas sesiones masturbatorias que al menos tenían la virtud de calmarla, hasta que cierto día su marido le dio la noticia. Esa tarde regresó mucho más temprano que de costumbre y le dijo:

-Marissa, te tengo una noticia que tal vez no te agrade.

-¿Qué es, Eugenio?

-Tendré que salir de viaje por motivos de trabajo. Estaré fuera una semana.

-Oh, ¿De verdad? ¿A dónde irás?

-Tengo que hacer un largo recorrido para visitar a algunos clientes morosos. Pero no te preocupes, mujer; te dejaré dinero para que no te falte nada. Así que será mejor que me ayudes a hacer mi maleta porque me voy en una hora.

Marissa no sabía si alegrarse o reírse por la noticia. Aunque lo cierto es que en el fondo poco le importaba que él se fuera o se quedara. Al fin y al cabo todo seguiría igual. Siempre estaba sola. Era como si no tuviese marido; como si nunca estuviese con ella. De modo que se puso a ayudarle a preparar el maletín, y Eugenio se despidió sin siquiera darle un beso. Pasó la noche masturbándose con locura, disfrutando de todas las cosas que su propio marido jamás le daba, quedándose dormida, abrumada por el cansancio, al filo de la madrugada. Cuando despertó a media mañana, sus lascivos y ardientes deseos volvieron a encenderse y ni siquiera se bajó de la cama, sino que como si fuese una autómata que sólo obedece sus propios impulsos, volvió a auto prodigarse intensas caricias en su cuquita como si fuera una adolescente. Una y otra vez estuvo entregada a los placeres del deseo; a las exquisiteces de la carne; a la satisfacción de sus urgencias más escondidas, abandonándose como una colegiala en extrañas autoexploraciones que la llevaban al paraíso. Debió acabar al atardecer, sudorosa y cansada, hasta que el hambre le obligó a salir de su recámara. Se vistió y salió de su cuarto para hacerse algo de comer. Se preparó un par de sándwiches, encendió el televisor y se sentó en un sillón mientras comía. Allí se entretuvo degustando los emparedados y viendo las imágenes hasta que se sintió con deseos de salir a dar un paseo. Necesitaba estirar las piernas, temblorosas por tanta masturbación. Necesitaba relajarse. Se cambió de ropa y salió a dar una vuelta. Cuando abrió la puerta, el viento caliente le dio en la cara. El calor del atardecer era insoportable. Caminó varias cuadras sintiendo que el sudor empezaba a empaparla, hasta que llegó al parquecillo del pueblo. Se sentó en una banca y se puso a ver distraídamente a la gente que pasaba. Vio algunas personas que llevaban a sus niños y los montaban sobre los columpios. Contempló algunas parejas que se abrazaban en las bancas del frente. Vio algunos jóvenes correteando. Otros jugando y corriendo. Pensó en lo monótona que había sido su vida hasta ahora. ¡Una vida sin sentido! Sí. Sin sentido.

Al cabo de un par de horas se aburrió y decidió regresar a casa, pasando antes a comprar un par de bisquets que se le antojaron, y los fue comiendo por el camino. Recorrió las calles a paso lento, pensando en lo rico que sería volver a masajear su cálida entrepierna en la soledad de su cuarto. Pensó igualmente en los gruesos y apetitosos pepinos que había visto en el frutero, y una intensa sensación de furor la invadió por dentro. Sí, sería delicioso probar algunos para follarse ella misma hasta destruirlos con la fuerza incontenible de la succión de su ardiente vagina. Fue entonces cuando lo vio. Era un animal grande y peludo. Uno de esos perros callejeros, sucios y espigados, parado indolentemente en la esquina. Vio que el animal la miraba fijamente. Atribuyó su mirada al oloroso bisquet que aún llevaba en la mano. Marissa se condolió del hambriento can, de modo que mordiendo un trozo del bocadillo, se lo tiró cerca. El perro se la quedó mirando y después se abalanzó ansioso sobre el pedazo de comida. La engulló de un solo bocado. ¡Pobre animal! –pensó Marissa-; debe tener un hambre terrible. La joven, apiadándose de él, le tiró otro pedazo mientras continuaba caminando. El perro iba tras ella, animado por las dádivas que salían de la mano de la mujer. Entre bocado y bocado llegaron a la puerta de su casa. Allí le aventó Marissa lo último que le quedaba. El perro se lo comió con avidez y levantó la cabeza mirándola con agradecimiento. La chica se dio cuenta que el animal chasqueaba la lengua como deseando comer más. Pero ya no tenía nada. Abrió la puerta con la intención de meterse. Mas el can profirió un gemido como implorando que le diera más comida.

-Ya no tengo nada, perrito -le dijo-

¡Como si el perro le entendiera! El chucho alzó la cola y la movió con inquietud de un lado a otro, acercándose a ella. La reacción del animal movió a conmiseración a Marissa, quien dijo:

-Bien….bien…veamos si hay algo en la cocina para darte.

Entró en la casa y el animal se metió tras ella. Cerró la puerta y se dirigió hacia la cocina para hurgar en el congelador. Encontrando algunos trozos de carne, los sacó de la nevera, los puso en el fregadero, abrió el grifo del agua y los roció por algunos minutos. Cuando consideró que estaban listos, se acercó al perro y le puso el primer trozo en la boca. El inteligente animal sacó su larga lengua y lo engulló de un jalón. Se mantuvo chasqueando por algunos minutos hasta que se lo tragó todo. Enseguida y con movimientos ansiosos, el can le instó a que le diera más. Ella repitió la operación una y otra vez hasta que acabó con la provisión.

-Ya no hay más –volvió a decirle-

El animal, por toda contestación, sacó su lengua y comenzó a lamerle la mano. Marissa, en un movimiento instintivo, la alejó del hocico. Pero el perro, por lo visto, estaba realmente contento con ella, pues ahora le manifestaba su agradecimiento prodigándole lengüetazas sobre sus piernas.

-¡Nooo, quieto!…-le dijo ella - ¡No me hagas eso que me ensucias!

El animal, como si realmente entendiera, se echó inmediatamente sobre el suelo moviendo la cola. Fue allí y en esa posición cuando Marissa notó lo que antes no había descubierto. En medio de su entrepierna, como si fuese un espía, se asomaba sigilosamente la puntita colorada de su filoso estilete. De inmediato la visión le llamó la atención.

-Oh, ya veo –le dijo en tono comprensivo- Se nota que hoy no te has encontrado con alguna perrita que te guste, ¿No es cierto?

El perro la miraba fijamente. Había en sus ojos un rastro de nobleza; de inteligencia. Ella volvió a echar un vistazo al centro de sus patas traseras y observó que ahora el animal metía la cabeza sobre su bajo vientre, mientras se daba a lamer aquel pedacito de carne rojiza que apenas asomaba, y del cual sólo alcanzaba a ver la puntilla, muy parecida por cierto a la punta de un lápiz labial.

-Ah, perro cochino –le gritó- Anda, ya deja de lamerte allí.

El animal no se dio por enterado, sino que prosiguió en su natural accionar, como deleitándose con la maniobra lingual. Marissa se quedó parada viéndole hacer. El perro continuaba animoso con sus continuos lengüeteos sobre su pene. La chica no supo si fue a causa de las caricias de su lengua o si se hallaba en celo; pero lo cierto es que pronto aquel ariete coloreteado comenzó a crecer. Veía salir de su funda afelpada el pedazo de estilete cada vez más largo. Aquella visión la encendió. Admirándola más de cerca, reconoció que era realmente una hermosa verga animal. Fugazmente pensó en su marido. Si. Ciertamente hacía meses que no le veía el pene endurecido. Y ahora, hallándose frente a aquel perro callejero que circunstancialmente había llegado hasta su casa, no pudo evitar sentir los típicos estremecimientos en su pelvis, que le anunciaban el feroz deseo de tocarse su vulva encendida. Una intensa oleada de calor invadió todo su cuerpo. De pronto le vinieron a la mente las imágenes de los pepinillos y dirigió su mirada hacia el frutero. Allí estaban, verdes como a ella le gustaban, y tan duros y largos como el pito del perro.

Marissa no dudó más. Se acercó a la mesa, tomó un par de vainas alargadas y se fue a su recámara. Dejando los pepinos sobre el buró y con la rapidez que produce la lascivia, se despojó rápidamente de sus vestiduras hasta quedar desnuda. Se recostó sobre la cama, se abrió de piernas e inició el tierno ritual de acariciarse su hendidura, frotando sus dedos a lo largo de la abierta raja de su conchita. Sintió la humedad abundante y comenzó a jugar con ella. ¡Qué delicia! Por largo rato se estuvo auto explorando con los ojos cerrados, disfrutando del tallamiento, al tiempo que apretaba y pellizcaba sus tetas endurecidas, hasta que la urgencia del primer orgasmo le hizo estremecerse de lujuria. Y llegó. Llegó con una intensidad abrumadora. Se mantuvo tensa por largos instantes mientras se regodeaba con los intensísimos estertores de la venida. ¡Oh, cuán delicioso era masturbarse! Al cesar los impulsos del clímax, relajó sus piernas y pronto se incorporó para buscar el primer pepino que sería protagonista de la primer faena nocturna. Escupiendo sobre el liso vegetal, comenzó a embadurnarlo de saliva y colocó la punta en la entrada de su chochito humectado. Adoptando su posición favorita, se hincó sobre el colchón manteniendo agarrado el verde bastión bajo su cuca, para después comenzar a sentarse sobre él. La gruesa punta chocó contra sus mojados pliegues labiales y se fue acomodando en su abertura. Marissa exhaló un largo suspiro de placer y cerrando los ojos, se fue dejando caer sobre el improvisado artificio verdoso hasta que se sintió penetrada hasta la mitad. ¡Cuán hermoso es sentir un grueso y largo pepinillo dentro de la cuca! Comenzó a moverse lentamente, haciendo círculos con su culo, mientras la herramienta se perdía en las profundidades de sus entrañas. Cuando desapareció el descomunal aparato del placer, hundido hasta lo último de su cavidad frontal, Marissa experimentó el segundo orgasmo, que arribó como torbellino y la arrebató al dulce reino de los deseos. Ya atravesada hasta el fondo, echó su cuerpo hacia atrás con la intención de disfrutar con mayor amplitud de los estertores y latidos de su vulva, ahora ahíta y llena con el verde pene artificial, que aprisionaba con feroz succión el delicioso fruto prohibido.

Pero siendo Marissa una mujer de largo metraje para esas lides, aún no estaba llena, por supuesto. Así que con aquel pepino del delirio perdido dentro de su cuerpo, pronto buscó el segundo, y volviendo a ensalivarlo con toda parsimonia, lo acomodó esta vez bajo el breve y apretado hoyito de su culo. Quería sentir las delicias de una doble penetración, tan salvaje como intensa. Poco a poco fue bajando su grupa sobre la gruesa punta del regio vegetal, ahora completamente humedecido, al tiempo que se distendía ella misma para coadyuvar en la ansiada penetración anal. Y esta vez sí que batalló la chica. Pero por lo visto Marissa era una mujer arrojada. No cabía duda que era una chica de metas. Y su meta ahora era meterse dos pepinos al mismo tiempo. No era más que el tamaño y la medida de sus ansias. Con toda calma se dedicó a llevar a cabo su objetivo, moviendo las nalgas suavemente, en tanto la fruta ingresaba lentamente en su conducto trasero. Ni duda cabe que su esfínter tuvo que ser sometido a una presión tan violenta, que Marissa acusó cierto efecto de dolor, mas no por eso cejó en su empeño. Estaba decidida a lograrlo. Haciendo un esfuerzo supremo se fue sentando valerosamente sobre el pepinillo al tiempo mantenía su grupa en movimiento. Ante semejante actitud, la fruta ingresó por completo en su apretado culo, haciendo las delicias de la chica, quien ya acusaba los impactos del placer que sentía, gritando y aullando como una posesa.

Por largo rato estuvo Marissa disfrutando de aquel inigualable sentir con los dos enormes pepinos en el interior de su frágil humanidad, hasta que la naturaleza, acudiendo en su auxilio, le regaló una generosa cadena de extremos orgasmos que la hundieron en la más salvaje y lujuriosa pasión. Aún se mantuvo tendida sobre el lecho con los dos largos y gruesos consoladores dentro de sus dos canales íntimos por largos minutos, hasta que al fin se incorporó con la intención de sacarlos. Primero hizo un esfuerzo para jalar con sus dedos el que estaba perdido dentro de su vulva. Con alguna dificultad pudo extraerlo, completamente lleno de efluvios vaginales y de leche. Mas cuando quiso sacarse el que tenía perdido dentro del canal de su culo, fue donde se dio cuenta de que éste se había hundido más a causa de los estertores de sus orgasmos múltiples. No había duda que las contracciones producidas por la venida tan intensa habían impulsado el objeto hasta el interior de sus intestinos. Al darse cuenta de ello, Marissa palideció presa del miedo. De manera que bajándose de la cama se dirigió al cuarto de baño con la intención de sacarse esa cosa. Un temor paralizante la mantenía a la expectativa. ¿Qué pasaría si el vegetal se le quedaba adentro? ¿Acaso le produciría dolores? ¿Le impediría defecar con normalidad? Todas esas preguntas se agolpaban en su mente y por lo mismo no alcanzaba a procesar sus pensamientos con la calma debida. Se sentó en el toilet y comenzó a pujar con fuerza. Marissa esperaba que tal vez de esa forma pudiera salir el pepino perdido. Se mantuvo en ese tenor por varios minutos hasta que por fin le vinieron las ganas de defecar. A pesar del tremendo dolor que sentía, pues al parecer aquella cosa venía atravesada, la chica continuó forzando la salida hasta que finalmente pudo sentir lo grueso del objeto, que ya buscaba por gravedad el natural conducto. Rápidamente bajó su mano hasta el hoyo de su culo y palpó la punta del objeto. Tomándolo con tres dedos inició el jaloneo hacia fuera mientras seguía pujando con fuerza. Por fin la gruesa herramienta comenzó a deslizarse, no sin poco dolor, hacia fuera. Mas la chica soportó con estoicismo los estragos que el objeto le producía hasta que oyó que cayó con fuerza sobre el agua de la taza. Un sentimiento de alivio la fue calmando al saberse liberada. Sudorosa como estaba se incorporó, tomó el vegetal entre sus manos y volvió a su estancia. Una vez allí agarró el otro pepinillo, se puso una bata de dormir y se dirigió a la cocina. Al atravesar la sala divisó la figura del perro, que dormitaba echado tranquilamente sobre el piso. Ni siquiera volteó a verlo. Sus intenciones eran claras. Debía desaparecer la evidencia. De modo que depositó ambos vegetales sobre el lavabo, comenzó a limpiarlos con agua y después, tomando la tabla de picar, se hizo de un cuchillo y los hizo picadillo. Acto seguido buscó una bolsa de plástico, los echó dentro y salió al patio. Quitó la tapa del bote de basura y tiró la bolsa dentro. Entró en la casa. El perro se había incorporado y se acercó a ella moviendo alegremente la cola. Marissa se lo quedó mirando, observándolo con curiosidad. Por estar entregada al placer, se había olvidado del animalito. Después de una minuciosa inspección ocular, se daba cuenta que el can, a pesar de ser callejero, debía ser una cruza interesante. Su estampa no era definitivamente la de un perro cualquiera, sino más bien denotaba cierto pedigrí que no se alcanzaba a distinguir plenamente por lo sucio que se hallaba.

-¿Y si te damos un baño, amiguito? –le dijo cariñosamente-

El animal, por toda respuesta, rozó su peludo cuerpo contra las piernas de la chica, como infundiéndole confianza. Sí, -pensó Marissa-, sin duda que le vendrá bien un buen baño. Más relajada después de saberse libre de aquel intruso dentro de sus intestinos, era lógico que la mujer deseara alguna compañía. Y después de todo se daba cuenta de que, ante el evidente alejamiento de Eugenio, no era una idea tan mala adoptar al perrito para que le hiciera compañía. Por lo demás –se dijo-, ya convencería a su marido de que la dejara quedarse con él. Haciéndole una señal, la chica instó al animal para que la siguiera. Entró al cuarto de baño seguida del perro. Se quitó la bata pero al darse cuenta de que no llevaba nada debajo, decidió ir a ponerse algo más adecuado para poder mojarse. Ya en su cuarto se puso encima un pantaloncillo y regresó nuevamente a la bañera. Allí encontró al animal, que se había echado de nuevo sobre el piso. Marissa abrió el grifo de la regadera y el chorro de agua salpicó sus piernas y alcanzó a rociar el peludo cuerpo del perro. Éste se enderezó e instintivamente se alejó del suave aguacero. La chica hizo por él y casi le obligó a entrar bajo el frío chorro de agua. Tomando jabón comenzó a embadurnarlo hasta lograr hacer una abundante espuma sobre todo su cuerpo. Allí se dio Marissa a lavarlo con meticulosidad, hasta que consideró que había logrado su objetivo. El can se estiró sacudiéndose el agua como suelen hacerlo cuando se mojan. La chica cerró al grifo y tomando una toalla lo secó por completo, comentando:

-Vaya, ahora sí quedaste como nuevo. Y ahora a dormir, que ya es tarde.

El inteligente animal, como si realmente comprendiera las palabras de la mujer, se alejó rumbo a la sala y se tendió en el piso. Marissa lo contempló sonriendo, le puso un balde de agua cerca del hocico y se retiró a su habitación. Ciertamente después de lo sucedido con los vegetales, ya no le quedaban ganas de pajearse más. De modo que se tendió sobre su cama quedándose pronto dormida.

 

Cap. II

Al día siguiente Marissa se despertó con un molesto dolorcillo en el culo. Abandonando el lecho se puso bragas limpias, se vistió con falda corta y blusa sisada y se fue hacia la cocina. Allí vio al animal al pasar, completamente dormido, quien al advertir su presencia levantó la cabeza somnoliento.

-Hola, amiguito, ¿cómo amaneciste hoy?

El can, comprendiendo que le hablaba a él, se enderezó y fue a restregarse contra sus piernas. Esta vez Marissa lo dejó hacer. Inclinándose le hizo algunas caricias sobre el lomo. El perro cerró los ojos al sentir las manos suaves de la mujer sobre su piel peluda.

-Bien, amigo, veamos que hay para comer….¿Tienes hambre, no?

Se metió en la cocina y se puso a preparar huevos con jamón. Debido al delicioso olor que se esparcía por la estancia, el animal husmeaba muy cerca de Marissa, con los ojos abiertos y meneando la cola.

-No tengo otra cosa que darte, así que tendrás que comer lo que yo coma…¿Entendido?

Por toda respuesta, el perro levantó la cabeza y la miró ansioso. Al terminar el guisado, ella sirvió en dos platos y le puso el suyo al perro sobre el piso, al tiempo que se iba a sentar en el comedor. Pronto el hambriento can dio cuenta de su ración. Marissa continuaba comiendo mientras lo observaba. Podía comprobar lo que ya había supuesto la noche anterior. El animalito no era de mala estampa. ¿Andaría perdido? ¿Tendría dueño? ¿Y de ser así, qué nombre le pondrían? ¿Y si alguien lo reclamaba? Bueno –pensó-, si lo buscan pues ni modo, tendré que entregarlo. No obstante concluyó que mientras tanto sería necesario darle un nombre. ¿Pero y si ya tenía nombre? ¿Cómo reaccionaría? En fin. Con esos pensamientos sintió sed. Se levantó de la silla y fue hacia el congelador. Sacó una soda, la destapó y regresó a su lugar para continuar su desayuno.

-En caso de que tengas nombre –le dijo- creo que será mejor que yo no te ponga ninguno. Así que sólo te llamaré Perro. Si, Perro. Ese será tu nombre de aquí en adelante.

El chucho la seguía atento, con la vista clavada en ella. La chica acabó de comer y llevó los platos al fregadero. Regresó y levantó el que había utilizado el perro. En seguida se puso a lavarlos mientras Perro se mantenía junto a ella.

-Te estás acostumbrando a mí, ¿No es cierto?....Ya veo que seremos buenos amigos.

Por toda respuesta Perro comenzó a lamerle la pierna. Marissa ni se inmutó, sino que continuó en su labor contenta de tener a alguien con quien hablar.

-Es curioso –le dijo- pero hablo más contigo que con mi propio marido.

Al terminar de lavar los cacharros, se puso a acomodarlos en el trastero. Después se alejó rumbo a la sala. Perro la seguía para todos lados. Marissa encendió el televisor con la intención de distraerse viendo algún programa. Una vez que eligió un canal, se recostó sobre el sofá con las piernas abiertas. Pronto se olvidó de Perro, quien se hallaba echado en el piso frente a ella observando sus movimientos. La chica se reacomodaba de vez en cuando sobre el sillón, hasta que en cierto momento sus piernas quedaron expuestas ante Perro. El can no dejaba de mirar el centro de su entrepierna, interesado tal vez en lo que veía dentro, o quizás atraído por el típico olor de la vagina de la mujer. Pero Marissa ni se daba por enterada, entretenida como estaba viendo el programa que daba su canal favorito. De manera que sus piernas se movían con cierta frecuencia de un lado a otro, dejando al descubierto el interior de su falda, donde sus bragas eran notorias para Perro. Ante la suculenta visión que la mujer le ofrecía sin querer, Perro acusaba si duda el efecto, pues lentamente su filosa punta fue abriéndose paso bajo la funda del pene hasta que apareció el ariete rojizo y venoso entre sus patas. Como es natural, Perro metió su cabeza bajo el vientre para dar de lengüetazos por encima a su pito medio endurecido, que pronto afloró en toda su dimensión. La chica, absorta en la trama del programa, no apartaba para nada sus ojos del monitor, atraída por el desarrollo de los acontecimientos del programa televisivo. Pero Perro no dejaba de lamerse la entrepierna, deleitándose con fruición en el anheloso lameteo de su pene, que ahora aparecía completamente expuesto. Los minutos pasaron sin que las cosas cambiaran: Marissa con la vista puesta en el televisor sin advertir las maniobras del animal, y Perro prodigándose continuas lamidas en su pito. Finalmente el programa acabó, y Marissa se levantó para cambiar de canal. Fue allí donde, al regresar al sofá, lo vio. El animalito mostraba completamente de fuera aquel bastión color de rosa que se movía incesante bajo su propia lengua. La chica se lo quedó mirando con atención. No cabía duda que Perro andaba caliente en esos días. Era la segunda ocasión que le miraba hacer eso. ¿Será por el calor? –se preguntó-. ¿O será acaso porque no ha montado a alguna perrita últimamente?

-¿Qué te sucede, Perro? Te has sentido con deseos, ¿No es cierto?

El can levantó la cabeza, le echó una ojeada a la chica y volvió a sus menesteres linguales.

-Oh, ya veo….te hace falta montar una hembra de tu género. ¿Será que querrás salir a la calle a buscarla? Mmmmm…Tal vez sea una buena idea, amiguito.

Perro continuaba animoso en su delicado accionar, pues ahora había enrollado la punta de su verga con su larga lengua. Marissa ya ni siquiera volteaba a ver el aparato encendido. Por alguna razón, la vista de aquella escena captaba toda su atención. Mientras observaba con extraño deleite las maniobras sexuales de Perro, la chica comenzó a sentir el gusanillo del deseo que se deslizaba dentro de su sangre con un poder impresionante. No, –se dijo a sí misma- eso no sería normal. ¿Yo hacerlo con un perro? ¡Ni loca!

En tanto Perro no detenía para nada su lengüeteo sobre su enhiesto pito, Marissa continuaba viéndolo absorta, llevando instintivamente sus manos hacia su entrepierna. Haciendo la braga a un lado, dejó al descubierto la boca de su vulva estremecida. Un dedo buscó con lascivia su rajita. Después otro. Mucha humedad. Sí, estaba toda mojada de allí abajo. Deslizó lentamente las dos falanges en el interior de los labios. La rajita se abrió ante la deliciosa caricia, cobijando los dos intrusos que ya buscaban afanosamente la parte superior de su clítoris. Presionó con delicadeza el botoncillo de carne e inició el característico movimiento circular. Sentada y con las piernas abiertas, su inundada rajita se abría palpitante recibiendo con placer el suave tocamiento. Los ojos de Marissa ya no se apartaron de Perro, quien continuaba lamiéndose con mayor velocidad su parada verga. ¡Qué lindo pito tiene este animal! –Pensó la chica- al tiempo que sus dedos aumentaban el ritmo y sus piernas se abrían como alas de mariposa. Si –se dijo- es un pene delicioso; perfecto. ¡Y cuán largote y grueso está! De pronto vino a su mente la imagen de su marido. Tenía un pene pequeñito –se dijo-. Y además demasiado delgado. Ella siempre soñó con una verga gruesa, larga y jugosa que la mantuviera entretenida por horas y horas. Pero sus deseos hasta ahora eran sólo sueños incumplidos. Si. Sólo sueños. Eugenio la tiene más chiquita que la mitad de ésta que estoy viendo –volvió a decirse ella- Mientras tanto su mano trabajaba con presteza en el interior de su conchita. El orgasmo le llegó de inmediato y cerró los ojos. Un suspiro ahogado. Después un gritito. Otro grito más fuerte. Un sollozo de lujuria. Y al fin sintió la explosión. Sus piernas se tensaron al máximo para disfrutar del clímax que la arrebataba impetuosamente. Después la laxitud. Marissa aflojó todo su cuerpo y sus pies volvieron a tocar el suelo. ¡Oh qué delicia! ¡Qué orgasmo tan placentero! Abrió sus ojos y miró a Perro. Éste no dejaba de acariciar con su lengua su larga verga, que ahora aparecía en su más larga dimensión. ¡Pero es increíble¡ -pensó la chica- Jamás imaginé que un perro pudiera tenerla tan grande. Sus pensamientos volvieron a llevarla hacia el deseo escondido. ¡No! –Volvió a decirse ella misma- ¡No es normal! ¡No debo hacerlo!

Se levantó del sillón y se fue a meter al cuarto de baño. Estaba empapada. Su cuerpo sudoroso había mojado sus vestiduras. Y qué decir de abajo. Era una inundación salvaje; violenta. Ya dentro, volvió a meter su mano bajo la desacomodada braga. Ufff...cuánta leche. Abrió la llave y se lavó la cara con agua fría. Tenía que alejar esos pensamientos de su mente. Ya más tranquila regresó a la sala. Perro, por lo visto, aún no acababa en su labor de autocomplacencia. ¡Qué animal! –Se dijo- De pie seguía observando cómo la lengua de Perro manejaba con maestría su propio pito. ¿Se estará masturbando? –Pensó- Recordó que en cierta ocasión había leído que los animales también se masturbaban por instinto, sobre todo cuando no tenían el modo de cohabitar de manera natural. ¿Será que las hembras también se masturban? Se quedó pensativa por unos instantes, en tanto Perro no abandonaba la suculenta maniobra lingual. Si –pensó Marissa- debe ser. Yo soy hembra e igual me masturbo. Es cosa de la naturaleza. Si. Eso debe ser. Oyó que Perro comenzaba a gemir, al tiempo que intensificaba su accionar. Marissa notó que le salía leche de la punta. Si –pensó- se está masturbando. Él mismo puede proporcionarse placer. ¡Qué belleza! Un aluvión de semen salió disparado del ariete endurecido de Perro. Y después otro mucho más abundante. Más pronto de lo que esperaba, el peludo vientre del animal se pintó de gris blanquecino. Y también su lengua. Y después el piso. ¡Cuánta leche! Los chorros de leche seguían brotando del rojizo instrumento como una llave abierta. Marissa estaba desconcertada. ¡Qué venida tan espectacular! Este animal es tremendamente potente –se dijo-.

Fue en ese momento cuando lo pensó. Si. Sería una buena decisión.

-¿Qué te parece si te busco una compañerita? –Le dijo a Perro-

El animal, a estas alturas, estaba ya limpiándose con la lengua la leche que había regado.

-Por lo que veo, eres un animalito limpio. Qué bien que te asees tú mismo. ¿Pero qué haremos con la lechita que echaste en el piso? Esa tendré que limpiarla yo misma ¿No es verdad?

Perro se mantenía en su labor de higiene canina. La chica volvió a decirle:

-Está bien, acabemos ya. Mientras tú te limpias el cuerpo, yo quitaré todo ese reguero del suelo.

Fue por el trapeador y se acercó al charco seminal del piso de mosaico. Iba a pasarlo sobre los restos húmedos de la leche de Perro cuando le vino la idea. ¿Cómo será el semen de un perro? ¿Será diferente al de los hombres? Ya no dudó más. Se agachó y llevó su mano hasta el charco que tenía frente a ella. Hundió sus dedos entre el líquido parduzco y lo movió. Era como chicloso. Pegajoso. Repitió la maniobra varias veces, estremecida por todo lo que estaba descubriendo. ¡Qué bueno que se había quedado sola! No pudo evitar acercar los dedos a su nariz. Olía normal. Casi como la leche de un hombre. O como la de ella misma. Se enderezó y pasó el trapeador sobre los restos de humedad. Habiendo terminado de limpiar el piso, volteó a ver a Perro, quien había vuelto a echarse y parecía dormitar.

-¡Vaya! –Le dijo- Se ve que la deslechada te dejó cansado ¿Verdad?

La chica sonrió. Si. Sería mejor buscarle una compañera.

Esa misma tarde, dejando encerrado a Perro, se dirigió hacia la veterinaria del pueblo. La recibió el encargado y entablaron el diálogo:

-¿Qué desea?

-Necesito comprar una mascota, pero tiene que ser hembra.

-Claro, tenemos varias…¿Quiere verlas usted?

-Si…me agradaría.

-Muy bien. Pase por aquí.

El encargado la pasó a la trastienda, donde había varios animales atados. El hombre le preguntó:

-¿Cómo que necesita?

-Bueno, en realidad ya tengo un macho….

-Oh, si, entiendo. Quiere una perra para cruza, ¿No es así?

-Exactamente es lo que busco.

-Dígame usted, señora ¿Qué edad tiene su perro?

-Oh, no lo sé….tal vez dos años…o quizá un poco más.

-Comprendo. Bien, pues creo que éste ejemplar le vendrá muy bien –le dijo, señalando una hembra jaspeada de buen aspecto-

-Si, creo que sí –asintió ella- En realidad es una perrita hermosa..

-Sí…es de buena raza, se lo aseguro. Bien, ¿Desea llevarla usted misma o quiere que lo hagamos nosotros? Contamos con servicio personalizado.

-No, no….será mejor que ustedes la lleven a casa.

-Perfecto. Así lo haremos. Esta misma tarde la tendrá con usted.

-También quiero comprar comida para perros.

-Si claro, escójala usted misma. La tenemos en el estante..

-Oh no…será mejor que usted mismo me recomiende algo….yo no se mucho de perros ¿Sabe?...

-Oh si, claro…entiendo.

Después de realizar las compras Marissa pagó la cuenta, le dio su domicilio al veterinario y regresó a su casa. Una vez allí, Perro casi se le echó encima haciéndole una sarta de movimientos cariñosos.

-¿Qué crees, Perro? Te compré una compañerita. Y es muy linda…sé que te va a gustar.

El animal se la quedó viendo con mirada interrogante.

-Veamos, amiguito, ¿Tienes hambre? Pues mira lo que te traje –dijo, señalando con el dedo las cajas de comida.

-Ahora mismo comerás todo lo que quieras. Debes estar bien alimentado para lo que te espera con tu nueva amiguita…jijijiji….

Sirvió la comida en un plato y se lo acercó al animal. Éste comenzó a comer con apetito hasta que dio cuenta del suculento banquete.

-¿Quieres más? –le dijo- sirviéndole otro tanto en el plato.

Perro movió la cola complacido y se dio a meter la trompa entre las crujientes croquetas. Marissa lo observaba contenta de verlo comer de esa manera. Después, la chica decidió meterse en su cuarto para tomar una siesta. La despertó por la tarde el sonido del timbre. Debe ser el veterinario –Pensó- . Se acomodó la ropa y salió de su habitación. Abrió la puerta viendo que en efecto el veterinario le llevaba la perrita cogida de un lindo collar de cuero. Luego de entregársela y hacerle algunas indicaciones, el hombre se retiró, dejando a Marissa con los dos animales dentro de su casa.

-¡Vaya! –Se dijo- Jamás imaginé que en tan poco días me convertiría en una fiel cuidadora de perros. Este pensamiento le hizo aflorar una sonrisa. En realidad –pensó- todo eso era mejor que estar sola. Ya convencería a Eugenio para poder quedarse ahora con los dos canes. Así que cobrando ánimos le acercó la hembrita a Perro, quien enseguida se puso a husmear tras su cola.

-¡Perro! Mira nadamás con qué poca gentileza recibes a tu compañera. ¡Eres un animal falto de educación! Dijo Marissa riendo con ganas.

Perro ni siquiera la miró. Embelesado por la presencia de la perra, sólo se dedicaba a olfatearle el trasero y a proferir gemidos de gozo.

-Bien –dijo Marissa- Será mejor que los deje solos. Así tendrán ocasión de conocerse mejor, sin que yo les haga mal tercio. Jajajajaja.

Fue hasta el televisor, lo encendió y se dispuso a ver una película. Los dos animales comenzaron a brincotear por la sala, yendo después hacia la cocina, el baño y hasta su propia recámara. La chica los dejó hacer. La presencia de los dos canes la animaba. Ya no se sentía tan sola. Y se dio cuenta que no extrañaba a Eugenio para nada. Qué bien –pensó ella-, ojalá no regresara nunca. Cuando la película acabó ya había caído la noche. De modo que Marissa se preparó algo para comer, y después de alimentarse, hizo lo propio con Perro y su flamante hembra, sirviéndole a ambos sendos platos de deliciosas croquetas. Puso después un par de baldes de agua en la sala y, antes de retirarse a su dormitorio, les dijo:

-Muy bien, chicos. Ahora me iré a descansar, y no quiero que me molesten para nada. –Les espetó en tono de broma, riendo con ganas-

Entrando en su cuarto cerró la puerta y comenzó a despojarse de sus vestiduras. Hallándose en la intimidad, se dio a contemplar su cuerpo reflejado en el amplio espejo del tocador. No estaba nada mal –pensó para sí-. Su figura era sinuosa, con curvas bien definidas. La ondulación de sus caderas y de sus nalgas era magnífica. Y qué decir de la blancura de su piel, tan tersa como la nieve. Los glóbulos erectos de sus regias tetas complementaban la resplandeciente hermosura de su juventud en flor. Sólo un hombre como Eugenio podía no apreciar su belleza –pensó-.

¡Bah! –Se dijo- Eugenio es un tonto impotente. No puede haber otra razón para que nunca me toque.

Sumida en sus pensamientos, tomó el cepillo y comenzó a peinar con voluptuosidad su larga y brillante cabellera negra. Al levantar los brazos pudo admirar la exquisita belleza de sus sobacos, que aparecían negruzcos por la pelusa de tres días sin rasurarse. Marissa quiso admirarlos con toda calma. Deseaba olerlos. Siempre le excitaba mirarse las axilas. No sabía bien a bien la causa, pero siempre le habían parecido atractivas y excitantes. Si. Se daba cuenta que siempre le habían gustado sus sobacos. Era innegable. Le llamaba la atención la contrastante oscuridad de la piel axilar con la blancura de sus largos y aperlados brazos. Era una visión realmente deliciosa. Levantó lo más que pudo uno de sus brazos y acercó su nariz a esa parte oculta y ahora expuesta, matizada por la inquietante pelusilla negra. Olió con delectación el escondido perfume natural que expelían sus axilas. Hummmm… ¡Qué delicia! Absorbió con los ojos cerrados el singular aroma penetrante de su propio sudor. La caminata hasta la veterinaria le había producido intensas transpiraciones. Y a ella no le gustaba usar desodorantes. Jamás los usaba. Sólo le producían comezón. Y ese color tan raro que le quedaba después en las axilas cuando los usaba. No. Sólo manchaban su hermosa piel sobacal. Para ella era mejor andar siempre al natural. Bajó el brazo y levantó el otro. Repitió la maniobra oliendo profundamente su sudor. Su lengua salió anhelante de su boca para ir a introducirse debajo de su vellosa axila. ¡Qué rico era pasar la puntita de la lengua sobre esa parte! Siempre lo hacía. Era algo que le encantaba. Cuando estaba sola le gustaba auto explorar esa zona tan especial para ella. Sintió el hilillo de baba recorrer suavemente el interior de su hendidura. Abrió los ojos y volvió a echar un vistazo al espejo. Posó su mirada sobre la zona superior de su pelvis. El rizado montecillo de venus aparecía retador, reflejándose levantino y oscuro sobre su breve triángulo frontal. Tampoco le gustaba depilarse allá abajo. Eso era cosa de adolescentes. Ella prefería mantener podada esa región, sin que por ello la lustrosa mata de pelos perdiera el encanto de su abundancia. Bajó una mano y enredó sus dedos entre los mechones color azabache, sintiendo el tibio roce de los hilos oscuros. Otro hilillo baboso resbaló de su interior. Desnuda como estaba fue a acostarse en la cama. Abrió lentamente sus piernas como tijera y metió una mano en su entrepierna. De inmediato palpó la humedad. Era abundante. Como lo había hecho por la mañana cuando vio a Perro, deslizó sus dedos por en medio de su rajita. Cuidadosamente colocó el pulgar sobre el inflamado clítoris, al tiempo que hundía su dedo central en su cuquita estremecida. Cuando sintió que estaba lista inició los movimientos ondulatorios de sus caderas, moviendo sus nalgas en un ritmo suave y lento, con los ojos cerrados, para disfrutar mejor de la caricia, imaginándose a Perro lamiendo su largo y rojo pito. Pronto el ritmo se fue haciendo más violento, hasta que sus nalgas alcanzaron un ritmo arrebatador, mientras sus dedos habían desaparecido en el interior de su ardiente canalillo frontal. Considerando que era el momento propicio, Marissa colocó ahora su otra mano entre las duras bolas de sus nalgas, con la finalidad de auto penetrarse por el culo. Pronto encontró el centro del esfínter, puso su dedo en la entradita y presionó con fuerza. La falange se fue perdiendo poco a poco dentro de su apretado culito, en tanto mantenía el pulgar y el dedo de la otra mano maniobrando en el interior de su vagina. Instantes después se hallaba totalmente penetrada por ambos lados, al tiempo que su rítmico accionar había alcanzado una velocidad y sincronía increíbles. Después de algunos minutos de deliciosa rotación corporal, Marissa sintió que se venía. El orgasmo le llegó furioso, salvaje y violento. Sus gemidos se hicieron manifiestos ante semejantes oleadas de placer. Después fueron gritos de lascivia los que salían de su seca garganta, que pronto se transformaron en aullidos febriles que descompusieron su rostro y la hicieron bramar de lujuria. Una corrida fantástica. Al cesar los espasmos la chica cayó en un trance de laxitud tendida sobre la cama, con el cuerpo tembloroso y desnudo sobre las blancas sábanas.

Pronto se quedó dormida. No supo Marissa cuántas horas habían pasado después de su inolvidable sesión masturbatoria, hasta que le despertaron unos ruidos. La chica se incorporó y se mantuvo sentada sobre el colchón, tratando de identificar qué era aquello que escuchaba. Casi enseguida volvió a oír una especie de aullido ahogado. Marissa ubicó que el ruido provenía de la sala. Se puso la bata y abriendo la puerta de su cuarto fue hasta la estancia. Buscó el interruptor de luz y lo encendió. Echó un vistazo en círculos intentando descubrir a los perros. Pero nada. Caminó hacia la cocina. Todo vacío. Regresó sobre sus pasos y buscó por el comedor. Y allí los vio. Perro y su hembra estaban ocultos y sin moverse bajo la mesita de comer. Marissa se los quedó mirando tratando de saber el por qué de los ruidos. Y fue cuando se dio cuenta que los dos animales estaban pegados. Perro, vuelto con la cara hacia atrás, se mantenía atado en un nudo con la hembrita, que se hallaba con la cabeza inclinada viendo hacia el lado contrario.

-¡Vaya contigo, Perro! –le dijo al macho- Ya veo que no perdiste el tiempo para nada, eh? Hasta llegué a pensar si algún ladrón había entrado en la casa.

Perro sólo alcanzó a levantar su cabeza y mirarla de reojo con los ojos abiertos, como avergonzado de que su ama lo viera en esa pose.

-No, no, amiguito –le dijo la chica con una sonrisa- No tienes por qué avergonzarte de nada. Yo entiendo perfectamente tus motivaciones. Si supieras lo que yo hago todos los días y a cada rato…jajajajajaja.

El animal lanzó un leve gemido.

-Bien…¿Quieres que intente despegarte de ella? ….Mmmm…no, no creo que se una buena idea. Mejor quédense aquí hasta que la naturaleza haga su trabajo. Ya se despegarán por sí solos.

Antes de retirarse, quiso Marissa ver bien cómo era que los animales se quedaban atados en ese nudo gordiano, al parecer imposible de desatar, y que por cierto, hasta donde ella sabía, sólo se manifestaba en el género canino. De modo que caminando alrededor de los animales, fue a colocarse justo en el ángulo central, desde donde podía admirar directamente los dos genitales completamente pegados. Los perros no hacían ningún movimiento, sino que sólo lanzaban una queja de vez en cuando. La chica se acercó al sitio donde las dos colas casi se entrelazaban. Y allí se dio cuenta de lo que sucedía. Una gran bola de carne venosa, casi morada y totalmente inflamada, impedía que el macho pudiese sacar su largo y endurecido pene del breve hoyito de la novel perrita. Ésta soltaba algunos chillidos, que a Marissa le parecieron más placenteros que dolorosos. Aunque de antemano había supuesto que la hembrita debía ser virgen, no cabía duda que Perro la había desflorado, pues notó algunos hilillos de sangre que escurrían por el cuarto trasero de ella.

-Oh, ya veo que lo estás disfrutando, no? –le comentó a la hembrita sonriendo-

Sin apartarse de su lugar siguió observando con atención el acoplamiento salvaje que impedía la libertad a los dos canes. Su curiosidad, y el impacto evidente de lo que estaba viendo, fueron manifestándose en la chica de tal forma, que pronto comenzó a sentir los típicos hilillos de leche que se producían en el interior de su bajo vientre. Se daba cuenta que ver todo aquello la estaba calentando. Pero ella sólo ansiaba observar. Quería descubrir con sus propios ojos la manera en que los perros de desabotonaban. Así que manteniéndose en su postura, se sentó ahora sobre el piso con la intención de aguardar lo necesario hasta que se produjera la esperada desconexión carnal. Los perros seguían sin moverse para nada. Sólo de cuando en cuando volteaban la cabeza para tratar de mirarse, en una inútil búsqueda de sus propias miradas. Marissa sentía que cada vez se encendía más su lascivia. Contemplar a Perro y su hembrita tan de cerca, completamente pegados, le producía un escozor extraño en su hendidura que jamás había descubierto. Levantando un poco su bata sobre sus muslos metió una mano entre sus piernas. El dedo ingresó con furor en su rajita inundada comprobando la completa humedad que rezumaban sus flujos. Allí se dio a tocar lentamente su rajita sin apartar su mirada de los dos animales enlazados, poniendo especial atención en la zona donde se producía tal conflicto. Los minutos pasaron con lentitud. La chica, mientras tanto, no dejaba de acariciarse su vulva estremecida hasta que sintió llegar la primera explosión. ¡Era increíble! Se había masturbado rico viendo a los animales pegados. Definitivamente eso era algo nuevo para ella. Tan novedoso que tuvo que aceptar que había logrado el ansiado orgasmo en un tiempo récord. ¡Cómo la calentaba verlos en esa posición! –se dijo ella misma- . No cabía duda de que Marissa acababa de descubrir una nueva motivación para proporcionarse placer. Sin sacar sus dedos de su cuquita, la chica continuó en su posición observatoria mientras se deseaba, tratando de no perderse el momento sublime del desacoplamiento. Y éste por fin llegó. Marissa se quedó quieta. Vio que Perro dio el primer jalón. La hembra aulló a causa de la presión que ejercía el inflamado alvéolo del macho. Éste jaló por segunda vez su cuerpo hacia fuera y la perrita exhaló otro gemido. Marissa estaba atenta a los acontecimientos, viendo claramente cómo la inflamada bola del pene de Perro intentaba salir del agujero de la hembra sin conseguirlo. El macho, dando un paso hacia atrás, esperó pacientemente algunos segundos. Y entonces, haciendo acopio de fuerzas, dio el tercer jalón. El chasquido le llegó a Marissa con claridad. Por fin la bola aquella emergió de su prisión. Perro dio unos pasos hacia delante mientras la hembra buscaba descanso echándose en el piso. Marissa observó los genitales del macho, que ahora colgaban por su parte trasera. El alvéolo aparecía inflamado y venoso, con una tonalidad violácea, pegado a los cuartos traseros de Perro. El animal se dobló y llevó su larga lengua hacia esa parte rojiza, aún caliente y sangrante por el brutal ayuntamiento. Allí empezó a lamer sus genitales, poniendo especial cuidado en la limpieza de aquella gigantesca pelota, que poco a poco se iba haciendo más pequeña. Marissa observó que una serie de gruesas gotas de semen caían sobre el piso. Al parecer, el alvéolo de Perro estaba derramando los restos de leche que le había echado a la perrita. En pocos minutos aquello se convirtió en un charco increíble.

-¡Vaya! –pensó Marissa- Este Perro sí que es de un vigor tremendo.

No pudo evitar arremeter contra su ardoroso chochito, con la firme intención de saciar por enésima vez sus ansias. No tardó mucho Marissa en sentir los estertores de los espasmos de la venida. Por segunda ocasión alcanzaba el clímax con ambos animales a su lado, de tan sólo ver las escenas finales de aquel tremendo e impactante acoplamiento entre macho y hembra. Mentalmente la chica agradecía la fantástica idea de llevar a Perro hasta su casa, así como el haberle provisto de una hembra que pudiese complacer sus ardores. Si. No cabía duda de que había sido una idea genial. Ahora, aprovechando la ausencia de su marido, ella podría regocijarse a sus anchas con aquellos dos amiguitos que desde aquella noche inolvidable serían sus inseparables compañeritos de juego.

Cap. III

El día amaneció tan caluroso como siempre. Marissa transpiraba recostada en la cama, mientras sus pensamientos volaban recreando las escenas vividas la madrugada anterior. ¡Qué cogida la de los dos animales! Quien iba a decir que Perro sería portador y dueño de semejante sable que tenía por verga. Y quién se iba a imaginar que por tan extrañas circunstancias, el animal acabaría quedándose en su propia casa. Ahora que lo pensaba, se daba cuenta que lo mejor para una mujer era tener un perro macho en casa; y si se tenía la suerte de proveerle de una hembrita para que le hiciese compañía, mucho mejor aún. De ese modo la propietaria podría calentarse admirando la forma en que cogían. Y lo más candente de todo, que podía masturbarse hasta el delirio viéndolos cohabitar. Con razón la humanidad amaba tanto a esos animales. El mejor amigo del hombre –pensó la chica sonriendo-. Sí. Era cierto. Tenía que convencer a Eugenio para que la dejara quedarse con la pareja de animalitos. De esa manera, mientras él se iba al trabajo, ella podría entregarse a los juegos prohibidos con ambos canes sin impedimento de ningún tipo. Sería fantástico poder hacer eso. Y de paso ya no se sentiría tan sola. Tendría con qué entretenerse. Y las suculentas masturbadas. Mmmmm… De tan sólo pensarlo volvió a sentir el típico estremecimiento en su ardiente vulva. Marissa abandonó el lecho, se duchó y luego se arregló y se vistió. Quería echar un vistazo a la pareja de perritos y de paso, también alimentarlos. Salió a la estancia y los buscó. Ambos canes estaba dormidos, tirados en el suelo. La chica entró en la cocina y se puso a preparar el desayuno. Sentía deseos de salir a dar un paseo y caminar por las tiendas un rato. Necesitaba distraerse.

A poco los dos perros husmeaban entre sus piernas mientras ella hacía la comida. Cuando todo estuvo listo, echó croquetas y carne asada en un par de platos y se los acercó a los animales, al tiempo que ella se servía el desayuno. Mientras comía, la chica observaba el buen apetito que mostraba la parejita de perros, quienes seguramente desgastados por la sesión sexual nocturna, devoraban todo con avidez. Habiendo terminado de comer, la chica se dio a lavar los trastos y se dispuso a salir a la calle, no sin antes recomendarle a Perro y su compañera:

-Bien, amiguitos…saldré fuera unas horas y no quiero desmanes, eh?...así que se andan con cuidado hasta que regrese –les comentó cariñosa-

Saliendo de la casa, Marissa aseguró la puerta y caminó por la calle dirigiéndose al centro de la ciudad. Anduvo merodeando por las tiendas admirando lo que éstas ofrecían. Un buen rato después se metió en el supermercado. Necesitaba comprar provisiones. Se hizo de lo necesario y viendo su reloj, consideró que era tiempo de regresar a casa. Tomó un taxi y se encaminó a su hogar. Bajó las cosas, metió la llave en la cerradura y abrió. Metió las cosas y con toda calma comenzó a acomodar todo en la alacena. Ni siquiera había reparado en los perros. Cuando hubo acabado estaba toda transpirada. El calor estaba en su punto más álgido y sentía sus ropas completamente húmedas de sudor. Caminó por la estancia buscando a los dos animalitos. ¡Pobrecitos! –Pensó-. Era tiempo de que volvieran a comer. Fue a la sala pero no estaban allí. Se encaminó hacia su cuarto y fue allí donde los descubrió. Perro estaba intentando montar a la hembrita. Vio el ariete colorado del macho sobresalir como una bayoneta calada de su funda felposa, mientras intentaba una y otra vez encaramarse sobre la parte trasera de la perra. La daga de Perro buscaba con afán la oquedad de la hembra sin conseguir penetrarla. La visión de los inicios de aquel juego sexual la enardeció como nunca. Ciertamente la chica había visto a los animales pegados, pero no había sido testigo hasta ahora de un acoplamiento completo. Sintiendo el clásico hilillo recorrer sus interiores, Marissa no perdió oportunidad para acomodarse de tal forma que pudiese observar con todo detalle las maniobras de ambos, canes que por lo visto no tardarían en empezar la feroz batalla. Sentándose en el piso los dejó hacer, tratando de pasar desapercibida. No deseaba por ningún motivo interrumpir el accionar de los dos amantes. Por el contrario. Esta vez quería ver con toda calma y claridad lo que ambos hacían, tratando de satisfacer dos aspectos: Uno, conocer cómo el macho hacía suya a la hembra, con todo el ritual que esto significaba. Y dos, aprovechar tan caliente circunstancia para dar rienda suelta a sus deseos, masturbándose con solicitud, en tanto su vista se recreaba con las escenas tan caliente del ayuntamiento canino.

Sin apartar su mirada de las intentonas de Perro por penetrarla, Marissa advirtió que por fin el macho lograba retenerla del trasero montado sobre su lomo, en tanto la agarraba fuertemente con sus grandes patas delanteras. Claramente vio la chica cómo la punta del filoso estilete moreteado ingresaba por fin en el hoyo vaginal de la perra. Esta vez, dejándose caer sobre ella, Perro dio un par de pasos hacia el frente y por fin la clavó sin misericordia, insertándole su largo pito hasta el fondo. La hembrita comenzó a lanzar una serie de aullidos de dolor, indicándole a Marissa que al ser una perrita recién desvirgada, era lógico que acusara el dolor de la brutal penetración. La chica se daba cuenta que la perrita hacía esfuerzos por zafarse de la prisión de las patas delanteras del macho sin conseguirlo, pues éste, sabedor del trabajo que le había costado montarla, por ningún motivo dejaría escapar el suculento bocado que estaba disfrutando. Pronto Perro comenzó a moverse con el cuerpo arqueado tras el culo de la perra, iniciando una serie de arremetidas tan tremendas que Marissa veía como la verga entraba y salía sin cesar de aquel breve conducto colorado, que pronto comenzó a dilatarse ante las feroces embestidas del macho.

La chica, sintiendo que el deseo de su sangre cada vez iba en aumento, manifestándose con todo el furor de su lascivia en el interior de su entrepierna, no quiso desaprovechar la ocasión para tocarse su hendidura, por lo cual hundió con frenesí sus dedos en su cuquita y abriendo las piernas, se dio a moverlos con delectación, manteniendo el grueso pulgar aferrado sobre el tibio botón de su clítoris, mientras su dedo más largo ingresaba con delirio en su inundada cuevita frontal. Allí se mantuvo en una rápida manipulación de su rajita estremecida sin apartar la vista de los animales, quienes continuaban moviéndose frenéticos en su culeatoria labor. Marissa vio que Perro cada vez se pegaba más al levantado trasero de la perra, que a estas alturas ya no oponía resistencia alguna, sino que ahora mantenía sus ojos extraviados disfrutando con amplitud de las furiosas embestidas de la verga del macho, la cual había crecido enormemente, a juzgar por el pedazo de carne que se podía distinguir cuando entraba y salía del canal de la hembra. Marissa disfrutaba enormemente de las gratuitas visiones de los dos canes en la plenitud del ayuntamiento, sintiendo un rubor tan fuerte y exquisito sobre sus sienes, que jamás pensó que pudiera experimentar contemplando semejantes escenas. Pero mucho más fuerte aún eran las manifestaciones en su abierta hendidura, la que se contraía una y otra vez en lujuriosas palpitaciones que pronto la llevaron a la experimentación de un orgasmo tan tremendo, que allí mismo donde estaba comenzó a gritar con una pasión incontenible, abriendo y cerrando sus piernas a causa del intenso placer que sentía.

Para entonces, ni macho ni hembra habían dejado de moverse con furia salvaje, al tiempo que el pito endurecido de Perro, que ya rezumaba abundantes gotas parduscas que caían al piso de vez en cuando, seguía entrando y saliendo con soltura de aquel enrojecido hoyito que se abría palpitante ante las brutales embestidas. Marissa, tirada como estaba sobre el suelo, y previendo quizás que pronto los amantes llegarían al final del intenso encuentro sexual, quiso colocarse más cerca de la pareja con la finalidad de verlos acabar sin perderse un solo detalle. De modo que arrastró su cuerpo lentamente hacia los dos animales, quienes ni por enterados se dieron de su maniobra. La chica, aprovechando que los amantes se hallaban perdidos en los intrincados laberintos de la lujuria, hizo gala de todo su arrojo y casi se fue a meter bajo los genitales de la pareja, viendo con pasión y deleite cómo la enorme verga de Perro continuaba ingresando y saliendo con velocidad de la cuca de la perra, la que se había acomodado de tal forma que su grupa quedaba ahora más a modo frente a las embestidas de su macho cogedor. Por decir así, Marissa se había colocado justo debajo de la acción, tan cerca de la zona de conflicto, que se arriesgaba a ser pisoteada de su cara por las patas de ambos canes, que entregados a la lujuria sólo tenían como objetivo lograr la ansiada venida.

Desde su privilegiada como arriesgada posición, la chica observaba como nunca antes lo había hecho en su vida, la sensacional cogida que Perro le prodigaba a la hembrita, viendo con toda claridad cómo el bastión inflado y morado del macho entraba y salía en un deslizar extraordinario. Cuando Marissa veía salir algún copo de leche de la ahíta región pélvica de la perrita, buscaba ubicarse de tal forma que ésta fuese a dar al interior de su boca. De modo que la abría lo más que podía y buscaba colocarse cuidadosamente bajo la trayectoria de la gruesa gota blancuzca, hasta que la sentía ingresar en su cavidad y enseguida la degustaba con pasión. Tan semejante acto semi mamatorio de la mujer, como la contemplación del salvaje ayuntamiento perruno desde una perspectiva inferior, forzosamente tenían que producir los intensos y lascivos piquetes del deseo en el bajo vientre de la arrojada chica, de manera que sus manos no se apartaban ni por un instante del centro de sus abiertas piernas, donde mantenía perdidos los dos dedos que siempre utilizaba para esos menesteres. Sin dejar de dedear con ritmo implacable su palpitante rajadura, pronto vio Marissa que el alvéolo circular de Perro comenzaba a adquirir como por arte de magia aquel intenso inflamiento que hacía que se perdiese dentro del hoyo de la hembra, por lo esta vez sólo tenía ojos para ver el momento en que la venosa pelota de carne ingresara dentro de la cavidad perruna. Marissa tuvo que reconocer que no se había equivocado en sus cálculos y apreciaciones, ya que Perro, en un supremo e intenso estertor, dejó caer la masa de todo el peso de su cuerpo sobre la grupa posterior de la perrita, perdiéndose dentro de ella aquel redondo y morado rollo de carne, al tiempo que ésta profería inútiles gritos y aullidos de dolor que sólo culminaron cuando el alvéolo se perdió en las profundidades de su vagina. Tal y como la chica lo había supuesto, aquel detalle venía a ser el clímax del encuentro, pues los dos animales detuvieron de pronto sus frenéticos movimientos para quedarse quietecitos e inmóviles. Sólo se escuchaban de vez en vez los gemidos de la hembra, quien seguramente acusaba el placer tan tremendo que le causaba contener dentro de sus carnes interiores el enorme bolo de venas moradas y rojas que se hallaba hundido hasta los huevos.

Marissa, dándose cuenta que no era conveniente permanecer por más tiempo bajo los cuerpos trenzados y ahora enlazados como con pegamento, se incorporó para volver a ser testigo del genial acoplamiento, como lo había admirado con deleite la noche anterior. Sentándose a un lado de los cuerpos la chica volvió a abrir las piernas, cuyo centro volvía a pedirle más guerra. Así que metiendo por enésima ocasión su mano derecha bajo sus bragas, capturó otra vez el regio e inflamado botoncillo de su clítoris aprisionándolo con su dedo pulgar, en tanto iba hundiendo la falange más larga en su propio interior. Teniendo a ambos animales pegados frente a sus ojos, no tardó mucho la chica en venirse como loca, pues el orgasmo arribó con una salvaje explosión de brama y lujuria que la hicieron gritar de placer y deleite. Debido a los intensos y salvajes espasmos del orgasmo, esta vez Marissa no pudo mantenerse sentada como la noche anterior, sino que su propio cuerpo la impulsó a tenderse sobre el piso con la vista perdida en el país de los placeres, cayendo en un extraño sopor que la mantuvo exhausta por largos minutos. Cuando la chica logró despertar de su trance los dos amantes habían encontrado la forma de zafarse del nudo de carne, pues Perro, en esta ocasión, había alcanzado a vaciar la totalidad de su semen dentro del chochito de la perra, en un tiempo récord.

Marissa echó un vistazo y vio a Perro echado a un lado lamiéndose su verga con rapidez. Se dio cuenta inmediatamente que la largura de su pito no era ni con mucho del tamaño que había visto en los momentos de la penetración, sino que ahora se había achicado tanto que tan sólo alcanzaba a distinguir la leve puntilla colorada que poco a poco se iba metiendo dentro de su propia funda natural. Recorrió con sus ojos la estancia y descubrió a la hembra tendida de igual forma, intentando lengüetearse su hoyito trasero, sin duda adolorido y maltrecho a causa de la salvaje culeada del macho. ¡Qué sensacional había sido todo eso para ella! –Pensó la ardiente chica- ¡No cabía duda de que ver a dos perros cogiendo era la visión más tentadora y caliente que una mujer podía admirar en secreto! Puesto que no le quedaban por el momento más deseos por satisfacer, consideró prudente darse una ducha fría para quitarse de encima ese característico olor a animal que reinaba en la estancia, así como refrescarse del sofocante sudor que humedecía todas las partes de su cuerpo. Pero antes buscó el trapeador y se puso a limpiar los restos de leche y sangre que los dos animales habían regado sobre el piso. Una vez en el cuarto de baño y mientras disfrutaba del rocío del agua cayendo sobre su cuerpo desnudo, pensó en Perro. No podía olvidar el largo y grueso tamaño de su pene entrando y saliendo con violencia de la breve hendidura de la perrita. ¡Qué gran culeador era ese macho callejero! –Se dijo-. Era indudable que Perro había aprendido a coger muy bien, seguramente como consecuencia de esas sesiones de guerra con otros machos, cuando se disputaban los favores de la hembra en turno.

Con esos pensamientos en la mente, Marissa salió del baño y se metió en su recámara. Viendo el reloj de pared se dio cuenta de que era hora de ver su telenovela favorita. Se vistió ligeramente, pasó a la sala, prendió el aparato y se fue a ubicar sobre el sofá. Allí se mantuvo la chica entretenida con los ojos puestos sobre las imágenes del televisor. Cuando acabó la programación, la chica sintió hambre y fue a preparar comida para ella y los dos canes. Éstos, por su parte, se habían quedado profundamente dormidos sobre el piso. Marissa pensó en lo tremendo que debía ser el esfuerzo para los animales al quedarse pegados tanto tiempo, y el desgaste a que debían someter sus jóvenes cuerpos. ¡Hasta ellos resienten las descargas de leche después de una buena culeada! –Pensó-. Se sirvió la comida, se acomodó en la silla del comedor y pronto dio cuenta de las viandas. Al terminar de comer y antes de retirarse a su habitación, le dejó servido a Perro y su hembrita una buena ración de croquetas con trocitos de carne en cada plato, y agua para beber. Entonces se retiró a su habitación, repuesta ya de tan intensas y calientes emociones vividas durante el día.

Se acomodó frente al espejo, se quitó la bata de encima y comenzó a admirar, como siempre lo hacía en la intimidad, las curvosas sinuosidades de su cuerpo. Levantó los brazos para ver la negrura de sus preciosas axilas. Sí. Allí estaban. Tan regias como siempre. El sudor no dejaba de correr debido al intenso calor del ambiente. Vio sus sobacos y admiró las gotas de sudor sobre la piel interior. Acercando su rostro hacia esa zona sacó la lengua y la metió serpenteante allí debajo, buscando abrevar en la abundante transpiración. ¡Eso sí que le agradaba a Marissa! Lamer allí era para ella como ser parte de aquella palpitante región tan hermosa. Hizo lo propio con el otro sobaco, repitiendo la ardiente caricia axilar. ¡Qué delicia! Deslizó su mirada por su vientre, hasta llegar al frondoso mechón negro que perlaba el centro de su pubis. Vio que ya necesitaban una buena podada. Y no tan sólo su montecillo de venus, sino también sus propias axilas. Aunque éstas prefería mantenerlas así por algún tiempo. ¡Verlas ennegrecidas le provocaba demasiada calentura! Abrió el cajón del tocador y buscó las tijerillas. Se las acomodó, se abrió de piernas e inició el trabajo depilatorio. Los breves mechoncillos de pelos fueron cayendo sobre el piso. Sólo tenía que podarse las orillas. El centro debía quedar como estaba. Hummm. No. También el centro del pubis necesitaba una rebajada. El matojo había crecido intensamente. Metió las puntas de las tijeras entre el negro matorral, calculó bien el tamaño de la podada y cortó con suavidad los vellos. Otro pequeño surco de pelos fue a dar al suelo. Y otro más. Marissa regresó a las orillas del monte y fue recorriendo lentamente la región, cortando brevemente los vellos sobresalientes. Echó un vistazo al espejo. Si. Era suficiente. Ahora a esperar otras dos semanas para volver a podar. ¿Y las axilas? –Se preguntó la chica-. Bueno, veamos si están bien así.

De nueva cuenta alzó ambos brazos. La negrura exquisita volvió a aparecer con toda su hermosura en el reflejo. Acercó sus sobacos al espejo lo más que pudo. Necesitaba admirar a la perfección la imagen. Sus ojos recorrieron con fruición sus extraordinarios y peludos sobacos. Tenía una piel estupenda en esa zona. Su respiración se aceleró. ¿Por qué le causaba tanta excitación verse allí? -Se preguntó-. Jamás lo sabría. Era algo que había nacido con ella. O tal vez lo había adquirido en su niñez. Pero no recordaba bien a bien el por qué. En fin. Marissa volvió a admirar los interiores de su bajo brazo. Si. No había duda. La vellosidad ya había crecido más de la cuenta. Aunque no se veían nada mal. Pero no era conveniente dejarlos tan crecidos. A veces, cuando iba de compras, le era necesario levantar los brazos. Sobre todo cuando tenía que tomar alguna cosa más alta. Entonces se le quedaban mirando. Tanto los hombres como las mujeres eran atraídos por sus axilas vellosas. Y aunque en el fondo a ella le gustaba exhibirlas, no siempre resistía el fuego de las miradas. En ocasiones se inhibía. No podía evitarlo. No tampoco ocultarlo. Bien, tendremos que darle una leve arregladita –Sonrió con placer-.

Salió de su dormitorio e ingresó en el cuarto de baño. Buscó la maquinilla de rasurar y la crema depilatoria. Con toda delicadeza se embadurnó una axila y deslizó sus dedos sobre ella para acomodar la espuma. Ubicó la mancha negra y pasó el primer navajazo con lentitud y suavidad. Repitió la acción y se lavó. Era suficiente. Levantó el brazo y observó con meticulosidad la zona sobacal. Extraordinario. Repitió la operación con su otro brazo, hasta que quedó satisfecha con lo que veía. Regresó a su recámara. Allí estaba Perro, echado sobre el piso. Marissa sonrió y le dijo:

-Vaya, muchacho…se ve que ya descansaste lo suficiente no? ….pero, ¿Dónde dejaste a tu compañerita de juegos?

El animal sólo gimió, como indicándole a su ama que la perrita seguía dormida. Marissa quiso cerciorarse. Quería saber si el macho era más aguantador que ella. Se asomó desde la puerta de su cuarto y fijó su mirada hacia el sitio donde yacía la perrita. Y allí la descubrió, aún inmóvil sobre el suelo, al parecer completamente dormida.

-Oh, si….ya veo que eres fenomenal….la dejaste acabada esta vez, no? –le dijo riendo-

Perro continuaba echado sobre el piso del dormitorio de la chica. Marissa seguía transpirando abundantemente y Perro sólo abría la boca con la lengua de fuera, acusando el efecto del calor del ambiente. Pensando que tal vez no le vendría mal un buen chapuzón al macho, le dijo:

-¿Quieres que te meta bajo la ducha? Mira nadamás cómo estás sudando.

Sin esperar respuesta, la chica caminó hacia el baño haciéndole una señal a Perro. Éste se enderezó y la siguió hasta la bañera. Cuando el animal ingresó en el cuarto de baño, Marissa abrió el grifo del agua. El rocío rebotó sobre el piso. Al principio, Perro no se animaba a meterse bajo la ducha. Pero la chica, tomándolo de las patas delanteras lo instó a que se acercara al aluvión de agua. Allí se puso a bañar a Perro, quien pronto dio muestras de adaptarse al surtidor de agua sin chistar. Marissa tomó el jabón y comenzó a frotarle el peludo cuerpo con toda calma. Suavemente pasaba sus manos por el lomo, el vientre y la cabeza, para ir a terminar sobre sus patas. Cuando llegó a la cola puso especial atención en la parte baja de sus genitales, intentando lavarle bien esa zona que seguramente debía tener manchada de semen y sangre. El animal se dejaba hacer con mansedumbre todo aquello. La chica seguía pasándole su enjabonada mano por los huevos y el bajo vientre, sintiendo cómo se deslizaba su propia piel con la de Perro. Y entonces la sintió. Fue una puntilla espigada que rozó de pronto su mano.

-Oh, Perro…pero si eres un animalito insaciable –le dijo en tono festivo-

Por alguna extraña razón, la chica no quiso dejar de tallar su mano sobre aquella parte que ahora se manifestaba distinta. Bajó un poco la cabeza para verle bien allí. Si. En efecto, la punta del rojizo estilete ya se abría paso hacia fuera, respondiendo a la acción del tocamiento de su ama. Marissa acusó el impacto de la visión, sintiendo de nuevo cómo su entrepierna comenzaba a humedecerse. Pero por ningún motivo deseaba abandonar esa posición que tan nuevas sensaciones le causaba. Por largos e intensos minutos se mantuvo la chica maniobrando con suavidad esa región tan especial, hasta que se dio cuenta que el pito de Perro había salido más de la cuenta. Fue entonces que le pasó deliberadamente la mano sobre su verga. Enjabonó con presteza el pedazo de carne roja e inició los callamientos que Perro recibía sin inmutarse, mientras la lluvia de agua continuaba cayendo. Después de largos minutos de suaves escarceos sobre su pito, Marissa ya no pudo más. De modo que comenzó a lavar con precisión todo el cuerpo del animal, como si quisiera terminar de bañarlo, secarlo y llevárselo hasta el interior de su recámara.

No, -Pensó la chica-, en un chispazo de cordura que le vino de pronto a la mente. ¿Yo hacerlo con un perro? ¿Pero es que acaso me he vuelto loca? Acabó con su labor, cerró la llave de la regadera, tomó el toallón y comenzó a secar a Perro. Sus ojos no podían apartarse del bastión enrojecido que continuaba firmemente parado por fuera de su funda. Vio que el pito se movía incesantemente de un lado hacia otro, como buscando afanosamente algún sitio dónde penetrar. Incluso Perro, en un acto reflejo, se elevaba sobre sus patas traseras yendo a depositarse sobre las piernas de Marissa, mientras la punta de su pene lograba tocar sus carnes humedecidas por el agua.

En un acto de supremo esfuerzo, la chica se alejó de él al terminar de secarlo, y le dijo:

-Anda, Perro….anda ve a buscar a tu compañerita….ya se ve que tienes ganas de follar de nuevo, eh?...por lo que veo, eres un animal incansable, jajajaja….-dijo la chica emocionada, tratando de auto negar sus más profundos deseos-

 

Cap. III

El macho, ahora completamente limpio y oloroso a jabón, ni siquiera se movió de su sitio, sino que iba en pos de la chica, intentando subir su cuerpo sobre sus piernas, con aquel pedazo de pito en ristre. Marissa advirtió que el florete de Perro iba in crescendo. Tal vez con la intención de desviar las ansias del perro, la chica salió del dormitorio para ir a despertar a la perrita. Llegó junto a ella y comenzó a frotar su peludo cuerpo. Pero la hembrita no respondía. Sólo alcanzó a abrir sus ojitos para volver a quedarse dormida. El sopor en que estaba sumida era tan fuerte que Marissa se dio cuenta que no despertaría hasta el día siguiente. Oh, -Pensó-, ¿Y ahora qué? Este animal está ardiendo en brama. Y yo que le compré la hembrita para que pudiera saciarse. Y de nada sirvió. Ya veo que este macho es insaciable.

-¿Y ahora qué harás, bribón? –le dijo Marissa al macho intentando calmarlo.

Por toda respuesta, Perro se volvió a acercar a ella y se le encimó cariñoso. Sus patas delanteras fueron a ponerse sobre las piernas dobladas de la mujer, al tiempo que su cuarto trasero se impulsaba hacia delante. Marissa volvió a sentir la inquietante punta de la verga que rozaba levemente sus extremidades. La chica no dejaba de pensar en qué hacer para que Perro se tranquilizara. Y ella también necesitaba calmarse. Aquel jueguito la estaba calentando sin que lo pudiera impedir. El escozor bajo sus piernas era tan manifiesto que sentía la abundante humedad escurrir sobre la tela de sus pantaletas. Marissa continuaba pensando: La hembra no reacciona y éste macho está más que embramado; no hay duda de eso. Y ni para despertarla. Aunque lo hiciera, seguramente no se dejará montar por Perro. Está tan exhausta que sólo anhela descansar. ¡Qué dilema tan extraño! ¿Qué hacer ahora…? –Se preguntaba Marissa-. Ante las evidentes manifestaciones de lujuria del macho, a la chica sólo se le ocurrió salir de su recámara e irse a ver televisión. Quería ver si de esa forma Perro lograba tranquilizarse. Y ella también. Encendió el aparato y fue a sentarse en el sillón. Intentó concentrarse en el programa que estaban dando. Pero le fue imposible. El animal volvió a acercarse a ella y se le subió sobre las piernas. Marissa volvió a sentir la puntillosa aguja endurecida frotándose sobre sus propias piernas desnudas.

-Ay, Perro –le dijo- Yo no soy tu hembra; tienes que darte cuenta de eso.

Pero el can no cejaba en su empeño. La chica no dejaba de pensar. ¿Será que podré calmarlo de alguna forma? ¿Y si sólo le tallo con la mano esa cosa para masturbarlo? Si. Puede ser. Tal vez cuando se venga se calmen sus deseos. Pero no. Eso no estaba bien. La chica recordó de pronto la computadora. ¿Y si busco algo que me instruya en cómo hacerle? –Volvió a pensar enardecida-. Si. Es lo mejor que se me ha ocurrido hasta ahora. Rápidamente abandonó el sofá y se metió en el cuartito donde estaba la PC. La encendió y entró a Internet. Bajó un buscador y tecleó: "Manual de sexo para perros". Pronto se desplegó ante sus ojos una lista de opciones. Perro continuaba subiéndose sobre sus piernas intentando frotar su pene parado sobre su femenina humanidad. La chica lo dejó hacer. Mientras leía el contenido de la página no dejaba de mirar de reojo el bastión parado del macho. Y por otra parte deseaba hallar algo que la ayudara en sus propósitos para manejar las ansias del lujurioso can. De pronto vio el texto. "Manual para mantener relaciones sexuales con un perro". La frase era más que elocuente. Hizo clic y comenzó a leer en el monitor.

"Manual de Guía sexual

Una guía de sexo humano-canino para mujeres"

"Hay tres áreas que cubriré en la guía: el sexo oral, vaginal y anal. Sexo oral ¡Qué asco! Bueno, no lo digas tan rápido. "

"Sexo oral

El sexo oral es una calle de doble vía, la mayoría de los perros emplean mucho más tiempo que los hombres y te proporcionan el sexo oral más electrizante. La lengua del perro es mucho más larga y es capaz de llegar a sitios que un hombre no puede o no quiere. Una lengua de perro está cubierta de miles de pequeñas papilas que cuando lame tu clítoris te provoca unas sensaciones que no sabías que existieran. ¿Cuántas de vosotras ha tenido un hombre que le haga analingus? Apuesto a que no muchas. Un perro no tiene tal problema y si nunca has experimentado una lengua trabajando desde muy arriba de tu raja, por todo el camino, hasta el final de tu abertura, te has perdido de algo verdaderamente grandioso."

Marissa sintió de nueva cuenta que Perro se subía otra vez sobre sus piernas acercándole el pito endurecido. El macho intentaba tallárselo por sus piernas. Ella continuó con la lectura.

"Hay varias muy buenas posiciones que puedes probar si quieres intentarlo. Si decides que tu preferencia es clitorial/vaginal solo he encontrado una posición que trabaja muy bien. Recomiendo que te sientes en el borde de una cama de forma que la parte trasera de tus pantorrillas peguen contra el borde de la cama. Entonces acuéstate directamente de espaldas recogiendo tus pies y situándolos en el borde de la cama. Esto expondrá tu clítoris, labios y vagina a la lengua que te espera. Para aquellas de vosotras que les gustaría más pero queréis evitar que el animal intente montaros, la posición ideal es reclinarse a un lado, sobre almohadas o cojines, en el suelo. Todo lo que tienes que hacer en este momento es levantar tu pierna un poco y él tendrá acceso a tu coño y culo. La mayoría de los perros te dejarán chuparles gustosamente y hay varias posiciones para hacerlo. Considero que dos posiciones son muy buenas y fáciles de ejecutar. Para aquellas de vosotras que están empezando y se ponen nerviosas al intentar hacerlo recomiendo que acuesten al perro sobre su espalda y se pongan próximas a él. Esto te dará un acceso completo a su polla y te permitirá controlar cualquier acción. Para aquellas de vosotras que les gustaría intentar algo un poco más atrevido, recomiendo acostarse sobre la espalda, con la cabeza apoyada en una almohada y teniendo al perro puesto de pie con su polla al alcance de tu boca. Digo que esta posición es más osada porque él puede empezar a empujar mientras le succionas y deberías estar preparada si eso sucede."

La chica no pudo evitar lanzar una mirada de deseo a la entrepierna de Perro. Vio su larga verga moviéndose sin parar y se le fue haciendo agua la boca. Lo que estaba leyendo en la computadora sin duda le abría la mente hacia cosas desconocidas.

"Antes de describir el mejor método para chuparle me gustaría traer una cosa a tu atención. A la mayoría de los hombres les gusta que les acaricien o froten los huevos mientras les chupan sus pollas, pero esto no es así con los perros. Antes de empezar cualquier actividad sexual con tu perro toca y palpa su polla y huevos para asegurarte que le gusta. La siguiente cosa que vamos a hacer ahora en la postura que hayamos elegido, es empezar a excitarle. Considero que el mejor modo es acariciar suavemente su pito a través de su funda hasta que comience a aumentar y deslizarse fuera. Una vez que haya salido al menos tres centímetros fuera de su vaina puedes tomarla dentro de tu boca. Debes continuar tocándole con tu mano mientras empiezas lentamente el movimiento de entrada y salida de su polla en tu boca. Si lo haces así, su polla continuará creciendo hasta alcanzar la máxima erección. Mientras mueves tu boca alrededor de su polla deberías intentar situar la punta de tu lengua en la indentación de la cabeza de su verga, esto provocará que alcance su clímax. Cuando alcance su clímax notarás que en la base de su polla hay un gran bulto conocido como "nudo". Este nudo lo usa para mantener su polla dentro de una hembra (perra o mujer) hasta que termine de eyacular. Si tienes intención de llegar más lejos entonces toma nota mental del tamaño de su polla y del nudo. La longitud media de la polla de un perro es de 13 a 18 centímetros y de 3 a 5 cm. de ancho. El nudo de un perro con una polla de 15 cm. de largo y de 4 cm. de ancho puede ser de 5 cm. de largo por 10 cm. de ancho".

Con estas precisiones que estaba leyendo, Marissa no pudo evitar que una sonrisa de satisfacción iluminara su hermoso rostro. ¿Por qué razón no había buscado antes en la Internet? Aquí estaba todo. Esto era más que suficiente para que se animase a hacer algo con Perro. Sintió que el macho seguía con sus intentonas de montarla, sintiendo la dura polla rozar sus piernas. Pero ella no quería iniciar nada hasta que no hubiese terminado de leer el instructivo. Así que volviendo sus ojos al monitor, siguió bebiéndose el contenido del manual.

"El perro es diferente a la mayoría de los mamíferos en cuanto al tiempo que pasa desde que empieza a excitarse hasta que termina y las formas de eyacular de su polla. Al principio de la excitación suelta un fluido claro que sabe a hierro y tiene la consistencia del agua. Sirve para lubricar y facilitar que su nudo se deslice dentro de la vagina de la hembra. Al llegar a la excitación máxima es cuando produce su esperma y puedes decir que ha sucedido si tiene un sabor ligeramente salado. Debes fijarte en que ese líquido nunca es tan denso como el de un hombre y la cantidad es del doble o más que el que éste produce."

Oh, con razón –se decía la chica mentalmente- Todo ese semen que tuve que limpiar con el sacudidor. Era inmenso. Marissa no pudo evitar un estremecimiento entre sus piernas al descubrir el título que seguía: "Sexo vaginal". ¿Será posible? –se preguntó con manifiesto interés-. Habrá que leer.

"Sexo vaginal

El típico y conocido coito es bueno pero no lo bastante cuando conozcas este otro. Entre un buen número de cosas que diferencian el sexo con un hombre y con un perro destaca que no puedes quedarte embarazada. En este punto asumo que has tomado la decisión de tener una cópula con un perro grande (34 kg.) y que lo haces voluntariamente. La primera cuestión es cómo vamos a hacerlo. Hay dos posiciones para empezar, el viejo estilo perro y el típico del misionero. Si elegimos la posición del misionero puedes impedir que el nudo te penetre y podemos mantener el control todo el tiempo. Vale, quieres probar la posición del misionero, estás sentada en el borde de una silla, una toalla debajo evita que los líquidos manchen la silla, tu culo justo en el borde y con las piernas abiertas. Aquí llega tu amante y mira tu cálido y húmedo coño y empieza a olerlo y lamerlo. Le atraes hacia ti para que ponga sus patas delanteras en la silla y su cuerpo entre tus piernas. Tomas su vaina con la mano y comienzas a acariciársela suavemente y comienza a salir y agrandarse su polla cuya punta te metes en el coño. Como él siente tu calor y humedad comienza a empujar, despacio al principio y después mucho más rápido hasta que notas su nudo en la entrada de tu vagina. En ese momento te llena lentamente de líquido y alcanzas también tu clímax. Si le permites meter su nudo dentro de ti, Debes seguir unida hasta que se relaje. Normalmente dura de 15 a 20 minutos pero puede llegar hasta los 45 minutos. La mayor ventaja de la posición del misionero es que si no quieres tener su nudo dentro, puedes, en la mayoría de los casos, evitar que te penetre con tu mano. Considero que tener el nudo dentro de mí me proporciona una de las sensaciones más excitantes y satisfactorias que he podido disfrutar en mi vida. Procuro que mi amante me meta su nudo cada vez que hacemos el amor juntos".

Oh –Pensó Marissa- ¿Será posible que esa bola te penetre hasta adentro? Bueno, al menos eso dice aquí….veamos…

"El estilo perro es justo eso, te pones a cuatro patas delante del perro. Esta posición te permite tener una experiencia completa del placer del sexo con tu amante canino. En la sección del sexo oral, la última posición descrita es una de las que recomiendo usar. Haces un pequeño cambio en la postura de tu cuerpo en la cama. Antes de poner tu torso en la cama debes usar tu ombligo como guía. Para estar en la posición adecuada tu ombligo debería estar en el borde de la cama. Ahora que has adoptado una posición conveniente y cómoda, estás lista para que tu amante se acerque. Primero te olerá y luego te lamerá y después de olerte y lamerte comenzará a excitarse y se moverá para montarte. Normalmente un perro accede directamente por detrás de ti y te monta de esa forma. Una vez que te haya montado empezará a empujar intentando meterte su polla, si esto es algo nuevo para él entonces tú deberías guiar su polla donde tiene que ir, y él hará el resto. Si no le impides continuar, el perro se moverá cada vez más rápido con sus golpes hasta que sientas que su nudo comienza a hincharse y frotar tus labios. En este momento tienes poco tiempo para decidirte. Si quieres que lo meta dentro, debes relajarte y permitir que el nudo se deslice dentro de ti. Si no quieres tenerlo dentro, deberías detenerlo con tu mano y sujetarlo para que no avance. Una advertencia: si empleas esta posición y decides que no quieres tener el nudo dentro, es posible que no lo consigas. Si el nudo acaba por entrarte, tendrás que esperar hasta que se afloje. No recomiendo intentar sacarlo a menos que tu vagina sea grande, puede dolerte e incluso hacerte heridas. Así que si tienes dudas insisto en que emplees la posición del misionero. Bien, estábamos en que seguías acoplada a tu perro y su nudo continúa creciendo dentro de ti y que comienzas a sentir su fricción. La temperatura del cuerpo de un perro es mayor que la de un ser humano y eso hace que la de su semen sea también mayor, y cuando se derrama dentro de ti, vas a sentir ese calor. Su nudo está ahora en la máxima expansión, su semen fluye dentro de tu vagina, sus jugos se mezclan con los tuyos, y en ese momento tu comienzas a sentir que el nudo palpita. Considero que mientras lo hago al estilo perro, con ese nudo ocupando las paredes interiores de mi vagina y a la vez frotando mi clítoris, las sensaciones que recibo me excitan mucho. He alcanzado hasta siete orgasmos seguidos mientras todo esto sucedía".

¿Siete orgasmos? –se preguntó mentalmente Marissa-. Oh, eso es increíble. Jamás imaginé que un perro pudiera proporcionar tanto deleite a una mujer. Para entonces, Perro insistía en montarse sobre sus piernas con la intención de refregar su tolete sobre la piel de la bella joven.

Marissa quiso continuar leyendo, pero el deseo que estaba sintiendo ahora fue mucho mayor que sus propias fuerzas. De modo que abandonando el último de sus pensamientos que le impedían mentalmente entregarse a Perro, grabó rápidamente en un documento el Manual, que por cierto ni siquiera había terminado de leer, y volteando a ver al can, le dirigió una mirada de deseo tan intensa que el inteligente macho la captó al instante. Lo demás vino por sí solo.

Marissa, temblando de lujuria y de pasión, se despojó allí mismo de su bata. Como impelida por una fuerza extraña, se quitó con rapidez las bragas y se colocó en cuatro hincada sobre el piso y con los codos puestos sobre la silla, de manera que sus hermosas nalgas quedaron expuestas ante el hocico de Perro, quien sin esperar más comenzó a olfatear la olorosa rajita de la chica. Ésta, cerrando los ojos, sintió claramente cuando la protuberancia ingresaba en el centro de su cuquita, que aparecía inundada de intensos flujos lechosos. De inmediato el animal se dio a lamer el interior de su canal enardecido, entrando y saliendo con velocidad pasmosa. La caricia lingual transportó de inmediato a Marissa al paraíso del placer. ¡Cuánta razón tenía la autora de aquel Manualillo! ¡Era indudable que la mujer que había escrito aquello había practicado muchas veces el sexo con perros! –Se dijo a sí misma-. El macho siguió mamándole el chochito a su ama con enorme gusto, pues su lengua entraba y salía una y otra vez de su mojada hendidura, hasta que Marissa sintió los tremendos espasmos de la primera serie de orgasmos. Repegando su culo por reflejo al caliente hocico de Perro, la chica se dejó hacer, sintiendo la oleada de sangre que se agolpaba sobre su rostro y todo su cuerpo, al tiempo que exhalaba grititos de brama que en mucho se parecían a los aullidos que había emitido la perrita cuando el macho la mantenía penetrada.

Pero lo que no sabía Marissa era lo que Perro ya estaba tramando, pues sin que ella se pudiera dar cuenta, perdida como estaba en el país de la lujuria, Perro dio un salto y la agarró por las caderas con sus largas patas delanteras. Moviendo sus patas traseras hacia delante, el listo animal se aferró con fuerza a las nalgas de su ama, asegurándose con ello de que ésta no pudiese desatarse del abrazo canino. Calculando que la mujer se hallaba en la posición adecuada, Perro dirigió su ariete endurecido hacia el centro de la vulva de Marissa, quien pronto sintió golpear la pegajosa punta en su peluda hendidura, al tiempo que el baboso sable ingresaba con furia en el abierto hoyito de su cuca. La chica lanzó un alarido de dolor al sentirse traspasada por aquel largo cañón de carne rojiza, que se había ido a incrustar hasta lo más profundo de sus entrañas. La joven quiso zafarse del abrazo sin conseguirlo, pues a pesar de que hacía esfuerzos por lograr que Perro aflojara las patas delanteras de sus caderas, sólo consiguió que el macho se acomodara mejor. Así que completamente atrapada por las extremidades del animal, la chica ya no pudo hacer nada en su favor, sino que volvió a sentir las arremetidas salvajes de Perro, quien debido sin duda al tiempo que había pasado intentando montarla, se había calentado tanto que no estaba dispuesto por ningún motivo a soltar a su nueva presa.

Manteniéndose completamente aferrado a las blancas carnes de Marissa, Perro siguió arremetiendo con fuerza y violencia sobre la grupa de su ama, metiendo y sacando con furor sin igual aquel tolete endurecido del suave conducto frontal de la chica. Alentado por el deseo manifiesto de cogérsela, pronto el macho se dejó caer con mayor fuerza sobre la blanca y bella grupa de la joven, mientras la gruesa bola de su verga, ahora totalmente inflamada, pugnaba por ingresar en el breve conducto de Marissa. Fue en ese instante que la chica experimentó el segundo orgasmo de la noche, el cual se encadenó rápidamente con un tercero, e inclusive con un cuarto estertor, que la hizo bramar de lascivia. La joven, transportada al abismo de lascivia más potente que jamás había sentido en su vida, comenzó a mover su culo hacia los lados con la intención de gozar al máximo de la tremenda penetración de Perro, quien continuaba moviéndose con furor pegado a la grupa de Marissa. Entonces el animal, dando un par de pasos hacia delante con sus extremidades traseras, empujó con violencia el inflamado alvéolo dentro de la gruta abierta de la chica, quien lanzando un alarido de dolor no pudo evitar que aquel nudo en forma de pelota ingresara con violencia en sus propias intimidades. Marissa, al sentir la intrusión salvaje dentro de su cuquita, volvió a explotar en un triple orgasmo que la hizo llorar de placer.

En ese justo instante Perro dejó de moverse. El listo animal había logrado su objetivo: Penetrar a su ama con la gruesa bola, y ahora todo era cuestión de tiempo para que el contenido de su caliente semen fuese derramándose poco a poco dentro de las entrañas de la chica, hasta que se vaciara por completo en su interior. Marissa, aún temblando de brama, quiso moverse y separarse del macho sin lograrlo. El macho se separó de la grupa de la chica y se dio la vuelta poco a poco para quedar, por así decir, con la cara volteada hacia atrás. La joven sintió el brutal jalón del pito de Perro que pugnaba por desenchufarse de su propia vulva y se vio obligada a moverse de la misma forma, hasta que luego de varios acomodamientos mutuos, mujer y macho quedaron completamente pegados de sus genitales. Por primera vez Marissa experimentaba semejante acoplamiento y las lágrimas de dolor comenzaron a salir de sus ojos. Mas al recordar el intenso placer que el animal le acababa de proporcionar, se dijo a si misma que bien había valido la pena intentarlo.

Al cabo de casi media hora, al fin Perro logró sacar el alvéolo de la cuca de su ama. Entonces Marissa, en un acto de supremo reconocimiento, abrazó al animal y comenzó a besarlo agradecida por los momentos de brama tan sublime que le había regalado.

Al siguiente día la chica quiso acabar de leer el Manual que había hallado en Internet. Así que encendió la PC y buscó el archivo donde lo había guardado. Lo abrió y comenzó a leer.

"Sexo anal

Puedes volver a exclamar ¡qué asco! Pero dame antes solo un minuto. Esta sección es para aquellas mujeres que ya han probado las dos secciones anteriores y quieren más. Hay algunas cosas que debes considerar antes de permitir que tu amante te monte con la intención de hacer sexo anal. Deberías ser experta en el sexo anal, y eso significa que no tienes dificultades para que la polla de un hombre entre en tu ano. No siempre tendrás éxito con este tipo de penetración y lo harás más complicado si el nudo entra dentro de ti. Si no estás muy segura de intentarlo es mejor que lo dejes. Buscando una buena posición para el sexo anal mujer/perro he probado docenas de posiciones y he encontrado que hay unas mejores y otras peores. La mejor postura para mi gusto es la que llamo posición del perro modificada. Para ejecutar esta posición debes buscar un espacio abierto, por supuesto privado, en tu casa o cualquier lugar cómodo, y colocar unas almohadas en el suelo donde apoyar tus rodillas. Arrodillada en la almohada y adoptando la posición normal del perro. Para conseguir la posición correcta echa las rodillas adelante y apoya en ellas tu vientre. Ahora que lo has hecho deja que el resto de tu cuerpo descanse sobre tus codos. Una vez que has alcanzado la posición adecuada y te sientes cómoda, hay otras cosas que debes saber antes de llamar a tu amante. Tenemos un pequeño problema con la lubricación que hay que solventar si no queremos sufrir auténtico dolor. Considero que los aceites naturales como el de oliva o de maíz son los mejores y evitarán heridas. NUNCA uses vaselina o cremas parecidas porque perjudican al perro e incluso lo enferman. Ahora que sabes qué lubricación usar vamos a aplicarla. No es suficiente que esparzas el aceite en el exterior del ano, debes lubricar ambos lados y el interior. La parte más fácil es el exterior y no lo hago hasta que no estoy en posición para hacerlo. Para lubricar el interior considero que he encontrado que lo lubrico mucho mejor si me excedo. Uso un frasco de colirio para los ojos con una larga cánula, lleno de aceite, para meterme el aceite y cuando lo he hecho, meto un dedo para repartir el aceite en profundidad. Felicitaciones si estás lista, has terminado tu lubricación, estás en la posición apropiada y ahora viene tu amante. Deberías tomar tu aceite y frotar tu ano y el área alrededor. Después de que tu perro te ha montado, probablemente tendrás que guiarlo dentro de ti. Una vez que esté dentro empezará a empujar como si fuera sexo vaginal. Las mismas precauciones respecto a su nudo son aplicables aquí. No recomiendo que la primera vez que lo hagas dejes que el nudo se inserte. Como la estimulación con el sexo anal no es mucha, puedes desear masturbarte mientras él está dentro de tu ano. Hay una forma de incrementar la estimulación y es metiendo un vibrador en tu vagina. Transmitirá su movimiento dentro de ti a tu clítoris y te ayudará a alcanzar el clímax. Una última nota acerca del divertido sexo perro-mujer. Puedes hacer todas estas cosas mientras otra persona, hombre o mujer, está presente, y en algunos casos la experiencia es mejor así.

¡DISFRUTA! "

Habiendo considerado Marissa que la autora del Manual tenía toda la razón, todas sus dudas se despejaron y su mente se abrió a una sola palabra: ¡DISFRUTA!

A partir de aquel día, tanto Marissa como Perro se entregaron con pasión inaudita al genial goce y al deleite de la zoofilia, con un desenfreno tal que pronto, a instancias de la propia chica, el macho le rompió también el culo. Y aún después de que Eugenio hubiese retornado de su viaje; aquel viaje que le había permitido a la joven auto conocerse y entregarse por primera vez al desconocido placer de hacerlo con un perro, la chica continuó entregándose al macho callejero, que ciertamente ahora tenía dueña, y que la había llevado a conocer los intrincados placeres de las relaciones sexuales con un animal.

FIN DE LA HISTORIA.

Si te gusta este relato me puedes escribir tus emociones y comentarios a mi correo electrónico:

elkaschwartzman@hotmail.com

Mas de Incestuosa

Paqui y Panchillo

La Mascota

La huésped

Impudicia

Dupla de vida

El Premio

Animals (2)

Púber

Animals

El Inquilino (3)

El Inquilino (2)

El Inquilino (1)

Juegos Secretos

Locura (2)

Metamorfosis (2) Final

Metamorfosis

Amigas Especiales (02)

Entrampada

Locura (1)

Extraña Complacencia (01)

Precocidad (11 - Final)

Precocidad (10)

Precocidad (09)

Memorias Infantiles

Precocidad (08)

Mi inaudita vida incestuosa (15)

Precocidad (07)

Mi inaudita vida incestuosa (14)

Inconfesables Confidencias (03)

Inconfesables Confidencias (02)

Inconfesables Confidencias (01)

Precocidad (06)

Precocidad (05)

Mi Inolvidable Iniciación (10)

Precocidad (04)

Mi inaudita vida incestuosa (13)

La Expedición (03)

Precocidad (03)

Precocidad (02)

Precocidad (01)

Mi Inolvidable Iniciación (09)

La Expedición (02)

La Expedición (01)

Mi Inolvidable Iniciación (08)

Mi inaudita vida incestuosa (12)

Mi inaudita vida incestuosa (11)

Incesto forzado... pero deseado (07)

Mi Inolvidable Iniciación (07)

Incesto forzado... pero deseado (06)

Mi inaudita vida incestuosa (10)

Mi inaudita vida incestuosa (09)

Mi Inolvidable Iniciación (06)

Mi Inolvidable Iniciación (05)

Incesto forzado... pero deseado (05)

Mi inaudita vida incestuosa (08)

Mi Inolvidable Iniciación (04)

Mi Inolvidable Iniciación (03)

Mi Inolvidable Iniciación (02)

Mi Inolvidable Iniciación (01)

Incesto forzado... pero deseado (04)

Incesto forzado... pero deseado (03)

Mi inaudita vida incestuosa (07)

Incesto forzado... pero deseado (02)

Mi inaudita vida incestuosa (06)

Incesto forzado... pero deseado (01)

Mi inaudita vida incestuosa (05)

Mi inaudita vida incestuosa (04)

Mi inaudita vida incestuosa (03)

Mi inaudita vida incestuosa (02)

Mi inaudita vida incestuosa (01)