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Paqui y Panchillo

en Gays

Paqui y Panchillo

Por: Incestuosa

Siempre he sostenido que la oscuridad suele ser, en muchos aspectos, cómplice y coautora de los acontecimientos sexuales. Y esa noche, digo yo, estaba prescrito que habría de experimentar mi primer acercamiento sin siquiera sospecharlo.

Apenas iba a cumplir los doce, pero yo sabía que mis emociones eran de auténtica calentura desbordante a pesar de mi edad; aunque yo procuraba ocultarlo.

Y esos deseos medio reprimidos pero tan naturales por curiosearlo todo, me habrían de llevar al descubrimiento de algo nuevo; de algo totalmente inesperado.

Sabido es que somos los niños los que solemos atender los encargos de la casa y yo, como buen infante, fui enviado por mi madre aquella noche a comprar algunos víveres.

Me llegué hasta el estanquillo y solicité el pedido.

Un señor de mediana edad me atendió prontamente. Cuando le pagué y ya me iba, me dijo.

-Oye ¿Qué vas a hacer después de que lleves eso?

-Salir a jugar ¿Por qué? –le pregunté-

-Porque necesito el periódico, pero hay que comprarlo hasta el centro.

Lo miré unos instantes y quise indagar:

-¿Cuánto me dará?

-Cinco pesetas; pero si no te tardas mucho.

Me lo pensé un poco. En esos tiempos, no estaba bien desdeñar unas buenas monedas; así que le dije:

-Si me espera a que vaya a dejar esto, iré.

-De acuerdo. –dijo-

Me fui rápido y entregué el paquete. Después, como de costumbre, dije que me saldría a jugar. Pero esta vez fui hasta la tiendita de la esquina.

-Toma –me dijo el hombre, dándome un billete- Quiero que me compres el ABC de hoy.

Me dirigí al centro a paso veloz. Conseguí el periódico del día y retorné a la tiendilla. Cuando se lo entregué, el dueño me dio las cinco pesetas.

Ya había dado media vuelta para irme, cuando oí que me gritó:

-Hey, Panchillo.

-¿Si?

-Anda, toma esto.

Y me entregó una pequeña revistilla doblada, sucia y estropeada. Yo le pregunté:

-¿Qué es?

-Ah, es algo para que te diviertas un poco –me dijo sonriendo- Ya verás que te gustará, pero no te olvides de devolverla.

Yo me encogí de hombros, pero nada dije. Tomé la desgastada revista, le eché un vistazo y me la metí en el bolsillo. Luego, me fui.

Por el camino me encontré a Paqui, un amigo de correrías de casi mi misma edad.

-¿A dónde vas, Panchillo?

-Hombre, que ardo por ver esta cosa que me prestó el tendero –dije, sacándome el bulto de la bolsa- ¿Quieres ver?

Paqui asintió.

Nos metimos por donde solíamos introducirnos cuando había que hacer algo oculto. Se trataba de un largo y estrecho sendero de tierra que conducía a las grandes breñas más alejadas de la colonia.

Cuando llegamos a la floresta buscamos el lugar más apartado y nos sentamos sobre el piso. Yo saqué la revista y la desdoblé. Tenía las manos calientes y el pulso me palpitaba.

Paqui lanzó un ¡Oh! de admiración cuando advirtió de lo que se trataba. Yo, por mi parte, sentí un extraño temblor en todo el cuerpo.

Comenzamos a hojearla lentamente y atisbamos las primeras viñetas dibujadas en blanco y negro, que iban apareciendo con cada repaso ante nuestras encendidas miradas.

Paqui casi me rozaba. Estaba alterado y su inquietud era palpable. Su cuello se estiraba junto al mío como el de una jirafa cuando come, para no perderse de nada.

Podía sentir sus jadeos entrecruzarse con los míos mientras su ardiente mirada, al igual que la mía, seguían clavadas en las ilustraciones de las viejas hojas de papel.

Muy pronto, los dos estábamos más que calientes.

Yo ya me tocaba por encima del pantalón, y Paqui estiraba nerviosamente las piernas con las manos en los muslos, sin dejar de ver el cómic.

Me di cuenta que mi amigo se frotaba constantemente allí, alternando los masajes sobre su bulto y la nariz. Al parecer le agradaba el acre olorcillo de sus perniles transpirados.

Por mi lado no dejaba de admirar las asombrosas figuras que nos mostraban los cuerpos desnudos de las parejas, trabadas en diversas posturas sexuales.

Eran estos esbozos una serie de viñetas muy bien logradas que describían maravillosamente las distintas formas del arte copulatorio. Y aunque ninguno de los dos habíamos visto antes algo parecido, sabíamos perfectamente de lo que se trataba.

Cuando las páginas se acabaron estábamos demasiado nerviosos. Paqui me dijo:

-Vamos a verla de nuevo. ¡Está buenísima!

Volví a desplegar una por una las estropeadas hojas del librillo, hasta que terminamos de apreciarlas por segunda vez.

Luego, doblé la revista y me la guardé.

Paqui y yo nos miramos en silencio.

Descubrí en sus ojos el mismo color y el mismo brillo que él pudo ver en los míos.

Observé que mi amigo se levantó torpemente y me dijo:

-Yo me voy más adentro. Tengo ganas de mear.

No le respondí.

Pero cuando vi que se metió entre los sotos, comencé a tocarme. Ahora me sentía más libre.

Sentí mi bulto y noté que estaba mucho más duro.

Me lo apreté con fuerza y extendí las piernas voluptuosamente. Volví a voltear hacia las marañas. Paqui aún no salía.

Solté los botones y la saqué.

El ariete de forro oscuro y prepucio obstruido apareció tenso. Mis manos lo tocaron con avidez y comenzaron a moverlo. Como otras veces, intenté pelarlo, pero no pude arremangarle el pellejo.

Lo apreté entre los dedos y lo seguí moviendo, ahora con más rapidez. El pito se me meneaba hacia los lados. Tensé las piernas y cerré los ojos. Acababa de sentir el primer estertor. Algo sublime a esa edad.

Le di algunos apretujones fuertes. El aguita comenzó a brotar entre los plieguecillos entrecerrados del glande.

De pronto, sentí que me miraban.

Abrí los ojos y descubrí a Paqui. Estaba junto a mí. Él sólo me observaba.

Yo no hice intentos por guardármela. Consideraba a Paqui mi amigo, aunque nunca habíamos hecho nada parecido.

Él me preguntó:

-¿Ya acabaste?

-En eso estaba. –le dije-

-Pues termina… no te detengas por mí. –me dijo-

Un poco escamado, retorné a mis quehaceres.

Esta vez dejé que acabara de salirme el resto del agüita clara.

Ya me la iba a guardar, cuando vi que Paqui se sentó junto a mí, con la polla de fuera.

Decidí observarlo también. Tenía el cuerpo tirante y movía velozmente las manos alrededor de su pene.

El resplandor de la luna alumbraba perfectamente su cuerpo, y sus estertores eran cada vez más violentos y notorios.

Pensé que se me pondría aguada después de eyacular, pero no fue así. La sentía otra vez dura y espigada, con más ganas de volver a apretármela.

Paqui me dijo entre jadeos:

-Si quieres… hazlo de nuevo.

No me lo dijo dos veces.

Me la volví a templar y retomé el trabajo manual sobre mi pito.

Ambos éramos ahora como dos extraviadas figuras noctívagas batiéndose frenéticas bajo el brillante manto del plenilunio nocturno.

Ni mi amigo ni yo parábamos de mover las manos. Por largo rato estuvimos gozando de los tocamientos, hasta que Paqui me dijo:

-Hey, Panchillo… esto sí está bueno. ¿No?

Yo sólo asentí sofocado. Acababa de iniciar la segunda chaqueta de la noche.

Al sentir el nuevo aluvión me desperecé un poco, disfrutando del empalme. Luego me volteé para verlo mejor.

Mi amigo había vuelto a las andadas.

Le vi enderezarse la polla hacia arriba, dejándola momentáneamente suelta. Y entonces la pude observar bien. Su tamaño no era como el de mi pito. Él la tenía mucho más gorda. Y también bastante más peluda.

A mí, la verdad, los pelos todavía no se me asomaban. Pero a Paqui casi le cubrían todo el pubis. Era una felpa suave, tan negra como la noche, y además muy brillante. Y sus huevos eran más grandes, aunque allí no se le veía tanto vello.

Aquello me impresionó, porque éramos casi de la misma edad. Pero el ver sus genitales, además, me había hecho recordar algo que yo tenía escondido en la mente.

Escuché sus suspiros y esperé a que acabara.

Un reguero de semen se escurrió de pronto entre sus lechosos dedos, y eso también me sorprendió. Paqui drenaba mucho más leche que yo, y la suya era más blanca; no tan transparente como la que yo eyectaba.

Paqui abrió de repente los ojos y me espetó:

-Oye… ¿ya acabaste… o quieres seguir?

Yo no le respondí. Sólo me limitaba a mirarle la polla palpitante.

Paqui se dio cuenta de mi estado y algo me dijo, pero yo ni lo escuché. Mi mente estaba fija en otro punto de mi memoria, recreando algún recuerdo no tan añejo.

Mi amigo casi me gritó:

-Hey, tú… ¿Qué no me escuchas?

Salí de mi marasmo.

-¿Qué…? –le dije, medio aturdido-

-Te hablé, pero no me hiciste caso…

-Si, bueno…es que estaba… recordando. –le comenté, volviendo a mirarle la punta lechosa-

-¿Recordando?

-Si –le dije- Recordaba una cosa.

-¿Qué cosa?

-Algo que me sucedió hace poco. –dije con simpleza-

-Oye, vamos… ¿y no me lo dirás?

Me quedé callado.

Sabía que si se lo decía, sentiría vergüenza.

Pero Paqui, no sé si por más entendido, o por otra causa, me insistió.

-Tú sólo dime… dime lo que es…

Guardé silencio. Paqui no dejaba de mirarme.

-¿Es algo sucio? –insistió interesado-

Me lo quedé pensando un poco, antes de afirmar con la cabeza.

Mi amigo me miró con atención. Luego me dijo:

-Anda, cuéntame. Si me lo dices tú, igual te diré una cosa que me pasó. También es algo sucio. ¿Qué dices?

Volví a mirarlo a la cara, y después bajé la vista a su polla. La tenía muy rígida. Aún se mantenía crecida y boqueante.

Sentí que algo duro me atravesaba el pecho. Mi respiración se hizo más aguda y empecé a transpirar por todos lados.

Escuché cuando Paqui me volvió a intimar:

-Vamos, Panchillo…. Tú me dices y yo te digo…. ¿Te late?

Por fin asentí.

-Se trata de mi tío… de mi tío Rogelio... Hay algo que aprendí con él. . –le dije-

-Pues no lo conozco. –dijo Paqui- Pero eso no importa. Mejor cuéntame qué pasó.

Respiré hondo antes de comentarle:

-Pues que vino el mes pasado, y se quedó un par de días en casa porque iba de paso hacia Gijón. Mamá dice que él es un gilipollas. El domingo que se iría, nos quedamos solos. Mis padres se van a oír misa con mis hermanas, y mi hermano a jugar fútbol. Yo me levanté tarde, y cuando me iba a duchar, lo hallé metido en el baño.

-Ah, vaya. –dijo Paqui- ¿Y qué estaba haciendo el muy carapijo?

Yo suspiré, antes de declararle:

-Se la estaba jalando el condenado.

Paqui resopló. Luego me dijo:

-¿Y qué hiciste tú, aparte de verlo?

-Él se dio cuenta de que yo lo miraba. Entonces me llamó y me preguntó si quería aprender a jalármela así como él.

-Bonita cosa –soltó Paqui- Pero cuenta… cuenta.

-Al principio, no quise… Solamente lo miré.

-¿Y luego…?

-Él se la largaba muy rápido y se la sacudía frente a mí… Yo estaba azorado.

-¿Por la forma en que se la jalaba…?

-No. Por el tamaño. La tiene muy grande.

Paqui abrió mucho los ojos, antes de preguntar:

-¿Qué tan grande?

Yo me quedé pensativo.

-Pues…no sé decirte…

-Vamos, Panchillo… ¿cómo no vas a saberlo?... anda, haz al menos alguna comparación o algo así.

-Bueno, es… es más grande que la tuya. –respondí-

Mi amigo enrojeció.

-Ya lo creo. –dijo él- Pero eso es normal. La otra vez vi a un hombre meando y créeme que así, sin parársele, la tenía muy larga.

Yo asentí. Pero Paqui, intrigado por lo que le contaba, volvió a preguntarme.

-Bueno ¿Y qué pasó?

Jalé aire antes de continuar.

-Estuve viendo cómo se lo hacía, hasta que le salió la leche. Pero eran ríos de líquido muy blanco. Hizo un reguero sobre el piso y después lo limpió con la toalla.

Ahora Paqui estaba serio, y su mirada comenzó a tornarse libidinosa.

Esta vez fui yo quien supuse que mi amigo debía estar recordando algo.

Después de una larga pausa, Paqui reaccionó y me dijo de repente:

-No sé por qué pienso que eso que me has dicho no ha sido todo.

Yo lo miré con atención y le contesté:

-Cuando mi tío acabó de limpiar el piso, yo hice intentos por salir del baño. Pero antes de que me fuera, él me susurró confianzudamente que si cambiaba de opinión, podría enseñarme más tarde. Pero tenía que ser el mismo día, antes de que los demás regresaran a casa, y antes de que él se marchara a Gijón.

-Vaya, qué interesante. –dijo Paqui-

-Yo, bastante pensativo, decidí salirme un rato a la calle. Me sentía turbado por lo que acababa de ver. Traté de encontrarme con algún amigo para distraerme, pero no hallé a nadie en domingo. Me fui al campo de fútbol y estuve viendo un rato el juego. Pero no podía dejar de recordar a tío Rogelio con su cosota de fuera y el gran reguero que había hecho.

-Si, eso sucede –dijo Paqui, reflexivo- Pero sigue… sigue.

-Después de mucho meditarlo y habiendo calculado que si no regresaba pronto me perdería de la enseñanza que él me había ofrecido, dirigí mis pasos hacia la casa con el corazón temblando de emoción. Cuando llegué, él estaba en la sala acomodando algunas cosas en la valija. Me vió y sonrió.

-Claro, es lógico que se pusiera contento. –asintió Paqui-

-Enseguida consultó la hora y me preguntó cuánto faltaría para que acabara la misa. Le dije que por lo regular terminaba a medio día, y que mi hermano retornaba como a las dos o tres. Él me dijo que ya eran casi las once, y que por seguridad solamente debíamos ocupar la mitad de ese tiempo, de modo que sólo dispondríamos de media hora. De inmediato, me jaló hacia el baño y cerró la puerta.

Paqui comenzó a tocársela de nuevo. Advertí que su verga estaba totalmente tiesa y le vibraba como péndulo en medio de los trémulos masajes que le prodigaba con los dedos.

-Mi tío se desabrochó el pantalón y se la sacó –proseguí- Yo le vi su cosa larga y gorda, que aún estaba medio aguada. Él me dijo que para que yo aprendiera bien, teníamos que hacerlo todo con su propia pija. Entonces me pidió que me acercara y se la tocara.

-Y tú se la agarraste… ¿no es cierto? –dijo Paqui jadeando, sin dejar de jalonearse la verga-

-Si, se la toqué primero. Le tallé un poco la cabeza y le moví el pellejo hacia atrás. Mi tío comenzó a suspirar y cerró los ojos. Él mismo me fue diciendo cómo hacerle, hasta que al fin se le puso tan tiesa como un palo. Era una verga gruesa y peluda. Y bastante larga.

-¿Qué tan larga? –preguntó Paqui con entusiasmo y ardor-

Yo le miré la polla fijamente. Paqui, entendiendo lo que trataba de hacer, se la soltó para que pudiera admirarla completa. Después de hacer mis cálculos, le dije:

-Era poco menos del doble que la tuya.

-Hummm…pues no estaba mal. –contestó, casi en un susurro-

-Pero había que hacer todo de prisa. Así que él me preguntó si ya la había sentido antes. Yo le dije que no. Volvió a decirme que si quería sentirla ahora. Le contesté que no, porque me deba miedo. Pero mi tío insistió. Me dijo que no me haría nada; que no tuviera miedo; que sólo sería por fuera, porque ya no había tiempo para intentar algo más. Yo volví a negarme; pero me negaba más por temor a que nos descubrieran que por otra causa. Mas en el fondo quería que me enseñara como era. Lo cierto es que ante tan débiles intentos, él sólo tuvo que insistir en otro par de ocasiones.

-Claro…eso sucede –resopló mi amigo, sin dejar de mover las manos-

-Tío Roge me dijo al oído que necesitaba hacérmelo para poder descargarse más rápido, pues temía que mis padres volvieran antes de lo esperado. Además, su autobús hacia Gijón saldría en poco menos de una hora, y eso le preocupaba. Con esos argumentos, acabó de convencerme. Le dije que si iba a ser algo rápido, que entonces me lo enseñara. Le pregunté qué cosa tenía que hacer, y me dijo que lo primero era bajarme los pantalones con todo y calzón, pero de prisa.

La paja de mi amigo se iba haciendo más violenta; tanto, que no podía ni hablar. Oí cuando me dijo:

-Si…si….¿y qué más…? Sigue….sigue…

-Yo lo hice con viveza, quedando desnudo de la cintura para abajo. Mi tío bajó la tapa de la rodela y se sentó encima de la taza, con la polla bien dura. Me susurró en el acto que teníamos que apurarnos, y me pidió que me sentara sobre sus muslos. Yo, con las piernas temblorosas y el pito endurecido, me fui bajando suavemente sobre él. Casi en seguida sentí que su tiesa pija tiesa rozaba mis nalgas.

-Ouuu… Sigueee…. No te de…tengas… -gemía Paqui-

Sin dejar de admirar lo que Paqui hacía con tanta entrega, y sintiendo que mi pija me pedía a gritos más jalones, continué con mi relato.

-Él me agarró por las axilas y me amoldó con premura sobre su polla. Yo sentía que el aire me faltaba y que el sudor me cubría los brazos y las nalgas. Me metió una mano bajo la grupa y me acomodó la verga entre la raja. Sentí algo nuevo y delicioso porque él tenía la polla ardiendo. Pronto, la tranca me quedó atollada en el canalillo del culo, pero en la parte de fuera. Entonces, comenzó a moverse lento y suave; acompasadamente.

Paqui ya no dijo nada, pues vi que estaba a punto de descargarse. Sólo se concretaba a mirarme de reojo con la vista nublada y difusa, pero con las manos ocupadas.

-Como casi no nos quedaba tiempo, él arreció los vaivenes gimiendo de placer. Yo sudaba profusamente y tenía la camisa empapada. No supe si fue por el sudor o por otra causa que mi tío me desabotonó la camisa. Yo ya no dije nada porque estaba enteramente concentrado en las sápidas sensaciones que concebía entre las nalgas. ¡Eran magníficas!

-Sí…no hay nada…me…jor… -jadeó mi amigo-

Ahora Paqui tenía el rostro cenizo por el esfuerzo.

-Cuando me despojó de la camisa, me alzó los dos brazos. Y entonces, para mi sorpresa, mi tío me metió los dedos en los sobacos y empezó a restregármelos. Los sacó muy mojados de sudor y después los olió con la punta de la nariz. Repitió esta faena varias veces y acabó por meterme la lengua entre las axilas, chupándome la piel sudada. Para mí, esa era una caricia nueva que me recontracalentó. Así que me agarré la pinga y empecé a jalármela también.

-Agggg…ouuuu… -gemía Paqui, extasiado-

-No tardó mucho mi tío en lanzar suspiros y clamores prolongados, hasta que sentí su líquido caliente entre la piel de las nalgas. Cogido de las axilas, me apretaba con fuerza sobre él. Fueron largos segundos de lascivos apretujones hasta que acabó de eyacular. Entonces me soltó, jadeante, y me dijo que me levantara pronto. Tomó la toalla y me limpió los glúteos y las piernas. Luego se aseó él. Me pidió que subiera los pantalones y que me saliera rápido a la calle, y que no regresara hasta que él se hubiera ido a la estación de autobuses.

A esas alturas Paqui había acabado de pajearse, y tenía los dedos atiborrados de esperma.

Yo le dije:

-Cuando volví, todo mundo ya estaba en casa, menos tío Roge. Mi madre me preguntó si lo había visto antes de partir, pero obviamente le dije que no. Y eso fue todo.

-Muy bien hecho, Panchillo –dijo mi amigo, un poco más recuperado- Jamás debe traicionarse a quien nos enseña algo de buena gana.

Yo asentí en silencio. Estaba más que caliente, y ahora deseaba intensamente que fuese Paqui quien me contara lo suyo. Por eso le insté:

-Vamos, Paqui…cuéntame tú ahora.

Mi amigo suspiró, antes de decirme:

-Bueno, lo mío no fue con un familiar ni nada parecido, sino con un desconocido. Pero todo fue una cosa casual….como algo inesperado…o al menos, eso creo.

-Si, continúa. –dije- Tocándome ya el pájaro enhiesto.

-Durante varios días había estado viendo a un hombre como de unos cuarenta años que me miraba insistentemente cuando yo atravesaba la plaza, después de salir de la escuela. Él siempre me esperaba sentado en uno de los bancos. Yo, al principio, lo tomé como cosa natural. Pero con el paso de los días, su impertinencia me puso en alerta.

-¿Se lo dijiste a tus padres? –pregunté-

-No, nunca, porque no tenía nada seguro. Pasaron casi dos meses sin que yo dejara de verlo a diario en el mismo sitio, mirándome con atención mientras caminaba. Pero como nada me decía, yo sólo bajaba la vista intentando desentenderme de él. Tengo que decirte que a mí, en estos los últimos meses, me ha gustado apartarme para buscar los lugares solitarios y alejados para poder hacerme tantas pajas como quiera, sin que nadie me moleste.

-Si, ya lo creo. ¿Pero qué tiene que ver eso con lo otro? –le dije con apremio-

-Espera a que te diga. Cierta tarde de sábado en que me había ido a un potrero lejano, me sucedió lo que te quiero contar. Me había sentado debajo de un árbol solitario, y allí me empecé a pajear sin miramientos, pues sabía que estaba solo. Me hallaba en franca actividad, cuando el desconocido se me apareció de repente, en el momento preciso. No sé si él me había ido siguiendo o qué, pero allí lo tenía junto a mí, mirándome con esos ojos llenos de lascivia.

- Mmmmm… ¿Y qué hiciste? –dije, sacudiéndome el pájaro con fruición-

-Al principio me sobresalté y rápido me guardé la poronga. Pero él me dijo que no lo hiciera. Entonces se sacó la polla y se puso a mear enfrente de mí. Esa fue la primera vez que le vi el miembro a un hombre mayor. Era grande y grueso, y sumamente peludo. Y a mí, como que me confundió verle esa cosa roja entre tanta negrura de pelos.

-¿Por qué? –le solté de repente-

-Es lo que no sé. Pero me sentía como turbado. Y aunque experimenté un poco de temor por tenerlo tan cerca, me quedé sentado viéndolo mear. Soltaba unos chorros fuertes y abundantes, de color amarillo, que mojaban toda la hierba. Cuando acabó, se la empezó a sacudir. Yo lo veía jalársela con fuerza, mientras las gotitas de orín parecían volátiles surtidores flotando por el aire.

-¿Y qué más pasó? –pregunté, comenzando a jadear-

-Él se volteó y me dijo que le siguiera dando a la paja; que no me detuviera, y que tampoco sintiera miedo. Luego, sin decirme nada, se sentó junto a mí. Yo quise ponerme de pie para alejarme, pero él me detuvo por un brazo, pidiéndome casi en tono de súplica que por favor no lo hiciera, que él sólo quería hacerme compañía un rato y luego me dejaría en paz. Me lo dijo en tal tono que, no sé por qué me sentí menos incómodo con sus palabras. Yo sabía que él tenía algún interés en mí, de eso no hay duda, pero aún no entendía lo que pretendía en concreto.

-Bueno, no tenías por qué dudar –dije yo, dándole ánimos para que continuase

-Eso mismo pensé. Entonces me volví a sentar y me lo quedé viendo. Él se sacudió la polla y ésta empezó a ponérsele más dura. Al parecer, mi presencia lo estimulaba, o no sé qué. Yo al principio lo miraba en silencio y luego apartaba la vista para dejar de mirar lo que hacía. Pero después, viendo que el hombre ni se inmutaba, fui tomando más confianza hasta que empecé a observarlo con mayor detenimiento. Cuando la pija se le endureció, sus tironeos se hicieron mucho más violentos.

-Ahhh… qué experiencia tan caliente –expresé yo, con el rubor reflejado en la cara-

-Más rápido de lo que pensé, el hombre se vació. Era mucha, mucha la leche que tiraba. Mucha más de la que nosotros dos drenamos. Pero lo más extraño fue que cuando acabó, sacó un pañuelo, se limpió la pija y las manos, y así sin más, se despidió de mí, dándome las gracias con una gran sonrisa amistosa en los labios.

-¡Vaya! –exclamé- Ese tipo sí que era rápido… y además, educado.

-Si. Pero pasó algo. –dijo Paqui-

-¿Qué cosa? –pregunté intrigado-

-Antes de irse me preguntó que cada cuánto iba yo allí. Seguro tenía algún interés por saberlo. Y aunque yo cambiaba a cada rato de sitios para pajearme, quise mentirle diciéndole que iba todos los sábados por la tarde, si no había algo que me lo impidiera. El tipo me solicitó en tono respetuoso que si no me molestaba yo, que por favor lo dejara venir a él también. Me aseguró que lo que él buscaba era sentirse acompañado porque le hacía mucha falta eso; y que sólo haría lo mismo que acababa de hacer, y nada más. Yo, por una extraña razón, le dije que si él quería, que no había problema porque fuera.

-Guauuuu… -dije- ¡Qué prometedor!

-El sábado que siguió, me fui un poco antes. Y no pasó mucho tiempo para que el hombre llegara. Pero esta vez, como es lógico, nos tratamos ya con más confianza. Platicamos sobre las pajas: ese fue nuestro tema central. Él me dijo que también le gustaba mucho hacerlo, pero que sólo lo podía disfrutar haciéndolo en compañía de otro. Eso era algo que lo volvía loco. Incluso me aseguró que en solitario no podía hacerlo, porque no se le paraba bien la polla.

-Menuda sorpresa –dije yo, jadeando-

-Me preguntó si alguna vez yo lo había hecho acompañado, y le aseguré que nunca. Sin más preámbulos, se sacó la verga y empezó a jalársela, pidiéndome que lo imitara. La tenía completamente endurecida. Al principio, mantuve una actitud de reserva, pero cuando vi la pasión que le imprimió a sus manipuleos, me sentí excitado y también animado a sacarme la mía. Pronto, los dos nos entregábamos al férreo puñeteo que nos hacía temblar de lascivia.

-¿Qué bárbaro! Eso me está gustando –le dije a Paqui, mientras mis manos se bamboleaban trémulas-

-Cuando el desconocido se dio cuenta que yo me iba a venir, me pidió que parara. Yo me detuve y me lo quedé mirando. Entonces me volvió a preguntar si alguien me había hecho alguna vez la paja. Yo le contesté que nunca. Me dijo que si yo quería podíamos probar, aunque sin ningún compromiso, explicándome que era una cosa muy diferente sentir una mano ajena que hacérsela uno mismo. Yo como que dudé un poco. Entonces él me agarró la polla y comenzó a apretármela muy suave, con jalones cortitos y tallamientos dóciles y mansos. Aquello me perdió. Ya sin objetar nada, me tendí de espaldas sobre el suelo. El desconocido cobró bríos y se acercó más a mí.

-Sugueeeee… -alcancé a susurrarle a Paqui, mientras me la jalaba con más fuerza y pasión-

-El hombre me la frotaba con tal suavidad que tuve que cerrar los ojos a causa de la intensidad de las caricias. ¡Era algo fenomenal y sin nombre! Cuando sentí que me salía lo caliente, él ya se había metido mi pene a la boca. Entorné los ojos y vi que él se hallaba inclinado sobre mi pubis chupándomela con suavidad, pero con gran presteza. Entre succión y succión, yo me sentí en la gloria. Nunca antes me la habían mamado, y ahora me daba cuenta de que me había estado perdiendo de lo mejor. ¡Aquel tipo era un experto!

-Oh, no me digas…. –dije trémulo- ¿De verdad se siente tan…bonito…?

-Claro que sí. Para eso no hay palabras. –me aseguró Paqui- Yo me abandoné a la succión porque me gustó. Pero no soporté mucho y me descargué. Creí que el hombre se la sacaría de la boca, pero no lo hizo. Todo lo contrario, arreció los chupamientos y se tragó todo el semen. ¡Eso sí que fue extraordinario, Panchillo!

-Ujuummmm… -exclamé entre dientes-

-¿Tu tío no te enseñó eso? –preguntó Paqui con interés-

Yo sólo negué con la cabeza. Estaba demasiado ocupado para contestarle. Ahora sólo deseaba que me siguiera relatando sus vivencias. El prosiguió:

-Cuando se la sacó de la boca, ya no me quedaba más esperma en los huevos. Pero yo recelé de su actitud al no saber que pudiera hacerse eso. Entonces él, al ver mis vacilaciones, me dijo que no me sintiera así, porque era muy normal que la leche se tragara. Me comentó que aunque yo no lo sabía por ser apenas un chico, la leche del hombre jugaba un papel relevante en las cosas del sexo, en especial en las mujeres. Me aseguró que en las relaciones sexuales, son pocas las parejas que no aprovechan las delicias que el semen puede ofrecer. Me dijo además que era una cosa sumamente apetitosa, de una naturaleza incomparable, que proporcionaba la más alta calentura a quien se decidía a utilizarla. Pero que eso sólo lo podía comprobar quien se atreviera a probarla alguna vez.

Yo estaba casi a punto de explotar por todo lo que Paqui me contaba. Mi amigo siguió hablando:

-Ahora el hombre se había apartado de mí, entregándose a los manoseos de su propia polla. Mientras lo observaba, la pija volvió a ponérseme dura. Cuando vi que él comenzó a jadear con más ardor, me preguntó que si quería probar tantito eso que me había dicho. Yo dudé un poco, aunque en el fondo quería saber a qué sabía. Él me insistía con mucho tiento, pero yo continuaba negándome. Entonces, cambió su estrategia. Me dijo que nada perdería si sólo lo probaba tantito, y que si no me gustaba, que él ya no me lo pediría más. Esta vez sus palabras no me disgustaron, pues aquél me pareció un planteamiento razonable.

Yo asentí, con el rostro colorado, sin dejar de jalármela estremecido.

-Entonces le dije que sí…pero que sólo la probaría tantito. Él se me acercó y me puso la verga frente a la cara. Ví aquel pedazote de carne estiradísima junto a mis labios. Era muy venosa y estaba muy roja a causa de los apretujones. Yo me sentía como extasiado. Con un poco de temor se la agarré y me la acerqué a la boca. Le rocé con los labios la cabeza y la sentí ardorosa. Aquel bulbo moreteado latía como late un pequeño corazón. Por fín me la puse en la boca y la lamí. La exacerbación y la lascivia hicieron presa de mí y pronto me la metí toda. Los gemidos del hombre se dejaron sentir casi enseguida, y en el acto se echó hacia atrás para gozar más de la caricia.

-Ouuuu –exclamé yo- Sigueee….

-Esta vez ya nada impidió que se la chupara como es debido; aunque reconozco que no sabía hacerlo muy bien. Pero él se encargó de enseñarme cómo. Me iba conduciendo con frases suaves diciéndome el modo en que debía proceder; la manera en que debía utilizar los labios y la lengua; y la forma en que tenía que apretar con los bordes de la inflamada cabeza.

-Ufffff….Aughhhh….. –exclamaba yo entre estertores-

-El hombre estaba tan caliente que no pudo aguantarse más y me indicó, entre gimoteos, que iba a estallar. Yo lo miré con embeleso. Ya no me importaba otra cosa en ese momento más que probar el sabor de su semen. Y la explosión pronto llegó. Los surtidores de esperma me llenaron la boca. Y yo comencé a atragantarme con ellos. La leche desbordó las fronteras de mis labios, pero aún así no me la saqué de la boca. ¡Aquello me tenía fascinado!

-Uhhhhhh…. –grité yo, sintiendo los primeros espasmos-

-El tipo me dejó hacer, sin involucrarse ya en mi acción succionadora. Tendido sobre el pasto, él sólo sollozaba como un enajenado, mientras yo continuaba con el palo metido en la boca, catando los últimos resabios blancuzcos y salinos. Luego de muchos minutos de silencio sentí que su polla comenzó a destemplarse, y al fin abandoné la pose mamatoria. El desconocido se fue incorporando lentamente, como si acusara un gran agotamiento, y me miró con ojos tiernos. Luego me estrujó entre sus brazos, como agradeciéndome el favor que le acababa de hacer. Después que nos hubimos aseado, él se acicaló, se despidió cariñosamente y se marchó con rapidez.

El relato de Paqui me había parecido estrujante. Tan estrujante, que me hizo acabar en medio de tremendas convulsiones de lujuria.

Ahora lo escuchaba relajado, mirándolo con atención. Jamás hubiera pensado que un chico pudiese mamar una polla sin sentirse mal de por vida. Pero lo más extraño e increíble era lo que mi amigo me había revelado con tanto detalle.

Yo pensaba que el sabor del semen debía de ser algo asqueroso; algo que debía rechazarse. Y en último término, creía que era una cosa que sólo debían hacer las mujeres. Pero Paqui me estaba confirmando que no era así. Por eso lo observaba de ese modo, con una mezcla de fascinación, admiración y raro regocijo.

-¿Y no se siguieron viendo? –le pregunté de repente-

Paqui suspiró.

-Si, varias veces. –respondió-

Volví a mirarlo con atención, como buscando en su rostro alguna huella de todo lo que me había contado. ¡Pero lo veía tan natural!

-Dime, amigo –le inquirí- ¿Hicieron alguna otra cosa que no me hayas platicado?

Paqui se sonrojó, pero se quedó callado. Eso me hizo sospechar que se estaba guardando algo.

-Vamos, Paqui –insistí- Quedamos en que nos lo contaríamos todo.

Él afirmó con la cabeza. Luego dijo:

-A partir de entonces, cada sábado por la tarde volvía al potrero para verme con él. Debieron ser unas cinco o seis veces en total, hasta que él dejó de ir.

-¡Cómo! –exclamé asombrado- ¿Dices que dejó de ir?

Mi amigo movió la cabeza, sonriendo:

-Si –me contestó- Nunca volví a verlo. Y lo peor es que jamás supe la razón.

-¡Vaya! –dije yo- Eso si que no lo comprendo.

-Tampoco yo. –afirmó Paqui, con desasosiego-

-¿Será que no le gustó algo que hiciste o que dijiste?

Paqui se quedó pensativo, antes de expresar:

-No lo creo. Las cosas siempre fueron bien entre nosotros…–dijo con convicción-

-Hummm…pues bueno, si tú no sabes la causa, menos la sabré yo. –comenté sincero-

-Y creo que nunca la conoceré tampoco. Lo he buscado en muchos sitios; me he pasado horas enteras sentado en la misma banquilla donde lo veía al principio. Lo he esperado inútilmente muchos sábados por la tarde hasta después que ha oscurecido. Pero ni rastros de él.

-¿Se iría acaso de aquí? –comenté- ¿Tendría algún problema?

-Cualquier cosa puede ser, pero no puedo afirmarlo.

-Bueno, ni modo. –dije al fin- Pero cuéntame alguna otra cosa que hayan hecho antes de que él desapareciera.

Mi amigo se me quedó mirando con lubricidad, y yo no fui ajeno a su modo de observarme.

Me veía la pija semi flácida manchada de restos lechosos y el pubis lampiño que se asomaba entre la abierta tela de mi pantalón. Él dijo entonces:

-Las siguientes dos o tres ocasiones posteriores a aquella primera tarde en que me enseñó a chupársela, solamente nos dedicamos a mamarnos nuestras pollas hasta sacarnos toda la leche. Eso era algo que nos encantaba hacer. Pero nuestra confianza fue creciendo, como es lógico, y él pudo enseñarme muchas cosas al respecto.

-Si, ya lo creo. –dije-

-Pero a la tercera o cuarta vez sucedió algo que…

Paqui me miró un poco confuso; como si de repente se estuviese arrepintiendo de seguir revelándome sus cosas.

Yo le animé a decírmelo todo, bajo la firme promesa de nunca decírselo a nadie. Él me dijo:

-Es que es algo que….me da un poco de miedo contar…

-Es algo sucio ¿No? –le solté de pronto-

El asintió.

-Bueno, entonces, cuéntamelo todo. Te sentirás mejor cuando lo hagas. –dije, sin saber en dónde había oído decir aquella frase.

Pensaba que quizás fuera producto de alguna vieja película que en ocasiones veíamos con mis padres. Pero me felicité por pronunciarla cuando noté la reacción de Paqui, quien animándose por fin, me dijo:

-Esa tercera o cuarta vez que nos vimos sucedió algo que jamás pensé que haríamos, pero así fue. Él ya me había chupado varias veces hasta dejarme seco, pero tú sabes que nosotros podemos reponernos rápido de eso. Pero él no podía hacer lo mismo. Él solamente se descargaba una sola vez, y después ya no podía hacerlo más. La cuestión fue que esa tarde, mientras yo le mamaba la pija, él me dijo antes de eyacular que parara tantito. A mi me extrañó que me pidiera eso, pues sabía que le encantaba explotar dentro de mi boca.

-Oh, eso es fantástico, Paqui –le dije, sintiendo de nuevo los rigores de la erección-

-Le pregunté por qué quería que parara, y me dijo que no me preocupara, que todo estaba bien, que sólo deseaba retardar un poco la descarga. Yo aproveché la pausa para ponerme a mear. Cuando acabé, él me comentó de repente que había otra cosa que podíamos hacer que nos proporcionaría más placer que el que estábamos disfrutando con las chupadas.

-Hummm… -alcancé a decir, sin desear interrumpirlo-

-Le dije que me explicara bien qué era y el me respondió que sólo me lo diría si yo le prometía antes que lo probaríamos juntos. Su petición no me extrañó tanto viniendo de él, porque yo sabía que aunque se mostraba muy cariñoso conmigo, también era un poco suspicaz en sus cosas; o no sé bien cómo explicarlo. Así que lo pensé un poco y después acepté.

-¿Por qué no te negaste? –le interrumpí a propósito, deseando conocer el punto de vista de mi amigo.

-No lo sé. –dijo Paqui- Sólo puedo decir que nuestra confianza había aumentado, y que tal vez haya sido por eso, o por su manera de tratarme, pero no lo sé bien. La cosa fue que acepté sin saber lo que era. Cuando le di el sí, él se puso muy contento, pero me pidió que se la siguiera chupando, y que no me lo diría hasta el momento preciso.

-Bueno, sí. Eso tampoco tiene nada de malo. –dije yo, alentándolo a continuar-

-Se la chupé como siempre lo hacía, con mucho ímpetu y ardor. Él había sido hasta ahora mi maestro del sexo, pero era también mi amante; mi único amante, aunque fuésemos del mismo género. Los primeros días había sufrido un poco con los remordimientos. Sabía que no estaba bien hacer eso con alguien que era del mismo sexo que yo. Pero después, a medida que él mismo me explicaba muchas cosas que yo desconocía, lo fui aceptando poco a poco. Por eso ahora ya no me sentía tan mal, sino que disfrutaba de todo como el adolescente que era.

-Eso está muy bien –dije yo, estremecido hasta la médula- Pero sigue…

-Cuando estaba casi a punto de eyacular, entonces me lo dijo. Me pidió que me la sacara de la boca y que después me quitara la ropa. Yo, al principio, no sabía si continuar o no con eso, aunque se lo hubiera prometido. Pero él se encargó de convencerme con palabras suaves y efusivas. Destilaba tal devoción y afecto en sus conceptos, que al fin accedí a hacerlo gustoso. Cuando me hallé desnudo, él me tomó por las manos, me volteó con lentitud y comenzó a frotarme las nalgas con fervor y ternura. Al mismo tiempo me estrujaba la polla con sus dedos y la lujuria brotó por todos los poros de mi cuerpo. Pronto, empecé a sollozar y a pedirle que me lo siguiera haciendo; porque yo ansiaba sentir más. Para entonces, uno de sus dedos ya me frotaba el centro del culo y se movía como rehilete provocándome las más altas sensaciones que hubiera sentido.

-Ahhh…sigue por favor –dije anheloso-

-Ahora era yo mismo quien me abría los glúteos con la clara intención de sentir mejor el trabajo de su dedo en mi trasero. Habiendo considerado que era el momento propicio para actuar, él mismo se encargó de inclinar mi cuerpo de tal modo que mis rodillas quedasen sobre el suelo. Me dobló un poco de la cintura hasta que mis manos tocaron la hierba y se me acomodó detrás. Escupió varias veces en la mano y me puso saliva en la entradita. Luego se refregó la humedad en la polla.

-Ohhhh –susurré-

- Yo sabía que al meterme su gran poronga por el ano me causaría mucho dolor. Pero cualquier temor o miedo que pudiera haber sentido al darme cuenta de lo que él deseaba hacerme, se habían esfumado. Y se habían esfumado por efecto de la pasión y la lujuria que estaba sintiendo. Ahora, inclinado en cuatro patas esperando el ataque, sólo tenía sentidos para lo que él habría de hacerme, anhelando la arremetida con todo el furor de que era capaz de desear.

-Ahhh…. Sigue por favor… -exclamé-

-Colocó su cabeza embadurnada y salivosa en la entrada de mi ano, y comenzó a empujarla con mucho tiento y suavidad, desplegando tal ternura que yo casi lloraba de la brama. Aún cuando jamás la había sentido allí donde ahora la tenía, era tal la carga lujuriosa que me provocaba, que cualquier sentimiento erótico, por fuerte que fuera, se quedaba corto. Supe en aquel justo momento que ya era tarde para dar marcha atrás. Pero… ¿Quién pensaba en eso?

-Ayyy…por… favor… -alcancé a exclamar entre jadeos-

-Por fin el bulbo se abrió camino como una sonda exploradora que horada la tierra en busca de combustible. Debió meterme casi la mirad de la verga, pues la sentía palpitar entre los pliegues del culo. Los temblores que sentía embramaban más a mi atacante, que continuaba entregado por completo a su labor. Como nunca me habían metido un pene por detrás, es muy natural que por lo extremoso y apretado de mi conducto, mi compañero se sintiera impelido a desbordar su ración lechosa dentro de mi canal, sin aguantar más tiempo. Y aunque yo hubiera deseado continuar, nada podía hacer para impedirlo.

-Ahhh…Ahhh…. –grité yo, viniéndome en medio terrible convulsiones-

-Él se derramó en cadenas interminables de esperma, que sentí por primera vez quemarme las paredes del recto. ¡El placer era indescriptible! Tanto que, casi en sincronía con mi desflorador, los borbollones de semen me brotaron con fuerza por la punta del pito, causándome los más altos goces de que tenga memoria. No se si por su edad o porque acusara algún desgaste, el hombre se salió de mi gruta casi en seguida. El miembro se le había puesto flaco y aguado, y ya no dio para más por aquel día.

-Ouuuuuuu… –dije yo, deleitándome con los últimos espasmos-

-No puedo negar que me había dejado con las ganas de sentirlo todo adentro. Pero yo sabía que por ahora ya no habría posibilidades. Tampoco fueron tantos los estragos que me provocó aquella primera penetración, quizás porque no me la pudo meter toda, o no sé por qué causa. Como solía hacer siempre, él se apresuró a limpiarse y a vestirse, y dándome un beso tierno, se alejó por la campiña, no sin antes decirme que no fallara el siguiente sábado.

-¡Qué cosa tan hermosa! –dije yo, ya recuperado de la explosión espermática-

-Es obvio que no fallé al siguiente sábado, pues ahora esperaba algo más que lo que me había dado la ocasión anterior. Admito que era tanta la brama que había alentado durante la semana, que esta vez no acepté nada de chupadas, prefiriendo ir directo al grano. Yo deseaba en el fondo que él no se desgastara en labores preliminares. Y esta vez, cuando vi que su pija alcanzó la plenitud, le pedí que me la pusiera por detrás y me la metiera sin demora.

-¡Ah, vaya! –exclamé asombrado-

-Habiendo hecho los preparativos del caso, untando de saliva mi culo y su gran polla, me puse en cuatro y esperé por segunda ocasión sus fantásticas acometidas. El hombre se esmeró al máximo en cogerme aquella tarde, pues sin abandonar su gran tacto y devoción para írmela metiendo despacio y con delicadeza, halló de mi parte tal disposición que yo mismo me echaba para atrás a fin de que la penetración fuese consumada. Era más que lógico que muy pronto completase su labor de empalamiento, al sentir los pelos del pubis refregarse contra mis ahítas nalgas.

-Huuuyyy…ricoooo –dije yo-

-Si, muy rico. –confirmó Paqui- Y ese sábado, el último sábado que lo ví, por primera y única vez me sentí traspasado. Con él ya no hubo otra ocasión. Ni con nadie más.

-¿No? –pregunté-

-No. –afirmó Paqui- No niego que después no haya habido algunos otros intentos con alguien más, pero nunca pasó de eso.

-¿Me lo contarás luego? –dije yo, bastante interesado en el tema-

Paqui asintió, antes de proseguir.

-Se comenzó a mover con cadencia, empujando suave y lento. Yo lo sentía poderosamente empotrado; tan embutido, que su cabeza debió tocar algún órgano interno, pues sentía un poco de molestias cuando se mecía y se empujaba con fuerza sobre mí. Los empellones eran sublimes, y mi pito rociaba sin parar cantidades industriales de ardiente leche. Pero como dije, el tipo no era dado a soportar mucho tiempo la eyaculación, y menos en un ducto tan reducido como el mío.

-Si –dije- Es muy normal.

-Pronto empezó a eyacular en mi interior bufando como un poseso. Al sentir las riadas de semen, yo también me moví con soltura y decisión desafiando el dolor que me producían sus salvajes ataques posteriores. Nuestros gritos eran febriles, y la intensidad de los orgasmos rebasaba cualquier expectativa. Pero después de la tempestad suele arribar la calma. Muy pronto sentí cómo su polla se iba reduciendo de tamaño, hasta que se me salió del laberinto mojoso.

-Qué historia tan interesante –dije yo en tono aprobatorio- ¿Y qué sucedió después?

-Como te dije, aquella fue la última vez que lo ví. Luego de haberse venido dentro de mí y de habérseme salido su pedazo de mi conducto, se dio a limpiarse el pene. Me aseó también a mí; comenzamos a vestirnos, y después nos despedimos, quedando de volver a vernos el siguiente sábado. Pero jamás regresó.

-Oye –dije yo- ¿Y nunca averiguaste en dónde vivía? ¿Nunca se lo preguntaste?

-Sólo una vez, pero él nunca quiso decírmelo. Me aseguró que así era mejor para los dos. Y creo que tenía razón. –contestó Paqui, con los ojos apretados.

-Si…puede ser –afirmé yo pensativo-

Se hizo un largo silencio entre los dos.

Yo miraba a Paqui y él me observaba a mí. El ansia que se reflejaba en nuestros ojos era tan patente, que casi podríamos gritarla con nuestras bocas.

Pero aún así, no nos atrevíamos a nada.

Recordando que mi amigo tenía un pendiente por aclarar, le espeté:

-Cuéntame ahora sobre los otros intentos. Tú mismo dijiste que después hubo algo. ¿Cómo sucedió?

Paqui entornó los ojos y se puso a recordar. Luego dijo:

-Bueno, eso sucedió en efecto; pero fue algo que no pasó a mayores.

-¿Puedo saberlo? –inquirí con aprensión-

-¿Por qué no? –dijo mi amigo- Ya te revelé lo más difícil.

-Pues cuéntame…cuéntame… -dije estremecido-

-Fue con Remigio, el hijo del dueño del estanquillo.

-¡No me digas! Su padre fue quien me prestó la revista. –dije con sorpresa- Pero oye, Remigio apenas si tendrá los ocho años.

-Si, pero es bien caliente el condenado chiquillo. –dijo Paqui- Si no, escucha lo que te digo.

Yo asentí, decidido a oír a mi amigo.

-Todo sucedió hace como dos semanas –comenzó- Yo estaba jugando con la pandilla, y Remigio también andaba allí. Al principio sólo se juntaba con los más pequeños, pero luego, comenzó a irse con los más grandes. Entre juego y juego, empezó a buscarme a mí. Al rato, sólo se iba a esconder conmigo, pero yo no decía nada.

-Si, continúa –dije yo-

-En cierto momento, Remigio comenzó a repegarse a mis piernas mientras esperábamos a que nos encontraran. Como era de noche, nadie nos veía. Tú sabes como es eso. Pero de repente, él se me arrejuntó más y se refregaba contra mí. Aquello no me disgustó, sino que me recordó lo que había hecho no hacía mucho con aquel desconocido.

-Ya entiendo –comenté con aire de comprensión- Pero sigue…

-Durante las siguientes sesiones, ya Remigio no se apartó nunca de mí, ni yo de él. Es algo demasiado emocionante para dejarlo. Tú lo sabes.

-Sí –dije yo- ¿Y qué pasó?

-Bueno, como ví que el pequeño no dejaba de incitarme, lo tomé por los brazos y me lo senté en las piernas. Él, en vez de molestarse, no dijo nada. Eso era signo de aceptación. Le bajé los pantalones y la trusa y me saqué el tolete. Ya lo tenía bien duro. Se la puse a Remigio entre las nalgas y empecé a removerlo sobre la tranca. Él sólo cerraba los ojos como disfrutando el repelón.

-Mmmm…Quiere decir que le gusta –dije- ¿Y no se la metiste?

-Lo intenté, pero no pude. Si vieras lo difícil que es abrirle el esfínter a un niño de esa edad. Además, me dio temor. ¿Qué tal si se lo decía a su padre? Habría un problemón que para que te cuento. –comentó Paqui con razón-

-Si, es cierto –asentí- En esos casos no hay que meterse tanto. Es mejor hacerlo con alguien más grande, que no de problemas.

Paqui se me quedó viendo con lascivia.

-Por lo menos tiene que tener nuestra edad ¿No crees? –me dijo de repente-

Yo lo miré y me sonrojé profundamente. Sabía por qué me lo decía.

-Exacto –alcancé a decir sin dejar de mirarlo a los ojos-

Me daba cuenta que tanto Paqui como yo éramos los chicos más calientes del barrio, sin duda alguna. Buscábamos las emociones más fuertes y siempre estábamos dispuestos a experimentar, siempre que se tratara de aprender las cosas nuevas del sexo.

Por eso le dije:

-¿Piensas lo mismo que yo estoy pensando?

Él movió la cabea y respondió:

-Si…creo que sí.

Mi pene se puso tan tenso como el acero. Y noté que el bulto de Paqui estaba igual.

Ya no había mañana.

Nos acercamos más hasta sentir mutuamente el aire caliente que salía de nuestras bocas.

Siempre he sostenido que la oscuridad suele ser, en muchos aspectos, cómplice y coautora de los acontecimientos sexuales.

Y esa noche, digo yo, estaba prescrito que habría de experimentar mi primer acercamiento sin siquiera sospecharlo.

Si. Mi primer acercamiento. Y también, mi primera cogida.

 

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