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Animals (2)

en Zoofilia

Animals (2)

Autor: Incestuosa

elkaschwartzman@yahoo.es

elkaschwartzman@hotmail.com

 

 

 

Cap. IV

 

Con la bola de betabel me gocé muchas veces, en preparación al encuentro definitivo que fraguaba tener con Jaque.

Yo estaba contento porque el magnífico vegetal me fue aperturando el culo tal como yo deseaba. Sabía que en adelante tendría el aforo suficiente para aguantar con más confianza el grueso alvéolo del macho. Por supuesto que durante ese largo período de prácticas anales yo seguí fortaleciendo mis relaciones con el gran ovejero, llevándolo por las noches a la privacidad de mi chalet.

Pronto se había acostumbrado a recibir de mi mano las deliciosas croquetas y una variedad de golosinas lácteas que tanto le gustaban. Es obvio que con el paso de los días su confianza iba en aumento, pero no por eso me precipitaba.

Continué con mi plan en medio de los deliciosos escarceos nocturnos y los largos jugueteos manuales que fueron provocando que el perro no deseara irse al final de mi casa. A veces hasta tenía que engañarlo de alguna forma para poder sacarlo al patio después de haber tenido una larga sesión amistosa. Pero no estaba dispuesto a echar a perder mi estrategia.

A pesar de todo no había querido intentar nada, deseando avanzar más hasta lograr el máximo punto de confianza. Estaba decidido a iniciarlo en forma lenta y seductora, de tal manera que se fuese acostumbrando a pasar el mayor tiempo conmigo sin que se sintiera nunca agredido.

Sabía por otra parte que para lograrlo tenía que demostrar por lo menos dos virtudes. Primero, la paciencia. Si no era paciente y tolerante con él no podría seducirlo, pues los animales son listos, tienen sentimientos e instintos desarrollados, y Jaque en particular era especial en eso.

Segundo, la comprensión. Si no entendía que el animal era un ser limitado y que no actuaría conforme a mis pensamientos, sino atendiendo a su propia naturaleza, erraría en absoluto.

Con esas dos premisas en mano seguí trabajando sus emociones procurando esconder las mías, y por qué no, hasta esforzándome en reprimir mis anhelos y ansiedades por causa de nuestro diario contacto.

La primera noche que consideré conveniente dar el siguiente paso fue muchos días después de haber comenzado mi estrategia. Para entonces nuestra amistad rebasaba ya los niveles convencionales y todo estaba listo para actuar en consecuencia.

Esa madrugada, después de entrar en mi chalet y de haberse saciado con los antojos de su preferencia, me quité por primera vez la ropa y me presenté desnudo ante él. Jaque me miró como si nada, y siguió husmeando por la cocina buscando más comida. Utilizando señales le insté a que me siguiera hasta mi dormitorio.

Estando dentro del cuarto, y sabiendo lo mucho que le agradaban las caricias, mis manos iniciaron con maestría el clásico masajeo sobre su brillante pelaje.

Minutos después el hermoso animal se abandonó a mi tacto dejándose caer voluptuosamente sobre la alfombra. Mis dedos serpenteaban voluptuosamente por todo su cuerpo, provocando que el noble animal se distendiera cuán largo es. No tardó mucho en recostarse sobre su lomo para quedar prácticamente con las patas hacia arriba.

Tal posición era en verdad atrayente y sugestiva, pues me ofrecía una visión perfecta de su anatomía, destacando la brillante y suave pelambre que cubría su ancho vientre, permitiéndome al mismo tiempo deslizar mis manos en toda esa región con toda soltura.

Sin detener el curso de mis manos centré mi interés en esa hermosa parte de su cuerpo que quedaba tan cerca de su región prohibida. Pensaba que acariciar un buen rato esa zona debía generar alguna señal lasciva en el perro.

El animal ronroneaba de placer con los ojos cerrados y sus patas se emblandecían y se doblaban como si fuesen de hule. ¡Tal era su entrega a causa de mis tocamientos! Mas no por ello me precipitaba. Deslicé las yemas de los dedos haciendo círculos por todo su bajo vientre sin detenerme en ningún punto.

Jaque continuaba extasiado disfrutando de la placentera manipulación. Con mis falanges hundidas entre el soberbio pelaje, no dejaba de contemplar al perro, esperando ver algún indicio que favoreciera mis planes. Pero nada descubría en particular. Esperaba al menos que la reacción del animal fuese como muchos la cuentan: Que me mostrase por lo menos la punta saliente de su pito como consecuencia de mis tocamientos. Esperaba que Jaque se excitara como se excita una persona. Pero no fue así.

Confieso que en cierto modo me sentí decepcionado por la situación, pero solamente estaba viviendo la realidad. Y no es que el perro estuviese desgastado, o no quisiera conmigo, o estuviese sin ganas, o algo parecido. Lo cierto es que necesitaba de una poderosa motivación que rebasara el efecto de las simples caricias.

Dándome cuenta que tenía que hacer acopio de toda la paciencia del mundo, seguí acariciándolo por largo tiempo hasta que se quedó quieto. ¡El perro se había dormido! El cansancio había hecho mella también en mí y por primera vez lo dejé quedarse dentro. Puse el despertador para levantarme más temprano, pues no deseaba que doña Nico se diera cuenta de nada.

Los días que siguieron los dediqué a la afanosa búsqueda de información sobre conducta animal, intentando obtener algo relacionado con el comportamiento y la sexualidad canina. Tuve la suerte de hallar cierta página dedicada al contacto humano con perros y revisé su contenido. Además de los típicos consejos del caso, lo mejor fue aprender los dos principios básicos para lograr el contacto sexual. Fue allí donde conocí que estos animales reaccionan únicamente a sus dos principales instintos: el olfato y el gusto.

Para satisfacer el primero había que disponer de los olores típicos del celo, y eso sólo podría obtenerlo de una hembra. El otro era el arte de ayudarse de los sabores. El secreto de éste último consistía en embadurnar del condimento favorito la parte que deseaba utilizarse en el encuentro zoofílico.

Como relámpago vinieron a mi mente los añejos recuerdos. Yo mismo había utilizado años atrás, sin ser un teórico, los achocolatados lácteos para lograr que la perrita marrón me mamara la polla. La confirmación de eso me alegró profundamente.

Pero tenía que resolver la cuestión si quería seducir a Jaque. Consideré que el hacerme de una perra era algo inconveniente, pues además de despertar sospechas en mi casera corría el riesgo de que Jaque ni se ocupara de mí por preferir a la hembra, lo cual era más que lógico. Pero lo que sí podía era hacer uso de las viandas que más le gustaban a mi amiguito.

Seguro de que una buena ración de mermelada o cualquier otra provisión saborizada, puesta en el sitio correcto, haría las delicias del goloso ovejero, quise ponerme en acción esa misma noche. Habiendo esperado la hora adecuada, fui por Jaque y lo introduje como siempre en mi casa.

Después de dedicar cierto tiempo a las dádivas, los juegos y las caricias, lo llevé a mi recámara y me desnudé completamente. Por supuesto que me había provisto de suficiente mermelada y de una buena provisión de miel para lo que se ofreciera.

De nueva cuenta me sacié de acariciarlo hasta que él mismo se puso en posición, con las patas hacia arriba, dejando al descubierto su región genital. Pero por más que manipulé su zona baja, no noté ningún tipo de alteración en su pene. Decidido a probar suerte con los ingredientes, me di a la tarea de embadurnarme la raja del culo con mucha mermelada.

Luego me tendí sobre la cama boca arriba, con las plantas de los pies en el borde y las rodillas abiertas, dejando en la orilla mis nalgas. Hice una señal a Jaque para que me viera y después dirigí la mano hacia mi culo. El perro levantó la cabeza y jadeó. Al parecer no comprendía mis órdenes.

Levanté varias veces mi grupa del colchón al tiempo que le señalaba con mis dedos la zona trasera embadurnada de miel. El animal por fin se levantó del piso y acercó su hocico a mi trasero. Sentí primero el soplo de su nariz olisqueando mi región posterior. Era un aire tibio y delicado. Luego fue la punta de la trompa la que se pegó a mis nalgas. Por unos segundos se mantuvo oliendo esa parte hasta que al fin se animó.

No fue la punta sino la paleta de su caliente y larga lengua la que sentí que comenzó a frotarse entre mis glúteos. Lengüeteó la mermelada con fruición, chasqueando con fuerza mientras deglutaba el azucarado sabor meloso. El grosero movimiento de su trompa en esa parte tan sensible me provocó intensísimos estremecimientos de lascivia. Era su lengua como una gruesa serpiente que se frotaba velozmente sobre la delicada epidermis de mi culo.

Por unos momentos estuvo Jaque relamiendo la mermelada hasta que acabó con ella. Yo esperaba que el perro continuara trabajándome con su lengua aún después de terminarse la golosina. Pero no fue así. De nueva cuenta me decepcionaba su proceder, pues de repente se alejó y fue a echarse sobre la alfombra.

Por demás está decir que me hallaba tan excitado que sentí ganas de maldecir al can por tan decepcionante conducta. Pero sabía que tenía que ser tolerante. De momento pensé que estar recibiendo las caricias linguales del perro de esa forma, de poco en poquito, no sería tan placentero como esperaba. ¡Tenía que ser paciente!

Haciendo acopio de más paciencia, me enderecé y repetí la operación de embarrarme el culo con miel. Acomodándome en la misma pose, insté otra vez al perro con señales para que se me acercara. Jaque volvió a meter su hocico entre mis nalgas, las cuales abría yo mismo con mis manos, mientras su lengua atacaba ferozmente el pegajoso dulce.

¡Oh sensación tan deliciosa! Tenía que reconocer que las sensacionales caricias que disfrutaba en el culo nada le pedían a las sabrosas chupadas en mi verga que me proporcionara mi antigua amante canina. ¡El placer era tan parecido!

Nuevamente el animal se dio gusto lamiendo y relamiendo mis nalgas a lo largo de mi raja abierta, sobre la suave piel de mis dos cachetes y sobre la parte baja de mis testículos. Pero cuando acabó con la provisión se retiró hacia el suelo, echándose sobre la alfombra.

Esa actitud desdeñosa y tan falta de interés hizo que me saliera de mis casillas, me llenara de ira y decidiera abandonar mis intentos por seguir. De hecho la actitud de Jaque había acabado con mi libido. Luego de acomodar todo saqué al perro al patio y me fui a dormir.

Por varios días me olvidé del plan y no hice intento alguno por repetir mi accionar con el macho. Y aunque continuaba alimentándolo por las noches como tenía por costumbre, lo hacía de forma totalmente desinteresada. Pero cierta noche en que jugábamos los dos entre bocado y bocado, vi algo que despertó mis ocultos deseos.

Repentinamente, no sé por qué causa, el animal mostraba como nunca antes un pedazo de su pija colorada de fuera. Después de los fracasos anteriores, el impacto de verlo así fue brutal. La visión estimuló mis frustrados deseos y decidí reiniciar el plan que había fraguado.

Rápidamente me hice de lo necesario y lo conduje hacia mi recámara. Luego de embadurnarme la raja con mermelada de fresa me volví a poner en posición, recostado sobre el colchón con las piernas abiertas. Jaque se me acercó e inició el feroz lengüeteo sobre mi culo, hasta que lo dejó limpio.

Pero de nuevo lo vi alejarse y sentarse sobre la alfombra. Me incorporé y eché un vistazo a su herramienta, viendo que ésta había salido aún más que antes. El gran cañón rojizo y venoso se erguía desafiante ante mis ojos. Vi que casi la mitad de su pene había surgido de su felposa funda.

La lujuria y la lascivia hicieron presa de mi mente, y sólo anhelaba que Jaque me montara. Una vez más intenté atraer su atención sobre mí sin resultados. Decepcionado por su falta de reacción abandoné por segunda vez mis intentos, casi convencido de que el enorme ovejero no era un can para realizar ese tipo de prácticas.

Casi dos semanas transcurrieron desde que decidí no volver a importunar a Jaque con mis depravados instintos. Y aunque desconocía la verdadera causa por la cual él jamás se interesó en tener sexo conmigo, yo preferí olvidarme definitivamente del asunto.

No obstante, se había hecho una costumbre para él acudir a visitarme por las noches para conseguir sus raciones de croquetas y golosinas que tanto le gustaban. Cuando estaba conmigo no dejaba de jugar y acariciarlo, pero ya sin ningún interés sexual de por medio.

A los pocos días, al llegar a casa, me encontré con la novedad de que otra hembra había sido traída para probar suerte con Jaque, lo cual me dio gusto por el hecho de poder siquiera verlos coger durante la noche. En el momento propicio me salí de la casa y busqué a la pareja por el patio.

Y allí me llevé una sorpresa. Por alguna razón que ignoro, la hembrita no dejaba que Jaque la montara. Éste se esmeraba, caliente sin duda, por subírsele a los lomos sin poder conseguirlo. La perra, cuando sentía el peso de las patas del macho sobre sus lomos, huía despavorida alejándose de él.

Tal espectáculo al principio me sorprendió, pero después, al ver que la escena se repetía incansablemente, consideré que quizá la perrita, aunque se hallaba en celo, era primeriza, y el temor no la dejaba actuar como debía. Ignoro igualmente si el tamaño del macho la intimidaba aún más, pues se trataba de una perra de raza pequeña.

Sin estar seguro de mis conclusiones, lo cierto era que el acto sexual no se consumaba, provocando en el macho ovejero reacciones tan febriles como violentas, pues ladraba y gruñía con ferocidad. Para colmo, el tremendo aparato de su verga se hallaba en completo estado de endurecimiento, y el alvéolo le sobresalía ya en la parte de atrás.

No sé decir de dónde me vino la idea. ¡Era una locura! Después de pensármelo mucho, concluí allí mismo que nada perdería con probar. Busqué acercarme a la hembrita, que se hallaba a pocos pasos de mí, y comencé a hacerle caricias.

Cuando la tuve a modo comencé a tocarle su cosita, intentando dedearla con suavidad. Al principio la noté como tensa, pero curiosamente vi que volteaba a ver al macho que estaba lejos, y tal vez por eso se dejó hacer todo sin problemas.

Con el mayor tacto posible pude al fin hundirle un dedo y empecé a moverlo lentamente. La hembrita levantó su colita como invitándome a continuar con la caricia. Eso contribuyó a que empezara a bombearla con suavidad. De cuando en cuando sacaba mi dedo y frotaba su humedad en la palma de mi mano desocupada.

Veía a Jaque rondar la escena con su herramienta de fuera, pero no se atrevía a intentar montarla pues mi presencia al parecer lo inhibía. Continué con mi práctica recolectora hasta que calculé tener suficiente líquido vulvar. Acto seguido me dirigí hacia el chalet y me hice de algunas croquetas.

Llamé a Jaque, que se acercó hasta la puerta. Con las señales de costumbre lo llevé hacia el interior, cerrando tras él. Ya en mi dormitorio, hice un reguero de croquetas sobre la alfombra para mantenerlo ocupado, mientas me desnudaba.

Hallándome sin ropas me tallé con fuerzas en la raja de mi culo todos los efluvios que manaron de la cuquita de la hembra, Una y otra vez refregué mi mano a fin de que la original esencia quedase grabada en mi trasero. Luego me recosté de espaldas sobre la orilla de la cama, dejando mis glúteos a su vista y disposición.

Más rápido de lo que yo esperaba, el macho abandonó las croquetas que aún no se acababa de comer, y se abalanzó con ansias sobre mis abiertas piernas. De un vistazo admiré el palpitante vergón provisto de aquella monstruosa pelota violácea que colgaba infame en el centro de su entrepierna, como si fuese una guanábana madura.

Una intensa oleada de lujuria se apoderó de mí, provocándome los más inconfesables deseos que un hombre pueda tener en su vida. Me di cuenta que Jaque hacía vanos intentos por penetrarme sin lograrlo. Por más que quise acomodarme deslizándome más abajo o haciéndome a un lado, nuestro acoplamiento fue imposible.

Maldiciendo a todos los diablos habidos y por haber, me bajé de la cama desesperado ante lo inútil de sus esfuerzos. ¿Qué estaba pasando? Obnubilado por la lascivia del momento y recordando los fracasos anteriores, no alcanzaba a concebir en absoluto una manera más fácil para hacer realidad mis anhelos.

Pero fue el mismo Jaque quien me indujo con su siguiente actuación a clarificar mi mente. Hallándome de pie sobre la alfombra, el animal me puso de pronto sus patas delanteras sobre la parte trasera de piernas, como intentando montarse. Fue allí, justo en ese instante, cuando comprendí lo que él deseaba.

Y también entendí que había estado cometiendo un grave error al querer realizar el montaje del perro en la posición del misionero, con mi cuerpo sobre la cama. Supuse, y supuse bien, que Jaque no estaba acostumbrado a esa pose. Nunca la había conocido y registrado antes, y por tanto no intentaría nunca un acoplamiento de ese modo. Había sido por eso que, después de lamer la mermelada, se había retirado de mí sin ninguna reacción de su parte.

Jugándome el todo por el todo, busqué rápidamente en mi buró la crema inductora que utilizaba para jugar analmente con el betabel. Mientras embadurnaba tiernamente con ella la polla del perro, éste no dejaba de husmear mi trasero emitiendo leves gemidos de brama. Había olido el penetrante y potente aroma del celo de la hembra en mi culo, y ahora sólo ansiaba montarme.

Sumamente estimulado por la perspectiva, me dejé caer de rodillas en el suave piso. Desde mi nueva posición distinguí su portentoso bastión moreteado, que embarrado del blanco aceite se movía incansablemente hacia todos lados buscando afanosamente el agujero que acababa de oler.

Yo no quise hacerlo trabajar de más, y me fui acomodando con apasionada voluptuosidad de tal modo que mis glúteos quedasen justo frente a su trompa. Más rápido que el rayo el macho empezó a olisquear con desesperación mis nalgas, pero sin intentar relamer para nada mi raja. Estaba visto que lo que ahora únicamente deseaba era penetrar con su falo aquel conducto con olor a hembra; con sabor a celo.

Temblando de lujuria, el can se lanzó como flecha alargando su cuerpo hacia arriba e intentando montarme con locura. Sentí sus extremidades frontales posarse desesperadamente alrededor de mis caderas, al tiempo que su lengua sobresalía jadeante de su hocico, sintiéndola babeante sobre mi nuca.

Sus patas delanteras resbalaban por mis caderas al no poder afianzarse del todo por la falta de práctica. Yo permanecía atento a todo pero sin hacer movimiento alguno, pues no deseaba interferir en lo que era una absoluta competencia del perro. Aún así modificaba levemente mi postura con el fin de que él pudiese colocar su pija en mi palpitante conducto trasero.

Luego de una larga espera, entre tanteo y tanteo, por fin sentí el toqueteo de la carne dura y caliente entre mis nalgas. La resbaladiza y filosa puntilla golpeaba sucesivamente entre mis cachetes sin hallar el centro del agujero que buscaba penetrar. Desesperado y ansioso ante los fallidos ataques, cometí el error de intervenir moviendo mi grupa hacia atrás.

Jaque, interpretando quizá mi movimiento como una orden, perdió el equilibrio y saltó hacia un lado dejándome libre. Maldije de nuevo mi suerte al verme de pronto sin la presencia del perro en mi región trasera. Esperé unos instantes hasta que el macho fue a colocarse justo detrás de mí para volver a olisquear con frenesí el interior de mi raja. Con renovadas esperanzas me quedé quietecito y lo dejé hacer.

Volví a sentir su quemante hocico pegado a mi culo, y el tibio aire que emanaba de su nariz sopló tenuemente mis carnes. Estático como estaba sólo tenía ojos y oídos para el perro, tratando de adivinar sus íntimos deseos en medio del silencio; intentando conocer cuál sería su siguiente paso.

Una vez más el can mantuvo alejada su lengua de la zona con aroma a celo. Por lo visto le encantaba gozarse preliminarmente con esos olores que conquistan al animal más despistado, pero sin lamer la región de batalla. Puede que el rito de evitar lamer allí se deba precisamente a que la humedad de la lengua eliminaría los flujos que concurren en el momento del coito, reduciendo la intensidad del goce de sus sentidos.

No sé decir si por fortuna o por desgracia, yo no era perra, para poder emitir desde mi interior esos ricos efluvios que inducen al amor. En todo caso, necesitaba aprovechar el momento antes de que el aroma a celo desapareciera por completo. Pero sabía que más que depender de mí, todo estaba en manos de Jaque.

Éste, mientras tanto, no apartaba su trompa de mis nalgas, en tanto yo me mantenía vigilante del estado que guardaba su polla, la que seguía apareciendo tan descomunalmente parada como al principio. Me di cuenta de que ahora su pene goteaba por la puntilla un líquido lechoso y transparente, despertando en mí los deseos más terribles e inconfesables que he jamás sentido.

En la misma posición de cuatro patas, yo seguía en espera de que el macho se saciara de olisquear mi trasero para intentar una nueva arremetida. Por demás está decir que ante una espera tan febril, mi verga se hallaba más que lechosa y estremecida, y las ansias debían reflejarse en mi rostro desfigurándolo por completo.

Si alguien hubiese podido observar el aspecto de mi cara en aquel justo momento, sé que vería en mi rostro el reflejo de los rasgos de una perra en brama. Y de hecho así me sentía. Además del rictus enfermizo y lascivo contribuía la posición en que me hallaba, pues venía yo a ser como esas perras que son perseguidas por el macho por las calles, mientras son olisqueadas una y otra vez por detrás, hasta ser penetradas y finalmente arrastradas.

De repente Jaque se movilizó tras de mí y volví a sentir el peso de su cuerpo sobre mi grupa. Sus patas delanteras se movieron por un costado de mis caderas intentando agarrarse de mis carnes. El roce de sus uñas rasgaron mi epidermis, pero eso no me importaba en ese instante. Incluso hasta podría decir que el ardor de las leves heridas aumentó la intensidad de mi lascivia.

El macho había conseguido al fin agarrarse fuertemente de mis costados, y ahora se arqueaba hacia delante sostenido por sus patas traseras. Mientras él se esforzaba yo me mantenía fijo en mi lugar en espera de su ataque.

Después de algunos momentos de acomodamiento y llevando por delante su enrojecida lanza, apuntó con ella al centro de mis nalgas sin alcanzar a situarse en la entrada de mi esfínter. Comprendí en seguida que si no le ayudaba a colocar su pito en el punto de mi agujero anal, podía repetirse el fallo y errar de nuevo la embestida.

Ya no dudé más y alargué una de mis manos hacia abajo hasta alcanzar la enorme polla de Jaque. Tomándola entre los dedos la conduje hacia el meridiano de mis nalgas y la puse en la puertecilla de mi culo, sin soltarla para nada. Podía sentir el aceitoso líquido escurrir por mi palma.

Jaque, entendiendo que por fin podría empujar hacia el frente, arremetió con fuerza sobre mis nalgas dejándose caer con todo su peso sobre mi grupa. Mi esfínter se abrió como tierna coliflor ante el salvaje impulso de la primera estocada. Ciertamente el dolor fue tan intenso que sentí que su verga me desgarraba por dentro mientras entraba y salía con fuerza inaudita. Y aunque en el fondo deseaba zafarme de la cogida, no tuve más remedio que aguantarme si lo que quería era avanzar en mi estrategia.

Es francamente increíble la capacidad que tienen los perros adultos bien desarrollados para poseerte. Cuando te han penetrado ya no es posible quitárselos de encima a menos que se corra el gran riesgo de experimentar un problema mayor en el recto. Y es que aunque te puedas deshacer del tremendo abrazo y moverte para actuar, no será nada fácil lograr sacarse la polla del culo. Y es allí donde radica el peligro.

En esos casos, cuando tienes al perro encima y has sido penetrado, y te arrepientes y no quieres seguir enculado, no podrás evitarlo al menos por esa ocasión, y lo mejor es aguantarse hasta que el animal acabe de bombearte. En todo caso, habrá el tiempo suficiente para olvidarse para siempre del asunto, pero tendrá que ser con vistas al futuro.

Como el cañón de carne de Jaque era tan grueso y tan largo, por ningún motivo me atreví a intentar dar marcha atrás y tuve que soportar el tremendo castigo que significa verte atravesado con semejante estaca. El animal se movía con velocidad increíble, entrando y saliendo sin misericordia del canal de mi culo.

Yo trataba de hacer menos dolorosas las embestidas aflojando mis nalgas y mi cuerpo, pues la fuerza que imprimen los machos de esa clase a sus enviones es formidable. Trataba de olvidarme como podía del punzante dolor concentrándome sólo en la pasión que pudiese llegara a sentir, pero me fue imposible.

Y es que el pito del perro se movía implacable, sobre todo cuando picaba y jalaba. De no ser por el material cremoso, es probable que su enorme pitón me hubiese lastimado de otra forma. Aguantando con valentía las estocadas del salvaje can, sólo tuve ánimos para desear que acabase lo más pronto.

Debió tardar más de media hora en iniciar el proceso eyaculatorio y fue cuando tuve que evitar el ingreso de su tremendo alvéolo. Le puse inmediatamente los dedos alrededor de la verga, justo en esa parte más delgada que antecede a la pelota. Y aunque Jaque arreció los embates, mi mano impidió que su polla ingresara más allá.

Por largos minutos sentí el intenso reguero de leche caliente dentro de mis intestinos. Para quien no sepa, los primeros borbotones suelen salir con un poder increíble, y se asemejan a un poderoso inyector que impulsa con tremenda fuerza los líquidos hacia fuera. La temperatura tibia de su semen comenzó a excitarme, pero no me atreví a soltar la pelota de carne. Mi temor era demasiado en esos momentos y no quería correr riesgos.

Llegó un momento en que Jaque se quedó quieto. Por alguna razón el animal ya no seguía moviéndose rítmicamente como antes. Aprovechando la pausa hice a un lado sus patas delanteras y me fui saliendo lentamente hacia delante, hasta que al fin su vergón endurecido se zafó de la prisión de mi esfínter.

Exhalé un grito de júbilo al saberme liberado, y rápidamente me eché a rodar por la alfombra para alejarme del macho. Necesitaba revisarme la cola para diagnosticar los daños. Usando un espejo de mano me observé meticulosamente el culo, y por fortuna sólo hallé enrojecimientos naturales provocados por la excesiva frotación y la larga exposición a los terribles embates.

Un sentimiento de calma hizo descansar mis ánimos y me puse a limpiar cuidadosamente mi zona de desastre. Afortunadamente me había ayudado la previa estimulación preparatoria de mi culo con los pepinos y el betabel.

Cuando volteé a ver a Jaque me di cuenta que su polla aún estaba endurecida. Aproveché tal circunstancia para asearle el pájaro y la bola. No quería que doña Nico se diera cuenta que lo había utilizado de esa forma.

Había que prepararse para lo que seguía.

 

Continuarᅅ

 

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