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De cómo castigue a mi mujer

en No Consentido

Relato

Me casé con Enriqueta, después de un noviazgo largo, sin la más mínima intimidad, dado que mi entonces novia, sufría la educación estricta de los colegios de monjas, estuvo años interna en uno de ellos, y la de sus propios padres, con lo que cualquier tema relacionado con el sexo era totalmente tabú, en consecuencia besos furtivos, algún azotito en el culo, y todo lo más algún toqueteo de tetas siempre por encima del sujetador y en contadas ocasiones los muslos sin llegar muy arriba.

Se da el caso, que su padre no la dejó nunca ir al ginecólogo, por si perdía la virginidad, que yo creo que para él era más importante que la vida de la chica.

Por otro lado, Enriqueta era toda una mujer, a sus 27 años, con un cuerpo del que gusta y excita a los hombres, morena, tipo guitarra, mucho pecho y ancha cadera con cintura de avispa, 100-68-120 ojos negros, expresivos y brillantes, una boca sensual, una piel tostada y suave y una altura de 1. 70 cms.

Admiración y deseo de todos los hombres desde joven en el Colegio y ahora de adulta.

Una hembra excelente en todos los sentidos menos en el íntimo, un desastre, no podía ser perfecta, pero quizá esto me picó aún más y decidí dar el sí y celebramos la esperada boda.

Tanto tiempo soñando con desvirgar a mi novia y la noche de bodas se convirtió en la vulgaridad previsible, una novia que se acuesta con camisón y bragas puestas, y que se limita a mirar al techo y abrirse de piernas, mientras que mi verga entraba en su hueco. La verdad, sin mayores problemas para ser su primera vez, sin dolores, sin palabras, sin sangres. . .

Me había casado con una mujer deseada por todos los hombres, menos por su marido, una excelente mujer, menos en la cama.

Simplemente el que yo la pidiera que me masturbara era una porquería, una mamada era una barbaridad, una postura diferente era algo desagradable. . . sólo concebía el sexo para tener descendencia, que es lo que le habían imbuido yo creo que desde que nació.

Pasaron dos años de monotonía de posturas iguales, de sexo dominical, sin ningún avance, ni atractivo.

Por lo que me cansé de insistir y de luchar y cambié la cama propia por la de otras amigas, mientras mi mujer me producía una mezcla de pena y de frustración.

Pero los moscones no paraban de pulular alrededor de mi mujer, pues belleza yo creo que aumentaba con el tiempo. Uno de ellos, un vecino llamado Alí de origen libanés, un buen día nos invitó a cenar en su casa, y después de la cena, mientras las mujeres charlaban de sus cosas, comenzó a interrogarme sobre Enriqueta, a lo que le comenté mi problema con ella, y terminó la conversación preguntándome si quería castigarla por su conducta, como hacían en su país, y eso me excitó de tal forma que desde ese momento sólo soñaba con llevar a efecto el fantasioso proyecto de Alí.

Tomo nota el astuto Alí de su obsesión de quedarse embarazada, que sería útil para llevar a cabo su imaginativo proyecto.

Así me enteré que había muchos más hombres de los que yo pensaba interesados por mi mujer, dos de ellos, una pareja serían el ginecólogo y la enfermera, que ofrecerían la primicia de un revolucionario sistema que ofrecía a la paciente un embarazo, rápido, seguro, discreto y sin necesidad de compromisos con personas de sexo contrario, mediante la introducción de una tableta vaginal de esperma anónimo.

Dado que tanto Alí como yo, podríamos asistir escondidos para ver las sesiones, no dude un instante en dar mi aprobación al proyecto y comprometerme a ilusionar a mi mujer para que diera también su conformidad.

Estuve dando vueltas a la manera de vender el proyecto a una mujer tan reacia a los experimentos y su negativa expresa a todo lo relacionado con el sexo, pero cual no sería mi sorpresa, que después de tanto maquinar y buscar el momento propicio, el mismo día, en la cena, pronuncié la palabra: embarazo y eso fue como la varita mágica, pues sin titubear me dijo que estaba dispuesta a lo que fuera.

Sin saber como disimular mi alegría, la esbocé el proyecto de la inseminación por medio de la pastilla de un banco de esperma anónimo.

Y en contra a toda lógica y a lo que podía haber pensado, dio la conformidad sin dudarlo.

Le contesté que arreglaría la cita, se lo comuniqué a Alí, quien preparó la entrevista para el siguiente martes.

Llegó el día soñado, Enriqueta, fue a la peluquería, se depiló piernas, sobacos y brazos, se lavó una y mil veces el sexo, la verdad estaba guapísima.

Tomamos el coche y salimos de casa en dirección al consultorio situado en el barrio más exclusivo de la Ciudad.

Ya en el ascensor, mi mujer estaba a punto de desmayarse de puro nerviosa, tuve que calmarla haciéndola observar lo elegante del inmueble y ponderando su belleza.

Llamamos a la puerta, y abrió una muy bella mujer, rubia, de mediana edad, con su bata blanca, la amiga del supuesto médico, nos hizo pasar a una gran sala de espera, regresando al poco tiempo para acompañarnos hasta el despacho del Doctor, quien nos recibió sumamente afable, se trataba de un hombre de unos 40 años, con un excelente porte, delgado, pelo blanco y sumamente educado.

Nos mando tomar asiento y empezó a contar su investigación, inicialmente con pastillas de esperma de su propio banco de semen, a administrar por via oral, lo cual había fracasado, pues el esperma al entrar en contacto con el aparato digestivo destruye su acción, por lo que ahora iniciaba el experimento con

pastillas más grandes, como las normales de jabón, y que se introducían en el útero de la candidata, para que al contacto con la mucosa se fueran deshaciendo y soltando el semen.

Intentaba hacer como si fueran supositorios vaginales, pero el problema estaba en hacerlas llegar a su destino, pues con pinzas era complicado, por lo que habia optado por el sistema más natural, lo cual mi mujer no captó, dados sus nervios y lo embobada que estaba en las explicaciones, que honradamente podria haberse ahorrado ya que ella estaba dispuesta a hacer todo lo que se la pidiera.

Mientras que yo, que ya conocía el cuento, me limitaba a buscar donde podía estar Alí , hasta que descubrí un gran espejo, que sin duda era del tipo invisible por un lado y por el otro traslucido, lo que permitiría mirar sin ser vistos.

Estaba yo pendiente de Alí cuando el Doctor entregó a mi mujer un escrito que rápidamente leyó y firmó, al preguntarle su contenido me indicó que era la conformidad al ensayo, nunca había visto a mi mujer tan nerviosa pero tan decidida, me dijo que yo también tenía que firmar, lo que hice gustosísimo.

El Doctor se levantó y me preguntó si quería estar presente, pues a lo mejor se alargaba la sesión y por ello había dado orden a la enfermera que no citara a nadie esa tarde, a lo que le conteste que prefería ir al despacho, lo cual le pareció correcto a mi mujer, quien por otro lado no la extraño tanto tiempo de consulta.

Me despedí del Doctor, di un beso a mi mujer, a quien con todo cinismo, volví a preguntar si quería que me quedara, contestando que no.

La enfermera me acompañó hasta la puerta, que hábilmente abrió y cerró con el suficiente ruido para que se escuchara, mientras sin hacer ruido, me conducía a una antecámara donde estaba sumamente feliz Alí, quien me dio la mano muy efusivamente y me invito a que me colocara con el bien pegados al falso espejo.

Me senté en una de las sillas y espere comenzara el soñado espectáculo.

Se inició la consulta con las consabidas preguntas sobre enfermedades pasadas, alergias, incompatibilidades, le preguntó la fecha de su periodo anterior, contestó que el día 23 de febrero calculando que su ovulación sería el 8 de marzo, por lo que su periodo fértil seria del 4 al 10 de marzo, todo muy serio y formal para mi mujer que era la primera vez que acudía a un ginecólogo.

El Doctor la ordenó levantarse e indicó a la enfermera le tomara medidas y cuando esta le levantó la falda para medir las caderas, Enriqueta la apartó diciendo ya me las tomo yo, lo cual le sentó como un tiro a la autoritaria enfermera.

Estaba tan nerviosa y por otro lado como empezaba a rebelarse, el Doctor con una enorme experiencia se dirigió a la salita médica y regresó con una inyección, diciendo señora necesita un tranquilizante, le puso contra la mesa, empujó su cabeza, hasta que quedó inclinada, mientras que esa posición, la enfermera ahora sí, levantó la falda y cuando iba a bajar la braga, miré de reojo a Alí que ya jadeaba ante la visión de aquellos potentes muslos y la redondez de un culo casi esculpido en mármol, deslizó un lado de la pequeña braga negra, busco una vena y el Doctor clavó la aguja en tan inmaculadas carnes, con el consabido ya está, le mandó sentar.

Observé como pronto sus ojos se quedaban casi en blanco.

Mientras que el Doctor le decía, pronto estará muy relajada, desinhibida, eufórica y feliz. . . y sobre todo va a obedecer.

La promesa de aquella maravillosa mutación, me sonó raro e inmediatamente pensé que esa inyección era algo que jamás hubiera imaginado recibir una mujer como la mía.

Aunque en consecuencia pensé que sin duda la iba a gustar y que seguramente, sería el principio de más inyecciones iguales.

Miré a Alí y sonrió de tal manera que no hubo necesidad de hablar mas del tema, pues sin duda él lo había preparado previamente con su amigo.

La enfermera entregó a mi mujer un vaso con un líquido, que no era agua, y ella lo tomó de un solo trago, lo cual me extrañó, en una mujer tan desconfiada y miedosa, pues si la hubieran dado veneno se lo hubiera tomado.

Sentada en el sofá, poco a poco se fue animando, comenzó a reir, hasta que la enfermera le enseñó el sillón ginecológico, un poco tambaleante se dirigió al mismo, extrañamente sin hacer el más mínimo comentario, sin duda ya había perdido la voluntad,

El Doctor autoritario, ordenó a su supuesta enfermera prepararla para la intervención.

Abrió y quitó su elegante blusa de seda, sin el menor miramiento, desabrochó el sujetador negro, bajó la falda y las bragas, a tirones y con brusquedad, hasta dejarla totalmente desnuda.

Volvía a observar a Alí y le encontré con la polla en sus manos, los ojos fuera de las órbitas, observando sin pestañear como la chica separaba aquellos potentes y redondos muslos a la vez que colocaba los talones en los soportes del sillón de exploración.

La visión de los genitales de mi mujer abierta de aquella forma me volvieron tan loco que no me extrañaba que mi compañero estuvieran a punto de desmayarse de placer. El hecho de ver a mi mujer, (perdón por lo vulgar de la expresión) espatarrada, delante de tres tios salidos y una puta sádica, hacía que mi corazón se saliera del pecho, una mujer tan púdica, tan recatada, tan mirada. . .

En tanto la enfermera reprochaba a mi mujer: pero donde va con esta pelambrera. . . eso no gusta a los hombres, yo pensé qué hombres?.

Pasado muy poco tiempo comprendí el alcance de la frase.

Efectivamente el coño mi mujer estaba envuelto en una gran cantidad de pelos, que no se habían tocado desde la pubertad y que yo sin éxito había solicitado afeitar, sin conseguirlo, además de llevarme el reproche de que guarradas se me ocurrían.

La enfermera regreso con una espuma y una cuchilla, que aplicó con habilidad y sin ningún miramiento, por el sexo y culo de Enriqueta, afeitando ambos en un abrir y cerrar de ojos.

Lo que dio paso a que aparecieran dos grandes labios rosados que circundaban un hueco apetecido por todos nosotros, mientras su anillo anal se convirtió en una preciosa roseta colorada.

La enfermera procedió a meter sus dedos, con la mano hacia arriba, en la vagina de mi mujer, buscando un lado de la vagina hasta encontrar la zona rugosa del punto G, mientras la gritaba: guarra si ya estas mojada.

Una buena cantidad de crema suavizante acompañada de un par de palmetazos con la mano abierta en pleno sexo, hizo que finalizara la primera operación.

Acto seguido la ayudante apareció con una pera vaginal, que se metió en la boca para ensalivarla, e introdujo con suma fuerza en el fondo, de un solo golpe seco, en la vagina de mi esposa, lo que la hizo hacer una mueca de dolor, al poco tiempo el agua con el desinfectante, corría por sus muslos hasta llegar a un bacina preparada para esos menesteres.

El Doctor apartó a su enfermera-compañera y se dirigió hacia la hembra, abierta y lista para su entrega, colocándose en la parte trasera del sillón de exploración, amarrándola de su cabello y con fuerte tirón decir:

"A las nenas malas hay que castigarlas y ahora vas a sufrir un poco".

Tomó sus tetas una en cada mano, apretó fuerte, y retorció, hasta ver la mueca de dolor de la paciente, mientras con los dedos tiró fuertemente de cada pezón, casi levantándola de la camilla.

Cuando comprobó que sus pezones estaban a tope, colocó en ellos dos pinzas para forzarles y que continuaran tiesos, acto seguido se acercó a su boca y le introdujo la lengua durante un buen rato.

Se colocó frente a esos maravillosos genitales externos allí expuestos y primero te voy a explorar como a una niña de 12 años, como si fuera una virgen, empezó la exploración introduciendo su dedo indice enguantando por el orificio del ano de Enriqueta, a la que previamente la enfermera le había untado de crema, y amarrado a la camilla con unas cintas de cuero a fin de inmovilizarla, como potra herida dio un respingo, al sentir su culo por vez primera abierto, realizando el primer tacto vaginal mientras que con la otra mano, presionaba el abdomen delimitando el útero, buscando los ovarios, lo que supuso el primer contacto entre profesor y alumna,

Acto seguido la inspección subiría de tono, solicitó a la enfermera un espéculo grande, el apropiado para mujeres con previos partos vaginales, pero no para mujeres como Enriqueta, estrechitas y con mínima experiencia, calentó un poco el espéculo, mientras que la enfermera colocaba gel lubricante en aquellos hermosísimos labios, y el Doctor lo introdujo en la vagina, de un solo golpe, mientras ella por el dolor de la punción, se reacomodaba en la camilla como facilitando la entrada del mismo, y una vez bien insertado en su agujero, el Doctor procedió a su apertura hasta el tope, lo que nos permitió a todos contemplar el más bello, joven y hermoso cuello uterino, mientras que ella reflejaba el fuerte dolor en su rostro, aunque esta operación era parte de su castigo.

Una vez bien abierta, procedió a introducir una cánula conectada a una bomba de vacío, de las utilizadas en los abortos, a fin de limpiar bien todo el útero y el canal vaginal, con lo que la paciente empezó a gritar, gritos que fueron acallados con un soberbio bofetón del Doctor, el que procedió a insertar en el útero abierto unas pinzas terminadas en escobilla, retiró el espéculo dejando las pinzas con la escobilla dentro, a fin de que las paredes vaginales que han sido cubiertas por el especulo queden limpias, al sacar la pinza la enfermera tuvo que colocar un paño en la boca de Enriqueta como mordaza, a fin de no escuchar sus gritos.

Una vez bien dilatada la vagina, como para introducir cuatro dedos de la mano del Doctor, dejando el meñique fuera, mientras que con el pulgar hacía palanca a fin de mantener la vagina abierta y poder acceder con el dedo anular e índice al cuello uterino y comprobar su dilatación.

A la vista del resultado tuvo necesidad de preparar un nuevo dilatador para llegar al punto final para la introducción de la pastilla seminal, aunque a mí más me pareció un diu, cosa que hizo no sin cierta dificultad.

En ese momento el Doctor hizo un gesto para que saliéramos de nuestro escondrijo, nos extrañó pero pronto vimos que ella ni se enteraba de nuestra presencia.

Nos miramos entre sonrientes y excitadísimos, en tanto el Doctor se desabrochó el pantalón y del interior del calzoncillo apareció una erecta y excitada verga, tiesa como un palo, que de un solo golpe clavó en el coño de mi mujer abriéndose paso por su canal vaginal mientras que su glande entraba en contacto con el útero de la paciente, una vez llegada a su fin y cuando los huevos ya bailaban en los muslos de mi mujer, procedió a un intenso mete y saca hasta finalizar descargando toda la leche acumulada en aquella matriz recién abierta.

Mientras que ella inició los temblores, calambres, temblequeo y descargas propias de un intenso orgasmo.

Nada más finalizar, la polla de Alí estaba en espera, y del primer envite casi la tira de la camilla, la folló con fuerza y con rabia hasta descargar toda su leche en el interior de aquella hasta entonces delicada vagina, con un segundo, tercero o cuarto orgasmo de Enriqueta que más que chillar aullaba de placer, era un auténtica máquina

En tanto la enfermera no estaba quieta, sino que estiraba con saña los pezones empinzados de mi esposa y la escupía en su boca, mientras ella otra vez se tensaba en la camilla, pidiendo más guerra.

Llegó mi turno, y la verdad merecía la pena haber sufrido tanto, durante años, por el placer de clavar mi polla en estas circunstancias y con aquellas personas presentes, se la metí con toda mi alma, con una mezcla de rabia contenida, venganza, deseo, sexo reprimido, unos momentos que me hubieran gustado duraran horas, pero en menos de diez minutos mi mujer recibió una fuerte descarga que la inundó de semen toda la matriz, dejándola dentro hasta dar las últimas contracciones depositando hasta la última gota de líquido seminal.

Alí se recuperó para un segundo y mas pausado polvo, mientras que el Doctor procedió a abrir lo suficiente el culo para introducir un supositorio, hecho con calmantes, procesado y mezclado con vaselina sólida y refrigerado a baja temperatura, con lo que la droga actúa inmediatamente, facilitando la introducción inicial de un par de dedos, en tan virgen y pequeño agujero, girando los mismos con el fin de dilatar el anillo anal y poder introducir un buen pedazo de carne. El Doctor sacó los dedos dilatadores y los cambió por la cabeza de su polla que al intentar entrar en tan pequeño agujero, hicieron que Enriqueta se estremeciera de tal manera, que a pesar de estar sujeta por tiras de cuero a la camilla, hubo que inmovilizarla entre las tres personas presentes para mantenerla inmóvil, tuvimos que redoblar nuestras fuerzas para evitar que se moviera y gritara, bien inmovilizada, justo hasta que la cabeza de la polla del Doctor atravesaba su esfínter, y una vez descansado unos segundos, de un certero golpe introdujo el resto de la verga, acomodándose en su recto, lo que produjo un intensísimo dolor en la paciente, que finalizó con el llanto correspondiente y la felicidad de todos, al comprobar que sus huevos ya golpeaban sus nalgas.

Mientras el Doctor la desvirgaba el culo, Alí no perdía el tiempo, y además de sujetar a mi esposa, metió su hermosa verga en su boca, quedándome personalmente asombrado de lo bien que la mamaba, cosa que jamás me hubiera imaginado, ni se me hubiera pasado por la imaginación.

Acabamos rotos los cuatro, agotados, muertos de cansancio, secos de jugos y leche, pero inmensamente felices de la sesión, incluida la protagonista, que pienso era la más fresca de todos.

Nos despedimos, el Doctor dio un beso de tornillo a mi mujer, con un buen palmetazo en el culo, Alí no fue menos y paseo su lengua por la boca de ella y para finalizar la enfermera no quiso ser menos, aunque esta metió sus dedos en la sin duda dolorida vagina, diciendo zorra ya te espero el próximo día.

El Doctor me comentó, volveréis pronto seguro, pero esta vez te lo pedirá ella, seguro pero como es muy fuerte y lleva tanta represión dentro, es posible que te pida volver mañana mismo, pero conviene descanse un par de días pues tiene que estar bastante dolorida y escocida, por delante y por detrás, ten en cuenta que aparte de penetrarla y desvirgarla el culo, la hemos hecho casi como un aborto, sin anestesia y le hemos colocado un diu para su nuevo trabajo.

Como debí poner cara de tonto, pues no entendía lo del nuevo trabajo, me comentó el Doctor, lo que ya todos sabían, ahora la segunda parte del castigo, según las costumbres e Alí, es prostituirla y eso te proporcionará placer y dinero, se encargará de ella, Susana la enfermera que ya has comprobado sabe tratar a las hembras.

Si yo estaba excitadísimo ese anuncio aumentó mi deseo.

Regresamos a casa, y cuando estaba acostando a mi mujer pues no tuvo ni fuerzas para desnudarse, me miró y preguntó: ya has llegado?. Lógicamente ni contesté.

No pude dormir en toda la noche por los nervios y la excitación, y al día siguiente al mediodía regresé a casa y me encontré a mi mujer en la ducha, se acababa de levantar, estaba sonriente y feliz, buena señal, la miré y pregunté: qué ha pasado con tu conejito? Nada amor como no te gustaba me lo acabo de afeitar, eres un cielo le contesté. . . Cuando tienes que volver al Doctor?. No lo sé creo hoy o mañana, por lo que aproveché la duda, para decir no te preocupes ya llamaré yo para concertar la próxima entrevista.

Mientras se vestía, corrí al cesto de la ropa sucia, y revisé sus bragas que conservaban manchas de sangre fruto de la enculada del día anterior, por lo que decidí seguir las indicaciones del Doctor y esperar un par de días.

 

Seguirá.