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De cómo castigue a mi mujer (3 - Final)

en No Consentido

Har

Salimos de la casa del presunto Doctor, y según bajamos la escalera, me propuse escribir un diario íntimo, que inicio inmediatamente, con la que yo pienso es mi última aventura.

Mientras que el gangster y sus dos guardaespaldas me condujeron a un vehículo, y enfilamos la carretera que conduce el aeropuerto.

Miraron mi bolso para ver si llevaba mi documentación.

Mas tarde el jefe me puso una navaja de grandes dimensiones en la cara, diciéndome:

Si no obedeces tu cara no las vas a reconocer ni tu.

Sí, se lo prometo, pues aún me dolía el puñetazo en mi teta.

La respuesta, un bofetón en plena cara, que me hizo sangrar del labio.

Me dieron a beber algo amargo, que lógicamente tomé hasta el final, pienso que era una droga-sedante, pues me quede bastante atontada.

Efectivamente llegamos al aeropuerto, rodeada de los tres hombres, me dieron una tarjeta de embarque, y me llevaron hasta una puerta de salida, un tanto tambaleante, con la ayuda de una azafata a la que dijeron estaba mareada, me senté en el asiento de un avión, que no sabía ni me importaba ya su destino.

Fue un viaje largo, casi cinco horas, estuve prácticamente dormida todo el tiempo, el brebaje que me dieron hizo su efecto, cuando anunciaron que estábamos llegando al aeropuerto de Abu Dhabi.

Como no tenía ni equipaje, recorrí las escaleras de un aeropuerto, desde que sólo se veían a través de las ventanales, palmeras enormes, crucé la Aduana, y descubrí que estaba en una país árabe, en el que la única occidental debería de ser yo.

-Enriqueta?

Una pareja se dirigió a mi, ella llevaba un gran bolso, me cogió de un brazo y me dijo, en mi idioma.

Ven conmigo.

Y me llevó a los servicios, donde me entregó las ropas propias del País, que llevaba preparadas en el bolso, para que las cambiara por las mías.

Quise orinar y ella se fijó en mi vulva y al verla totalmente afeitada, sonrió diciendo:

Un trabajo menos, ya no hay que depilarte, aunque las mujeres de este país, tenemos afeitado desde la cabeza hasta los pies.

Tu tienes clítoris?.

Claro le conteste, pero inmediatamente recordé la ablación.

Una vez vestida de árabe, salimos y con su compañero, me llevaron a un coche, empezando a recorrer larguísimas autopistas, en el viaje aunque ambos hablaban mi idioma, ni me dirigieron palabra.

Entre tanta arena, llegamos a un lugar frondoso, con árboles, césped, plantas, jardines maravillosos, un oasis inmenso en pleno desierto, atravesamos la puerta franqueada por un montón de vigilantes uniformados, recorrimos kms. de jardines hasta llegar a un recinto inmenso vallado.

Mis acompañantes por fin se dirigieron a mi, diciendo:

Este es tu futuro hogar y pienso que de aqui nunca más vas a salir.

Tu dueño y señor, es el Sultán de esta Región

Bueno pensé, ya se mas o menos donde estoy, y ya se que tengo un dueño.

Ahora cuando crucemos la puerta, yo te desnudaré y nunca más te vestirás, en este harén somos más de 300 mujeres, bastantes niñas y un centenar de eunucos, con un poco de vergüenza a pesar de mi experiencia me quede totalmente desnuda.

Mi nombre es: Nawal y me gustaría ayudarte y ser tu amiga, hablo tu idioma y por ello me han encargado que te abra las puertas y muestre este nuevo mundo para ti, aunque el Sultán también le habla y bien pues estudio en Europa.

El recinto está totalmente cerrado con paredes de 5 metros de altas, vigilado por cámaras, con lo que la fuga es imposible.

Aquí no hay nada cerrado, se vive, se duerme en el suelo, hasta se hacen las necesidades en un rincón y las limpian los eunucos con mangueras, al Sultán le gusta mucho ver mear y oler a sus mujeres, por ello la limpieza es la indispensable, incluso el olor a sudor de las mujeres le vuelve loco, ya te hará sudar.

Las mujeres que estamos aquí somos: jóvenes, muy jóvenes y niñas. Las que han parido y tienen hembra la pueden conservar, la alimentan a teta, hasta el máximo que pueden unos 5 años, y cuando se desteta a la cria se la hace la ablación, por ello verás niñas colgadas de las tetas de sus madres mamando todo el día.

Cuando la mujer ha finalizado de dar leche se la elimina, pues se da por finalizada su misión de parir y criar.

Las jóvenes del harén, una vez a punto, son desvirgadas, siempre en presencia del Sultán y esa operación la realizan los jóvenes más bellos, fuertes, altos y viriles de toda la comarca, primero les dedican a follar cuantas más mujeres mejor, y cuando ha pasado un tiempo y desciende su furor, se les lleva a una ceremonia, en la cual se les adjudica para su desvirgue una joven hembra,

Una vez que su polla ha roto un himen virginal, es a ellos a los que se coloca atados fuertemente, sobre unas maderas, boca abajo con el sexo colgando, para que entre dos verdugos, uno estirando su escroto con los huevos, mientras que el otro de un tajazo con una afilada espada, haga rodar por el suelo la preciada bolsa, cuyo hueco es soldado con la hoja incandescente de otra espada,.

Se vuelven intratables, pues aunque pueden tener erecciones, la polla no sufre ningún daño, ya no pueden volver a eyacular, por ello se les destina a vigilantes y administradores de castigos, del resto de mujeres de harén.

Me tuve que pellizcar, pues la verdad, no sabía si estaba soñando o era una realidad.

Montones de mujeres se arremolinaron para verme, era la nueva, era totalmente blanca pues ellas desnudas y al sol tenían una piel muy curtida, era la infiel, la nueva y la extranjera. .

Me volvió al mundo, Nawal quien me dio de comer y de beber, obligándome a que tomara grandes cantidades de agua para que meara bien delante del Jeque.

Estaba sudada de los 40º que seguro hacía y por otro lado el viaje, pero ni se me ocurrió decir nada sobre una ducha fresquita, dadas las circunstancias, sólo abrí la boca para decir a mi amiga que si me ocurría algo, que mi único deseo, recogiera mi diario íntimo y le enviara a la dirección que figuraba en la primera página y que no era otra que la de Manolo, el médico.

N o había terminado la conversación con mi nueva amiga, cuando aparecieron dos chicas, jóvenes, desnudas como todas, y sin más empezaron a rapar mi pelo, mientras que la otra repasaba mis piernas y mis muslos, hasta llegar al sexo que lo afeitó una y veinte veces, hasta dejarlo suave como la seda.

No sin antes abrir mis labios mayores y comprobar si tenía lo que allí ninguna tenía: el clítoris., lo cual tanto a ella como a su compañera las hacia mucha gracia

Embebidas en su labor, llegó corriendo, una bellísima criatura, muy delgadita pero con formas.

Tetitas pequeñas pero maravillosamente formadas, como dos campanas, con pezoncitos erguidos como flechas, cintura estrecha, piernas torneadas, que daban paso a unos muslos redondos, nalgas como dos globos, altas y duras y por delante un sexo sin el más mínimo vello con un monte de venus totalmente pelado, que permitía entrever unos labios vaginales, rosados, carnoso e hinchaditos, completamente cerraditos, destacando el color un poco más oscuro su agujerito anal, su sexo era como las frutas maduras que de puro jugosas se abren por la mitad.

Una chiquilla tan preciosa como envidiosa y malvada, como veremos más tarde.

Una de las favoritas del Sultán, que venía para indicarnos que nos estaban esperando, y que si hacíamos esperar a su Excelencia nos iba a castigar a todas.

Me miró de arriba abajo, incluso me dio la vuelta para verme por detrás, y con una vara que llevaba me abrió las piernas, se acercó a mi coño, abrió los labios y miró.

Yo pensé otra que comprueba si estoy amputada o tengo clitoris.

Un solo movimiento de su cabeza sirvió para que se abrieran paso a latigazos entre las mujeres arremolinadas, dos inmenso eunucos, que me agarraron uno de cada brazo y casi sin pisar el suelo, me llevaron al centro de aquella enorme plaza de toros donde estaba el Palacio del Sultán.

Entre la curiosidad de mujeres y hombres que allí trabajaban, me empujaron hasta caer al suelo casi a los pies del mismísimo Sultán, quien me miró sonriente y afable.

Me levantó y paso un buen rato, pasando las palmas de sus manos por mis sobacos, recogiendo el sudor, frotando con él sus manos, oliendo como si del más preciado perfume se tratara.

Seguidamente me tumbó en una especie de camilla o mesa, separó mis muslos, abrió mis labios mayores, y con sus dedos pellizcó mi clítoris.

Le noté feliz, contento como un niño al que entregan su juguete soñado, en tanto la Nawal y Acua permanecían expectantes.

Sonriente el Sultán me llevó a una habitacioncita con un agujero en el centro, donde me inclinó para que me agachara, momento que estaba esperando pues estaba a punto de reventar.

Muy gentil me abrió con dos dedos los labios y sin duda por los nervios sólo me salieron unas gotitas que apenas transpasaron el borde de los labios, el hombre experto en estas situaciones, ahora si apretó con fuerza, con sus dedos índice y medio mi vulva, lo que hizo por la presión que mis labios se hincharan y la rajita se convirtió en una especie de empanada recién sacada del horno, que para alegría de mi nuevo dueño, lanzó con enorme fuerza un chorro de dorado líquido, que no paraba de salir, mientras que el lo recogía con sus manos y se lo llevaba a su nariz.

Una vez finalizada la operación me pasó sus manos para limpiarme.

Comprobé que Nawal y Acua discutían, aunque se notaba que la primera lo hacía en condición de Jefe y la segunda de sierva.

Por desgracias enseguida pude comprobar el motivo de la discusión, cuando Acua le pedía al Sultán que le permitiera castigarme.

No sé que alegaría pero le convenció y me llevó a otra dependencia, donde quedamos los tres solos, con la puerta cerrada.

Me colocó unas muñequeras de cuero con argolla y otras en los tobillos, acercó unas cadenas que colocó en las argollas, y me hizo por medio de unas poleas, dejándome colgando, colocó una barra de hierro en las argollas de los tobillos, separando totalmente mis piernas.

Acua se colocó detrás de mí con una fusta de las de los caballos, soltando el primer fustazo en mi culo, que me produjo primero un gran dolor seguido de un escozor tremendo, chillé mientras ella, soltaba una sonora carcajada.

Llegó el segundo y el tercero.

Como al Sultán lo le gustaba el espectáculo y por lo visto no quería incomodar a su favorita salió de la estancia, no sin antes recomendar algo en su idioma a la chica.

Nada mas cerrar la puerta, la fusta fue cambiada por un látigo convencional, e inició como una loca, la sesión de latigazos seguidos sin mirar a donde se dirigían, empezando a abrir surcos en mi piel, fustigando la espalda, nalgas, muslos, dejando una señal púrpura cada vez que atravesaba mi blanca piel, y en medio de la paliza el cambio de útil, el látigo por una vara de bambú, que aplicada con fuerza y crueldad en mi sexo, golpeando en sentido longitudinal, dejando marcados los golpes.

Hice lo único que podía hacer: chillar, gritar con todas mis fuerzas y esa fue mi salvación pues entró enfadado el Sultán y me desató, ordenado a Nawal que me curara, mientras Acua era expulsada de las habitaciones.

El Sultán me beso en la frente dulcemente y me llevó a un dormitorio, con la ayuda de mi amiga, allí me dio ungüentos que calmaron el escozor.

Nawal me comentó que la chica era la favorita de las nueve que tenía el Sultán y que tenía envidia por si yo la quitaba el puesto, pero que hoy había hecho oposiciones a perder su lugar de privilegio, pues había engañado a su dueño diciendo que sólo me castigaría suavemente.

Regreso el Señor y me llevó a otra dependencia, en donde solía recibir a sus amigos, olía a perfumes y flores, llena de cojines, con pebeteros de plata, sedas, tapices. . . una maravilla como jamás había visto en Europa.

Entraros estos, eran seis, todos son sus túnicas blancas, con barba, elegantes, perfumados. . . y al verme los seis abrieron los ojos y se quedaron bastante asombrados de mi figura, la blancura de mi piel, mis rasgos occidentales.

Me besaron de saludo, todos en la boca, y tomaron asiento.

Me ofrecieron un cigarrillo, con un sabor muy extraño, pero agradable.

Hicieron un círculo sentado en el suelo y apareció un eunuco `portando a una sierva a la que puso de un empujón a cuatro patas, acto seguido otra chica empezó a pasarla por el sexo algún líquido con una brocha, abriendo bien el sexo para untar bien las paredes de la vagina.

Nawal me comentó ese liquido con que la untan el sexo es el flujo de perras en celo.

En tanto, otro eunuco llegó con un precioso mastín tirando de su correa.

Colocaron una especie de manta en la espalda de la chica, mientras el perrazo empezaba a olfatearla y como tenía la polla ya fuera, se la dirigieron justo al coño de la chica, a base de empellones observamos como entraba prácticamente toda, con el sexo lleno, sólo faltaba el bulbo que fue introducido de un hábil empujón.

Por la expresión de la sierva la polla se hinchó de tal forma que seguramente las paredes de su sexo nunca habian sido dilatadas de esa manera.

Mientras esperaban que el nudo se abriera, uno de los invitados me llamó, y me indicó que me sentara encima de sus piernas, cosa que hice, pero al estar desnuda no observé, que su polla se estaba introduciendo dentro de mi vagina

Quedando bien ensartada.

No dije lo más mínimo, pues todo el mundo estaba preocupado con la corrida del mastín, cosa que se debió de producir rápidamente por la cara de la mujer, que recibía esos chorros abundantísimos y mucho más largos que los de un hombre, de leche caliente que dicen echan los perros.

La chica se quedó abotonada por el perro, quedando ambos de culo el uno a la otra.

Durante este tiempo, mi asiento no se movía, sólo un ligero movimiento de arriba abajo seguramente para mantener la polla bien erecta y dura.

Pasó una media hora cuando se notó que la polla del perro se iba aflojando, y salió del coño, dejando un reguero de leche y líquidos seminales.

Por fin, el invitado me bajó de tan dulce asiento, y el resto de los hombre se pusieron en círculo con el fin de que se la mamara, uno a uno, mientras mi amiga me dijo:

Ten cuidado aquí la norma en las mamadas es que tu nariz esté tocando su vello púbico.

La primera ya tendría los 20 cms. por lo que para mi nariz estuviera donde tenía que estar, me la metí hasta lo más profundo de mi garganta, menos mal que me habían enseñado como se respiraba precisamente por la nariz cuando tienes la boca ocupada con una polla de este tamaño.

El muy cabrón, con sus manos en mi cabeza, me presionaba para que no pudiera moverme, hasta que me llenaba la boca de leche.

Uno a uno fueron pasando los seis, menos el Sultán, que visto lo visto, me di cuenta que era impotente, por ello gustaba de estos juegos.

Acto seguido me colocaron sobre una mesa, mandaron colocar como unas pinzas quirúrgicas en cada labio mayor, para que se viera mejor mi vagina, y uno a uno, fue tocando y pellizcando mi clítoris, cosa novedosa para ellos, y que a mi me excitó, tanto que con tanto manoseo, empecé a humedecerme más y más, mis pezones como piedras y mi cuerpo se puso tenso y rígido, momento que aprovecharon de tres en tres, para llenar los agujeros.

Colocada encima de uno, con su polla, en mi vagina, el otro la estaba metiendo por el culo, mientras que la polla del tercero, ya estaba dentro de mi faringe.

Terminaron los tres primeros y comenzaron los otros tres, hasta que se recuperaron los tres primeros e iniciaron otra vez el desahogo.

Así estuvimos horas, el Sultán mirando junto con Nawal, y yo tragando leche por cada agujero de mi cuerpo.

Mereció la pena la follada, pues solemnemente el Sultán me proclamó públicamente su mujer favorita, con lo que todos los días dormiría en su cámara. desbancando a la malvada Acua, mientras que conseguí que Nawal fuera mi doncella oficial.

A partir de aquel día, mi vida fue placentera, de vez en cuando sabía que iba a ser follada a conciencia, pero eso no me importaba demasiado, incluso llegue a necesitarlo y mi dueño se conformaba con mi sudor que le enloquecía, mis orines y ver como era follada por otros.

Y como sabía que ahora ya no me movería de aquí nunca más, ni quería saber de mi marido, ni mis amigos, procedí a dar el adiós a todos y rogar a mi amiga Nawal que hiciera llegar este diario intimo de mi vida a Manolo el médico.