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Todo empezó por un anuncio

en Dominación

¿TE GUSTARÍA...?

 

¿Te gustaría exhibir a tu esposa ante otros hombres?

¿Te daría morbo ver cómo la repasan y la tocan?

¿Has pensado qué delicia sería verla follar con otros?

¿O eres tan sádico que te gustaría venderla a algún amo para que la torturara?

Si ella es sumisa y obediente, tienes la oportunidad de hacer una prueba sin compromiso. No pierdes nada. Y puedes ganar mucho.

Una llamada ahora puede ser tu felicidad futura.

Nos ocupamos de las pruebas previas, sin compromiso y con la mayor discreción.

Es tu gran oportunidad. Sólo con una llamada.

Mi nombre es Gonzalo, tengo 39 años. Mi mujer, Merche, tiene 30. Llevamos cinco años de matrimonio. Ella es pudorosa, y seguidora del sexo a la antigua. Jamás me hizo una mamada y tiene el culo virgen. A cambio, reúne las condiciones del anuncio: sumisa, obediente, le da cierto placer el dolor, y es muy ardiente.

El anuncio, aparecido en una página web de sado, coincidía con mi sueño oculto desde que conocí a mi esposa.

No esperé, y me lancé a un teléfono público para contestar el anuncio.

—Llamaba por el anuncio —dije.

—Sí, es aquí —dijo una voz al otro lado—. ¿Qué desea saber?

—Me interesa mucho. Y mi mujer, creo, reúne las condiciones

—Podemos hacer una prueba, pero telefónicamente no damos más información. Si quiere, esta tarde a las siete, en la cafetería Baviera. Yo llevo gabardina y gafas de sol. Lleve una foto de ella.

—Conforme.

A las siete menos cuarto estaba en el bar, esperando al señor de la gabardina y las gafas de sol.

Puntual, apareció mi interlocutor. Un hombre de mediana edad, educado y elegante, quien me comentó:

—En primer lugar, quiero informarle que nuestra premisa es la máxima discreción. Se sorprendería de nuestra cartera de clientes selectos. Y por otro lado, la mercancía es suya y puede retirarla cuando desee.

—Conforme.

—¿Ha traído una foto de su esposa? —me preguntó.

Saqué la foto de un bolsillo y se la ofrecí, casi temblando

(Le mostré la foto que el lector puede apreciar)

—Es muy atractiva. ¿Es obediente y sumisa?

—Si, bastante.

— Hummm... Talla 42, seguro. Tiene el pelo corto y, efectivamente, cara de sumisa y viciosa. Buena boca para tragar lo que la ordenen. El pañuelo, aunque tapa, deja entrever dos melones muy grandes, altos, y coronados con dos buenos pezones, que casi se notan en la fotografia. Por su configuración, se adivinan unas buenas piernas para sustentar muslos poderosos... Igual que deja entrever unas caderas generosas, que invitan a darles látigo.

—Ya casi lleva puesto el collar de perra esclava —hice notar.

—Es la típica hembra ideal para... Bueno, prefiero que lo sepa: para el castigo. Nos la quitarán de las manos, se lo aseguro. Con esas medidas, es para un amo. Cuando llamó por el anuncio, sabía que podía ser un amo.

—Si, si —contesté nervioso, excitadísimo.

Tenía la garganta seca, y temblaba.

—¿Le gustaría que le hiciéramos una prueba? Sin compromiso. En este sector somos serios y discretos. Ofrecemos lo que todos esperan y nadie se atreve a pedir...

—Sí, me encantaría —contesté, hecho un manojo de nervios.

—Por el anuncio, habrá visto que ofrecemos tres niveles. Primero: conocimiento de la mercancía, y si corresponde a lo ofertado. Segundo: examen en profundidad, exhibición, toqueteo y, posteriormente, tortura. Tercero: venta a un amo, si es que ha superado los otros dos exámenes, para llevar a cabo el sometimiento y adiestramiento de su esposa a base de humillaciones y dolor. ¿Está su esposa al corriente de lo que tiene usted pensado hacer con ella?

—No, pero conozco muy bien a mi mujer. Y sé, con toda certeza, que no pondrá objeciones a cualquier cosa que le pida,. Por otro lado, creo que estamos un tanto cansados ya el uno del otro.

—Fantástico, el mundo es de los valientes. Pero es ella la que tiene que superar la prueba, pues nosotros no forzamos a nadie. ¿Tiene alguna dolencia que se la pueda solucionar con unos masajes?

—Migraña —contesté.

—Perfecto. Como excusa, le mandaré por mensaje de móvil las señas para que estén mañana a esta hora en la dirección indicada.

—¿Allí qué ocurrirá? –pregunté.

—Un primer masaje de tanteo, para conocer cómo responde. Y una pequeña inyección, sin que ella se dé cuenta, con el fin de ponerla en forma y para que al finalizar la sesión se convierta en la mujer más relajada, feliz y tranquila del mundo. Si vemos que sirve, seguiremos. Si no es así, o bien ella o Vd. no desean continuar, suspendemos el trabajo.

—Me parece bien —repuse. Y acto seguido nos despedimos.

Nunca había estado tan nervioso, excitado y, por otro lado, ansioso de cumplir mi sueño oculto.

Toda una vida intentando, ya de novios: los besos con lengua eran una guarrada, tocar las tetas había que esperar, el coño ni hablar. . . siguiendo la mayor tradición, la desvirgué la noche de bodas y posteriormente de casados el sexo era para procrear, cosa que nunca se dio, la postura tumbada boca arriba mirando al techo, el resto no eran agradables, afeitarse el coño era una barbaridad. . .pero con el tiempo sólo observé como los mordiscos y los azotes, no excesivos, eran admitidos por ella con cierto gusto, por ello soñé con esta situación.

Llegué a casa.

—Hola, Merche. ¿Cómo estás, amor?

—Cómo vienes de eufórico...

—Sí, estoy muy contento, pues en el despacho, el jefe me ha dado una tarjeta para una cita mañana, con un especialista que va a quitarte tus migrañas. Su esposa tiene el mismo problema, y este señor se las quitó en pocas sesiones. ¿Te apetece?

—Claro ¿Y qué sistema emplea?

—Creo que son masajes relajantes.

Conociéndola, estoy convencido que pensó: "qué pena que no sea con unas pastillas".

Pero al menos no dijo que no.

Aquella noche no dormí.

Al día siguiente, conté cada hora hasta el momento que llamábamos a la puerta de un apartamento, de una elegante calle del centro de la Ciudad.

Nos abrió la puerta Alfonso, el hombre con el que había hablado en la cafetería.

—Pasen, pasen… el Doctor les está esperando.

Nos hizo pasar a un despacho grande, con una mesa y una camilla, donde nos recibió el Doctor: un hombre enorme, musculoso, con la cabeza rapada, tremendamente serio, y con cara de pocos amigos.

Cerca de él estaba un chico joven, rubito, también con uniforme blanco de sanitario.

Eric, tal el nombre del Doctor, comentó:

—Me quedo con ella. Ustedes ya pueden salir.

Ante la contundencia de la frase nos quedamos mudos.

Alfonso me cogió del brazo y me condujo a otra habitación, que tenía un enorme cristal que permitía ver a la perfección todo el despacho, sin ser vistos: Igual que el resto de la estancia, situada en el centro, y a su alrededor espejos que permitían la vista del interior sin ser vistos.

—Señora, ¿su problema son las migrañas?

—Sí, así es.

Con los altavoces instalados en nuestra habitación, también escuchábamos perfectamente la conversación.

—Desnúdala, Antonio —pidió a su ayudante.

Merche se quedó un tanto parada; pero la autoridad de aquel hombre, y que se tratara de un médico, no la hizo dudar.

El chico le quitó la blusa.

—El sujetador también —añadió el Doctor, lo que hizo que Merche dejara en libertad sus maravillosas y generosas tetas.

Ella, con la cabeza gacha, obedeció sin rechistar.

—Ahora, la falda.

Las bragas no hace falta.

Eso le dio la confianza que la faltaba en aquel momento. Una cintura estrecha y unos muslos redondos, duros y gruesos quedaron al aire.

En ese momento, noté que tanto el Doctor como su ayudante, al igual que Alfonso, se quedaron bastante impactados de ver un cuerpo tan sensual, con unos pechos muy grandes y a la vez, altos y duros, muy buenos pezones, una cintura estrecha, y unas caderas generosas, redondas, un bocado exquisito para un amo.

Por mi parte, noté la primera erección. Me volvía loco el comprobar cómo mi mujer desnuda estaba a la vista de estos tres hombres, con lo que me había costado se desnudara para mí.

Creo que nunca había estado tan excitado. Y más cuando Alfonso me enseñó las otras dos habitaciones. Una, con varios chicos vestidos de blanco, pegados al cristal, donde podían ver lo que ocurría,.Lo mismo que la tercera sala, en la que estaban extasiados otros diez hombres que, según me indicó Alfonso, eran clientes que pagaban por ver el espectáculo.

—Túmbese en la camilla —ordenó el Doctor.

Enriqueta parecía la escultura de una diosa griega. No sé por qué nunca la había visto tan bella. Sólo la afeaban unas bragas pequeñas y blancas. Sus pechos al aire, con los pezones ya turgentes mirando al techo; sus hermosas caderas en reposo; y los muslos redondos que las sustentaban, luciendo su carnosidad y dureza.

Se acercó a la camilla el enorme Doctor y, como si ella fuera una simple hoja de papel, la levantó y colocó en el centro de la misma, boca abajo. El Doctor ordenó a su ayudante comenzar el masaje.

—Él se encargará del masaje. Yo no hago ese tipo de trabajo, sólo supervisaré.

El ayudante comenzó la sesión suavemente y con delicadeza por los pies, dedo a dedo, con ungüento que pronto hizo que ella se empezara a relajar. Flexionó las piernas y trabajó las pantorrillas; estiró las piernas y atendió la parte externa de los muslos; y posteriormente, los glúteos.

En el momento en el que Doctor retiró la braga y clavó la aguja de la inyección, Merche emitió un pequeño chillido

—No vuelvas a quejarte —ordenó el Doctor, con arrogancia.

La orden, en vez de irritar a mi esposa, la volvió más sumisa. Y, conociéndola como la conozco, estoy seguro que le excitó.

Seguidamente, el Doctor bajó la braga, mientras ella se arqueaba para que pudiera sacarla.

Alfonso me dijo:

—Mira, esa es una muy buena señal, colabora a la hora de bajarla la braga.

Acto seguido recibió un buen azote con la mano abierta del Doctor.

Ella ahora enmudeció, aunque el azote, sin duda, fue contundente.

Mientras, el ayudante continuaba con su labor, prestando atención a la parte interna de los muslos.

En ese momento, el Doctor tomó la iniciativa y con sus enormes manazas comenzó a masajear la parte interna de los muslos de la paciente, pero de tal manera que sus manos subían de la rodilla hasta el culo, donde chocaban con fuerza.

Seguro que la inyección ya empezaba a hacer efecto y por ello el Doctor inició su verdadero trabajo.

Mandó a su ayudante que abriera los cachetes de mi esposa, a lo que ella no reaccionó. Yo diría que lo estaba deseando.

Vamos a proceder a una primera exploración.

El Doctor, una vez la tuvo bien abierta, apoyó de frente su dedo pulgar en el ojito de mi mujer. Pero con tal fuerza, que hizo que ella moviera sus caderas, por lo que recibió un fuerte azote.

—Pero si estás cerrada... ¿Cómo es posible a tu edad? Eso lo vamos arreglar ya. ¿Verdad, zorrita?

Ella asintió con la cabeza, seguro sin saber lo que decía.

—La hembra tiene que tener abiertos sus tres agujeros, para que el macho goce con ellos. Seguro que ella no entendía estas cosas.

Ahora ya estaba seguro que la droga había hecho efecto, pues sino fuera así me comentó Alfonso, estarían todavía con el masaje, se la notaba en los ojos perdidos.

Nada mejor podíamos esperar, tanto nosotros como todos los que estaban contemplando, escondidos, la escena.

Sabía que mi mujer reaccionaría así. ¿Pero cómo lo haría cuando la forzaran a realizar otro tipo de actos que a mí siempre me ha negado? Me refiero a mamar, o romperla el culo.

Seguidamente la colocaron boca arriba y, de forma más directa, el ayudante empezó a magrear las tetas, con una facilidad propia de un sádico especialista, pues primero agarraba una, por la base, y con las dos manos la retorcia como si fuera a desenroscarla, luego la otra, terminado con un buen estirón de cada pezón y un buen sopapo con la palma de la mano, mientras el Doctor procedía a hundir sus dedazos en la vagina de Merche, primero uno, luego dos y hasta tres.

Aunque no follas mucho se ve que eres anchita, me gusta.

Pero a donde te van a llevar pronto estarás el doble.

Buen clítoris.

Si fueras mía, te lo mutilaba de un buen tajo, no hay cosa que más me guste.

Pero cómo puedes ir por el mundo con ese conejo lleno de pelos?

Te van a durar poco.

—Estás ya mojada, y apenas hemos empezado. Eres tan ardiente como lo deseara cualquier macho. Veremos si sigues igual cuando se te pida hacer otras cosas.

En ese momento, Alfonso me cogió del brazo y me indicó:

—Vamos a entrar, pues no debemos dejar que el verdugo siga. Tu mujer es para venderla al mejor cliente, y no para él.

Entramos en el despacho.

—Por hoy ya está bien, la prueba está más que superada. Mañana tenemos tiempo de continuar.

Merche se volvió hacia mí, sorprendida, pues no esperaba encontrarme allí.

—¿Gonzalo...?

—Vas a dejar de ser mía durante un tiempo —le dije con frialdad—, durante el cual aprenderás a ser una buena esposa. Es por tu bien. Me preocupo por ti.

Confieso que temblé al pronunciar estas palabras, pues entonces ya era consciente de que su venta estaba asegurada, y en breve dejaría de ser mía. Perdería su control, y éste pasaría a manos de otro hombre, con suerte el que había soñado, un ser extremadamente sádico.

Regresamos a casa. Yo, algo confuso y nervioso, al igual que mi mujer. En el auto, sonó el celular, como me suponía quien era, pare el coche y con la excusa de un ruido raro, escuche:

—Soy Alfonso. Ya está vendida.

La noticia me recorrió el cuerpo como una descarga eléctrica, no sabía que pensar ni que decir. Era todo tan rápido, no me lo imaginaba.

—Mañana realizaremos la sesión de doma y castigo —continuó Alfonso—, pues aunque esté vendida, tenemos las entradas agotadas para la sesión. Tu mujer ha causado una gran sensación entre nuestros clientes, y posiblemente permitan abrirla el culo.

Llegamos a casa. Nos acostamos, no dormimos, y ambos en silencio contamos las horas para volver a la cita.

A la mañana siguiente, Merche se puso muy guapa, se pasó dos horas en el baño, ignorando que toda aquella ropa no le serviría para nada.

Por mi parte, tomé conciencia que eran las últimas horas que pasaba con la que había sido mi esposa. Ahora recibiría el castigo por todo lo que me había hecho sufrir, no dándome el sexo que yo solicitaba. El morbo por la situación me hacía volver loco.

Pasó por mi mente la película de nuestra vida sexual: no me toques, eres un guarro, apaga la luz, no quiero hacer eso, eres un depravado . . . mi venganza estaba cerca y eso me excitaba terriblemente.

Por fin llegamos al apartamento y nos abrió la puerta Alfonso, sonriente. Pasamos al despacho, y allí el Doctor agarró de los cabellos a Enriqueta y con la otra la mano la soltó un sonoro bofetón en plena cara.

—Zorra, quiero saber hasta donde llegan tus límites. Dejadme solo con ella.

Mi esposa se quedó estupefacta, reaccionó cerrando la boca y quedando muda. Me miró para ver mi reacción, y al ver que no hice nada, quedó desorientada igual que yo pues no esperaba ese principio.

El Doctor la agarró del brazo y la llevó junto a una mesa, la inclinó sobre ella, le subió la falda, le quitó la braga, y pinchó esta vez sin miramientos, la aguja con una nueva inyección, pero observe que esta tenía mucho más liquido que la del día anterior.

Le hizo sentar en una silla y esperar en silencio, sin duda la droga tenía que empezar a hacer efecto.

Llamó a su ayudante diciéndole:

Aféitamela

En un momento estaba con la espuma de afeitar y la maquinilla dispuesto a rasurar su sexo, que en segundos dejó sin un solo vello.

Pasamos a nuestro lugar de observación, y con sorpresa observé que había seis hombres sentados en sillas, pegados al cristal.

—Perdona, Gonzalo, pero te dije que tenemos todo lleno. Y como en la otra sala no cabían, les hemos ofrecido ésta.

—Vamos a iniciar la doma —rugió Eric, el médico.

Salimos de la habitación, y escuchamos:

—Desnúdate y ponte a cuatro patas, zorra.

Conocía muy bien a mi esposa, y por la expresión de la cara sabía que su coño ya estaba mojado, y que estaba a punto del orgasmo, por el simple hecho de la excitación de verse sometida por un hombre como aquél, y en una situación como la que estaba viviendo.

Mientras daba órdenes, el Doctor recogió una fusta, rodeó a Merche, y le lanzó su primer golpe en aquel culo redondo y blanco, que dejó marcado. Después se bajó los pantalones, se puso delante de mi esposa, y colocó su paquete frente a la cara; le colocó la mano en la nuca y le aplastó el rostro contra su ya erecto sexo.

Alfonso me comentó que Eric tenía permitido tocar con las fustas, pero nunca dejar marcas. Pero al médico se le notaba descompuesto de deseo y placer, y hubiera dado media vida por follársela y más ahora con aquel coño tan limpio y afeitado.

En realidad, todos estábamos más que excitados. Miré a los invitados y no había ninguno que no tuviera la mano en su verga. Y alguno en la de su vecino de silla.

Yo ya me había corrido en los pantalones y sin tocarme

Le comenté a Alfonso que me gustaría ver a los de las otras salas.

Pasamos. Estaban a rebosar. Y el hecho de ver cómo miraban a mi esposa, colocada a cuatro patas con el culo en pompa, las tetas colgando y la boca llena, me produjo tal excitación que valía la pena todo lo realizado.

Tuve que volver a mi sillón rápidamente, pues aquello era superior a mis fuerzas.

Eric no pudo más y colocó su polla en la boca de mi esposa, ordenando lamiera primero los testículos, mantuviera la polla sujeta con la mano, y los ojos mirando a su hombre. Merche recorrió con su lengua desde los testículos hasta el prepucio, hasta iniciar una mamada alocada moviendo la cabeza de arriba abajo.

Yo no podía dar crédito a lo que veía.

Eric retiró su polla de la boca de mi esposa, y dijo:

—Ponte de rodillas y junta las manos a la espalda.

Mi esposa obedeció, con una expresión de miedo y excitación en el rostro. El Doctor le ató las manos. Acto seguido sacó dos pinzas del bolsillo y se las colocó en los pezones. Mi esposa cerró los ojos de dolor, y casi pude advertir una lágrima recorriendo su mejilla, aunque no estoy seguro de ello. El Doctor sacó una vara larga de un cajón, y le azotó los pechos suavemente, sacudiendo las pinzas de vez en cuando.

—Prepárate, zorra. Voy a quitarte las pinzas con la vara. Te dolerá, y te dolerá mucho, pero te acabará gustando, y un día nos lo pedirás de rodillas.

El Doctor se colocó al lado derecho de mi esposa, levantó la vara y la lanzó hacia abajo con suma violencia, impactando en la pinza y haciéndola saltar del pezón. Mi esposa soltó un gritó desgarrador, y entonces sí que pude ver las lágrimas que salían de sus ojos.

—¡Llora todo lo que quieras, pero no grites, puta! —ordenó el Doctor, lanzando un nuevo azote en el pezón recién liberado.

Como mi esposa no dejaba de lamentarse, el Doctor decidió, para deleite de los presentes, taparle la boca con una mordaza de bola. Después se colocó nuevamente en su lado derecho, alzó el brazo con la vara y repitió la misma operación que antes, esta vez en el otro pezón. Pero esta vez, la pinza quedó pellizcando el pezón, lo que, si cabe, debió de ser más doloroso, pues la expresión de dolor de mi esposa era agonizante. El Doctor volvió a levantar el brazo e hizo saltar la pinza de un azote. El cuerpo de mi esposa se tensó, y sus ojos se cerraron con fuerza. Estaba sufriendo de verdad. Por un momento, dudé de mis fuerzas para continuar viendo la escena,.Pero, contradictoriamente al dolor que yo sentía, estaba muy excitado. Pero en aquel momento, Alfonso, que había salido de la habitación, volvió a entrar y dijo:

—Se acabó, Nora está esperando para llevarse a la hembra.

—No entiendo.

—Nora es el ama de llaves de Mr. René, el nuevo dueño de Enriqueta, nuestro mejor cliente. Un sádico y caprichoso millonario, con una excelente cuadra de hembras para su disfrute y el de sus amigos. Y si él es sádico, Nora creo que más; y es la que controla a las chicas y las castiga. A veces con Eric, el Doctor que tenemos enfrente.

Nora era una negra ni fea ni guapa, delgada, de unos 40-50 años, vestida también de negro, pelo corto, estatura mediana cara de pocos amigos y aspecto de lesbiana.

Alfonso le comentó a la singular mujer, que en las salas había mucha gente observando a Merche y que apenas habían tenido tiempo de disfrutar.

Ella accedió, de mala gana, a realizar una primera exploración a Enriqueta, para que lo viera el público congregado. Metió un pezón en la boca y mordió fuerte con la punta de los dientes, luego introdujo los dedos en el coño hasta hundirles en la vagina.

Recogió una de las varas y la soltó varios latigazos en las caderas.

Dejó a Enriqueta en el suelo retorciéndose de dolor, la verdad creo que zurraba más fuerte que el Doctor.

Yo pensé que era demasiado que la iba a matar, pero por otro lado tantos años de represión me hacían pensar, que debían de castigarla más, tenía que sufrir.

Alfonso me dijo no te preocupes ya saben hasta donde se puede llegar en función de como responda la esclava, primero un especialista sabe valorar si su esclava es fuerte o débil, Merche es una mujer fuerte y puede soportar castigos casi extremos, luego también comprueba cómo los acepta, si tiene placer o los rechaza, Merche lo sabes bien tú, goza pues es sumisa vocacional, aunque en estas primeras veces no lo hará o será mínimo el placer por no estar acostumbrada.

Mientras Nora, entro en nuestro escondite, diciendo: es una hembra inmejorable va a dar mucho gozo, y seguidamente me preguntó mis principales problemas sexuales con ella. A lo que contesté que todos, pero por resumir, nunca me había hecho una mamada; y por otro lado, que tampoco estaba enculada.

—La mamada ya la ha realizado; y de abirla el culo, lo puedo conceder. Lo único, que la debo llevar sin marcas. Pero mamar te aseguro que hoy va a tragar leche en abundancia. Alfonso, búscame cuatro voluntarios que estén bien cargaditos.

Sin más, Nora pasó a la sala donde estaban Merche y Eric, el Doctor. Miró a su alrededor, y recogió una fusta de las caballerías.

Colocó a la victima en el centro de la sala y empezó a observarla, haciendo gestos de aprobación. Metió un dedo en su boca y empezó a recorrerla hasta que la abrió con la otra mano y escupió dentro. Pasó la fusta acariciando las tetas, despacio, una a una, hasta que se colocó de lado y con la punta de cuero soltó un fustazo en el primer pezón. Rápidamente llegó el segundo fustazo, en el otro pezón, lo que produjo el estremecimiento de Merche.

Bajó la fusta hasta el sexo, que abrió a golpes en la parte interna de los muslos, marcando la delicada piel de esa zona, y culminó con un buen recado en los labios vaginales, finalizando esta primera parte con dos azotes en pleno culo.

—Acércate —le dijo a Eric, mientras quitaba la mordaza a mi mujer—. Saca la polla, que te va a vaciar.

El Doctor, loco de satisfacción, colocó su gran miembro en la boca de mi mujer, puso las manos en su nuca, y apretó hasta hacer desparecer la verga en el interior de la garganta. Entraba y salía, mientras ella hacia arcada tras arcada.

Después de un buen rato, y cuando Eric empezaba a realizar los espasmos previos a la corrida, Nora acercó al primer voluntario, quien nada más observar que Eric se había corrido, se apresuró a meter su polla en la boca de la chica.

—¡Más, más…! —gritaba Nora—. ¡Traga, zorra, que como se caiga una gota de leche, te mato a palos!

Así fueron pasando los cuatro voluntarios y, al terminar, ella cayó al suelo, exhausta.

Después de esto, Eric colocó la polla en la entrada del coño de Merche, y comenzó a penetrarla a pelo, rápido y con fuerza, de tal forma que la verga entraba y salía, resbalando hasta el mismísimo útero. Una vez bien dentro, observamos cómo la dejaba quieta, para que se acomodara y se dilatara; y una vez acomodada, comenzó de nuevo a entrar y salir, a un ritmo rapidísimo. Cada golpe de riñones era un espasmo de la mujer, embestida tras embestida

La va a dejar preñada, no te preocupes a donde la van a llevar las abortan rápido.

Mientras horadaba su coño con la hermosa polla, metió varios dedos en el ano, moviéndolos en círculo, mientras gritaba:

—¡Las putas tienen que tener el culo abierto! ¡Y bien abierto!

Recogió un bote de crema, vaselina, y fue introduciendo más dedos en el cerrado culo de Merche, que jadeaba, sudaba y lloraba como una posesa.

Esto excitaba aún más al Doctor, hasta el punto de iniciar la penetración, olvidando la dilatación previa.

Mandó a su ayudante separara bien las nalgas de Merche. Colocó su glande sobre el agujerito de ella, enfiló, e inició el desvirgamiento.

Comenzó la penetración,. La polla casi no avanzaba; notamos que ella estaba a punto de desmayarse, sin duda por el dolor y la angustia, menos mal que la habían vuelto a colocar la mordaza de la bola.

Parecía que, por fin, después de un enorme esfuerzo, la cabeza ya había traspasado el esfínter. Era el primer paso para consumar la desvirgación del culo. El Doctor miraba cómo el anillo de ese precioso culo se iba abriendo para permitir la entrada.

Bien sujeta con las manos de las caderas y otro empujón con los riñones, y otro trozo que entraba poco a poco.

Al cabo de un rato y muchos sudores, tanto de la que recibía como del que daba, la polla se abría paso en aquel culo virgen.

Ahora ya se podía ver la polla del Doctor roja de sangre; había entrado casi hasta la mitad.

Más empujones. Ella era sostenida por las caderas, pues de otra forma ya hubiera estado en el suelo.

Otro empujón más, y la polla se abría paso. La tremenda verga, enorme y peluda, continuaba su camino imparable, mientras que los testículos gordos e hinchados golpeaban la raja de la mujer.

De los presentes, creo que nadie se libró de tener una corrida, ante semejante espectáculo, incluidos Alfonso y yo.

Ella seguía sujetada fuertemente por las caderas.

Una buena parte del instrumento ya estaba alojado dentro, después de haber destrozado el anillo de su esfínter hasta ahora virgen, que se abría a más no poder

Hasta que observamos cómo, con el culo ya roto, la polla del Doctor entraba y salía con relativa facilidad, hasta hundirse hasta el fondo, lo que produjo en la hembra una sacudida de todo su cuerpo, mientras una enorme cantidad de leche acumulada llegaba a raudales hasta sus intestinos.

Ella, al parecer, se calmó un poco, pues ya la operación se había consumado.

Nos pareció, incluso, que empezaba a gozar, quizá por el morbo de verse en esa situación, y la entrega a un desconocido que le estaba utilizando a su antojo.

Creo que tuvo un buen orgasmo. Igual que todos los presentes, a decir verdad.

Merche permanecía con su culo en pompa, con los muslos llenos de semen y el cuerpo ensangrentado con rayas rojas y moradas de los azotes y las posturas.

—Te dije que te iba a partir el culo, te ha dolido, pero ahora ya eres una mujer.

Ella estaba casi inconsciente, hasta que entró en escena Nora, quien gritó:

—¡Por hoy hemos terminado la sesión!

Dicho esto, levantó a Merche, le vendó los ojos, y un chofer la transportó sobre sus espaldas, como un fardo, hasta un vehículo. Entramos Nora, Merche, Alfonso y yo, dirigiéndonos a la mansión de Mr. René; el dueño, ahora, de la que fue en su dia mi esposa.

 

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Nota de la autora: gracias por leerme, espero y deseo que la lectura haya servido para una deliciosa masturbación.

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