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Zoraida la perrita

en Zoofilia

En realidad fue muchísimo más fácil de lo que hubiera imaginado. Siempre había fantaseado con la idea, pero nunca creí que fuera a ser capaz de llevarla a la práctica, y, sin embargo, sucedió casi de una manera espontánea, sin proponérmelo, y fue una experiencia inolvidable.

Estábamos tomando el sol en el jardín, como solíamos, cuando comenzamos a jugar, como otras muchas veces, a calentarnos la una a la otra. Zoraida estaba preciosa, con el cabello oscuro despeinado de la piscina, y su biquini amarillo. Mirándome con la mejor de sus miradas golosonas, exhibió ante mi el bote de la crema solar, como incitándome, y yo acepté la invitación entusiasmada.

Comencé a deslizar las manos lubricadas por su espalda, mientras permanecía sentada en la tumbona de teca, y ella se dejaba hacer mimosa. Cuando mis manos se introdujeron bajo sus brazos, y comenzaron a resbalar sobre la piel de sus costados, la escuché emitir un gemidito que me hizo sentir más caliente todavía. Sabía que todo terminaría con las cabezas entre las piernas y culeando como locas, y sentí que se me mojaba la braguita solo de pensarlo. Introduje mis manos al unísono bajo el sostén, acariciando sus senos majestuosos. Tenía los pezones duros, y la piel tan clara, con las líneas del moreno contrastando con ella, y con ellos, de color de café, apretados y despiertos. Me entretuve acariciándolos, haciéndolos brillar de crema al sol.

Desaté el sostén de mi biquini, me apreté contra su espalda, y dejé que sintiera la dureza de los míos resbalándole en la piel. Gimoteaba como una gatita caliente cuando mordí su hombro al tiempo que mi mano derecha se introducía bajo la tanga buscando su pelambrera oscura. Estaba empapada, y abrió las piernas tanto como pudo, dejándome deslizar los dedos en su coñito empapado.

Empezó a mover el culo acompasadamente, al ritmo con que jugaba a dibujar el placer entre sus piernas, sin dejar de pellizcarle alternativamente los pezones con los dedos engrasados, apretándolos hasta que resbalaban de entre ellos, haciéndola ronronear y lanzar quejiditos de placer de dolor leve.

Poco a poco, sentía como iba dejándose caer sobre mi pecho. Sus piernas se movían en contracciones automáticas, su cuello, caído lánguidamente sobre mi hombro, se ofrecía a mis mordiscos, gemía mientras mis dedos chapoteaban en la humedad de su vulva.

Comencé a susurrar en su oído. Sabía que la volvía loca escucharme anticipar mis planes en susurros, hablarla utilizando palabras sucias, brutales.

  • Abre bién las piernas, putita...

  • ….

  • Prepárate, zorra, por que voy a follarte hasta que pidas perdón...

  • ¡Ah...!

  • Voy a clavarte la mano entera. Gritarás como una perra en celo...

  • ¡Ufffffffff...!

  • Mueve así el culo, puta, ponte muy caliente, disfruta ahora, por que suplicarás cuando te rompa el coño con mi mano...

Así estábamos, cuando Tico reparó en nosotras y se acercó moviendo la cola como un loco. De algún modo, parecía haber olfateado nuestra excitación, y se acercaba a lamernos, como si quisiera unirse a la fiesta.

Al principio traté de apartarle, de disuadirle con órdenes que debió percibir inseguras, por que continuó con su empeño, acercando su hocico húmedo y frío al coño empapado de Zora. De repente, la idea empezó a causarme una salvaje excitación. La putita de mi chica no parecía darse cuenta, y seguía culeando con los ojos entornados, jadeando, cuando empecé a introducir a nuestro perro en el tema de mis susurros:

  • Eres una perrita caliente...

  • ¡Síiiiii....!

  • Y vas a tener lo que te mereces...

  • ¡Dámelo, mi amor....!

  • No, yo no...

Desaté nerviosamente los nudos de su tanga y expuse su sexo abierto y empapado a los lametones húmedos de Tico. Dió un respingo. Instintivamente trató de apartarse, de cerrar las piernas, y la agarré por el pelo para inmovilizarla, al tiempo que mi susurro se convertía en una serie de órdenes tajantes y secas.

  • Estate quieta, perrita...

  • Deja que mi semental haga su trabajo...

  • Vamos, separa esas piernas de ramera...

Parecía asustada. Temblaba, pero obedecía mis órdenes sin rechistar. El animal, excitadísimo, comenzó a olfatear su coñito empujándolo fuertemente con el hocico. Lo lamía. Zoraida, poco a poco, pareció ir dejándose rendir por sus lametones ardientes y rápidos. Yo separaba sus labios con los dedos sin dejar de agarrarla del cabello, obligándola a echar la cabeza atrás. Sentía en la mano el deslizarse caliente de la lengua, que volvía al instante a lamer su coño incansablemente. Zoraida ya no se resistía.

Su cuerpo desmentía la negativa que, una vez tras otra, emitían sus labios como una letanía:

  • No, por favor...

  • Cierra la boca, perra, y déjate querer...

  • ¡Para, para, por favor...!

Temblaba como una posesa, gimoteaba, separaba las piernas hasta el límite de las articulaciones y adelantaba su pelvis moviéndola. Tico lamía enfebrecido. Parecía comprender la excitación que la estaba causando. Se volvía loco. Se diría que quisiera enterrar el hocico en su interior. Lo que un par de minutos antes había sido un asomar de su polla entre el pliegue de la piel casi lampiña de su vientre, se había convertido ya en el sobresalir de una polla impresionante, roja y dura, de aspecto húmedo, cerca de cuya base comenzaba a conformarse un bulto redondeado que prometía ir a ser terrible. Yo no paraba de susurrar al oído de mi putita, que seguía pidiendo que parase mientras movía las caderas como una loca, y adelantaba su coño empapado poniéndolo al alcance de los lengüetazos que el perro la propinaba sin descanso.

  • Mírala, perrita ¿No te gusta?

  • Por favor... basta...

  • Mira qué polla, ramerita...

  • Para, para ya, no...

  • Vas a volverte loca cuando te folle...

  • Noooo...

  • Te correrás como una perrita buena...

La sentía excitada, temblorosa. Sentía que iba a correrse ahí mismo, en aquel momento. Mi coño chorreaba cuando empezó a estremecerse, a convulsionarse entre mis brazos, a contraer los pies de esa manera que me excitaba tanto, a quedarse como sin respiración, a balbucear...

  • No... puede... ser...

  • ¡Córrete ya, perra!

  • Noo... ooooo... oooo...

  • Lo estabas deseando...

No quise soltar su pelo mientras se retorcía. Ni siquiera dejé que tuviera una tregua. Apenas sentí que comenzaba a decrecer la violencia de sus espasmos, a espaciarse las contracciones de sus músculos, tirando con fuerza de él la obligué a darse la vuelta, arrodillándose en el suelo con el tronco apoyado sobre la tumbona. Trataba de resistirse pero, entre temblores, carecía de fuerzas que oponerme. Estaba firmemente decidida, y no iba a pararme ahora. Zora lloriqueaba adivinando lo que se le venía encima, suplicaba con un hilillo leve de voz que no iba a convencerme.

  • No... le... dejes...

  • Cállate, perrita, y se buena...

  • Por... favor...

  • Te va a encantar...

  • Páralo...

  • Siéntela, perra...

Lanzó un gritito cuando sintió las patas del animal cerrarse con fuerza en torno a sus caderas. Nunca había visto a Tico tan fírmemente decidido a nada. El gritito se transformó en un aullido cuando, encaminado por mi mano, por que el pobre parecía incapaz de ir a acertar, su miembro enorme se clavó de un solo empelló en su coño empapado.

A partir de ahí, todo se convirtió en una locura. Tico, entusiasmado, la penetraba imprimiendo un ritmo brutal a su pelvis, agarrándose con fuerza a las caderas y empujando sin parar ni un momento. Al principio, su polla enorme entraba y salía pero, a medida que el bulto de la base iba hinchándose más y más, aquello se convirtió en un empujar continuo, como si quisiera atravesarla. Zorita chillaba, incapaz de resistirse. Las garras del animal le causaban pequeños arañazos en los costados. Chillaba, gemía, era toda ella un temblor a medida que el tremendo rabo se le clavaba más y más. Ya no se resistía. Pude soltarla y tenderme en la tumbona abierta de piernas frente a ella. Parecía poseída, incrédula recibiendo el polvo de su vida. Enterró su cara en mi coño empapado y creí ver el cielo contemplándola chuparme como una posesa mientras de su coñito comenzaba a fluir un hilillo interminable de semen transparente y cristalino que no parecía ir a dejar de manar nunca. Comencé a correrme sin parar, a sentir un orgasmo inacabable donde se mezclaba la sensación terrible de poder que había experimentado al dominarla, la misma excitación de mi putita, que se corría a gritos en un continuo gemido que vibraba en mi sexo, la visión de la imagen brutal del animal sometiéndola a aquel trato violento y terrible.

  • Si... si... soy... tu perrita...

No puedo decir que me corriera tres veces, ni dos, ni siete... Fue un correrme inacabable, que terminó casi en un desmayo cuando, al sacarla Tico de su coño, escuché aquel sonido como de ventosa, oí gritar a Zorita cómo si la partieran en dos, y vi chorrear desde su coño aquel chorro de esperma abundante y claro que formó un charco en el suelo.

Mi putita se arrastró casi a gatas sobre mi, sobre la tumbona, hasta colocarse a mi altura. Todavía temblábamos cuando sentí sus pechitos sobre los míos, resbalando y besándome los labios mientras su mano agarraba con fuerza mi cabello, escuché como decía en un susurro:

  • Ahora serás tu mi perrita, Coque...