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Muy breve

en Amor filial

Me asomo en silencio. Hay que dar un par de pasos dentro de la habitación y superar el corto pasillo entre el ropero y el aseo. Tienen el balcón abierto y el fresco de la noche crea una atmósfera agradable. La tenue luz de la calle me permite ver sus siluetas dibujadas, ocultas apenas por la sábana y el edredón liviano de entretiempo. Se escucha la respiración pesada de Carlos -casi un ronquido- y, más aguda y sutil, la de María, mi hija.

 

Permanezco inmóvil un momento, no se cuanto, para asegurarme de que duermen. El corazón me late a cien por hora. Transpiro nerviosa, y el camisón se me pega a la piel. Noto que me humedezco. Parece que me ahogo de miedo y de excitación.

 

Me decido por fin. Camino descalza, lenta y suavemente. Las alfombras amortiguan el sonido de mis pasos que, aún así, me parecen ruidosos. Sorteo la cama. La rodeo entera hasta alcanzar el lado izquierdo, donde duerme. Me arrodillo sobre la gruesa jarapa de pelo largo.

 

Duerme boca arriba. Desnudo, como siempre. Le he visto mil veces asomándome a hurtadillas. Le he visto en todas las épocas del año: en invierno, cubierto hasta los ojos por el edredón; en primavera, como ahora; en verano, cuando echado sobre las sábanas puedo contemplar su polla, que a veces está dura y firme mientras duerme.

 

Introduzco mi mano izquierda bajo el edredón. Busco su sexo. Está blandito, levemente húmedo de sudor. Da un respingo y me quedo inmóvil, con el corazón a punto de salírseme por la boca. Duerme. Introduzco la cabeza bajo la sábana. Sin pensarlo, succionando un poco, la tengo entre los labios. Comienzo a chuparla lentamente. Escucho su respiración, que se hace más profunda. Poco a poco aumenta de tamaño entre mi paladar y mi lengua. Se endurece. Siento sobre mi lengua cómo van revelándose las venas gruesas y duras; siento cómo el borde de su glande se destaca sobre el resto. Comienza a moverse nerviosamente, pero su respiración continúa siendo profunda. Duerme.

 

Succiono con fuerza a intervalos rítmicos, cómo si mamara. Gime ahogadamente. Mueve un poco las piernas. La tiene ya muy dura, como una piedra. Entra y sale de mi boca hasta casi escaparse y, entonces, vuelvo a succionar y la siento resbalando sobre mi lengua. Jadea. Empieza a despertar. Se que medio se despierta y siente como en sueños que se la estoy chupando. Ha salido todo bien. Se medio despierta alucinado, enloquecido por mis caricias, incapaz de resistirse. Por el agujerito se le escapa un mínimo chorrito continuo de fluido insípido.

 

Tiembla. Murmura...

 

  • ¿Qué...?

 

Calla. Me agarra la cabeza con las manos y empuja obligándome a tragarla entera, a acomodarla en el fondo, en la garganta. Me ahogo. Se le escapa un gemido ronco. María parece despertar, o medio despertar.

 

  • ¿Qué pasa? - pregunta en un susurro dulce que parece escapársele desde lo más profundo del sueño -

  • … Nada..., cariño..., duerme...

 

Mientras mi hija se da la vuelta y recupera el ritmo acompasado del sueño, su polla empieza a latir con fuerza. Siento en la boca los chorros densos de esperma. Escucho cómo ahoga un gemido y como se le ponen rígidas las piernas. Tengo mi mano bajo su culo, que se endurece como una roca cada vez que descarga en mi boca otro de esos chorros densos de esperma templada que trago con ansia sin dejar de mamar. Su mano, fuera de las sábanas, busca mi coño empapado y se cuela bajo el borde de la braga para chapotear en él. Se corre a borbotones. Me llena la boca y la garganta de esperma mientras me clava sus dedos torpemente y escucho a María respirar suave y acompasadamente.

 

Me levanto en silencio. Camino hacia el pasillo bordeando la cama por el camino de vuelta.

 

Apoyada de espaldas en la pared, en el corto pasillo que conforman el vestidor y el retrete, escuchando la respiración acompasada y profunda de mi hija y su marido, introduzco mi mano bajo el camisón, bajo la braga, y me masturbo hasta correrme en silencio, mordiéndome los labios y temblando con el sabor leve de su esperma aún en la boca y el recuerdo de su relieve rotundo al deslizarse entre el paladar y la lengua disparándome en la garganta sus chorretones de esperma.