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Primeras veces II

en Amor filial

Aquel episodio tuvo dos consecuencias de muy distinta índole: por una parte se terminaron los problemas entre mi hermana Lara y yo, que pasamos a disfrutar de una complicidad deliciosa que incluso llamó la atención de nuestra madre; por otra, nuestros padres, animados por el éxito de la iniciativa, decidieron que podían dejarnos solas sin miedo de vez en cuando, y sus escapadas de fin de semana empezaron a menudear.

 

Lara y yo bromeábamos, jugábamos juntas, e incluso llegamos a estudiar en el mismo cuarto alguna vez. Por las noches, no era extraño que nos deslizáramos la una en la cama de la otra y disfrutáramos de aquellos juegos en que cada día éramos más hábiles y más capaces de proporcionarnos satisfacción, lo que convirtió a aquellos años, hasta que mi hermana se marchó a la universidad, en los que recuerdo como más felices de mi vida. Ni que decir tiene, que mis padres no sospechaban nada. Mamá se mostraba encantada, y parecía feliz por el cambio. Hasta tal extremo se la veía entusiasmada, que parecía alegrarse al encontrarnos muchas mañanas durmiendo en la misma cama.

 

  • ¡Hijas, qué maravilla veros así! Ya era hora de que dejarais de llevaros como el perro y el gato.

 

Debían haber transcurrido un par de meses, y Lara y yo habíamos aprendido a acariciarnos y ya lo hacíamos con habilidad. Cada una iba aprendiendo lo que la otra prefería. Así, yo sabía que Lara se volvía loca si, al tiempo que mis deditos jugueteaban por los alrededores de su clítorís, lamía sus pezoncillos; mientras que ella se había convertido en una experta en lamer mi culito con la lengua colocada de punta, cómo una pequeña pollita, mientras su dedo se introducía con delicadeza en mi coñito.

 

Durante aquel período, nuestros padres nos habían dejado solas otro par de fines de semana, que habíamos provechado para intimar más entre nosotras, y aprender muchísimo sobre sexo viendo las películas que papá y mamá escondían en su habitación. Hablábamos del asunto como auténticas conocedoras, y manejábamos entre nosotras una jerga que habría hecho enrojecer a un estibador del puerto. Nos hablábamos con esa inocencia deliciosa de la primera pubertad utilizando los términos y expresiones que usaban entre sí los actores y actrices que veíamos en las películas. Imagino que, para quien hubiera podido escucharnos, hubiera resultado sorprendente escuchar tales palabras en boca de dos perfectas señoritas diminutas.

 

  • ¿Quien se va a comer este coñito?

  • Yo lo quiero, zorrita.

  • Vamos, ven y córtame la respiración con esa lengua de putilla...

 

Fue entonces cuando la casualidad quiso que mamá tuviera que viajar a Barcelona para atender durante unos días a su tía Bárbara, que había enfermado. A papá, que por entonces estaba inmerso en una venta importantísima, cuyos trámites no podían posponerse, le resultó imposible acompañarla, así que tuvimos que resignarnos a que se quedara con nosotras. Aunque lo más probable era que no pudiera pasar por casa más que a las tantas de cada noche, después de agasajar -como decía a mamá- a los compradores tras pasar el día discutiendo los detalles comerciales, la posibilidad de que apareciera de improviso en cualquier momento nos impedía instalarnos en el salón con el vídeo, pero nos dejaba la oportunidad de entregarnos a nuestros juegos por la casa casi con total libertad, a condición de hacerlo con los camisones puestos y disimular si aparecía. O, por lo menos, así era como nosotras nos habíamos imaginado que serían aquellos días.

 

Aquella primera noche aprovechamos aquella limitada libertad para entregarnos en el sofá a nuestros juegos:

 

  • Lara, cielo ¿Querrías darme un masaje en los pies? Vengo molida de estas todo el día trabajando -dije con aire inocente tal y como había visto a la protagonistas de “Las alegres noches de Caroline Vargas”.

  • Naturalmente, señora. Será un placer -respondió mi hermana siguiéndome el juego y arrodillándose a mis pies en la alfombra y empezando a juguetear con las manos en mis piececillos.

 

El resto de la escena... Es fácil imaginarlo. Mientras mi hermana mayor acariciaba mis pies, yo jugaba inadvertidamente a dejar que el camisón se me remangase y abría las piernas ofreciendo a su mirada la visión de mi coñito lampiño. Poco a poco, Lara iba ganando altura en mis tobillos, mientras sus labios se adueñaban de mi pie y jugaba a lamerme entre los deditos causándome un cosquilleo que tenía el don de hacerme humedecer. Como quien no quiere la cosa, deslizaba mi perna izquierda entre sus piernas y ella, al instante descendía levemente hasta acomodarse sobre mi tobillo y, sin dejar de acariciarme, iniciaba una suave danza frotándose en él, resbalando y dibujándome un rastro brillante como de baba de caracol.

 

Poco a poco, a medida que su boca iba ascendiendo por mi pierna y se deslizaba ya por mis rodillas, ya por mis muslos, acercándose a mi coñito empapado, se apoderaban de mi unos temblores deliciosos y, automáticamente, sin proponérmelo, mi pierna iba separándose, como si quisiera ofrecérselo ansiosa, mientras mi tobillo se movía en su vulva haciéndola jadear. Sin abandonar el juego, mis labios repetían palabras aprendidas en los vídeos mientras mi excitación crecía más y más por momentos.

 

  • ¿No te gustaría tener una buena polla ahora, putita?

  • Sí -me respondía entre gemidos sin dejar de lamerme la cara interna del muslo y haciéndome suspirar-.

  • ¿Y qué te gustaría hacer con ella?

  • Me gustaría... ponértela con la mano en el coñito para ver cómo te folla.

  • ¿Harías que me follara?

  • Haría que te la clavara hasta que te corrieras como una perrita.

 

Y, de repente, sus labios estaban apoyados en los labios lampiños de mi coñito sonrosado de niña, y la conversación moría entre gemidos desesperados mientras mi culito comenzaba a moverse de una manera frenética...

 

  • Buenas noches, niñas. ¿Todavía estáis despiertas?

 

El saludo de papá desde la entrada nos pilló completamente por sorpresa. Como pudimos, recompusimos la figura, nos tapamos y fingimos estar viendo la televisión. El corazón me latía a cien por hora, y supongo que otro tanto debía pasarle a ella, que tenía las mejillas sonrojadas, no se si por el susto o por la excitación.

 

  • ¿Pero qué hacéis viendo esta porquería?

 

Papá buscó el mando a distancia y cambió el canal, quitando aquel programa de cotilleos donde un grupo de famosetes se dedicaban a insultarse unos a otros y que a nosotras nunca nos dejaban ver, por que decían que eran un ejemplo indeseable.

 

  • Anda, anda, dadme un beso y marcharos a dormir, golfillas, que no son horas de que dos señoritas decentes estén despiertas por mucho que mañana sea sábado.

  • ¡Jo!

  • ¡A dormir!

  • ¡Vaaaaaale...!

 

Obedientes, y deseosas de encontrarnos a solas en nuestra cama de nuevo, finjimos un moín de desagrado.

 

  • ¿Pero podemos dormir juntas?

  • Bueno. Meteros en la cama de Larita, que es más grande.

 

Al besar a papá, pude advertir que el aliento le olía como cuando volvía por las noches de cenar fuera con mamá.

 

Lara y yo terminamos marchándonos a dormir. Nos lavamos los dientes deprisa, y nos metimos en la cama con urgencia, pensando en continuar acariciándonos. Abrazadas, con las piernas entrecruzadas, frotando cada una su coñito en el de la otra, nos besábamos los labios en la penumbra de la lamparita de enchufe que mamá se empeñaba en seguir dejando encendida en nuestros cuartos, y buscábamos en silencio otro de nuestros orgasmos callados cuando, de repente, escuchamos un ruido casi inaudible junto a la puerta entreabierta.

 

Nos quedamos muy quietas, disimulando, y procuramos aparentar que dormíamos. Lara, que estaba en el lado de la puerta, se dio muy despacito la vuelta. Pude sentir en mis nalgas la presión de su culito duro y templado. Por segunda vez aquella noche nos habían interrumpido sin permitirnos terminar, y me sentía desesperada.

 

Durante un minuto, quizás dos, que se me hicieron eternos, no sucedió nada. Después, escuché unos pasos quedos sobre la alfombra, y lo que identifiqué como una respiración contenida. Estaba aterrorizada, pero no me atrevía a gritar. Lara temblaba a mi lado, y parecía presa de mi mismo terror.

 

Tres pasos. Justo los que separaban la puerta de la cama de mi hermana, y sentimos una presencia silenciosa. Una respiración pesada, que intentaba ser silenciosa, se escuchaba justo junto a Lara. Yo escuchaba un ruido entre las sábanas, como si algo se deslizara, y la presión de su cuerpo, que parecía empujarme contra la pared. No comprendía lo que estaba pasando. Pronto comencé a escucharles hablar en voz muy baja, un rumor apenas audible...

 

  • ¡Pa...Papá! ¿Qué... qué haces?

  • ¡Shhhhhhhh! ¡Vas a despertar a Judit!

  • ¡Pero....! ¡Pa...pá!

  • ¿No querías una polla?

 

Tardé unos segundos en comprender que papá debía habernos visto jugando anuestras cosas. Lara dejó de hablar y comenzó a moverse de una manera extraña. Sentía que su culito me empujaba en un movimiento rítmico. Parecía... Sigilosamente, fingiéndome dormida, me di la vuelta para tratar de ver lo que pasaba. En aquel instante se detuvo el movimiento, para reanudarse unos segundos después, cuando simulé la respiración pesada del sueño. En la penumbra anaranjada de la lamparilla pude ver a papá arrodillado junto a la cama. Uno de sus brazos de perdía debajo de las sábamas, y Lara, mi hermana, volvía a moverse acompasadamente, presionando a intervalos regulares mi pubis con sus nalguitas. Poco a poco, su respiración iba haciéndose más agitada. Parecía contenerse, esforzarse por no hacer ruido, pese a saber como sabía que yo no estaba dormida. La caricia de su culito me ponía más y más caliente, y ya podía imaginar que papá estaba acariciándola. Sentí que me invadía una sensación contradictoria, entre la rabia de los celos al saber que otras manos estaban haciéndola correrse como las mías, y una excitación terrible que me resultaba imposible contener.

 

De repente, mi hermana pareció contraerse en un espasmo que quiso ser silencioso, pero no pudo evitar emitir un gemido ahogado que terminó por desatarme. Sigilosamente, mi mano se deslizó por su costado hasta alcanzar sus tetitas, y comencé a acariciar sus pezones, que estaban inflamados y duros. Mi boca mordía su hombro. Lara, incapaz de resistirse, comenzó a debatirse en un orgasmo bestial. Sus piernas pateaban, se tensaban y endurecían en espasmos, tornándose duras como columnas de alabastro. Sus gemidos, que iban haciéndose más evidentes e indisimulados, se convirtieron en una especie de quejido tenso y duro. Mi mano, deslizándose entre sus piernas, encontró la de papá. Uno de sus dedos se clavaba en su coñito que empezaba a ser velludo. Su mano enorme cubría su pubis por completo, y el dedo entraba y salía. La follaba con él. Sin poderme contener, me incorporé para mirarlos. Lara se agarraba a su cuello como una desesperada.

 

  • ¡Judit!

 

De repente se encendió la luz. Mi padre se zafaba para soltarse del abrazo de mi hermana, que se quedó temblando en la cama boca arriba, moviendo la pelvis todavía automáticamente, y se incorporaba mirándome con ojos de terror. Estaba desnudo, y su polla cabeceaba brillante y humedecida. Un hilillo de líquido viscoso y transparente fluía de su punta y goteaba.

 

  • Yo... Judit...

 

No atinaba a decir nada coherente. Al parecer, contaba con que yo estaba dormida, y al sentirse descubierto se había quedado paralizado y me miraba con expresión desconcertada.

 

  • Yo... yo...

 

Yo estaba loca de caliente. En todos aquellos meses nunca me había llegado a sentir tan excitada como entonces. Alargando la mano, agarré aquello con ella. Apenas era capaz de abarcarla. Con la imaginación llena de las imágenes que había visto tantas veces mientras jugaba con mi hermana, comencé a moverla como las actrices de las películas. Arrodillada en la cama frente a él, cubría y descubría su capullo con la piel, y aquel hilillo cristalino pareció fluir en mayor cantidad. Papá era un hombre guapo, de cuarenta años, moderadamente velludo, de piel y cabello morenos, bien proporcionado y grande. Su polla se curvaba hacia arriba y en su pubis brillaba una tupida mata de pelo negro rizado. Lara, que empezaba a recuperarse de su terrible orgasmo, se arrodilló a mi espalda y comenzó a morderme los hombros y el cuello mientras acariciaba los pezoncitos que coronaban mis pechos irrelevantes y metía una de sus manos entre mis muslos deslizando sus dedos por entre los labios del coñito empapado. Sentí que me empujaba suavemente hacia él. Sentía que lo deseaba y, al mismo tiempo, me sentía asustada ante la perspectiva de lo que sabía que iba a suceder. Mi padre parecía incapaz de reaccionar, y nos miraba atónito. Un empujoncito más, una suave presión de sus tetillas en mi espalda y me encontré abriendo la boca y dejando que aquello se aventurara entre mis labios. Apenas me cabía la punta en la boca. Mi mano continuaba agarrada a aquel tronco tremendo, venoso, cuyas rugosidades se deslizaban bajo la piel como algo vivo. Aquel liquidillo insípido que manaba se deslizaba por mi garganta. Lo bebía excitadísima. Oí que Lara susurraba en mi oído:

 

  • La pondré en tu coñito y haré que te folle. -Miraba hacia arriba, y veía los ojos de mi padre haciendo chiribitas al oirla expresarse con esa crudeza inocente- Voy a hacer que llene de leche tu coñito de putilla.

 

Sus palabras resonaban en el interior de mi cerebro. Parecían reverberar en mi cabeza. Sentí las manos de mi padre apoyándose en mi cabeza y empujar. Parecía que iba a ahogarme, que iban a desencajárseme las mandíbulas. Podía escuchar los dedos de Lara chapoteándome en el coño, y me imaginaba asustada que aquella polla tremenda me destrozaba y me mataba de placer. Comencé a correrme como nunca antes. Desde mi coñito arrancaban oleadas de calor y de temblores que se extendían por mi cuerpo entero. Los ojos se me entrecerraban y dejaba de ver, sintiéndome toda coño y toda boca. Papá empujaba hasta hacerme creer que me ahogaba y, de repente, aflojaba la presión y lograba respirar por la nariz como si saliera del fondo del agua de bucear. Comenzó a correrse. No me daba asco. Le oía rugir y sentía su polla tensándose en mi boca, poniéndose extraordinariamente dura y, a intervalos, aflojándose mientras disparaba chorros enormes de leche que me costaba tragarme. La sentía salirme por la nariz, atravesarme la garganta, templada, densa, insípida. Me corría a calambres interminables hasta encontrarme tumbada en la cama temblando mientras era Lara quien se agarraba a la polla de papá, que parecía haberse ablandado un poco, y la acariciaba y se la metía en la boca.

 

Papá no decía nada. Se sentó en el borde de la cama y Lara se puso a horcajadas sobre sus piernas besándole la boca. Yo les miraba casi sin poder moverme. Sus manos oscuras se clavaban en el culito blanco de mi hermana hundiéndose los dedos en la carne y su polla, ya dura de nuevo como al principio resbalaba entre sus nalgas, por su coñito. Estaba húmeda, brillante y oscura. El extremo amoratado sobresalía de entre la piel y seguía manando aquel hilillo transparente. Inclinaba la cabeza, Lara, colgada de su cuello se inclinaba hacia atrás, y él se metía en la boca sus pezones mojándolos, haciéndolos endurecerse. Lara gimoteaba como las mujeres de las películas. Frotaba su coñito apenas puber contra su polla grande y oscura, y jadeaba hablándome.

 

  • ¿La quieres?

  • Sí...

  • ¿Quieres que te folle?

  • Si...

 

Me escuchaba a mí misma y la escuchaba a ella como en un sueño. Apenas me recuperaba del orgasmo más terrible de mi vida, y ya sentía que mi coño ardía. Me abracé a la espalda de papá y comencé a besarla los labios sobre su hombro. Quería comérmelos a los dos. Lara parecía ser la única que controlaba aquella situación. Papá se comportaba como si estuviera en shock, y se dejaba hacer sin conseguir reaccionar al asombro y a la excitación que le causábamos. Yo me sentía arrastrada por oleadas de deseo en que me resultaba imposible tomar mis propias decisiones. Trataba de colar mi cuerpecillo flaco entre ellos, de robar un beso de los labios de mi hermana, de los de papá. Me dejaba acariciar por las manitas dulces y deliciosas de Lara, por las grandes y fuertes manos velludas de Papá. Me sentía enloquecer.

 

De alguna manera, mi hermana consiguió que papá terminara tumbado boca arriba sobre la cama. Su polla enorme y curvada saltaba sobre su vientre en espasmos acompasados a los latidos de su corazón.

 

  • ¿La quieres?

  • ¿La quieres?

 

Me asustaba imaginarme aquello entrando en mi coñito tan estrecho. Lara me condujo hasta sentarme a horcajadas sobre ella. Me mordía los hombros y acariciaba mi culito haciéndome moverlo, y yo sentía deslizarse a lo largo aquella polla tremenda que latía. La quería dentro, y me daba pánico a la vez. Mi hermana le llevaba las manos. Se las cogía y las colocaba sobre mi culito. Mis nalgas cabían casi enteras en cada una de sus manos. Me manejaba como a una muñequita. Me hacía restregar mi coñito en su polla humedeciéndola. La sentía deslizarse en mi clítoris enervándome. Lara, introduciendo una de sus manos bajo mi culito, me obligó a ponerme de rocillas sobre él, a incorporarme, y condujo con la otra su polla hasta colocar la punta en la entrada de mi coñito. Me sentí morir de miedo y de placer.

 

  • Despacio, Judit. Muy despacio...

 

Papá parecía enloquecido. Me pellizcaba los pezoncillos diminutos delicadamente, y parecía querer atravesarme de un golpe. Lara le frenaba apoyando la palma de la mano sobre su pubis.

 

  • Despacio...

 

Acariciándome los pechitos, lamiéndome las orejas, mordiéndome los hombros y el cuello, mi hermana vencía poco a poco la resistencia a que el miedo me empujaba. Sentí deslizarse el extremo. Un mínimo latigazo de más miedo que dolor y una excitación salvaje. Vencida aquella primera resistencia, con la parte más gruesa dentro de mi coñito, que parecía dilatarse de una manera asombrosa, el resto fue sucediendo con una extraña naturalidad. Mi propio cuerpo parecía guiarme. Casi sin moverla en mi interior, hacía un mínimo movimiento hacia afuera y, al volver a empujar, más humedecida, se deslizaba unos milímetros más, un centímetro. Respiraba hondo, por momentos jadeaba. Solo quería sentir aquello entero clavado en mi interior. Un nuevo empujoncito. Un trozo más. De repente mi pubis descansaba sobre el suyo, sentía la presión de su pubis en mi clítoris pequeñito y duro. Lara, a mi espalda, se agarraba a mis culito como conduciéndome. Despacio al principio, casi sin deslizarse, con toda su polla entera dentro, cómo dilatándome, como ahormándome para soportar sus embestidas. Más deprisa cada vez, más deprisa hasta encontrarme saltando sobre la polla de papá, sintiéndola resbalarme dentro, entrando y saliendo de mi a una velocidad frenética, hasta clavárseme de pronto hasta el fondo. Papá resoplaba. Me recorría el cuerpecillo entero con las manos. Lara se había sentado sobre su cara y me besaba jadeando mientras papá se comía su coño de ramerita quinceañera. Se me abrazaba como una posesa comiéndome literalmente la boca, mordiéndome los labios, introduciéndome su lengua hasta ahogarme. Yo amasaba sus tetillas enloquecida. La polla de papá entraba y salía de mi coño sin parar. Saltaba sobre él ya a un ritmo frenético. Me agarraba al culito tierno de mi hermana, que se corría jadeándome en la cara, gritándome en la cara. Yo también me corría, No paraba de correrme.

 

De repente papá se puso tenso. Sus piernas se pusieron rígidas y, agarrándose con fuerza a mis nalgas, me clavó su polla hasta el fondo y permaneció allí empujándome con fuerza. Me sentía perforada. Mi clítoris frotaba su pubis velludo. Creo que chillaba cuando empecé a sentir que me inundaba su esperma caliente, que manaba en mi interior a borbotones. La cabeza se me iba, y los gemidos, los gritos de Lara resonaban en mis oídos como música.

 

Creo que debí quedarme medio desmayada, por que lo siguiente que recuerdo es un hipido violento, un sobresalto, y ver entre mis muslos abiertos los ojos de mi hermana, y sentir sus labios lamiendo mi coñito a cuatro patas. Parecía ansiosa por limpiarme, por beberme. Papá, a su espalda, agarrado a sus caderas, la penetraba con fuerza. A cada golpe, escuchaba el cacheteo de su pubis en su culo, el chapoteo de su polla en el coñito de mi hermana. De repente despertaba en un sobresalto de caricias, retorciéndome en los labios de Larita. Mi hermana me lamía, me succionaba como si quisiera agotarme, como si necesitara algo de mi para sobrevivir y lo tomara con ansia, como el aire. Se agarraba a mi culo como sujetándose, como para impedir que mi coño se le escapara en mi culear ansioso y violento. Me pellizcaba los pezones hasta hacerme un poquito de daño, que se unía a aquella especie de orgasmo permanente como una única sensación brutal y agotadora. Creo que trataba de decirla que parase, que me dejara respirar, que no podía seguir estremeciendo así, que ya no tenía fuerza, pero de mis labios solo escapaban gemidos, estertores casi agónicos. Mi cuerpo respondía a su caricia en espasmos violentos que subían y bajaban de intensidad como a oleadas, y por momentos me impedían casi sentir nada que no fuera aquello. Y el golpeteo, los gemidos, los chillidos leves y agudos de mi hermana vibrándome en el clítoris. Y el chapoteo de la polla de papá clavándose en su coñito empapado una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez.

 

Y, de repente, Lara que se cae, o se derrumba sobre mi. Y la polla de papá que sale de su interior y, en aquel mismo momento, comienza a correrse una vez más. Cabecea en el aire disparando sobre nosotras sus chorros tremendos de esperma. Los siento salpicándome en la cara, en los pechitos casi inexistentes. Los veo estrellarse en la cara de Lara, y siento el impulso irrefrenable de lamerlos. Los lamo en sus tetillas redonditas, acaricio su coño empapado, increiblemente dilatado ahora. Mis dedos pueden deslizarse dentro con una facilidad asombrosa. Dos, tres. Lara continua corriendose en mis manos. Lame el esperma de mi cara, se deja follar por mis deditos. Intercambiamos nuestra saliva mezclada con su esperma...

 

Y papá, que nos arropa y nos besa en los labios. Y lo veo alejarse despacio y apagar la luz al salir.

 

  • Lara...

  • Lara...

  • … dime...

  • ¿Y ahora somos putas?

  • Si no se lo decimos a nadie no...

  • Lara...

  • … diiiiiiime...

  • ¿Me quieres como antes?

  • Claro...

  • ¿No quieres más a papá?

  • … papá... papá es distinto...

  • ¿Le quieres más?

  • No, mi niña. A quien más quiero es a ti.