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Primeras veces I (Mariposas en el vientre)

en Amor filial

Cuando Papá y Mamá nos dijeron que pensaban salir de fin de semana, por primera vez desde que, quince años atrás naciera Lara, dejándome a su cuidado, supe que aquellos dos días se convertirían en un infierno.

 

Los tres años que me llevaba hacían que se comportara conmigo como una mandona, tratándome como si fuera tonta, e imponiéndome, a la primera de cambio, su criterio arbitrario en cuanto tenía ocasión.

 

De hecho, últimamente, a medida que le iban creciendo las tetillas aquellas -que parecía que la hubieran nombrado marquesa- y su pubis, según decía a cualquier hora con gran secreto, se iba poblando más, su actitud de superioridad se estaba volviendo insoportable, así que me dispuse a pasar unos días horribles bajo su cuidado, bajo la supervisión de Alberto y Carmen, nuestros vecinos, que se pasarían por casa de cuando en cuando para asegurarse de que todo estaba bien.

 

En el mismo momento en que Papá cerró la puerta a sus espaldas, después de impartirnos las últimas instrucciones insistentemente, mi hermana se puso en su papel y comenzó a darme órdenes. La cosa tenía pinta de ir a ser tan mala como parecía.

 

  • Bueno, Judit, ya te puedes ir duchando, que quiero que después de la cena te vayas a la camita y me dejes un poco tranquila. No te vayas a creer que por que se hayan ido los papis vas a hacer lo que te de la gana.

  • Pero... Si solo son las seis...

  • ¿Ya empiezas a discutir? No, si ya sabía yo que te tenías que haber ido con ellos. Se lo dije a Mamá: “mira que Judith es muy desobediente y me va a hacer la vida imposible...

 

Resignada, me dirigí al baño de mi habitación farfullando maldiciones, diciéndome que prefería obedecerla, antes que soportar sus retahilas de mayorcita responsable y mandona. Mientras caminaba por el pasillo, escuché abrirse la puerta, y oí la voz de Carmen, a quién Mamá había dejado la llave, que comentaba los planes para la cena con Lara. Había pasado para recordarnos que estaban allí, en el piso de al lado, y que podíamos llamarles para cualquier cosa.

 

Me llevé al baño el pijama limpio que me había dejado Mamá, uno rosa, precioso, con dibujos de gatitos, que me gustaba más que ninguno, y comencé a desnudarme frente al espejo, como hacía cada noche, observando los mínimos cambios en mi cuerpo, esperando un milagro que, aquel día tampoco, terminaba de llegar.

 

Nunca fui una de esas niñas adelantadas que enseguida empiezan a dibujar formas de mujercita. Mi crecimiento, por que crecía, parecía más bien ir a convertirme en un fideo larguirucho. Cada día era más alta, y seguía tan delgada como siempre. A los doce años, todos mis rasgos de femineidad se reducían a un ligero, ligerísimo abultamiento de los senos, cuyos pezones, eso si, se habían transformado en una especie de almohadillas esponjosas y abultadas que me escocían al rozar algunos tejidos, y una sombre de vello en el pubis que me decía a mi misma que se empezaba adivinar, aunque ahora no podría asegurar que fuera cierto. Mi cabello, rizado y castaño, carecía de gracia, mi culo lo formaban dos nalguitas apretadas, de escaso volumen, que remataban unas piernas largas y delgadas, y conservaba un atisbo de la barriguita de niña.

 

Frente al espejo, repetí el ritual de cada noche: me pellizqué la piel a los lados de los pezones, como tratando de ver aflorar los pechos de los que carecía, adopté varias poses de mujer fatal de las de las películas, me contemplé detenidamente tratando de vislumbrar cualquier cambio que pudiera haberse producido en el día, me miré el culito escueto en el espejo, me senté en la taza para observar mi pubis queriendo adivinar algún pelito oscuro aflorando entre el vello claro cómo de melocotón, cómo decía mi madre, y, una vez constatado que todo seguía igual, poseída por aquella vaga sensación de decepción que se repetía cada noche, preparé el albornoz, me metí en la bañera y abrí el grifo.

 

Mientras esperaba a que el agua estuviera a la temperatura justa, se entreabrió la puerta y apareció mi pesadilla, empeñada en controlarlo todo en un ataque de celo inaudito. Mamá hacía siglos que no me controlaba tanto, tratándome, por que sabía que lo necesitaba, como a una jovencita, pero aquella bruja de Larita parecía que no me iba a dejar ni un respiro.

 

  • ¿Qué? ¿Cómo va esó? ¿Todavía ni te has metido en el agua? ¡¡¡Pero cómo tienes esas rodillas!!!

 

Me invadió un ataque de pudor, y traté inútilmente de cubrirme con los brazos cruzados sobre el pecho inexistente y una mano haciendo equilibrios sobre el pubis.

 

  • ¿Qué haces? ¡Sal de aquí!

  • ¡Anda, anda, anda! No seas niña, que las dos somos mujeres y no va a pasarte nada por que te vea. ¡Hay que ver qué piernas tienes! Pareces un chicazo.

 

Me sentí entre avergonzada y confundida, pero nunca fui una niña de esas osadas, que hacen frente a cualquier cosa, si no más bien tímida y apocada, con cierta tendencia a dejarme dominar. Supongo que será por haber sido siempre la pequeña.

 

  • Te voy a bañar yo, por que esto no puede ser. Ya le dije a Mamá que todavía eres muy pequeña para hacerlo sola, pero, claro, a mi nunca se me hace caso...

  • ¡Que no! ¡Que te vayas!

 

Aquellos fueron los últimos cartuchos de mi escaso amago de resistencia. Lara se colocó junto a la bañera, agarró la esponja, la llenó de gel, y empezó a bañarme como si yo fuera un perro sarnoso al que había que desinfectar.

 

  • ¡Madre mía, qué rodillas!...

 

Comenzó a frotarme con denuedo, tratando de hacer aflorar el color de la piel de mis piernas hasta que me hizo trastabillar y golpear el tubo de la ducha, que se movió poniéndola perdida de agua. No pude evitar reírme, y ella, embozada en aquel aire de mayor en que se empeñaba, se resistió a enfadarse y, encogiéndose de hombros dijo.

 

  • Ya me has empapado. Bueno, aprovecharemos para hacer las cosas bien.

 

Me quedé de piedra cuando la vi desnudarse para meterse conmigo en la ducha. Apenas le costó un momento, por que solo llevaba puesta la bata y un camisón corto de señorita, y en un visto y no visto me la encontré a mi lado en la bañera. No pude evitar mirarla con envidia.

 

Lara y yo no parecíamos hermanas: si yo era larguirucha, y alta, ella era más bien redondeada u cerca de dos dedos más baja que yo, pese a sus quince años; mi pelo era rizado y castaño, y el suyo moreno, liso y brillante; mi piel pálida, y la suya morena y bronceada... Me fascinó la visión de sus pechitos, redondeados y coronados por unos pezoncillos oscuros pequeñitos, de piel pálida, cómo el culito rellenito y el pubis, adornado por una mata de vello más corto y más liso que el que yo había visto que tenía Mamá. Era una mujercita pequeña, y yo me sentía una cría, con mis pezoncillos bulbosos y carente de todos esos atributos que ella lucía tan presuntuosa.

 

Olvidándose de mis piernas comenzó a deslizar la esponja por mi cuerpo sin parar de parlotear ni un momento, cubriéndome de espuma y restregando sin piedad mi piel, como si quisiera desinfectarme, comentando cada mínimo detalle de mi cuerpecillo, y haciéndome sentir mal al compararlo con el suyo.

 

  • Ya parece que se te están hinchando los pezones. Así empieza: se hinchan los pezones y empiezan a crecer, muy despacito al principio, como te está pasando a ti...

 

Y deslizaba la esponja sobre ellos haciéndome sentir extrañamente incómoda.

 

  • Lo que parece que está tardando en salirte es el pelito. Yo a tu edad ya tenía un poco, pero a ti ni se te adivina...

 

Y deslizaba la esponja sobre mi pubis, y la introducía entre mis piernas causándome una sensación intensa que no sabía valorar.

 

Por aquel entonces, sin saber muy bien por qué, yo ya había comprobado que acariciando mis pezones, o mi vulva, sentía un extraño cosquilleo, una sensación más enervante que agradable o molesta que, sin embargo, por alguna razón que no adivinaba, resultaba atrayente, y me descubría haciéndolo sin saber por qué en cuanto me quedaba sola estudiando, o al acostarme. No terminaba en nada, pero no sabía por qué me gustaba sentirme así, y, desde luego, no lo iba a preguntar.

 

  • Bueno, pues, ya que estamos, podías enjabonarme tu a mi, y ya me quedo duchada yo también.

  • ¡Pero...!

  • Anda, no seas tonta.

 

Tímidamente, agarré la esponja y comencé a frotarla más bien escasa de ánimo, procurando, sin poder, no mirarla, y esquivando las partes de su cuerpo que me parecía “delicadas”.

 

  • ¡Pues estamos apañadas! ¡Frota como dios manda, niña, y no seas timorata, que somos hermanas.

 

Sumisa, froté sus tetillas, que me resultaron turgentes, sorprendentemente duras y firmes. Me extrañó el gesto, como una mirada perdida, de mi hermana cuando lo hacía, que se intensificó cuando me animé a meter, yo también, la esponja entre sus piernas para frotar la cara interna de sus muslos y su vulva. Me pareció que se le extraviaba la mirada un poco, y que parecía quedarse como sin respirar. Debí quedarme, impresionada como estaba, demasiado tiempo entretenida en esa parte, por que terminó pareciendo que se reponía de repente y dio por terminada la ducha.

 

  • ¡Vale, vale, ya está, vamos a secarnos!

 

Nos fuimos cada una a nuestro cuarto a esperar la hora de la cena. Permanecí encerrada allí, tratando de estudiar, cerca de dos horas. Me costaba concentrarme. No me podía quitar de la cabeza, no sabía por qué, la imagen de sus tetitas y, extrañamente, la de su expresión mientras lavaba su cosita. Sin entender el motivo, me causaba una gran agitación. Me descubrí a mi misma con la mano entre los muslos, sin saber qué hacer.

 

A la hora de la cena, Carmen, la vecina, pasó de nuevo a nuestro piso, y sacó lo que Mamá había dejado preparado en la nevera, lo calentó y nos lo puso sobre la mesa de la cocina. Debían haber acordado entre ellas que sería así, y Lara se mostró visiblemente desilusionada por la tutela.

 

Al terminar, cuando se despedía, nos dio algunas instrucciones, y reiteró su oferta de ayuda “para cualquier cosa que necesitéis, no seáis tontas”, y se marchó recomendándonos no permanecer despiertas hasta muy tarde, y tener mucho cuidadito con lo que veíamos en la tele.

 

  • Mañana por la mañana paso a prepararos el desayuno... Como a las nueve... y no trasnochéis...

 

En cuanto hubo salido, mi hermana recuperó su cetro de reina de la casa y comenzó a organizarme la vida. Parecía tener muchas ganas de quedarse sola, y yo, que me había resignado a soportar durante aquellos dos días su “imperio del terror”, me fui a acostar cuando me lo dijo.

 

No se cuanto tiempo permanecí en la cama dando vueltas como una boba. Quizás, ahora lo pienso al recordarlo, aquella sensación de desamparo, de estar solas en casa sin mis padres, fuera una de las últimas reacciones infantiles de mi vida; el caso es que me sentía muy desgraciada, con ganas de llorar, muy sola.

 

Armándome de valor, o quizás empujada por el miedo, me decidí a buscar la compañía de mi hermana. Me puse mi bata sobre el pijama, me calcé mis zapatillas, abrí la puerta sin hacer ruido, y caminé titubeando hasta el salón, donde se oía la tele. Lara dio un respingo al darse cuenta de mi presencia, y rápidamente pulso el stop del vídeo.

 

  • ¿Qué estaś haciendo aquí? ¿Es que no me vas a dejar ni un momento para...?

 

Se percató de mi cara de angustia y se enterneció. Me llamó con un gesto mientras me hablaba con dulzura.

 

  • ¿Qué te pasa, mi niña?

 

Al escucharla, fue como si se desatara el lazo que me sujetaba el llanto. Empecé a balbucear sobre si Mamá no estaba, sobre si tenía un poco de miedo, sobre si me dejaría quedarme con ella un rato...

 

  • Anda, tontorrona, ven, túmbate conmigo en el sofá.

  • No te pongas triste, mi amor. No pasa nada. Mamá y Papá se han ido solo dos días, por que ellos también necesitan estar solos alguna vez, como si fueran novios, pero pasado mañana vuelven y ya está.

  • Yo voy a cuidarte, mi niña. Y Carmen está ahí al lado, y si pasa algo se ocupará de todo. No tengas miedo.

 

Me abrazaba y me consolaba con un cariño que no recordaba haber sentido en ella nunca. Realmente parecía preocupada por mi. Creo que aquel día supe lo que era ser hermanas.

 

Poco a poco, fui recuperando el aliento. Recostadas en el sofá, frente a la tele, Larita me envolvía con su brazo sobre el hombro y me consolaba. Pronto me recuperé, y permanecimos así, muy quietas, mirando un programa absurdo en la televisión.

 

  • ¿Qué estabas viendo?

  • He visto que apagabas el vídeo. ¿Qué estabas viendo?

  • Es que... Es que es un secreto.

  • ¿Un secreto? ¿Qué secreto?

  • ¿Me prometes que no se lo vas a contar nunca a nadie?

  • Claro ¿Qué era?

  • ¿Pero me lo prometes seguro?

  • Te lo promeeeeeto...

  • Es una pelí porno que he encontrado en el cuarto de Papá y Mamá.

  • ¿Una peli porno?

  • ¿No sabes lo que es?

  • Los chicos en el cole hablan de ellas. Son una cochinada.

  • Mmmmmmmm... ¿Quieres verla?

 

Pulsó el botón del mando a distancia, y la pantalla se llenó entera con el primer plano de una mujer que practicaba una mamada épica a un caballero de color excelentemente dotado. Me quedé de piedra. Al fondo, entre el ruido del chuperreteo, que humedecía el miembro impresionante, se escuchaban gemidos de muchas voces. Me quedé asombrada viéndolo.

 

  • ¿Eso es?

  • Si, eso es una polla, lo que tienen los hombres.

  • Pero...

  • ¿Pero?

  • Pero se la mete en la boca...

  • A los chicos les gusta mucho eso...

  • Pero.... Es una cochinada...

  • ¡Shhhhhhh...!

 

Observé que Lara miraba a la pantalla boquiabierta, con un gesto parecido al que habia puesto en la ducha. En la pantalla, se había abierto el plano, y, alrededor de los anteriores actores, podía verse toda clase de escenas: tres mujeres se acariciaban, se lamían y se penetraban con consoladores, un par de hombres más penetraba a una rubia espectacular por todas partes... No cabía en mi de asombro. Los dedos de Lara se apretaban lentamente sobre mi brazo. No había dejado de abrazarme.

 

  • ¿Tu haces esas cosas?

  • ¡No preguntes eso!

  • Anda, cuéntamelo, somos hermanas, tú lo has dicho...

  • Bueno, he hecho algunas...

  • ¿Qué has hecho?

  • Ufffffff... Bueno, hay un chico...

  • ¿Y le has dejado meterte su cosa?

  • ¡Nooooo! Me ha besado, y me ha chupado las tetitas, y me ha tocado ahí. Y yo he tocado su cosa... Al final se corrió, mira, como ese, y me manchó la falda. Tuve que decir a mamá que era pegamento.

 

Lara parecía inquieta. Me hablaba sin apartar la vista de la pantalla, y sentía en mi pierna el roce de la suya, que se movía inquieta. Me causaba una sensación como de opresión en el pubis, parecida a lo que sentía cuando tocaba mi cosita.

 

  • ¿Y te gustó?

  • Ufffffff... Primero, cuando empezó a besarme, era raro. Luego me fué gustando más cada vez. Me tocaba la nuca, y los pezones se me pusieron muy duros. Cuando comenzó a tocarme las tetas...

  • ¡Bah! sigue!

  • Primero era como un calambre, pero muy agradable. Se me empezaron a mojar las braguitas, y pensaba que me estaba haciendo pis. Luego se metió un pezón en la boca y lo chupó como un chupete mientras me metía la mano por debajo de la falda y me tocaba ahí... Creía que me iba a desmayar. Me metió un poco el dedo, resbalaba, por que se me había mojado mucho, y no me dolía. Acabé temblando.

  • ¿Y su cosa?

  • De repente la sacó y me puso la mano encima. Yo la agarré, y él la movía adelante y atrás, y se le ponían los ojos en blanco. Las braguitas cada vez se me mojaban más. Enseguida se corrió, y se marchó a casa casi sin despedirse.

  • ¿Te gustó?

  • Ufffffff... Un poco si, pero parecía como que faltaba algo. Me vine a casa y me metí en la ducha, y me toqué yo y fue tremendo.

  • Yo a veces me toco, pero no es tremendo.

 

Lara se quedó callada. Nos quedamos mirando a la pantalla en silencio. La escena anterior había terminado, y la nueva la protagonizaban dos mujeres, que comenzaban a acariciarse y besarse muy apasionadamente. Sus labios se entrelazaban, se los mordían, y podíamos ver cómo jugueteaban con sus lenguas, mientras sus manos iban poco a poco desabrochando botones, bajando cremalleras, introduciándose bajo las braguitas de encaje... Mi hermana miraba con los ojos muy abiertos; su respiración me parecía a mi que se volvía irregular, con suspiros profundos a veces, y momentos en que se quedaba como parada; su pierna a ratos se movía frotando la mía sin querer.

 

Las mujeres gemían, se lamían, se pellizcaban los pezones. Ya estaban completamente desnudas cuando una de ellas se arrodilló fentre las piernas de la otra y comenzó a lamer su sexo. La “víctima”, una morena espectacular, gemía y se retorcía pellizcándose los pezones. Yo experimentaba una sensación extraña, cómo de angustia.

 

  • Larita...

  • No me llames Larita.

  • Lara...

  • ¿Si? -me contestó sin interés, como si la interrumpiera-.

  • ¿Cómo es besar?

  • Es... es muy agradable.

  • ¿Tu beso fue como ese?

  • Mmmmmmmm...

  • ¿Fue así?

  • Más o menos.

 

Volvimos a permanecer en silencio, mientras aquellas mujeres se lamían ahora al unísono. Los gemidos parecían clavárseme en alguna parte del vientre, y sentía que también mis braguitas empezaban a mojarse, cómo me había contado Lara.

 

  • ¿Eso que hacen es una cochinada, no?

  • ¿Quienes?

  • Esas mujeres.

  • En el insti las llaman tortilleras, y hablan mal de ellas, pero a todos los chicos les gusta.

  • ¿Y metió la lengua en tu boca?

  • Si, y yo se la chupaba. Era raro.

  • ¿Te gustaría probarlo? -parecía que algo se había encendido en su interior, y los ojos le brillaban de una manera extraña. Me asustó-.

  • Me da miedo.

  • ¿Miedo?

  • No quiero ser una tortillera y que hablen mal de mi en el instituto.

  • Jajajajajajajajajajajaja -Lara estalló en una carcajada nerviosa-

  • ¿Si probamos seremos tortilleras?

  • También las llaman lesbianas, que es mejor.

  • ¿Seremos lesbianas si probamos?

  • No, seremos hermanas, y como no se lo diremos a nadie, nadie hablará de nosotras.

  • ¿Ni a Mamá?

  • Noooooo.... No se lo podemos decir a nadie.

  • Eso es por que es malo.

  • ¿Quieres o no quieres?

 

No contesté, pero debí aparentar que lo deseaba, por que mi hermana se incorporó un poco, se colocó mirándome, sentada en el sofá de medio lado, me abrazó, y acercó sus labios a los míos. Fue una sensación extraña, de labios blandos y calientes. Su respiración, agitada y profunda, era como una caricia en mi bozo. Colocó su mano en mi nuca y se pegó mucho a mi. Sentía sus tetitas aplastándose en mi pecho, y un escalofrío que me hizo entrecerrar los ojos y entreabrir los labios. Sentí su lengua metiéndose en mi boca. Se movía buscando la mía, que parecía responder automáticamente y jugueteaba con ella. Cerré mis labios a su alrededory la succioné flojito, como mamando. Lara Gimió quedamente, y me pareció que la vibración del sonido se introducía en mi cerebro. Sentía palpitarme el pubis y un estremecimiento me recorrió la espalda.

 

  • ¿Te ha gustado? -hablaba entrecortadamente-.

  • … Si... -respondí en un susurro-.

  • ¿Quieres que sigamos jugando?

  • … Si... -repetí con un hilillo de voz-.

 

Mi hermana se separó un poquito de mi, y se sacó el camisón dejando ante mi vista su pecho descubierto. Los pezones parecían haberse hecho más pequeños, como apretados, y más prominentes. Destacaban nítidamente sobre la piel lechosa de los senos, donde se dibujaban algunas venitas azuladas y sutiles. Comenzó a desabrocharme la blusa del pijama. Yo respiraba entrecortadamente, presa de una enorme agitación.

 

  • Tus pezones parecen hinchados -dijo deslizando un dedo sobre uno de ellos que me hizo despegar un gemido-.

 

Tomó una de mis manos y la colocó sobre su pecho. Como no sabía qué hacer, me limité a repetir lo que había visto en el vídeo. Primero las estrujé un poco, y después comencé a pellizcarlas flojito. Me parecía que podía hacerla daño, y, cuando lanzó una especie de quejido, paré al instante.

 

  • No pares -me ordenó en un suspiro-.

  • ¿No te duele?

  • ...No... Sigue...

 

Pellizqué un poco más fuerte. Larita se estremecía. Siguiendo el ejemplo de las mujeres del vídeo, coloqué mis labios sobre el otro. Por alguna razón, me fascinaba la piel tan blanca de sus pechos, contrastando en una línea nítida sobre la piel dorada del resto de su cuerpo. Comencé a succionarlo como si mamara. Se dejaba hacer gimiendo. Parecía ir a ahogarse. Movía el pubis adelante y atrás. Aquello me excitaba de una manera tremenda. Cuando comenzó a acariciar mis casi inexistentes tetillas fue como si se abriera el cielo, y me encontré yo misma jadeando cómo una tonta.

 

Lara no tardó en tomar la iniciativa. Al sentir sus dedos rozando mis pezones que estaban inflamados como frutitas, perdí el control y creo que abandoné las caricias que le hacía. Mi hermana, con un brillo terrible en la mirada, me empujó sobre el sofá y comenzó a lamerlos. Yo me sentía morir.

 

  • ¿Te gusta así?

  • ¡Ahhh!

  • ¿Quieres que te haga sentir como loca? -sus palabras, dichas en un tono susurrante que me enervaba, resonaban en mi cerebro-.

  • … Si... si...

  • ¿Ya no te da miedo ser una lesbiana?

  • … Quiero...ser...lesbiana...

 

Contemplaba la escena como si sucediera fuera de mi. Lara tiró del pantalón de mi pijama. Me resultaba imposible concretar lo que deseaba, por que no sabía lo que se podía desear. Recuerdo que por un momento pensé que se reiría de mí al ver mis braguitas tan mojadas. Me las quitó con una expresión entre seria y sonriente. Parecía que el aire se le escapaba por algún sitio al hablar entre jadeos de deseo. Intuí que mi excitación le causaba el mismo efecto que yo sentía un momento atrás, cuando respiraba la suya. Colocó su mano en mi vulva y comenzó a moverla torpemente. Sentía sus dedos resbalar, y era como un calambre que me recorría entera.

 

  • ¿Quieres que siga tocándote?

  • ...Si...

  • Dímelo.

  • Quiero...

  • ¿Qué quieres?

  • ...Quiero... que toques... mi... cosita...

  • Coño, se llama coño ¿Qué quieres?

  • ...Quiero...que...toques...mi...coñito...

 

Sus caricias me hacían mover el culito fuera de mi control, cómo si quisiera que me clavara los dedos. Me besaba los labios y los pezoncillos al tiempo que sus dedos se deslizaban sobre mi recién descubierto “coño”. Me estaba volviendo loca. Era incapaz de pensar en nada que no fuera aquello. Me susurraba entre mimosa y perversa preguntándome continuamente.

 

  • ¿Sabes cómo se llaman las chicas que hacen esto?

  • ...Les..bi...anas...?

  • Y putas. Eres una putita. Dímelo ¿Qué eres?

  • Soy... una...putita... y quiero... que me toques... el coñito...

 

Sin saber cómo, me la encontré entre las piernas, arrodillada en el suelo. Apenas podía ver sus ojos por encima de mi pubis lampiño, mirándome a los míos. Cuando apoyó los labios en mi clítoris, casi perdí la conciencia. Temblaba y movía el culito como una loca. Creo que chillé. Las sensaciones me recorrían a oleadas. Me hacía gemir como las mujeres de la película. Me agarré a su cabeza como si quisiera metérmela entera dentro. Sentí que uno de sus dedos se me iba clavando poco a poco mientras sus labios seguían besando mi clítoris. De repente, aquello comenzó a crecer. Cuando parecía que no podía ser mejor, las oleadas de placer parecieron multiplicarse y extenderse, me dejé arrastrar gimiendo, temblando como una loca, notando cómo me faltaban las fuerzas. Balbuceaba palabras sin sentido.

 

Mi hermana parecía presa de una voracidad inagotable. Tuve que pedirla que parase por favor, y me quedé aplastada en el sofá, casi sin fuerzas para moverme. Ella me miraba con los ojos como ardiendo. Tenía una mano en su coñito, y se lo acariciaba despacio, cómo conteniéndose. Se tumbó a mi lado y continuó susurrándome al oído y mordiéndome los labios. Acariciaba mi vientre y despertaba destellos como ecos de lo que me había hecho sentir.

 

  • Ahora... me toca... a mi... ¿Vas a ser una lesbiana buena? -gemía sin dejar de acariciarse, besándome la boca-.

  • ¿Vas...a...ser...una putita...buena...?

 

Sin una palabra me incorporé con esfuerzo y comencé a lamer sus pezones. Estaban duros, como piedrecitas. Fue ella quien, tomando mi mano, la puso sobre su coñito. Me maravilló la dureza de su vello. La sentí gemir en mis labios cuando comencé a acariciarlo y a darle pequeñños tironcitos.

 

  • ...Más...abajo...

 

La obedecí sin prisas. Fui deslizando mi mano hasta sentir la suavidad húmeda de su “coñito”. Comencé a recorrerlo descubriéndolo. Lara chilló, y ví que movía el culito cómo yo lo había hecho antes. Volvía a sentirme terriblemente excitada. Descubrí que si acariciaba la parte dura, al final, un botoncito suave, cómo una pepita de cereza, se aceleraba el ritmo de sus movimientos, y se deshacía en suspiros.

 

  • Chúpa..me..lo...

 

Unas horas antes me habría parecido una locura, me hubiera dado asco, pero entonces ya no encontraba límites. Me arrodillé, como ella había hecho, y hundí mi cara entre sus piernas. Larita gemía como una posesa. Me costaba no perder el contacto con su coñito empapado, seguir el ritmo del movimiento que imprimía a su pelvis. Me sentía como una diosa, capaz de proporcionar tantísimo placer. Con cuidado, temiendo hacerle daño, fui deslizando en su interior uno de mis deditos. Pareció que se volvía loca. Sin apenas moverme, solo con lo que ella se movía, mi dedo entraba y salía de ella a un ritmo infernal. No dejé ni un momento de lamer. No tardé en encontrar con mis labios aquel botoncito duro. Lo tomé entre ellos y comencé a mamar de él, como antes había hecho en sus pezones. Mi hermana agarró mi cabeza y la apretó con fuerza. Casi me ahogaba. Su coñito se deslizaba sobre mi cara empapándome. Me descubrí acariciándome, metiendo yo también uno de mis dedos en el mío. De repente recordé una de las escenas de la película.

 

  • Ven, échate en la alfombra.

 

Me obedeció sin rechistar. Compuse la posición de manera que mis piernas se cruzaran con las suyas. Al sentir el contacto de nuestras humedades me volví loca de deseo. Comenzamos a movernos deslizando nuestros sexos, acariciándonos con ellos casi con violencia. Sentía alternarse la caricia sedosa y delicada de su vulva con el roce áspero del vello de su pubis. No se si fueron minutos o segundos. De repente latía, estallaba en un orgasmo que no recuerdo haber vuelto a experimentar. Me deshacía entre sus piernas, mi cabeza se llenaba de sus gemidos y de los míos entrelazados. Me sentía fundida en ella, nadando en ella, que temblaba. Tratábamos de articular palabras que éramos incapaces de pronunciar. Solo deslizarnos en nosotras y estallar una vez tras otra estremeciéndonos.

 

Desperté a media noche. El vídeo había terminado y, en la tele, un locutor leía las noticias. Estábamos abrazadas, con las piernas entrelazadas. Lara respiraba muy cerca de mi cara, y sentí el impulso de besarla en los labios. Entreabrió los ojos sonriendo.

 

  • Lara...

  • ¿Si?

  • No se lo vamos a contar a nadie ¿Verdad?

  • No, mi niña, a nadie.

  • Lara...

  • Dime.

  • Te quiero mucho.

  • Yo también, Judith.

  • Lara...

  • ¿Si?

  • Y... ¿Duando agarraste su cosita... te dió mucho gusto?...