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Ven aquí, peque (3)

en Autosatisfacción

 
 
 
 
 
     El viaje en autobús me serena, como si el avanzar impasible de las ruedas por el asfalto tuviera un efecto sedante sobre mis emociones. Siempre me pasa, los viajes por carretera me relajan hasta el punto de que como sean de más de una hora, me quedo dormida de forma irremediable. Pero este trayecto es algo más corto, así que permanezco en un estado de somnolencia hasta que el autobús se detiene poco después de que el conductor anuncie por el micrófono mi parada. El aire fresco me da en la cara haciendo que me espabile un poco de camino a casa.
 
 
     Al llegar, cuento mis mentiras y me voy a la cama sin saber muy bien cómo sentirme. ¿Contenta? Me lo he pasado bien, pero ahora tengo la sensación de ser la tonta, de sentirme utilizada... no debería, estaba claro que un hombre hecho y derecho no iba a fijarse un una cría para nada serio. También estoy triste... le echo de menos. Eso me hace sentir todavía más tonta e inútil porque yo no le importo.
 
 
     Llevo ya tres horas dando vueltas en la cama y no puedo dormir, así que de un salto abandono la litera y abro el cajón de la ropa interior con cuidado de que no se despierte mi hermana. Saco la cartera que allí hay escondida y me deslizo hacia el baño. Me siento en el filo de la bañera e hinco los codos en las rodillas, sujetándome la cabeza con las manos. Hace ya un par de meses que no recurría a esto y no sé si es buena idea, pero necesito deshacerme de los pensamientos horribles aunque sea por un momento o me pondré a llorar como un bebé.
 
 
     Abro la carterita con parsimonia y saco la brillante hoja que, como siempre, está impecable. De todas formas la desinfectaré con la llama de un mechero y algo de alcohol... lo último que quiero es verme en urgencias con un corte infectado que no puedo explicar. Retiro el elástico del pijama y el de la braguita, dejando mi cadera derecha desnuda, en la cual todavía se aprecian la cicatrices oscuras y rosadas haciendo contraste con mi blanquísima piel. Acerco la cuchilla... se abre paso entre mi carne haciendo que arda y yo aprieto los dientes. Primer corte. La sangre tarda un poco en salir, hasta que una gruesa gota roja resbala. Al primero le sigue un segundo, al segundo un tercero... hasta siete cortes. El vacío y la indiferencia me van llenando. Limpio las heridas y la cuchilla con otro poco de alcohol, me coloco una gasa limpia y me voy a la cama.
 
 
     Al despertar, busco el móvil por pura costumbre. Juraría haberlo dejado encima del escritorio al llegar, junto con las llaves y la cartera... pero ayer fue un día confuso, podría habérseme quedado en el baño. Dejo de pensar en eso; me preparo un colacao y me concentro en el libro empecé a leer hace unos días.
 
 
     La mañana discurre tranquila, y hacia las doce llega mamá de compras. Me devuelve un saludo frío, lo cual me parece muy raro. Creo que algo va mal.
 
 - Tenemos que hablar. Siéntate ahí - señala el sofá.
 
Mierda. Odio esa frase.
 
 - ¿Qué pasa? - digo, intentando poner una voz dulce e inocente, añadiéndole además una de mis mejores caras de póker.
 
 - Sácame de dudas... ¿dónde estuviste ayer? O mejor aún: ¿con quién? - se saca mi móvil del bolso.
 
¿Cómo coño...? Vale, bien, que no cunda el pánico. Debo de averiguar hasta dónde sabe.
 
 - ¿A qué te refieres?
 
Con toda la tranquilidad del mundo busca algo en mi móvil y me muestra la pantallita:
 
''Eh, perras ^^ Al final no podré salir con vosotras, voy a ir a cenar con mis padres. No folléis demasiado jajaja :)''
 
Yupi, siempre borro todos los sms comprometidos y justo el que más me incrimina lo dejo. Soy una joyita, sí señor.
 
 - Dejando de lado que me parece horrible que hables así, porque no sé de dónde lo habrás aprendido... ¿con quién estuviste?
 
Me quedo muerta, y rezo a todos los dioses que se me ocurren para que no se refleje en mi cara. Creo que no sabe nada, sólo la punta del iceberg; que no estuve con mis amigas como le dije en un principio. Podría echarle en cara que me haya mirado mensajes, puesto que son algo privado, pero me jugaría el cuello a que me saltará con un ''soy tu madre, y haré lo que me dé la gana''.
 
Debo de haberme callado por bastante rato, porque insiste:
 
 - ¿Me vas a responder hoy o te viene mejor mañana?
 
 - Vale, estuve sola.
 
Me mira de forma escéptica. Normal por otra parte, hasta yo me sorprendo de la gilipollez que acabo de decir... a esta mentira no hay por dónde cogerla.
 
 - ¿Sola?
 
 - Sí, em...
 
Dudar es lo peor que puedo hacer, ahora me he convertido en su presa... soy como un conejillo ante las fauces del lobo feroz, como me pille se acabó todo. Fuera confianza, fuera salir sin que me vigilen, fuera él. Eso sí que no.
 
 - ¿Nunca has querido estar sola, dar una vuelta a tus anchas cuando estás triste? - me concentro en ponerme a llorar, para darle credibilidad al asunto.
 
 - Será porque no tienes sitio para estar sola en tu cuarto...
 
Una gotita se escapa de mis ojos y va a parar a mi pijama. ¡Y el Óscar es para...
 
 - No me lo creo.
 
... otra persona! ¿Cómo que no se lo cree? Si he dado lo mejor de mí como actriz... y, cambiando ahora mi ''declaración'', no voy a conseguir nada. Me reafirmo:
 
 - Pues estuve sola, si no te lo crees no puedo hacer nada.
 
 - ¿Por qué estás triste, entonces?
 
 - Hay un chico que... no me hace ni caso.
 
Eso sí que es factible.
 
 - ¿Quién es?
 
 - Es mayor que yo... - unos treinta años, concretamente -  está en primero de bachiller. Es un amigo del hermano mayor de... Fátima.
 
Su gesto es ahora algo más suave. La leche, igual ha colado.
 
 - No me gusta nada que me mientas y menos cuando es una tontería como esta. Te vas a librar porque es la primera vez que te pillo una mentira. Pero tenlo presente: una sola más y te juro de que no vas a salir ni al escalón de la puerta sin ir de mi mano.
 
''Y ya me encargaré yo de que sea la última que pillas'', pienso. Deja mi móvil encima de la mesa y se va, creo que a la cocina.
 
 
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     ''Pequeña, no importa, pero creo que lo mejor es no vernos, sólo por un tiempo... hasta que las cosas se calmen en casita, ¿vale? Aunque vas a hacerme un favor para que pueda lidiar con tu ausencia: consigue una cámara y cuando te quedes sola sácate alguna foto y me la mandas. ¡Sorpréndeme! Un beso.''
 
Lo leo un par de veces y al principio creo morir de felicidad. Tras enviarle un correo (el móvil a partir de ahora queda descartado para asuntos tales, es demasiado peligroso) a los dos o tres días explicándole mi situación, me temía lo peor; que no quisiera arriesgar más y decidiera cortar por lo sano, que se enfadase por el descuido... todo antes que esto. Me da pena no verle en unas semanas, pero tiene razón... y, además, tengo una ligera idea para las fotos.
 
 
     Me encierro en el baño con la cámara de mi hermana escondida entre la ropa y la toalla. Abro el grifo y me desnudo ante el espejo de cuerpo entero que hay en el baño. Observo a la chica desnuda que me devuelve la mirada: normalita, el pelo revuelto y rizado cae sobre sus hombros. En contraste con el oscuro color de este, tiene la piel pálida y los pezones rosados. La curva de sus caderas, al igual que la de los pechos se han acentuado recientemente, ligero vello negro ha comenzado a crecer alrededor del tesoro virgen que guarda entre las piernas y su cara hace ver que es bastante niña aún.
 
 
     Quiero que las fotos le dejen sin aliento, que no pueda pensar en nadie más durante días. Que la imagen de mi desnudez le quede marcada a fuego y le acose como lo hace la suya conmigo mientras que duerma, coma, ría o haga el amor con su mujer.
 
 
     Hago bastantes instantáneas en todas las poses que se me ocurren (siempre con cuidado de que no se vean las cicatrices), primero bajo el agua tibia de la ducha y luego en mi cama. No puedo evitar excitarme, noto que la humedad va creciendo en mi sexo a cada momento que pienso que después él las verá con lujuria, deseando cada centímetro de mi piel y, por qué no, a la vez que se toca. Esa visión termina de incendiarme y cuando estoy ya entregada a mis más bajos placeres, se me ocurre algo. ¿Por qué no? Después de todas estas fotos...
 
 
     Coloco la cámara a los pies de la cama y la pongo a grabar. Yo me siento, apoyándome en el cabecero y, un poco cortada, abro las piernas. Empiezo a acariciar la cara interna de mis muslos de forma suave con la punta de los dedos y me estremezco. Mojo el dedo índice de mi mano derecha con mi lengua a la vez que el de la mano izquierda se empapa tras pasarlo por mi coño. Se cambian los papeles y donde antes estaba uno, ahora está el otro y viceversa... olvido la presencia de la cámara y mis manos pellizcan, acarician y estimulan donde deben, aumentando el volumen de mis gemidos rápidamente. Mamá estará a punto de llegar y sólo de pensar que me pille así, despatarrada delante de una cámara... decido acabar rápido y un orgasmo furioso que tensa cada músculo de mi cuerpo, me hace gritar.
 
 - ¡PAPÁ! -  es lo único que viene a mi cabeza y consigo articular.
 
Satisfecha, apago la cámara, me pongo un breve pijama de verano y meto las fotos y el vídeo en mi pen-drive, porque no me da tiempo a pasárselo antes de que me interrumpan. Lo escondo en la funda de la almohada y voy a recibir a mis padres, que acaban de llegar a casa y traen la cena.