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Mi Amigo Manuel

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Mi Amigo Manuel

Debo haber tenido como 6 años cuando lo conocí. Mis papás habían tenido una pelea tan fuerte ese día, que al final, como siempre se terminaban desquitando conmigo.

Recuerdo que tenía golpes por todos lados y algunos mechones de pelo menos. Asustada, me escondí en el armario. Nadie sabía que estaba ahí, menos mis papás. Con una hoja de afeitar de mi abuelo empecé con el extraño deporte de cortarme la piel.

Cada pelea que había, nuevamente me escondía en el mismo lugar y pasaban las horas. Hasta que muchas veces me dormía escondida ahí. Me gustaba imaginar que era una princesa atrapada en la torre de la bruja y esperaba por mi príncipe azul, hasta que generalmente era mi abuela quien siempre me encontraba, me abrazada y me llevaba a la cama.

Mi abuela era maestra de escuela, y un día llegó con varios niños a la casa, porque hacia clases particulares para ganar dinero extra. A veces me sentaba con los niños y me ponía a mirarlos. Había uno que debe haber tenido un par de años menos que yo y siempre se sentaba atrás. Ese siempre me llamó la atención.

Pasaron varios días, y una nueva pelea entre mis papás. Las cosas volaban por la casa, la loza completa salía disparada de las manos de mi mamá.

Me escondí en el closet con mi hoja de afeitar como siempre, embetunada en lágrimas y demasiado asustada. Mi abuela estaba en la escuela trabajando y yo, me había quedado sola en casa con el par de monstruos que tenía como padres.

Esa tarde, la verdad nunca supe cómo, uno de esos niños, el que me solía llamar la atención, apareció de la nada y se escondió conmigo en el armario.

Le pregunté como se llamaba, y me dijo que Manuel. Nos quedamos toda la tarde conversando de tonterías y olvidé lo que estaba pasando afuera. Me contó que vivía en una casa cercana y que quería ser mi amigo.

Desde ese instante, hablábamos todos los días. Después de la escuela, me iba a su casa, o a veces él se venía a la mía. Siempre nos reíamos demasiado de cualquier tontería, a veces  se colaba por la ventana  cuando me veía triste por las peleas de mis papás.

Pasaron los años, cumplí 18 y conocí a un chico en la Universidad. Nos pusimos de novios, pero a mi amigo no le gustó. Me decía que algo iba mal con ese tipo, que no le agradaba. Un día fue tan fuerte la pelea con Manuel, que le arrojé un tomate de los que tenía mamá en el refrigerador.

Él se enfureció y me lanzó otro por la cabeza. Así nos quedamos, pasados a tomate, con el pelo y la ropa roja y nos largamos a reír. Parecíamos un par de enfermos, y sí, de seguro siempre lo fuimos.

Ese día deje de verlo. Lo extrañaba montones, pero con mi novio ya no tenía tiempo para tener más personas en mi vida. Un día también lo vi con una chica. Así que supuse que estaba de novio o tenía ya otra amiga.

No quise molestarlo más y dejarlo con su vida, a la larga nuestra amistad era cosa de niños, ahora ya estábamos grandes y teníamos otras cosas que hacer.

A los años después, mi novio se puso muy extraño. Ya casi no quería verme, pasábamos peleando, y siempre estaba mal todo. Un día, tuvimos una pelea tan grande arriba de su auto, que me empujo hacia el exterior y me dio una paliza que jamás olvidaré. Me dijo que yo le asqueaba, que era fea y bruta, que jamás ningún hombre se fijaría en mí. Que él estaba con otra, pero por lástima, no quería decírmelo.

No recuerdo en qué estado llegue a la casa esa noche. Me encerré en el baño y no paraba de llorar. De pronto, recordé las hojas de afeitar de mi abuelo. Las saqué y me encerré en mi cuarto. Recordé el antiguo armario y me senté ahí. Apenas cabía por mi tamaño, pero aún así me pude acomodar.

Me sentía tan desgraciadamente triste. Mi abuela había fallecido hacía algún tiempo, y Manuel… pues, él había salido de mi vida hace mucho.

Me quedé dormida llorando, cubierta por la sangre de mis muñecas y mis muslos, aferrada a la hoja de afeitar.

Esa noche, alguien se coló por la ventana y me vendó las heridas, me llevó a la cama y me tapó. Semi dormida vi la cara de mi amigo, y lo abracé.

Le pregunté que donde había estado y no me quiso responder. Nos quedamos conversando hasta tarde y como siempre, me volvió a hacer reír. Me dijo que él sabía que ese hombre no era para mí y que debía encontrar a alguien más. Que fuera paciente.

Pasó el tiempo y efectivamente encontré a alguien más. Alguien bueno y paciente, dulce y agradable. Un día decidimos casarnos. Fui a buscar a Manuel para invitarlo pero no había nadie en casa. Toque la puerta pero la casa estaba oscura. Así que me fui, algo entristecida.

Paso el tiempo, tuve un hijo y empecé una nueva etapa en mi vida. Una etapa en donde Manuel ya no estaba. Perdimos contacto, quizás se cambió de casa. La verdad es que no lo supe, hasta que un día lo vi con una mujer.

Me contó que si, se había casado, tenía hijos y tenía una vida armada, en el otro extremo de la ciudad, por eso yo no lo había encontrado en casa.

Le dije que por favor, no perdiéramos el contacto, que por último me diera la cuenta de su facebook para poder agregarlo. Una tarde, tome el bus y llegué a su casa, conversamos toda la tarde nuevamente y me hizo reír. Un mes nos la llevamos así, yo de viaje a su casa, o a veces nos juntábamos cuando su esposa no estaba y el mío trabajaba.

Fueron tantas las veces que nos vimos, que hasta empecé a creer que el tiempo no había pasado, que jamás nos habíamos separado. Yo olvidaba cosas por estar con él, a veces le mentía a mi esposo y le decía que iría al supermercado, pero no, me juntaba con él a escondidas. Necesitaba tanto verlo, porque era el único que siempre me entendía. Generalmente peleábamos, pero eran peleas divertidas, estúpidamente divertidas. Un día volvimos a discutir por un asunto que ni importancia tenía y me lanzó un tomate. Parecíamos dos niños chicos, haciendo tonterías.

Mi pelo era un mar rojo y la ropa de él, asquerosamente embetunada. Esa tarde me abracé a él, como nunca lo había hecho. ¿Qué era esto que estábamos sintiendo? Sinceramente no lo sabía.

Le pedí, sacar una foto con mi celular. Quería tener un recuerdo de los dos. Así que lo abracé y nos tomamos una foto.

Seguimos viéndonos a escondidas. Un par de meses así, nos juntábamos para tomar soda, o hablar de la vida. A veces encontraba que nos parecíamos demasiado. Que él era yo y yo era él. ¿Podía ser mi amigo querido, mi alma gemela? Siempre estaba ahí cuando más lo necesitaba.

Pero un día, me dijo que pensáramos bien las cosas, que esto nunca iba a resultar, yo tenía familia y él también. Discutimos como nunca, al final le dije cosas horribles, cosas que ni siquiera sentía.

Esa tarde, después de volver a casa, triste y deprimida, decidí no buscarlo más. Me dolía el corazón como si lo tuviera abierto en dos. Odiaba pelear con él, de un principio era gracioso ver como se enfurecía, pero ahora la cosa se había vuelto más grave.

Creo que me dormí llorando.

En la noche recibí un mensaje al celular. Me decía que estaba muy enfermo. Que lo iban a operar. Corrí a conectarme a facebook y ahí me conto. Tenía que someterse a una operación muy compleja y estaba muy asustado. Traté de hacerle bromas con eso, como siempre, pero él, realmente se veía muy asustado. Tanto, que me asustó a mí también.

Esa tarde se despidió y no lo volví a ver.

Lo llamé a los días después al celular, pero aparecía apagado. Me metí a su cuenta de facebook y nada. Nunca supe si tenía más amigos o qué, así que tampoco podía preguntarle a nadie más.

Pasaron muchos días, meses sin saber nuevamente de él. Así que un día me aventuré a buscarlo a la casa. Cuando llegué, estaba todo desocupado. No había nadie. Me acerque a un vecino y le pregunté por la casa.

- Hija, ahí hace más de cuarenta años que no vive nadie…

No podía ser cierto. Me senté y me puse a llorar. No podía ser verdad. Llamé a mi esposo y él me fue a buscar. Ahí lo abracé y le conté todo. Sobre mi amigo, la cantidad de años que nos conocíamos. Absolutamente todo. Me quería morir.

Entramos juntos a la casa, y todo estaba deshabitado. Los sillones, las mesas, no había nada. ¡No podía ser posible, si yo había estado en esa casa!

Me fui con mi marido, confundida y demasiado triste, cuando recordé la foto que nos habíamos sacado una tarde con el celular.

-          Revísalo  -le dije- ahí está la prueba, que esa casa y mi amigo son reales.

Mi esposo vio la foto  y se quedó callado. Me entregó el celular y me pidió que lo viera yo.

Fue terrible mi sorpresa, al comprobar, que en la foto aparecía yo sola, en la casa abandonada, con una tremenda sonrisa.

No entendía nada.  Abrí mi computador y me metí a facebook. Busque la cuenta de Manuel y le dije:

-          ¿Entonces como rayos me explicas esto? Yo chateaba con él por facebook. Acá esta su cuenta.

Mi esposo me tomó la mano y me dijo:

-          Revisa bajo que correo está hecha esa cuenta de facebook. Es el tuyo.

Desde ese día, trato de hacer como que nada pasó. Me alejé del facebook, de los teléfonos, de todo.

Traté de olvidar a Manuel. Traté de despertar. Aunque de vez en cuando, después del trabajo me voy a visitar la casa abandonada. A lo mejor uno de estos días lo vuelvo a encontrar. Por mientras, me siento en el umbral de su puerta y con lágrimas en los ojos, me siento eternamente a esperar.