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Martin Busca - Segunda Parte

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¿Pero cómo podía ser posible? Miles de imágenes cruzaron mi mente. Un hombre alto, con un gran sombrero, mis padres, mi ira, el accidente. La parálisis. La cuasi muerte. Yo quería vivir. Quería ser un profesional, quería ser feliz.

El abuelo tenía unos libros escondidos, bajo muchas llaves. Yo recordaba las cosas que hacía el abuelo. Los ritos extraños esos. Los libros enormes y las horas de encierro.

Se me vino a la cabeza el llanto de mamá. El papá comprando kilos de sal. Tantas cosas que creí había olvidado. Y la frase: el círculo ya está cerrado.

Me agarré la cabeza. ¿Qué habían hecho esa noche mis padres después que me atropellaron?

De pronto, las luces se apagaron. Era tarde y ya empezaban con el turno de noche. Una de las enfermeras pasó con una especie de triángulo, tocándolo, avisando que se terminarían de apagar las luces.

Cerré el computador y me quedé intentando recordar que había ocurrido esa noche, después de que me atropellaron. La enfermera volvió a pasar y se quedó de espaldas. Pude verla a través del vidrio craquelado de mi habitación. Pero algo extraño parecía pasarle. Miles de temblores empezaron a colmar su cuerpo. De pronto, tuve demasiado miedo. Un escalofrió volvió a recorrer cada espacio de mi cuerpo.  Aquella mujer se contorsionaba, como con un ataque de epilepsia, de pie,  de espaldas a mí. No sabía qué hacer. Si pararme, salir corriendo del cuarto, con la inmensidad de cables conectados a mi cuerpo o gritar pidiendo ayuda. Sólo oscuridad, una infinita oscuridad colmó mi cuarto, el pasillo, mis manos. Y entre esa oscuridad, de golpe, un rostro horrendo se reventó contra el vidrio. Una cara absolutamente deformada, explotó cerca de mi rostro.

-          Te estamos esperando… -susurró con una voz profunda, como si le hubieran arrancado las cuerdas bucales.

Grité con todas mis fuerzas, pedí ayuda y las luces se encendieron de golpe. Llegaron varias enfermeras a  controlarme la presión, tomarme la temperatura y ver si estaba oxigenando bien.

-          ¿Qué le ocurre? ¿por qué grita?

-          ¡son demonios, son demonios! ¡Tengo que salir de aquí! –grité horrorizado.

-          Cálmese, su presión está demasiado elevada. Le daremos algo para dormir.

-          ¡No quiero dormir, tienen que sacarme de aquí!

-          Señor, ¡cálmese!

Una aguja gélida se incrustó en mi brazo, mientras suplicaba llorando que me sacaran de ahí, que alguien me quería matar. Nunca en mi vida había sentido tanto terror. Mis manos estaban gélidas y mi cabeza hervía. De pronto, me sentí mareado y otra vez la oscuridad. Las enfermeras parecían gozar con mi sufrimiento, veía como jugaban con mi sangre, saboreando el chorro que salía de la bránula. Otras me clavaban los ojos con sus agujas repletas de líquido amarillento, mientras otra parecía comer mis intestinos. Iba a morir de seguro. Era el fin de mi vida. Pedía que me sacaran de ahí, llamaba a mi madre, pero nada ni nadie podían salvarme.

-          ¿Marcos? ¿Marcos?

Ya no sabía si era un sueño o una pesadilla. Pero alguien repetía mi nombre. Intenté reaccionar.

-          ¿Marcos? Mi dormilón, es tarde y te quedarás sin desayuno.

La voz dulce de mi madre. Abrí los ojos y aún seguía en el hospital. Ella me acariciaba el pelo mientras una bandeja con comida me esperaba en la mesita del velador.

-          Dicen que pasaste una pésima noche. Debes tratar de relajarte y cooperar con los doctores, mi amor.

-          Mamá – le dije- No quiero estar acá. Ya me siento bien.

-          Mi niño, tienes que cuidarte mucho, recuerda que tú eres un niño delicado, has pasado por tantas cosas que…

-          ¿Cuáles cosas?

Mi madre se quedó callada. Una extraña palidez invadió su rostro.

-          ¿Cuáles cosas? Respóndeme – insistí.

-          Hace años atrás, cruzaste la carretera cerca de la casa del abuelo. Y no viste el camión que pasó frente a ti. Te arrolló y quedaste destrozado de la columna. Tus huesos se volvieron casi polvo. Nadie creía que volverías a caminar. De hecho… el doctor nos preparó para lo peor.

-          ¿Y? ¿Qué paso?

-          Nada. Encontramos a un buen doctor –dijo sonriendo.

-          ¿Cómo se llamaba?

-          ¿Qué importa eso ahora? Estás bien, sano, tienes tu familia. Eres mi niño querido, sano y fuerte.

-          Mamá… necesito el nombre del doctor.

-          No recuerdo, hijo, en serio… -dijo sonriendo.

-          Me estás mintiendo…

-          No, es en serio – dijo agachando la cabeza – Por cierto tu esposa y tu niño están preocupados. Yo creo vendrán a la tarde.

-          Mamá… es imposible que olvides el nombre de un médico que me salvo la vida. Tú no olvidas ese tipo de detalles –dije, apretándole un brazo.

-          Es que…

-          ¿Qué?

-          Era alguien amigo de tu abuelo. Es probable que ya esté muerto, no sirve de mucho saber el nombre.

-          Necesito averigües cuando me darán el alta. Debo ir a la casa del abuelo.

Esa tarde, pude hablar con el médico de turno y lo convencí de que efectivamente los síntomas habían bajado. Al principio me recomendó guardar reposo en cama algunos días, pero al demostrarle que la fiebre ya me había bajado, acepto y me entregó el carnet de alta.

Lo primero que decidí fue agarrar mis cosas e ir a la casa del abuelo. Quedaba fuera de la ciudad, y tuve que manejar más de dos horas para poder acceder al lugar.

Forcé la entrada, la casa estaba abandonada hace más de cuatro años, desde que el abuelo había muerto de cáncer. Un cáncer devastador, nos enteramos en un par de días que su cuerpo estaba consumido entero y no se podía hacer absolutamente nada. Algo muy extraño para una persona completamente sana.

Al ingresar al lugar, una capa de polvo cubría todo. Empecé a buscar papeles, lo que fuera que me diera una pista de aquel medico que me había curado, hasta que encontré una puerta. Recordaba el enojo del abuelo, una vez que me escondí tras la puerta. Me prohibió entrar ahí y que jamás le contara a nadie de su existencia. No volví a entrar ahí hasta hoy.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando me di cuenta que los libros del abuelo, habían desaparecido. No había nada. Sólo un círculo de fuego en el piso, obviamente extinguido, pero las marcas de la quemadura parecían llagas en la piel.

No entendía. Simplemente no entendía que rayos estaba pasando tras de todo esto.  La casa del abuelo era casi una choza abandonada, mezcla de adobe y uno que otro ladrillo. Antigua como ella sola, el abuelo la había construido cuando se caso, así que el mirar esa casa era recordar miles de cosas en un instante: los juegos, las escondidas, la ternura del abuelo. Jamás imagine que él estaba metido en tantas cosas turbias. Pero yo recordaba los libros, la cantidad de brebajes  y cosas raras que le ví ahí. Y por cierto, recordé a Catalina, mi amiguita de la infancia. Vivía en la casa contigua, la parcelita de al lado.

Tome mis cosas y partí, para ver si la encontraba.

La casa de Catalina era similar a la de mi abuelo. También de adobe, antigua, y al parecer ya no vivía nadie ahí. Catalina fue mi primer amor, con quien descubrí  el sexo. Creo que nunca deje de amarla. Como deje de verla, no lo recuerdo. Hay momentos de mi vida que a veces se vuelven demasiado confusos, trato de recordar, pero es como si algo me hubiera robado parte de mi mente. No sé en realidad si fue el accidente o qué, pero tengo lagunas mentales profundas.

Golpee la casa de Catalina y ahí salió una muchacha, de unos 22 años, de cabellos claros, piel tostada, ojos almendrados. Era ella, estaba igual, como suspendida en el tiempo.

-¿Catalina? – dije, tratando de contener la emoción.

- ¿Si, quien es? – dijo ella, tratando de reconocerme- ¿Mario? ¿Eres tú?

Se arrojo a mis brazos. El abrazo que me dio fue enorme, el tiempo se congelo, estaba igual, el tiempo no había pasado, ahí estaba ella, con su perfume característico, el mismo pelo, los mismos ojos de los cuales me enamoré alguna vez.

-No has cambiado nada – dije.

- Ni tú – reía ella.

Le tomé la mano y no podía dejar de tocarla. Le toque las mejillas, los labios, no podía creerlo. Mi adorada Catalina.

-          ¿Pero qué haces acá? O sea, ¡pensé que estabas en coma! No puedo creerlo… -reía emocionada, y me volvía a abrazar.

-          ¿En coma? No, estoy de lo más bien. ¿De dónde sacaste eso?

-          Pero si te vi, Mario, te llevaron al hospital, estabas conmigo cuando paso lo del atropello. Acuérdate.

-          Creo, que hay algunas partes de mi mente que están borradas. Si pudieras contarme que ocurrió…

-          Esa tarde, estábamos en la casa. Mis papás habían salido y nos quedamos viendo televisión.  Después, las cosas se pusieron… em… o sea, tú y yo, estuvimos juntos. Sabes a que me refiero –dijo, avergonzada- Y justo, entro tu mamá. Hizo un enorme escándalo. Te peleaste muy feo con ella, y le dijiste que te querías casar conmigo… Ella puso el grito en el cielo, dijo que hablaría con mis papás, me llamó puta, me dijo un sinfín de groserías, y tú… saliste en mi defensa. Fue muy feo lo que paso, Mario.  Yo lloraba, estaba avergonzada, tenía tanto miedo a que mi papá me moliera a palos como siempre. Tu mamá cruzo la calle, diciendo que iba a llamar por teléfono a mi papá de inmediato… y cruzaste tras ella. Venía un camión y ni siquiera lo viste. Te vi ser arrollado frente a mis ojos, tu cara destrozada, tu cuerpo, bajo las ruedas del camión. Salí corriendo, crei que me iba a volver loca, Mario.

Catalina lloraba, se cubría la cara para que no la viera.

-          Pero estoy aquí…  todo está bien ahora. Quiero que me sigas contando, que paso después de eso.

-          Te llevaron al hospital. No me dejaron verte. Tu mamá me acuso con mi papá y quedo la grande. Casi me mata a palos. No sabía nada de ti, hasta que un día tu abuelo, me dijo que estabas mal, que te ibas a morir porque estabas técnicamente vegetal. Que no siguiera buscándote, que rehiciera mi vida con alguien más, que tú de seguro ya no me reconocerías nunca más. Han pasado más de 10 años desde eso, nunca más me atreví a preguntarle al abuelo. Tu mamá se fue de la casa de él, se fue a la ciudad y ya nunca más volví a saber de ti o de ella. Al poco tiempo, mis papás me mandaron a vivir a Valparaíso. Estuve en la casa de una tía ahí, hasta ahora. Hoy vine a buscar algunas cosas en la casa de mis papás, y me devuelvo a Valparaíso.

-          No te vayas… mira, han pasado muchas cosas. Tantas que si te contase no me creerías.

-          Cuéntame…

Le resumí la historia de Martin Busca, de Peñaloza, de la bacteria que supuestamente me hacía ver cosas, del abuelo, de los libros que tenia, que quizás algo había hecho él para salvar mi vida. Y le hable de Martin Busca.

-          Pero esa es una leyenda urbana. ¿No la has oído?

-          ¿Leyenda?

-          Si,  es una tontería, una leyenda porteña, de allá de Valparaíso. De hecho, hay una tumba en el cementerio de Playa Ancha con su nombre.

-          ¿Tumba? A ver, explícate.

-          Dicen que Martin Busca, era un español que se vino a vivir a las costas de Valparaíso. Y era un don nadie, un pobre diablo. Necesitaba dinero y decidió hacer pacto con el diablo. Desde ese día, sus riquezas empezaron a aumentar de la nada, y se volvió muy generoso con todo el mundo. Pero el pacto tenía una clausula. El alma de Martin estaría en las manos del diablo, apenas sus restos mortales tocasen tierra. Martin se las ingenio para construir una tumba, la cual esta levantada por cuatro patas de dragón, con seis dedos cada una. Por dentro de su sepulcro, muchas capas de granito, cemento, mármol, rodean el cajón. Es una tumba hecha para aguantar terremotos, es imposible que alguna vez toque el piso. De esa forma sus restos mortales jamás tocaran tierra alguna, y el alma no se la podrá llevar.

-          Pero eso me parece un cuento de niños… -dije, riendo.

-          Pero la gente lo cree.  De alguna forma, se ha vuelto una leyenda.

Un pacto. El círculo está cerrado… esas palabras retumbaron una y otra vez en mi cabeza. De pronto, recordé al abuelo. Vestido con una túnica negra, las velas en círculo, la sal. Mucha sal. Pero lógicamente es imposible, ¿el abuelo había hecho un pacto? ¿Así como Martin Busca?

De pronto, recordé algo. El patio de la casa tenía una marca.

-          Ven, acompáñame – le dije a Catalina.

Nos metimos en la parte trasera de la casa, y ahí estaba la marca. Un sello extraño. Raspe el sello un par de veces y me di cuenta, que bajo él estaba hueco. Catalina me ayudaba, tratando de ver qué rayos era eso. De pronto, una puerta se abrió. Una escalera profunda se dejo ver, oscuridad casi total. Catalina me tomo la mano, asustada y empezamos a bajar.  Al fondo, con suerte podía verme las manos. Empecé a alumbrar con la linterna del celular, asustado, sabía que algo ahí había ahí, entre las sombras, acechándonos.  Catalina me apretaba la mano, de manera agobiante.

-Aquí hay un olor terrible, Mario.

-Lo sé. Tranquila, algo hay acá, debe haber algo.

Frente a mí, un libro enorme. Me acerque y empecé a revisarlo. La tapa me pareció demasiado extraña, como de piel de animal, parecía una epidermis adherida a la cubierta. Adentro, un libro escrito con rojo. Un olor pútrido empezó a llenar el espacio reducido en el que estábamos.

-          Vámonos, Mario, no me gusta esto.

-          Espera…

Las palabras de la página web eran exactas a las del libro. El círculo está cerrado. El pacto está hecho, las invocaciones a los seres más profundos del averno estaban  ahí, frente a mis ojos, y no podía creerlo. Jamás había creído en cuentos de espantos, brujas ni magia, y ahora esto, este libro era real. Los sellos, los mismos de la página web. Los códigos, los mismos que vi en lo de Martin Busca. Pero, ¿por qué? ¿Mi jefe quería hacer que la gente pactara con el diablo, acaso? ¿Qué era lo que pretendía?  

Agarre el libro y me giré para hablarle a Catalina, pero ella no estaba.

-          ¿Catalina?

Nada. Se había ido, quizás, asustada por la oscuridad y el hedor que provenía de ese espacio. La llamé más fuerte, pero nada. Empecé a sentir miedo, de pronto pensé que algo podía haberle pasado.

Continuará...