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La Mantis Religiosa

en Hetero: Primera vez

Lo conocí en la escuela hace muchos años pero nunca habíamos hablado hasta hace una semana atrás. Daniel siempre fue el chico guapo de la escuela, el más atractivo, y el que tenía esa voz sensual tan grave y cálida. Siempre estuve enamorada de él, pero para él yo era invisible. La chica matea del curso, aquella típica nerd de biblioteca.

Pero ayer fue diferente. El maestro de ciencias nos dio a estudiar los insectos. Arañas, mariposas y hormigas llenaron nuestras bancas. Todas ellas clavadas por una aguja, previamente conservados en alcohol. Nunca creí que Daniel traería un bicho vivo a la sala.

Jamás había visto nada más hermoso en la vida. El bicho furioso, se defendía con dos largas manos, verdes, como un samurái de su enemigo.

Me acerqué y le dije:

-          Jamás había visto una mantis religiosa antes.

Daniel se me quedo viendo como idiota. El maestro hizo las parejas de trabajo y me sentó al lado de Daniel. Mis nervios me hacían actuar más torpemente de lo normal, sobre todo por la extraña fascinación que sentía por el bicho en su frasco, algo aturdido, aún dispuesto a evitar morir.

-          Ayúdame a hacer la tarea y te prometo que te recompensaré – dijo Daniel.

-          Si, si… -susurré.

Era una tediosa investigación acerca de la clase de insectos que teníamos y yo elegí a la mantis. Anotamos todo sobre ella, su forma de reproducción, por cierto, era lo más maravilloso que había visto en mi vida.

-          Se come al macho la muy asquerosa –dijo Daniel- Cuando salgamos de clases la reventaré en el patio.

-          No, no lo hagas. Regálamela.

-          ¿Cómo te va a gustar semejante bicharraco? Agarra al macho y le come la cabeza después que tienen sexo.

-           Es un sistema de alimentación para ayudar a sus futuros hijos –dije, algo molesta por la ignorancia de Daniel.

-          Me da igual, es un bicharraco asqueroso. Si  quieres te la regalo –sonrió, coqueto.

A la salida de la escuela, Daniel me pasó el bicho y se ofreció para llevarme a la casa.

Mi mamá no estaba y quedamos solos. Conversamos varias tonterías y Daniel puso algo de música lenta. Me preguntó que si me gustaba bailar.

Empezamos a bailar juntos, yo muy torpemente, él enseñándome los pasos. Moría tanto por estar con él, lo había amado desde niña. Mi cuarto era un sinfín de fotografías que le había tomado en cada uno de los instantes que me lo topaba, siempre a escondidas. Cuadernos plagados de poemas que él, mi chico guapo, jamás leería. Yo lo amaba, y ahora estaba bailando conmigo.

De pronto, sentí la tibieza de sus labios sobre los míos. No podía estarme pasando algo tan maravilloso. Yo quería que Daniel fuera el primero en mi vida, el padre de mis hijos, que me quitara la virginidad, que me tocase por primera vez.

Entramos a mi cuarto y se sorprendió cuando vio las fotos.

-          ¿Y esto? ¿Me estabas espiando acaso? ¿Me seguías?

Lo callé con un beso y lo tire a la cama. Seguimos largo rato así. Besándonos, tocándonos, amándonos.

El dolor de la primera vez invadió profundamente mi piel. No sabía cómo hacerlo, así que deje que el tomara el control. El debajo de mí, jadeando, deliciosamente excitado. Y yo, no quería que se fuera de mi lado nunca más. Era mío, seria mío eternamente.

-          Yo siempre te he amado, te amé antes de conocerte –susurré.

Pero él no me oyó. Preso de la excitación, seguía como poseído por una fuerza superior.

-          Quiero que estemos juntos para siempre.

Daniel seguía sin responder. Sólo me besaba y me tocaba cada vez más fuerte.

-          Te amo, quédate conmigo para siempre.

-          ¿Carajos, de que hablas? Sólo sigue – decía, perdido presa de lo fuerte que me penetraba.

En la escuela nos hicieron comprar un bisturí para disecar las ranas. Y yo lo guardaba bajo mi almohada. Lo saqué y le rebane el cuello a Daniel. Una, dos, tres… un sinfín de veces… hasta que sentí su semen llenarme el cuerpo. Cada vez que lo rebanaba, más acababa.

Perdí la noción del tiempo. No recuerdo como llegó la cabeza de mi amado a mis manos. Aún burbujeante de coágulos y plasma. Palpitante, deliciosa. Metí mi lengua en lo que quedaba de su yugular y bebí de su sangre.

Cuando llegue mi madre a casa tendré que contarle la verdad. Una verdad que hace mucho guardo bajo mi piel.

Soy la Mantis religiosa, el insecto de Santa Teresa, la diosa verde de las diademas. Mi macho está listo y ahora su cabeza en mi congelador, será el primer alimento de nuestro hijo.