miprimita.com

Sometida. Historia de una puerca (2ª Parte)

en Sadomaso

SOMETIDA. La historia de cómo acabe siendo una puerca (segunda parte)

  

No se las horas que pude pasar dormida. Lo único que puedo recordar es que el ruido metálico de la puerta al abrirse me despertó, me devolvió al tormento que creí, por un pequeño periodo de tiempo, no era mas que el producto de una pesadilla…

Pero no, ahí estaba Gonzalo con sus esbirros. Esta vez ya no vestía el traje elegante de la noche anterior, llevaba unos vaqueros de marca, una camiseta deportiva y calzado con unos tenis.

-          ¡Levántate!, gruñó en tono áspero.

La verdad que intenté incorporarme, pero las cadenas me tiraban, las muñecas las tenía algo inflamadas de tantas horas amarrada a ellas. Las piernas entumecidas por la postura forzada que había tenido durante la noche. En resumen, no podía.

Pareció intuirlo pues indicó con gestos que me ayudarán, lo que hicieron ipso facto, me cogió uno de ellos por los brazos y me levantó poniéndome de pie frente a él. Con esa operación, las cadenas se tensaron oprimiéndome las ya magulladas muñecas por lo que di un grito de dolor.

Al segundo sentí un fuerte golpe en mi mejilla izquierda que me hizo tambalear, suerte que no caí al estar sujetada por el hombre que me había levantado.

Llorando, con la mejilla escociéndome de dolor le grite;

-          ¿Por qué me pegas?, ¡ya está bien, no puedo más!

Acto seguido volví a recibir otro golpe en la mismo pómulo, este dado todavía con más violencia que el anterior. Me deje caer de rodillas frotando mi mano en el rostro dolorido y baje la cabeza en silencio mientras lloraba de rabia e impotencia.

-          Eso está mucho mejor, comentó con una voz suave que no me esperaba. Acabas de aprender tu primera lección que espero ya no se te olvide;

-          Nunca te dirijas a mí sin previamente llamarme “señor”, como te dije ayer, y jamás cuestiones mis órdenes. Tú serás entrenada solamente para obedecer y en la vida cuestionarás ninguna orden mía o de quien sea que te la mande.

-          No eres más que una puerca y tu función en esta vida desde ahora y para siempre será obedecer sin cuestionar jamás nada de lo que te manden y ordenen… ¿ESTA CLARO? Gritó.

Llorando y totalmente derrumbada, pude soltar un leve si, señor.

-          Bien, esto está mucho mejor. Ya verás como no es tan tremendo, te acostumbrarás y llegarás a gozar con tu nueva vida, no lo dudes. Te aconsejo que la asumas pronto, puedo ser muy convincente en el entrenamiento, sólo depende de ti el que lo podamos realizar sin mucho sufrimiento.

-          ¡Basta de monsergas!, concluyo, desatarla, prepararla y llevármela al centro de entrenamiento. Pero antes que coma algo, el día puede ser muy largo para ella. Y dirigiéndose a mí apostilló;  “Hoy empieza tu nueva vida”. Acto seguido salió por la puerta y desapareció.

Me quedé sola e indefensa con los cuatro hombres, los mismos que me habían secuestrado el día anterior. Uno de ellos me quitó los grilletes pudiéndome al fin liberarme de las cadenas. Me froté las muñecas que estaban inflamadas y con algunos rasguños pero no me dio tiempo a mucho más. Uno me tiro al suelo de un manotazo y me puso a cuatro patas. En esa posición humillante estuve durante un buen rato hasta que apareció otro con un comedero de perro, metálico, en él había sobras de comida; arroz, trozos de fruta, pan duro, algo de carne… mientras estaba viendo con asombro el contenido de dicho plato, uno de ellos comentó;

-          No le hagas ascos a tu comida. Al ser la primera hemos querido darte lo mejor de las sobras de ayer. Habrá días que tu “menú” no sea tan variado. Como te dijo Don Gonzalo, te alimentarás como los cerdos, de desperdicios de la comida nuestra. ¡Empieza a comer puerca!, me gritó.

Muerta de miedo y viendo que las amenazas iban en serio intente rebuscar con las manos algo comestible de lo que había dentro del comedero, justo cuando empezaba a meter la mano recibí una patada en el culo que me hizo estrellar la cara dentro del recipiente, manchándome el rostro con la porquería  que había dentro.

-          Creo que no lo has entendido, ¡puerca!, no debes usar las manos o te las arranco, gritó el que me había golpeado. Vuelve a ponerte a cuatro patas y come como la cerda que eres, sin manos, solo con la boca.

Humillada, dolorida, con la cara llena de desperdicios, hecha un mar de lágrimas y en posición de cuatro patas tuve que comer todo lo que me habían puesto, como una perra. Mientras trataba de engullir lo que podía intentando paliar las arcadas que me producía ese alimento,  los cuatro se pusieron detrás de mí gozando del espectáculo que daba, mi ano y coño abiertos a su merced y a sus comentarios obscenos. Junto al comedero, me pusieron el cubo que tenia del día anterior de agua caliente y sucia, me hicieron beber también a lengüetazos hasta que ellos quisieron.

- Dentro de un tiempo, ya no podrás comer ni beber de otra forma, rieron, se acabaron los cubiertos, los platos, vasos y manteles para ti.

Una vez terminado el “desayuno” me empujaron hasta un rincón de la celda y en cuestión de segundos tuve que soportar en mi cuerpo un chorro de agua fría lanzado a velocidad fuerte desde una manguera cuya boca estaba por fuera de la puerta, mientras comentaban jocosos;

-          Cada dos días te limpiaremos de esta forma al igual que tu chiquero que ya te lo están preparando. No creas que vas a vivir en esta celda, esto es una suite comparada con la pocilga donde vivirás durante el tiempo que pases con nosotros.

Terminado “mi aseo” me colocaron un collar de perro que me ataron al cuello. A este collar iba amarrado una correa que uno de ellos sujetaba. En un momento dado tiro de la correa y tuve que seguirle a cuatro patas mientras que los otros tres caminaban despacio detrás de mi, comentando a carcajadas lo ridículo de la situación;

-          Mira como mueve la puerca el culo, está pidiendo rabo. Ya lo tendrá a raudales no sabe lo que le espera… Y cosas de ese estilo que ya no recuerdo por lo humillantes que eran.

Me pareció eterno el trayecto. Me dolían las rodillas. Caminar de esta guisa subiendo escaleras no es fácil. El hombre que me iba guiando me tiraba con fuerza de la correa y mi cuello empezaba a enrojecerse. No podía más, lloraba, maldecía una y mil veces a mi novio por haberme cedido. Yo le quería, aunque viviera mil años nunca podré comprender cómo podía haber llegado a esa situación, cuan engañada había vivido esos dos meses junto a él. Nunca supe de ninguna necesidad económica que él hubiera podido tener en ese tiempo, nunca me dijo que había ido a un prestamista a pedir dinero, siempre se pavoneaba de lo desahogada que era su situación económica y del puesto de trabajo tan importante que decía tener, aunque, la verdad, nunca me llevó y eso que se lo pedí varias veces pero siempre andaba con excusas del tipo de “no dejan visitas en mi trabajo de gente de fuera” y cosas de ese tipo.

Absorta estaba en esos pensamientos para hacerme algo más llevadero el trayecto que no me di cuenta de la distancia que llevábamos recorrida. Por fin llegamos a una sala amplia de unos 30 o 40 metros cuadrados, allí nos paramos. Era una estancia bien iluminada por lo que pude apreciar todo tipo de artilugios a cual mas denigrante, diabólico y terrible. Yo, en aquel tiempo, no conocía la utilidad de aquello que vi pero me imaginé que no seria nada agradable. Con el tiempo pude apreciar en profundidad todos y cada uno de esos instrumentos aplicados en mi cuerpo.

En el medio de la sala se encontraba Gonzalo. Ordenó al hombre que me sujetaba la correa que me soltase y me mandó que fuera hacia él, siempre a cuatro patas. Lentamente (el dolor en las rodillas era ya muy fuerte) me fui acercando hasta llegar justo al lado. Empezó a hablar;

-          Como habrás podido observar, desde ahora tu nombre, que dicho sea de paso nunca me interesó, será el de puerca. ¿Entendido?;

-          Si señor, balbucee.

-          Me dicen que has desayunado “con apetito”, eso está muy bien, ya que solo comerás dos veces al día por la mañana antes de entrenar y por la noche antes de dormir. Supongo, te habrás dado cuenta que la comida serán los desperdicios nuestros, con lo que unas veces habrá más y otras menos. Pero una puerca como tu, aprenderá a comer lo que haya sin protestar, pues si lo haces, además de no comer nada ese día, recibirás un castigo ejemplar tanto que los que te infrinjamos en el entrenamiento te parecerán simples caricias. Por otro lado, cada vez que te traigan el alimento lo agradecerás con un, “gracias señor”. Si se te olvida, podrás ser castigará también. ¿Vas entendiendo?

-          Si señor, logre decir entre lágrimas.

-          En los próximos días aprenderás a sufrir castigos, a follar, perdona, esa no será la palabra para ti, quiero decir, a ser usada por quien yo quiera y en todos tus agujeros  y demás aberraciones que iras descubriendo poco a poco, también serás cambiada físicamente y marcada como el animal que eres. ¿Dónde?, ¿cómo? Eso lo sabrás en su debido momento. Habrá también más sorpresas que las iras conociendo a medida que las vallamos realizando.

-          Todo esto se va a hacer con el fin de que cuando seas vendida, tu amo y señor que se digne a comprarte pueda usarte en los más depravados menesteres que su mente pueda discurrir sin que pueda asustarte ni un ápice nada de lo que te ordene hacer por muy macabro que esto pudiera parecer.

-          Pero no te preocupes, no todo son malas noticias. Acabará gustándote todo esto, buscarás el placer de tu amo y el tuyo propio a partir de ser tratada peor que un animal. Desaparecerá en ti todo vestigio de persona humana. Ya lo verás, es solo cuestión de tiempo, si me apuras, de poco tiempo…

Seguía sin salir de mi asombro. Por Dios, pensé, esto no es más que una pesadilla, rogando al cielo me despertara de ella y apareciera en mi cómoda cama junto a mi adorado novio. No me dejaron mucho más para la meditación, unas manos me agarraron por las muñecas y otras por los tobillos. Me levantaron y me colocaron boca arriba en una especie de mesa que había a un lado de la estancia. Una vez en la mesa me pusieron en los tobillos una especie de tobilleras de cuero de unos tres centímetros de ancho y  en las muñecas otras también del mismo material y de un grosor parecido. Tanto en las muñequeras como en las tobilleras había una especie de argolla metálica para poder asirme a cualquier lado.

- A partir de ahora siempre llevarás puesto, junto con el collar de perra, las tobilleras y las muñequeras, nunca se te quitarán hasta que te venda y si tu comprador decide que las sigas llevando puestas no se te quitaran.

Acto seguido,  me abrieron las piernas y los brazos atándome esas argollas a unas cadenas que había a los cuatro lados de la mesa utilizando para ello cuatro candados uno para cada una de mis extremidades. Quede totalmente a su merced, abierta de piernas y de brazos como una gran equis (X).

Note una manos que me hurgaban la zona genital, me abrieron la raja separándome los labios y sin mediar palabra me introdujeron un dedo, mientras otra mano me trabajaba el clítoris de manera providencial.

De repente empecé a sentir sensaciones placenteras, el coño se empezó a humedecer cada vez mas, era una sensación agridulce, no quería gozar, no ahora no, en esta situación tan humillante no quería darles el gusto de llegar al orgasmo. Mientras me debatía mentalmente, los hombres que me trabajaban la raja se empezaron a reír y preguntaron;

-          Don Gonzalo, mire como esta cerda empieza a mojarse,  ¿seguimos?

-           No, esperar, no quiero que se corra.

En ese momento retiraron sus manos de mi coño. La verdad que sentí un alivio no quería llegar al orgasmo, darles el placer de verme disfrutar, cuando me expetó “mi señor”;

-          Puerca, no tienes permitido correrte,  sólo lo harás cuando yo te lo ordene. Si llegas antes de que yo te lo autorice serás castigada brutalmente. Esta es otra regla que deberás memorizar durante toda tu vida. ¿Entendido?,

-          Si, señor, pude balbucear levemente.

Don Gonzalo, recorrió mi pubis y mis piernas con las manos y exclamó;

-          Vaya, ya pincha. Parece una barba de dos días. De momento te lo afeitaremos todos los días pero esto cambiara en breve ya lo verás.

Trajeron espuma de afeitar y unas maquinillas, procediéndome a depilarme el coño, las axilas y las piernas. No lo hacían con cuidado y en algunas partes del cuerpo aparecieron puntos de sangre acompañados de quejidos míos por el dolor que me ocasionaba el paso fuerte de la maquinilla. Reían a cada suspiro de dolor mío y comentó una voz;

-          No pienses que esta te rasuramos para que te sientas más bonita. Tú no eres más que un desecho humano, un trozo de carne dispuesta solo para ser usada cuando tus amos de turno quieran. Se te afeitará para que no raspes a tus señores y para que no críes piojos ni ningún bicho indecente que puedas “pegar” a quien te use.

Una vez terminada la operación. Me levantaron la cabeza y tiraron de mi preciosa melena larga de la que yo siempre estaba muy orgullosa y dedicaba mucho tiempo a su cuidado. Me lo imaginé lo que pensaban hacer y grite;

-          ¡No, por favor, mi pelo no!, repetí varias veces entre sollozos, ¡Por favor, no!, haré lo que quieran, seré una puerca sumisa, pero no, por compasión, se lo suplico señor no me rape el pelo.

Ante cada petición mía, ellos reían más y más… Hasta que cansados de mis súplicas, Don Gonzalo descargó sobre mi, dos sonoras bofetadas que impactaron de lleno en mis dos mejillas, enrojeciéndose de inmediato. Fueron dos golpes duros y directos ya que con la mano izquierda me sujetaba el pelo fuertemente haciéndome subir la cabeza y con la otra mano descargo los golpes sin piedad.

-          ¡Cállate! Me aburren tus súplicas y me empiezan a cargar tus lloros. Ya es hora que aprendas a obedecer y sólo hablar cuando se te pregunte y autorice a ello. Vas a ser rapada al cero. Porque no tendrás pelo en ninguna parte de tu cuerpo. ¡Cuándo se ha visto a una puerca con pelo! Como te dije antes ya en breve nos ocuparemos de que no te vuelva a salir vello en ninguna parte de tu cuerpo, pero de momento, serás rapada y cada dos días te afeitaran la cabeza para que la tengas siempre como “una bola de billar”. Ante tal ocurrencia, los cuatro esbirros empezaron a reír la “gracia” de su jefe.

-          Esa expresión, “bola de billar”, me golpeó las sienes, la mente… Esto no me puede estar pasando a mí, repetía mentalmente. Es mejor morir que seguir con los suplicios.

Como leyendo mi pensamiento, Don Gonzalo, exclamo;

-          No se te ocurra, ni tan siquiera pensar en el suicidio, puedo ser todavía más cruel si intentas llevarlo a efecto y no lo consigues. Tu vida me pertenece y yo solo o tu amo de turno podremos decidir sobre tu vida o tu muerte. ¿Entendido?

-          Si, señor dije entre sollozos.

-          Y deja ya de llorar, tengo poca paciencia y como te dije antes, las lágrimas me empiezan a cansar.

Acto seguido, uno de los esbirros me sujeto la cabeza y la levanto todo lo que pudo (yo seguía atada a la mesa en posición equis). Me dolía el cuello por el esfuerzo, pero intentaba aguantar lo que podía lanzando algunos gritos de dolor. Otro esbirro con unas tijeras de cocina empezó a cortarme el pelo, mechones del mismo resbalaban por mis pechos y caían al suelo. Lloraba de impotencia. Cuando quede con el pelo corto, es decir, cuando las tijeras ya no podían hacer su macabra función al tener el cabello ya muy escaso, apareció otro esbirro con una maquinilla eléctrica de esas de recortar las patillas y la barba y la paso por toda mi cabeza, desapareciendo todo rastro de pelo que me quedaba. Yo lloraba, ellos reían y exclamaron;

-          Cada vez se parece más a una puerca. ¡Mira la bola de billar!.

Pero no me dejaron mucho tiempo para el desconsuelo. Me tiraron a la cabeza y resto del cuerpo un par de cubos de agua fría para quitar los restos de bello y pelo que habían quedado depositados en mi cuerpo y siguieron riendo.

Acto seguido me extendieron las manos (seguían atadas las muñecas)  y, con las mismas tijeras que habían utilizado para cortarme el pelo, se dedicaron a cortarme a ras las uñas de las dos manos, lo mismo hicieron con las uñas de los pies. Quitando posteriormente con una especie de laca quita esmalte los restos de pintura que quedaban en las uñas. No es que yo tuviera las uñas muy largas pero siempre por coquetería me las dejaba algo  y pintadas., así como también la de los pies. Mientras hacían esa operación, comentaba;

- Una puerca no puede tener las uñas pintadas, tampoco largas,  podrías arañar a alguien o lastimarte a ti misma. Quizás acabe por quitártelas, no lo se, depende de tus progresos como cerda que lo haga o no. No podrás maquillarte, ni pintarte jamás, no lo necesitarás, no estás aquí para aprender a gustar a los hombres, para lo que te estoy entrenando es para lo contrario, para ser una puerca, un pedazo de carne, un receptáculo de semen, de mierda, un saco para escupir y golpear al antojo del amo.    

Cuando todavía me estaba compareciendo de las “lindezas” que me estaba anunciando el degenerado de Gonzalo y sufriendo por la perdida de mi hermosa melena, note que me soltaban los pies, abrieron los candados de mis tobillos y permaneciendo, eso si, con las tobilleras de cuero, me levantaron las piernas con tanta fuerza que casi toco las rodillas con mi cara. Una vez de esa posición me abrieron las piernas lo más que pudieron, dejando a descubierto totalmente mi ano. Note que la yema de un dedo que me masajeaba dicho órgano con algo pringoso, quizás saliva o vaselina, llegando a meter el dedo hasta la mitad más o menos. Intente revolverme, jamás me habían introducido nada por ese conducto, nunca deje a nadie, ni a mi novio siquiera, que lo tocara. Era algo que siempre le había tenido mucho respeto.

-          Parece que la puerca tiene cerrado este agujero, exclamo el que me estaba penetrando con el dedo.

-          No importa, escuche que decía Gonzalo, será un nuevo reto dilatárselo. En unos días su culo parecerá la “entrada del metro” y se podrá meter cualquier cosa que el amo de turno quiera.

Acto seguido, uno de ellos me introdujo, sin mediar palabra,  una especie de consolador por el ano, violando el único conducto que me quedaba virgen (entró relativamente fácil debido a que habían puesto eso pringoso y no era muy grande). Tenía la forma de un cono por lo que se mantenía fijo dentro de mí sin poder sacarlo. Lance un grito de dolor, más por la incomodidad de tener eso dentro de mi que por el dolor en si que me había causado tal penetración. Una vez terminado me bajaron las piernas acercándose a mi cara, don Gonzalo que llevaba en las manos una especia de caja de madera y abriéndola (seguía atada por las muñecas)  me susurró;

-          Mira puerca, son diferentes dilatadores anales. Veras que los hay desde pequeños a muy grandes. Hoy te han puesto el pequeño y lo llevarás metido todo el día, solo se te quitara cuando queramos utilizar ese agujero. Mañana te lo cambiaran por otro más grande y así hasta que en unos días aparezca tu ano totalmente dilatado, y como te dije antes parecerá la “entrada del metro”. Y hoy, por ser el primer día, hemos utilizado lubricante, en los próximos días quizás ya no necesites ningún tipo de “ayuda” para meter el dilatador.

Por cierto, no cagarás hasta que te de permiso, ya que el dilatador que lleves puesto te lo impedirá. Cuando tengas ganas pídelo y si te ofrecemos la recompensa entonces te lo quitaran, cagarás y te lo volverán a poner. Acabaras con el esfínter totalmente dilatado y no podrás, con el tiempo, controlar las defecaciones, serás una puerca total cagandote en cualquier lugar. Pero eso ya lo veras mas adelante.

Me quedé totalmente paralizada al escucharle. Cómo podía existir en el mundo semejante depravación. No pude más que bajar la cabeza y cerrar los ojos.

Bueno, por hoy ya hemos terminado. Su primer día de entrenamiento ha sido bastante provechoso. Mañana más. Llevárosla a su nueva “pocilga” donde dormirá y permanecerá allí durante todo el tiempo en el que no se esté entrenando.

Me soltaron las cadenas de las muñecas y me pusieron la cadena al collar que llevaba puesto en el cuello y a cuatro patas seguí al hombre que me tiraba.

El culo me escocia por el dilatador, la humillación era bestial…

Llegamos a una especie de  establo que tenían fuera de la casa, entramos en él. Olía a estiércol de animal, lleno de moscas. Me choco que este cobertizo no tenía techo, estaba a la intemperie total. El habitáculo estaba dividido por cinco estancias separadas por paredes de ladrillo, cada estancia era de tres metro cuadrados. Entramos en una de ellas, eran rectangulares, al final de la estancia había hecho de piedra un comedero dividido en dos, uno para el agua y el otro para la comida. Encima del comedero a medio metro más o menos una barra de hiero anclada horizontalmente en las dos paredes de la pocilga. El suelo estaba recubierto de paja, mal oliente. Me ataron la cadena que tenia al cuello a la barra de hierro con un candado dándome un margen de metro y medio que era la largura de la cadena que estaba sujeta a un lado a la barra y al otro al collar de mi cuello y las manos como tenia las muñequeras de cuero puestas las ataron a la espalda uniendo las argollas a otro candado.

-          Bien, puerca, este será tu “lujosa” estancia, reían. Dormirás encima de la paja, comerás y beberás cuando toque en el comedero, como te enseñamos esta mañana (la verdad que no hubiera podido de otra forma ya que tenia las manos atadas a la espalda) y te mearás cuando tengas ganas encima de la paja. No hay cubo ya para los orines. Es decir, como la cadena no era muy larga debería dormir encima de mis meados, Dios. Y cuando tengas ganas de cagar grita y pídelo, que ya veremos cuando lo concedemos.

-          No mees mucho, dijo otro de los esbirros, ya sabes que la pocilga se limpiara con manguera cada dos días y el olor a orín puede ser desagradable, aunque pienso que ya te estas acostumbrando a estos olores, rió…

Otro esbirro trajo un saco pequeño y lo vació en el comedero, era una especia de potaje grasiento y mal oliente, un revoltijo de las comidas que habían sobrado del día, todo mezclado. Llenando después de agua la parte destinada al líquido. Una vez terminada la operación, gritó;

-          ¿Qué se dice, puerca?;

-          Gracias señor respondí (previniendo males mayores, me acordé de lo que me había dicho su jefe que debía decir con cada comida)

-          Muy bien, cerda, come con gusto, si mañana cuando vengamos a por ti no esta vacío ya sabes lo que te espera.

Se marcharon riendo cerrando la puerta con llave y allí me quede, sola, atada de manos a la espalda, encadenada por el cuello, calva, con un dilatador anal puesto que me escocia todo el culo, humillada y llorando. Levante la cara y vi las estrellas, todavía era  verano y me consolé pensando en que Álvaro vendría a rescatarme.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE.