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LA ESCLAVA INFELIZ (7ª Parte).

en Sadomaso

LA ESCLAVA INFELIZ (7ª Parte).

 

   Los días pasaban lentamente pero de una manera parecida. Ya hacía un mes desde que aquel médico que me operó, dictaminó que estaba en condiciones de volver a mida normal, es decir, retornar a mi existencia de esclava sexual. A partir de entonces volví a la rutina. Durante todas esas semanas seguía permaneciendo largas horas en la despensa al lado de los comederos y del cagadero. De momento no me había mandado salir a buscar mi sustento, era él quien traía los desperdicios encontrados en cualquier cubo de basura, los trituraba y me los daba a comer una vez al día en aquellos bol que debía, sin ayuda de mis manos y de rodillas, ir deglutiéndolos como una perra más. Era tanta hambre la que tenía cada vez que tocaba mi almuerzo, que no pensaba ya en qué contendría aquella papilla, la devoraba con toda la avidez de la que era capaz.

   Llevaba puesto permanentemente el dildo. Ya no me molestaba, incluso según en qué posición me encontraba, sobre todo al comer, tenía miedo de que se pudiera salir, eso era síntoma de que mi ano estaba cada vez más abierto y más dilatado. Sólo me permitía quitármelo una vez al día para poder defecar y cuantas veces fuera requerida mis partes traseras para uso y disfrute de mi Amo o de quien él determinara y una vez satisfechos, volvía a colocármelo. No siempre era a la misma hora cuando me autorizaba a cagar, por lo que tenía que mantener las ganas hasta que mi Amo decidiera que había llegado el momento. Una vez finalizada la operación y sin poder limpiarme, volvía a colocarme el tapón. Cada vez necesitaba menos ensalivar la zona habida cuenta de lo abierto que se encontraba.

   Cada dos días se me permitía ducharme y depilarme roda la zona perineal y vaginal además del resto del cuerpo. También  debía recortarme las uñas de pies y manos. Era la otra excepción en el que me permitía despojarme del dildo justo el tiempo necesario para rasurarme la zona anal.

   Era azotada todas las noches con o sin motivo para ello. Ya me dejó suficientemente claro que no tenía necesidad de buscar un motivo para ello, siempre que él lo considerase necesario lo haría.

   Era usada con regularidad por el coño o por el culo a gusto de quien fuera a utilizarme. Si era por detrás me quitaba el dildo mientras me follaban por ese conducto, obligándome inmediatamente después a volver a colocarlo pringado de toda la leche ya que la ducha nunca coincidía después de los momentos de sexo, por lo que dormía con mi cuerpo manchado y mis conductos llenos de lefosidades de quienes se habían saciado ese día.

   Al cabo de un mes después de recibir mi alta total, cuando terminaba de deglutir aquella bazofia que me suministrada le escuché decir;

—Cuando termines de comer te vas a la ducha, te repasas con la maquinilla todo el cuerpo y te vas a la habitación. Te vistes con las ropas que te he dejado encima de la cama y acudes a la puerta de salida allí te sientas a esperar. Hoy iremos a un estudio de tatuaje donde quiero que te marquen con mis iniciales y alguna cosa más. ¡Vamos!, ¿A qué esperas para obedecer? —Me instó.

   La cara se me iluminó. Al fin iba a poder ver la calle. La verdad que tenía ganas. Desde la operación llevaba sin poder salir. Por otro lado me preocupada sobre manera a qué clase de estudio me llevaría. Tenía miedo. No sabía nada del mundo del tatuaje y mucho menos si dolería, las agujas siempre me dieron un tremendo respeto. Por otro lado, desconocía como serían los tatuajes que quería que me hicieran y en qué partes del cuerpo. Todo esto me estaba ocasionando un gran desasosiego porque, entre otras cuestiones, las marcas que me hiciera posiblemente me durasen para toda la vida.

   «¿Qué quiso decir con hacerme además de los tatuajes alguna cosa más?» —Pensaba con intranquilidad—, empecé a darle vueltas a la cabeza. Mi Amo tenía una mente privilegiada cuando se trataba de crear nueva situaciones que me ocasionaran dolor. Me acordé de lo que comentó con el médico el día en que fui usada por él acerca de marcarme de alguna forma. El galeno —suspiraba cada vez que recordaba su nombre—, fue la última vez que me permitió llegar a un orgasmo, desde entonces cada vez que era utilizada, siempre me negaba de manera taxativa poder correrme.

   Mientras me dirigía a la ducha pensé en el médico, desde aquel día no había vuelto a verle. Me entristecí, la verdad que, de todas las amistades de mi Amo que había conocido, era quien mejor me trataba y, por descontado, a quién más deseaba. Creo que esa pudo ser la razón por la que no había vuelto a aparecer. Mi Amo era muy inteligente y seguramente intentaba que no me encaprichase de nadie. O quizás ya no quería volver a verme. No lo sabía aunque yo, en calidad de esclava, no era nadie para pensar en ello. Mi único fin era obedecer y tratar de que mi Amo se sintiera satisfecho de mí labor. Seguía teniendo pánico a la posibilidad de que cualquier día se cansara de mí y me vendiera o cediera a otro Amo. Desconocía si podría soportarlo aunque algo dentro de mi me decía que no.

   Me duché con agua muy caliente. Quitándome toda la pringosidad que llevaba adherida a mi piel de las lefosidades de los tres individuos que me habían usado la noche anterior.

   Salí del baño y me sequé con suavidad. Pude verme en el espejo las marcas, cada vez más profundas y lacerantes en mi espalda y glúteos. No podía ser de otra manera, era azotada todos los días y ya no había tiempo suficiente en que pudieran desaparecer o, al menos, difuminarse en la piel, todo lo contrario, al azotar sobre la piel señalada, ésta volvía abrirse. Al menos, desde la operación, no me había azotado la parte anterior, es decir, el abdomen, mis pechos y el pubis. Quizás fuera por miedo a que la zona no estuviera totalmente cicatrizada de la intervención quirúrgica o quizás era porque esperaba el momento de realizar los tatuajes. Sea lo que fuere no pensé mucho en ello. Una esclava debía tener la piel marcada, como siempre me recordaba mi Amo.

   Me hice una coleta y me coloqué el dildo ensalivando ligeramente la abertura de mi Ano. No necesitaba más para introducirlo, con él metido, salí de la habitación.

   Llegué al dormitorio y pude observar la ropa que debía ponerme. Una súper minifalda con bastante vuelo de color azul y una camiseta sin mangas muy corta que dejaba al descubierto mi pequeño ombligo. No había nada más, ni ropa interior ni, por supuesto, zapato alguno.

   De esta guisa me dirigí a la puerta de entrada y sentándome en la posición de sumisa levantando mi pequeña falda para qué mi trasero desnudo pudiera descansar en los tobillos, me dispuse a esperar a que mi Amo apareciera.

   Al cabo de unos minutos sonó el claxon de su coche indicándome que saliera de la casa. Así lo hice. Abrí la puerta y me dirigí donde él estaba aparcado. Justo cuando estaba a la altura de la puerta del copiloto, salió del coche;

—No entres, —ordenó.

Me quedé paralizada. No sabía qué hacer ni a dónde dirigirme. Creía que me llevaría en el auto. En ese momento me indicó con la mano que le siguiera hasta la parte posterior del vehículo. Abrió el maletero y con voz autoritaria me increpó;

—Ahora te vas a meter ahí dentro. Tienes que acostumbrarte a viajar en cualquier parte donde tu Amo determine.

   Me quedé de una piedra. Pretendía que viajara en el portaequipajes. Quise protestar pero la mirada de mi Amo no indicaba otra cosa más que le obedeciera. Temiendo que se enfadara y que a la noche endureciera aun más la sesión de castigo, opté por obedecer de la manera más sumisa que pude.

   En el momento en el que iba a subirme al maletero, le escuché;

—No te metas todavía, pon primero las manos a tu espalda —obedeciendo su orden, me colocó unos grilletes con rudeza—. Ahora ya puedes. ¡Venga!, introdúcete dentro —ordenó.

   La verdad que era un coche grande, señorial. Creo recordar que se trataba de un modelo de la marca Mercedes, todo un clásico. Con las manos engrilletadas me costaba alzar una pierna para meterme dentro. Mi Amo ya bastante desesperado por la tardanza, me alzó con sus manos sujetándome de la cintura y, como si de un fardo se tratara, pudo introducirme dentro del portaequipajes de aquel vehículo. Me colocó de lado haciéndome que doblara un poco las rodillas. Una vez me tuvo en la posición que él quería sin mencionar ni una palabra cerró la puerta de un fuerte empellón.

   Allí me quedé. Estaba oscuro. Me entraron ganas de llorar aunque pude contenerme. Se notaba que mis sentimientos poco a poco se iban fortaleciendo a medida que mi Amo también iba endureciendo su conducta hacia mi persona.

   Estuvo conduciendo bastante tiempo. No sabría decir cuánto aunque a mí me pareció más de una hora. En un momento determinado me dio la sensación de que aparcaba el coche. Se escuchaban muchos ruidos por la calle, parecía que se tratara de una de las vías principales de la ciudad. Me empecé a poner nerviosa.  A los pocos segundos, noté como metía una llave en la cerradura del maletero. Inmediatamente se abrió la puerta. No pude ver nada, mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad más absoluta, tornándose de repente en un haz solar que me cegó durante unos segundos la vista. Poco a poco fui acostumbrándome a la claridad por lo que pude girar algo el cuello.

—¿Vas a bajar del coche o prefieres seguir plácidamente tumbada al sol? —Me espetó con ironía.

   Intenté levantar un poco el tronco con intención de apoyar una pierna en el respaldo del maletero. Estaba con las manos atadas a la espalda y ese extremo me dificultaba en exceso la maniobra.

—No puedo salir, mi Amo. ¿Sería tan amable de ayudarme? —le supliqué susurrando.

    Sin dignarse a contestarme, se limitó a cogerme fuertemente por los hombros y me sacó  casi en volandas de aquel portaequipajes.

   Una vez mis pies pudieron pisar el suelo, pude levantar levemente la cabeza. Efectivamente se trataba de una calle muy comercial de la ciudad, cantidad de transeúntes se cruzaban con nosotros, unos se daban cuenta de lo que allí sucedía y otros, en cambio, pasaban de largo sin fijar siquiera la mirada en mi. «Una chica con una minifalda escandalosa, descalza y con las manos atadas a la espalda no solía pasar muy desapercibida» —pensé—. En cambio, a mi Amo no parecía preocuparle en demasía el posible espectáculo que podíamos estar dando en plena calle, incluso diría que le divertía aquella situación.

—Sígueme —me indicó con rictus serio.

   Se encaminó a un pequeño local que se encontraba a escasos metros de donde había aparcado. Fiel a mi estatus de sumisa tuve que perseguirle a uno diez metros de distancia, siempre detrás de él.

   Entramos. En la puerta ponía estudio de tatuaje. Mi corazón se sobresaltó de inmediato. Desconocía que me iban a hacer. Si me quedaba alguna duda de mi sumisión, esta quedaría totalmente zanjada una vez fuera marcada. Ya no podría volver a ser la chica de antes aunque, quizás el tatuaje no sería más que la confirmación de esta nueva vida que había elegido desde hacía ya algunos meses. Por otro lado, no podía permitir que mi Amo se disgustase lo más mínimo «estaba en juego mi permanencia junto a él» —al menos eso pensaba en aquel momento—.

   Saludó cortésmente a un empleado que se encontraba en un mostrador y se encaminó, sin solicitar ningún permiso, a una especie de reservado que había en la propia trastienda del mencionado local. Podía intuir que no era la primera vez que estaba en aquel lugar ya que el  dependiente no hizo absolutamente nada por impedirle la entada solo le comentó que esperáramos en aquel lugar hasta que apareciera su jefe.

   Aquella habitación tendría unos diez o doce metros cuadrados. En el centro, se dejaba notar una especie de sillón parecido a los que están en cualquier consulta de dentista pero sin el torno. Yo no sabía qué hacer, si permanecer de pie o sentarme en el suelo. Levanté un poco la vista para mirar a mi Amo y recibir alguna indicación, me indicó con la cabeza, que me sentará en el suelo en un rincón apartado de aquella trastienda. Así lo hice, me levanté la falda y me senté sobre mis tobillos, en la esquina más alejada de aquella lóbrega estancia.

   Al cabo de unos minutos apareció un tipo grande, con barba prominente muy parecido a los moteros que conducen las famosas motos Harley-Davidson. Vestía una camiseta holgada de manga corta dejando entrever por sus fuertes brazos, multitud de tatuajes. Saludó muy cortésmente a mi Amo. Se notaba que se conocían bastante;

—Señor Stholle ¿cómo está usted? —preguntó amablemente.

—Muy bien. ¿Tiene todo preparado según le pedí por teléfono? —respondió mi Amo.

—No se preocupe. Está todo dispuesto de acuerdo a sus instrucciones.

   Durante el breve intervalo de cortesías que mantuvo mi Amo con el tatuador, parecía que yo no existía para nadie. Seguía sentada en un rincón como si fuera transparente. Mis manos atadas a la espalda me sudaban enormemente, los nervios estaban a flor de piel. Siempre me dieron mucho miedo los tatuajes y nunca había estado en ningún sitio de esos. Desconocía lo que me iban a hacer y, sobre todo, el dolor que me podría producir aquello.

   Mi Amo continuaba su charla con el tatuador ajeno a mi presencia. En un momento determinado se dirigió a mí;

—Levántate y siéntate en el sillón.

   Con algún esfuerzo logre impulsar mis muslos consiguiendo ponerme de pie. Todavía andaba un poco mareada del viaje en aquel maletero. Sumisamente me senté en el sillón descansando mi espalda sobre mis manos engrilletadas.

—¿Va a soltarle las esposas? —preguntó el tatuador.

—No será necesario. Esta esclava está acostumbrada a permanecer atada largos periodos de tiempo —sonrió mi Amo—. Como le comenté por teléfono, quiero que la ponga un par de anillas en los labios del coño aquellas que suele poner a mis sumisas pero un poco más largas. Esta esclava es especial —Mientras hablaba, me iba separando con fuerza las piernas, hasta dejar a su vista todo el esplendor de mi vagina.

   El tatuador descubrió una pequeña caja donde se encontraban los modelos para buscar su aprobación. Mi Amo asintió. Yo continuaba callada, abierta de piernas y expuesta. Levanté un poco la vista y de reojo pude verlos. Se trataba de dos conjuntos iguales. Una primera anilla de acero quirúrgico el que supuestamente penetraría la piel y, unidos a éste, dos argollas de acero. Es decir, Cada conjunto estaba compuesto por tres eslabones uno de acero quirúrgico y los otros dos de simple acero unidos como si se tratara de una cadena.  Al final del último pendía un cascabel del grosor de una cereza. Me quedé horrorizada por la visión de aquello que pretendía incrustarme en los labios genitales. La longitud de cada cadena era grande, quizás como mi dedo índice. A sumar la longitud del cascabel aludido. Por otro lado, parecía que debían pesar lo suyo algo que fue confirmado por el tatuador instantes más tarde;

—Debo advertirle que este encargo es más voluminoso y pesado que los que me requirió en veces anteriores —comentaba el tatuador—. Con esto quiero decirle que cuando le ponga esos dos grupos de aros le será muy difícil, incluso diría que doloroso poder usar ropa interior. Además llevar tanto peso corre el riego de que los labios vaginales se deformen algo y queden permanentemente por fuera de la raja —escuché que le decía a mi Amo.

—Usted póngaselos de una vez y no se preocupe de menudencias —parecía impacientarse mi Amo—. De todas formas y para su tranquilidad, esta zorra tiene prohibido de por vida volver a usar bragas por lo tanto estará encantada de llevarlos y por el otro tema no es algo que le incumba —zanjó la conversación bastante enfadado.

   Sin poder remediarlo mis lágrimas volvieron a surgir en mis ojos. Hacía tiempo que empezaba a poder controlar mis lloros, pero en esta ocasión la crudeza como lo expuso y el temor a deformarme en un futuro cercano, pudieron con todas mis defensas. El tatuador me miró con aire compasivo pero no dijo nada se limitó a ponerse unas guantes de látex y preparar las agujas huecas necesarias para llevar a cabo la operación.

—Ahora estate quietecita o te dolerá más de lo debido —me indicó mi Amo.

   La verdad que atada las manos a la espalda poco podía hacer. Inconscientemente me revolví un poco intentando juntar las piernas. Previniéndolo mi Amo mandó al tatuador que antes de empezar, me atara los tobillos a cada uno de los pernos del sillón. De esta manera quedé totalmente abierta de piernas y expuesta mi vagina al tormento que se avecinaba.

   Cerré los ojos. Instintivamente parecía que no quería ver el taladramiento de ambos lados de mis labios vaginales. De repente sentí una punzada muy fuerte que me rasgaba esa piel tan sensible. Grité de pavor. Rápidamente y con una agilidad endiablada el tatuador penetró en mi otro labio con idéntico padecimiento. Menos mal que fueron escasos segundos, de otra forma creo que me hubiera desmayado de dolor. Lloraba amargamente no podía entender por qué se torturaba mis genitales de esa manera tan cruel.

—Ya pasó —escuché decir a mi Amo—. Ahora ya tienes colocadas las dos anillas.

—Creo que conoce el protocolo —expuso el tatuador—; deberá desinfectar la zona durante unos días hasta que la herida quede totalmente cicatrizada.

   Seguía con un fuerte dolor en la zona, auténticos corazones latían por mi entrepierna. Tenía un miedo atroz a cuando tuviera que ponerme de pie, el peso que podrían tener esos artilugios me asustaba en demasía, máxime cuando el tatuador lo había comentado previamente. Con bastante temor estaba esperando aquella orden de levantarme, pero lo que escuché de mi Amo fue todo lo contrario;

—Ahora proceda con los tatuajes, ya sabe donde hay que ponerlos.

   No me acordaba, la razón principal de esta visita era tatuarme. Los pirsin en mi vagina era la sorpresa que me preparaba, por consiguiente aun tenía que pasar otro tormento. Sin darme tiempo a reaccionar, el tatuador arrastró el taburete de trabajo donde se encontraba sentado llevándolo justo al lado donde continuaban mis pies atados. Procedió a desatar el derecho y lo elevó hasta posarlo entre sus piernas.

—¿Esta es la zona donde quiere que le tatúe sus iniciales? —preguntó mientras me acariciaba el tobillo, muy cerca del talón.

—Sí, usted debería saberlo perfectamente, no es la primera vez que lo hace —respondió con aire enojado mi Amo.

—Aunque parezca reiterativo, me gusta preguntarle no vaya a ser que hubiera cambiado y quisiera en otra parte —intentó disculparse el tatuador.

—Empiece de una vez. No tenemos todo el día —zanjó la conversación mi Amo.

   Puso en marcha la máquina de tatuar y comenzó a pinchar el contorno en la zona indicada por mi Amo, aquella parte interna del tobillo, muy cerca del talón sus iniciales en letras mayúsculas y en color negro “ES”. Era una zona con muy poca musculatura lo que me proporcionó un dolor extremo aunque, a decir verdad, fue bastante inferior al ocasionado con la colocación de los pirsin en los labios vaginales aunque, a diferencia de éstos que su duración fue escasamente unos segundos, en rellenar las letras le tardó casi media hora.

   Yo me dejaba hacer, rezando porque el tormento concluyera lo antes posible. Al fin dio por finalizado el trabajo. Le enseñó a mi Amo las letras tatuadas obteniendo su aprobación. Procedió a desatarme el otro pie. Estaba esperando que mi Amo me ordenara levantarme cuando le indicó un último encargo;

—¿Ve usted esos tres puntos que tiene en la zona baja del abdomen? —Le preguntó mientras me bajaba la falda por debajo de la cintura—. Quiero que le tatúe encima la leyenda “ESCLAVA SEXUAL”, en mayúsculas y en color negro también. De esta forma disimulará los puntos y valdrá el tatuaje para cualquier Amo que pueda tener en el futuro, así solo tendrá que cambiar las iniciales del tobillo.  —se le notaba satisfecho por su ocurrencia.

   Ante esa orden el tatuador se puso a dibujar con rotulador las dos palabras justo encima de las cicatrices de los puntos de mi operación. Yo ya me seguía dejando hacer, pensé que resistirme hubiera servido solo para que me atara fuertemente y el final hubiera sido lo mismo.

   Cuando mi Amo dio el visto bueno a los trazos que conformaban aquella leyenda puso en marcha otra vez la máquina de tatuar y empezó a horadar mi piel. Me puse nuevamente a llorar pero no por el dolor que me estaba ocasionando, sino por el comentario que, minutos antes, mi Amo había hecho sobre la leyenda que me estaba tatuando; «podía valer esa leyenda para cualquier Amo que tuviera en el futuro», estaba claro que su intención de venderme seguía impertérrita en su mente. Ya no sabía qué hacer para poder convencerle de que yo solo era su sumisa. Debía vivir día a día confiando que no fueran más que bravatas de mi Amo sin ningún fundamento aunque a decir verdad, el tatuador había convenido con mi Amo en ponerme los pirsin en el coño como a todas sus sumisas anteriores. Pero yo vivía sola en la casa. ¿Qué habría sido de las anteriores?, quizás habrían tenido el mismo futuro que a mí me esperaba y no era otro que la venta. Volvía a llorar con más fuerza no importando a nadie de los presentes el motivo de mis lágrimas. Parecía un simple muñeco sin alma al que estuvieran decorando.

   Al fin dio por finalizado el trabajo. Entregó las instrucciones precisas a mi Amo de cómo me debía desinfectar los tatuajes para que éstos cicatrizaran en perfecto estado. Una vez que terminaron de hablar, mi Amo se encaminó a la puerta. Justo al llegar al umbral de la misma se dio la vuelta y me ordenó;

—Ahora me voy a tomar un café, volveré en media hora. Obedece en todo lo que te diga el tatuador. Si a mi vuelta tengo el más mínimo reproche de él, el castigo que te impondré será tremendo. —Abandonó la estancia dejándome a solas con él.

   Ya me imaginaba como pretendía pagarle, al menos me dejaba en sus manos para que desahogara sus más profundos instintos. Sin darme tiempo a seguir pensando escuché su voz;

—¡Levántate del sillón y ponte de rodillas!

   Como pude me levanté, continuaba con las manos engrilletadas a la espalda. Bajé de aquella poltrona y me situé delante de él poniéndome de rodillas, según me había indicado.  Vi que se desabrochaba el pantalón y dejaba entrever su miembro medianamente erecto. Ya comprendía lo que tenía que hacer. Abrí la boca y me la introduje entera. Empecé a trabajarle el glande con mi lengua mientras podía darme cuenta como su polla crecía en la misma proporción que los jadeos del tatuador. A los pocos minutos le empezó a salir algunas gotas que lamí ávidamente. «Si ya estaba saliendo el líquido preseminal debía prepararme para recibir la eyaculación» —pensé en aquel momento—. Efectivamente no me equivoqué, en breves minutos descargó toda la leche dentro de mi boca. Tuve que tragar apresuradamente para evitar males mayores.

   Noté que una vez satisfecho empezó a dejar de presionar mi cabeza con sus grades manos hasta el punto de poder sacar su polla de mi boca. Se levantó y abandonó la estancia. Me quedé exhausta. Seguía con las manos engrilletadas a la espalda, baje el culo y lo posé encima de mis tobillos esperando que mi Amo se dignara aparecer. Me molestaba un poco las anillas en mis labios vaginales y me escocían las zonas tatuadas aunque habiendo soportado las sesiones de castigo que me solía imponer mi Amo casi todas las noches, estos dolores no eran más que simples incomodidades totalmente aguantables desde un punto de vista físico. Lo peor venia en el mental. Podía entender el tatuaje en el tobillo con las iniciales de mi Amo. Quizás el de mi abdomen que en letras mayúsculas y rellenadas de negro se mencionaba mi condición de esclava sexual, algo que, como no dejaba de recordarme, había sido una elección totalmente voluntaria que yo, en plenitud de mis capacidades mentales y con total libertad de elección, había asumido aunque, claro está, mi asunción en un primer momento era solo para servir a mi Amo y no para que el resto de los mortales pudiera leer tal condición. Aunque después de estos meses en los que me había obligado a follar con todo tipo de personas esta menudencia del tatuaje, me resultaba del todo baladí.

   Lo peor y lo que verdaderamente me envolvía en un halo de melancolía era las anillas taladradas en mis labios vaginales. Podían ser dos aros, hasta ahí no me importaba si así era el gusto de mi Amo, pero colocarme sendas cadenas de tres eslabones cada una y un cascabel de un tamaño considerable adherido a la última de las argollas, se me antojaba de un sadismo brutal. Por la imposibilidad de llevar ropa interior no me preocupaba, ya había asumido que jamás la volvería a usar mientras continuara en esta situación, pero el peso que debería soportar mi vagina a partir de ahora, seria despiadado y, como advirtió el tatuador, con el tiempo, iba a conseguir que los labios mayores se acabaran deformando.

   Siempre me gustó verme la almeja, toda cerrada sin que se notaran nada de lo que allí se escondía a no ser que abriera las piernas, ahora también esto se acabaría con aquella desfiguración que más pronto que tarde surgiría. Al menos me quedaba la esperanza de que éstos ajustes fueran de su agrado, ya que fue él quien ordenó llevarlos a cabo, porque de otro modo, no entendería el por qué de su resolución a no ser que buscara el efecto contrario y no era otro que afearme la zona hasta tal punto de tener una excusa para cederme a otros Amos. Estaba hecha un mar de dudas y las lágrimas volvieron a asomarse en mis atormentadas cuencas.

   Cuando más estaba compareciéndome de mi propia existencia, apareció por la puerta acompañado del tatuador,

—¡Vamos, levántate! —ordenó con seriedad.

—¿Qué tal se ha portado mi sumisa? — le preguntó.

Ladeó la cabeza de una lado a otro como dando a entender que me había portador correctamente.

—Le has debido de agotar bastante porque no puede ni hablar —reía por la ocurrencia.

—Ponte frente a mí y levántele la falda —le indicó al tatuador—, quiero ver cómo le sientan las cadenas y, sobre todo, los cascabeles. Eso ha sido una ocurrencia de última hora, nunca se los puse a nadie pero quería que contigo fuera diferente. Me gustará escuchar su sonido cuando te ordene que te presentes a mi —comentaba orgulloso.

   Me erguí trabajosamente. El pubis a medida que me ponía en pie me iba tirando cantidad. El tatuador se acercó a mí y me subió totalmente la mini falda para que pudiera ver mi Amo la vagina en su totalidad. Aproveché para bajar la vista y pude ver los labios vaginales sobresaliendo un par de centímetros por fuera de mi raja. Me asusté, quedándome petrificada. Pensé que el peso de las cadenas acabaría por rasgar esa carne tan delicada.

   Alcé un poco la vista y comprobé como mi Amo ponía una cara algo alarmada y, dirigiéndose al tatuador, le espetó;

—Espero que hayas taladrado bastante adentro, no quisiera que el peso pudiera rajar la zona y se cayeran los hierros porque entonces no me serviría para nada.

—No debe preocuparse. Soy un profesional contrastado y garantizo todos mis trabajos      —mientras lo decía con la mano libre cogió ambas cadenas y tirando de ellas, las tensó para que pudiera comprobar su firmeza—. De todas maneras —continuó hablando—, le aconsejo que durante un par de días no la azote ni la use por la vagina para evitar que se pueda infectar la zona.

   Me estaba haciendo polvo con los tirones que estaba dando a las cadenas, pero aguanté sin quejarme.

—No es la primera sumisa que mando taladrar. Se lo que debo hacer, por eso no tengas miedo —le contestó mi Amo con acritud.

—Venga, vámonos —ordenó.

   Soltándome el tatuador, pude empezar a caminar muy despacio. Notaba como los hierros iban bamboleando por entre mis piernas por debajo de mi mini falda. Mis labios doloridos por el taladro estaban muy estirados por el peso de esa especie de leontina que llevaba incrustada en mi coño, esto hacia que, por cada paso que daba, viera literalmente las estrellas. Los cascabeles se dejaban ver por fuera de la falda al ser ésta muy corta. El sonido que desplegaban por el movimiento era melodioso pero insultante. No tenía más remedio que empezar a acostumbrarme lo antes posible a llevar ese peso y, sobre todo, a aquel soniquete porque, conociendo los gustos de mi Amo, sospechaba que llevaría dicho conjunto durante mucho tiempo.

   Llegamos al coche. Tenía la sensación de que el inmenso gentío que inundaba aquella calle principal se estaría fijando en mis cascabeles y, sobre todo, en que continuaba con las manos engrilletadas a la espalda. Parecía que la gente pasaba de largo preocupada en sus propios problemas, el caso es que me daba la impresión de que nadie advirtió nada extraordinario en mi persona. Sospechaba que el viaje de vuelta lo realizaría de la misma manera que el de ida, por lo que sin esperar instrucción al respecto, me dirigí con pasos cortos hacia aquella parte del vehículo.

—Súbete al coche, antes de que me arrepienta —Gritó mi Amo.

   La verdad que me sorprendió y antes de que se echara atrás, me encaminé hacia la puerta, la abrió y pude sentarme en el asiento del copiloto. Me costó un poco meter el cuerpo, las manos atadas no ayudaban a ese cometido. Pude acomodarme de la mejor manera posible, las cadenas quedaron apoyadas en el asiento pudiendo evitar que, por efecto de la gravedad, cayeran hacia abajo, el dolor hubiera sido tremendo. Me colocó el cinturón de seguridad y arrancó el coche en dirección a su casa.

   Llegamos al chalet. Paró el coche, quitándome el cinturón de seguridad me abrió la puerta para que pudiera salir. Debido a que los asientos estaban un poco hundidos y su total falta de ayuda, unido que seguía llevando las manos atadas a la espalda, tuve que hacer mucha fuerza en mis muslos pero al final conseguí salir del vehículo por mis propios medios. A medida que pasaban las horas el escozor en mis labios vaginales iba en aumento sobre todo cuando tenía que andar. Se bamboleaban de un lado a otro soportando la piel taladrada todo ese movimiento.

   Antes de entrar en la casa, mi Amo me quitó los grilletes cosa que agradecí bastante, mis muñecas ya se empezaban a entumecer por la postura tan lacerante y por lo apretadas que me las había puesto. Sin esperar ninguna instrucción me quité la falda y la blusa quedándome totalmente desnuda. Iba a encaminarme a la despensa cuando mi Amo me ordenó que parara, quería deleitarse con las nuevas mejoras que había mandado hacer en mi figura.

—La verdad que tu cuerpo mejora cantidad —se le veía satisfecho—. Esas cadenas te deformaran los labios y eso aun que ahora te parezca una brutalidad, me lo agradecerás en el futuro.

   Seguía callada, mirando al suelo y si comprender sus palabras. Pareció intuir mis dudas;

—Tienes que comprender que tu función en esta vida que voluntariamente elegiste, no es otra que servir a un Amo. Pero no te confundas, te estoy educando para ser esclava no amante, ¿comprendes? —Sin darme a tiempo ni tan siquiera a evaluar su afirmación continuó hablando—; Tu Amo debe tener sus propias amantes y sus mujeres, a muchas de las cuales podrá llegar, incluso, a enamorarse de ellas o a fundar una pareja con lazos afectivos. Tu función en cambio es bien distinta. Tú eres una esclava y por lo tanto tu cometido es servir solo de diversión a tu Amo, de la manera que el crea por conveniente y usada por quien él disponga. Cuando se canse o, por los motivos que sean ya no le sirvas como a él le gustaría, te venderá o cederá a otro Amo. Por eso es indispensable que tu cuerpo haya sufrido estas variaciones; Primero te quite la regla y las menstruaciones que en una esclava como tú solo servían para entorpecer tu función ya que tú no estás en este mundo para procrear y después te puse esas cadenas en tu coño que, entre otras cosas, servirán para recordarte que tu Amo de turno podrá hacer contigo lo que estime por conveniente, azotarte, usarte o lo que él quiera y tu aguantarás y serás feliz por ello porque esa y solo esa será tu función ahora y en el futuro y así iras pasando por diferentes Amos siempre dispuesta a servir —paró un momento de hablar, como buscando mi compresión de sus duras palabras.

   Estaba bastante claro, si alguna duda me quedaba, esas palabras me confirmaron que solo estaría sirviéndole mientras le apeteciere y que me vendería en el momento en que se cansara de mí. Volvían a salirme las lágrimas a los ojos. Había accedido a todos sus caprichos creyendo que de esta forma me mantendría con él y resultaba que todos esos sacrificios para lo único que habían servido era, precisamente, para lo contrario, para que otro Amo pudiera comprarme. No sabía que pensar, la infelicidad que me embargaba era tan absoluta que permanecí en silencio hasta buscar una ocasión propicia para poder plantearle que quería abandonar esa casa y la esclavitud. No me dejó seguir pensando porque prosiguió de inmediato su diatriba,

—Por cierto, ahora llevas dos tatuajes. El del abdomen era necesario para ocultar los puntos de la herida. El del tobillo he querido hacerlo para ser el primero en imprimir mis iniciales. Pero no te preocupes, a medida que vayas teniendo diferentes Amos veras como tu cuerpo se va llenando de tatuajes y marcas duraderas. Cada Amo te pondrá la suya y borrará la del anterior. Disfruta de tu piel blanca porque en unos años entre las marcas de los azotes y las que te impongan tus Amos como símbolo de su propiedad no te quedará mucha piel libre —dejo de hablar otra vez para comprobar la mella que me iban haciendo sus palabras.

   Yo, en ese momento ya no dejaba de llorar, intentándome imaginar cómo sería mi futuro a diez años vista, lo vi tan negro que quise morir en aquel instante. Continuó hablando mientras se encendía un cigarro;

—Aprovéchate que eres joven y todavía conservas la lozanía porque a medida que vayas cumpliendo años tus Amos se convertirán en más despiadados ya que tu cuerpo se empezara a ajar y no serás apetecible por lo que tus usos cambiaran un poco —sonreía mientras lo iba diciendo— pasarás, seguramente a ser usada solo por animales o quizás a ser un inodoro humano y peores cosas que no quiero contarte porque ya tendrás ocasión de vivirlas dentro de un tiempo. Ahora vete a la despensa, quítate el dildo y caga. Si puedes mear hazlo también pero con cuidado no vayas a infectar la herida. Cuando termines vuelve a colocarte el tapón y siéntate a esperar.

   Me Dirigí hacia la despensa. Las lágrimas ya me salían sin ningún rubor. No podía asumir tanta maldad de mi Amo. Ahora resulta que tenía que deformarme y marcarme hasta la extenuación. Pensé e irme. Si mi sumisión había sido voluntaria podía en cualquier momento abandonar. Era algo que debía madurar y sopesarlo. Si no me quería ni pensaba hacerlo ¿para qué me sacrificaba por él si no merecía la pena?...

   Llegué a la despensa y como una autómata me metí en el cagadero y en cuclillas así con fuerza la empuñadura y me saqué el dildo. Vi como las cadenas ensartadas a mi coño se movían de un lado a otro haciendo sonar ligeramente los dos cascabeles adheridos al final de los últimos eslabones. El peso era enorme viendo perfectamente sobresalir los labios sobre mi otrora cerrada raja. La verdad que el dildo salió con bastante facilidad ya no me molestaba llevarlo. Debía admitir que mi Amo era un maestro en eso de la educación, al menos había conseguido que mi Ano se dilatara enormemente. Tenía ganas de cagar, por lo que, sin mucho esfuerzo, evacué gran cantidad de excreciones. Ahora venia la tarea más complicada, debía orinar pero el pis salado seguramente me haría ver las estrellas cuando salpicara las heridas sin cicatrizar de mis labios vaginales. Con mucho cuidado y tratando de asperjar lo menos posible conseguí orinar. El escozor que sentí fue sobresaliente, llorando de autentico dolor cada vez que una simple gota llegaba a la zona taladrada.

   Una vez que pude terminar el calvario, me ensalivé dos dedos de la mano y me los metí dentro del ano manchado con restos de mierda pero ya no me importó. También impregné el dildo recorriendo cada centímetro con mi lengua y limpiando de paso los restos de excreciones que tenía adheridos. Una vez estuvo reluciente, me lo metí de un empellón hasta la misma empuñadura. Concluido el mandato, me senté al lado del cagadero en la posición de sumisa a esperar nuevas órdenes.

   Al Cabo de una hora o así apareció mi Amo en la cocina. Yo continuaba en la despensa sentada sobre mis talones (hace algunos capítulos explique que la despensa era como una continuación de la cocina, en cuya separación no había más que un marco de escayola en el techo), iba provisto de un martillo y una especie de yunque. «Me asusté bastante, desconocía que iba a hacer con semejantes artilugios aunque no presagiaba nada bueno para mi» —pensé.

—¡Ven aquí!, —me ordenó de manera taxativa.

   Me levanté y con la cabeza mirando al suelo me situé justo al lado de donde se encontraba. Había depositado el yunque en el piso.

—Ponte de rodillas y coloca cada una de ellas a ambos lados de la fragua —me ordenó.

   Cada vez estaba más asustada. No albergaba nada bueno lo que pretendía hacer conmigo. Aún lo desconocía pero algo dentro de mí me obligaba a mantenerme totalmente en vilo. Con bastante miedo coloqué mis rodillas a ambos lados de la forja.

—Baja el culo hasta que tu coño quede apoyado en el yunque, pero continua con las manos atrás de la espala.

   No sabía lo que se proponía a hacer pero a medida que me ordenaba esos movimientos el miedo iba in crescendo. Me empezaron a sudar las manos. Mi cuerpo empezó a temblar del susto que llevaba encima. Poco a poco fui bajando mi culo hasta apoyar ligeramente mi pubis en aquel trozo de metal duro. En ese momento mi Amo, que también se había arrodillado para estar más cerca del yunque, cogió las dos cadenas que tenía horadadas en mis labios vaginales y las tensó. Solté un suspiró del propio pavor que estaba pasando pero seguí manteniendo mis manos a la espalda. Notaba que con el tirón que dio mis labios sobresalieron todavía más.

   Con cuidado soltó una de las cadenas, manteniendo agarrada la otra, la tensó con fuerza y con ese simple tirón hizo que me doblara los riñones todavía más hasta que  pudo apoyar en la bigornia el labio horadado junto con el arete.

—Ahora te vas a estar muy quietecita pues podría darte, sin querer, un martillazo en tu labio vaginal y eso seguro que te dolerá bastante —se le notaba concentrado al máximo en la operación que iba a realizar y que todavía desconocía de que se trataba—. Voy a cerrar todo lo que pueda los aretes que son los que han perforado tus labios y sujetan los eslabones de acero, para que no puedas quitarte estas cadenas tu sola nunca. Daré un par de golpes fuertes con el martillo para incrustar el cierre y que no se pueda quitar.

   Ahora comprendía lo que trataba de hacer. Los dos aretes que introdujo el tatuador a ambos lados de mis labios mayores eran de acero quirúrgico parecidos a los aros de los pendientes tradicionales aunque bastante más gruesos, debido a que iban a aguantar los tres eslabones de acero cincado en el que costaba cada cadena. Pues bien, Estos aros podían quitarse abriendo el broche que en este caso era una tira muy fina de acero incrustada dentro del otro lado del aro, por lo que tirando de un extremo podría sacarse. Con los martillazos pretendía fijar el broche y que éste quedara inutilizado. El miedo que me daba era que fallara y golpeara el martillo en mis labios. Me quedé petrificada, sin moverme y rezando porque acertara a la primera.

   Sopesó durante un breve espacio de tiempo hasta que el aro quedó en posición vertical sujetando por una de sus manos, apunto detenidamente y descargó el golpe. Cerré los ojos y me preparé para lo peor. Increíblemente acertó de lleno, solo doliéndome por el cimbreo que ocasionó tal sacudida en todo mi pubis. Repitió el golpe una segunda y una tercera vez para asegurarse que el cierre quedaba totalmente fijado e inutilizado para poder abrirse. La misma operación fue realizada en la otra cadena. Gracias al cielo no falló ninguno de los martillazos que fueron al menos seis, tres por cada anilla.

   Una vez que quedó satisfecho de su trabajo, agarró las dos cadenas con una mano y las impulsó con fuerza tensándolas. Creía que me iba a rajar mis labios vaginales pues el dolor que sentí por el tirón, fue extraordinario, mientras comentaba orgulloso;

—Ahora han quedado totalmente fijas. Solo podrás quitarlas si limas con paciencia los aros o acudes a los bomberos para que las rompan con alguna cizalla pequeña porque dudo que la grande pueda entrar en semejante aro sin amputarte un trozo de labio —reía por la ocurrencia.

—Extiéndete crema cicatrizante por los tatuajes deben quedar perfectos cuando caiga la costra —me ordenó—. Dentro de tres días tenemos una fiesta muy especial en casa de un amigo.

   Recogió las herramientas utilizadas y desapareció de la habitación. No sabía qué hacer, tenia dolorida la zona genital y solo llevaba un par de horas las cadenas puestas, no quería saber lo que sería llevar semejante peso de manera indefinida. Me levanté trabajosamente y me encaminé a la despensa donde me extendí una porción generosa de aquel ungüento que parecía servir para casi todo, en las zonas de mi tobillo y abdomen donde mi Amo había ordenado que me tatuaran. Notaba la piel un tanto rugosa pero debía reconocer que las letras de sus iniciales y la leyenda de esclava sexual estaban escritas en una caligrafía excelente, eran un tipo de letra gótica. Una vez realicé la operación, me senté en la posición de sumisa a esperar a que mi Amo necesitara de mí.

   Con cuidado de que no me viera por si entraba de improvisto en la cocina, extendí las cadenas a lo largo moviéndolas muy lentamente para que no sonaran los cascabeles y pudiera delatar el sonido a mi Amo. Pude comprobar que si bien es cierto los aretes ya definitivamente fijados eran de acero quirúrgico, los tres eslabones que componían cada una de las dos cadenas eran de acero color plata, los típicos de una cadena común que se suele vender en cualquier ferretería de barrio. Cada eslabón debería medir unos dos centímetros de largo. El aro tendría un diámetro de otros dos centímetros y el cascabel que, por cierto, parecía de plata, mediaría otros dos centímetros de diámetro por lo que el conjunto entero mediría en torno a diez centímetros por eso era lógico que se dejara ver por debajo de la falda cuando salimos del tatuador. Con semejante ristra horadada en mis labios vaginales cualquier movimiento bamboleaba excesivamente toda la zona, para evitarlo tendría que agarrarlo con mis manos, labor que tenía prohibida al tener que caminar siempre con las manos a la espalda. Pensé que mi vagina acabaría por deformarse en un breve espacio de tiempo.

   Llevaría una hora o algo más sentada esperando, cuando escuché que mi Amo me llamaba. Me levanté y salí a buscarle. Estaba sentado en una de sus butacones favoritos en el salón principal de la casa. Escuchaba por el pasillo como las cadenas se iban moviendo de un lado a otro haciendo sonar el tintineo de los cascabeles.

   Entré el salón y me quedé de pie cerca de donde estaba sentado con las manos a la espalda y la mirada fija en un punto imaginario del suelo.

—Qué acierto he tenido con ponerte los cascabeles —comentaba satisfecho—, de esta forma puedo oírte andar. Bueno, te he llamado porque quiero cenar. Prepárame la comida y mucho ojo con probar algo de lo que me vayas a preparar porque te azotaré duro. Tú ya comiste por la mañana ese puré de desperdicios que tanto te gusta. A partir de ahora dentro de tus quehaceres estará prepararme las comidas. Y esmérate, no me gusta cualquier cosa.  ¡Venga, a qué esperas para obedecer!.

   Era inhumano lo que me hacia mi Amo. No solo me obligaba a comer una vez al día aquellos desperdicios triturados sino que además debía de prepararle sus viandas sin tan siquiera poder probar nada de ellos. Pero fiel a lo que ya estaba acostumbrada me dirigí a la cocina con la intención de cocinarle aquello que más le gustara.

   Miré en la nevera y pude comprobar cómo disponía de los manjares más exquisitos. También pude ver una especie de cacerola mugrienta, parecía que también la habría cogido de algún cubo de la basura. Levanté con cuidado la tapa y el olor que desprendió tan nauseabundo me hizo recordar que lo que en ella había, eran los desperdicios que utilizaba para darme de comer cada mañana. «Debía de tener un estómago a prueba de bombas»      —pensé—, porque de otro modo tenía que haber pillado una infección estomacal por engullir tales cosas que, en apariencia, daba toda la sensación de encontrarse en periodo de putrefacción.

   El estómago me sonaba de hambre al comprobar el resto de alimentos a cual más apetitoso, que disponía mi Amo en la gran nevera de la cocina. Pero no debía coger nada, si mi Amo me pillara el castigo podría ser tremendo y además perdería puntos ante él y no quería, por nada del mundo, que me cediera a otro Amo aunque estaba decidida, si esto llegara a suceder, a negarme a ello. «Si mi posición de esclava era voluntaria podría, cuando quisiera, dejar de serlo». —Al menos eso pensaba en aquella época—, qué equivocada estaba…

   Una vez le tuve la cena preparada, la monté en una bandeja y se la llevé al salón donde estaba plácidamente viendo la televisión.

   Volví a la despensa y me senté en la posición de sumisa hasta que mi Amo terminara su comida y me llamara para recoger. Estaba ansiosa de que, al menos, los desperdicios de su cena sería un manjar de dioses en mi manutención matutina, quizás junto con los que cogía en los cubos de basura también incluiría esos. No hacía más que pensar en ello y mi pobre estómago se quejaba del hambre que padecía.

   Cuando terminó, me llamó. Fui a su encuentro;

—Recoge todo esto, lo vacías en la basura y la sacas al contenedor. Por si lo habías pensado, tu comida no incluye las sobras de mi cena. Eso sería demasiado fácil para ti. Los desperdicios tendrás que buscarlos en los cubos del vecindario y a partir de mañana lo harás tu, yo ya he hecho bastante por ti.

—Cuando termines, saca la basura al contenedor de la calle, no vayas a tener tentaciones  de meter tu asquerosa cabeza en el cubo y te vas a dormir, hoy no te azotaré. No quiero estropearte los tatuajes ni el pirsin. Antes de acostarte puedes mear en el cagadero pero no así execrar, ya lo hiciste esta tarde.

   Recogí la bandeja muy apenada y vacié las sobras en la basura. «Al menos a partir de mañana sería yo quien fuera a buscarlas , al menos elegiría entre los desperdicios, aquello que tuviera un mejor aspecto», —pensé—.

   Limpié la cocina dejándola como una auténtica patena. Cogí la bolsa de basura y abrí la puerta de la calle. Era noche cerrada, parecía que no había nadie por lo que salí desnuda mirando al suelo, sin levantar la vista por si me veía algún viandante. Llegué al contenedor y deposité la basura dentro de él. Rápidamente volví a la casa cerrando tras de mí la puerta. Noté en el trayecto de vuelta que el ir deprisa para mi estaba a punto de terminarse, auténticos ronchones me salieron en la parte interior de mis muslos al chocar las cadenas con esa delicada piel amen del dolor en mis labios vaginales por el brusco movimiento por el bamboleo que hacia tirar de mis labios, menos mal que el trayecto no era muy largo.

   Me metí en el cagadero y con mucho cuidado, envolviendo con una de mis manos las cadenas y tapando los labios me desahogué largamente, de esta forma casi no salpicó intentando minimizar el escozor de la orina en aquella zona. La verdad que no tenía ganas de cargar aunque si mucha hambre y un poco de sed. Se me olvidó pedir permiso para llenar el bol de agua. Con la bebida mi Amo no era tan exigente permitiéndome tener siempre el recipiente lleno de agua, pero siempre debía pedirle el correspondiente permiso antes de proceder a llenar el bol. No quería molestarle, seguramente me hubiera castigado duramente por la intromisión. Aguantaría la sed hasta la mañana en el que podría pedirle el correspondiente permiso.

   La pequeña manta seguía cuidadosamente doblada en un rincón del suelo de la despensa, la cogí y tumbándome en el piso me la puse por encima. Estaba cansada quedándome dormida a los pocos minutos.

   Me despertó la claridad que se traslucía a través de las ventanas de la cocina. «Debía de ser ya bastante tarde» —pensé—. Me dolían un poco los riñones y la espalda por la postura tan incómoda al descansar el cuerpo en el duro y frio suelo. Me incorporé un poco y me senté sobre mis tobillos esperando que mi Amo se dignara a aparecer. Estaba literalmente muerta de hambre. Aún conociendo el mejunje que me esperaba, eso era mejor que quedar en abstinencia por lo que pedía al cielo que apareciera lo antes posible y comer cuanto antes aquella bazofia que, después de algunos meses ingiriéndola (salvo el paréntesis de mi recuperación), ya empezaba a echarla de menos, sabiendo que iba a ser el único alimento de la jornada. No entendía por qué debía comer solo una vez al día, mi Amo siempre me mantenía hambrienta decía que en un futuro agradecería ese entrenamiento porque llegaría a comer cualquier inmundicia que mi Amo de turno quisiera ponerme. Siempre hablando de «mi Amo de turno» pero la verdad es que pasaban los días y yo seguía junto a él, empezaba a pensar que solo eran burdos trucos para mantenerme obediente y sumisa pero que en el fondo no pensaba desprenderse de mí.

   Al cabo de un buen rato apareció. Entró en la cocina y se preparó un café. Mientras la cafetera hacia su trabajo me habló;

—Como te dije anoche, a partir de hoy saldrás a buscarte el sustento. Anoche antes de irme a dormir tiré por el retrete los desperdicios que quedaban en la nevera, olían bastante mal. Siempre saldrás todas las mañanas con hambre, de esta forma te costará menos elegir tu menú —sonreía por su ocurrencia—. Ahí tienes una bolsa de plástico, si, ya lo sé, está bastante roñosa y no es muy grande, pero es lo que hay. Cuando salgas, vuelcas lo que hay dentro de ella en el contenedor de la calle y te vas a rebuscar por los cubos de basura, cuando la tengas más o menos llena, vuelves y me enseñas su contenido antes de echarlo a la trituradora.

   Me quedé un poco parada. La bolsa que señalaba mi Amo era la que utilizaba para transportar mis deposiciones del día. No podía creerlo. Cómo podía ser tan cruel y no darme una bolsa limpia. En fin, tenía mucha hambre y no era la primera vez que degustaba mi propia mierda asique si esa era la única bolsa de que disponía tampoco iba a hacerle ascos.

—¡Vamos, a qué esperas para irte! —Me instó mi Amo—, todo el tiempo que estás perdiendo lo lamentarás. A estas horas los contenedores de basura no están muy llenos de bolsas, el camión suele pasar de madrugada y estamos por la mañana asique lo poco que haya tendrás que pelearlo con los indigentes de la zona.

   La verdad que tenía razón mi Amo y si debía salir a por mí sustento cuanto antes marchara, antes volvería y podría comer. Antes de coger la bolsa y marcharme me dirigí al dormitorio creyendo que mi Amo, como siempre que me tocaba salir, me había dejado la  ropa que debería llevar encima de la cama. Pude observar que no dejaba de mirarme con rictus burlesco mientras me encaminaba al cuarto, algo que me puso un poco sobre aviso pero, al no comentar nada, no le di mucha importancia. Llegué al dormitorio y vi la cama vacía de ropa. Intenté abrir el armario, estaba cerrada la puerta con llave. No me acordaba que mi Amo desde hacía varias semanas echaba siempre el cerrojo no permitiéndome que pudiera abrirlo ya que la ropa siempre la elegía él. Quizás se había olvidado o me la había dejado en otra habitación. Volví sobre mis pasos a la cocina donde se encontraba degustando una taza, el olor a café recién hecho me embriagaba los sentidos pero me contuve. Me coloqué delante de él mirando al suelo y le pedí permiso para hablar;

—Disculpe mi Amo. No encuentro la ropa que he de ponerme para salir a buscar la comida.

—No la encontrarás, porque no está puesta —respondió con sarcasmo.

   Me quedé helada ante su respuesta pero aun a riesgo de ganarme una bofetada insistí;

—Perdón, ¿quiere que vaya desnuda por la calle a buscar mi sustento? —pregunté con voz nerviosa a punto de salírseme las lágrimas.

—Veo que ya vas comprendiendo. Cuando tengas que salir a la calle y no haya ninguna ropa encima de la cama, eso querrá decir que saldrás en pelotas, como la zorra que eres —Paró de hablar mientras se encendía un cigarro, una vez expulsó el humo de la primera calada continuó hablando—. Yo que tú me daría un poco de prisa son las once de la mañana. A estas horas las calles aun no están con mucha gente y no tendrás tanta competencia con los cubos de basura, pero como tardes te será más complicado.

—Pero Amo. Si me ven desnuda podrán atacarme o quizás la policía pueda detenerme por escándalo público —Ya lloraba a moco tendido, me puse de rodillas y suplicando le insté a que, me dejara llevar algo de ropa—. Por favor mi Amo, deje que me vista, al menos autoríceme a llevar una simple camiseta…

—¡Basta de lloriqueos! —Gritó, zanjando la conversación—. Irás desnuda porque así lo quiero yo. Si te detienen seguramente pasarás una pequeña temporada en los calabozos y no se te ocurra dar mi nombre porque diré que no te conozco. Tú misma saldrás del atolladero… Y si te atacan o te violan, pues mejor para ti ahora bien, te ordeno que no te resistas y te dejes usar por quien quiera follarte, pero eso sí, nada de orgasmos, que ya conozco lo puta que eres y lo que te gusta joder. ¡Venga!, vete ya o te quedarás sin comer   —gruñó.

   No me lo podía creer. A plena luz del día tenía que ir buscando mi sustento por los basureros de la ciudad completamente desnuda y con las cadenas en el coño. No tenía más remedio que obedecer, llevaba sin probar bocado desde la mañana anterior y si no lo hacía pasaría otro día sin comer. Suspiré dos veces, agarré la bolsa con mis excreciones del día anterior y me dispuse a abrir la puerta para marcharme cuando mi Amó me indicó una última orden;

—Un momento antes de salir, si alguien te quiere usar por el culo y te quita el dildo no lo olvides en la calle, te lo vuelves a poner antes de regresar. Si cuando vengas no lo llevas bien metido en tu asqueroso culo, ten por seguro que cuando llegue la noche te castigaré duro y eso que no pensaba hacerlo pues todavía no tienes del todo cicatrizado los tatuajes y las cadenas del coño asique ya sabes, intenta que te usen por detrás. Si te follan el coño y estropean mis cadenas lo pagarás igualmente. ¡Vete ya!.

   No me acordaba, además de mi desnudez ya de por si bochornosa, llevaba puesto un tapón anal de dimensiones considerables que de usarlo tanto tiempo no me molestaba en absoluto, por eso no caí en ello.

   Con más miedo que vergüenza, abrí la puerta y me encaminé a la calle. Escuché como mi Amo cerraba de un portazo. Allí estaba desnuda y sola ante la ciudad.

   Miré en rededor y no vi a nadie lo que me tranquilizó un poco. Me encaminé hasta el contenedor de la casa y vertí en él las excrementos que contenía. El olor que salía era nauseabundo pero, siguiendo las órdenes de mi Amo, debía vaciarla y llevármela para meter la comida.

   Por inercia me tapaba la vagina con la bolsa, al menos que no se vieran las cadenas que no hacían más que chocar de un muslo a otro por lo deprisa que iba caminando. Los viandantes  se quedaban boquiabiertos al verme en pelotas andar por la calle pero de miradas de asombro no pasaban. Debía ir roja como un tomate pero intentaba mantener la vista en el frente, seguía tapándome con al abazón vacio todo lo que podía que no era mucho. En un momento determinado cuando ya llevaba un buen rato andando, tuve que sujetar las cadenas con una de mis manos pues el bamboleo era tan constante, que mi vagina empezaba a dolerme con bastante ahínco. Con la otra mano intentaba ocultar, con la ayuda de la alforja que llevaba, mi atormentada vulva.

   Intentaba ir por calles estrechas y pegada a los coches aparcados en el arcén para que me sirvieran, de algún modo, de parapeto ante miradas furtivas de los transeúntes que me cruzaba.

   Llegué a una especie de callejón, al final del mismo había las salidas de servicio de un par de bares y justo en la acera cerca de aquellas puertas, se encontraban dos contenedores grandes de basura. Me acerqué a ellos, mientras miraba de reojo a un lado y a otro, no vi a nadie. Cuando llegué a la altura de ellos, comprobé que uno era de papel y cartón por lo que ni tan siquiera me preocupé de mirar en su interior. El otro, en cambio, era de residuos orgánicos. Eran de esos que había que pisar una palanca para que se abriera. Iba descalza y el tope estaba muy sucio. A estas alturas no me importó, pisé con todas mis fuerzas y la boca de aquel armazón metálico empezó a abrirse. Metí la cabeza y pude ver media docena de bolsas de basura. El problema es que estaban en el fondo y aun alargando la mano todo lo que podía no llegaba a alcanzar ninguna. Tenía que meter medio cuerpo mientras sujetaba la abertura. Tuve miedo a cortarme, el contenedor estaba muy mugriento y cualquier arañazo que sufriera en la operación, podía infectarse pero no tenía otra alternativa. Miré a mí alrededor otra vez y seguía sin ver a nadie lo que me tranquilizó algo, pude ver también una especie de caja de madera donde suelen depositarse la fruta tirada a escasos metros de donde me encontraba. Me dirigí donde estaba y la cogí, al menos me serviría de escalera para poder alzarme lo suficiente para intentar introducir el cuerpo dentro de aquel contenedor.

   Volví a apretar con mi pie la palanca y una vez se abrió lo sujeté con mis manos descubriéndolo todo lo que fui capaz. Con bastante esfuerzo, sin soltar la abertura, me subí a la caja de madera. Tuve que sujetarla con fuerza pues en el momento de alzarme en la bujeta dejaba de presionar la palanca por lo que la abertura del contenedor tendió a cerrarse. Tomé impulso y sujetando la abertura con la mano derecha, pude meter el cuerpo lo suficiente para que, con la izquierda agarrar un par de bolsas de basura que saqué del contenedor.

   Las deposité en el suelo y las rasgué con fruición. Prácticamente sin mirar lo que había dentro fui cogiendo los desperdicios y traspasándolo a mi bolsa de plástico. Iba introduciendo todo lo que contenía aquel zurrón; colillas, pan duro, mondas de frutas y verduras, desperdicios de carne, mondas de pescado…etc. Ya me daba igual, lo que quería era llenar la bolsa cuanto antes y desaparecer de inmediato de aquel lugar. Estaba tentando demasiado a la suerte y en cualquier momento pudiera venir alguien o salir algún empleado del bar y verme de esa guisa desnuda y metida en el contenedor. Rasgué la segunda bolsa y con un contenido similar o parecido que la anterior traspasé parte del mismo, lo que me parecía más comible en mi abazón de plástico hasta que éste quedó lleno.

   Estaba muy sucia y pringosa. «Si ahora apareciera la policía no me salvaba nadie de que me detuvieran» —pensaba con impaciencia—. Mi corazón parecía que se iba a salir en cualquier momento por lo deprisa que me latía. Hice un par de nudos a la bolsa para asegurarla y me dispuse a volver a la casa de mi Amo lo más rápido que pudiera.

—Mirar lo que tenemos allí —escuché una voz que me dejó helada.

   Giré el cuello lentamente. Algo me decía que no me iba a gustar lo que viera. Así ocurrió, pude ver con horror a media docena de chicos que iban a entrar a la cafetería, aquella que su entrada de servicio se encontraba muy cerca del contenedor donde había metido medio cuerpo.

—Pero si está en pelotas —se decían unos a otros—; ¡Oye! —me gritaron—. Yo seguía mirando al suelo, intentando salir de aquel callejón.

—O te paras o te abrimos la cabeza a pedradas —vociferó una voz.

   Al escuchar aquella amenaza, mis pies se frenaron en seco, me quedé paralizada. Todavía me encontraba en el callejón, situación que no sabría decir si era mejor o peor ya que podrían hacerme cualquier cosa, pero de haber estado en la calle principal el jaleo que se hubiera organizado seguramente hubiera alertado a la policía y eso si que no me hubiera salvado de tener que declarar en la comisaria. Con la bolsa llena de los desperdicios que había conseguido, intenté taparme mi vagina sobre todo para que no vieran las cadenas adheridas a mis labios vaginales. «Quizás aquel espectáculo podría haberles enervado todavía más» —meditaba—. Aunque estando desnuda y sin nadie que me protegiera, que me vieran las cadenas o no, no hubiera cambiado la situación un ápice, pero mi mente, en aquel momento, se intentaba auto proteger de aquella manera.

   Llegaron a mi altura. Uno de ellos me quitó de un manotazo la bolsa de desperdicios, que salió volando por el aire hasta terminar aterrizando en un rincón de aquel suelo. Sin aquel parapeto, me quedé totalmente desnuda e indefensa ante las miradas libidinosas de los seis chicos.

—¿Qué llevas en el coño? —Me preguntó uno de ellos señalando las cadenas que me colgaban.

—¡Vaya!, es un pirsin atado a una cadena —reía otro.

—Anda, se buena y enséñanoslo —gritaba por la excitación del momento un tercero.

   Sentí que unos brazos me agarraban mis extremidades por detrás de la espalda. Me tiraron al suelo. Yo no hacía más que llorar. Bajo ningún concepto quería gritar, no podía llamar la atención de los transeúntes que se movían por la vía principal, pues darían, sin duda, parte a la gendarmes y yo no quería bajo ningún concepto que tal cosa sucediera para prevenir todavía males mayores. Por lo que les deje hacer.

—¿Qué es eso que tienes en el culo? —Vociferaba nerviosamente uno de ellos—,  ¡Pero si es un tapón anal!, lo vi hace poco en una peli porno —gritaba entusiasmado.

   Unas manos me quitaron el dildo de un tirón. Me decían obscenidades acerca de lo abierto que tenía el ano. Noté que me metían varios dedos por detrás. Estaba súper agobiada pero, obedeciendo a mi Amo al ordenarme que si me pasara algo parecido no opusiera resistencia, me deje hacer. Por la inercia, mientras uno me sujetaba las manos, los demás se iban turnando en metérmela por el coño o por el ano. Debían de creerse que me estaban violando porque una mano siempre me apretaba la boca para impedirme que pudiera gritar. No se dieron cuenta de que no ofrecía ninguna resistencia, incluso intentaba facilitarles la labor abriendo todo lo que podía las piernas para que pudieran desahogarse en plenitud de condiciones. Sólo suplicaba al cielo mismo que con el movimiento tan desenfrenado que tenían, no se me rajaran los lóbulos donde tenía las cadenas y que éstas al desprenderse, quedaran olvidadas en el suelo o en algún bolsillo de cualquiera de los chicos que me estaban usando, pues aparte del dolor que esa acción me produciría en mis labios vaginales, mi Amo me castigaría tremendamente y tenía más miedo a las correcciones de él, que a lo que me pudieran hacer esos energumenos ya totalmente fuera de sí.

—Por favor, no me tiréis tan fuerte de las cadenas. Me las pusieron ayer y todavía no están suficientemente cicatrizadas —Intentaba decirles cuando aflojaban algo sus manos en mi boca—. Lloraba de dolor ya que, por la excitación que tenían, me tensaban fuertemente los pirsin temiendo que éstos acabaran rajando esa delicada piel. No me hicieron ningún caso, seguían tirando de ellos como si de una goma del pelo se tratara y yo aullando de autentico espasmo creyendo que, en algún momento, mis labios vaginales acabarían desmembrados.

   Pasaba de uno a otro como si fuera una vulgar pelota. Me follaron el coño, se corrieron dentro de mi culo. Me hicieron poner de rodillas y tuve que chuparles la polla. Al ser jóvenes no se contentaron con una corrida por persona, al menos fueron dos o, incluso alguno de ellos, hasta tres veces lo que se desahogaron dentro de mí. Al final todos quedaron satisfechos y me dejaron tirada en el suelo llena de lefa y rebozada con la mierda que desprendía ese piso apestoso de aquel callejón mugriento. Lloraba amargamente pero nadie vino a socorrerme. Se ve que la gente debía estar más preocupada en sus asuntos que en auxiliar a ninguna chica sobre todo porque iba desnuda y seguramente pensaban que lo iba pidiendo agritos. No lo sé, de una forma o de otra ahí estaba llorando amargamente, por la brutalidad recibida por aquellos jóvenes, todavía abierta de piernas, en mitad de aquella calle.

   Maldije una y mil veces la decisión que tuve de aceptar la esclavitud voluntaria. Esto ya no era simple infelicidad por episodios aislados que mi Amo me hacía soportar, era una total tortura psíquica y física continuada de la que desconocía como salir pero que, a cada minuto que pasada, deseaba con todo mi corazón retornar cuanto antes a mi vida anterior. Ya podía hasta tener asumido que no podría tener hijos aunque quisiera, la ablación del útero me lo impediría de por vida. Los tatuajes serian otra prueba de mi actividad anterior como sumisa, pero estaba convencida que, con el tiempo, mi mente acabaría acostumbrándose a tenerlos y si no fuera así ya me ocuparía de borrarlos tatuándome cualquier cosa que disimulara lo que allí se escondía. Pero sobre todo, desconocía si mi mente sería capaz de olvidar todo este calvario que sufría desde hacía varios meses, aunque era consciente de que me pudiera dejar alguna secuela psíquica por dura que ésta fuera, sería mucho más llevadera que seguir soportando aquello un segundo más.

   Pasaron varios minutos en los que pude poco a poco calmarme lo suficiente para pensar que debía volver con urgencia ya que continuaba desnuda en plena calle y lo que me había pasado podía volver a repetirse incluso peor o que viniera la policía. En ese momento se me encendió una luz en la cabeza, si venían los agentes podía denunciar a mi Amo por este trato tan vejatorio a que me sometía. Les expondría que fue él quien me obligó a salir desnuda por la calle para buscar mi alimento entre los cubos de basura… pero él lo negaría todo, estaba segura de ello y, llegados a este punto, ¿a quién iban a creer, a una chica de dieciocho años descarriada, con tatuajes en los que decía que era una esclava sexual o al brillante empresario que era él, conocido en toda la ciudad que había aparecido en cantidad de portadas de revistas de sociedad?. En ese momento vi que no tenía escapatoria, que mejor no apareciera la policía porque quizás hasta me llegarían a usar en vez de protegerme.

   Como pude me levanté del suelo. Tanteé las cadenas por si se habían soltado. Continuaban en el mismo sitio. Qué listo fue mi Amo, anoche amarró a martillazos los broches para que no pudieran salirse como prediciendo lo que me iba a suceder a la mañana siguiente. Me miré el abdomen, el tatuaje se mantenía intacto. «Al menos no habían sufrido sus últimas mejoras en el cuerpo» —consideré con tristeza.

   Me toqué el ano, no llevaba el dildo. Recordé que el principio de todo uno de ellos me lo quitó de un tirón para poder usarme por detrás. Empecé a buscarlo cerca de donde me hallaba pero sin éxito, no conseguía encontrarlo. Llegué a pensar que alguno de los chicos se lo habría llevado como trofeo de guerra. Me entraron los nervios, mi Amo me advirtió que si volvía sin él el castigo sería terrible. Las lágrimas volvieron a aparecer, era pura impotencia lo que tenía. Temblaba literalmente de miedo, pero no por estar en la calle desnuda, si no por la corrección que, sin duda, me esperaría de llegar sin el dildo metido en el culo.

   Justo, en el momento en que desistí de su busca al darlo por perdido y me ponía en movimiento para regresar a la casa, observé debajo del contenedor de papeles una pequeña mancha negra. Me puse de rodillas y agachando la cabeza a ras de suelo lo vi. Suspiré aliviada, al menos podría volver con él puesto. Estaba lleno de porquería de la calle. Sin pensármelo dos veces lo limpié con mi lengua lo mejor que pude ensalivándolo varias veces. Me puse en cuclillas sin importarme lo más mínimo que alguien pudiera estar observando toda esa operación y me lo metí de un empujón. El conducto estaba lleno de lefosidades por lo que entró muy lubricado. Agarré la bolsa de desperdicios y me encaminé a la casa.

   Salí a la avenida principal. Ya había bastante más gente que a la ida. Me tapaba inconscientemente el pubis con la bolsa. Al igual que en trayecto de ida, intentaba ir por entre los coches aparcados para disimular, de alguna manera mi cuerpo desnudo. Volví a sujetarme con una mano las cadenas, el bamboleo de las mismas se tornaba insoportable al tener bastante dolorida la zona de tantos tirones que aquellos vándalos me primieron cada vez que uno de ellos me usaba y lo que necesitaba era ir deprisa para llegar cuanto antes a la casa. De todas formas, el espectáculo que debería estar dando sería de «órdago a la grande», sin ropa y muy sucia, el panorama más que invitar a la lujuria, sería de autentica compasión. Me daba perfecta cuenta de que la gente me miraba con estupor, intentando apartarse de mi lado, quizás por miedo o tal vez, por no verse obligados a socorrer a una chica que, a todas luces, se podría suponer que estaba ejerciendo la mendicidad. La bolsa de desperdicios que transportaba no ayudaba a quitar esa primera impresión que, sin género de dudas, estaba dando por una de las avenidas más frecuentadas de la ciudad. Mi único temor, en ese momento, seguía siendo que la policía me interceptara pero al menos en eso tuve algo de suerte porque, sin más sobresaltos, después de una gran caminata, pude llegar a la puerta de la casa de mi Amo.

   Toqué al timbre y esperé unos segundos. Nadie salió a abrirme. No podía ser cierto, no había nadie, ni siquiera me había esperado para comprobar en qué estado podía regresar. Las lágrimas volvieron a asomarse en mis ya irritados ojos. Eran lloros de autentica impotencia por la situación tan cazquiana en la que me encontraba, sucia y desnuda en la puerta principal de un chalet sin poder entrar….

   Sin saber qué hacer y cuanto tardaría en llegar, me acurruqué en el quicio de la puerta de entrada echa un ovillo, maldiciendo mi propia suerte, esperando a que volviera. Notaba la leche salir de mi coño haciendo un pequeño reguero que terminaba en el propio suelo. Mi boca totalmente reseca y con un regusto a pollas mal olientes. Necesitaba imperiosamente beber. Llevaba sin ingerir líquido alguno desde el día anterior. A mi Amo se le olvidó dejarme el bol de agua y yo, por miedo a sus represalias, no me atreví a pedirlo esperando que, a la mañana siguiente, tuviera a bien traérmelo pero con sus órdenes matutinas de ir a buscar mi sustento al final no lo llevó y quedé sin poder beber. No podía más, necesitaba lavarme y también comer algo aunque fuera el contenido triturado de aquella bolsa.

   Al cabo de más de dos horas de espera le vi llegar en el coche. Aparcó y sin decirme nada abrió la puerta de entrada indicándome con la mano que la traspasara. Una vez dentro de la casa me miró de arriba abajo;

—Vas muy sucia. Además llevar semen pegado por todo el cuerpo, se ve que te has divertido en la calle —sonreía malévolamente—.

—Tuve que ausentarme. Seguro que no te ha importado. Desnuda y sucia es como mejor te encuentras, como una perra esperando a que llegue su Amo —sonreía—. Vamos, date la vuelta, quiero comprobar si lo llevas todo en su sitio —me ordenó.

   Me giré en redondo con la mirada fija en el suelo. Estuvo escrutándome cada centímetro de mi cuerpo. Tiró ligeramente de las cadenas para comprobar que seguían bien incrustadas. Me abrió el culo para cerciorarse de que llevaba el dildo metido.

—Parece que todo está correcto. Compruebo que te han usado en la calle, llevas lefa pegada en toda tu piel —reía—. Espero que no te hayas corrido aunque seguro que lo deseaste, una zorra como tú solo disfruta cuando la montan los machos.

   Era increíble. Solo se preocupaba de humillarme todo lo que podía. En lo único que no pensé cuando era usada por aquellos chicos fue en correrme. Solo quería que terminasen lo antes posible. Me vejaron de mil maneras distintas y en plena calle a la vista de los transeúntes que pasaban y nadie acudió en mi auxilio claro que obedeciendo a mi Amo les dejaba hacer por lo que, aparentemente podría pensarse que no era más que una fulana deseosa de que la usasen esos jóvenes. Pero los comentarios de mi Amo, después de lo que había tenido que soportar y tras un par de horas de espera en la puerta, lo único que consiguieron fue hundirme más si cabe en mi propia desgracia y, aunque quería aparentar, al menos, indiferencia antes sus comentarios, lo único que ocurrió fue que mis ojos volvieron a lanzar lágrimas de desconsuelo que mi Amo pareció no dar importancia porque se limitó a preguntar por la comida que había podido coger;

 A ver, dame la bolsa, vamos a comprobar que ricos alimentos traes.

   Se la entregué. Al abrirla, se envolvió en toda la estancia un olor nauseabundo;

—¡Vaya!, todo tipo de desperdicios, estas raspas de pescado te proporcionaran el fósforo que necesitas —reía—. Bien, antes de que los tritures y te los comas quiero hacerme una paja —se empezaba a desabrochar la bragueta—. Cuanto más sucia y pringosa de semen estas, más me excito. Venga, ya sabes lo que tienes que hacer, esto te podrá servir de aperitivo, para abrir las ganas de comer.

   No me lo podía creer, después de lo que había pasado todavía tenia que servirle de divertimento. «Si había que hacerlo cuanto antes mejor, así podría comer» —pensé—.

   Me abrí de piernas como una autómata. El se sentó en una silla de la cocina para disfrutar del espectáculo. Me introduje lentamente mis sucios dedos dentro de la vagina intentando horadar cualquier resto de lefosidad que me quedara dentro. Hice palanca con dos de ellos y pude escarbar algo, los saqué lentamente y con la mayor de las delicadezas me los fui introduciendo en mi boca chupándolos de la manera más sensual que fui capaz. Veía que mi Amo se frotaba su miembro que, a cada sacudida, iba creciendo en tamaño. Cuando el líquido preseminal empezó a surgir por fuera de su prepucio, me ordenó que me arrodillara y me la metiera en la boca. Cuando la tuve dentro me apretó la cabeza para impedir que la pudiera sacar. Me dieron arcadas ya que la punta de su miembro rozaba mi campanilla pero aguanté todos sus espasmos y tragué apresuradamente la leche que expulsó su congestionada polla.

   Una vez calmado fue aligerando poco a poco la presión de sus manos en mi cabeza, pudiendo sacar su pene, ya totalmente flácido, de mi boca.

—Antes de comer ve a ducharte, apestas —me ordenó mi Amo— y aprovecha para depilarte todo el cuerpo especialmente la zona púbica y córtate las uñas no quiero que cuando te usen, puedas arañar a alguien —siguió hablando—. Una vez que termines, metes todo el contenido de la bolsa en la trituradora y lo conviertes en puré. Pero todo, hasta esas colillas que veo hay dentro porque no volverás a comer nada hasta mañana. Cuando este triturado lo metes en el bol de la comida y te pones a comer. También llena de agua el otro. Cuando termines quítate el dildo y caga, tomate el tiempo que necesites porque no volverás a defecar hasta mañana. También mea si tienes ganas. Luego te vuelves a poner el tapón y te acuestas en la despensa. Por hoy hemos terminado. Descansa, que mañana es la gran fiesta en la que estamos invitados, al final se adelantó un par de días y no quiero que defraudes a nuestros amigos —rio con sorna.

   Justo cuando iba a abandonar la cocina todavía tuvo unas palabras para mí que me hicieron aun más daño que el que me había producido tener que salir desnuda a la calle en busca de mi sustento;

—Ahora me voy a buscar a mi novia, quizás nos dejemos caer por la casa para pasar la noche juntos, no quiero verte fuera de la despensa. Una guarra como tú, no puede alternar con chicas normales. Descansa todo lo que puedas, mañana será un gran día de ello depende tu futuro —acto seguido se fue de la casa dando un portazo.

   Me quedé sola, totalmente desamparada. La noticia de que tenía novia y que, además, la llevaría a casa a pasar la noche fue un auténtico mazazo para mí. Lloraba desconsoladamente. Era la prueba evidente de que nunca le había importado. Entonces ¿qué hacía allí?, no lo entendía. Y la fiesta en la que íbamos a acudir mañana, ¿cómo sería?, ¿por qué dependía de ella mi futuro?, estaba claro que no quería saberlo. Estaba resuelta a que por la mañana, antes de marchar a la fiesta, comunicarle que le dejaba, que abandonaba mi vida de sumisa. Quería hacerlo, que se buscara a otra para protagonizar la bacanal que, sin duda, iba a suceder la mañana siguiente. Pero hoy todavía era esclava, al menos, inconscientemente me dirigí a cumplir en todo su rigor las órdenes recibidas por mi Amo antes de abandonar la casa. Me encaminé a la ducha y me lavé todo el cuerpo durante largo tiempo. Me froté con dureza toda la piel, debía deshacerme de toda la porquería que albergaba mi cuerpo. Había sido un día muy duro. Seguía llorando desconsoladamente.

   Una vez aseada, depilada y con las uñas de los pies y manos totalmente cortadas al ras, me sequé el pelo y me hice una coleta según tenía ordenado de siempre. Estaba literalmente muerta de hambre por lo que me encaminé a la cocina volcando el contenido de la bolsa en la trituradora sin importarme los cuantiosos desperdicios que allí había. Estuvo un buen rato machacando hasta que se hizo puré. Volqué el contenido en el comedero y llené el otro de agua hasta los topes. Me puse a cuatro patas y comí con total ansiedad. Tenía tanta hambre que dejé el cuenco limpio, engulléndolo como si del mejor de los manjares se tratara.

   Una vez saciada, bebí durante un largo rato hasta quedarme satisfecha. Me levanté y me metí dentro del cagadero e hice de vientre. Estuve mucho tiempo hasta que conseguí evacuar todo lo que llevaba en los intestinos. Posteriormente oriné bastante líquido y salí del cagadero enterrando toda la mierda con suficiente tierra para minimizar el olor todo lo que pude.

   Me puse en cuclillas y ensalivando mis dedos me los metí en el ano lo más profundo que pude. Ya no me importaban los restos de excreciones que manchaban mis extremidades. Por lo demás, no me costaba ningún esfuerzo introducirme el dildo, la pequeña abertura permanecía totalmente elástica entrando sin ningún problema hasta la misma empuñadura.

   De esta guisa y con una pena tremenda por el mazazo de enterarme esa tarde de su noviazgo, me acurruqué en el suelo de la despensa tapándome con aquella minúscula manta. Cerré los ojos intentado dormir.

   Al cabo de varias horas escuché que abrían la puerta de la casa. Era mi Amo, efectivamente, iba acompañado de una mujer, su voz femenina la delataba. Iban riéndose. Entraron en la cocina muy acaramelados. Abrieron la nevera y se sirvieron hielo en unos vasos. Nadie me dirigió tan siquiera la palabra, parecía que no existía. Solo percibí a la mujer que le comentaba que olía mal aquel lugar, como única respuesta escuché a mi Amo decir que seguramente sería la perra que se habría cagado. Como todavía tenían abierta la nevera con la luz que despedía, la mujer me vio tirada en el piso tapada con aquella mugrienta manta. Me miró con aire despectivo de arriba abajo pero no me dijo nada, cerró la nevera y se fue al salón donde mi Amo la esperaba. Cuando llegó, alzó la voz quizás para que pudiera escucharla decir;

—Querido, no me gusta que tengas perras en la casa. Tendrás que solucionar este problema si quieres que me mude a vivir contigo —cerró la puerta del salón y solo pude percibir risas difuminadas.

   Era obvio que mi vida en aquel lugar empezaba a tocar su fin. Mi Amo parecía haberse enamorado y su novia no me quería en la casa. Estaba claro que la decisión que había tomado aquella noche mientras me duchaba no tendría marcha atrás. Mañana le comunicaría mi decisión de abandonar aquel lugar y, sobre todo, mi condición de esclava, quería, mejor dicho, deseaba recobrar mi libertad… «Eso haría» —pensé con cierto alivio—.

   El día había sido muy duro, estaba muy cansada mental y físicamente pero sobre todo estaba destrozada sentimentalmente. No pude pensar más, el sueño me acabó venciendo. Mañana le comunicaría mi decisión.

-       FIN SEPTIMO CAPITULO -