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SOMETIDA. Historia de una puerca (Capitulo Final)

en Sadomaso

SOMETIDA.  Historia de una puerca (Capitulo Final)

Mis heridas poco a poco fueron cicatrizando. Si bien es cierto que, durante unos días no fui azotada, ni usada, cosa que ayudó bastante a mi restablecimiento, también lo era que, siempre permanecía, dentro de la perrera, atada aunque de un modo, quizás, más benigno a lo que me tenían acostumbrada.  

 Llevaba un tiempo sin salir de la jaula lo que, por un lado, aceleró la curación de los últimos retoques que mi amo tuvo a bien hacerme, pero, por otro, al permanecer tanto tiempo en soledad, llegué a pensar, en aquellos momentos,  que, quizás, mi amo, ya no necesitaba de mis servicios. Cuestión que me entristecía y me preocupaba tremendamente acerca del futuro que me esperaría en aquella casa.

De todas formas, mi instructor, todas las mañanas a medida que iba encontrándome algo mejor,  endurecía las posturas que debía sufrir mi castigada anatomía en lo que a ataduras se refiere, por lo que, al final de tal proceso, los amarres volvieron a ser todo lo lacerantes que su mente perversa pudiera imaginar.

La verdad que todavía no salgo de mi asombro lo fuerte que puede llegar a ser la naturaleza humana. Mi cuerpo fue adaptándose, poco a poco,  a los cambios efectuados en aquella jornada de tan triste recuerdo para mí.

La ablación sufrida en mi clítoris físicamente, al menos, parecía cicatrizada. Mis uñas ya, con una pequeña costra en su lugar, dejaron de dolerme, acostumbrándome, que remedio, al nuevo aspecto que presentaban mis manos y mis pies.

Lo que peor llevaba era mi falta de dentadura. Es cierto que las encías, gracias a los enjuagues con vinagre, fueron sanando hasta tal punto que la inflamación de las mismas, producto de aquella salvaje velada, fue descendiendo, de tal modo que, el dolor desapareció casi en su totalidad. Pero el problema no era ese. Me costaba enormemente ser entendida con naturalidad y, sobre todo, comer.

Efectivamente, como dijo mi instructor, a partir del día siguiente en el que me extrajeron la dentadura, mi alimento sufriría una ligera variación con respecto a lo que comían los animales que me acompañaban. El pienso, a partir de entonces,  me lo suministraba molido. Todavía era mayor el suplicio tener que tragar, semejante porquería, similar al polvo de ladrillo y meterme aquello en la boca me ocasionaba bastante dentera y múltiples arcadas. Pero, al no haber otra alternativa, no tuve más remedio que ir acostumbrarme a aquel sabor y textura.

Por otro lado, mi instructor, siguiendo las órdenes de mi amo, durante los tres días siguientes a la última sesión, tuvo que introducirme un ovulo por la vagina. Gracias a ello mis picores disminuyeron hasta casi no notarlos.

Yo ya no hablaba. Me costaba horrores pronunciar una frase seguida con una vocalización decente. Mi instructor se reía cruelmente de mí, cuando, con malicia, me autorizaba a violar la ley del silenció solo para que pudiera escuchar mi nueva modulación de voz.

Psíquicamente fui adaptándome a los cambios. Tantas horas encerrada en la perrera, habían hecho de mi pensamiento, el único aliado posible para poder pasar tantas horas de soledad. Por ello pude comprender y aceptar que si mi amo deseaba tales modificaciones, yo no era quien para oponerme a ellas.

Entendí que mi cuerpo dejó de pertenecerme hace tiempo y el mero hecho de que él deseara éstas transformaciones, podía significar que, a sus ojos o, quizás a los ojos de los demás, éstas me acercarían más a mi condición de absoluta dependencia en la que me encontraba y, lo que es más importante,  ya  empezaba a dudar, si quería salir de ella.

A partir de entonces, en mi mente, se implantó una especie de revolución, mi tristeza fue tornándose a un estadio, no diré de felicidad absoluta pero, al menos, de aceptación total de mi condición, no solo de mera esclava, sino mucho más allá, de simple puerca.

Llevaba pues, al menos, diez o quince días sin salir, hasta aquella tarde en el que vino a buscarme mi instructor…

La verdad que cada vez que le veía, me daba un vuelco al corazón. Más, si cabe, cuando solía venir solo una vez al día para suministrarme el alimento y, para ello, ya había estado esa mañana.

Abrió la puerta y paseo lentamente por dentro de la estancia. Acariciaba, cariñosamente,  los lomos de algunos perros de los que se encontraban en la misma perrera. No le quitaba ojo de encima pero mirándole de reojo, cuidando que mi cabeza, estuviera siempre baja, sumisa. Al cabo de un rato, por fin, se dignó a hablarme,

-          Veo que estás bastante recuperada.

Bajé la cabeza asintiendo al comentario de mi instructor.

-          De todos modos, seguía hablando, continuas cagándote en cualquier lado. Mira como tienes de sucio tu sitio. Se quejó.

Volví a bajar la cabeza. Era normal, llevaba sin salir varios días y el pienso seguía teniendo la misma fibra que antes. Mi ano no podía aguantar, por mucho que quisiera, las ganas de defecar ya que, el esfínter tan dilatado, no me lo permitiría.

Cambió radicalmente la conversación y mirando a los perros, comentó,

-          Sabes, puerca. Quizás nos dejes pronto y no quiero que tu nuevo amo se queje de que tu alimentación no ha sido lo suficientemente equilibrada, necesitas variación. Sonrió.

Cuando sonreía de aquella manera y su cara se iluminaba con ese brillo suyo tan característico, sabía que algo tramaba. Por otro lado, el volver a sentirme útil, después de mi última convalecencia, no me disgustaba en demasía ya que, al menos, podría volver a servir para algo. Pero claro, mi desconcierto, con ese comentario iba en aumento, desconocía exactamente que quería que hiciese.

Quizás si se interesaba acerca de mi alimentación era porque le había vuelto a salir ese pequeñísimo rasgo humanitario que, raras veces, contemplaba con migo. Sacándome de mis pensamientos, me ordenó,

-          Levántate. El jefe quiere verte.

Ese día estaba atada con las manos a la espalda y sentada en posición de sumisa. Con los pies también amarrados por las tobilleras y la cadena al collar del cuello y agarrada a la barra donde estaba ubicado el comedero.

Soltándome las anillas de los tobillos, muñequeras y la cadena de la barra, cogió el eslabón y dando un fuerte tirón me hizo levantar.  Por la rapidez con que quise obedecerle, resbalé y caí de rodillas al suelo. Tenía mis miembros algo anquilosados por el sedentarismo impuesto en las últimas jornadas.

Cómo pude, conseguí ponerme de pie y, esperando a que abriese la puerta, me disponía a salir detrás de él. Pero en el  momento en que estaba sujetando el  manillar, se giró en redondo y me miró, en ese momento se le volvió a iluminar el rostro.

-          Creo que el jefe puede esperar un rato. Vas a ir junto al perro ese que tanto te gusta. ¡De prisa! Gritó.

Ya podía intuir cual era su pensamiento. Me levanté y me acerqué al perro que tenia al lado mío, aquel que me hizo vibrar de placer la noche de la primera fiesta con los amigos de mi amo.

Desconocía por qué quería que me volviera a montar, ya que mi amo, fue muy claro al respecto de prohibir, hasta nueva orden, que yaciera con cualquiera de sus animales. Además, por mi ablación, ignoraba hasta que punto podría llevarme al paroxismo el perro en cuestión.

De todas formas, fiel a mi estatus en esa casa, no hice preguntas y me acerqué al can. Poniéndome a cuatro patas, alargué mi mano hacia su capuchón empecé a acariciarle su miembro para intentar que éste se empalmara. En ese momento, mi instructor me dió una patada en las costillas que me hizo caer al suelo.

Me quedé dolorida, tocándome levemente la zona enrojecida por el golpe, no sabia que había hecho mal. Tirada en el suelo, me gritó,

-          Vamos a ver si te enteras, Puerca.

-          No quiero que le toques y, mucho menos, que te lo folles. Ya oíste al jefe. Nada de gozar con animales. Seguía chillándome como un lunático.

-          Quiero que enriquezcas tu alimentación, como te he comentado antes. Mira eso, cógelo con tus asquerosas manos y comételo de una vez. Antes de que me enfade de verdad. Gritó.

Levanté un poco la vista para saber exactamente que era lo que señalaba con su dedo que debía comerme. Parecía como sino se acordara de mi ausencia total de dientes y, si era algún pienso caído, no podría masticarlo.

Pero no, no se trababa de eso, con horror, me di cuenta que lo que señalaba su mano era un trozo de mierda del perro. Una defecación animal. Ahora si que, mi instructor se reía.

-          Apúrate, puerca. Acaba de cagarlo, lo tienes caliente,  cómo a ti te gustan, seguía riendo. Pero utiliza tus manos quiero ver como lo coges y te lo metes en la boca.

Miré con repugnancia aquello. Bien es cierto, que en las reuniones de mi amo, acababa haciendo de inodoro humano, pero siempre llevaba el anillo puesto y no era yo quien cogía la mierda y me la metía. Eran los invitados quienes me hacían ponerme tumbada boca arriba y ellos se ponían de cuclillas encima de mi cara hasta terminar de defecar, además, era mierda humana no animal.

- Vamos, vamos. Come de una vez. Gritaba mi instructor.

No tenía alternativa. Me levanté del suelo y me puse a cuatro patas acercándome a la mierda. El animal se percató y se acerco a mí olfateándome. Con una mano le separé y con la otra cogí aquella repugnancia todavía caliente y me la metí en mi boca. La verdad que el sabor no difería mucho de los excrementos humanos que me dispensaban en las fiestas. Bueno, al fin y al cabo, todo es mierda y un poco más no importa. Pensé.

Acabé de engullir toda esa inmundicia que al estar blanda pude desgranar con mis encías.

-          Muy bien. Para que luego digan que no nos preocupamos por tu alimentación. Comentaba sonriendo. ¡Y baja la cabeza, cerda! No es agradable ver excrementos pegados en tus labios, además te huele a mierda la boca. Gritó con fuerza.

No me estaba dando cuenta que al terminar de engullir aquello había levantado un poco la cabeza como buscando la aprobación de mi instructor. Bajé de inmediato la misma y me senté en posición de sumisa, esperando la orden de partir.

Se acercó a mí y me ató las manos a la espalda con las muñequeras, acto seguido, me ordenó,

-          ¡Camina, puerca, tu amo espera!, agarrando mi cadena y tirando con fuerza de ella.  Le seguí.

La verdad que desconocía como se encontraría mi amo. En esos días que duró mi recuperación, la verdad que no se dignó bajar a ver a su puerca ni una sola vez. Sólo trataba con mi instructor.

Pasamos el huerto, donde era azotada todas las mañana y, donde pensé que iríamos una vez que estaba bastante restablecida. Pero no, continuamos andando. Nos acercamos a la casa. Nunca había estado allí, tenia prohibido entrar a la misma, pero ese día, mi instructor, me guiaba hacia la puerta principal.

Mi corazón empezó a palpitar de emoción. ¿Para qué me quería dentro?, ¿habría otra fiesta y reclamaba mi presencia? De todos modos, si así fuera, debería ser una reunión muy especial. Las reuniones con migo siempre se hacían en el jardín, fuera de la casa. Pero esta vez quería que entrara dentro. Estaba muy nerviosa.

Cruzamos el umbral y llegamos al salón principal. Una estancia amplia, amueblada con gusto y dinero.

En el centro de la sala, había un conjunto de varios sillones y un sofá, todo ello de piel. En uno de los butacones se encontraba sentado cómodamente mi amo, detrás de él, de pie, siempre estaban sus guardaespaldas.

En el sofá, había sentados dos personas, ambos muy bien vestidos. Parecían hombres de negocios,  cuya actividad, por sus caras, no diferiría mucho de la que tenía mi amo, pensé.

De reojo pude ver la silueta de un cuarto hombre que permanecía también en la sala, éste se encontraba de espaldas, era alto y de complexión fuerte, muy diferente a mi amo y los otros dos que estaban en el sofá. Se encontraba ojeando algunos ejemplares de unas estanterías de madera labrada que había en un rincón de la sala. Éstas se hallaban repletas de volúmenes. Al estar de espaldas, no podía verle la cara.

Mi instructor, me colocó en medio de la sala, justo enfrente del sofá. Una vez allí, me ordenó que me sentara en el suelo,

Obedecí, adoptando como siempre, la posición de sumisa. Seguía con las manos atadas, pero la cadena la desprendió de la anilla de mi collar y se la guardó en un bolsillo de su chaqueta.

Así estuve varios minutos que me parecieron eternos sin que nadie me dirigiera la palabra. Hablaban entre ellos, sobre todo mi amo con los que estaban en el sofá. El cuarto hombre permanecía, como al margen de toda conversación, muy atareado, parecía, con los libros de la estantería.

Por fin, al cabo de unos minutos, mi amo, señalándome con uno de sus gordos dedos, dijo a sus invitados,

-          Esta es la puerca de la que les hablaba.

-          Vamos, de pie. Cerda, da una vuelta para que mis invitados te vean.

Me levanté y giré en redondo para que me pudieran ver.

-          Acercaos y veréis de cerca sus marcas. Comprendo que está bastante sucia pero, aun y así, podrán observarlas detenidamente.

Se acercaron los dos. Pusieron una expresión bastante desagradable, en vista del olor que debía desprender, máxime después de mi festín con la mierda del perro, que había tragado minutos antes.

- Acérquense más. Son bonitos los aretes que tiene en el coño, ¿verdad?, preguntaba nerviosamente mi amo. Un poco sucios pero eso se podría arreglar. Miren, ábranla la raja, quiero que contemplen una de mis obras finales. Parecía orgulloso mi amo, al explicarlo.

 Me abrieron la raja y miraron fijamente todo su contorno. Uno de ellos exclamó,

-          Parece que le falta el clítoris. Veo una pequeña cicatriz arriba de su uretra. Vaya, es cierto lo que nos comentaba. Exclamó.

El otro hombre, empezó a acariciarme con rudeza toda mi zona genital, como desconfiando de no encontrar mi preciado botón que otrora se hubiera endurecido ante tales caricias.

-          Úsenla, si así lo desean. Ella, tal vez no pueda estar concentrada en su gozo particular, o,  por lo menos, le tardará más. Es una duda que tengo, según el veterinario está todo extirpado, pero quizás alguna raíz le ha quedado dentro. No lo se, comentaba mi amo.

-          De todos modos, esas minucias a ustedes les debería dar igual. Fíjense también en lo abierto que tiene su culo. Continuaba diciendo mi amo.

-          Además no tiene dientes por lo que mamarla será un gusto grato para sus sentidos. Reía.

-          Úsenla sin temor, repetía. Aunque huela mal, hace unos días fue desinfectada su vagina.  No teman porque les pueda contagiar algo. Hará todo lo que ustedes deseen. Concluyó, mientras se recostaba en su generoso sillón, dispuesto a presenciar una función larga pero excitante.

Me dieron la vuelta y abriéndome el culo, pudieron observar lo dilatado que tenia mi ano.

Yo ya, cerraba los ojos y obedecía sumisa a sus órdenes. Era la primera vez que me iban a usar después de mi ablación y no sabia, de qué manera se iban a comportar mis órganos sexuales.

-          No se que decirle. Parece una vieja. Deformada, la ausencia de dientes le afean mucho la cara. Dijo uno de ellos.

-          Pero que más da. De lo que se trata es de tener a mano un saco de mierda para los desahogos puntuales. Para momentos de placer ya se buscarán a una mujer entera. Reía mi amo.

 Con cada humillación que me soltaba, con cada uno de sus desprecios verbales, se veía que buscaba hondar más en mi tristeza interior. Pero claro, por otro lado,  no dejaba se ser significativo que él fue uno de los dos que me convirtió tal cual me encontraba ahora. Si tenia aspecto asqueroso ante los demás, el fue, sin duda,  uno de los culpables.

Pensaba que mis arreglos podrían significar más belleza ante mi amo y sus amistades, creía que el final de los mismos era ese. Me empezaba a dar cuenta, tal vez, que mi mente pudiera equivocarse al creerlo y, quizás, con esos cambios, lo que intentaba mi amo era el efecto contrario, afearme todo lo posible.

No se, en ese momento, ante esos comentarios de los invitados, mi mente se enfrentaría ante la gran prueba de mi propia aceptación interna. De repente, recordé, que siempre me ordenaron no pensar, no cuestionar ninguna decisión que me fuera impuesta. Por tanto, si mi amo quiso retocarme físicamente, sus motivos tendría y yo no era quién, no solo para polemizar, sino tan siquiera para pensar en ello.

De todos modos, mis miedos estaban encauzados en otro sentido. Efectivamente, podía hacer cualquier cosa que me ordenara, sabe Dios, que no me importaba, lo demostraba obedeciendo día a día cualquier aberración que mis amos quisieran ordenarme pero, desde la ablación, desconocía como seria mi sensibilidad en mis partes íntimas. Eso me asustaba. No poder estar a la altura de lo que mi amo quería de mí ante sus dos invitados.

Un ruido metálico me sacó de mis disquisiciones mentales,

Ambos individuos se estaban desabrochándose sus respectivos pantalones. Levanté un poco la mirada y vi sus caras. No parecían muy ilusionados con el ofrecimiento que mi amo había hecho, en el sentido de que me usaren a su gusto, pero, por sus miradas,  daban a entender que se sentían obligados a ello, por no hacerle un feo a mi amo, pero que, en rigor, no les apetecía un ápice usarme en ese momento. Dejaron al descubierto sus miembros, ni siquiera estaban empalmados. Los pusieron justo al lado de mi boca,

-          Vamos a ver,  puerca, de lo que eras capaz. Veremos si tu amo dice la verdad.  Chúpanos la polla a ver si consigues ponérnosla tiesa.

-          ¡De rodillas y cumple la orden!, gritó mi instructor, que se encontraba detrás de mi.

Yo estaba en la posición de sumisa, por lo que fácilmente solo tuve que subir mis muslos un poco hasta ponerme de rodillas, abrí la boca, y una de las dos pollas se metió con violencia en mi abertura.

Pasé mi lengua por el glande. Notaba como me agarraba de la nuca empujándome la cara hacia sus huevos, con esta acción, su miembro se introdujo hasta dentro de mi campanilla. Al tener las manos atadas, solo podía dejarme hacer, y que fuera él, quien moviéndome la cabeza de afuera a adentro, iba marcando el ritmo de sus embestidas.

Fui notando poco a poco que su pene se iba poniendo duro  y, cada vez, empujaba más, chocando su capullo justo en la misma entrada de mi tráquea, me empezaron a dar ganas de toser pero pude contenerme a tiempo.

-          La verdad que tiene usted razón, comentaba a mi amo, el hombre al que se la estaba chupando.

-          Como no dispone de dientes, el roce con sus encías da un gusto extraño pero agradable en mi miembro. Suspiraba de placer mientras trataba de contar a mi amo las sensaciones que iba teniendo.

Seguía chupando como una autómata. Me pareció que de la abertura de su glande, empezaba a salir el líquido preseminal y me preparé para recibir su leche.

Pero no fue así, en un momento dado, la sacó de mi boca y con un golpe de mano en mi frente me indicó que se la chupara a su compañero que estaba al lado de él.

Gire la cara hacia el otro individuo, éste, con la visión de la mamada, ya se había empalmado.

Me la metió e hice la misma operación que con su colega. Éste, no quiso, como el anterior, follar mi boca, mantuvo su miembro dentro de mi abertura para que mi lengua masajeara lentamente todo el contorno de la carne.

Mientras se la estaba chupando, el otro me levantó el culo hasta que mis rodillas se tensaron, para que así pudiera tener mis nalgas un poco más levantadas, de esa guisa, con sus manos, me abrió el trasero. Sin ningún miramiento ni oposición alguna de mi dilatado esfínter, me la metió, de una envestida,  hasta los huevos.

Al que se la estaba mamando, cuando pudo apreciar la maniobra de su compañero, la sacó de mi boca y se dedico a mirar el espectáculo, manteniendo, mientras tanto,  su polla en una de sus manos.

 De esta forma, liberada mi boca de succionar el otro miembro, quien me la estaba metiendo por detrás, pudo empujarme ligeramente la espalda para que apoyara la cabeza en el suelo y el enculamiento pudiera hacerse más a su gusto y, sobre todo, más profundamente.

Con cada embestida, mi cabeza se apretaba más al frío mármol de la superficie.

-          ¡Vamos cerda, muévete!, susurraba.

-          Ya me llega. Me corro… Gritaba entre espasmos.

Toda su leche fue derramada dentro de mi lacerado agujero. Sin tiempo a recuperarme. El compañero que estaba mirando con su polla totalmente erecta, de un empujón, me puso boca arriba. Mis manos atadas a la espalda aguantaron mi peso corporal y el suyo, cosa que no le importó en absoluto. Una vez en esa posición, abriéndome las piernas y separando mis aros, la metió en mi coño sin ninguna contemplación.

De momento no sentía nada de placer, pero, eso era de esperar. Ninguno de los dos fue pródigo en caricias, se dedicaban simplemente a saciar sus más bajos instintos, metiendo sus pollas en cualquiera de mis agujeros y sin ninguna suavidad.

Tenía mi vagina reseca y al meterla de un solo golpe, me rasgó mis paredes internas.  Grité de dolor.

-          Pareces un animal. Puerca. Gruñó, mientras me seguía usando. ¡Muévete!, gritaba totalmente fuera de si, estrujándome con violencia mis pechos.

Aun con todo el peso encima de mi cuerpo y, éste,  aprisionándome las manos atadas a la espalda, pude dar un giró circular a mis caderas acompañados de una rotación de arriba abajo, a consecuencia de ello y, después de varios minutos, el tipo que tenia encima, se corrió, inundándome toda mi cavidad vaginal con su viscosa leche.

Se levantó y se subió los pantalones. Yo permanecía abierta de piernas, tirada en mitad de la sala. Sin poder haber dado respuesta a la cuestión principal que me preocupaba tremendamente. Seguía sin saber si seria capaz, no ya de llegar al orgasmo, sino, quizás, de poder tener alguna sensación, por pequeña que ésta fuese, en el interior de mi vagina. Claro que, pensé, estos dos tipos no son, precisamente, el arquetipo de amante que te pudiera llevar al placer.

Por otro lado. Ese tema hace tiempo no me hubiese importado. Pero ahora si, en las últimas reuniones, antes de la ablación, ya empezaba a notar que, aun con las depravaciones a las que me sometía mi amo, el mero hecho de servirle, ya me proporcionaba un extra de placer. En las fiestas a las que iba asiduamente, sin que pudiera llegar al orgasmo, cosa natural, sino estaba autorizada para ello, por lo menos, si que conseguía mojarme y tener sensaciones placenteras dentro de mi vulva.

En este caso, no solo no había sentido nada de eso, sino que, además, al tener la vagina algo reseca, su penetración me había dolido horrores. Unas gotas de sangre aparecieron incrustadas en los bordes de mi raja, quizás se había abierto algo mi herida. Miré a mi abertura preocupada.

Mi instructor me dió una patada disimuladamente para que me incorporara y me volviera a sentar a lo sumisa. Cosa que hice. En esa postura noté como se empezaba a resbalar,  por mis dos agujeros, las lefosidades de esos individuos.

 Escuché a mi amo,

-          Bueno, ¿qué les ha parecido mi puerca?, preguntó con aires de satisfacción.

-          No se qué decir. Contestó el que me había enculado.

-          Usándola por la boca, la experiencia no ha sido mala. Explicaba. En cambio, por el culo, bueno, lo tiene tan abierto que no he podido sentir mucho. A mi me gustan cerraditos donde mi polla puede rozarse por las paredes anales y el esfínter pueda oprimir mi miembro durante la penetración. En resumen, creo que no me va a interesar el negocio.

-          Y usted, qué tal, ¿ha disfrutado con mi puerca? preguntó al que me había usado por delante.

-          No ha sido una experiencia positiva. Tiene el coño totalmente reseco. Protestó. Será porque le falta el clítoris. A mí, cuando follo con cualquiera de mis esclavas, me gusta que se mojen y concederles o denegarles el placer del orgasmo. Esta puerca ya no podrá humedecerse, ni, tener orgasmos. Además la suciedad de su cuerpo no ayuda para nada.

-          Por la suciedad no se preocupen, se la lava y en paz. La lubricación podría, con el tiempo, suavizarse. Intentaba convencer mi amo. Quizás la parte interna no haya sido dañada. En cualquier caso, sobre el clímax puede, mientras la esta usando, azotarla, entonces verá como grita, parecerán auténticos orgasmos, reía mi amo.

-          Quizás, el sexo sea monótono con ella. Pero les aseguro que podrán flagelarla de las maneras más crueles que sus mentes puedan imaginar. Ella lo aguanta todo. Podrán utilizarla de cenicero, de inodoro, de lo que quieran… dijo mi amo, ya con un rictus de preocupación en su cara.

-          Ya, pero ese no es el problema principal. Respondieron los dos al unísono. Lo importante para nosotros es el sexo, en cualquiera de sus posturas y denominaciones,  la copula es lo esencial. Los flagelos  y demás aberraciones son secundarias en nuestro caso.

-          No se ofenda, Don Tobías, pero no nos interesa la transacción. Dijeron ambos casi al unísono.

-          Además es fea, parece mucho más mayor de lo que en realidad es. Da hasta un poco de grima usarla. Volvió a replicar el que me había enculado.

-          Si es por el precio, negociemos, siempre podremos llegar a un acuerdo. ¿Qué les parece si les hago una buena rebaja? Se le notaba nervioso a mi amo.

-          No insista, ni regalada la admitiríamos. De todas formas, gracias por la invitación, pero debemos irnos.

Acto seguido, se despidieron cortésmente de mi amo y desaparecieron de la casa.

La verdad que, desconocía hasta esa misma tarde en la que mi instructor me lo comentó cuando fue a buscarme a la perrera,  que,  mi amo quisiera desprenderse de mí, pero la idea me pareció bastante acertada.

De todas formas, parecía que no iba haber venta. Los posibles compradores se marcharon y, auque los motivos que adujeron para no cerrar el trato, aun siendo denigrantes, no dejaban de ser absolutamente ciertos, una tristeza me volvió a recorrer por todo mi cuerpo.

 Hubiera, en lo más profundo de mi ser, deseado que, alguno de esos tipos, me hubiere comprado. Quería, mejor dicho, necesitaba abandonar cuanto antes la casa de mi amo. El había sido el causante final del aspecto que ahora tenía. Quiso terminar de modelar la obra ya empezada por mi señor, la de ser una puerca y ya solo, por el resto de lo que me quedara de vida, podría vivir y actuar como tal.

Mi cuerpo amputado de su belleza de otrora, ya solo servia para realizar aquellas funciones que, por denigrantes, no hubiere podido llevarlas acabo una persona normal.

Yo quería, incluso aceptaba de buen grado este nuevo rol, pero no ha su lado. Por muy humillante que pudiera ser mi futuro lejos de él, con otro amo, lo prefería y lo aceptaría gustosamente.

 El me quitó la poca dignidad con la que llegue a su casa. Hizo bien su trabajo. Mis deformaciones deberían de servir para dar placer a otra persona a otro amo. Pero no a éste. Él me conoció, quizás, todavía con apariencia humano, por eso debía abandonar su hogar. No quería que nadie que hubiere conocido mi anterior aspecto, estuviera presente en mi vida actual. Sólo pedía eso, nada más...

Estaba con la cabeza baja en mis disquisiciones mentales cuando, sorprendida, horrorizada, abrí los ojos de par en par, al escuchar el nombre de mi señor,

-          Don Gonzalo, dijo mi amo, ¿le gusta mi colección de facsímiles? Preguntó mi amo. Es una colección única y muy valiosa.

-          Si, estaba entretenido ojeándolos mientras usted intentaba cerrar la venta de su puerca con esos dos señores. Lástima que no pudiera ser. Pareció entristecerse.

Efectivamente, la persona que estaba de espaldas ojeando los libros resultaba ser mi señor. Pensaba que nunca iba a volver a verle. Pero ahí estaba. Mi corazón empezó a latir alocadamente. No sabía si de alegría, de tristeza o de desesperación. La voz de mi amo, me sacó, de nuevo, de mis pensamientos,

-          Se preguntará por qué le cité también a usted. Precisamente por si ocurriera aquello que, por desgracia, ha sucedido. Qué no pudiera vender a la puerca. Comentó con tono de preocupación.

-          Usted dirá, soy todo oídos. Respondió mi señor, Mientras lo decía, tomó asiento en el sofá donde, minutos antes estuvieron sentados los dos compradores, y, sacando uno de sus cigarros, mientras escuchaba atentamente a mi amo, procedió a encendérselo.

-          usted me vendió a esta puerca y yo debo partir mañana del país. El cerco policial al que estoy siendo sometido se estrecha por momentos. No puedo esperar un día más, están a punto de detenerme. Se expresaba muy alocadamente, como teniendo mucha prisa en contar sus problemas.

-          Por lo tanto, ahora tengo cosas más importantes en que ocuparme que de esa asquerosa puerca. Gritó mi amo mirándome con total desprecio.

-          Llamé a esas personas con la esperanza de que se quedaran con la puerca. Pensaba, incluso, regalarla. Pero ya los ha oído, no la quieren de ninguna manera. No tengo tiempo de buscar más compradores. Usted me la vendió. Quédesela y haga con ella lo que quiera. Gritaba nerviosamente mi amo.

En ese momento empecé a temblar de miedo, terror al conocer, de antemano, a que lugar querían que volviera. La otra persona que me conoció, incluso mejor que mi actual amo, quien me raptó cuando era una persona normal y felizmente enamorada de su novio, quien me conoció tal cual era en aquella época y, sobre todo, quien empezó a transformarme, a enseñarme, a modelar mi cuerpo tal y como ahora lo tenía, a ser una puerca y, lo que es peor, a desear seguir siéndolo...

 Pero mis ansias por abandonar esa casa o, quizás, seducida, en otro tiempo por mi señor y sus enseñanzas, me hacia desear incluso, volver a manos de él.

Volvieron sus voces a sacarme de mis reflexiones y dudas,

-          Está bien, Don Tobías, no se preocupe. Creo que podremos llegar a un acuerdo. Pero, claro, eso pasa por, digamos, recibir a cambio una pequeña compensación económica. Dejó caer, mi señor.

-          No entiendo, dijo mi amo. Ya le pagué 20.000 euros por la puerca. Ahora se la ofrezco gratis. ¿No le parece suficiente?

-           He de decirle que, con sus retoques corporales, ha mancillado bastante la  mercancía de tal modo que, ahora, vale mucho menos que cuando se la vendí. Respondió mi señor.

-          Mire, no tengo tiempo para discutir, ni negociar nada. Debo partir de inmediato. ¿Cuánto quiere que le de por ella?  Preguntó ya bastante nervioso, mi amo.

-          No quiero que parezca que estoy abusando de su situación. Pero, le diré más. Solo me la llevaría si me pagara la misma cantidad que me dió el día de la subasta. ¿Le parece?, respondió mi señor.

-          Es un robo, pero no tengo elección. ¿Verdad? De acuerdo. Pero, le pido, que se la lleve hoy mismo. Estaría bueno que, aparte de mis negocios, la policía descubriera semejante puerca en mi casa. Reía nervioso.

-          Si es así, no se preocupe por ella. Envíemela hoy mismo a mi casa.

Vi como mi amo entregaba a mi señor un sobre con dinero. La verdad que mi señor siempre fue muy hábil para los negocios. Ya me lo dijo el día de mi marcha que él siempre ganaba dinero. Acto seguido, sin decirme nada a mi, se despidió de mi amo y salió de la casa.

Me quedé sola en la habitación con mi amo y mi instructor.

-          Bueno, puerca. Nuestros caminos se separan. Ahora mismo te llevarán a la casa donde fuiste subastada. Es una pena que no te quedes conmigo tenia pensado, cuando te recuperaras, es decir, a partir de ahora, nuevos cambios en tu anatomía. Pero, qué se le va a hacer, me voy del país. ¡Llévesela! Ordenó a mi instructor.

Sacó la cadena de su bolsillo y la agarró a mi collar. Tiró con fuerza, lacerando mi cuello por la embestida, pude conseguir levantarme.

Traspasamos la puerta de entrada y justo delante de ella, se encontraba la misma furgoneta donde fui llevada ya, hace algunos meses, a esta hacienda cuando mi amo ganó la subasta. Ahora, éste mismo vehículo, me iba a devolver a mi señor, al mismo lugar donde fui entrenada y convertida, en la puerca más depravada de toda la faz de la tierra.

Antes de ordenarme que subiera, sacó de una bolsa el viejo arnés que llevaba puesto el día de mi llegada,

-          Baja la cabeza y saca el culo, te pondré el tapón, no vayas a manchar la jaula con tus inmundicias.  Gritó.

Me metió de un golpe seco el consolador y encajó fuertemente el arnés apretando las correas. Posteriormente soltó el mango de la cadena y, ésta, quedo prendida de mi collar pero el extremo opuesto caído en el suelo. Estaba claro que con lo que llegué era con lo que me iba a ir. Aunque, en rigor, esa afirmación no era del todo cierta. En esa propiedad dejé mi clítoris, mis dientes y mis uñas. Algo que ya nunca más iba a volver a tener.

Abrió el maletero y, en la misma jaula pequeña donde hice el viaje de ida volví a ser conducida, de nuevo a los dominios de mi señor.

El viaje de vuelta fue exactamente igual de incomodo que el de la ida, atada de la misma manera y con los ojos vendados.

Antes de cerrar el maletero, acercándose a la jaula, aún tuvo mi instructor tiempo para dedicarme unas últimas palabras,

-          Aquí nos despedimos puerca. Yo no te llevaré de vuelta, lo hará otro operario, pero acuérdate siempre con quien gozaste la ultima vez. Cerró la puerta y la furgoneta empezó a moverse.

Pero, durante unos segundos, pude escuchar las carcajadas de mi instructor acerca de su último comentario. Lloré de impotencia mientras pensaba en mi postrero vestigio femenino, aquel que fue horadado entre esos muros.

Al cabo de varias horas de viaje, llegamos a los dominios de mi señor. Me desataron, me sacaron de la jaula y bajé del vehiculo. Una vez en el suelo, la furgoneta partió en su viaje de vuelta.

Me quedé de pie, con la cabeza baja, sucia, sin dientes, sin uñas, sin clítoris, sin dignidad…

 Era ya noche cerrada, pero pude ver a uno metros de distancia, las siluetas de los cuatro ayudantes de mi señor. Fijamente mirándome pero callados, serios, sin decir palabra.

Al cabo de unos minutos de escrutarme entera tal y como llegaba, uno de ellos atinó a decir, 

-          ¿Pero que le han hecho? Era el ayudante más joven, aquel con los sentimientos un poco más humanos.

-          La verdad que la han deformado a conciencia. Dijo su padre, el más depravado  de los cuatro.

Los demás se mantenían callados. Observándome, contemplándome...

En ese momento, bajó por las escaleras de acceso a la casa mi señor y, pasando por delante de mí sin decirme nada, indicó a sus ayudantes que me llevaran hasta la vieja sala de entrenamientos.

Me cogieron tímidamente de la cadena y me llevaron allí, en absoluto mutismo, sin hablar entre ellos.

Una vez en la sala. Fiel a lo que me indicaron desde el primer día que estuve en esa estancia, tomé asiento en el suelo, apoyando mis nalgas sobre mis talones, de manera sumisa.

Mi señor permanecía de pie a escasos metros. Al cabo de unos minutos de silencio mientras notaba que me escrutaba hasta el último poro de mi piel, me preguntó,

-          Bien, puerca. Y ¿Ahora que esperas de tu vida con nosotros?

Me quedé unos segundos pensativa, pensando que decir, hasta que logré balbucear una frase casi ininteligible.  Por mi falta de dentadura y por la ley del silencio, a la que me había acostumbrado ya, desde hacia bastante tiempo mi amo, me costaba enormemente ser entendida.

Carraspee y volví a intentar que salieran mis palabras de un modo más o menos entendible, al fin pude contestar,

-          Quisiera morir, si usted me autorizara a ello. Señor.

-          ¿De verdad es eso lo que deseas?, me preguntó extrañado.

-          Si. No creo que pueda ya servirle de mucho.

Se quedó pensativo un momento ante mi petición y, respondió,

-          En verdad que sólo yo puedo decidir sobre tu vida y tu muerte. Como te quedó establecido el primer día que viniste a mí.

Quizás fue esa la verdad de mi existencia. Quizás el rapto nunca ocurrió. Quizás sólo fue una idea nacida de mi propia desesperación para justificar mis acciones más aberrantes. Quizás en mi fuero interno, deseaba con todas mis fuerzas no ser más que una puerca a su servicio. Quizás, por ello, mi señor solo reflejaba la realidad de mis hechos y fui yo quien vine a él dispuesta a que me educara en esta vida de sacrificio en la que aprendí a gozar, a sentir y a comportarme como la cerda que siempre quise ser. O, tal vez, todo esto no era más que una gran mentira o una terrible equivocación.

Por un momento alcé la vista  y me crucé con su mirada un segundo, fue cuando, con tono sereno, volvió a autorizarme a que me expresara, por primera vez desde que estaba con él, con total libertad,

-          Di, lo que quieras, no te castigaré por ello. Dijo mi señor.

Mis palabras salieron entrecortadas, pero pude finalmente decir,

-          Quisiera, como le he dicho antes, morir. Nada más. Sólo usted me puede autorizar a ello. Me haría feliz abandonar este mundo, creo que ya no puedo serle útil y, si usted no lo autorizara sabría, mejor que yo misma, que al no poder serle ya de utilidad, mi mente no podría aguantarlo, no sabría vivir con ese sufrimiento.

Ante mi ruego, mi señor, tardó varios minutos en contestar y, al final, en voz baja pero lo suficientemente audible para que sus ayudantes y yo pudiéramos escuchar su decisión, comentó,

-          Esta bien, puerca. Sea pues. Ahora bien, Yo elegiré cuándo y cómo habrás de morir. Cuando llegue el momento te lo comunicaré. Ahora salgo de viaje de negocios, estaré unos días fuera, tu muerte, no será hasta mi vuelta. Podéis llevárosla. Ordenó a sus ayudantes.

Tiraron de mi cadena y acordándome de las normas de mi señor, y, sin que nadie me lo ordenara, me puse a cuatro patas y les seguí hasta llegar a la antigua porqueriza donde pasé tan malos y buenos momentos al servicio de mi señor y sus ayudantes.

Volvía a hacer calor, es curioso creo que empezaba el verano. Me ataron a la barra y amarraron mis manos a la espalda. Los pies me los dejaron libres.

Me senté sobre mis talones y lloré. Pero mis lágrimas eran de felicidad, había vuelto a mi hogar, con mi señor y sus ayudantes y en pocos días iba a morir. Una sensación que me embriagaba y, quizás, me liberaría de esta carga, de mis propios sentimientos de culpabilidad, que tenia al saber que, por los últimos cambios realizados por mi amo, ya no podría servir, de la forma que mi señor se merecía que lo hiciera.

De pronto, escuché como se abría la puerta, era el ayudante más joven, aquel que demostró, en algunos momentos de mi anterior estancia,  tener unos sentimientos más humanos hacia mí.

Traía con sigo la comida en un tarro de cristal. La vació en el comedero. Era una especie de puré de color verde. Parecía, por el humo que desprendía que, podía estar caliente. Con una voz amable, una vez que llenó el comedero, me dijo,

-          Me he prestado voluntario para quedarme esta noche de vigilancia. Quería hablar contigo. Pero antes come un poco. Son alimentos nuestros, no son sobras. Son verduras que te las he triturado para que no tengas que masticarlas ya que no puedes y, además, las he calentado para que sepan mejor. Te voy a desatar las manos, quiero que hoy, al menos, puedas ayudarte de ellas para que disfrutes de las viandas.

Un sentimiento de gratitud me invadió por todo mi cuerpo. Me salieron espontáneamente las lágrimas. En tan solo unos minutos, era la segunda vez que lloraba, sin que mis lágrimas salieran producto del dolor o de la humillación. Eran de agradecimiento por aquel chico que, con su mirada triste, a su modo, parecía intentar  comprender sí, mi vida había merecido la pena o, quizás, pedía la muerte como un último obstáculo para liberarme de mi esclavitud.

Me desató, agradecí el detalle, pero yo ya no sabia comer de otro modo y, aunque tenía las manos libres, metí mi cara en el comedero y sorbí el puré como si de un animal se tratara. Mientras engullía comentó con aire de tristeza,

-          ¡Qué te hemos hecho! Perdóname por haber sido parte de toda tu desgracia. Si puedo hacer algo por ti, pídemelo intentaré complacerte.

-          No soy desgraciada. Le respondí. Ahora, con mi señor, he vuelto a ser feliz. Créeme. Es algo que quizás te cueste entender.

El chico me miraba abriendo sus ojos de par en par como no dando crédito a mis palabras. Después de unos segundos, volví a hablar,

-          Tráeme papel y lápiz. Por favor. Le pedí.

Ante mi extraña petición, se quedo perplejo, pues no sabía muy bien para qué narices quería yo el papel.

-          ¿Quieres escribir tu despedida? Preguntó.

-          No. Lo que quiero es poder plasmar en papel toda mi vida, desde que llegué a las manos de mi señor hasta que arribe el día de mi muerte. Necesito que me ayudes. No se si se me acordaré de escribir o si mi letra ya será ilegible. Pero quiero intentarlo.

No podía hablar mucho tiempo seguido. Al no tener dientes, mi saliva se escapaba por las comisuras de mis labios. Debía parar unos segundos y tragarla. Acto seguido, continúe,

-          Tengo en mi cabeza gravado en sangre casi todo lo que me ha ocurrido en estos últimos meses. Quiero que, después de mi muerte, alguien pueda adivinar o percibir las claves de mi sufrimiento y, quizás algún día, mi señor quiera dignarse a leer lo que su fiel puerca sintió en sus momentos de soledad, cuando estuve con él y cuando fui subastada y me compró mi amo. Ayúdame, le dije en tono suplicante.

-          Vale, veré lo que puedo hacer. Intentaré quedarme de guardia todas las noches que sea preciso y te ayudaré a escribir. Antes del alba me llevaré lo que hayamos realizado y lo esconderé en mi cuarto para que nadie lo vea. Por la noche lo volveré a traer y continuaremos. ¿Te parece?

-          Gracias. Esa era la otra cosa que quería pedirte, mi manuscrito no debe ser entregado a mi señor hasta después de mi muerte y, mucho menos, que los demás sepan siquiera que estoy escribiéndolo. Contesté, para posteriormente preguntarle,

-          ¿Cuánto tiempo estará mi señor de viaje?

-          Creo que unos quince días aproximadamente. Respondió.

-          Pues ese es el tiempo que tenemos para escribir. Sé que, en cuanto llegué, me llamará y cumplirá mi petición de darme muerte.

-           Por favor, déjame que suplique ante el jefe, que te permita vivir. Le diré que has reconsiderado tu petición…

-          No. Cuando pedí morir. Lo hice a sabiendas de todas las consecuencias y  quiero terminar así. No te entristezcas, piensa que he sido feliz sirviendo a mi señor y como ayudantes suyos, a vosotros también. Por favor. Estoy cansada quisiera dormir algo, no se lo que me esperará mañana.

-          Está bien. Mañana empezaremos. Descansa. Antes de que lleguen mis compañeros entraré y te ataré las manos para que no sospechen, pero ahora dormirás mejor con ellas libres.

Acto seguido abandonó la pocilga. Me quedé recostada en el suelo, haciendo memoria, ordenando mentalmente sucesos vividos, todo aquello que, a partir de la siguiente noche, iba a poder plasmar en papel. Con esos pensamientos me quedé dormida.

Durante la mañana, me dejaron descansar. Quizás mi señor había ordenado que no me atosigaran durante su ausencia. La verdad que se limitaron a traerme la comida y nada más. Esperaba ardientemente que llegara la noche, quería empezar a escribir, pero a la vez me daba miedo no poder realizar esa función. En todo ese tiempo no había cogido un lápiz.

Por fin llegó, apareció con un fajo de folios, una tabla a modo de atril, y varios bolígrafos. Me desató las manos y la cadena del cuello. Se sentó a mi lado y sujetándome con delicadeza la mano me puso en ella un Boli, guiándola hacia el atril donde estaban depositados los folios.

-          No se si seré capaz. Lloré ante el temor de haber olvidado la escritura.

-          No te preocupes, me decía con autentica tristeza en sus ojos, verás que, con mi ayuda, podrás hilvanar palabras en ese papel.

 Al principio me costó bastante. Tenía los nudillos muy engarrotados por el tiempo que pasé atada. Mis manos, sin uñas, tampoco ayudaban. Me costaba hasta agarrar el bolígrafo. Las primeras líneas fueron totalmente ininteligibles. Pero quería hacerlo, necesitaba escribir, contar mis sentimientos, dejar algo a modo de legado o de despedida.

-          ¿Quieres que lo escriba yo? Me decía el chico. Díctame lo que quieras y yo lo escribiré. Insistía.

-          No. Quiero hacerlo yo. Hay cosas que no podría dictarte. Hay suplicios y situaciones que pasé que me costaría horrores podértelas contar y, tal vez, tu no podrías escribirlas.

-          Está bien. Hazlo tú. Me quedaré cerca y, cuando me digas, te dejo sola para que puedas escribir con mayor libertad.

-          Gracias. Le contesté.

Poco a poco, fueron saliendo de mi pluma las ideas. Éstas, se plasmaban de una forma más o menos coherente. En ese trozo de papel iban quedando mis sentimientos y las vivencias en todo ese tiempo junto a mi señor y mi amo. Cada vez escribía con más soltura.

Al final de cada noche, entraba en mi pocilga y recogía todo lo que había escrito. Me ataba y me dejaba dormir para que los demás ayudantes no sospecharan lo que por las noches hacíamos.

Cuando me veían dormir por las mañanas se creían que todas las noches era usada por el chico o quizás algo sospecharan de ello. Nunca lo supe. Lo cierto es que, los últimos días de estancia con mi señor fueron los más tranquilos de toda mi existencia como puerca.

En los quince días que tardé en escribir o, lo que es lo mismo, tardó mi señor en volver de su viaje, la verdad que no fui molestada mucho. Sólo las labores propias de limpieza de la pocilga y de mi cuerpo. Cada dos días, como siempre se hacia en aquella casa. Pero incluso esos cometidos, también fueron realizados de una forma natural y bastante cívica a lo que yo estaba acostumbrada.

No fui usada por nadie, no se si por respeto o porque comprendían que mi sufrimiento ya había llegado a un límite sobre humano o quizás porque mi apariencia les causaba bastante repulsa. No lo se, pero gracias a ello podía dormir por el día y escribir por las noches.

Al crepúsculo me traía, junto con los folios, la comida. Era buena, “hecha para mi”. Como solía decirme.

Que pena que la vida, cuando ésta se encuentra en su último estadio, pueda concederte los dones de una amistad que, de haberle conocido un año antes, estoy segura me hubiera enamorado como una loca de él. Sin embargo, el azar quiso que perteneciera en cuerpo y alma a mi señor y sólo a él le incumbía mi vida y mi muerte.

Pensé en mi novio, aquel que un día me dijo, ve por el descampado llegarás antes. Yo le obedecí. Ese era y ha sido mi sino, quizás, desde mi propia concepción. Obedecer a mi hombre, novio, amo, señor… qué importa el nombre que se le dé.

Lo verdaderamente significativo en una puerca como yo, es la sumisión y, a través de mi propio sufrimiento, buscar su dicha, su complacencia y, como no, su placer. Sólo en haberlo alcanzado radicaría mí autentico goce. Si alguna vez lo conseguí en cualquiera de los amos que tuve, entonces, podré marcharme de este mundo, con la conciencia de haber cumplido la misión para la que estuve destinada en esta vida.

Al final de mi narración, sólo puedo pedir perdón a mi señor y a mi amo por los momentos de debilidad que nacieron en mi ante pruebas bastante dolorosas que tuve que sufrir, por contestaciones salidas de tono que pude darles, por amenazas que, en cierto modo, pudieron salir de mi boca. Fruto, claro está, de pasar por momentos de debilidad que, a la larga, forjaron en mí la esclava obediente y sumisa que he llegado a ser.

La noche que di por concluida esta historia, mi señor llegó de viaje. Por la mañana me mandó llamar. Acudí, como siempre, a cuatro patas a la sala de entrenamiento y sentada en la posición de sumisa esperé,

-          Bien puerca. Creo que ha llegado el momento. Esta tarde daré cumplida cuenta a tus deseos. ¿Estás preparada?

-          Si señor. Contesté.

-          ¿Quieres saber como lo llevaremos a cabo?, preguntó mi señor.

-          Si quiere decírmelo, estaría encantada en conocer de qué forma moriré. Repliqué.

-         Cortándote las venas. Mientras te estés desangrando yo te usaré por última vez. Y así fallecerás al lado de tu señor. Ahora retírate, ya te mandaré llamar esta tarde.

Estaba en una nube, el trayecto hasta la pocilga seme hizo cortísimo. Feliz, contenta. Iba a morir de la forma que no hubiera ni tan siquiera imaginado. Junto a mi señor. Él se dignaba, no solo a conceder mi petición, sino que se implicaría hasta tal punto de ser testigo de mi propio fallecimiento, mientras me iría haciendo el amor. Si, en mi fuero interno, esta última vez que iba a ser usada, debía llamarlo por el autentico nombre. La denominación correcta que una enamorada llama al acto sexual, cuando lo realiza con su querido amante.

Esa mañana no quise comer, no quería que ningún fluido mío estropeara el momento final de mi vida. Me mantuve, por tanto, en ayunas.

A eso del medio día fueron a buscarme los cuatro ayudantes de mi señor y desatándome, me llevaron al patio, justo por fuera de la puerta del establo que daba acceso a las pocilgas.

-          El jefe, desea que te lavemos a conciencia. No quiere usarte, por última vez, en el estado de suciedad en el que sueles estar.

Fue una ducha diferente, distinta a las que me daban durante mi entrenamiento. Esta vez usaron agua caliente y jabón de tocador. El contacto de mi piel con el agua y el jabón fue una sensación extraordinaria. No sabría decir cuando meses estuve sin lavarme.

Intentaron quitarme el collar, las muñequeras y las tobilleras. Fue inútil. Desde el primer día que llegué me las pusieron y nadie quiso quitármelas tan siquiera un minuto. Habían hecho cuerpo con mi piel y quitarlas hubiera supuesto rasgar toda la epidermis. No merecía la pena, asíque continúe con ellas puestas. No me importó, ese cuero era ya parte de mi propio cuerpo, hubiera quedado verdaderamente desnuda sin ellas.

Una vez limpia me llevaron a la pocilga y sin atarme me dijeron que esperara a que mi señor me llamará, pero antes, los tres ayudantes, todos, salvo el chico joven que había solicitado ser quien me acompañara en mi ultimo viaje ante mi señor, entraron en la pocilga y se despidieron. De manera tosca, pero, quizás, era su forma de desearme buen viaje ante lo desconocido.

Cuando abandonaron la pocilga, entró el ayudante joven y, llevando unos folios debajo de la camisa para que no lo vieran sus compañeros, me los dió para que pudiera escribir estas últimas líneas que ahora termino.

Al cabo de un rato, se oyó la voz de uno de los ayudantes que desde el otro lado de la puerta nos llamaba. Apresúrense, el jefe la llama a su presencia. Ya es la hora.

Le pregunté, antes de darle estos últimos folios para que los uniera a los demás,

-          Puedes decirme, por favor, ¿qué día es hoy?

-          Cuatro de Julio, respondió.

-          Es curioso, como el azar nos traslada por caminos misteriosos, hoy cumplo diecinueve años. Contesté.

EPILOGO.-

Ya ha muerto.

La prometí que escribiría todo aquello que pasara en sus últimos momentos y lo adjuntara a su manuscrito. Con tristeza contenida procedo a cumplir su postrero encargo.

La acompañé junto a su señor, parecía contenta o, quizás, no se estaba dando cuenta de lo que iba a suceder en breves instantes.

Quiso, su señor, que el lugar donde debía llevarla fuera a su alcoba particular.

Me acuerdo que intentó ponerse a cuatro patas al salir de la pocilga. Llorando le pedí que, al menos, en ese ultimo viaje, lo hiciéramos de pie, caminando, sin ninguna atadura.

La cogí de la mano y suavemente la acaricié. Tenia esa extremidad áspera, sin uñas. No me importó y, sospecho, que ella lo agradeció.

Subimos por la escalinata al piso superior, donde se encontraban las habitaciones particulares de su señor. Me miró a los ojos mientras me decía en su parco vocabulario gutural,

-          Es la primera vez que entró en su alcoba. Sonreía pícaramente al decírmelo.

Su señor estaba metido en la cama, dentro de las sábanas, desnudo. Una vez que la puerca traspasó la habitación, me dispuse a abandonar la estancia. Su señor me hizo una seña con la mano,

-          No te vayas. Vas a ser tu quien hagas las heridas y luego te quedarás sentado junto a esa cómoda hasta que todo haya acabado. Coge del primer cajón el cuchillo que hay dentro y prepárate parta cuando te lo ordene.

Así lo hice. Era un cuchillo grande parecido a una daga con mango de marfil, muy bonito y también bastante afilado.

Su señor, le ordenó que se metiera dentro de la cama junto a él. Ella obedeció sin rechistar.

-          ¿Éstas cómoda?, le preguntó su señor.

-          Es la primera vez en mucho tiempo que me meto en una cama. No recordaba lo suave y mullida que puede llegar a ser. Reía como una chiquilla al decirlo.

Se la notaba feliz, iba a complacer por última vez a su señor y, a la vez, como una buena esclava, se complacería ella, viéndole feliz, con un último sacrificio, su propia muerte.

-          Extiende el brazo fuera de las sábanas. Le ordenó su señor.

Ella, siempre obediente, alargó la articulación todo lo recta que pudo. En ese momento, su señor, me indicó que procediera a realizar dos cortes profundos en sentido vertical siguiendo el trazado de su arteria radial, ese vaso que pasa desde el antebrazo hasta la muñeca.

Aguantándome las lágrimas y con manos temblorosas, acerco la daga a su brazo.  Me costó que el cuchillo hincara la piel y traspasara la vena. Hice dos cortes paralelos,  profundos, desde el filo de su muñequera hasta la flexura del codo. No se inmutó, parecía que no sentía dolor ante las erosiones que la estaba realizando en su extremidad.

Veo que su miembro se inunda poco a poco de sangre. Las sábanas se manchan pero a su señor no parece importarle. La abraza y se coloca encima de ella. Suavemente la penetra.

Es curioso, de todo el tiempo que estuvo sirviendo a su señor, que yo recuerde, esta fue la primera vez que le veo penétrala por la vagina, siempre le gustó más usarla por detrás.

Ella gime de placer, quizás su clítoris no fue amputado del todo o, tal vez, hasta en estos últimos momentos, ella finge para que su señor piense que está gozando. En el fondo, pienso,  ya todo empieza a dar igual.

Puedo notar que ella comienza a debilitarse por la perdida del flujo sanguíneo, su pulso poco a poco va atenuándose.

A los pocos minutos él se corre, eyacula dentro de ella y la puerca lanza un grito de espasmo o, tal vez de placer. Quisiera pensar que pudo llegar al orgasmo esa última vez.

Su señor saca su miembro y en ese instante, mirándola a los ojos la besa en los labios con dulzura, el primer beso que la daba en todo el tiempo que estuvo con nosotros. Pero ella, no creo que se diera cuenta, ya que segundos antes, había perdido la conciencia, antesala de la llegada de su propia muerte.

Al cabo de un rato, su señor separa sus labios y, con delicadeza, esa que nunca tuvo con ella en vida, la cierra los ojos.

Totalmente empapado de su sangre, se levanta de la cama, me mira y ordena,

-          Ya esta muerta. Llama a los chicos, limpiar todo esto y ya sabéis lo que tenéis que hacer después. Yo me voy a duchar.

¿Fue fingido, o su señor, sentía algo por ella? Quiero pensar que, delante de un subalterno como era yo, no quería manifestar sus sentimientos o quizás no era más que la culminación a una prueba más, de las que ella tenía la obligación de satisfacer a su señor. Eso sólo quedará entre él y su conciencia.

Siempre me asaltará la duda si fue ella quien deseaba ese final o fue, ejerciendo de esclava leal y sumisa hasta el último momento, quien adelantándose a los propios deseos de su señor, solicitó le concediera tal desenlace.

Sea lo que fuere, pudieron, al término de su historia, unirse en perfecta armonía, aunque solo por unos instantes, las almas de la esclava y su señor.

Después de esto, poco queda ya que contar. Limpiamos toda la sangre y adecentamos su alcoba como si no hubiera pasado nada.

Llevamos a la puerca al establo y, mi padre, la descuartizó procediendo a continuación, a quemar los trozos.

Las cenizas fueron esparcidas por el cobertizo y la puerca solo quedó en nuestras memorias y, por lo menos, también en mi corazón. Tal vez su señor la recuerde. No lo se, nunca más volvió a hablar de ella.

El manuscrito, lo sigo teniendo en mi poder. No cojo fuerzas para entregárselo a su señor, quizás ni se digne a leerlo o quizás acabe del mismo modo que su lacerado cuerpo, convertido en cenizas tiradas junto al estiércol del establo.

Por cierto, aunque su nombre de pila nunca fue relevante en esta historia. Cuando la acompañaba hacia la alcoba de su señor y justo antes de entrar en la habitación me dijo al oído,

- Mi nombre es Elena.

NOTA DEL AUTOR.-

 

Esta historia es la primera que escribo. Pido perdón por los fallos gramaticales que pudieran tener la misma.

Quiero dar las gracias a quienes han tenido la paciencia suficiente para leer todos los capítulos.

Quienes la han valorado positivamente, les doy mis más sentidas gratitudes porque, por lo menos, las horas que he pasado escribiendo, han servido para poder distraeros.

Aquellos que la han valorado negativamente, también darles las gracias pues, al menos, se tomaron la molestia en leerla aunque su lectura no fue de su agrado.

Nunca se puede escribir para todos los gustos.

He intentado que este relato tuviera un final coherente con los sentimientos de la protagonista. Pero, por algunos comentarios, esta historia bien podría haber tenido cincuenta finales diferentes.

 Una vez más, muchas gracias por vuestro tiempo en dedicar a leer estos relatos.

Prometo, a partir de ahora, si os ha gustado y queréis seguir leyéndome, ponerme a pensar en dar forma escrita a otro conjunto de leyendas.

Vosotros tenéis la última palabra.

FIN