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Sometida. Historia de una puerca (3ª Parte)

en Sadomaso

SOMETIDA. La historia de cómo acabe siendo una puerca (Tercera parte)

Poco a poco me fue venciendo el sueño como consecuencia de todos los esfuerzos del día, acabe acurrucada en posición fetal tensando todo lo que pude la cadena que tenia amarrada al cuello y acabe dormida. Al cabo de unas horas desperté. Miré al cielo, todavía era de noche. Tenía frío, se me clavaba la paja por el cuerpo y tenía los brazos totalmente entumecidos por la posición de tenerlos atados a la espalda.

El culo me ardía por la incomodidad de tenerlo empalado con el dilatador anal.  Además ya empezaba a tener ganas de defecar pero me lo impedía ese terrible artefacto que tenía adosado al recto, necesitaba quitármelo de alguna manera. No quería dar el gusto a esos sádicos pidiendo permiso para poder cagar, seguramente, pensé, al retirármelo, se quedarían mirando como evacuaba, mofándose de la escena. No quería darles ese gusto. Pero la verdad que no podría resistir mucho tiempo así, el vientre me dolía y aguantar de esta forma me estaba acarreando fuertes dolores de vientre. Intenté arquear la espalda lo más posible para que mis manos pudieran llegar al consolador y poder sacarlo. Fue inútil, no llegaba, los cabrones me habían atado las muñecas como si tuviera los brazos cruzados pero en la espalda, con lo que las muñecas estaban unidas a la altura de la mitad del espinazo y aún haciendo esfuerzos ímprobos no podía llegar.

Desesperada conseguí ponerme de rodillas, no sin esfuerzo, la cadena hacia su función lacerando mi cuello hacia delante y magullándolo en exceso.

En esta guisa, me oriné, no podía aguantar más. Quizás mi mente se revelaba a la idea de tener que mear en el suelo, pero llevaba ya muchas horas y la vejiga se vació mojándome los muslos. Era desagradable notar en mis piernas ese líquido caliente que nunca, hasta ahora, había tenido ocasión de resbalarlo por mis extremidades.

Me entraron nuevamente ganas de llorar, pero ya no podía, ya no me quedaban lágrimas, mis ojos eran dos puros despojos enrojecidos de tanto sufrimiento, me escocían mucho. Yo siempre los  había tenido bonitos, expresivos, de un color verde pálido, habían sido admirados por muchos chicos y ahora, cómo estarían de hinchados. La verdad que dí gracias de que no hubiera en la pocilga espejo alguno en el que me pudiera mirar. Debía estar desastrosa, calva, meada, sucia…….

Estaba inmersa en esos pensamientos cuando me di cuenta que llegaría pronto el amanecer y no había probado bocado de aquel amasijo de pitanza asquerosa que me dejaron la noche anterior. Temiendo los castigos me acerqué al comedero y metí la cara dispuesta a comer. El olor era nauseabundo, seguro que muchos de esos alimentos estarían ya en mal estado, próximo a la descomposición. Era final del verano pero aún y así todavía hacia calor de día y esa vianda llevaría mucho tiempo sin refrigeración…

Pero no tenía más remedio que comer, y aguantando la respiración comencé a tragar todo lo que pude. Las arcadas eran extraordinarias, en un momento dado, casi cuando tenía todo engullido, me dieron unas ganas terribles de vomitar, aparte la cara del comedero y expulsó mi estomago mucho de lo tragado.  Parte cayó cerca de mis pies, pero otra parte, sobre todo la primera oleada, fue a parar encima de mis piernas.

Así me quede otra vez como un ovillo pringada de vomiteras y sentada encima de mis orines.

No se cuanto estuve en ese estado, lo cierto que ya parecía muy entrado el día. Hacia bastante calor y los olores que despedía la cochiquera donde estaba, unido al de mi propio cuerpo, eran cada vez más nauseabundos. Al rato, se abrió la puerta y aparecieron los cuatro tipos de siempre.

-          ¡Vaya con la puerca!, exclamó uno de ellos, cómo apesta su pocilga.

-          Se ve que la va gustando estar entre mierda, comento el compañero. Fijaos, si hasta se ha vomitado encima. Es más cerda de lo que creíamos. Todos rieron…

Yo ya no daba importancia a esos comentarios, llegado a esto ya me empezaba a dar todo igual. Qué se rieran lo que quisieran. Levante los ojos, más para mirar al vacío que a otra cosa, cuando me presentaron en la cara el último instrumento de tortura, por lo menos eso me pareció. Di un respingo inconsciente doblando el rostro hacia un lado para no mirar aquello.

Una mano fuerte, me sujetó la tez y la llevó con violencia hasta ponerme a escasos centímetros del artilugio.

-          ¿Sabes que es esto?, pregunto riéndose

Me pareció una bolsa con un tubo acabado en una cánula. ¡Dios!, no puede ser.

-          Por el semblante de susto que pone creo que ya averiguó que es, comentó uno de ellos. Si, cerda, es una bolsa de enema. El jefe nos ha dicho que si no cagas una vez al día, por lo menos, te la pongamos. No quiere que sufras de “dolores intestinales”. Todos rieron la ocurrencia.

-          Por favor, señor. No es necesario. Si lo iba a pedir, tengo ganas, de verdad.

-          Demasiado tarde. Replicó.  Esto te enseñará a suplicar cagar una vez al día.

Me soltaron la cadena y liberaron mis manos e inmediatamente me pusieron a cuatro patas. Uno de ellos me sacó el consolador del culo, escapándoseme un quejido, pues al estar toda la noche con él metido, estaba el conducto reseco y había hecho algo de cuerpo.

-          ¡Mirar la guarra!, comentó. Ha salido todo sucio, se ve que esta a tope de excrementos. Habrá que limpiarlo para ponérselo otra vez después de que cague.

Acercándose al comedero donde estaba el agua destinada para mi uso, se disponía a lavarlo, cuando una voz le frenó;

-          No lo limpies allí que es donde la puerca tiene que beber. ¿No querrás contaminar su agua? Mejor tráelo aquí y méteselo en la boca que sea ella misma quien lo limpie con su lengua.

Esa ocurrencia pareció divertirles y acto seguido le vi dirigiéndose a mí con esa macabra intención. Instintivamente mi boca se cerró, mis dientes apretaron tanto que me mordí el labio con tal fuerza que salió un pequeño hilillo de sangre.

-          Vaya, parece que la guarrilla no aprende. ¡Abre la boca, cerda!

No obedecí y muerta de miedo continúe apretando mas los dientes para evitar que esa cosa mal oliente entrara dentro de mi boca.

 Sentí un fuerte golpe en la cara dado con la mano cerrada. Un puñetazo que se estrello en la nariz y me tiró el cuerpo al suelo como consecuencia del fuerte golpe. Grite de dolor y en ese momento aprovecharon para zambullir dentro de mi abertura el consolador manchado con mis excrementos. Me dieron arcadas pero no podía expulsarlo debido a que uno de ellos me sujetaba con sus manos  obligándome a cerrarla. La nariz me sangraba debido al puñetazo recibido y respiraba con alguna dificultad.

-          Ahora serás obediente y dejaré de apretar. Volverás a ponerte a cuatro patas y con una de tus manos sujetarás el consolador, lo chuparás y limpiarás con tu lengua tragándote toda la suciedad.  Si no lo dejas reluciente volveré a pegarte y más fuerte. ¿Entiendes lo que te digo?, no me hagas perder la paciencia que el jefe espera para tu entrenamiento.

-          Si señor, le conteste. Ya más por inercia que por otra cosa.

No tenía más remedio que chupar aquel trozo de inmundicia, el olor que desprendía era todavía peor que el sabor a ocre que se mezclaba con mi saliva y la sangre que me salía de la nariz.

Preocupada como estaba de esta operación de limpieza, me había olvidado por completo de los preparativos de la lavativa. Me volví a poner a cuatro patas, bueno, mejor dicho a tres, una mano la tenia sujetando el consolador mientras chupaba como si se tratara de un helado. En aquel instante unas palmas separaron mis nalgas e introdujeron en el ano una cánula hasta dentro, la verdad que esa introducción debido a que llevaba puesto el dilatador toda la noche y era algo más grueso que la cánula no lo sentí mucho. Se veía que estaba haciendo bien su trabajo y el ano ya se estaba dilatando.

Empecé a notar, eso si,  que el líquido se introducía dentro de mis entrañas, mientras me iban explicando el proceso;

-          Guarra, hemos puesto en la bolsa dos litros de agua tibia mezclado con glicerina y aceite para hacerte cagar cuanto antes, pero no podrás hacerlo hasta que no se vacíe toda la bolsa. Mientras que entre el fluido no dejes de chupar, cerda. Este será tu desayuno, no tenemos tiempo de ponerte nada en el comedero.

Notaba como se iba hinchando mis intestinos, no podía aguantar más. Llevaba sin evacuar casi dos días y ahora esto, no podía y empecé a suplicar que me quitaran la cánula

-Por favor señor, quítemela, ¡no puedo aguantar!

- Puerca, aguantarás hasta que el líquido termine de entrar en su totalidad. La próxima vez cuando tengas ganas de cargar suplícalo porque sino todas las mañanas tendrás tu ración de agua por el culo. Y sigue chupando, todavía no lo veo limpio.

Por fin, la bolsa se terminó. Estaba totalmente hinchada y procedieron a quitarme la cánula pero obligándome a permanecer a cuatro patas. Una vez quedo libre mi ano, éste empezó a expulsar el líquido. Salía por mi agujero como si de una catarata se tratara, mezclada con trozos de mierda y bastantes ventosidades. Toda la pocilga quedo impregnada de excrementos y olor a ocre ya insoportable pues había de unirse a los ya existentes de orina y vomiteras. Quitando ese inconveniente, la verdad es que empecé a sentirme algo mejor, desaparecieron los dolores abdominales por la evacuación intestinal (dentro de la humillación que era cagar de esa manera y delante de esos depravados).

-          Mira la guarra como caga, reían, parece una fuente de mierda.

-          Y los pedos que se tira la puerca. No si al final le empieza a gustar esto.

Quiso la mala suerte que algunas gotas de mierda cayeran sobre los zapatos de uno de ellos y, como ocurrió con el consolador fui obligada, una vez terminó de salir todo el líquido de mi culo,  a limpiar con mi lengua todo rastro de excrementos de su calzado.

Terminado este proceso, me cogió el dilatador, lo miró y dio el visto bueno.

-Vale, puerca, ha quedado limpio. Me abrió el culo y lo introdujo nuevamente en su interior.

Me ataron la correa al collar, tiró de ella y  salimos de la pocilga.

Recorrimos idéntico trayecto que el día anterior hasta llegar a la misma “sala de entrenamiento”. Allí estaba esperando mi señor (como me impuso que le llamara desde el primer día).

Me quitaron la cadena y me ordenaron que, de momento, me quedara sentada sobre mis talones y con las rodillas ligeramente separadas. Mis agujeros tenían que estar siempre abiertos. Obedecí.

Unos de los esbirros se acerco a su jefe y algo le dijo al oído. Después se unió al resto.

Dirigiéndose a mí, me dijo;

-          Bien, puerca. Me dicen que no has querido cagar y han tenido que “ayudarte”  Me decepcionas mucho y por ello tendré que castigarte duramente. Jamás me hagas perder el tiempo. Si mando a los chicos a por ti es porque quiero empezar pronto. Pero si tu no has realizado todos tus deberes del día ellos tendrán que perder más tiempo por lo que todo se retrasa y no estoy dispuesto a esperar por una guarra como tu. ¿ME ENTINDES?, grito.

-          Si, señor, dije entre lágrimas, pero es que…

No me dejó terminar la frase,

-          ¡Cállate!, espetó. Tu no estas aquí para opinar, tu función sólo es la de obedecer, hacer gozar a tus amos… Si yo te digo que quiero que pidas permiso para cagar una vez al día, tú lo pides y cuando te lo den, cagas. Hoy te han puesto un enema, la próxima vez que desobedezcas esta orden, se te aumentará la cantidad de líquido.

-          Como te he dicho serás castigada inmediatamente. Pero antes ponte a cuatro patas y ábrete el culo, voy a cambiarte el dilatador.

Como me indicó, me puse a cuatro patas y guardando el equilibrio como podía me abrí las nalgas todo lo que pude. Sin ninguna contemplación me quito de un solo tirón el consolador, lo observo con detenimiento y pareció gustarle lo que vio;

-          Bien, sale limpio, según me han dicho hiciste con tu lengua un buen trabajo.

Le trajeron la caja donde estaban depositados los demás dilatadores y cogió otro.

-          Ayer te enseñe la caja, y los vistes. Como observaste la caja consta de 5 dilatadores. Hoy te pondré el segundo bastante más grande que el que te he quitado. Cuando hayas llevado los cinco te sentarás en aquel taburete.

Mientras hablaba saco el segundo consolador. Bastante más grueso que el que llevaba puesto, en la punta aplico un poco de vaselina, lo puso justo a la entrada del orificio y empujó sin ninguna contemplación.

-¡Vaya! Ha costado un poco. Pero ya lo tienes puesto. Mañana usare tu agujero antes de meterte el tercer nivel de dilatador, creo que ya lo tendrás bastante abierto.

Solté un grito seco, pues esperaba que, por lo menos, tuviera algún tipo de delicadeza en meterme ese instrumento. Me sentía con eso dentro bastante empalada,  notaba mi esfínter en una posición súper forzada, dilatando mi ano sin ninguna compasión. No pude reprimir algunas lágrimas de dolor.

Pasado el trago del enculamiento, me ordenó con la mano que mirara a mi izquierda a un lado de la sala. Allí se encontraba otro instrumento de tortura, era un taburete con rosca. Estuvo explicándome su funcionamiento. Se le notaba en la cara una gran satisfacción morbosa al comentarme dicho mecanismo. Mandó a uno de sus secuaces que girara el taburete para que viera con mis propios ojos como el miembro que se encontraba en el medio, a medida que el asiento iba completando una vuelta, este se agrandaba  en tamaño y grosor.  Al cabo de varias vueltas, el plug ya se encontraba en todo su esplendor. Comentó de forma áspera;

-          Tranquila, no son más que 40 centímetros de largo y algo más de 25 cm de circunferencia. Para cuando lo uses tendrás el culo bastante abierto. Esto es para acabar de dilatar el esfínter y que ya no puedas contener las defecaciones.

-          Pero ahora eso no te importa, ya tendrás ocasión de sentarte largo tiempo en el taburete.  ¡Prepararla para el castigo! Gritó.

Yo todavía me encontraba en un tremendo estado de shock al ver ese miembro tan grande salir del taburete cuando me cogieron por los brazos y me pusieron de pie. Me llevaron al centro de la sala donde había una especie de polea agarrada al techo. De la pequeña rueda salía una cuerda metálica donde estaba apuntalada una barra de hierro de una longitud de metro o metro y medio en posición horizontal. De ambos lados de la barra había como soldadas dos anillas o mosquetones. Con un mando a distancia, mi señor accionó la polea descendiendo la barra que quedo a la altura de mi cabeza. Me hicieron levantar las muñecas y con las arandelas pegadas a las muñequeras de cuero, que siempre llevaba puestas, abrieron el mosquetón y cerraron el resorte del mismo. Quedando atadas  cada una de mis articulaciones a ambos lados de la barra.

Con el mando a distancia fue subida poco a poco el hierro hasta que mis brazos quedaron totalmente estirados y mis pies casi no tocaban el suelo solo podía apoyarlos con los dedos. Estaba literalmente de puntillas.

Uno de ellos se agacho y me amarró a las arandelas de las tobilleras otra cabrestante idéntico a la que tenía en las manos de largura aproximada. Quedé, pues,  abierta totalmente de piernas.

Era muy doloroso e incomodo. Las muñequeras tiraban para arriba. Las articulaciones de los hombros así como la clavícula me dolían por la posición tan forzada a la que me veía sometida a estar, prácticamente colgada, apoyándome levemente el suelo con los dedos de los pies y estos, a su vez, atados a una barra para que permanecieran las piernas abiertas.

-          ¡Admiremos por un momento el coño de esta puerca!, gritó mi señor.

-          ¡Apesta!. Comento otro que se había acercado junto a él.

-          Bueno, eso se puede arreglar, le contestó.

-          Traer la manguera y limpiarla un poco. La verdad que huele asquerosamente. Así no se podrá aplicar en condiciones el castigo.

Acto seguido, trajeron una manguera y la acoplaron a un conector que había en un grifo del lavabo que se encontraba a un extremo de la sala. Extendieron la misma y apuntaron la boquilla del riego a escasos centímetros de mi cuerpo.

-          ¡Abre el grifo! Gritó el que estaba apuntando a mi talle.

En breves segundos un chorro de agua fría chocó contra mi organismo. Iban subiendo y bajando la manguera y poco a poco la suciedad se iba diluyendo con el agua. Suplicaba que, por lo menos, bajaran la potencia, me hacia daño. Pero ellos reían, parecía que se estaban divirtiendo con la escena.

-          ¡Apunta a su coño!, dijo mi señor.

Acto seguido, pusieron la manguera a escasos centímetros de mi raja. Podía sentir la boquilla pegada a esta abertura. El agua entraba y salía a velocidad de vértigo. Me dolía. Grite y llore pero el agua seguía martilleándome esa zona tan sensible.

-          Dale la vuelta, gritó, el que sujetaba la goma.

Uno giró mi cuerpo y éste dio una vuelta de 180 grados. Era fácil, la cuerda metálica bamboleo esa media circunferencia y quede de espaldas al tío que sostenía la Manguera.

La verdad que lo agradecí. Al tener las piernas abiertas y no poder cerrarlas por la barra que tenia atada a cada lado los tobillos, mi coño se abría sin que yo pudiera cerrar las extremidades por lo que el chorro de agua entraba a gran velocidad produciéndome una quemazón en el interior de la vagina y daño en los labios internos con el roce del líquido elemento.

Repitieron la misma operación en mi espalda, por detrás de mis piernas y mi culo. No quisieron “limpiar” dentro del recto, como habían hecho previamente con mi vulva, porque tenia incrustado el dilatador anal  y, en opinión de mi señor, era más importante destensar cuanto antes el esfínter que la limpieza que pudiera tener allí. Por eso ordenó que no me lo quitaran.

Una vez “aseada” a gusto de ellos. Cerraron el grifo y retiraron la manguera. Estaba totalmente chorreando. Las puntas de los dedos resbalaban ahora por los charcos que se habían formado en el suelo. Todavía estaba más tensa, intentando no resbalarme y así no forzar en exceso a las ya mal trechas muñecas. Pero, por lo menos, bastante suciedad que había acumulado de la noche anterior y la mañana habían desaparecido.

-          Te explicare esta nueva fase de tu entrenamiento y, de paso, te adelantare algo de lo que haremos mañana, dijo en tono jocoso.

Se veía que disfrutaba con cada una de sus palabras. Era un ser detestable, sanguinario al que le excitaba sobremanera la brutalidad y dureza con que me trataba. Pero quizás disfrutaba mas viéndome en total desamparo a merced de él y sus hombres.  Pobre de mí, solo llevaba dos días y aún no conocía ni una décima parte de las atrocidades que habían urdido para mí y que iría, desgraciadamente,  conociendo en los sucesivos días hasta que en opinión suya estuviera preparada para la venta como una autentica puerca.

-          Serás azotada brutalmente. Por eso te encuentras colgada como una cerda y con las piernas abiertas. Esta vez lo haré yo en persona ya que se trata de un castigo por tu desobediencia.

-          Has de saber que cada vez que desobedezcas, el castigo te lo impondré yo en persona. Por otro lado, a partir de mañana y en lo sucesivo, cuando vayan a buscarte para darte el “desayuno” y traerte aquí, serás azotada en la pocilga por uno de ellos. Son cuatro, cada día le tocará a uno. Debes acostumbrarte a los azotes, además con el tiempo te acabarán gustando y pedirás que tu amo se digne con los dones de su látigo en tu cuerpo.

-          Y mañana… Serás marcada.

Lance un grito de horror. Atada como estaba a la polea, intenté zarandearme, era más un acto reflejo que buscar la posibilidad de soltarme, arto inútil, pero lo único que conseguí es que por la posición tan forzada en la que me encontraba los dedos de un pie resbalarán debido al agua acumulada en el suelo producto de la anterior “ducha” que me dieron y me quedé colgada en el vacío solo sujetada por las muñecas. Grité nuevamente. Las muñequeras me tiraban producto de caer con todo mi peso y la piel de las mismas se enrojecieron de tal forma que creí me había cortado la circulación de la sangre.

-          Ves como eres una cerda sin remedio. Rió uno de ellos.

-          No sabes ni mantenerte en pie. Igual de patosa que una puerca en el matadero.

-          ¡Basta de comentarios!, gritó mi señor. Ponte recta, y vuelve a apoyar los dedos en el suelo que quiero comenzar el castigo.

-          No puedo, mi señor, conseguí balbucear,  la barra que tengo atada a los pies me impide mantener el equilibrio. Me duelen mucho las muñecas.

Volvieron a salir cantidad de lágrimas de mis castigados ojos.

-          A ver, darla un empujón y ponerla derecha, que pueda apoyar los dedos en el suelo. No quiero estar aquí todo el día. Gritó mi señor.

Uno de ellos me cogió el culo con las manos,  con un dedo empujo fuertemente el dilatador anal hacia dentro. Su jefe no lo veía pues se encontraba enfrente de mí. Solté un grito de dolor. Este dilatador ya era más grande que el que había llevado puesto el día anterior., y me había irritado toda la zona interna. Finalmente pude con el respingo que di al empujarme el dildo, coger nuevamente el equilibrio y poder apoyar las  puntas de los dos pies en el suelo.

Mi señor, se fue a un lateral de la sala y abrió una especia de armario que allí se encontraba. Pude ver una vez abierta la puerta cantidad de látigos, palmetas, fustas y similares perfectamente alineadas y colgadas en diferentes estantes.

Se acerco con un látigo en la mano. Era un azote de 6 u 8 colas. Cada cola estaba trenzada y era de cuero. La longitud de las colas podría ser más o menos de un metro o metro y medio. Empecé a sudar, me temblaba todo el cuerpo de miedo. Incluso por los temblores estuve a punto de perder nuevamente el equilibrio, pero pude en el último momento rehacerme.

-          Hoy te voy a azotar con látigo corto. Quiero que sufras los golpes y las marcas te sirvan de recordatorio para no volver a desobedecer una orden mía. ¿Qué se dice?

Yo ya no había escuchado la pregunta. Sólo saber que me iban a azotar con semejante instrumento me orine del miedo con la consiguiente burla de los presentes.

- Mire jefe, la cerda se mea. Cómo se nota que ya es todo una animal que se mean donde les da la gana.

- Habrá que castigarla todavía con más brutalidad.  No debemos permitir que los animales se orinen donde quieran, han de hacerlo donde se les diga. Respondió mi señor.

       -    Perdone, mi señor. No quería orinarme. Balbucee entre sollozos

Con una cara furiosa me copio la barbilla con fuerza y gritó;

-          ¡Puerca!, me importa un rábano lo que tu quieras y el por qué lo hagas. Sólo quiero una obediencia absoluta por tu parte, sin voluntad y con agradecimiento a mis castigos. Repite a la pregunta que te he dicho antes, ¿Qué se dice siempre antes de castigarte?

Cada vez me apretaba más fuerte la barbilla. Notaba su saliva escupiéndome en mi rostro por los gritos suyos. Temblaba todo mi cuerpo y atiné a decir levemente,

-          Gra…ci..as, señor.

-          Eso esta mejor. Empecemos. Y ya sabes, a cada latigazo, deberás darme las gracias. Cada uno que te olvides dar las gracias se sumaran cinco más. Y quiero darte 50.

Se alejo unos pasos para poder desplegar en toda su extensión el látigo y descargó el primero. Sentí un fuerte golpe a la altura de la nalga derecha. Grite de dolor. Era la primera vez que me azotaban y balbucee un “gracias señor”. El siguiente me alcanzó de lleno en el omóplato y, así me fue castigando toda la zona de la espalda, nalgas y parte posterior de mis piernas. La piel se empezaba a enrojecer. Los latigazos me llegaban a intervalos entre dos y tres segundos, tiempo imprescindible para poder aullar el “gracias señor”. Iba combinando zonas diferentes  sin que yo intuyera en ningún momento donde descargaría. … 6, 7… 12, 13. No podía más. Gritaba con desesperación. La piel rasgada por completo. La sangre empezaba a aparecer en los glúteos y la espalda… 20,21…

-          No te oigo dar las gracias, puerca. ¡Dilo más alto! Gritaba mi señor.

-          Este hace el numero 25, va a ser especial, reía.

Vaya si lo fue, recibí el impacto en la zona del perineo. Al tener las piernas abiertas, las colas del azote impactaron brutalmente en esa zona tan sensible, entre mi culo y mi coño. El grito que lance fue desesperante y perdí el conocimiento.

No se el tiempo que permanecí en ese estado. Pero en un momento determinado volví en si con una sensación de arcadas enormes.

-          Hombre,  la cerda  ya vuelve al mundo de los vivos, se mofaba mi señor. Son muy efectivas estas sales, es darlas a holer y volver jaja.

-           Bien, darla la vuelta. Ahora. Tocan 25 latigazos en el frente.

No podía aguantar el dolor. Notaba que la sangre manaba por mi espalda, las marcas deberían ser fuertes. Yo no las podía ver, tan solo sentir el escozor.

Una vez colocada en posición frontal, me preparé lo mejor que pude para recibir el castigo. El primer latigazo golpeo con furia mi pecho izquierdo. Grité de dolor mientras daba las gracias como podía. Si me había parecido doloroso el castigo en la espalda, eso no era nada comparado con el que vendría ahora a descargar en partes más sensibles de mi castigada anatomía.

Fue trabajados sin piedad mis pechos, mi estomago, la parte interna de mis muslos y sobre todo el coño. Un pubis totalmente abierto por mor de la barra que me separaban los tobillos, era castigado por ese látigo que se colaba en el mismo interior de mi agujero. Castigaba el clítoris con la misma vehemencia que lo había hecho minutos antes en mi culo. Con la diferencia de que ese órgano tan sensible agudizaba el dolor y lo multiplicaba en comparación con otras partes de mi cuerpo.

Intentaba moverme, ponerme en alguna posición que mi anatomía pudiera minimizar de alguna forma el dolor infringido por ese látigo tan sabiamente manejado.

Por fin llego al latigazo 50. Cómo pude di las gracias, ya con la cabeza totalmente ladeada hacia abajo. Un hilo de saliva se desparramaba por un lateral de mi boca. Sólo puedo decir durante el castigo que me orine dos veces, además de perder el conocimiento una como ya describe anteriormente.

-          Bien, dijo sudoroso por el “esfuerzo” realizado al azotarme, castigo cumplido. Ahora lamerás las colas del látigo para limpiarlas de los restos de sangre, piel pegada y orines tuyos.

Me hizo sacar la lengua y acerco el látigo,  lo fue extendiendo a medida que con mi papila pudiera recorrer todo la longitud. No me quedaban ya fuerzas para protestar.

-          Qué bien ha quedado decorada esta guarra, comentó burlonamente uno de ellos.

-          La verdad que si, todo su cuerpo marcado por el látigo. Tardará algunos días en cicatrizar.

-          Que más os da la cicatrización. Gritó mi  señor, mañana la azotareis en la pocilga y pasado y al otro y todos los días que este con nosotros. Empezar a echar a suertes quien la azota mañana. Ya sabéis cada día uno. Si vuelve a desobedecer en algo, entonces ese día tendrá ración doble, por la mañana el diario y por la tarde le daré yo el de castigo. Ya veréis como en unos días cuando la piel se le haya hecho callo hasta le gustará y gozará con el azote. Las puercas son así. Todos rieron el comentario de su jefe.

-          ¡Venga, soltadla! Y llevadla a su pocilga.

Bajaron la barra que me mantenía las muñecas atadas a ella. Una vez me liberaron  abriendo los mosquetones tanto de manos como de pies, caí al suelo. No me sostenían las piernas por el brutal castigo al que había sido sometida. Allí me dejaron unos minutos para que descansara, mientras uno de los esbirros preguntaba a su jefe;

-          Don Gonzalo, nos preguntábamos si antes de llevarla podríamos usarla un rato. El azotarla nos ha puesto muy calientes.

-          Esta bien, pero hacedlo rápido. No utilicéis el agujero del culo que tiene puesto el dilatador y quiero que continúe así hasta mañana que la usaré yo antes de ponerle otro más grande. Yo me marcho. Mañana me la traéis a media mañana. Adiós, que la disfrutéis.

Mi señor abandonó la sala de entrenamiento perdiéndose por detrás de la puerta. Me quede aturdida, dolorida y sentada en el suelo con los cuatro esbirros. Notaba en ellos bajo sus pantalones las erecciones que había producido el espectáculo humillante a la que había sido sometida.

Uno se abalanzó a hacia mí. Se había abierto la bragueta y asomaba su polla por fuera, me la puso a escasos centímetros de mi boca. Cogiéndome de la cabeza, chilló;

-          Bueno puerca ya sabes lo que tienes que hacer. ¡Chúpala!

Me puse de rodillas y cogí con una mano esa cola mal oliente que me ofrecía, retiré el prepucio y me la metí en la boca. Me entro con alguna dificultad, yo tengo ese orificio pequeño y tuve que abrirla totalmente para meterme aquella cosa apestosa. Era muy venosa y estaba sucia, con restos de orines y semen pegado. Por miedo a que me volvieran a castigar si no hacia lo que mandaban, fui recorriendo con mi lengua todo su glande.

-          Puerca, lo haces muy bien. Cuidado con rozarme con tus dientes, Si lo haces te los rompo de un puñetazo.

Con mi mano iba deslizando la empuñadura de su polla y mi lengua seguía trabajando la cabeza de ese miembro que ya advertía su próxima corrida. El líquido preseminal ya se me mezclaba con la saliva. Tenía que terminar cuanto antes, me dolía todo el cuerpo y, aunque fuera en la pocilga, quería descansar, estaba agotada.

-          Acaríciame los huevos, grito que me voy a correr. Quiero que te lo tragues todo como una buena cerda.

Así lo hice, le acaricie los huevos mientras seguía mi lengua trabajándole el glande y me preparé para recibir todo su lefa en mi boca. ..

Yo jamás había dejado a mi novio que se corriera en ella y, mucho menos, me tragara sus lefosidades. Era algo que me daba un poco de asco. Siempre que me lo pedía le contestaba con una negación…

Ahora no podía, no me quedaba más remedio que tragarme todo de aquel pervertido que gozaba con hacerme sufrir. El glande ya empezó a escupir toda su leche y tuve que tragar apresudaramente todo el contenido. Parte de él, se escapo por la comisura de mis labios escurriéndose por mis doloridas tetas.

No quitó la polla y me atraganté al empujarla contra mi campanilla con los espasmos de su segregación. Empecé a toser e intente sacarla. Una patada en el culo dada a conciencia por otro de ellos, que estaba mirando detrás de mí, me hizo desechar de intentar sacarla, y con alguna arcada pude tragar todo el semen que escupía.

-          No la saques y límpiala a conciencia como hiciste esta mañana con el consolador.

Eso hice. Pasé mi lengua por todo el aparato desde el capullo hasta los huevos. Una vez limpia la saco e, inmediatamente, otro se puso en su lugar e introdujo su miembro, aun más asquerosa, en mi mancillada boca.

Cuando estaba enfrascada en chupar ese segundo miembro. Note que otro por detrás me empujó la espalda (yo estaba de rodillas en ese momento), subió un poco el culo y sin mediar ninguna caricia me la metió de un solo golpe de riñón en mi dolorido coño. Estaba reseco por lo que solté un pequeño grito de dolor que no le impidió para nada meterla hasta lo más profundo de mi vagina.

Estaba completamente empalada. El dilatador en el culo, una polla en el coño y otra en mi boca.

Las embestidas del que me follaba el coño me empujaban hacia el que me la estaba metiendo en la boca. Era una sensación bastante dolorosa.

-          Vamos cerda. ¡muévete!, gritaba el que me estaba follando.

Tuve, por temor a mas castigos, que mover el culo de adelante a atrás para favorecer la frotación del tipo que me estaba follando. Notaba en mis paredes vaginales como chocaban el consolador y su polla y con mi boca intentaba hacerle una mamada en condiciones.

-          Tócame los huevos, cerda, gritaba mientras cogía con fuerza mi rapada cabeza y la empujaba hacia sus huevos para que entrara toda su polla dentro.

Volví a toser, me estaban entrando unas arcadas terribles. Me costaba respirar. Por la boca no podía al tener ese miembro dentro y la nariz estaba todavía dolorida por el puñetazo recibido esa mañana al negarme a chupar el consolador lleno de mierda.

Todo termino, más o menos rápido. Los dos se corrieron casi a la vez. Uno me inundo totalmente el coño de sus lefosidades y el otro descargo en mi boca toda su frustración que, como con el anterior, tuve que tragar y posteriormente limpiarlo con mi lengua.

Me quede tirada en el suelo llorando de impotencia. No podía estar más humillada. La boca me sabia a semen, mierda y restos de orines. Por mi coño salía la lefa y se iba resbalando por todos mis muslos. El culo me ardía y me dolía tremendamente al tener el dilatador puesto y mi cuerpo en general era un amasijo de sufrimiento por la sesión de azotes que se había dignado mi señor en darme.

Cuando estaba compadeciéndome de todo ello. Una mano me acarició el pie derecho y fue subiendo lentamente por mi pierna, mi muslo. Era algo que ya llevaba tiempo sin experimentar. ¡Una caricia!...

Miré un poco aturdida esa mano y levante la vista para ver de quien era, del cuarto esbirro. Éste se había quedado al margen de las violaciones de sus tres compañeros. La verdad que era una persona no mal parecida. No tenía el aspecto criminal de los otros y siempre que me humillaban trataba de mantenerse un poco al margen, si lo tenía que hacer por lo menos no se le veía con la cara depravada y de satisfacción que sus otros colegas.

Seguía acariciando el muslo. Yo instintivamente separe las piernas y mi coño, pringoso de lefa se abrió. El subió la mano y la puso encima de mi vagina

-          Mira que eres guarro, colega. Le gritaron. Esta cerda esta llena de mugre y leche y tu la acaricias. Lávate las manos después no vayas a pillar algo. Reían.

Sin hacer caso a los cometarios obscenos de sus amigos, introdujo suavemente la mano en mi coño y con los dedos busco mi clítoris que empezó a endurecerse a medida que me lo iba trabajando.

Cerré los ojos y evité pensar que en la sala aparte de él estaban los otros tres colegas observando y mofándose de la situación. Necesitaba que alguien me tratara con, al menos, un poco de dulzura.

Me iba calentando a medida que me trabajaban esas manos deliciosas. Mis fluidos vaginales iban saliendo y mezclándose con el semen de mi violador anterior. Empecé a suspirar de gusto. Por un momento olvide todas las humillaciones y castigos a los que había sido sometida en los últimos dos días. Y dulcemente le susurré;

-          Por favor señor, úseme.

Ya iban saliendo esas expresiones en mi mente, quizás ya sin saberlo, mi proceso de esclavitud estaba haciendo mella en mí.

Retiro la mano de mi clítoris, me abrió un poco más las piernas y suavemente me introdujo su miembro. Primero despacio, luego adquiriendo más velocidad hasta que no pude más y me sobrevino un orgasmo brutal, justo en el mismo momento en que él también se corrió llenando mi coño con todo su esperma caliente.

-          ¡Te has caído con todo el equipo cerda!, grito uno de los otro tres que estaban viendo todo.

-          Te has corrido sin pedir permiso. Mañana se lo contaremos a Don Gonzalo y seguro que te castigará por ello. No lo dudes.

-          Pero hasta mañana todavía hay tiempo. Me has calentado otra vez. Habló tipo al que le hice la primera mamada.

Se bajó totalmente los pantalones y calzoncillos y enseñándome su culo dijo;

-          Ahora vas a lamerlo y limpiarlo como una buena puerca que eres.

No proteste. Era algo que tampoco había hecho nunca pero pensé que obedeciendo podría intentar que se le olvidara y no le dijera a mi señor, nada acerca de mi orgasmo inconsentido con su ayudante.  Qué ilusa era. Ahora después del tiempo y recordando en estas líneas lo que paso en mi entrenamiento, me doy cuenta de lo niña que era, de lo frágil y delicada que me sentía siempre cuidada como una princesa en los brazos de mi novio… ¡Claro que lo supo! y el castigo no se hizo esperar al día siguiente. Pero vayamos por partes,

Me acerqué a su culo le abrí levemente las nalgas e introducí mi lengua ensalivando todo su anillo maloliente y con restos de mierda. A estas alturas ya había chupado y tragado tanta porquería que me di cuenta de que ya no salían arcadas de mi boca. Están haciendo bien su trabajo, pensé. Me estoy convirtiendo en una puerca.

-          Ábreme más el culo y mete más tu sucia lengua, cerda. Gritaba excitado mientras se masturbaba mientras yo le chupaba el ano.

En un momento dado se giro, sujetó mi cabeza con ambas manos y me introdujo su asqueroso miembro dentro de mi boca, se corrió al instante y tuve, otra vez, que tragarme todas su leche. Se subió el pantalón y gritó a sus colegas;

-          Se hace tarde vamos a llevarla a la pocilga.

Me ataron la cadena al collar y salí a cuatro patas hacia mi cochiquera.

Notaba a medida que iba moviendo las rodillas como se iban saliendo las lefosidades de mi coño y se iban resbalando por la cara  interna de mis muslos. La verdad que me gustó esa sensación y se me empezó a mojar otra vez el coño. Me di asco. Estaban consiguiendo de mí una ser una puerca caliente. Mi señor y sus esbirros estaban cumpliendo con su trabajo.

Al entrar al establo ya salía el olor nauseabundo de mi pocilga y al penetrar en ella percibí toda la suciedad incrustada. No me acordaba de cómo quedó de la mañana, Mierda seca pegada en toda la estancia, olor a orines, vomitados, restos de desperdicios. Tanto es así que cuando entraron sacaron cada uno un pañuelo para taparse las narices. El olor era muy desagradable.

–         Bueno cerda ya hemos llegado. Sabes que hasta mañana no te toca limpieza de pocilga asíque esta noche estarás en la gloria rebozada entre excrementos y malos olores. Rieron.

Uno me ató la cadena que tenia amarrada al cuello a la barra encima justo del comedero, luego me ataron las manos a la espalda con las muñequeras utilizando un mosquetón que unía las dos arandelas a la espalda de forma que no pudiera llegar a poder quitarme el dilatador anal.

Mientras tanto otro trajo los desperdicios del día y me los metió en el comedero. La verdad que como el olor que despedía la pocilga era nauseabundo no pude notar el “aroma” de la comida. Vertió un poco de agua tibia en la zona del líquido y se marcharon, no antes de decirme lo siguiente:

-          Siempre se queda uno de guardia toda la noche. Llama cuando quieras cagar para que te quite el dildo del culo y te autorice a ello, si no lo haces ya sabes lo que te espera. Y descansa, como te dijo Don Gonzalo, mañana serás marcada y necesitarás todas tus energías. Lanzó una risotada de desprecio.

Acto seguido desaparecieron los cuatro, cerraron la puerta con llave y quede sola.

Estaba dolorida, el culo me molestaba un montón, este consolador era mucho más grande que el del día anterior, los brazos, la espalda, mis pechos, el vientre y los muslos me dolían por los azotes. Tenía marcas en todo el cuerpo y algo de sangre pegada al mismo. El coño me ardía por los latigazos y por las penetraciones. La boca la tenia reseca y con mal sabor debido a todas las porquerías que me habían hecho chupar y tragar durante el día. El olor era insoportable, aunque poco a poco mi sentido olfativo se iba acostumbrado a semejantes aromas…

Pero lo que más me estaba asustando era que, a pesar de todo, mi coño estaba mojado. Estaba caliente. Recordé el orgasmo vivido con el esbirro que me trató, por lo menos, con algo de delicadeza durante un pequeño rato.

Mi transformación estaba empezando a dar sus frutos. Lloré de impotencia.

Me entró sueño pero antes debía comer, no había probado bocado en todo el día. Por la mañana no me sirvieron el “desayuno” por no haber cagado y gastar todo el tiempo disponible para ello en ponerme una lavativa. Me acerqué como pude al comedero y hundí la cara en la comida y llorando engullí todo, ya no sentía tanto asco, ya me empezaba a dar todo igual…

Una vez terminada mi comida me recosté como pude en el suelo sucio, lleno de mierda, vomitados y orines secos. La paja se hincaba en mi piel dolorida y, de pronto, pensé en el día de mañana. ¿Qué marcas me impondrían?, ¿me dolerá mucho?... Mi corazón empezó a palpitar deprisa y noté que mis muslos se empezaban a mojar de algo pringoso. No podía tocar para saber lo que era, las manos las tenía atadas a la espalda.

Me incorporé como pude y gracias a que había luna y la pocilga no tenia techo pude ver horrorizada que me había llegado la menstruación.

FIN TERCERA PARTE