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LA ESCLAVA INFELIZ (Primera parte).

en Sadomaso

LA ESCLAVA INFELIZ (Primera parte).

 

Parecía una pesadilla. Pero no, la situación era muy real. Me encontraba en una sucia cama de un viejo hostal en los arrabales de una gran ciudad. Desnuda, con la barriga y mis pechos estrujados encima de unas sábanas que olían ha podrido y, mal cubrían, a un desvencijado colchón lleno de manchas. Tenía la polla de un tío seboso, metida, en mi dolorida vagina.

-         ¡Muévete puta! Gritaba

Me apretaba la nuca con fuerza contra el jergón, casi no podía respirar. El somier chirriaba a compás de los vaivenes de su cuerpo. Pedía a gritos mentalmente que se corriera cuanto antes para terminar, de una vez, este suplicio.

Era un hombre de unos sesenta años, gordo, sucio, con barba de varios días, olía a sudor. Su boca despedía un aroma a alcohol barato. Tenía unas manos grandes, callosas, con uñas sucias y bastante crecidas. No estaba desnudo totalmente, solo se había quitado el pantalón y un calzoncillo mugriento con machas de orines.

Por fin eyaculó. Todo su esperma inundó el interior de mi vulva.

Me quedé en la misma posición, esperando que el tipo se vistiera. Necesitaba darme un baño lo antes posible para intentar quitarme su pestilencia y esas viscosidades.

Cuando terminó, sacó una vieja billetera del bolsillo y, me tiró encima de la cama, con bastante desprecio, un billete de veinte euros,

-         ¡Toma puta! No creas que te los has ganado, pero no quiero problemas con tu amo, tu chulo, o lo que seas de él. Gritó.

Acto seguido abrió la puerta y desapareció de la habitación dando un  portazo.

No podía creerlo. ¿A qué venia tirarme ese dinero? Mi amo no me había dicho nada de que iba a pagarme por el acto sexual. Tenia la cabeza llena de dudas. Debía, cuanto antes, aclarar ese tema con él. Como pude, me incorporé, sentándome en el filo de la cama.

Parece que no soy más que una ramera, y de las más bajas, hasta le ha llamado chulo, no hacia más que repetírmelo mentalmente. De mis ojos salieron algunas lágrimas pero, conseguí apartarlas con mi mano.

Seguro que hay una explicación. Quizás, mi amo, tampoco esperaba eso para mí. No pasa nada, me dije. Supongo que su amigo se le fue de las manos y se disculpará por ello. Me relajé y me puse en pié de un salto.

Necesitaba con urgencia buscar la ducha, no podía aguantar un minuto más el olor a sudor y a semen que me recorría todo mi cuerpo. Cogí una toalla descolorida que estaba doblada en la única mesilla al lado de la cama y, anudándomela, salí del cuarto buscando los lavabos.

Al ser un hostal de mala muerte, solo existía un baño por planta.

La habitación estaba situada al lado contrario. Tuve que caminar por un pasillo sin apenas iluminación. Se me hizo eterno el viaje, no llevaba puesta más que la toalla.

Llegué a la puerta, en el filo estaba apoyada la dueña del hostal. Una señora de unos cuarenta o cuarenta y cinco años, llevaba una bata raída. Estaba fumando, los dedos de sus manos amarillos por la nicotina, con una uñas largas, con restos de lo que otrora fuera esmalte.

Pasé junto a ella y me dispuse a entrar,

-         Buenas noches. Le dije

-         Princesa, ¿Dónde crees que vas? Respondió, colocándose delante de la puerta para impedir mi entrada.

-         Perdón. Quisiera darme una ducha.

La carcajada, debió de oírse en todas las habitaciones de la planta. Una vez calmada, me espetó,

-         Voy a intentar que lo entiendas de una sola vez. Hay orden de tu amo que no haya ducha para ti. Asíque, ve a la habitación, vístete y pon tus pies fuera de esta casa cuanto antes. Te está esperando en la puerta y no quiere que te retrases. Gritó.

Me quedé helada. Iba a tener que salir con la mugre de ese tipo pegada a mi cuerpo, con su fetidez y su semen metido en mi coño. Pero no tuve valor de enfrentarme a ella. Me di media vuelta y volví sobre mis pasos hasta la habitación.

No quería hacer esperar a mi amo. Quería contarle todo cuanto antes. El sabría que hacer en esas situaciones, sobre todo con la dueña del hostal. ¿Quién se cree ella para no dejarme duchar?, pensé irritada.

Una vez de vuelta en el cuarto me arreglé lo mejor que pude.

Llevaba aquellas ropas que mi amo me había ordenado que me pusiera para la ocasión. Una mini falda totalmente escandalosa que dejaba ver el nacimiento de mis glúteos. Una camiseta de tirantes totalmente ceñida al cuerpo y unos tacones muy altos. Nada más. No quiso que llevara ropa interior, ni medias. La verdad que, con esas pintas, si que parecía que estaba haciendo la calle, pero ese tipo, se suponía que era amigo de mi amo, por lo que, conocería que se trataba del cumplimiento de una simple fantasía. Pensé aliviada. Pero, entonces, ¿por qué me dió dinero?, volvieron las vacilaciones a mi mente.

Sobre la dueña del hostal, era de suponer que no supiera nada. Pero, por otro lado, me había prohibido lavarme por orden de mi amo, por lo que, tal vez le conocía. La verdad que estaba hecha un mar de dudas.

Tengo que decir que era la primera vez que lo hacia. Insistió mucho, bien pensado, lo que había hecho, era ordenármelo de manera tajante. Pero no me había dado, además de ello, ningún tipo de instrucciones al respecto. Sólo me llevó y ya ésta. Necesitaba muchas explicaciones, había cosas que no me cuadraban.

Me vestí, cogí el bolso y guardé los veinte euros que me había tirado a la cama el tipejo, como pago a mis servicios.

Eso, tal vez, fue lo que más me dolió de toda esta aventura. Pero quién se creía que era yo. Accedí a hacerlo por complacer a mi amo, no por dinero. Pensé que esto estaba llegando demasiado lejos.

Esa tarde ya estuvo violento con migo, pero esto ya era excesivo, no debía consentirlo y así pensaba explicárselo.

Bajando las escaleras de dos en dos, salí corriendo a la calle. Era un barrio lúgubre y tenia mucho miedo. Con el movimiento, notaba que por mi agujero se escapaba la leche del tipo ese. Me daba un asco terrible el surco que iba haciendo por la cara interna de mis muslos semejante viscosidad. Necesita lavarme cuanto antes. Pero no entendía por qué la dueña me lo había prohibido.

En la calle, estaba oscuro y no le vi, empecé a preocuparme. Un coche aparcado enfrente me dio las luces y pude reconocerle, encaminándome deprisa, entré en el interior del vehículo.

Mi amo, Era un hombre de unos cincuenta años. Muy bien parecido y conservado para su edad. Siempre vestía un traje de chaqueta. Me enamoró desde el primer momento en que le vi y ya supe que mi vida sin él no tendría sentido. Llegué a ser su dócil esclava. Llevaba con él, algo más de un mes y hasta la fecha, parecía, dentro de su estricto control para con migo, un hombre maduro, algo severo, pero bastante romántico, por lo menos eso creía yo hasta ese día.

-         Hola. Dije, al entrar en el coche. Acercando mis labios para besarle.

-         ¿Cuánto te ha pagado?, respondió, alejando su cara para que no pudiera conseguir darle el beso. Cosa que me extrañó.

-         20 euros, comenté, poniendo en su mano el billete. Pero no entiendo por qué…

Antes de poder terminar la frase y estrujando fuertemente el billete, me tiró del pelo con la mano libre, haciéndome pegar un grito de dolor, mientras chillaba,

-         ¡Zorra!, ¿qué es esta mierda?

Me quedé sin habla por unos momentos. Sólo pude balbucear entrecortadamente,

-         Le juro que es lo me ha dado. Empecé a llorar.

-         No sirves ni para puta. Quedé con él que 20 euros era el mínimo de tu tarifa, que si quedaba contento te daría, además, una propina. Por lo tanto o te la has guardado sin decirme nada o no ha quedado contento. En cualquiera de los dos casos, cuando lleguemos a casa, te castigaré convenientemente. Gritaba como un loco mientras seguía tirando de mi pelo.

-         Por favor. Hice todo lo que me pidió. No me dió ninguna propina. Lloraba desconsoladamente.

-         Seguro que no hiciste todo lo que te mandó, seguía gritando. Cuando trabajes de puta no debe haber ni un solo reproche por parte del cliente. ¿Entiendes?

No salía de mi asombro. Pensaba que no era más que hacer realidad una fantasía suya y ahora me gritaba acerca de que iba a ejercer la prostitución. Me entraron nuevamente ganas de llorar.

Con la mano que tenía agarrado el billete me abrió mis piernas y toco por dentro de mis muslos, recogiendo parte del semen que se iba resbalando por esos contornos. Miró detenidamente sus dedos y gritó,

-         Eres tan guarra que no has querido ni lavarte. Tienes su leche por todas las piernas y seguro que bastante de ella conservas dentro del coño.

Estaba con la cabeza casi a la altura del volante pues seguía manteniendo su mano agarrada a mi pelo. Entre lágrimas solo pude decir,

-         Cariño, lo siento. Intenté ducharme, pero la dueña del hostal me lo impidió dijo que tu no lo habías autorizado. Qué puedo hacer.

Me soltó el pelo, pero inmediatamente me arreó una somera bofetada en toda la cara. Con mi mano me la acaricie intentando comprender que es lo que había hecho mal ahora. No le reconocía, no era el mismo hombre que yo creía conocer.

-         ¡No me llames cariño! Y siempre de usted. ¿Ya se te ha olvidado la norma principal o deberé recordártela a golpes? Ya te dije esta tarde como deberías llamarme. ¿Entendido?, gritaba fuera de si.

-         Si amo. Perdón por mi olvido. Respondí entre lágrimas.

-         Vámonos. Ya me darás en casa, cumplida cuenta de todas las guarradas que has hecho con él. Y, sobre la dueña del hostal, decirte que es una vieja amiga mía. Llévate bien con ella y obedécela en todo, porque vendrás mucho por aquí. Rió. Ya te explicaré luego en que consistirán tus nuevas obligaciones.

Arrancó y nos encaminamos a casa.

Durante el viaje, en vista de que no me hablaba, me puse a pensar intentando comprender qué le había podido hacer para que él, desde esa tarde, me empezara a tratar de esa forma.

Yo, incluso, me había negado reiteradamente a ir al hotel con un, como dijo, amigo especial. Al final acepté por miedo a que me echara de su lado. Pensaba que mi sacrificio serviría como prueba para demostrarle lo mucho que le quería. Creía que sólo sería ésta vez y nada más.

Ahora, con esos comentarios ambiguos sobre la dueña del hostal, me entró una especie de pánico, no podría aguantar volver a ese sitio tan inhóspito y menos, dejarme montar otra vez, por semejante energúmeno.

Desconocía que la cita iba a tener lugar en ese hotel de mala muerte y que su amigo  iba a ser aquel tipo tan mal oliente, seboso, patán y maleducado. Incluso tampoco conocía las intenciones que tenía de pagar por mis servicios. Una tristeza me empezaba a embargar de tal forma que, las lágrimas, seguían recorriendo toda mi cara.

Cuando descubrí el tipo de ropa debía ponerme para la ocasión, siempre supuse que, al menos, se trataría de un hombre como él, de una edad parecida, educado. Me dije, bueno, quizás una canita al aire autorizada por mi amo, no me vendrá mal. Hasta podría disfrutar de ello.

Cuando me llevó en el coche y llegamos al hotel y, ser este tan cutre, me empezó a dar un miedo terrible. Pero aún en ese caso, su don de gentes me seguía seduciendo enormemente,

-         No te preocupes. Entra y te diriges a una señora que habrá en recepción. Pregúntala que vas a la habitación de Don Alfredo. Ella te mostrará el camino. Yo te esperaré por aquí. No tengas miedo. Ve y haz lo que el señor te diga.

Dándome un beso, me abrió, todo caballeroso la puerta del coche…

Eché la vista atrás por un momento intentando comprender los motivos que me habían empujado a estar con él, a enamorarme locamente. Ha acceder a sus caprichos, a convertirme en su esclava…

Le conocí hace poca más de un mes. Soy una chica de veinte años, de estatura intermedia tirando un poco a bajita, mido aproximadamente 1,60. Morena, con el pelo largo, ojos negros. Mi boca es pequeña pero creo que bastante sensual. Un pecho generoso, pero firme, sin llegar a ser excesivamente grande. Mi culo respingón, quizás la parte en la que se fijan más los chicos y de la que más orgullosa estoy,  resalta por lo duro y prieto que siempre está. Mis piernas, sin ser muy largas, eran bastante torneadas, mi pubis cerradito no dejando ver los labios menores. Mis pies y manos pequeñas pero resultonas.

La verdad que, en resumidas cuentas, estaba bastante contenta con mi cuerpo y, nunca me faltaron admiradores que así me lo ratificaban con sus miradas siempre puestas en mis curvas.

Mi familia es de clase media, no sobraba el dinero pero, aun con las estrecheces típicas, no nos podíamos quejar, dado los tiempos que corren. 

Soy hija única, lo que favorece a que lo poco o mucho que hubiera en la casa no tenía que compartirlo con nadie. Quizás el hecho de no tener hermanos hacia de mi una chica bastante hogareña y muy empadrada.

Eso pudo perderme. Mi padre era el ideal de hombre que a mí siempre me gustó. Delicado con su hija y perfecto esposo y amante para con su mujer. Por lo menos es lo que yo, desde fuera de su relación, podía notar.

Rara vez pude escuchar en mi vida, malas caras entre mis padres ni malos modos o contestaciones mal sonantes entre ellos o hacia mí.

Podría decirse, de mi niñez y adolescencia que fueron felices.

Por aquel tiempo estaba estudiando en la universidad, concretamente, cursaba 2º de Derecho.

Hasta entonces había salido con algunos chicos, nada serio. Tuve relaciones sexuales con alguno de ellos pero, la verdad, que éstas, no me acababan de llenar. Eran chicos de mi edad. Del instituto o de la facultad. Hasta que conocí a él…

Yo, quizás, por mi educación, al estar tan empadrada  y, tal vez, por el hecho de ser hija única o quién sabe por qué, me atraían, de siempre, más los hombres maduros. Con los chicos de mi edad no acababa de congeniar, les notaba impúberes, demasiado crios.

Una tarde, mi padre nos dijo a mi madre y a mí que, esa noche, vendría a cenar un viejo amigo de la niñez y que deberíamos tratarle con todos los honores posibles. Hacia ya muchos años que no se veían y quería impresionarlo. Había quedado a las nueve de la noche. A esa hora sonó el timbre. Me dispuse a abrir la puerta.

Era alto, muy bien vestido, de una edad parecida a la de mi padre, tendría unos cincuenta años, pelo canoso, bien afeitado, pulcro, despedía un aroma a colonia cara. Sólo con la primera vista creo que me enamoré de él como una loca.

-         Hola, me dijo. Tú debes ser la hija de Carlos…

-         Si, soy Elena, respondí, sin dejarle terminar la frase, colorada como un tomate.

-         Qué guapa eres, comentó, mientras me daba un par de besos. Yo soy Eduardo. Amigo de la infancia de tu padre.

No caí desmayada porque, en ese mismo instante, aparecieron mis padres a la puerta.

Entró y después de un rato de conversación informal, nos dispusimos a cenar. Yo no le quitaba ojo de encima y aunque intentaba hacerlo disimuladamente, creo que se dió perfecta cuenta de todas mis miradas.

La velada, se fue desarrollando, de una manera cordial y perfecta.

-         Y dime, Elena, ¿vas a  hacer algo este verano? Preguntó de improviso.

Me quedé pensativa y, la verdad, quería encontrar algún trabajo que pudiera ayudar a la economía un tanto maltrecha de mi familia. Como leyéndome el pensamiento, comentó,

-         Carlos, sino tienes inconveniente, no me importaría contratar a tu hija este verano para que se saque unos duros. Ya sabes que he ampliado la empresa y no me vendría mal algún tipo de ayuda. ¿Qué dices?

Mi padre se quedó pensativo y con la mirada buscó la aprobación de mi madre. Yo no dejé que ellos respondieran y me adelanté con una gran sonrisa,

-         Anda papi, déjame. Me gustaría horrores trabajar durante el verano. Ya casi ha terminado el curso y creo que lo voy a aprobar todo.

Mi madre, Salió al auxilio de mi padre y puso algún tipo de reparos.

-         No creo que sea una buena idea. No queremos abusar de este amigo de tu padre que apenas lo conoces.  Me dijo.

-         No te preocupes, respondió rápidamente. Para mi será un placer. Es cierto que hace años que no he visto a tu marido, pero ahora será diferente. Precisamente por eso la he ofrecido el trabajo, acabo de montar una sucursal de mi empresa en esta ciudad y pienso instalarme en esta capital. Acabo de adquirir una pequeña casa. No te inquietes que velaré por ella. Dijo mirando a mi madre. Yo por ayudar a la hija de un amigo cualquier cosa. ¿Vale entonces?, sonreía mientras hacia la pregunta.

Mi padre titubeo y, junto a mi madre, después del ofrecimiento de su amigo, y mis reiteradas súplicas, no tuvieron más remedio  que aceptar.

-         Pues no se hable más. Dentro de una semana, cuando termines las clases, vienes a la oficina. Allí estaré esperándote. Ven sobre las diez de la mañana que te presentaré al personal y podrás empezar.

Estaba como en una nube. Iba a trabajar y, además, con el amigo de mi padre. Que guapo era, pensé, mientras le miraba de reojo.

Así empezó todo. Pasé una semana de auténticos nervios y al final de la misma, allí estaba a las diez en punto de la mañana, dispuesta a enfrentarme al mundo laboral.

No sabía que ponerme para ese primer día, me vestí con una falda vaquera bastante corta, una blusa y me calcé unos mocasines. Me maquillé un poco y nada más. No iba con las uñas pintadas, nunca me gustó, de hecho, solía llevarlas siempre bastante cortas.

 Llegué a la entrada de la empresa y me indicaron el lugar donde se encontraba su despacho.

Estaba solo, llamé a la puerta y con un gesto de su mano me mando entrar. Me miró de arriba abajo, creo que le gusté como iba vestida. Informal,  y, a la vez, bastante juvenil.

-         Hola Elena, veo que eres puntual. Eso me gusta. Comentó con una sonrisa picara.

-         Ven te voy a presentar a mis colaboradores y al jefe de personal, él te irá poniendo al día de lo que debes hacer.

Se levantó del sillón y me acompaño a la mencionada sección.

Estaba que no cabía de gozo. Mi primer trabajo, no quería defraudar a mis padres y, mucho menos, a su amigo que me había dado ésta oportunidad.

Qué guapo era, suspiraba para mis adentros. Estaba más pendiente de él, que de las explicaciones que me iba dando, mientras nos movíamos por dentro de la empresa, hasta llegar al que seria mi puesto de trabajo.

Una vez allí, me dejó al cargo del encargado de la sección y se despidió cortésmente. No podía mirarle a la cara sin que me entrara una especie de corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Pensé mientras se alejaba.

A eso del mediodía se acercó por el departamento donde me destinaron. La verdad que el trabajo en si era súper monótono, debía, simplemente, de coger el correo y colocarlo en los diferentes cajetines, según la sección, a donde iba destinado.

Qué tontería contratar a alguien para esto. Habiendo, en ese departamento postal,   dos personas más para lo mismo.

La verdad que ahora, si que me acuerdo que algo me extrañó que, en un apartado, estuvo dialogando con el jefe de la sección y éste no parecía necesitar a nadie más. De todas formas, en aquel momento, no le di mucha importancia. Me saludó cordialmente,

-         Hola Elena. ¿Qué tal llevas tu primer día?

-         Muy bien, Don Eduardo.

Noté que le agradó que le llamara de usted, pero era lo que insistió mi padre la noche antes que, aunque fuera amigo de él, en el trabajo era mi jefe y debería tratarlo con esa consideración.

-         Mira, como es tu primer día y esta tarde debes entrar pronto a la oficina, te invito a comer. Llama a tus padres y diles que te quedas a almorzar conmigo. Pasaré en diez minutos a recogerte.

-         Gracias, Don Eduardo. Se lo diré a mis padres.

No salía de mi asombro. El primer día y ya iba a comer con él. Estaba fuera de mí. Llamé corriendo a mi madre y se lo dije. La verdad que pareció extrañarse bastante pero, como se trataba del amigo de mi padre, creo que lo entendió. Solo me dijo,

-         Niña, come con modales. Que se note que estás bien educada.

-         Vale Mama. No te preocupes.

Me pasó a recoger a la hora señalada. Seguía como en una nube. Fuimos a un buen restaurante cerca de la oficina, donde los camareros, le llamaban por su nombre, se ve que le conocían muy bien.

Estaba muy nerviosa y no quería meter la pata a la hora de la elección del menú. Como sabiendo de antemano esta preocupación que me embargaba, el se prestó a pedir por mi. Lo agradecí interiormente.

Eligió para beber un buen vino, comentaba que era un excelente reserva yo, desconocía mucho ese mundillo y todos me parecían igual. En realidad, no me gustaban, pero para no cometer ningún desaire puse cara de aceptación. Bebí con soltura alabando el caldo, como si estuviera acostumbrada a ello.

Notaba que los camareros, no dejaban nunca la copa vacía, llenándola continuamente.

Al llegar el postre, me encontraba bastante mareada. La verdad es que, por la excitación, no paraba de beber.

Al finalizar la sobremesa, noté que, disimuladamente, su mano se posó encima de la mía. Me dió un escalofrío en todo mi cuerpo, no sabia que pensar. Por un lado me agradaba cantidad esa caricia, por otro, la verdad que, ahora se trataba de mi jefe y, pensaba, que pudiera mal interpretarse ésta situación y afectara, de algún modo,  a mi reciente puesto de trabajo. Además de que esto pudiera llegar a oídos de mi padre,  y no quería que se enfadara.

Algo me decía en mi interior que no retirará la mano y dejé que, por encima de la mesa, me la siguiera acariciando.

-         Elena, sabes que me gustas demasiado. Empezó a decir

Yo en ese momento, tal vez producto del mareo del vino y porque, dicho sea de paso, me enamore de él desde el mismo momento que estuvo en mi casa, me mantenía en silencio, escuchándole emocionada. Mi corazón latía fuertemente.

-         Se que podría ser tu padre. Seguía hablando.

-         Pero me he dado cuenta, por tus miradas, que yo tampoco soy indiferente a ti. ¿Verdad?

Mientras expresaba sus sentimientos, me seguía acariciando, ya sin disimulo alguno, mi inquieta mano.

No me salían las palabras, solo podía balbucear frases sin sentido, me sentía como la protagonista de un cuento de princesas típico de los hermanos Grimm, que me solía leer mi padre de pequeña,

-         Pero y el trabajo, es usted mi jefe. Logré decir.

-         Por eso no te preocupes, contestó. La verdad que no necesito a nadie, ha sido una excusa para poder atraerte a mí. Te darás cuenta que el puesto que te he asignado, en realidad, ya estaba cubierto.

La verdad que era cierto. Ponerme a colocar correo, cuando ya había dos personas para ello me parecía una perdida de dinero y de tiempo.

Cogió su silla y la puso justo cerca de mí. Acarició sin rubor mis dos manos, las llevó a su boca besándolas. Me derretí. Esa caballerosidad es lo que a mi me ha prendido, propia de los hombres maduros y educados. Los chicos jóvenes no la suelen tener.

Con su mano, me sujetó levemente el mentón y suavemente me besó en los labios. Yo ya estaba totalmente extasiada y los entreabrí, para que él pudiera acomodar su lengua junto a la mía. Fue un beso extraordinario que venció, si alguna vez lo hubo, la poca resistencia que podía tener. Al cabo de unos minutos, separó sus labios de los míos y sacando su cartera pagó la comida,

-         Vámonos de aquí, dijo.

Salimos a la puerta del local. Yo ya no sabia que hacer. Entre el mareo del vino y sus caricias y besos estaba como hechizada, prendida por el placer de estar junto a él, como en un cuento de hadas enamorando a mi príncipe encantado. Necesitaba pellizcarme para comprender que no era un sueño, que era realidad.

Ya en la calle, con los nervios a flor de piel, me quedé unos segundos parada y, como una autómata, me dispuse a dirigirme de nuevo a la oficina. Me sujetó del brazo y preguntó,

-         ¿A dónde vas?

-         Al trabajo. Contesté.

-         No es necesario. Sabes que el jefe soy yo. Vamos a mi casa a hablar de todo esto.

Me entró pánico de la situación. Los acontecimientos se estaban produciendo a una velocidad vertiginosa. No era tonta y, aunque bastante inexperta en esos temas, podía sospechar que en su casa, haríamos cualquier cosa menos hablar. Además, siempre he tenido a gala ser una persona de las que nunca, en la primera cita, se iba al domicilio del chico y, sobre todo, cuando se trataba del jefe de una y, además, amigo de la infancia de mi padre. Me frené,

-         No tengas miedo. No va a pasarte nada que tú no quieras. Eres la hija de mi amigo. Comentó con un tono bastante ofendido.

Quizás tenga razón. Pensé. No podría hacerme daño. Además, internamente lo deseaba mucho. Me gustaba,  sus ojos eran como un imán para mí. Me acercó su mano y se la estreché con suavidad y, así agarrados como dos enamorados, me dejé llevar hasta su coche.

Llegamos a su casa. Estaba situada en la zona alta, más residencial y cara de la ciudad. Era un piso adosado a dos alturas.

Al entrar me dijo que me pusiera cómoda. Yo seguía viviendo un sueño. Me senté en un sofá que había en la sala principal con las piernas juntas y en el filo del mismo. Bastante cortada y nerviosa.

Se colocó junto a mí y me acarició las manos volviéndoselas a llevar a su boca. Mientras me las besaba no paraba de decir,

-         Mira, me gustas mucho, como te he dicho en la comida.

Poco a poco se fue acercándose a mí, abrazándome, mientras me seguía diciendo lo mucho que le atraía.

Su boca empezó a besarme el cuello. Me recorrió una especie de corriente eléctrica por todo mi cuerpo, me dejé hacer. Sus manos se fueron deslizando por mi espalda hasta meterse por dentro de mi blusa. Lentamente, fue subiendo y con habilidad me desabrochó el sujetador.

No me importó, incluso, deseaba que lo hiciera. La verdad que me estaba calentando horrores. No podía creérmelo, estar en su casa, a solas, con él…

Con suavidad, se levantó y agarrándome con sus fuertes brazos me llevó acunada hasta su cama y allí me hizo el amor.

De manera delicada, sin prisas, se notaba que era un hombre con tremenda experiencia, llegué al orgasmo en varias ocasiones.

Al finalizar y ya cuando nos estábamos vistiendo, me habló seriamente,

-         Mira Elena, no puedes seguir trabajando en mi empresa. Te quiero conmigo, a mi lado. No de secretaria.

Alucinaba con cada una de sus frases. No creía lo que me estaba pasando. Ni en el mejor de mis sueños podía ocurrirme algo mejor.

-         Te vendrás a vivir con migo. Mañana mismo.

-         ¿Pero y mis padres? Pregunté nerviosa.

-         Al principio podrá ser un pequeño escándalo para ellos. Sonreía al decírmelo,  pero con el tiempo se acostumbraran, ya verás.

-          No tengo edad para ir perdiendo el tiempo. Si me quieres tendrá que ser mañana, en caso contrario, mejor que te vayas olvidando de mí. Mientras me lo decía me acariciaba nuevamente las manos.

Ante el ultimátum y enamorada como estaba hasta las trancas de él, no me lo pensé dos veces y accedí a irme a vivir a su domicilio.

Me dejó esa tarde en casa, dispuesta a hacer mi equipaje, hablar con mis padres e irme con él a la mañana siguiente.

La verdad que fue todo un disgusto el que les dí, primero por irme de la noche a la mañana y después con quien me iba, no dejaba de ser un hombre que casi me triplicaba la edad y además amigo de la infancia de mi progenitor.

Los ruegos de mi padre y lloros de mi madre no me ablandaron en absoluto, como les dije, tenia veinte años y, al ser mayor de edad, podía hacer con mi vida lo que me diera la gana.

La verdad que la aflicción con que dejé a mi padre, siempre tan unido a mi, fue sobresaliente. Lloré toda la noche, por la pena que les estaba causando mi marcha tan repentina. Pero, en mi fuero interno, quería hacerlo. El amor había llamado a mi puerta tan de golpe que, mi corazón, se habría parado sino hubiera ido al encuentro de mi querido Eduardo.

El tren hay que cogerlo cuando llega y, si se pierde, quizás nunca vuelva a pasar otro igual. Me repetía continuamente cuando me asaltaban las dudas por dejar a mis padres.

Por la mañana, mi padre ya se había ido a trabajar. Sospecho que no quiso enfrentarse a mi marcha. Mi madre, en cambio, intentó retenerme a cualquier precio, para evitar mi huida.

- Él es mayor. No vas a congeniar. Volverás con el rabo entre las piernas y, entonces, quizás no te abra la puerta.  Piénsatelo bien. Gritaba.

Sin escucharla, dando un portazo, llevando una ligera maleta, abandoné, con bastante pesar, el hogar de mis padres.

Allí estaba yo con mis veinte años yendo a vivir mi romance de amor con un hombre de cincuenta.

La primera semana fue toda idílica. Me llevó a conciertos, buenos restaurantes. Hacíamos el amor en cualquier sitio y de cualquier postura. En definitiva era feliz.

La cosa empezó a cambiar a partir de la segunda semana. El trato continuaba siendo exquisito hacia mí, pero notaba que sus gustos en la cama empezaban a, por así decirlo,  rayar un poco lo obsceno.

No le di importancia. Siempre he pensado que los enamorados deben de intentar satisfacer, en la medida de lo posible, las fantasías sexuales de su pareja. De otra forma el sexo podría volverse monótono.

Le gustaba atarme en la cama antes de hacer el amor e incluso, pegarme ligeros cachetes en mis nalgas. Las primeras veces no eran más que caricias, mas adelante llegaba a ponerme el culo bastante colorado.

También me pidió que me depilase toda mi zona genital. Decía que estaba más bonita sin un pelo allí abajo. No me importó y accedí a sus peticiones. Con la incomodidad de los picores cuándo empezaba a crecer el vello otra vez. Aunque, a decir verdad, no me dejaba, tan siquiera que creciera algo ya que, todos los días, me recordaba mi obligación de pasarme la maquinilla. A veces me incomodaba ya que aquello, que se hace para agradar, si se convierte en obligación, empezaría a cansar. Pensaba. Pero tampoco le di mucha importancia, lo hacia y en paz si era lo que le gustaba no iba a ser yo quien pusiera inconvenientes.

Yo seguía dejándole hacer sin preguntar. Me imaginaba que, por la edad que tenia, su experiencia debía ser superior a la mía y, quizás, eso era lo que normalmente solían hacer las parejas ya más consolidadas.

La verdad que, en general, su trato era tan atento con migo que cada día que pasaba me enamoraba más si cabe de él. No dando importancia a lo que creía que eran simples juegos sexuales.

Justo como íbamos a hacer el primer mes de convivencia, fue cuando me insinúo que le gustaría que intimara con un amigo suyo.

-         Vamos cariño. Es un juego. No tiene que pasar nada que tu no quieras que pase. Como me dijo la primera vez que me llevo a su casa.

-         Me da miedo. Además, no lo entiendo. Soy tuya en cuerpo y alma. No es normal que me pidas esas cosas. Quiero complacerte a ti pero a nadie más. Le seguía diciendo, intentando negarme a ello.

Hasta que, al segundo o tercer día que me volví a oponerme a sus ruegos. Se levantó de la mesa y alzándome la voz, cosa que no había hecho nunca, me dijo;

-         Bueno, esta visto que no me quieres. Recoge tus cosas. Mañana te vas de mi casa.

Me puse a llorar de impotencia. No quería que me dejara. Además como iba a volver al hogar de mis padres después de como me fui de allí. Todavía en ese mes no les había llamado para nada. No me atrevía a hacerlo, necesitaba coger un poco de valor. Sobre todo con mi padre al que le supuse más destrozada por mi partida.

Llorando me abracé a él,

-         Está bien. Haré lo que me pides. No quiero perderte. No me dejes por favor. Sin ti no soy nada. Le decía entre lloros.

-         Vamos pequeña. Ya veras como hasta te gusta. Me dijo dándome un pequeño beso en la mejilla. Debes obedecer al tío Eduardo. Como decía siempre que me pedía cualquier cosa.

Y Ahí quedó el tema, aparcado de momento, ya que no volvió a sacar a colación el asunto.  

A los tres días de aquello, cuando ya más o menos lo tenía olvidado, me llamó por teléfono desde la oficina y me dijo,

-         Nena, en una bolsa en la entrada, te he dejado la indumentaria que debes llevar esta noche. Hoy conocerás a mi amigo. Ponte exactamente lo que hay en su interior y nada más. En una hora pasaré a recogerte. Ah, por cierto, no te maquilles ni lleves medias.

-         De acuerdo, le contesté.  Colgando el teléfono.

No me había comunicado esa mañana, al despedirse, que iba a ser tan pronto, por la noche. Temiendo que se volviera a enfadar, me fui a la entrada y allí, en un rincón, encontré la bolsa de plástico, me la llevé al dormitorio y saqué su contenido. Una falda súper corta negra de tablas, una camiseta de tirantes y unos zapatos oscuros con mucho tacón. Ese, pensaba, iba a ser un pequeño contratiempo, no solía ponerme muchos zapatos con tacón y no estaba, por tanto, acostumbrada a ello. Estuve durante un buen rato, antes de que llegara, haciendo prácticas para no caerme cuando los llevara por la calle.

Me extrañó esas ropas y también lo del maquillaje. No es que fuera por la calle muy pintada pero alguna sombra de ojos y rimel siempre me gustaba ponerme. De todas formas, fiel a lo que me dijo por teléfono, le obedecí en todo.

A la hora se presentó. Yo estaba ya esperándole, vestida con todo lo que había en la bolsa,  sentada en el sofá del salón principal.

- Veo que has cumplido lo que te indiqué. Déjame verte de cerca, levántate. Dijo con aire de sorpresa y satisfacción.

Me dió la vuelta en redondo, admirando como me sentaba la ropa. De pronto su mano se deslizó por debajo de la falda y notó que llevaba bragas.

Sin mediar palabra me arreó una bofetada que me tiró en medio del sofá. Dolorida por el golpe, más moralmente que físicamente, ya que, en el tiempo que llevaba con él, nunca me había levantado la mano, le grité entre sollozos,

-         ¿Pero a qué viene semejante golpe?, ¿no me he puesto la ropa que me pediste?

-         Te dije que te pusieras exactamente lo que hubiera en la bolsa y, que yo sepa, no había ropa interior. ¡Quítatela! Gritó

Desconcertada y con bastante miedo ya que nunca le había visto de esa forma, me quité las bragas y el sujetador, tirándolos al suelo.

-         Ya estoy, sin nada. ¿Contento?, le pregunté conteniendo la ira lo que podía.

-         Así esta mejor. Otra cosa, sube y coge todas tus prendas intimas, bragas, tangas y sujetadores. Quiero verlos. Gritó.

-         ¿Ahora quieres que lo traiga?, protesté.

Otra bofetada fue a estrellarse en mi ya dolorida cada. Volví a caer al suelo.

-         Cuando te mande hacer algo. Me obedecerás sin hacer preguntas. Sube y tráete lo que te he ordenado.

No salía de mi asombro. Era el segundo guantazo que me arreaba en unos minutos. Podía darme cuenta que no estaba hablando en broma. Conteniendo las lágrimas subí corriendo y bajé con toda mi ropa interior. La deposité encima de la mesa del salón principal.

-         Ya no necesitarás esto. Lo coges y lo llevas a la basura. Si tienes alguna prenda más, por ejemplo en el cubo de lavar, la sacas y la tiras también. No te quedes con ninguna. Luego vuelves. Ordenó seriamente.

No hice preguntas, no quería, en ese momento, ganarme otro tortazo. Agarré todas las prendas y las lleve a la cocina, procediendo a dejarlas dentro de la basura como me había mandado.

Una vez que me deshice de toda esa ropa. Volví a la sala.

Me mantuve enfrente de él, intentando no desviar la mirada. Mirándole de frente.

- ¿Ahora que quieres que haga?, le pregunté con los brazos cruzados, intentando poner la voz más cínica posible, para que se diera cuenta de mi enfado.

Otra bofetada fue a caer en mi mejilla totalmente colorada por las dos anteriores. Me doblé por el impacto. Y con rabia por los golpes chillé,

- ¿Pero qué coño te pasa?, le dije, ya histérica perdida. ¿Te crees que soy un saco de boxeo para atizarme de esa manera?

-         A partir de ahora, las cosas van a cambiar un poquito. Dijo en tono serio. De momento, cuando te dirijas a mi deberás llamarme de usted y nunca mas utilizaras mi nombre ni en público ni en privado, te dirigirás a mi siempre como mi amo. ¿Entendido?

En ese momento, pensaba que me lo estaba diciendo en broma. Pero por las tres bofetadas que me había arreado, unido a la seriedad con que me estaba explicando la norma, la verdad que, empecé a tener un poco de miedo.

-         Responde. Gritó. ¿Lo has comprendido?

-         Si amo, respondí frunciendo el ceño.

-         Eso está muy bien. Pero por el tono de voz, puedo darme cuenta que me has contestado por temor a mis represalias o porque me crees un loco y así las cosas no se hacen ¿Me sigues?

-         No mucho, amo. Logré decir.

-         Te explicaré las normas básicas; Si quieres continuar con migo, será observando cada una de ellas. Deberás cumplirlas de muy buen grado. Quiero que seas mi esclava. Obedecerás todas y cada una de mis órdenes sin tan siquiera cuestionar ninguna de ellas. Continuaba hablando,

-         El incumplimiento de éstas por olvido o mala fe, por tu parte, será motivo para aplicarte los castigos que determine en cada situación. De momento es lo que debes saber, más adelante iré imponiéndote más deberes.

La verdad que no salía de mi asombro. Lo cortes y amable que había sido conmigo, de buenas a primeras, descubría su autentico ser. Una tristeza me empezó a embargar mi rostro. Al notarlo, me cogió levemente de los hombros y me sentó en el sofá.

-         Mira Elena. Ya se que esto es duro para ti. Quizás no te interese o no estés preparada para servirme de esclava. Lo comprendo muy bien. Por lo tanto, recupera la ropa interior de la basura, cámbiate de ropa y haz las maletas. Te llevaré ahora mismo a casa de tus padres. Te espero en el coche. Hemos terminado.

Acto seguido se encamino a la puerta de salida.

Me quedé de piedra. Le quería tanto que, en ese momento, algo en mi interior, hizo que corriera hacia la puerta para intentar que no saliera. Me tiré a sus pies y llorando desconsoladamente le pedí perdón,

-         Por favor. Seré su esclava. Le obedeceré en todo lo que me pida hacer. No me deje, se lo suplico. No soy nadie sin usted, le necesito hasta para respirar. Seguía llorando agarrada a sus zapatos.

Agachándose, me acaricio la cabeza y me hizo levantar.

-         Bien pequeña. Eso esta muy bien. Lo que tienes que entender es que tu obediencia absoluta hará de mí el hombre más dichoso de la tierra. Dijo en tono conciliador, mientras me pasaba un pañuelo para que pudiera limpiarme las lágrimas.

Esas palabras, “el hombre más dichoso de la tierra” fueron recibidas en mi mente como un autentico bálsamo y secándome las lágrimas con su pañuelo me levanté,

-         Amo. Soy su esclava fiel. Le dije. No le defraudaré.

-         Eso espero. Pero ya sabes, todo radica en tu libertad individual. Cuando decidas dejar de ser mi esclava, lo dices y romperemos el compromiso. Pero si eso ocurriese ya sabes, deberás abandonar mi casa y no me volverás a ver. ¿De acuerdo?

-         Ya verá como no ocurrirá, quiero ser su esclava y lo querré siempre.

Desconocía como, desde mi más sufrida mente, podían salir tales palabras. Parecía como hipnotizada por aquel hombre, pero en ese momento hablaba con total franqueza. Lo necesitaba y lo amaba con todas mis fuerzas. Si para estar junto a él, tenia que servirle y obedecer, así lo haría. Pensé.

-         Eso está mucho mejor. Ves pequeña, serás mi esclava obediente. Ya te iré diciendo en los próximos días cual será tu cometido. De momento con  las normas que te he mencionado antes será suficiente. Ahora vámonos. Mi amigo te espera.

Le acompañé hasta el garaje y me llevó hasta la puerta del hotel…

Llegamos a casa. Subimos las escaleras sin hablar. La verdad que iba bastante asustada. El castigo que prometió darme cuando llegáramos, lo sucia que me encontraba con toda la leche todavía saliéndome de mi joven coño, más las humillaciones recibidas por su amigo en aquel hostal de mala muerte, parecían demasiado para mi primer día, en mi nueva condición de esclava.

Cuando traspasamos el umbral de la puerta y ésta fue cerrada de golpe. Me agarró de los hombros y me empujó al sofá.

-         Te vas a estar quietecita ahí, tenemos que hablar.

Me quedé sentada, sin decir palabra. Muy asustada. No comprendía en qué le había fallado. Había realizado exactamente todo lo que me había ordenado hacer y, encima, la deshonra que sentía por el pago en metálico y, según me grito en el coche, no seria el último. Me temblaba todo el cuerpo, pero no dije nada. Permanecí callada.

Se sirvió una copa y sentándose cómodamente en un sillón en frente del sofá, habló,

-         Ahora me vas a contar con todo lujo de detalles como te fue en el hotel. Desde que te dejé en la puerta, hasta que volviste al coche. ¡Venga habla! Gritó.

No sabía por donde empezar, estaba llorando, cogiendo fuerzas de flaqueza y un poco titubeante, comencé a susurrar,

-         Fue humillante, de verdad, el tío ese era un gordo, seboso, sucio y mal oliente y, luego la señora no me dejó lavarme…

Se levantó y, agarrándome fuertemente de las mejillas, hizo que me callara.

-         Vamos a ver. Que fuera vejatorio para ti, la verdad, que me da igual. Que tu cliente sea desagradable, era lo que quería, yo mismo lo elegí. Reía. ¿No pensarás que te ibas a montar una juerga con alguien pulcro? Yo decidiré con quien te lo harás. Pero a partir de mañana serás tu quien salga a buscarlos. Ya te contaré como hacerlo.

-          Por cierto, que no te pudieras lavar es lo lógico. Es otra norma que deberás observar, cuando folles con clientes no te limpiarás hasta que yo no te de permiso. Si te he llamado guarra en el coche es porque me gusta que seas así. Una cerda. Y nada de hablar en términos mal sonantes de los usuarios que tengas. Se notaba que disfrutaba con ese término.

-         Una vez hecha esta aclaración, lo que quiero saber son los detalles. Empieza de una vez, sin lloros y con voz clara y alta.

Intentando limpiarme las lágrimas y viendo que mi amo solo le interesaban los detalles escabrosos empecé mi relato,

-         Cuando usted me dejó en la puerta del hostal. Entré y allí, en una especie de mostrador desvencijado, se encontraba la señora de la que le hablé antes, la de la bata roída. No me dio tiempo a preguntar nada, parecía que ya sabía quien era. Me dijo que fuera al segundo piso, a la habitación 224.

-         Continua, me ordenó mi amo.

-         Una vez en la puerta de esa habitación, golpeé con los nudillos. Al cabo de unos segundos se abrió la puerta. Había un tipo gordo, asqueroso.

Acordándome de su última orden, de no faltar a “mis clientes”, rectifiqué,

-         Perdón, una persona obesa, mal vestida y llevaba solo un pantalón algo gastado y una camiseta de esas interiores bastante sucia, si me permite decirlo.

-         ¡Ve al grano!, ¿Qué hizo cuando te vio?, preguntó ya nervioso.

-         Pues que quiere que le diga amo, se le iluminó la cara. Supongo que en su vida había visto una chica joven como yo dispuesta a follar con él. En fin, me invitó a pasar. En ese momento me temblaron las piernas, sentí pánico, quería irme pero no me dio tiempo, me agarró de un brazo y tirándome a la cama, cerró la puerta de golpe.

Notaba que, a medida que le iba poniendo en situación, mi amo, se deslizaba la mano hacia su entrepierna.

-         Sigue, no te pares. Gritaba.

-         Como le decía, al tirarme a la cama, si es que a eso se le puede llamar así. Olía asquerosa. Estaba cubierta por unas sabanas roídas, se notaba que no las habían cambiado en meses. Puse cara de asco mientras lo contaba.

-         No me interesa el estado de las sábanas. ¡Quieres centrarte de una vez en los hechos!, gritaba, cada vez más nervioso.

-         Está bien, amo. Me puso boca abajo y me empezó a meter mano por debajo de la falda. Como no llevaba bragas, le fue muy fácil llegar a mi vulva. Le encantó que la llevara totalmente depilada, como a usted le gusta que vaya. Me la masajeó muy toscamente y me introdujo dos de sus gordos dedos de forma un tanto violenta. Le digo amo que, en ese momento, me revolví lo que pude. Me entraron ganas de vomitar. El tío, como le digo, era asqueroso.

Noté que, mientras estaba relatándole los hechos, mi amo se abrió el pantalón y sacó su miembro. Se estaba poniendo cachondo y se disponía a hacerse una paja.

-         Continua, y no me interesa para nada como te sentías. ¡Quiero solo los hechos!, Gritaba.

-         Pues bien, sacó sus dedos de mi coño y me ordenó que me desnudara. Yo estaba temblando de miedo. Le dije, por favor, déjeme marchar. Notaba su cara totalmente desencajada. Se limitó a decir o te desnudas tú o lo hago yo, tú eliges.

-         Cuando un cliente te ordene algo, tú deberás obedecer. Gritaba. Ahora entiendo por que se fue insatisfecho con tus servicios.

Me sentía humillada. En vez de afligirse por mi angustia, resulta que se estaba masturbando con mi vivencia. Estaba claro que debía y quería obedecer a mi amo, pero no sabia si seria capaz de volver a vivir una experiencia parecida a esa. Por mucho que a él le apeteciera y se excitara con ello, pensé. De todos modos, no quise, de momento, ni planteárselo por miedo a sus represalias.

Volvió a gritarme para que continuara.

-         ¡Continua!, si haces tantas pausas no podré pajearme a gusto, gritaba.

En ese momento aprendí otra lección ya mencionada por mi amo pero que, todavía no la había creído del todo y era que debía servirle y ser su vehiculo de escape en cualquier situación.

El día había sido muy largo y quería lavarme cuanto antes. El semen pegado en mis muslos me daba mucho asco, debería terminar de relatarlo lo antes posible. Continúe,

-         Ante la amenaza, me desnudé. Bueno, la verdad, que solo tuve que quitarme la camiseta, los zapatos y la falda. No tenía más. Como usted me ordenó que fuera.

-         Bien, pues una vez desnuda, me agarró de un brazo y me volvió a tirar en el colchón boca abajo, me ordenó que abriera las piernas y me la metió de un golpe. Bastante sádico, por cierto. Me hizo polvo. Intentaba dar pena a mi amo. Pero él no pareció escuchar mi último comentario. Se la estaba frotando.

-         Qué más. ¡Cuenta! Parecía en trance, mientras seguía masturbándose cada vez con más ritmo.

-         No mucho más, amo. Al cabo de unos minutos con ella dentro, se corrió. Yo le suplicaba que lo hiciera fuera pero me dijo que una puta como yo no estaba para opinar, solo para satisfacer al que paga. Asíque me inundó toda la vagina de su leche.

-         Me parece muy acertado su comentario. Tú a callar y a obedecer. Ya sabes. Seguía hablando entrecortadamente por la paja que se estaba haciendo.

-         ¡Súbete la falda! Gritó. Quiero que te metas los dedos y los saques llenos de su leche. ¡Obedece! Parecía que estaba a punto de llegar al trance. Se le veía ya las primeras gotas salir de su capullo.

Le obedecí. Me subí la falda y me metí los dedos índice y medio, muy juntos dentro de la raja. Doblándolos ligeramente para poder hacer palanca con ellos y sacar, todavía, alguna viscosidad que quedaba dentro. Se los enseñé.

-         Métete los dedos en la boca. Chúpalos. Cómete su leche, Gritaba.

Con cara de asco, pero no queriendo enfadar más a mi amo, abrí la boca y me metí los dedos, limpiándolos con mi lengua. El sabor asqueroso me produjo alguna arcada pero pude disimularla a tiempo.

En ese momento mi amo se corrió.

-         ¿Venga, qué haces ahí parada?, ponte de rodillas y límpiame la polla. Quiero que mi leche se mezcle en tu boca con la del tío ese.

Previniendo males mayores. Me acerqué a su miembro y me lo metí en la boca. Limpiando los restos de lefosidades que se habían quedado adheridas a su glande.

Una vez limpio su miembro, permanecí un buen rato de rodillas sin saber que hacer, esperando a que mi amo recobrara el aliento.

-         Pero, ¿qué haces parada? Gritó. No ves las manchas que están en el suelo. Venga puta, límpialo con tu lengua.

Sin querer discutir. Me agaché y con la lengua fui limpiando la leche de mi amo que había  ido a parar al suelo. Cuando terminé le miré para saber que otra cosa deseaba de mi.

-         Ahora ya te puedes ir a duchar. Pero antes quiero explicarte algo, siéntate.

Me senté en el filo del sofá y espere a que mi amo me hablara,

-         Hoy ya es tarde, mañana serás castigada. Eso ya te lo dije en el coche. En primer lugar, por no comportarte con el cliente como es debido.

-         Pero si hice lo que me pidió. Protesté ligeramente.

-         También serás castigada por contestar. ¿Has olvidado la primera norma de una esclava?

-         Perdón amo. Repliqué.

-         Bien, lo hiciste pero obligada. Si el cliente te ordena que te desnudes, no pierdas tiempo en hacerlo. ¿Entiendes? Continuaba hablando en un tono sereno.

-         Por otro lado. He querido que tu tarifa sean veinte euros. Quizás en el futuro, lo bajemos a diez, depende del cliente. Sonreía al decirlo. Aunque eres joven, quiero que folles con los seres más depravados y despreciables que haya, porque así es como yo luego podré excitarme. Por eso el precio tiene que ser bajo. Cuando te paguen solo eso y no haya propina, te castigaré también, como lo haré mañana. Porque eso significa que no has sido todo lo sumisa y complaciente que se espera de una puta como tu. ¿Entendido?

-         Si, mi amo. Pude responder ahogando como podía mis lágrimas.

-         Por otro lado, seguía hablando, te preguntarás. Por qué cobrar, si lo podías hacer gratis. Pues por la sencilla razón que si cobras, los clientes te exigirán porque pagan con su dinero. De otra forma pudieran contentarse con cualquier cosa y yo quiero que te fuercen y te manden hacer aquello que a ellos les apetezca, por muy asqueroso y lacerante que te pueda parecer ya que para eso pagan. ¿Comprendes?

-         Si, amo. Logré decir. Cada vez más nerviosa y triste.

-         A partir de mañana ya te irás enterando de las normas que vas a observar.

-         Perdón mi amo, ¿puedo preguntar algo? Puse la voz más sumisa que podía. Necesitaba una aclaración de antemano.

-         Si,  ¿de qué se trata?

-         Vera usted, ese señor no quiso utilizar condón y tampoco correrse fuera. Podría quedar embarazada o, lo que es peor, me pueden contagiar alguna enfermedad. Pregunté poniendo cara de asustada.

-         Sobre los posibles embarazos no te preocupes. Después de cada servicio tomarás una pastilla abortiva. En último caso, siempre podremos acudir a alguna clínica que realicen la interrupción de embarazo.

Se sacó de su bolsillo una pastilla y me la dió.

-         Tómatela, es la que llaman del día después. Ya me he hecho con un buen cargamento. Reía.

La cogí y me levante a la cocina con la intención de tomármela en el acto.

Seguía sin contestarme a mi segunda pregunta por lo que, tomando valor, le interpelé nuevamente, de la manera más sumisa que pude encontrar,

-         Perdón, mi amo, no me ha respondido a la segunda pregunta. Se lo pido por favor, dígame que soluciones puede haber ante eso,

Se tomó un tiempo para pensar la respuesta. Al cabo de unos minutos contestó,

-         De ese tema solo Dios o la suerte te pueden salvar. Es un riesgo que tendrás que asumir. A mi, como has comprobado, me excita que se corran dentro de ti y ver como te sacas la leche con tus dedos y te los chupas. Intentaremos que eso no ocurra. En el baño tienes un bote de desinfectante que te pondrás por la noche para limpiar e higienizar lo más posible tus agujeros. Si, a pesar de ello, te pegan algo ya irás al médico a curarte. Si, por desgracia, no tuviera cura, te quedará el consuelo de haber caído sirviendo a tu amo. ¿Qué mas dicha se puede esperar de una esclava?

Acto seguido levantándose del sillón se despidió,

-         Bueno, por hoy hemos terminado. Puedes ducharte. Mañana ya seguiremos hablando. Una última cosa, todavía estas a tiempo de dejarlo.

Me quedé de piedra con la contestación a la segunda pregunta. Me iba a prostituir ante lo más degenerado de la clase humana y no le importaba, ni tan siquiera, las enfermedades o embarazos que pudiera tener. Es más, el placer que le iba a proporcionar con esas acciones y, Dios sabe, con qué otras más que, seguro me exigiría en los próximos días, iban a ser mucho mayores que los que le podía dar yo en la cama. Me asusté y, por unos momentos, quise abandonar esa casa de locos.

Por la cara que puse debió intuirlo,

-         Mira Elena, no voy a estar todos los días preguntándote tus deseos de estar o no con migo. Se acabó. Mañana por la mañana te quiero fuera de esta casa. Gritó.

Otra vez volvió a entrarme por el cuerpo una sensación de soledad ante la expectativa de tener que regresar a la casa de mis padres. El amor que sentía por él era enfermizo y no lo dudé. Me arrodillé y llorando volví a pedirle perdón,

-         Por favor amo. Necesito seguir con usted. No volveré a defraudarle ni a dudar. Haga conmigo lo que crea oportuno pero no me eche de su lado.

-         ¡No me lo hagas volver a preguntártelo, zorra! Respondió enérgicamente. Obedece y me tendrás satisfecho. Y, Dúchate ya,  hueles a puta barata.

Me fui al baño y estuve bastante tiempo lavándome y desinfectándome la vagina. No conseguía quitarme el olor al cerdo que me había poseído esa tarde. Salí solo con una toalla anudada y me dispuse a irme a dormir. La jornada había sido muy larga y no tenia ganas de cenar.

Mi amo ya estaba en la cama leyendo un libro, como solía hacer cada noche.

Levanté las sabanas del lado en donde dormía y me dispuse a meterme dentro. En ese instante, alzó la vista del libro preguntándome con frialdad,

-         ¿Qué vas a hacer?

-         Acostarme, como todas las noches, estoy muy cansada. Contesté.

-         Creo que no te he contado la siguiente norma de una esclava. Solo dormirás en mi lecho cuando yo así te lo ordene. Los demás días pasarás la noche en el suelo a los pies de la cama.

Me quedé de piedra, no podía creerlo. Pero con la mirada tan seria como lo decía, sabia que no era una broma. Levanté la vista y pude ver que, donde me había indicado, tenía colocado un pequeño cojín.

-         Ese almohadón te servirá para la cabeza. Hoy no te ataré. Estoy muy cansado para levantarme a hacerlo. ¡Venga, al suelo! Gritó.

No tuve elección. Quería obedecerle ciegamente. Me sitúe en el piso y, tapándome con la toalla, apoye mi cabeza en el cojín. Acto seguido apagó la luz.

Hasta que me entró el sueño, no dejaba de repetirme que eso lo haría, sin duda, para probar mi fidelidad y sumisión ante él. No podía haber cambiado tanto en un mes. Seguramente en uno o dos días la cosa se relajaría bastante.

Me costó dormir al principio, no estaba acostumbrada al duro suelo de la alcoba y, gracias a que está enmoquetada, dije para mis adentros.

Pero con lo cansada que estaba por la dura jornada, en pocos minutos, ya no notaba  la dureza del suelo, me acurruque hecha un ovillo y quedé dormida. Mañana será otro día, pensé.

                                   

FIN DE LA PRIMERA PARTE