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Paulina. #1

en Dominación

Ella era una chica de 18 años. De estatura media, ojos color miel que transmitían una luz de dulzura e inocencia, y una cabellera del mismo tono de sus ojos si no es que más claro que le caía como una cascada delicada sobre su fina espalda, largo, interminable. Paulina era ese tipo de chica que empalagaba de sólo verla, siempre con una sonrisa perfectada colocada en sus labios. Tenía uno de los carácteres más dóciles del mundo, pero por eso mismo era muy tímida. Era imposible entablar una conversación con ella así nada más, pues pronto se sonrojaba y bajaba la mirada. Por lo mismo, Paulina no tenía muchos amigos, sólo unos cuántos y no era muy popular en su colegio. 

En su mismo colegio, estudiaba Diego. Totalmente lo opuesto a Paulina. Un chico extrovertido y divertido de 18 años, siempre era buscado por las jóvenes estudiantes. No era el más inteligente, pero decían que no importaba tomando en cuenta el físico que éste poseía; sus ojos verde esmeralda brillantes y perspicaces congeniaban armoniosamente con su cabello rubio. Su torso era marcado al igual que sus brazo, gracias a su afición por asistir al gimnasio y siempre pensar que el físico era lo más importante. 

Diego tenía cierta mala reputación, pero no por eso dejaba de ser idolatrado por todos en el colegio, de hecho, por eso lo querían. Decían los rumores que gustaba de hacer tríos sexuales y cosas depravadas, a menudo los hacía con chicas de la escuela que ya todos habían marcado como 'fáciles' y 'putas', pero vamos, Diego era intocable y no aparecía en esos rumores. 

No aparecía en ellos hasta aquél día, en que Diego tuvo una fijación que no lo ha dejado en paz. 

Volvía él de clase de educación física, haciendo bromas con su bola de amigos mientras caminaban hacia el vestidor para prepararse para la siguiente clase. Diego entró en la regadera, sentía como el agua caliente caía por sus hombros. Por desgracia, su antebrazo rozó ligeramente su pene, haciéndole que aquél accidental roce aumentará su deseo de masturbarse. "Estoy en la ducha, tengo tiempo de sobra, ¿por qué no?" pensó.

Llevó su mano hacia su miembro, que ya palpitaba de deseo, y lo frotó. Como solía hacerlo casi diariamente, primero con movimientos suaves y después fue aumentando el ritmo. Perdió la noción del tiempo, estaba justo a punto de acabar cuando una voz lo interrumpió:

Eh, Diego, estás tardando mucho. Nos iremos adelantando al salón. 

Era la voz de uno de sus amigos, mientras golpeaba la puerta un par de veces.

¡Seguro se está haciendo una paja! -Dijo otro haciendo que los demás estallaran de risa.

Después escuchó pasos alejándose al igual que sus voces, que se iban haciendo cada vez más como un silbido perdido. No se escuchaba nada más en el vestidor, estaba totalmente solo y estaba seguro de ello porque las clases ya habían dado inicio. El también debería estar dentro de su salón, escuchando al maestro decir cosas que no le importaban, pero no le importaba demasiado porque esa clase era de matemáticas y se la saltaba de vez en cuando por lo mucho que le fastidiaba. Tendría tiempo para seguir con ese asunto que dejó pendiente. 

Pero maldijo en sus adentros a su amigo cuando lo interrumpió. Estaba a punto de acabar y lo desconcentró. Ahora tenía que comenzar otra vez porque su miembro se había rebajado quedando como al principio. Necesitaba ver algo, escuchar algo, esta vez deseaba más. Cómo se le antojaba tener a una chica en esos momentos. Entonces, recordó el "secreto del vestidor de hombres". Un secreto que, obviamente, sólo los chicos que entraban ahí sabían. En una de las regaderas, la útlima pegada a la pared, había un agujero que daba al vestidor contiguo, el de las mujeres. Era una excelente idea, seguramente habría una que otra chica de grado mayor o menor que el cambiándose. 

Salió de la regadera y entró a la otra, con una toalla amarrada en la cintura. Después, cerró la puerta y la colgó en ésta. Mientras tocaba su miembro con suavidad, de arriba a abajo, colocó su ojo a la altura del agujero para ver el espectáculo que se armaría. No había nadie. 

Maldita sea. Dijo para sí sin dejar de tocarse.

De pronto, su atención se fijó en una chica que salía de la regadera con una toalla amarrada en su torso y apenas le alcanzaba a cubrir su trasero. La veía sólo de espaldas. 

Paulina estaba totalmente exhausta. No era buena en los deportes, para nada. Definitivamente no era lo suyo. Odiaba la clase de educación física y en ese día había odiado más a sus amigas por haberla dejado irse sola al vestidor, o bien, abandonarla justo antes de entrar. El vestidor estaba solo para ella. En fin, estaba acostumbrada a estar sola, ya no le producía tristeza. 

Pensaba en todo esto mientras secaba su cabello con la toalla, la cual ya se había quitado de su curvilíneo torso. Sus pezones se tornaron duros al sentir el frío. Se colocó crema por todo el cuerpo y después sacó de su maleta su uniforme. No se imaginaba que alguien la estaba viendo.

Diego, desde el otro lado de la pared, no podía creer que hubiera tenido tanta suerte de tener semejante show frente a él. Dios, la chica ni siquiera pensaba que alguien se estaba masturbando mirándola. 

"¡Vaya que está buena! ¿Quién será?" pensaba Diego una y otra vez hasta que terminó por completo.

Paulina ya se encontraba camibada y se le veía cepillándose el largo cabello color miel. Diego intentaba recuperar el aliento mientras la observaba; su bien formado trasero se marcaba en su falda de cuadros y sus senos firmes se podían ver increíbles en esa polo blanca. Intentí mirarle más a detalle la cara. ¡Claro que la había visto! Él nunca había hablado con ella, pero la había visto cruzársele varias veces por el colegio. Y nunca se había fijado en lo buena que estaba, si él hubiera querido se la hubiera llevado a la cama en un dos por tres. Pero, ¿quién iba a saber que ella era así? 

Pasaron meses, Diego intentó averiguar acerca de ella, con sus amigos y con los de Paulina. La veía entrar a clases, sabía que hacía por las tardes... Era su obsesión, Paulina. Tenía que saber más cosas acerca de ella, lo que fuera, pero por más cosas que se le revelaran no dejaría de tocarse pensando en ella. Paulina era siempre la protagonista de sus fantasías eróticas. La deseaba tanto que ya no podría contenerse más. Para Diego era fácil conseguir a cualquier chica y, claro, Paulina no sería la excpeción, de una forma u otra tendría que caer rendida ante él. A final de cuentas, todas lo hacían.

Sonó la campana, ya habían terminado las clases de ese día. Los estudiantes salían disparados del establecimiento, deseosos de llegar a casa. Diego no hizo eso esa vez. Caminó tranquilo por los pasillos, sus amigos se habían adelantado. Él sabía que Paulina caminaba muy lento y siempre tardaba en acomodar sus cosas en su locker para después salir. 

Diego la miraba atentamente desde su lugar. Paulina ya se encontraba saliendo del colegio, bajando las escaleritas principales que daban a la acerca de la calle. Él corrió en su dirección y la tomó de la mano. Paulina dio un leve brinco sobre sí para después girarse hacia Diego. Ella, sonrojada, retiró con rapidez su mando de la de él. 

Hola, Paulina. Dijo Diego con una sonrisa perfecta, ignorando el hecho de que Paulina no quiso tocar su mano.

¿C-Cómo sabes mi nombre? Respondió ella.

—Eso no importa Pau. Es sólo que un día te vi en el colegio y me pareciste divina, me encantaría conocerte.

Paulina se sonrojó aún más si eso es posible, bajando un poco la cabeza.

—¿Qué dices? —Insistió Diego ya dudando un poco de que su físico hubiera hecho efecto en ella.

—Eh...  —Balbuceó ella— Yo... No sé quien eres, no te conozco. 

 

—Por eso, vamos a conocernos— Dijo Diego imaginándose haciéndole de todo a la chica que tenía frente a él. 

 

No podía controlar sus pensamientos, su erección ya estaba comenzando a crecer. Tenía que hacer algo para calmarse pronto. 

Fue un impulso, el cuerpo de Diego pronto ya se encontraba pegado al de Paulina, mientras la besaba en los labios sin poder detenerse. Paulina forcejeaba para salirse de entre sus brazos mientras sus manos masajeaban sus senos, lastimándola. Entre besos se escuchaban los gemidos de placer de Diego, su entrepierna rozando la de ella. Paulina golpeó la cara de Diego haciéndolo retroceder. 

—¡Eres un completo idiota! —Gritaba ella mientras se alejaba bajando los escalones, llegando a la acera—¡Nunca más te vuelvas a acercar a mí! ¿Me entendiste? 

Diego sólo se quedó ahí, inmóvil, mirando como Paulina se alejaba corriendo. Se llevó una mano a la mejilla; sí que le había dolido pero había valido la pena. Lo quería repetir. La miraba correr, sus senos se agitaban de un lado al otro y podía ver que lloraba, hasta que la perdió de vista. 

Los días siguientes fueron tan confusos tanto para él como para ella. Paulina no quería hablarles a sus amigas acerca de lo que había pasado, pero les había preguntado quién era él. Se sorprendió al saber que era un chico popular, y creía que tenía el derecho de besar a quien quisiera. Sus amigas comenzaban a querer averiguar por qué tenía Paulina tanto interés en él. Pero ella no revelaría nada, era humillante, sucio. Nada que pudiera ir con ella. 

En cambio Diego pasaba todas las horas de su día pensando en ella y lo excitante que sería tener sexo con ella. Si el beso que habían tenido afuera de la escuela el otro día había sido así de increíble para él, cómo sería lo demás. Y no se iba a quedar con las ganas. 

A pesar de que Paulina abrió los ojos, no podía ver nada. Había algo privándola de su vista, seguramente una venda. Intentó mover sus brazos pero descubrió que estaba atada. Perfecto, atada, sin poder ver y además no sabía dónde se encontraba. Sólo podía sentir que estaba recostada en una superficie rígida, quizás el piso que estaba frío. Después probó moviendo sus piernas, pero tampoco lo logró, estaban atadas. Estaba todo su cuerpo abierto como en forma de una estrella, con sus extremidades estiradas. Sin contar que tenía un fuerte dolor en la parte de atrás de su cabeza, sin llegar a la nuca.

Estaba comenzando a asustarse.

—¿Hola? —Gritó lo más fuerte que su garganta le permitió— ¿Hay alguien ahí? ¡Ayuda!

No recibió respuesta, volvió a intentarlo.

—Por favor, ¿hay alguien que me escuche? No sé donde estoy, ¡ayu...

No pudo terminar la frase pues escuchó pasos que se acercaban a ella. Alguien la había oído.

—¿Hola? Por favor, no sé quién sea usted, pero por favor ayúdeme, ¿sabe dónde estoy?

Paulina estaba desesperada, sin saber ni cómo pedirle ayuda a la presencia que se le acercaba.

—¿Me creerías si te dijera que te ves hermosa pidiendo ayuda? -Habló la voz.

La reconoció. Era la voz de Diego, pero, ¿qué hacía Diego ahí? Paulina no podía juntar los hechos en su cabeza. Su respiración se agitó, tenía miedo. Un sudor frío caía por su frente cuando sintió una mano acariciándole la mejilla.

—Mírate, tan asustada. Y pensar que me dijiste que nunca más me volviera a acercar a ti. Ahora estamos a pocos centímetros de distancia, como aquélla vez, ¿recuerdas? 

—¿Diego? -¿Q-Qué hago aquí? Ayúdame. —Decía ella sin haber escuchado lo que dijo antes.

—Ahora estás a mi merced, Pau. —Hablo Diego— No sabes por cuánto tiempo te he deseado. Por más de 6 meses.

—N-No te entiendo. —Dijo Paulina llorando.

 

Diego empezó a acariciar su brazo y su torso por encima de su ropa.

—No debiste de haberte quedado tan tarde en la escuela, princesa. Eso de hacer clases extras por la noche te puede meter en problemas. —Tomó aire mientras la miraba y prosiguió— ¿Te duele la cabeza? Lamento el golpe, pero si no te conseguía inconsciente no había otra manera de traerte conmigo.

Ahora todo cobraba sentido para ella. Recordaba haber salido del salón donde tomaba sus clases extra de álgebra, y que todo estaba oscuro afuera. Sintió un golpe atrás de su cabeza, como proveniente de algo de metal y después, todo se volvió borroso. 

Paulina seguía llorando, tratando de asimilar lo que ocurría, Diego sonreía perversamente mientras examinaba sus marcadas curvas debajo de sus prendas. Moría por tomarla, era suya, lo sería para siempre.

—Escucha, a partir de este momento me perteneces. Eres sólo mía, ¿me entiendes? —Dijo Diego.

—¡No te entiendo! —Sollozó ella en un grito.

—Vas a entender pronto. 

Diego se acerco a ella, quitándole primero la blusa que traía puesta con ayuda de una navaja, cortando las telas de trozo en trozo hasta dejarla sólo en ropa interior. 

Paulina no usaba ropa interior sexy ni nada por el estilo, parecía la pinta de una niña, pero su cuerpo demostraba lo contrario. Diego se deshizo de todo lo que sobraba hasta que la dejó totalmente desnuda. Paulina no dejaba de suplicar que la dejara en paz, que no diría nada respecto a eso pero que la dejara irse. Diego no cedería, por fin la tenía como quería.

La recorrió con la mirada, pasó sus manos por su firme abdomen, plano y liso, y después por sus caderas, subiendo poco a poco hasta llegar a sus senos, tocándolos y jugando con sus pezones que se ponían duros al roce. 

—Dime, ¿alguna vez has tenido relaciones? —Preguntó Diego.

—N-No —Sollozaba Paulina sin cesar.

Bajó su mano hasta su feminidad, sin ningún vello, como si fuese el pubis de una niña, y comenzó a pasarle dos dedos por encima. Acariciándola suavemente, sintiendo cada trozo de piel bajo sus yemas de los dedos. La piel de Paulina se tornaba princada, ella dejaba salir palabras que Diego no podía entender, como plegarias para que la dejara libre, pero él no hacía caso. Después de hacer círculos en su pubis, bajó un dedo hacia sus pliegues, tibios y carnudos, para rosarle con mucha delicadeza sus labios mayores. Paulina se estremecía. 

—¿Te gusta? —Preguntó él.

—Por favor, déjame. ¡Te lo suplico! —Lloriqueó ella.