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Carretera, testigo de todo.

en Sexo Anal

Azoté la puerta detrás de mí y tomé aire. Justo frente a mi casa estaba estacionado el auto de Andrés, y él, esperándome dentro.

Me alisé la falda por milésima vez y camine hacia él.

Andrés y yo asistimos a la misma preparatoria. Es mi novio. Bueno, si es que le puedo llamar así. Tenemos una relación algo inusual, si me lo preguntan. Él y yo no tenemos reglas entre nosotros, es decir, podemos hacer lo que se nos pegue la gana con quien queramos y ninguno se molesta por ello. Es verdaderamente perfecto, y no querría que fuera de otra forma.

Cuando lo conocí, lo guapo que era capturó toda mi atención. Tiene un par de ojos azules bellísimos, acompañados de una mirada pícara. Eso es lo que me gusta de él. Andrés hace lo que le apetezca sin importarle nada más. Tiene un carácter muy duro. Pero, ¿qué puedo decir? Es un chico malo, y resulta que a mí me vuelve loca la rebeldía.

Y, por supuesto, ni mis padres ni mi hermana se imaginan todo lo que he hecho con Andrés. Si llegaran a enterarse, me desheredarían, me correrían de la casa, y quizás hasta me colgarían viva.

Le sonreí mientras rodeaba el cofre del auto para llegar a la puerta. Tuve que pegarme la falda a los muslos para evitar que el fuerte viento que estaba soplando la levantara.

El otoño había venido con toda sus fuerzas este año, y las hojas que había descolgado de los árboles a su paso lo demostraban.

Cuando por fin entré al vehículo, Andrés me sonrió, divertido por el espectáculo que acababa de presenciar. Se acercó a mí y besó mis labios.

—Mal día para usar falda, ¿no crees, Eva? —Me dijo entre risas.

—Cállate —Le reproché bromeando.

Me acomodé el cabello sobre los hombros, tratando de regresarlo al peinado original. Aunque no era nada especial, sólo lo había cepillado un par de veces antes de salir.

Andrés puso en marcha el auto y comenzó a avanzar en dirección a quién sabe dónde. Me dijo que me llevaría a almorzar, pero no a qué restaurante. Y no era como si me importara mucho, al final, siempre la paso bien con él.

Miré a través de la ventana. El panorama naranja y café de la ciudad era encantador. Era tan tranquilo.

Así pasé un rato, hasta que me percaté que Andrés no había pronunciado ni media palabra más desde su último comentario, lo cual era muy raro. Él se la pasa hablando y diciendo tonterías para hacerme reír, por eso su silencio me pareció extraño.

Lo miré de reojo. Se veía muy concentrado en la ruta que tenía en frente. Me gustaba cómo se veía cuando dejaba que su barba creciera, ¡oh!, y ni hablar de sus labios. Tan carnosos, tan buenos anfitriones para pasar una excelente tarde de besos.

Meneé la cabeza para volver a concentrarme en su silencio.

—¿Qué te pasa? —Pregunté, tratando de no sonar tan aprehensiva.

Andrés me miró por un segundo y regresó la vista al frente.

—No es nada —Contestó, pasando una de sus manos por mi melena castaña, acariciándome.

Y lo hizo varias veces. Fue ahí cuando lo comprendí todo.

Cuando Andrés comienza a juguetear con mi cabello, significa nada más y nada menos que está caliente. Como si no lo conociera lo suficiente.

Ya sea en el cine, en la sala de mi casa, en cualquier parte, cuando él entierra sus dedos en mi cabello, sé repentinamente qué es lo que quiere. Y lo más chistoso es que Andrés ni siquiera lo sabe.

Pasó entonces las yemas de sus dedos al lóbulo de mi oreja, acariciándola suavemente, como si apenas y la tocara. Era tan sutil que comencé a estremecerse y los vellos se me pusieron de punta. Más aún cuando bajó a mi cuello.

Las caricias de Andrés tienen ese no sé qué que te hace perder la razón sin importar en qué lugar te encuentres.

Me mordí el labio, mirando nuevamente hacia afuera. Pasamos por las concurridas calles. No podía concentrarme cuando él ya estaba tocando mis hombros por encima del suéter.

¿A dónde íbamos con todo esto?

Era hora de que yo lo averiguara. De pronto, sin pensarlo mucho, llevé mi mano hacia su pierna y la acaricié. De arriba hacia abajo, con mucha lentitud.

Él dejó de tocarme cuando yo acaricié su entrepierna por encima del pantalón. Presté especial atención en su rostro, que no perdía de vista el frente.

Estaba mordiéndose el labio. Su expresión me estaba provocando placer.

Hice movimientos circulares sobre su entrepierna antes de correr el cierre hacia abajo. Pude palpar su bulto debajo de la tela de su ropa interior.

Lo tomé entre las manos y lo froté. Andrés dejó escapar un gemido tan sensual que casi me desmayó en ese momento.

Así que continué haciendo lo mío, en vista de que le había agradado. Pero, esta vez, bajé el resorte de su bóxer y pude sentir su piel. Poco a poco, podía ver cómo crecía, justo en mis manos.

—Eva, ¿qué me estás haciendo? —Me preguntó, dirigiéndome una miradita pícara, tratando de sonar inocente.

Me relamí los labios.

—Nada —Respondí, acercándome a su oído y susurrando—, sólo procura no chocar el auto.

Andrés respiró profundo a la vez que yo echaba un último vistazo para comprobar que ninguno de los peatones me podía ver.

Entonces, me abalancé sobre su miembro y lo lamí. Con mucha delicadeza, pasé mi lengua por la cabeza, dibujando espirales. Después, bajé hasta los testículos y apenas y los succioné, sin perder la calma en ningún momento.

Mi gran plan era que Andrés se desesperara por lo lento que lo hacía. A él le gusta que vaya rápido, pero esta vez no podría obligarme de ninguna forma, pues debía estar atento a la carretera.

Ahuequé sus testículos con una mano, y con la otra, me llevé su miembro a la boca. Lo metí y lo saqué varias veces, salivando, asegurándome que estuviera bastante húmedo.

Él bajó su mano hacia mi cabeza y hundió sus dedos en mi cabello mientras yo seguía lamiéndolo.

—Métetelo todo —Me ordenó con la voz entrecortada.

—No —Musité, e incluso bajé la velocidad.

—Eva —Me pidió nuevamente—, hazlo ya.

Entonces me miró y yo negué con la cabeza. Jamás lo había visto tan desesperado.  

Pasé mi lengua a lo largo de su miembro tan lento, que ni siquiera el efecto de cámara lenta hubiera logrado hacer bien el trabajo.

—Por favor —Intentó Andrés nuevamente, pero esta vez sonaba más como una súplica.

Quién lo diría, el dominante Andrés pidiéndome amablemente que hiciera algo. Y esta vez la ventaja la tenía yo.

—Sé paciente —Le dije, y volví a mi asiento.

Noté que ya no estábamos en la ciudad. Andrés había conducido hacia la carretera y no había autos transitando junto a nosotros.

Pero el hecho de sentir que estábamos completamente solos sólo fue una motivación más para atreverme a algo nuevo.

Me quité la falda deslizándola por mis piernas hasta abajo, dejando al descubierto mis bragas.

Andrés bajó la velocidad para poder voltear a verme. Sentía que me estaba comiendo con la mirada.

Yo pretendí no darme cuenta y comencé a tocar mi entrepierna. Primero, por encima de las bragas y luego, las hice a un lado y pude tocar mis pliegues con más facilidad.

Entonces, Andrés torció el volante y se orilló hacia el pequeño bosque que rodeaba toda la carretera.

Todo era tan silencioso y perfecto, que parecía que estaba flotando en el aire. Lo único que se podía oír era el viento golpeando las copas de los pinos y uno que otro pajarillo.

Seguí tocándome con tanto esmero que sentí que si seguía llegaría al éxtasis muy pronto. Por su parte, Andrés permanecía en su lugar, observándome.

Haciendo nada más que eso, sólo mirándome. Él empezó a masturbarse a la par que yo lo hacía. Podía verlo en sus ojos. Sabía que estábamos haciendo algo prohibido y pero aún, en un lugar público, pero eso era lo más atractivo, supongo.

Lancé un gemido mientras me penetraba con los dedos. Mis pliegues estaban realmente húmedos y mis pezones, erectos.

La mirada tan morbosa de Andrés sobre mí me estaba haciendo delirar. Le sostuve la mirada cuando él se me acercó y besó mis labios introduciendo su lengua.

De repente, bajó su mano hacia mi entrepierna e introdujo tres dedos de golpe, haciéndome gimotear.

—Andrés —Le dije por lo bajo.

Él no me respondió, en cambio, comenzó a sacar y meter sus dedos en mí con una velocidad impresionante. Yo no podía parar de gritar. Yo creo que asusté a todos los animales del bosque que estaban ahí.

Encajé las uñas en el reposabrazos a medida que sentía cómo mi piel se erizaba completamente. Cada centímetro de ésta e sentía tan sensible y yo a punto de estallar.

Estaba a menos de un paso de dejar que el éxtasis llegara a mí, cuando Andrés se detuvo en seco. Lo miré sin comprender.

—¿Qué pasa? —Reclamé—.Continúa.

—Sé paciente —Me dijo, imitando el mismo tono que yo había usado anteriormente.

Entonces, me tomó por la cadera y me hizo darme la vuelta, colocándome en cuatro patas, dándole la espalda a él.

Andrés me dio una palmada en mi trasero desnudo. Yo lo miré por encima de mi hombro y él sólo sonrió.

Sentí cómo estimulaba mi clítoris desde atrás, y con sus dedos, penetraba mi ano.

Yo sólo gemía. Cómo me encanta esa posición.

Pasó su lengua por mi amo con una larga lamida. Temblé levemente y me aferré al reposabrazos para no perder la estabilidad.

—Abre la guantera —Me indicó.

Yo estaba tan a su merced que ni siquiera le pregunté por qué. Sólo lo hice.

—Pásame el bolígrafo que está ahí.

Estiré el brazo y lo alcancé. Se lo di y volví a mi posición.

No tenía ni idea de qué era lo que quería hacer, pero no tardé en descubrirlo cuando sentí que metía el bolígrafo en mi trasero.

Todo en mi colapsó. Se sentía exquisitamente bien.

Andrés no dejaba de tocar mi clítoris mientras sacaba y metía el bolígrafo. Al principio, fue lento, pero conforme iba avanzando, lo hizo más rápido.

—¿Te gusta así? —Me preguntó, hablándome al oído. Se había trepado en mí.

—Sí —Logré apenas vocalizar.

En cuanto terminé de decirlo la última palabra, con rapidez y sin siquiera darme cuenta, Andrés saco el bolígrafo y lo cambió por su miembro.

—¡Andrés! —Gemí, echando la cabeza hacia atrás.

¿Conocen esa sensación cuando el dolor que experimentas es delicioso? Bueno, así era como se sentía.

Me tomó por el cabello, jalándolo con algo de rudeza sin dejar de penetrarme. Podía oír como mis glúteos chocaban contra su cadera sin control alguno, y a esto se le unió el sonido de una fuerte palmada que me dio.

El escucharlo respirar tan fuertemente me excitaba. Su piel contra la mía, su calidez luchando contra la mía y sentirlo tan profundamente dentro de mí era sumamente perfecto.

Y no aguanté más. Mis muslos se tensaron, cerrándose. Mi cadera se apegó a la de él. Me mordí el labio cerrando los ojos. Todo se sentía tan mágico, era increíble.

Justo después de mí, Andrés gimió y supe que había terminado cuando bajó la intensidad de sus movimientos.

Sacó su miembro de mí y sentí su semen hacer un recorrido por mi ano hasta gotear en mi entrepierna.

Él se recostó sobre el asiento, recobrando el aliento, y yo hice lo mismo. Miramos por el espejo retrovisor. Nadie había pasado aún por la carretera desde que nos orillamos. Aunque, no era algo que nos interesara mucho.

Ahora, quién sabe a dónde iríamos a almorzar. Tal vez ni siquiera iremos a ningún lado, pero siempre puedo decirle a mis padres que Andrés es un chico respetuoso y muy tranquilo, incapaz de hacer lo que me acababa de hacer.