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Fisgona.

en Hetero: General

Suspiro a la vez que me pregunto si será normal que alguien como él me guste tanto.

Desde mi lugar, sentada en la cafetería de la escuela, puedo ver a Juan Pablo con toda claridad. Por supuesto que él no nota mi mirada, soy una chica tan promedio que jamás notaría mi presencia.

Pero eso no me importa. Sigo mirándolo. Seguro que si cualquiera pudiera darse cuenta de lo que estoy haciendo, diría que parezco una tonta.

Es que no puedo evitarlo. Juan Pablo es guapísimo. Está riendo con su grupo de amiguitos idiotas que tan mal me caen. Su cabello color miel, desordenado y que jura sentirse como seda me vuelve loca. Oh, ¡su cara! De tez bronceada, algunas pecas marcadas en el puente de la nariz por el sol, ojos intensamente marrones, nariz recta y labios carnosos que sólo me tientan a darle unos buenos mordiscos.

Ahora sonríe. Ojalá me sonriera a mí. Bajo los ojos para admirar su bien trabajada figura y le doy un sorbo a mi agua. Juega fútbol en el equipo escolar y sé que va al gimnasio a las seis de la tarde cuando los chicos terminan su práctica. Me sé sus horarios de memoria. De hecho, es por Juan Pablo que he decidido quedarme a hacer mi servicio social en la escuela. Así tengo más tiempo para estar más cerca de él después de clases.

Pero por supuesto que va al gimnasio. Miro sus brazos fuertes y tonificados por debajo de la camiseta azul. Y su abdomen, bueno, ese no puedo verlo en este momento (desafortunadamente), pero es igual de bonito que sus brazos. Además, hoy se ha dejado la barba incipiente de dos días y le queda magnífica.

—Ya deja de verlo, Carla —Me reprende mi amiga, dándome un pellizco en el brazo—. Pareces una acosadora.

Me vuelvo hacia ella y me sonrojo, pero no digo nada. Ella sabe lo mucho que me gusta Juan Pablo.

Meneo la cabeza y me termino el agua. Le aviso a mi amiga que iré a baño y me levanto de la mesa.

Una vez que estoy dentro del baño, después de asegurarme que no hay nadie conmigo, me miro al espejo.

Claro, ¿cómo es que Juan Pablo me va a hacer caso? Soy tan normal a comparación de todas esas zorras bonitas que andan tras él.

Me hago el cabello largo y castaño a un lado antes de notar las enormes ojeras debajo de mis ojos. No he dormido mucho últimamente. A decir verdad, ayer, en particular, casi ni dormí, todo por pensar en Juan Pablo.

Bueno, claro que no sólo pensarlo. Ya se me ha vuelto una costumbre tocarme pensando en él.

Entonces, clavo la mirada en mi cuello y paso mi mano por éste, imaginando que es él quien me toca. Mis pensamientos me están matando y comienzo a calentarme yo sola. Imagino su voz hablándome al oído, sus labios recorriendo mi cuerpo, yo gimiendo su nombre...

Unos pasos me hacen volver a la realidad. Alguien se acerca al baño. En un segundo, me quito la mano del cuello y tomo un pedazo de papel para simular que me estoy secando las manos. Unas chicas entran al baño y yo salgo como si nada hubiera pasado.

Mis mejillas pálidas ahora se han tornado rojas. Lo sé gracias a que mis amigas me lo hacen notar cuando regreso a la cafetería. Al tomar asiento, siento mi entrepierna húmeda. Oh, joder, el simple hecho de pensar en Juan Pablo me pone húmeda al instante.

Cuando miro al frente, me doy cuenta de que él ya no está ahí, y sus amigos tampoco. Como sea, podré verlo en la tarde, mientras ayudo en la enorme oficina de la escuela a llevar papeles y sacar copias, por la ventana, entrenando en el campo de juego.

*

Casi son las seis de la tarde y yo sigo aquí, parada frente a la fotocopiadora que hace ruidos extraños y no hace más que escupir papel tras papel.

Está haciendo demasiado calor. Me he atado el cabello en una coleta para poder soportarlo mejor. Llevo la falda del uniforme y ni eso me ayuda a refrescarme.

Miro por la pequeña ventana ovalada que está a mi derecha y que da una excelente vista al campo de fútbol.

Ahí está todo el equipo. Me lleva apenas unos segundos identificar a Juan Pablo entre todos esos chicos. Se ha hecho el cabello sudoroso hacia atrás con una mano y yo estoy que me derrito. Echo un vistazo al reloj. Seguro han de estar por terminar la práctica y él se marchará al gimnasio.

Yo vuelvo hacia la fotocopiadora, la cual por fin ha terminado de hacer lo que le mandé.

Me inclino para recoger las copias y mi mente me juega una mala pasada.

Imagino que Juan Pablo está detrás de mí y me coge por el trasero con sus grandes manos, apretándolas entre sus dedos. Suelto las copias sin querer y me vuelvo hacia atrás para rectificar que nadie me ve. Se me olvidaba que en el centro de fotocopiado, a esa hora, soy la única.

Pero no puedo evitar pensar en que Juan Pablo me haga suya. Sin quererlo enteramente, llevo mis manos a mis senos y los masajeo sobre la odiosa blusa blanca del uniforme. Cierro los ojos y murmuro su nombre muy bajo. ¡Tantas cosas que pasan por mi mente en ese momento!

De repente, escucho el peculiar sonido del silbato proveniente del campo. Eso significa que el entrenamiento ha terminado. Corro de vuelta a la ventana y observo, sin quitarme las manos de encima.

Juan Pablo camina, acompañado de otros dos amigos. Uf, esos pantalones de licra se adhieren a su piel y marcan su redondo trasero. Ahora me encuentro con una terrible urgencia de quitarme la blusa y el sostén para tocarme como se debe.

Sin darme cuenta, me muerdo el labio. Estoy desabotonándome la blusa con desesperación sin quitarle los ojos de encima. Con cada paso, me fijo más en su trasero y cómo se mueve. Estoy a nada de soltar un jadeo cuando la idea de que estoy en propiedad escolar me toma por sorpresa. Trago saliva y vuelvo a abrocharme los botones.

Mi respiración sigue entrecortada cuando recojo las hojas. Muero por volver a la ventana y admirar a Juan Pablo, pero, de repente, se me ocurre algo mejor.

Mientras camino hacia las oficinas para entregar los papeles, trato de pensar con claridad.

Si es que la suerte está de mi lado ese día, podré intentarlo.

Le dejo las copias a la vieja secretaria y le digo que iré a comer algo. Ella es muy buena conmigo así que no me pone reparos y me dice sencillamente que no tarde tanto, aunque ya no hay nada qué hacer, debo cumplir con las horas mínimas para que mi servicio tenga validez.

Cuando me doy la media vuelta para salir de ahí, sonrío. Claro que voy a comer, pero algo mejor que la comida.

Camino por los pasillos en el exterior. La escuela es tan diferente a estas horas, cuando no hay alumnos ni gritos ni ruido más que el de los pájaros de los árboles.

El sol está iluminando de un color naranja todo el piso. Estoy por llegar al campo de fútbol y noto que ya no hay absolutamente nadie. Así que Juan Pablo debe estar en el gimnasio. Me dirijo hacia allá y sigo pensando en lo que me voy a atrever a hacer.

Quizás no sea mucho, sólo voy a verlo, a tomarle algunas fotos. Voy a sentarme ahí, en una de las bancas, fingiendo que estoy escribiendo, robándome la señal de WiFi o lo que sea, con tal de tomarle fotos. Debo estar loca, puesto que hasta quisiera entrar el vestidor de los hombres y admirarlo.

Cuando llego al modesto gimnasio escolar, tomo aire. No se oye nada. Ni siquiera el dependiente que regula la entrada y te pide tu credencial de estudiante está ahí para vigilar.

Avanzo y una vez que estoy dentro, miro a mi alrededor. Maldita sea mi suerte, ¡no hay nadie! Nadie, ni una alma, ¿a dónde rayos se fueron los del equipo de fútbol?

No puedo creerlo. Me siento en una silla giratoria que está arrinconada totalmente fuera de lugar y me cruzo de brazos. Vaya que estoy molesta. Ya me había hecho tantas ilusiones...

De repente, escucho que alguien cierra una puerta al fondo. No puedo ver nada desde mi lugar. Trato de incorporarme naturalmente para no verme como una intrusa ante quien sea que venga. Pero, ni siquiera traigo ropa de deporte, sólo el uniforme y medias altas. Sí, soy una intrusa y venir aquí fue mala idea.

Me quedo atónita y casi me caigo de la silla cuando veo a Juan Pablo caminar hacia las máquinas para hacer ejercicio con nada más y nada menos que las licras que había visto antes y una camisa sin mangas que más bien parecía un trapo por lo poco que le cubría el torso.

Cruzamos miradas y yo me congelo. Él apenas esboza una sonrisa en forma de saludo y se pone a hacer su rutina.

Yo sólo estoy ahí sin poder cerrar la boca. Él me está dando la espalda y no tiene ni idea de la forma tan descarada en la que lo estoy viendo. Mm, su espalda, cada uno de sus músculos flexionándose para mí. Soy espectadora de primera fila.

Después de salir de mi trance, saco mi celular y me dispongo a tomarle un video sin parecer muy obvia. Lo consigo. Sigue dándome la espalda.

Me decido por tomarle una foto. Unas cuantas fotos y me voy, lo prometo. Trato de enfocarlo y tomármelo con  calma, pero es imposible. Estoy temblando, no dejo de mover mis piernas por lo emocionada que estoy. Pero si es un dios, está buenísimo.

Entonces, aprieto la tecla para tomar la foto.

El típico sonido de cámara se escucha como estruendo en el lugar. Más fuerte que nunca, yo me quedo inmóvil y Juan Pablo se voltea hacia mí.

Siento su mirada sobre mí, oprimiéndome, esperando una respuesta. Sus intensos ojos marrones saben lo que acabo de hacer y se ve molesto. Nos miramos por unos segundos, él enfadado y yo, temerosa.

Juan Pablo camina hacia mí lentamente. Yo me hundo en la silla sin saber ni qué decir. No puedo ni hablar ni respirar cuando está ahora justo frente a mí, mirándome desde arriba.

— ¿Es mi imaginación o me tomaste una foto? —Rompe Juan Pablo el silencio.

Noto el sudor corriendo por sus hombros y cuello. No sé por qué eso me resulta tan excitante.

—No, no, me estaba tomando una foto a mí —Repongo yo pero tartamudeo y mi voz se vuelve como la de una niña pequeña.

Juan Pablo arquea una ceja y se ve de puta madre. Abre un poco la boca, desafiante.

—Entonces, ¿puedo ver tus fotos? —Me pregunta. Claro que sabe que le tome una a él y estoy frita.

Sin que le responda, me arrebata el celular y yo me quedo ahí, sin apartar la mirada de él.

Y él ríe de pronto, mostrándome la pantalla. La foto de él está justo frente a mis ojos. Mis mejillas se colorean de rojo.

— ¿Por qué harías algo así? —Juan Pablo quiere saber.

—Perdóname —Me disculpo y me pongo de pie, pero él me avienta suavemente de regreso a la silla.

Lo miro. No puedo creer que haya hecho eso. No entiendo qué pasa. Estiro el brazo tratando de tomar mi celular pero él lo retira de mi alcance y me sonríe muy extrañamente.

—Perdón —Vuelvo a decirle—, no volveré a hacerlo. Por favor, devuélvemelo.

— ¿Así, sin más? —Me dije y se inclina sobre mí—. ¿Crees que te voy a dejar ir después de saber que quieres mi verga?

Estoy atónita. Parpadeo varias veces pero no digo nada.

—No me digas que no la quieres —Sigue él, esta vez con un tono malicioso.

—Sí —Dijo súbitamente, sonando más como un gemido.

Juan Pablo ríe, ¡oh, ríe tan sensual! Me hace ponerme de pie y me guía hacia el fondo, donde están los vestidores, él detrás de mí.

Me da una nalgada y yo sólo suelto un respingo.

—Ahora que me has distraído de mi ejercicio —Dice con voz ronca—, me vas a ayudar con otra cosa.

Justo cuando estamos por llegar al vestidor, me avienta al interior y cierra la puerta de inmediato. Es esto todo lo que soñé, pero nunca pensé que sucedería... bueno, así.

Lo miro y él camina hacia mí. Yo retrocedo y quedo acorralada entre los casilleros y sus brazos. Me observa con su potente mirada y yo no hago más que bajarla.

— ¿Te gustó lo que viste allá afuera? —Me pregunta, oliendo mi cuello.

No tengo ni fuerzas para contestar. Apenas musito un “sí” .

Él baja una mano hacia mi muslo y lo acaricia. Lo acaricia con tanto cuidado que me estremezco y la carne se me pone de gallina. Sube hacia mi entrepierna y yo no paro de temblar.

Desabotona mi blusa con una mano y con la otra sigue acorralándome, apoyándola sobre el casillero.

Sus ojos están en contacto con los míos. Su mirada no me deja en paz ni un segundo, aunque yo intente esquivarlo, me he quedado estática, dejándome llevar por todo el placer que me brindan sus caricias.

Las suaves palmas de sus manos están recorriendo cada centímetro de mi vientre desnudo cuando abre la blusa por completo. Instintivamente, empujo mis caderas hacia Juan Pablo. Él lo nota y se echa reír por lo bajo, ¡oh, pero es una risa tan sexy!

Lentamente, baja las mangas de mi blusa y las desliza por mis hombros hasta que yo dejo que caiga al suelo. Yo siento que mis mejillas en serio están a punto de explotar mientras él me sigue observando, comiéndome con la mirada, literalmente.

De haber sabido que iba a tener un encuentro así con mi amor platónico, hubiera elegido un sostén mucho más lindo, no éste, que es blanco y sin chiste alguno y sin duda me hace lucir como una niña pequeña.

De repente, sin verlo venir, Juan Pablo cambia la táctica suave por una más feroz. Me besa, así, nada más. Me besa en los labios. Se siente tan delicioso. Me muerde, me jala el labio inferior muy quedamente para después introducir su lengua y juguetear con la mía.

Yo no sé nada de esto, no sé nada acerca de besos y ahora me queda claro que él lo sabe todo.

Mi respiración se agita a medida que él le aumenta la intensidad al beso. Está acariciando mis senos con las cálidas yemas de sus dedos. No puedo ni quiero separarme de sus labios. Cada movimiento, cada roce, cada sensación me hace volverme loca.

Vuelvo a ofrecerle mis caderas, aventándolas hacia él y rozo su entrepierna profundamente. Ni siquiera me doy cuenta de que lo he hecho, hasta que Juan Pablo lanza un gemido hacia mis labios. Su aliento a menta me embriaga y yo estoy fuera de mí.

Al parecer, ese restregón lo ha alentado a seguir conmigo, porque sin esperar más, me ha desabrochado el sostén y se separa de mí para apreciarlos mejor. Así, me siento indefensa. Sólo con la falda a cuadros y calcetas altas, el torso desnudo y Juan Pablo mirándome como si fuera un trozo de carne... Sí, justo lo que quería.

Me muerdo el labio y él se quita la camisa, dejando al descubierto su abdomen, que tanto me fascina. Me quedo boquiabierta y no tengo tiempo de reaccionar cuando ya ha vuelto a la carga y se ha acercado a mí para besarme y tocarme.

Poco a poco, sus caricias son más fuertes. Puedo sentir su erección pidiendo a gritos salir del pantalón. Me da curiosidad. Besándolo, bajo la mano hacia su entrepierna y toco su miembro por encima. Sonrío entre besos. No sé hasta dónde vaya a llegar esto, pero ojalá que tenga el honor de verlo desnudo.

Y así, continúo. Frotando su miembro al mismo ritmo que lleva él. Está gimiendo, jadeando por lo bajo. Le gusta lo que estoy haciendo.

—Oh, ya —Juan Pablo dice y yo no lo entiendo, porque está hablando entre jadeos.

Antes de que yo pueda hacer algo, él se olvida de todo. Está demasiado excitado, puedo sentirlo por la forma en la que me toca tan descaradamente. Aprieta mis pezones, los lame y yo echo la cabeza hacia atrás tratando de no hacer tanto ruido.

—Desabróchame el pantalón —Me ordena y yo, sin poder pensar claramente, no hago más que obedecerla.

Me toma por el pelo y me obliga a hincarme frente a él. Lo desabrocho y lo bajo. A través de la tela de su ropa interior puedo notar su erección y se me antoja. Siento un cosquilleo en el estómago.

—Quítamelo también —Vuelve a ordenarme, esta vez, impaciente.

Presa de este juego tan repentino de órdenes y sumisión, lo hago sin tardarme. Juan Pablo vuelve a tomarme del cabello y acerca mi cabeza hacia su miembro. Es la primera vez que veo un pene en la vida real.

Muestro mi asombro cuando miro hacia arriba y me encuentro con la mirada autoritaria de Juan Pablo, que parece que está esperando lo que ya me imaginaba.

Sin darle oportunidad de decirme qué hacer, me lo meto a la boca con cuidado para no tocarlo con los dientes. Lo tomo por la base con una mano y él gime levemente. Paso mi lengua por cada pequeño rincón, sin que me falte ni uno solo. Suave, con la delicadeza que se merece, no despego mis ojos de los de él.

Juan Pablo toma mi cabeza con ambas manos ahora, siento la presión de sus dedos en mi nuca, intentando que me meta su miembro más hondo.

Logro sacarlo y paso precavidamente la punta de su pene por mis dientes, con un tacto sutil, casi inexistente.

Él echa la cabeza hacia atrás y murmura algo. No me importa saber qué fue, su simple voz tan varonil me está poniendo muy húmeda. Lo compruebo cuando llevo mi dedo a mi entrepierna.

Antes de que me incorpore, Juan Pablo me obliga a ponerme de pie violentamente, pero me gusta. Me avienta contra el casillero y vuelve a besarme. Ahora, bajo mi falda, busca el resorte de mis pantaletas y las baja.

—Estás toda mojada —Me dice entre dientes, oliéndolas y después tirándolas al piso.

Yo no sé ni qué decirle. Me vuelve a tocar sin respeto alguno, sin cuidado y eso me encanta. Como si mi cuerpo le perteneciera y yo debiera de saberlo.

En una maniobra, me toma por los glúteos y me carga. Yo rodeo su cuello con los brazos y lo beso delicadamente, pero él cambia mi plan e introduce su lengua, quitándome de la cabeza esas ideas de querer hacerlo tranquilamente.

En un roce, siento su miembro contra mis pliegues húmedos. Yo doy un respingo, entonces, él me mira.

Uf, tiene una mirada que puede fundir hasta al metal más caro.

Comienza a acomodarse en mí, listo para entrar. Yo suspiro. Es mi primera vez, ¿debería decírselo?

Mis pensamientos se interrumpen. Suelto un grito agudo al sentir su miembro desgarrándome.

Clavo las uñas en su espalda y me aferro a ella. No puedo hablar, de mi garganta sólo salen gemidos y más gemidos. Una extraña mezcla entre dolor y placer que no puedo explicar.

—Qué estrecha eres —Juan Pablo susurra en mi oreja.

Pero él sigue moviéndose dentro y fuera de mí con tranquilidad. Me estoy acostumbrado a ese vaivén rápidamente. Cada parte de Juan Pablo me hace fantasear más y volar muy alto.

Pero cambia, y ya no me permite acostumbrarme tan pronto al modificar la velocidad. Cada vez más rápido, más fuerte. Siento un dolor que va incrementando y esta vez no puedo callarlo.

—Juan Pablo, espera... —Intento decirle pero es como si le estuviera pidiendo ir  más rápido.

Él sigue. El sudor de su nuca se combina con el mío. Su olor tan excitante está matando. El dolor ya no es nada. Araño su espalda, grito como una perra en celo, no sé qué le está pasando a mi cuerpo, pero no quiero que pare.

Y siento que ya no puedo más. Encajo las uñas en su piel sin darme cuenta. Rodeo con fuerza su cintura con mis piernas. Me siento una con él, justo ahí y ahora.

—Juan...

Juan Pablo me hace poner la cara frente a la de él. Me besa apasionadamente. No puedo terminar mi frase. Sus labios aprisionan los míos y callan mis jadeos cuando llego al orgasmo.

Mis músculos aprietan su miembro y él sigue metiéndolo y sacándolo a su antojo. Repentinamente, me siento tan renovada y relajada.

Juan Pablo me baja al piso y me hace darme la vuelta. Mis piernas están temblorosas cuando me ordena ponerme a cuatro patas. Ni siquiera puedo sostenerme a mí misma en esa posición.

Siento que él levanta mi falda, dejando mi trasero al descubierto. Lo saco más, pegando mi pecho al suelo para que esté totalmente a su merced.

Escucho sus gemidos detrás de mí y pronto, siento que algo tibio cae en mi trasero y escurre por mis nalgas. Se había venido sobre mí.

Cuando escucho calma, me volteo y me encuentro con Juan Pablo sentado y un semblante relajado.

Yo sigo en la misma posición.

—Ven —Me dice, haciéndome una seña con la mano.

Me dirijo hacia él, gateando.

—No vuelvas a espiar a la gente, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —Trago saliva y miro al reloj que está colgado sobre los casilleros.

Es tardísimo. Debí haber regresado a la oficina escolar hace más de una hora y media.

Me pongo de pie de un brinco y recojo mi ropa que estaba regada en el suelo. Me agacho para recoger mis pantaletas cuando Juan Pablo ríe y yo me vuelvo hacia él.

— ¿Qué? —Le pregunto, confundida.

—Eh —Titubea, con una sonrisa pícara, se pone de pie y busca en uno de los casilleros un pañuelo—, tienes semen en las nalgas.

El color rojo de las mejillas reaparece al instante. Me muerdo el labio y me lo limpio a toda velocidad para seguir cambiándome. Juan Pablo hace lo mismo, pero yo termino antes.

—Hasta luego —Me dice él cuando yo estoy por abrir la puerta silenciosamente.

Yo no digo nada. Estoy nerviosa, apenada, estoy... loca por haber hecho esto, ¿verdad? Y ahí está él, sonriéndome como si nada y diciéndome “hasta luego”, como si nos fuéramos a volver a encontrar en algún momento.

Me asomo por la puerta y rectifico que no hay nadie. Afuera, a través de los cristales del gimnasio, noto que ya está oscureciendo.

Cierro la puerta tras de mí y me miro en uno de los grandes espejos antes de salir. Me arreglo el cabello para verme más o menos presentable. Aunque, a estas horas, ya no hay nada por hacer en la oficina. La supervisora me va a matar.

Salgo a paso rápido del gimnasio rumbo a la oficina.

*

Los meses han pasado volando. Me he comprado ropa para ir al gimnasio todos los días a eso de las seis de la tarde. Todo el mundo cree que voy a hacer ejercicio. Todos, menos Juan Pablo.

Bueno, él hace la misma rutina que yo.