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Inmovilizada

en No Consentido

Él la veía reír desde su lugar. No pretendía acercársele y entablar una conversación con ella. Sólo se conformaba con admirar su belleza, la forma en que bromeaba con sus amigos mientras sostenía en su mano una cerveza.

Javier podía notar lo risueña que era. Eran muy pocos los momentos donde ella no sonreía.

Cuántas veces se había imaginado teniéndola en sus brazos desde que la vio por primera vez en la cafetería de la escuela. Podía imaginarse tocándola, besándola… Escuchándola gemir de placer.

Era extraño que jamás se hubiera atrevido a hablarle. De haberse tratado de otra chica, seguramente hubiera intentado hacerse su amigo y después, convencerla de pasar una noche con él. De cualquier forma, Javier no tenía problemas en acercarse con las mujeres. Ellas lo encontraban atractivo.

Practicaba fútbol americano. Con una estatura de 1.80 y un cuerpo demasiado muscular, podía infundirle miedo a quien quisiera, pero curiosamente, eso les parecía lindo a las chicas. Era guapo, con un rostro agradable, ojos verdes y cabello rubio.

Pero en el caso de Paulina, era diferente. Ella lo hacía paralizarse al verla pasar y le robaba el habla. Y esa noche en especial, se veía aún más hermosa. Quizás era por el maquillaje oscuro que estaba utilizando y hacía que sus ojos resaltaran de forma distinta.

El bar al que siempre acostumbraba ir estaba lleno de gente de su universidad.  Era viernes en la noche y todos querían darse un respiro de la por fin finalizada semana de exámenes. Javier sabía de antemano que Paulina iba a estar ahí, eso influyó más que nada en que ahora él estuviera presente.

Las luces de la pista de baile se movían de un lado a otro. La música que retumbaba en sus oídos dejó de hacerlo cuando la miró más detenidamente. Pensó en lo bien que le sentaba ese vestido color verde neón que traía puesto y cómo acentuaba sus lindas curvas.

Recorrió su cuerpo con la mirada. Paulina era algo baja, pero eso no le restaba belleza. Tenía unas piernas que Javier estaba seguro a cualquiera le podrían causar un infarto, y eran más atractivas todavía cuando usaba tacones como los que tenía ahora. Su cabello castaño cayendo por su espalda, ondulado en las puntas, lo tentaban a tocarlo.

—Oye —Lo sacó de sus pensamientos la voz de uno de sus amigos, a gritos por lo fuerte que estaba la música—, deja de mirarla tanto. Tienes años ahí sentado.

Javier sonrío. Era cierto. Perdía la noción del tiempo cuando la miraba, pero no podía evitarlo. Admirarla se había convertido en una especia de hobby para él.

Eran incontables las veces que había estado fantaseando con ella. Cuántas veces se había masturbado con su imagen en la mente.

De pronto, vio cómo Paulina entraba en el torbellino de gente que había en la pista de baile.

Javier se puso de pie y la siguió. Fue en ese momento en el que se decidió a hacer lo que por tanto tiempo había pensado.

Entre humo de cigarrillos y gente tambaleándose torpemente en todas direcciones por los efectos del alcohol, Javier logró localizar a Paulina con la mirada.

Desde el otro lado de la pista, Paulina podía sentir que alguien la observaba. Miró discretamente a su alrededor, hasta que se encontró con Javier. Ella parpadeó incrédula por unos instantes y sonrió intentando ser amable. Después, continuó bailando.

Él se acercó a ella y comenzaron a bailar juntos. Javier no pudo contenerse al ver sus curvas moviéndose tan perfectamente y alzó la mano para intentar tocar sus caderas.

Paulina lo esquivó en un arrebato. Lo miró con el ceño fruncido. Él quería propasarse con ella pero no estaba dispuesta a permitírselo.

Sin necesidad de palabras, Paulina tuvo la intención de alejarse de él, pero Javier la tomó de la mano con fuerza, haciéndola acercarse. Ella trató de liberarse de su fuerte mano, pero todos sus intentos fueron inútiles.

Javier vio temor asomarse por sus castaños ojos y supo que era hora de comenzar. Miró a ambos lados, revisando que nadie se percatara de ellos.

—¡Suéltame! —La escuchó quejarse. Apenas podía distinguir sus palabras entre la música.

Él se llevó un dedo a los labios, ordenándole que guardara silencio. Paulina abrió más los ojos. Estaba visiblemente aterrada.

La jaló del brazo, llevándola fuera de la pista. Ella opuso resistencia. Hacía esfuerzos impresionantes por que la soltara, pero todo en vano. Javier era mucho más fuerte que ella y era imposible que pudiera huir.

Javier se detuvo antes de salir del bar y se acercó a ella y le susurró al oído:

—Vamos a salir de aquí, no quiero que hagas una escena.

La miró para comprobar que lo hubiera oído. Y supo que así fue cuando la vio asentir, asustada.

La hizo avanzar. El viento afuera sopló fresco sobre ellos. Javier apretaba la mano de ella con fuerza, recordándole lo que le dijo.

Caminaron hacia el estacionamiento. Paulina batallaba por no tropezarse en la acera con los tacones. Todo afuera estaba oscuro y a duras penas podía ver aunque Javier la guiara.

Sin siquiera darse cuenta de a dónde habían llegado, Javier hizo que Paulina entrara a su auto. Escuchó un portazo, después, notó que Javier se sentaba a su lado en el lugar del conductor.

Paulina intentó abrir la puerta del auto, pero él ya le había echado seguro, estropeando así su plan. Intentando defenderse, se apegó a la puerta para mantenerse alejada de él.

Javier la miró, sonriendo tranquilamente. Ella no descifraba el mensaje que esa sonrisa intentaba transmitirle. Paulina estaba muerta del miedo y él pretendía no haber hecho nada malo.

—¿Qué mierda te pasa? —Exclamó Paulina— ¡Déjame ir!

—Pensé que me iba a costar más trabajo tenerte —Contestó Javier mientras ponía en marcha el auto.

Paulina tragó saliva.

—¿De qué hablas? —Gritó— ¡Déjame ir!

Javier rio. Estaba divertido por sus griticos de desesperación.

Paulina miró por la ventana. Se estaban alejando del bar y estaban tomando un rumbo por el que nunca antes había andado.

Iban a una velocidad muy alta. Ya eran altas horas de la noche y parecía que no había ni un solo policía que estuviera haciendo su trabajo.

Javier pisaba el acelerador a fondo. Paulina se recargó en el asiento, temerosa de que pudieran chocar. Él sólo reía al ver su expresión. Parecía divertirse.

—¿A dónde vamos? —Preguntó ella, titubeando y tratando de hablar normal a pesar de que el corazón le latiera a mil por hora.

Él no contestó.

En solo cuestión de minutos, se encontraban en una calle sola y oscura, excepto por una luz de la calle que iluminaba muy nítidamente y no era suficiente.

Paulina miró en todas direcciones con la esperanza de que alguien pudiera pasar por ahí y pedir ayuda, pero supo que estaba perdida cuando Javier estacionó el auto.

—Por favor, déjame ir —Le pidió ella.

Él levantó una mano y acarició su rostro con suavidad.

—¿Por qué habría de dejarte ir, Pau?

Las lágrimas habían comenzado a brotar de sus ojos.

—¿Cómo sabes mi nombre? —Se atrevió a preguntar.

Javier pasó sus manos por sus hombros.

—Te veo todos los días en la universidad —La recorrió con la mirada. No podía aguantar más las ganas de desnudarla—. Me encantas. Siempre quise tenerte así frente a mí.

Ella lo miró sin comprender del todo. El hecho de que la estuviera mirando de una forma tan morbosa la desconcentraba de lo que le acababa de decir.

Paulina retiró las manos de Javier de ella.

—No me toques —Sus ojos estaban húmedos—, sólo déjame ir.

Al ver que no había respuesta de parte de él, intentó nuevamente abrir la puerta con desesperación. Quiso romper la manija, pero obviamente no lo lograría. Javier sólo la observaba. Lo excitaba que estuviera tan asustada.

Sin mucho esfuerzo, Javier tomó a Paulina de los hombros y la hizo girarse hacia él. Ella estaba inmovilizada. Por más que forcejeara, él tenía más fuerza y no podía oponerse.

Javier se inclinó hacia ella y besó sus labios. Paulina se resistió alejándolo con las manos.

—¡Suéltame, por favor, no me hagas nada!

Sin esperar más, la hizo pasarse al asiento trasero. Ella pataleó e intentó aferrarse al asiento delantero, pero fue inútil.

Estando él a su lado, la hizo recostarse, apretando sus muñecas contra el asiento. Se colocó sobre ella y la besó otra vez.

Paulina se oponía, meneando la cabeza mientras lloriqueaba. Intentaba levantar los brazos, pero él no se lo permitía.

Besó su cuello. Podía oler su perfume, tan suave y fresco que invadía su nariz y activaba todos sus sentidos.

Tomó las dos manos de ella con una sola, y con la otra comenzó a bajar su vestido hasta dejarla con sólo sujetador y bragas. Se veía tan exquisita con ropa interior y tacones, tendida a su merced. Besó sus pechos y se deshizo del sujetador. Sus rosados pezones se erguían incipientes.

Paulina no paraba de llorar. Le pedía una y otra vez que la dejara en paz, pero Javier sabría que sólo un loco la dejaría ir estando así.

Su miembro ya estaba haciendo presión. Bajó con rapidez sus pantalones. Estaba ansioso por estar dentro de ella.

Paseó su miembro por la entrada de los pliegues de ella, haciéndole saltar levemente.

—¡Déjame, te lo pido! —Le suplicó Paulina con la respiración agitada—. Soy virgen, no me hagas esto, por favor.

Él la miró a los ojos y sonrió malicioso. Eso era más de lo que podía pedir. Sacó del bolsillo de sus pantalones un condón y se lo colocó.

Y sin más, entró en ella. De pronto, sintió que Paulina no forcejeaba más. El dolor que sintió le había robado todas las fuerzas que tenía para luchar.

Javier la soltó y sus brazos cayeron a los lados. Las mejillas de ella se enrojecieron, cubiertas por lágrimas.

Se inclinó hacia sus labios y los besó, mientras que con una mano estimulaba su clítoris sin detener el movimiento de su miembro.

Podía sentir sus dedos humedecerse poco a poco. Su miembro se sentía apretado por lo estrecha que era.

—Eres hermosa, Paulina, eres hermosa —Repetía una y otra vez.

Ella gemía. Sentía dolor y quería quitárselo de encima, pero se sentía débil. Ya no podía patalear más. Intentó golpear su pecho, pero falló.

Su frente estaba perlada ligeramente por sudor y sus ojos le ardían de tanto haber llorado, pero parecía que eso sólo le provocaba placer a Javier.

Entonces, él se detuvo y la miró, con la respiración entrecortada.

—Ya estoy por llegar —Le avisó.

Paulina podía ver venir lo que estaba por suceder. Él acarició su mejilla y sonrió perverso.

—Te va a doler un poco, pero al final te va a gustar.

Se acomodó nuevamente entre sus piernas, e insertó su miembro con fuerza una y otra vez. Paulina gimió. Sentía que se estaba desgarrando y a él no le importaba. Continuaba entrando en ella sin piedad.

Javier gimió y poco a poco fue bajando la velocidad. Había cumplido su fantasía.

Sacó su miembro y miró a Paulina. Su corazón parecía salírsele del pecho.

Se sentó en el asiento y recobró la respiración. Paulina sólo yacía ahí, recostada y sin dejar de sollozar.

Una vez que pudo respirar normalmente, le ordenó a Paulina que se vistiera, y besó sus labios antes de decirle que bajara del auto y avanzara para dejarla atrás.