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Pon tus ojos en mí.

en Hetero: General

Su cabello castaño se alborotaba con la brisa salada que entraba por la ventana del auto. Tenía la mirada concentrada en la carretera, que parecía destellar por el brillante sol de mediodía, y a su lado derecho, una fabulosa vista al mar.

Mariana llevaba ya una hora y media conduciendo rumbo a la costa, muy alejado de la ciudad donde vivía. Su mejor amiga, Carla, la había invitado a su lujosa casa en la playa. Los padres de ésta se la habían prestado para el fin de semana ya que organizaría una fiesta con varios de sus amigos.

Cuando Carla le mandó el mensaje a Mariana para comunicarle del evento, ella aceptó de inmediato. Mariana había ido a esa casa en una o dos ocasiones, cuando eran más pequeñas, pero estaba segura de que ahora, a sus 23 años, las cosas estarían muy diferentes.

Tendría un fin de semana entero para ella, la playa y la diversión, y no quería que nada del mundo le fuera a arruinar ese momento. Estaría con varios amigos que ya conocía y además, Carla le aseguró que conocería a otros más que había invitado.

Se retiró el cabello de la cara con la mano cuando divisó el letrero que indicaba el condominio donde estaba ubicada la casa. Dio vuelta, siguiendo el camino empedrado y en menos de cinco minutos ya estaba frente a la propiedad.

Bajó del auto y, como si Carla la hubiera presentido, salió de la casa para darle la bienvenida.

—¡Si tan sólo supieras cuánta gente está por venir! —Exclamó Carla mientras ella y Mariana tomaban una cerveza en el mini bar.

—¿Cuántos?

—Perdí la cuenta —Rio.

Mariana negó con la cabeza y rio a la par.

—Te cité temprano para que me ayudaras—Empezó Carla—. Sabes que soy muy desorganizada. Todo un desastre.

Hablaron por varias horas acerca del acomodo de personas dentro de la casa. A Mariana le sorprendía que los padres de su amiga le permitieran hacer tales cosas. Habría alcohol, música y estaba la parte de la playa, la más divertida. Además, serían viernes, sábado y domingo de sólo festejar y nada más. Si Mariana hubiera pedido un permiso como tal, sus padres se lo habrían negado sin pensarlo.

Y es que ella era más tranquila que Carla. Era bonita, es cierto, pero siempre que le ponían a la rubia a su lado, con kilos de maquillaje, pasaba desapercibida. Pero si le echaban un profundo vistazo a Mariana, descubrirían que era realmente bonita, de ojos color verde oscuro y una sonrisa perfecta, además de un cuerpo curvilíneo.

Llegó la noche. Para ese entonces, ya había llegado gran parte de los invitados. Mariana casi se desmaya al ver que eran más de cien. Era muchísima gente. La playa estaba iluminada por estacas en fuego y todos estaban afuera bailando o platicando, había un buen ambiente.

Ella estaba entre un grupo de amigos que habían tenido ella y Carla cuando estaban en la preparatoria. Se estaba divirtiendo, pero Mariana pensaba que todo podía estar mejor.

Casi no escuchaba a lo que decían sus amigos. La música estaba sumamente alta y sin contar los murmullos de toda la gente.

Estaba a punto de resignarse a pasar una buena noche, cuando notó que de la casa salía un joven. Apenas pudo distinguirlo por la escasa iluminación, pero no le cupo duda de que era atractivo.

Jamás lo había visto antes. Su alta figura se paseó por la arena y saludó a casi todos los invitados, pero aún estaba lejos de ella.

Tenía cabello negro, rizado. Mariana entrecerró los ojos para poder verle mejor. Se convenció de que no lo conocía.

Sintió una inexplicable oleada de emoción cuando notó que el joven se acercaba a ella y a su grupo de amigos. Los saludó a todos, pero Mariana no podía hablar, ni siquiera sonreír. Le parecía guapísimo y no podía evitar ocultar el rubor subirle por las mejillas.

La noche transcurría. Se hacía cada vez más tarde y Mariana no podía sacarse de la cabeza al desconocido. Quería reprocharse a sí misma cuando pensó que quizás se enamoró a primera vista y que eso era una tontería.

Se hallaba sentada en la arena con otras dos amigas, con una cerveza a medio terminar en la mano, cuando escuchó la voz de Carla llamarla justo detrás de ella:

—¡Ven a bailar! —La rubia le tendió la mano, con gritos apenas audibles por la música que salía de las bocinas.

Mariana se puso de pie tomando la mano de Carla. Ésta la dirigió hacia una bola de gente que estaba bailando debajo de una amplia palapa. Mariana se sintió un tanto intimidada al ver a muchos desconocidos ya tomados y bailando ridículamente en todas partes, pero su amiga estaba igual que ellos. Imposible pedirle ayuda.

Ella no era una experta en el baile, de hecho, sus conocimientos eran demasiado básicos y se limitaba a moverse sólo de un lado al otro. Se perdía entre tantas personas. Algunos chicos se paraban a sus espaldas, muy cerca y Mariana sólo se cambiaba de lugar.

Pero no pudo seguir haciendo eso cuando se topó con él. Cuando vio su cabello negro, lo reconoció de inmediato. El mismo hombre que le había robado el aliento hace apenas unas horas. Miró sus ojos azul claro.

—Hola —Dijo él mientras se acercaba más a ella.

Mariana hacía hasta lo imposible por hacer a un lado la música mentalmente y sólo oírlo.

—Hola —Contestó sonriente.

—Arturo, ¿y tú? —Se presentó.

—Mariana.

Arturo se acercó más y colocó las manos sobre las caderas de ella.

Se estremeció al sentirlo. No sabía qué hacer. Lo veía tan seguro de sí mismo que no tuvo el valor de decirle que se separara un poco.

Así estuvieron, bailando por varias horas y charlando. Mariana descubrió que Arturo era una buena persona. Era muy gracioso y ella no paraba de reír con todas sus ocurrencias, además era guapo, pensaba Mariana, eso le daba puntos extras.

Ya eran las tres de la madrugada cuando Mariana comenzó a sentirse diferente. Ya llevaba más de 6 cervezas y la pena se había marchado, ahora, bailaba y cantaba animada. Podría decirse que por fin encajaba en todo ese alboroto. Bailaba de formas que ella, conscientemente, nunca hubiera aprobado y todo al lado de Arturo, quien le seguía la corriente.

De pronto, sintió que él la tomaba de la mano y la sacaba del gentío. Mariana no comprendía por qué se la llevaba, pero prefirió no cuestionar nada y seguir caminando.

Notó que entraban a la casa. Su alrededor daba vueltas y nada estaba claro, parecía un espejismo. Cuando volvió a darse cuenta, ya estaba dentro del baño y pudo ver la imagen de Arturo cerrando la puerta.

La mirada de Mariana le exigía una explicación de por qué estaban ahí.

Pero Arturo con respondió. Sólo caminó hacia ella y la besó. Posó una de sus manos sobre la mejilla de Mariana, la sentía cálida y suave.

Mariana no se negó ni hizo nada para evitarlo. Sus ojos se cerraron automáticamente y se dejó llevar.

Ambos sentían cómo el beso iba subiendo de intensidad. Él mordía el labio de ella con suave rudeza, tan cálido y continuo.

Arturo la tomó de las caderas y la subió al lavabo de mármol, sentándola.

Pasaba sus manos por los brazos de Mariana, apenas tocándola, provocándole a ella una sensación extraña que hacía que su piel se erizara. Él masajeaba sus hombros y bajaba hacia el antebrazo.

—Sé que no sabes qué hacer —Le dijo Arturo, a pocos centímetros de su rostro—. Yo haré todo esta vez.

Mariana lo miró y asintió con la cabeza. Iba a decir algo pero Arturo se apresuró a aprisionar sus labios de nuevo.

Sus hábiles manos comenzaron por bajar los tirantes de su blusa, de ambos lados hasta que cayera a su vientre. Prosiguió con la ropa interior, dejando asomarse los pechos de Mariana. Arturo los miró por un momento y acarició sus pezones con un cuidado increíble. Mariana observaba todos sus movimientos, al principio en silencio pero después no pudo evitar gemir levemente.

Él pasó la punta de sus dedos por el vientre de ella, hasta llegar al pequeño short de mezclilla que traía puesto. Lo desabrochó y pronto,  al igual que la blusa, ya estaban en el suelo.

Arturo la besó una vez más y metió la mano en las bragas de ella. Mariana dio un salto cuando lo sintió, pero él se apresuró a callarla con una mano sobre su boca.

Mariana sentía los dedos de él sobre sus pliegues. Apenas y los rozaba, haciéndolo todavía más erótico, hasta que él comenzó a frotar su clítoris con movimientos rítmicos, despacio.

Ella tenía los ojos muy abiertos. Arturo la miraba, esperando su reacción. El color regresaba a sus mejillas y su respiración se agitaba mientras chispazos eléctricos recorrían su columna. Sus piernas se movían como por arte de reflejos.

—Qué puta eres —Le susurró él en su oído—, lo peor es que no haces nada para evitarlo.

Mariana cerró los ojos cuando él introdujo un dedo en sus pliegues ya húmedos y lo saca y lo metía. Luego fue introduciendo más dedos, hasta llegar a los cuatro.

Arturo sentía en su mano la respiración de Mariana, incontrolada y veía una gota de sudor cayendo por su frente.

De repente, se detuvo. Mariana jadeó, insatisfecha. Levantó la mano donde se estaba apoyando sobre el lavabo, pero Arturo se lo impidió.

Mariana se sentía terrible. Él la había dejado a medio camino de la sensación más placentera del mundo. Aún con la mano sobre su boca, Arturo sonrió.

—Mírate, estás temblando.

La voz de él, tan grave y sensual, sólo conseguía que Mariana lo deseara más.

—¿Puedes seguir? —Suplicó Mariana tímidamente, debajo de su mano.

Arturo le retiró un mechón de cabello de la cara y rio.

—¿Te gustó?

Mariana asintió.

Él estaba a punto de volver a tocarla cuando se escucharon voces afuera del baño y ya no estaba el escándalo de la música. La fiesta se había acabado y el sol, tenue, se asomaba.

Habían perdido la noción del tiempo. Los invitados comenzaban a regresar a la casa, seguramente dispuestos a dormir y ya se oían los golpes en la puerta reclamando que los dejaran entrar.

Arturo miró a Mariana y pegó su boca a su oído:

—Ya hay gente que te puede escuchar —Susurraba—, será mejor que termines esto callada.

Mariana no tuvo tiempo de contestar cuando él siguió frotando frenéticamente su clítoris. Sin descanso ni pausas, Mariana sentía la necesidad de gritar y gemir. Jadeaba en silencio, con voz baja. Intentaba contenerse. Sentía que le faltaba aire.

Salió de su garganta un gemido ahogado, muy bajo, sólo audible para ellos dos.

—No grites —Dijo Arturo en voz baja—, a menos que quieras que todos sepan lo que haces en el baño de tu amiga.

Mariana volvió a callar, pero Arturo la tocaba de formas diferentes, como si la estuviera incitando a hacer ruido.

Sintió una oleada de calidez inundarla. Indescriptible. Sus músculos se contrajeron con tanta fuerza que dolió.

—Mírame mientras te corres —Ordenó.

Arturo la tomó del cabello, obligándola a mirarlo a los ojos, demandantes y extasiados por el espectáculo.

La relajación llegó a Mariana muy pronto. Se sintió algo decepcionada por la corta duración de su éxtasis, pero pensaba que había valido la pena.

Arturo la seguía observando detenidamente. Examinaba cada parte de su cuerpo, ahora muy sensible.

Volvieron a llamar a la puerta. Mariana se visitó tan rápido como pudo y acompañada de él, salieron.

Nadie les preguntó nada. Todos estaban demasiado cansados para siquiera notarse unos a otros.

Mariana ya no supo nada hasta que despertó en el cuarto de Carla, al lado de ella y otras dos de sus amigas.

Los recuerdos de la noche anterior le llegaron a la mente uno tras otro. Sonrió. Había estado con el hombre más increíble del mundo, para ella sola.

“Y en  un baño”  pensó para sí.

Mientras tomaban el desayuno, o más bien, el almuerzo, Mariana ya no lo volvió a ver.

Se llevó la sorpresa de que Arturo ya se había ido.