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Paulina. #2

en Dominación

Diego continuaba tocándola, cada vez con más velocidad. Ya le era totalmente imposible controlarse. Moría por ver los dulces ojos miel de Paulina, asustados. Prosiguió entonces a quitarle la venda y colocar nuevamente su dedo en su tibia feminidad.

Los ojos de Paulina buscaron los de Diego, pidiendo piedad. Lágrimas rodaban por sus mejillas hasta caer y romperse al piso. No dejaba de forcejear y tratar de salir de las sogas que la tenían atada con tanta fuerza, aunque cada intento resultaba fallido y la tarea se le hacía mucho más difícil con los dedos de Diego jugando con su cuerpo.

—Diego, por favor, suéltame. Te prometo que no diré nada, lo juro, por lo que más quieras suéltame.

Él acercó su rostro al de ella; estaban a tan pocos centímetros, se podía oler el miedo de ella. Su sudor le resultaba tan excitante, su cara asustada, sus ojos tan inocentes... Todo era tan sensual para él. 

—¿Que te suelte? —Diego rió recorriendo su cuerpo de arriba a abajo— Princesa, ni siquiera te he disfrutado. 

Por más que ella seguía llorando y haciendo la misma petición, Diego ya no parecía hacer caso. Se concentró en aquéllos pliegues femeninos. Blancos, suaves, nunca antes tocados por nadie. Sería el primero, eso era más de lo que podría pedir. Acarició por última vez sus labios y los abrió, examinando cada parte como si fuera una bella obra de arte. Pasó se dedo por las partes internas, hasta llegar a la entrada de su agujero, metiendo sólo la punta de su dedo.

—Mierda, Paulina, eres muy estrecha. 

Le dio un suave beso en los labios y siguió con su tarea abajo. Metió el dedo entero. En el cuerpo de Paulina hubo una sensación extraña, llena de dolor. Algo que ella jamás había experimentado, sintió como de golpe la había penetrado con el dedo, como cada membrana de su cavidad se abría dándole paso, total. Después, Diego probó con dos dedos, seprándolos para abrirla más. Paulina lanzó un gemido agudo, de verdad le estaba doliendo y más por la forma en que él lo hacia, era como si no le importara que le doliera. 

—¡Me duele! ¡Ya basta!

Diego le dio una bofetada, dejándola llorar aún más. 

Entonces comenzó a bombear con sus dedos, primero lento y después aumentó el ritmo. Diego la miró a los ojos; los tenía abiertos y llenos de lágrimas. Sin interrumpir su tarea, se acerco a su rostro y le susurró en el oído:

—No me mientas, perra, sé que te gusta. 

Poco a poco, sus dedos se cubrieron de humedad. Paulina no sabía exactamente lo que sentía, era una mezcla de dolor que se convertía en palcer a medida que pasaba el tiempo. 

La humedad le indicó a Diego que era hora de dar el siguiente paso. Retiró sus dedos, cubiertos por una fina capa de líquido transparente y los posó sobre su clítoris, dando un suave masaje circular a éste. Con su otra mano, estimulaba los pezones de Paulina, que ya estaban duros. 

Así estuvo durante varios minutos. No notó que ella ya había dejado de llorar, porque su concentración fue cortada al escuchar a Paulina dar un grito de placer al tiempo que sus piernas y brazos se contraían varias veces. Había logrado llevarla al orgasmo. Diego cesó de su movimiento al ver como se iban relajando sus extremidades y ella terminaba con su respiración agitada y líquido saliendo por sus húmedos pliegues. 

El miembro de él ya estaba erecto por completo, y más aún después de haber visto una escena como esa. El grito de ella había sido sumamente sexy para sus oídos, lo incitaba a hacer todavía más. 

Se sacó la ropa hasta quedar desnudo y se colocó encima de ella. Besó su cuello con sensualidad, y lo más curioso es que Paulina ya no había puesto resistencia, de hecho, le dejó paso abierto para que la besara. 

La respiración de ambos era entrecortada, Diego ya no contralaba sus ganas y daba rienda suelta a sus deseos. Mordió sus labios salvajemente, metió su lengua tocando la de ella y después bajó hacia sus senos. Marcaba círculos al rededor de sus pezones, los succionaba haciéndola dar lever gemidos con los ojos cerrados. Tenía sus manos posadas en las anchas caderas de Paulina, recorriéndolas una y otra vez, eran tan lisas y suaves. 

Frotó su miembro contra el de ella, con fuerza. Paulina elevaba sus caderas, haciendo el roce todavía más excitante.

Y sin pensarlo ddos veces, Diego ensartó su miembro en la caliente feminidad de ella. No le importaba nada, sólo quería darse placer, satisfacer sus fantasías y por fin lo estaba logrando. 

Lo sacaba y metía rápidamente, con fuerza. Eran embestidas salvajes y si alguien más los viera diría que vulgares. Ignoraba los gritos de Paulina, que le rogaban que se detuviera. Se quejaba de que la estaba lastimando, pero eso a él era lo que menos le importaba. Sentir algo tan apretado tocando su miembro era divino. 

Paulina movía su cuerpo entero hacia todos lados, intentando hacer algo para quitárselo de encima. Diego seguía, hasta que por fin terminó, eyaculando dentro de ella.

Retiró su pene y se quedó recostado a un lado recuperando el aliento.