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en Amor filial

La familia de Roger Lowell era simplemente la peor en la que pudo haber nacido, pensaba él.

Además de ser quejumbrosos y recatados, cada una de sus fibras eran cien por ciento cristianas, cosa que Roger odiaba.

Siempre tenía esa sensación de no pertenecer ahí, de no encajar, desde que tenía 17 años, y ahora a los 20 estaba convencido de que ese no era su lugar. Él no creía en ninguna de las palabras que decían en la iglesia, a la cual iba más a fuerzas que por ganas todos los domingos.

Anhelaba el día en que pudiera salir de esa casa y no volver jamás.

—¡Roger! —Gritó su madre desde la planta baja.

Él no contestó, pero ella insistía y le pidió que bajara. Después escuchó la voz de su padre que también lo llamaba. No tuvo más remedio que ceder.

Cuando llegó a la planta baja, lo primero que escuchó fue a su hermanita exclamar con una sonrisa:

—¡Vienen los primos de Escocia!

Roger no mostró asombro.

—Acaban de llegar al aeropuerto —Mencionó su madre, con el teléfono en la mano, mirando a su marido y a Roger—. Nos invitaron a cenar hoy.

—Es viernes, estoy ocupado —Se apresuró a contestar Roger, pasándose una mano por la rubia cabellera.

Su padre lo miró, severo.

—Irás —Ordenó él—. Hace mucho que no los vemos, además, irán tus tíos y abuelos de aquí. Sería una grosería faltar.

—¿Una grosería? Ni siquiera me acuerdo de ellos.

Y era verdad. Roger no los recordaba en lo absoluto. Sabía que tenía primos y tíos en Escocia, pero sólo conocía a los que vivían en su ciudad. Nada de extranjeros.

—Roger, tu padre dijo que irás.

Puso los ojos en blanco y subió las escaleras con rapidez hacia su habitación.

—¡A las 7 salimos! —Gritó su madre.

Desde pequeño Roger pasaba prácticamente todos los días con sus amigos. Estar cerca de sus padres lo hacía sentir enfermo. No quería conocer a esos extraños familiares, pero debía hacerlo si no quería problemas con ellos.

*

—¿Ya estamos todos listos? —Preguntó su padre.

—¡Rog… —Iba a gritar su madre, pero Roger llegó bajando las escaleras.

Se acomodó la corbata azul marino que hacía resaltar sus ojos verdes y cruzó la puerta antes que todos rumbo al auto. Deseaba que esto terminara pronto.

Los cuatro estaban vestidos formalmente. Su hermana le había informado que sería algo de rigurosa etiqueta, además de que asistiría toda su familia. Y vaya que su familia era numerosa.

El auto pasó frente a un salón y su padre les indicó que ahí se llevaría a cabo la cena. Roger estaba impresionado, ya que la renta de ese salón era sumamente caro. No conocía a nadie que pudiera pagar una noche allí.

Cuando ingresaron, notó que no sólo estaban sus familiares de la ciudad, sino muchos otros que hace años que no veía de otros países y localidades.

Roger pronto se hartó de saludar tanta gente y se sentó en uno de los blancos sillones lounge. Demasiadas personas juntas, no lo soportaba.

Se deleitó con el salón. Era enorme. Tenía un jardín en el que estaba seguro se podría jugar un buen partido de fútbol y una pista de baile impresionante. Además, en el fondo del jardín, había una cabañita sumergida entre algunas palmeras enanas.

—¿Roger? —Escuchó una voz sobre él.

Se volvió hacia el sonido y no reconoció a la mujer que lo saludaba. Tendría la edad de su madre y venía acompañada de una joven pelirroja.

Roger se puso de pie y sonrió.

—¡Dios mío! —Exclamó la mujer admirada— ¡Cuánto has crecido! Impresionante.

Él sólo sonreía de lado, como acostumbraba hacer siempre que conocía a alguien porque el ángulo le sentaba bien. Era un muchacho atractivo y muchas chicas en la universidad morían por él.

La mujer se había presentado como su tía. Por fin conocía a quién venía de Escocia. Después, empujó con suavidad a la chica pelirroja hacia adelante y la presentó.

—Ella es tu prima Peri, quizás no la recuerdes. ¡Eran muy pequeños cuando vinimos por última vez!

Peri no miraba a Roger directamente a los ojos. Mantenía una postura tímida y lo único que pudo pensar fue que Peri era otra de esas chicas idiotas que no hablaban.

Su tía les indicó una mesa que estaba repleta de jóvenes de su misma edad. Estaba en el otro extremo del área donde estaban los adultos, cruzando la pista de baile que estaba en el centro.

Parlotearon por unos minutos más y después Peri y Roger se encaminaron a la mesa. No hablaron en el trayecto, pero él se sentía incómodo.

En la mesa reconoció a algunos de sus primos y conoció a otros nuevos, que, él tuvo que aceptar, le simpatizaron.

Iban adentrándose en la noche y Roger, por primera vez, se sentía feliz con su familia. Estaba riendo con uno de sus primos cuando notó una cabellera anaranjada brillante en el otro extremo de donde él estaba sentado.

Era Peri. Se sorprendió cuando la vio fumando y tenía otra actitud, nada parecida a la que tenía cuando su madre la presentó.

Parloteaba con otros de sus primos y parecía ser el centro de atención, porque éstos reían con cada coda que salía de la boca de Peri.

Roger la miró bien. Era muy guapa. Con el cabello suelto en lugar de ese complicado chongo, se veía bien. Tenía ojos color azul y labios carnosos, algunas pecas salpicadas en el puente de su nariz.

Peri y él cruzaron miradas. Las últimas fueron de complicidad.

Ella se levantó de su asiento y se sentó al lado de Roger.

—¿Cómo la estás pasando? —Tenía que gritar por el fuerte sonido de la música de la pista de baile, donde todos los adultos y algunos jóvenes bailaban.

—Bien, ¿y tú? —Sonrió.

—¿La verdad? —Ladeó la cabeza— Aburrida.

—Yo te veo muy divertida —Admitió Roger mientras le daba un sorbo al vino.

Peri rio y Roger descubrió que tenía una sonrisa encantadora.

—Nada de eso.

—No eres la misma que conocí hace rato.

—¿Con mi madre? —Se llevó el cigarro a la boca.

Él asintió.

—Hay que tener vida privada.

Peri sonrió y luego miró hacia la pista de baile. Nadie podía distinguir nada desde ahí hacia la mesa donde se hallaban sentados, por las espesas nubes de humo y seguramente más de uno ya estaría tomado.

—Así que —Roger se acercó a ella—, vida privada…

—Una madre no debe saber todo de ti—Le guiñó un ojo.

—Ya veo.

Él se estremeció cuando sintió la mano de ella sobre su pierna. Miró de reojo para asegurarse de que nadie los estaba viendo, pero se encontraban solos en la mesa.

Roger llevó su mano al hombro de Peri y lo acarició con suavidad. Su piel era suave y tersa. Parecía de porcelana, era muy blanca.

—Vamos a hacer algo para no aburrirnos —Ordenaba Peri más que proponer.

Lo tomó de la mano y lo guio hacia la cabañita que estaba escondida en el jardín. Roger sabía perfectamente lo que ocurriría. Todo estaba oscuro allá, así que nadie tenía manera de verlos.

La veía desde atrás mientras la luz se lo permitía. Quién sabe si ya era el efecto de la bebida, pero Peri le pareció hermosa. Su trasero se movía de un lado a otro a la par que sus gruesas caderas, que subían en una delgada cintura, y el vestido blanco que traía puesto le sentaba muy bien.

—¿Podemos entrar? —Preguntó Roger cuando estaban frente a la puerta.

—Por la ventana —Peri ya estaba intentando escalar la pared de madera, intentando entrar.

Roger le dio un empujón colocando su mano en su trasero. Claro que pudo haberla ayudado de otra manera, pero no se resistió. Después, entró él.

Dentro de la cabaña, sólo se oía el retumbar de la música en un volumen muy alto. No había otra luz más que la de la luna que se colaba por un domo del techo, pero era suficiente para poder distinguir las figuras de ambos.

Peri se acercó a Roger y acarició su rostro. Su loción fresca la embriagaba. Pasó sus dedos ligeramente por sobre su pecho a la vez que él tocaba la cadera de ella.

Él aprisionó los labios de Peri. Los sentía tan suaves, como seda, que en ese instante supo que sería difícil separarse de ellos.

Bajó el cierre del vestido de ella desde la espalda, dejándolo caer por su curvilíneo cuerpo. Peri desabotonó la camisa de él un tanto desesperada, dejando al descubierto su pecho y después, su abdomen que estaba ligeramente marcado.

El beso iba subiendo la intensidad cada vez más. Roger tentó un sillón detrás de Peri y la acercó a él, haciéndola recostarse.

Él se apresuró a quitarse el cinturón y bajarse los pantalones mientras ella se quitaba los tacones con los pies y se deshacía completamente del vestido.

La piel de Peri se comenzaba a sensibilizar y cada roce de Roger la deleitaba. Él besó su cuello y le retiró el sostén. Recorrió su abdomen con la boca hasta quitarle las bragas.

Peri le quitó los bóxers a Roger y palpó el miembro erecto de éste.

Lo acarició de arriba hacia abajo y lo introdujo en su boca. Roger echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Pasó los dedos entre la cabellera de Peri, quien gimoteaba.

Él decidió que era suficiente, cuando hizo que Peri se acostara boca arriba en el sofá.

Introdujo su miembro en los pliegues de ella, húmedos y cálidos. Lo metía y sacaba con lentitud.

—Roger… —Susurró ella.

Los gemidos de Peri inundaban el lugar. Le resultaba tan erótico, en la oscuridad, con una extraña pronunciando su nombre.

Roger aumentó la velocidad, con las manos en los pechos de Peri, erectos contra sus palmas.

Peri gritaba sensualmente. Gritaba su nombre una y otra vez.

Roger llevó una de sus manos al interior de los pliegues femeninos, tocando su clítoris. Lo estímulo con rapidez haciendo pequeños círculos.

Sentía las piernas de Peri a su alrededor, haciendo presión contra su torso, la única señal que tenía de que estaba a punto de llegar al orgasmo.

—¿Qué haría… tu madre… si se enterara de lo que estás haciendo, linda? —Habló Roger entrecortado.

—Roger... —Seguía gritando ella, ejerciendo más presión con sus piernas.

Roger se detuvo en seco y la miró.

Peri tenía la respiración agitada.

—¿Qué pasa? —Preguntó ella— ¿Por qué te detienes?

—¿Estabas por llegar?

—Sí.

Él río.

—Eres una zorra.

Ella lo miraba, comprendiendo su juego.

—Eres mi zorra —Continuó él.

—Sigue, Roger.

—¿Qué debes decir?

—¡Soy tu zorra! —Gritó impaciente.

Él continuó con lo que estaba haciendo, pero con más intensidad.

Peri no cesaba de gemir. Enterraba las uñas en el sofá y respiraba agitada.

—Roger… —Murmuró ella una vez más.

—Más fuerte. —Habló él entre dientes.

El sudor recorría la espalda de ella.

—¡Roger!

Lo atrajo hacia ella, arañando su espalda con las uñas. Lo apretó contra ella con fuerza. Él sentía su pecho contra el suyo subir y bajar.

Peri estaba a punto de decir algo, pero Roger la acalló con sus labios.

Mordió su labio inferior y lo jaló levemente hacia él. Ella sonreía y procedió a ponerse en el suelo, tomando nuevamente el miembro de él.

Lo hizo rebotar varias veces contra sus labios. Lo lamió con esmero y ahuecó sus testículos.

Roger mantenía la mirada fija en ella, hasta que supo que no podría contenerse más y echó la cabeza hacia atrás.

Estaba seguro de que recibiría alguna queja de parte de Peri por no haberle avisado que se había venido, pero ocurrió todo lo contrario; ella se lo estaba tragando.

Roger la miraba mientras se ponía los tacones de vuelta. Realmente era maravillosa. Había estado en la cama con otras chicas, pero ninguna se podría comparar con Peri.

Ésta le sonrió una vez que estuvo lista y volvieron a salir de la cabaña rumbo a la fiesta.

Él se sintió aliviado al ver que nadie había notado su ausencia. Había vivido la mejor aventura de su vida.

Pasaron unas horas más charlando y bailando, cuando la fiesta terminó a altas horas de la madrugada.

Se despidió de todos con mucho entusiasmo, pero ya no pudo localizar a Peri.

—¡Estoy cansadísima! —Dijo su madre, ya en el auto de regreso a casa.

—Yo igual —Dijo su padre—, gracias a Dios que mañana es sábado.

—¿Dónde estuviste toda la noche, Roger? —Inquirió su hermana en voz baja.

—Bailando.

—¿Cómo era la cabaña por dentro, Roger? —Insistía su hermana con una sonrisa maliciosa.

—No sé de qué hablas.

—Espero que a Peri le haya gustado también la decoración de la cabaña.

Se quedó helado.