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Casi descubiertos.

en Hetero: General

Alex me ha invitado a su casa. Desde que se rompió la pierna jugando fútbol, tiene que mantenerse en reposo por un lapso de tiempo que siempre me repite y yo siempre olvido.

Bebidas, papas fritas, almohadas y el control de la TV es lo único que necesitamos cuando estamos en el sillón de piel café oscuro de su sala. Nuestros viernes han sido así desde su accidente. Acostumbrábamos salir al cine o a algún bar para pasar el fin de semana, pero ahora a Alex y a mí nos ha dado por quedarnos en casa viendo películas.

Y sí, sólo eso. Cuando nos hartamos de las películas, cambiamos a las series y así sucesivamente.

Llego con un tazón lleno de palomitas de maíz y lo coloco sobre la mesa frente al sillón, cuando escucho los taconazos firmes tan característicos de su madre, bajando la escalera.

Yo tomo asiento al lado de Alex, quien tiene su pierna lastimada extendida.

—Ya me voy, niños —Dice la señora, mientras se coloca los aretes, con la cartera de diseñador bajo el brazo y una carpeta entre éstos.

—Bye, mamá —Se despide Alex con su voz ronca y rasposa.

—Adiós, señora —Sigo yo, regalándole una sonrisa.

—No tardo, sólo iré a entregar esto —Nos avisa la guapa señora, de quien Alex heredó el cabello castaño claro—. Tu hermana está dormida arriba. Está tomando la siesta.

Melany, la hermanita menor de Alex que apenas tenía un año y era la niña más tranquila que jamás conocí. Prácticamente, se la pasaba durmiendo.

La madre de Alex se despidió de lejos, tomando las llaves del auto. Ya no nos decía el típico “pórtense bien”, pues, como dije, tenemos ya varios viernes reuniéndonos para ver películas.

Además, la señora piensa que es lindo de mi parte venir a pasar tiempo con él para que no se aburra. Ella prefiere que se quede en casa, porque, antes de que Alex se fracturara, salía muchísimo a todos lados. Un poco de calma no le viene mal a nadie.

Cerrando la puerta tras de sí, quedamos en la enorme casa sólo Melany, Alex y yo. Aunque, no sé si Melany cuente.

Casi no hay ruido. Apenas prendo la TV se interrumpe la calma. Ni Alex ni yo hablamos mientras busco con el control alguna buena película para ver en Netflix.

Y admito que me encanta estar en su casa, porque su familia tiene una pantalla plana gigante y, ¡una cuenta de Netflix! Siempre prometo que con mi próxima paga adquiriré una membresía, pero eso queda sólo en promesas.

—Esa —Dice Alex, interrumpiendo mi paseo virtual por las películas—. Quiero ver esa.

—Está bien.

Sin más, oprimo varias veces el botón y la película comienza.

Alex acomoda la cabeza sobre mi hombro y me rodea con el brazo.

Siempre hace eso, pero, por alguna extraña razón, algo dentro de mí se alarma.

Apoyo mi cabeza contra la suya suavemente y puedo oler su cabello, que despide un olor riquísimo. Yo diría que es champú Ego. Su mejilla suave y caliente toca mi hombro y hoy más que nunca, se siente muy vívido.

Pasados unos diez minutos, siento el dedo pulgar de Alex acariciando mi brazo de arriba hacia abajo, en líneas cortas. Él continúa así, dejándome pensando en qué es lo que está pasando, cuando levanta la cabeza hacia mí y me mira.

Yo le sonrío cuando él lo hace. Sus ojos color verde oscuro y sus labios delgados que dejan al descubierto su sonrisa con frenillos me tocan lo más profundo del alma.

¡Y ese par de cejas negras y pobladas! Simplemente me quitan el aliento. No podría tener un novio más guapo que él.

Entonces, pasa su mano por mi cuello hacia mi nuca y me sujeta delicadamente. Me contempla por unos segundos. Estoy temblando de la emoción. Su mirada sobre la mía, mirándome con tanto cariño y a la vez, deseo, me pone inquieta.

Ladea la cabeza y la acerca a la mía, como deslizándose por el aire. Yo no opongo resistencia y me dejo llevar. Me aproximo a él y lo beso. Sus labios chocan con los míos. Pasea su lengua por todos los lados de mi boca, con sutileza, como si besar fuera un verdadero arte y Alex fuera un experto.

Acaricia mi nuca. No me suelta. Yo le echo los brazos sobre sus hombros y me apego más a él. Nuestras narices chocan. Uf, parece que estoy probando el paraíso. Sus labios son suaves y exquisitos, y sus movimientos, son la cereza del pastel.

Noto cómo su respiración se va acelerando a medida que nos besamos. No lo culpo, puesto que yo me encuentro en la misma situación.

De repente, sin siquiera meditarlo, pongo una pierna encima de él y lo rodeo con ésta, acercándolo más hacia mí.

Alex se separa unos instantes y me ve. Sonríe con placer. No despega sus ojos de los míos cuando toca mi espalda. Siento cómo una explosión de color se extiende por debajo de mis mejillas pálidas en el momento en el que mete la mano en mi pantalón.

Yo arqueó las cejas. Él sólo sonríe. Estoy complacida. Alex frota con las yemas de los dedos y mi espalda baja y llega al inicio de mi trasero. Mis pezones comienzas a ponerse erectos con cada roce.

Se muerde el labio al sentir cómo quiero acercarme más. Me desabrocho el pantalón y lo bajo poco a poco, sintiendo que le estoy dando un espectáculo. Él se está relamiendo.

Por fin, dejo al descubierto mis piernas blancas como el papel. Yo siempre he dicho que me hace falta tomar el sol, a comparación de Alex, que mantiene un atractivo color bronceado.

Mis pantaletas blancas dejan muy en claro que yo no estaba contemplando este encuentro.

Entonces, Alex intenta ponerse encima de mí, mirándome como si me fuera a devorar, pero la pierna le impide moverse con agilidad.

Decido que es mi turno de ayudarle y lo hago recargarse en el costado del sillón, colocándome sobre él.

Beso sus labios e introduzco mi lengua. Lamo todos y cada uno de los rincones de su boca. Sin darme cuenta, lo estoy besando fogosamente y soy yo quien lleva el control. Su lengua bailando con la mía, entrelazándose, descubriéndose y conociéndose (por millonésima vez). Es tan placentero que sólo consigue excitarme más.

Alex estampa sus manos sobre mi trasero y lo empuja hacia su entrepierna. Yo no me opongo, claro está. Al contrario, empiezo a restregar la mía contra la suya con un movimiento de caderas continuado y fundido.

Entonces, me propongo a atacar su cuello cuando siento su erección aprisionada en su pantalón.

Muerdo y lamo, como si su cuello me perteneciera totalmente. Succiono su delicada piel cuando Alex suelta un gemido bajo en mi oreja.

Gime tan delicioso. Me encanta escucharlo excitado.

Sin quitarme de encima, Alex se desabrocha el pantalón y yo le ayudo a quitárselo. Batallo un poco al llegar a la parte del yeso, pero lo logramos.

Sus bóxers de licra dejan ver un bulto que se me antoja en verdad. Me quito la camisa lentamente y Alex no hace más que observarme. Se relame cuando mi torso queda completamente desnudo.

Mis pezones rosados se erizan y Alex sube las manos para tocarlos y pellizcarlos mientras yo acaricio su miembro por encima de la tela. Está durísimo y siento que mi entrepierna palpita por tenerlo dentro.

—Ven —Me dice Alex con la riquísima voz que enseña su excitación, tomándome por la espalda y haciendo que me incline sobre él.

Pega su boca a mis senos y los lame. Puedo sentir su lengua húmeda y tibia recorriendo cada centímetro de mis pezones. Echo la cabeza hacia atrás. Se siente delicioso. Yo sigo moviéndome sobre él.

Primero, lanzo jadeos suaves, intentando controlarme, pero después me resulta imposible.

Alex muerde mi pezón ligeramente. Yo encajo las uñas en su hombro al sentir esa enorme descarga eléctrica en mi columna vertebral.

Él empieza a quitarse el bóxer sin soltar mis pechos. Finalmente y con un poco de mi ayuda, lo logra. Ahora puedo ver su miembro con claridad.

Lo había visto algunas veces, pero parecía que esta iba a ser mi primera vez, por lo menos con él.

Toma su miembro con la mano y pasa la punta varias veces por mis pliegues húmedos. Mis pantaletas están mojadas. Alex no aparta la vista de mi entrepierna.

Cuando yo comienzo a quitármelas, él me detiene.

—Yo te las quito.

Alex me hace dar la vuelta. Siento que mis mejillas están a punto de explotar y que mis piernas tiemblan.

Él baja el resorte por mi trasero hasta mis rodillas. Se queda en silencio un segundo y empieza a acariciarme suavemente.

—Acércate más —Me dice, aunque eso último lo escucho más como una demanda.

Ni siquiera me deja contestar o hacer algo, cuando Alex me roma fuertemente por los muslos y me jala hacia él. Mis rodillas se deslizan sobre la piel del sillón, haciendo un estruendo.

Es ahí cuando siento algo en mi vagina. Algo tan delicioso que mi primera reacción es gemir como una cerda sin control alguno.

Alex está pasando su lengua por mis pliegues húmedos. Yo dejo caer mi torso sobre sus piernas, ofreciéndomele completamente.

Siento cómo sus manos abren mi trasero y empieza a penetrarme con un dedo y a la vez, me estimula con su lengua.

Yo no puedo dejar de gemir. Mis caderas se tensan.

Entonces, noto que su miembro queda justo a mi alcance. No consigo evitarlo, cuando ya lo estoy introduciendo en mi boca húmeda. Lo lamo, lo lleno de lengüetazos y saliva, como si fuera una paleta que me encanta probar.

Lo acaricio de arriba hacia abajo, con mi mano sujetándolo. Rápidamente, sin darle descanso. Lamo la cabeza y vuelvo a metérmelo mientras Alex sigue dándome el mejor oral del universo.

Alex procede a introducir un dedo en mi ano. Lo hace con paciencia y lentitud para no lastimarme. Yo sigo lamiendo como si mi vida dependiera de eso. Hasta ese momento, estaba concentrada.

Pero él mete por completo su dedo en mi apretado agujero. Jadeo con algo de incomodidad, pero Alex sigue succionando cada una de mis terminaciones nerviosas y termina, poco a poco, por agradarme.

Una vez que me sentí cómoda nuevamente, pasé mi lengua a lo largo de su miembro, venoso y grande, ahuecándole los testículos con la otra mano.

Repentinamente, sentí que una oleada de calor y emoción se apoderaba de mí. Algo dentro de mí iba a salir disparado. La lengua de Alex y sus movimientos tan complejos me iban a hacer perder el conocimiento.

Y ya no puedo más. Todo mi cuerpo se tensa. Esa tensión sale disparada de mí acompañada de un grito.

Alex me tira del cabello. Echo la cabeza hacia atrás. Encajo las uñas en su piel, aprieto el trasero contra su cara, y mis músculos se relajan poco a poco.

Sin esperar a que yo me recupere, Alex me empuja hacia su miembro.

—Chúpamela —Me ordena inmediatamente.

Ya no estoy en mis cinco sentidos, así que sólo lo hago. Él sube y baja sus caderas, penetrando mi boca sin descanso.

Me da nalgadas y limpia mi humedad con los dedos. Estoy demasiado sensible.

Alex resopla. Lo siento, y, no desprevenida, se viene mi boca.

Lo trago todo. Me atraganto un poco pero lo logro. Su semen me escurre por las comisuras de los labios cuando me volteo.

Me limpio con el dorso de la mano y termino de lamerlo. Alex se ve agotado y yo estoy igual.

Suelto un suspiro y me acuesto a su lado, entrelazando nuestras piernas. Él mira hacia su pierna y yo hago lo mismo. Alex ríe. No tardo en darme cuenta de que lo ensucié con mi humedad.

Mi sonrojo sube a niveles insuperables. Me siento exhausta, pero aun así logro sacar fuerzas para soltar una sonora carcajada.

Alex hunde sus dedos en mi cabello, suspirando. Poco a poco, sin perder la calma, baja la mano hacia mis húmedos y adoloridos pliegues. Yo le permito tocarme. Tranquilamente, masajea mi clítoris en forma circular. Un movimiento tras otro, haciendo que me acelere otra vez.

Me besa. Vuelvo a sentirme excitada casi de inmediato, cuando un sonido que viene desde arriba nos desconcierta. El llanto de un bebé. Melany está llorando, y, por si eso fuera poco, la puerta automática del garaje está comenzando a abrirse. Puedo ver la camioneta de la madre de Alex aproximarse.

Ambos damos un brinco. Siento que el corazón se detiene del susto. Alex mira a ambos lados, tratando de alcanzar con la mano el pantalón que está hasta el otro extremo del mueble.

A la velocidad de la luz, me pongo el sostén sin asegurar muy bien los ganchos. Me pongo la blusa y el pantalón y cuando miro a Alex, él sigue batallando con ponerse el pantalón.

Escucho la alarma del coche. Su madre se aproxima a la puerta. Entre los lloriqueos de Melany, la excitación que seguía sintiendo y la presión de no ser descubiertos, no sé qué hacer, hasta que mi cerebro decide reaccionar.

—Métete al baño —Le ordeno a Alex, ayudándole a ponerse de pie y alcanzándole sus muletas—. Cámbiate ahí e iré a ver a Melany.

Alex no contesta, sólo obedece con una mirada pícara en sus ojos. Se mete al baño y, antes de cerrar la puerta, toca mi entrepierna.

Tomo aire. Tiemblo. Estoy por subir las escaleras en tiempo récord cuando la madre de él entra.

Me atrapa poniendo un pie sobre el primer escalón.

—Viviana —Me saluda con una sonrisa.

Apenas se percata de los llantos. Yo no puedo dejar de pensar en lo que acaba de pasar con Alex.

—Señora, qué bueno que llega —Digo, tratando de sonar lo más normal posible, aunque mi clítoris estuviera palpitando de placer—. Iba a revisar qué le pasa a Melany.

—¿Dónde está Alex? —Indaga ella, dirigiéndose hacia las escaleras.

Mientras las sube, yo me recargo en la pared, sintiéndome aliviada de que no notara nada raro, pero las imágenes del enorme miembro de mi novio siguen en mi mente.

—En... —Respiro profundamente, queriendo controlarme—, el baño. Está en el baño.

La señora me mira un poco confundida, pero logra sonreírme y sube a la recámara de la niña.

En eso, Alex sale y me sonríe, desplazándose hacia el sillón nuevamente con total calma.

Yo lo miro desde mi lugar en la pared. Me muerdo el labio. Ambos sabemos que ya no podrá hacer nada para quitarme las ganas.

—Puedes usar el baño —Me dice descaradamente, guiñándome un ojo—, pero no hagas ruido.