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Una enfermera virgen en el hospital

en No Consentido

Un nuevo relato en la línea de los que suelo escribir, esta vez transcurre en un hospital. Espero que lo disfruten tanto como yo he disfrutado escribiéndolo.

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Noemí estaba bastante ilusionada. Tras pasar el periodo fatídico de exámenes en la universidad, por fin empezaban sus prácticas en el hospital. Al fin y al cabo, eso es lo que da sentido a la enfermería, y no tantos apuntes, pensaba ella.

La habían destinado además a uno de los hospitales más grandes de la provincia, lo cual era genial porque podría aprender muchísimas más cosas que en un ambulatorio. El día que empezó estaba nerviosa porque sentía que le desbordaban tantas plantas y tantos protocolos, pero le asignaron a una enfermera jefa, detrás de la cual tenía que ir como una lapa durante las primeras semanas. Su superiora era muy amable y desde el principio empezó a integrarla con el resto del personal y a darla a conocer a los pacientes, y al de pocos días dejó que la jovencita Noemí  comenzara a hacer algunas prácticas de cuidados por sí misma.

Noemí no se podía creer la suerte que estaba teniendo, comparada con otras amigas de carrera que estaban muy perdidas o que tenían jefas que no eran tan amables. Noemí disfrutaba con cada paso que daba entre las plantas, realmente iban a ser unas prácticas muy enriquecedoras.

El trato con el paciente aún le costaba un poco a la primeriza Noemí. Ella intentaba ser amable, pero aún le faltaba desarrollar esa conexión especial enfermera-paciente que su jefa sabía hacer tan bien. Por tanto, muchas veces la opinión que de ella tenían los enfermos es que era una chica que venía y se iba sin más, aunque hacía bien su trabajo. También entendían que era normal que la chica aún se estuviese acostumbrando al ambiente del hospital.

Como cada día recorría las mismas habitaciones que tutelada la enfermera jefa, Noemí acabó por conocer a cada uno de los enfermos y se aprendió el recorrido. Sabía que a primera hora siempre tocaba pasar por la habitación 307, que compartían un par de ancianos encamados y llevaban tanto tiempo ahí que ya eran buenos amigos. Sus nombres eran Pedro y Jorge, a los cuales la enfermera jefa solía llamar en broma los ‘viejos verdes’.

La enfermera jefe los llamaba así porque había visto escondidas algunas revistas porno en la habitación y sabía por otras enfermeras que se hacían pajas por el semen que dejaban en su ropa interior. No es que fuese algo exclusivo de estos pacientes masculinos, pero a su edad era curioso que tuviesen tanto fervor por el sexo, rondarían ya casi los 75 y su aspecto era muy decrépito.

De hecho, el día que entró la enfermera jefe acompañada por la pequeña Noemí, el efecto que se produjo en los viejos verdes fue notable. En cuanto vieron aparecer a una jovencita se quedaron perplejos, hacía tiempo que no veían a una hembrita de carne y hueso, demasiado tiempo entre fotos de revistas pornográficas.

Y la verdad es que Noemí, todo sea dicho, llamaba la atención. Era una preciosa de 1,77 m de altura, delgadita ella, con muchas curvas. Aunque el uniforme de enfermera no fuese especialmente llamativo,  ya permitía ver asomar los atributos de su cuerpo. Se intuían unos buenos melones de mujer, unas grandes tetas que arqueaban el vestido por la parte delantera y un culito bien hinchado y duro por detrás. La parte de las piernas que se podía ver mostraba que estaban depiladas y eran muy estilizadas.  Aparte era fácil ver la melenita rubia y rizada brillante que le caía por la espalda, unos ojos azules claros preciosos como dos joyas y una boquita estrechita de fresa en una cara blanquita y angelical como de niña. La enfermerita en prácticas Noemí era como una diosa de cuerpo despampanante y carita dulce envuelta en un uniforme blanco.

Por eso, la mera aparición de la joven practicante provocó en ambos viejos que sus casi muertos miembros viriles despegasen y se pusiesen firmes, situación que no pasó inadvertida a la jefa pero que Noemí ignoró porque estaba reconociendo la estancia. Los viejos se miraron incrédulos  y complacientes, Noemí encendió su deseo durante lo poco que estuvo allí ese primer día. Intentaron hablar con ella, pero la enfermerita aún tenía mucha vergüenza al ser su primer día y sólo se presentó formalmente.

Cuando Noemí salió del cuarto con la jefa, ambos viejos empezaron a hablar como locos. Qué vaya niña, qué pivón, has visto sus pechos por debajo de la tela, cómo debe chuparla… No necesitaron revistas ese día, sacaron sus pollas que parecían haber revivido de verdad, no como cuando veían a chicas en las fotos. Se cascaron una buena paja imaginándose a Noemí, la rubita enfermera, desnuda, chupándoles el miembro, abriéndola el conejito, follándola hasta el fondo y oyéndola gozar en sus mentes, mientras intercambiaban entre ellos estas experiencias… hasta que el semen brotó como una manguera y mojó las camas de los viejos. Sudaban, respiraban nerviosos, lo que Noemí había conseguido no lo había hecho nadie desde hace tiempo…

Y desde entonces los viejos se despertaban alegres porque a la mañana venía Noemí a visitarles. Noemí seguía con su carácter frío, pero a ellos les daba igual, detenían su mirada en su cuerpo, en cómo se movía, en cómo esa boquita se abría y se cerraba… Cuando tenía que administrar los calmantes intravenosos a Pedro, este se moría del placer sólo porque le tocaba la piel. Noemí además olía estupendamente.

Un día el viejo Jorge tiró “por error” al suelo un boli y pidió a Noemí agacharse a recogerlo. Eso no pasó inadvertido a la jefa, pero decidió ignorarlo. Noemí se inclinó para recogerlo, de espaldas a las camas de los viejos y elevó el culo. Los pervertidos tuvieron un primer plano de las posaderas de la joven, de un culito rellenito y bien puesto, y tuvieron buen material para paja cuando las enfermeras se marcharon.

 Y así día tras día, Noemí mantenía vivo el deseo de los viejos verdes sin ella saberlo. Quizás demasiado vivo…

Una tarde los viejos se pusieron a hablar de lo único que hablaban en las últimas semanas: Noemí, claro.

- Joder como está la niña… yo no puedo más Jorge, como esa zorrita siga visitándonos todas las mañanas, a mí me va a dar un infarto o algo.

- Dios, está tremenda la muy puta, sí. Además no puedo dejar de imaginarme lo estrechito que tiene que tener el coñito a su edad… - se recreó Pedro – imagínate metérsela, tienes que correrte al momento casi.

- Y las tetas, tío, ¿has visto? Ni operada, joder, la han parido de puta madre, es perfecta.

- Las tetas ya, tío, como le rebotan. Y la cara…

- Dios, qué ojos. ¿Sabes que me imagino esos ojitos y esa boquita en medio de un mar de semen? – le dijo Jorge malicioso.

- Joder, ¡vas a hacer que nos la casquemos otra vez! – y los dos viejos se rieron.

Los dos se quedaron pensando mirando el techo. Al cabo de menos de un minuto, ambos dijeron a la vez:

- ¡Tenemos que follárnosla!

- Pues claro, tío, ¿pero cómo? Esa preciosidad no se va a dejar follar por viejos encamados como nosotros con la polla flácida cuando se puede tirar a cualquier joven macizo. Sería una estupidez – dijo Jorge.

- Bueno, lo de la polla flácida tiene arreglo. Fíjate en Samuel el de la 315 y su arsenal de Viagra – a aquél viejo le prescribían Viagra para la hipertensión pulmonar, y le sobraba mucha – le podemos pedir sin problema unas cuantas.

Tras decir eso Pedro salió despedido de la habitación, no necesitaba que su amigo le dijese que era una buena idea. Volvió con un puñado de pastillitas azules que conocían bien.

- Mira tío, con esto aguantamos y nos la follamos seguro sin problema – le mostró las pastillas que tenía en la mano.

- Pero a ver, ostia, no es sólo cuestión de empalmarse. La putita no va a follar con nosotros si se lo proponemos amablemente, idiota – le contestó Jorge.

- Ya lo sé. Pues que sea contra su voluntad. No hay otra.

Ambos callaron. Estaban de acuerdo. Habría que violarla. ¿Pero cómo?

Jorge se rio en voz muy alta, llamando la atención de su amigo.

- La solución está en esta misma habitación… Sólo hay que esperar el momento, y cuando venga sola o se descuide, su cuerpo será nuestro – Jorge se siguió riendo después de decirlo.

Pedro iba a preguntarle que cómo iba a hacerlo, pero cayó en la cuenta de lo que quería decir su compañero de habitación. La habitación 307 era en sí perfecta, y también lo era la forma al alcance de sus manos de hacer someter a la enfermerita…

Lunes de nuevo.

Justo cuando Noemí estaba entrando en el hospital, la encargada de planta le informó:

- Noemí, buenos días. Perdona, pero tu superiora está enferma, ha pasado el fin de semana vomitando y hoy no va a venir. Me ha dicho que tendré que buscarte una sustituta, pero todas están hasta arriba de trabajo.

Noemí se quedó pensando. Si iban a tardar en sustituir a su jefa, no daría tiempo a hacer las rondas de habitaciones a tiempo y el trabajo se acumularía. Y el trabajo de una enfermera no puede esperar.

- No te preocupes, voy a encargarme personalmente. Ya me sé de memoria todo, es simplemente seguir el recorrido de todos los días, leer y cumplir las prescripciones y comprobar el estado general de los pacientes – asumió Noemí. La encargada se quedó asombrada.

- Te mandaré una enfermera para ayudarte cuando pueda ir alguna, pero si puedes ir ocupándote de todo como tan bien has dicho, te lo agradeceríamos mucho todos – sonrió la encargada y Noemí se sintió muy bien.

Así pues, Noemí tomo las riendas de la responsabilidad. Se puso su uniforme de enfermera y se conectó al ordenador para recibir las órdenes de los médicos, imprimió las recetas y fue a ordenar los carros de mediación para ponerlos a punto. Se sentía como pez en el agua.

Y como todos los días, la primera habitación era la 307, la de los señores Pedro y Jorge. Solían estar muy tranquilos cuando ella estaba allí, así que estar sola no iba a suponer ninguna diferencia. O eso esperaba ella.

Siempre le había sorprendido ver que la 307 estaba bastante aislada dentro de la planta. Estaba entre la lavandería (vacía casi siempre a primera hora) y las salidas de emergencia. Por suerte, al llamar con el timbre, los viejos estaban bien vigilados.

Llamó a la puerta de la 307 y los dos viejecitos contestaron a la vez que podía pasar. Abrió la puerta y entró, dejando el carro en la puerta y cogiendo lo que necesitaba. Los viejos verdes se percataron al momento de que Noemí venía sola.

- ¿Estás sola, chiquilla? – preguntó Jorge, con su erección matutina.

- Sí, la jefa está hoy mala, lo siento. Pero creo que podré hacerlo igual de bien.

- O mucho mejor, diría yo… - dijo Pedro y ambos se rieron.

Noemí empezó a coger la medicación que necesitaba Pedro y la metió toda en un vaso, rellenó otro con agua y la dejó en su mesita. Fue a comprobar la temperatura del enfermo, pero por detrás, sintió como el otro viejo la agarraba.

También sintió que algo se clavaba en su brazo, causándole dolor…

Iba a chillar, pero habían tapado su boquita. Noemí se dio cuenta de que en el brazo le habían clavado una jeringa precargada y apretaron el émbolo, todo el líquido se metió en sus venas. Tiraron la jeringa usada a la papelera. Noemí reconoció el dispositivo azul que sacaron, era el calmante intravenoso que cada dos o tres días inyectaba a Pedro. Ahora estaba en ella en vez de él, el fármaco viajaba por su torrente sanguíneo…

Más chocante fue para la enfermera en prácticas ver como sus dos enfermos habituales cogían dos pastillas azules cada uno y las ingirieron con el agua del vaso. Noemí no era tonta y además era enfermera, sabía que aquello era Viagra.

Jorge seguía agarrándola y tapándole la boquita. La inclinó contra la cama y la agarró contra la colcha, Noemí se intentaba zafar nerviosamente. Mientras Pedro juntaba las dos camas de la habitación y también cerró las cortinas de la habitación.

- Un poco más, el calmante está a punto de hacer efecto. Menos de cinco minutos y luego le entrará la flacidez muscular, se quedará más tranquilita y la voz se le apagará un poco como me ocurre a mí cuando me la inyectan – describía Pedro, un experto en recibir esa medicación- Ah bueno, igual ocurre antes, le hemos metido una jeringa entera y a mí no me la suelen poner a tope.

Noemí no se lo quería creer, no quería tomar en serio sus palabras, pero empezaba a notar que algo sí estaba cambiando en su interior. Se veía aprisionada contra la cama. No podía creerse que eso estuviera pasando, allí en el hospital donde estaba tan feliz. Debería haberse dado cuenta de la mirada sucia de esos dos viejos, no debería haber ido sola a atenderlos…

Pedro, el viejo que solía recibir los calmantes, metió el carro de medicación dentro de la habitación y lo usó para bloquear la puerta desde dentro. Mientras volvió a la cama se quitó el pijama con una energía que costaba creer que tuviese a su edad y se quedó completamente desnudo. La piel estaba llena de colgajos, cicatrices y tenía pinta de no haberse duchado en unos días. Entre sus piernas colgaba un sexo masculino feo y desgarbado que empezaba a ponerse rígido. Quizás al fin y al cabo no hubiesen necesitado comerse la Viagra porque la sola visión de Noemí reprimida ya les ponía el pene bien erecto…

- Te gusta lo que ves, ¿pequeña enfermerita? – preguntó el viejo ahí de pie, acercando más y más su miembro a la niña que Jorge retenía contra el colchón. Noemí miró de cerca a la polla del viejo, que ya desde la distancia olía mal. Estaba surcada de venas grisáceas, estaba sucia y empezaba a ponerse dura. Los testículos bien peludos tenían como restos de pelusilla… Era una verga asquerosa, muy ajada por la edad y estaba casi que se caía a trozos, pero al excitación y el pulso del Viagra la estaba haciendo levantarse y endurecerse de nuevo – prepárate porque te la voy a meter…

Noemí se rebeló, pero le sorprendió la fuerza de los viejecitos. O quizás no fuera tanto la fuerza de los otros como la suya propia que se empezaba a desvanecer… Le arrancaron los zapatos que usaba el personal para andar por los pasillos. El viejo en pelotas cogió la parte debajo de su uniforme de enfermera, los pantalones blancos, y tiró de ellos hacia atrás. Noemí seguía oprimida y no pudo hacer nada. Los pantalones bajaron hasta las rodillas y unas braguitas negras quedaron expuestas a la vista de los dos viejos.

- ¡Oooooooh! – exclamaron ambos. Los muslos que lucía Noemí eran sencillamente deslumbrantes estaban finamente depilados, tenían un brillo especial a la luz del fluorescente de la habitación. Y las braguitas negras intentaban tapar, sin conseguirlo bien, las nalgas de la preciosa rubita, que se hinchaban debajo de la tela y tenían un aspecto delicioso, los hombres las miraban  como hipnotizados.

El viejo Jorge soltó a la chica de sus brazos por la sorpresa. Noemí aprovechó para intentar escapar de allí, tenía que huir de esa bacanal de sexo que se avecinaba…

 Entonces se dio cuenta de que su cuerpo ya le respondía.

Noemí, sin pantalones ya, clavó sus manos en el colchón para incorporarse y levantarse. Pero al intentar elevar su cuerpo, sus brazos quebraron y se quedó tumbada. “Mierda, no, no puede ser…” pensó la primeriza enfermera, que no quería creerse que el calmante estuviese manejándola. Los dos viejos se rieron bastante a gusto al ver una muestra de la indefensión de la chica, mejor dicho, de su chica.

El otro viejo, el que la tenía agarrada, empezó a desvestirse, se quitó todo tal y como había hecho su compañero de habitación y ya fueron dos las pollas envejecidas que le miraban desde lo alto, como si ellas también se rieran con ellos. La situación de este nuevo miembro no tenía nada que envidiar al otro en cuanto a decrepitud…

Noemí, contraria a rendirse a aquellos trozos de carne asquerosos, optó por rodar por la cama hasta el borde y saltar al suelo hacia la puerta. Lo consiguió en cierto modo, pero cuando llegó al filo del colchón se vio incapaz de frenarse y de levantarse. La pobre enfermera desvalida cayó por el borde de la cama y fue a dar al suelo con todo su peso, causando un gran estrépito.

Los viejos se reían otra vez, ahora mucho más alto porque realmente había sido una escena muy graciosa. A Noemí, tirada en el suelo, le dolía el brazo por haber caído desde la cama. Y lo más triste es que, por mucho que intentó poner en marcha sus extremidades, sus músculos, no pudo levantarse del suelo, ni siquiera ponerse a cuatro patas… Sus brazos y sus piernas habían perdido la fuerza necesaria para hacerlo y eran como de goma, que no podían levantar el peso de su cuerpo, y eso que era delgadita.

Ahí, cogiendo polvo del suelo, fue muy consciente del poder del relajante muscular que tantas veces había oído en la carrera. No podía moverse, no podía huir. Aquellos viejos se acercaban de nuevo, orbitaban cerca de ella, con sus penes de más de setenta años que se caían a cachos revividos por la droga azul…

El sentimiento, trasladado al plano real, fue el de gritar. Noemí chilló para que la oyeran y la sacaran de allí. Pero, curiosamente, su voz no tuvo el tono que ella esperaba emitir. Sonaba como si hablase, o incluso más bajo, y ligeramente distorsionada, como sin ganas. No emitió ningún grito, sino algo así como una niña pronunciando la letra a. La imagen que ofreció ante la tercera edad fue de nuevo patética.

- ¿Qué pasa, tontita? ¿Se te ha olvidado lo que te hemos dado? También relaja tus cuerdas vocales para que no molestes a la gente que está trabajando con tus tonterías de niña pequeña – otra carcajada conjunta resonó el ambiente. Noemí, tirada sobre las baldosas y tristemente convencida de su impotencia total, empezó a sollozar, sus ojos azules como el mar empezaron a humedecerse.

- No llores, chiquilla… Pero si lo vamos a pasar muy bien – dijo Pedro que con sus brazos la recogió del suelo. Noemí sintió el tacto del cuerpo desnudo de ese hombre tocando el suyo, sintió su olor varonil y a la vez sucio, y se sintió fatal. Pedro la dejó sobre las camas que habían juntado, en medio de ellas y boca arriba. Allí estaba aquella putita rubita angelical sin pantalones y sin posibilidad de escaparse, rendida a sus deseos. Cómo se marcaban sus tetas por debajo del uniforme… Era muy excitante, y más todavía para los viejos que llevaban años sin follar, no digamos ya a una jovencita, ni ya a una joven como aquella…

Otra sensación más se estaba apoderando de la desdichada Noemí, otra también muy mala, y es que empezaba a sentirse cansada, incluso dormida… Pero no podía dormirse, no podía quedarse ajena a lo que allí iba a ocurrir, tenía que seguir luchando.

- ¿Se dormirá? – le preguntó Jorge al otro viejo, viendo que Noemí parecía cerrar un poco los ojos mojados por las lágrimas.

- No, no tendría por qué, no es un somnífero – razonó el señor Pedro. - Es un calmante, a mí cuando me lo ponen me deja un poco atontado y con una sensación de estar al margen de las cosas, pero si me duermo es porque me siento relajado, no porque la medicación en sí me haga dormirme…

- Vale, eso me gusta más, no quiero que se duerma y se pierda el espectáculo… - dijo mirándola sus braguitas negras que protegían su vulva. A la vez tocaba los rizos dorados de la pequeña, era una delicia enredar sus dedos entre aquella mata de cabello reluciente – Bueno, vamos a hacer los honores, que no podemos aguantar. No podemos permitir que la mujer siga vestida cuando hemos tenido la deferencia de desnudarnos.

- ¡No, no! – vociferó malamente Noemí cubriendo con sus manos tanto las braguitas como la camiseta del uniforme. Sus brazos empezaban a fallarle, sentía como un hormigueo que les recorría y los movimientos que hacía con ellos eran muy imprecisos.

- Queremos oírte decir “¡Sí, sí!” pero realmente nos da igual, te crees que nos vamos a resistir… - dijo uno de ellos y aprovechando el momento le quitó los calcetines verdes revelando unos pies frágiles con las uñas pintadas de rojo intenso – Madre mía, hasta en los pies eres preciosa -dijo mirándole desde los pies hasta las braguitas, recorriendo todas esas espectaculares piernas de modelo.

- ¿Cómo podéis hacerme esto? – dijo con la voz crujida la joven muñeca – Yo no os hecho nada…

- Provocarnos sexualmente. Es verdad que igual no es culpa tuya, es consecuencia de tu cuerpo, pero es lo que hay.

- No somos de piedra, te hemos deseado todas las mañanas y también cuando no estás – dijo Pedro abalanzándose sobre la parte superior del cuerpo de Noemí. Se encontró con sus brazos flácidos lo cual no fue problema para él. Los separó con facilidad a ambos lados de la cama, Noemí ya apenas tenía fuerzas para impedir nada, su cuerpo no podía defenderla de esos dos pervertidos que podían ser sus abuelos. Las montañas que se intuían debajo del uniforme encendieron a ambos viejecitos.

Cuatro manos agarraron su uniforme y tiraron de los botones, arrancando con fuerza algunos de ellos que se soltaron. Abriendo la tela, la tripa y el sujetador negro de encaje de Noemí quedaron al descubierto, como el que abre una concha para ver el tesoro…

- ¡¡¡Joder, la ostia!!! ¡Qué buena está!

- ¿Pero qué melones gastas, niña?

Los dos viejos estaban muy emocionados con el perfil que se dibujaba tras la ropa íntima. Noemí era muy delgadita pero con buenas curvas, tenía un vientre muy planito y sus pechos eran muy grandes para su anatomía, parecía que iban a estallar tras el sujetador. La prenda negra tenía un encaje bonito, con una parte reticular en el frente que era muy sugerente y parecía que dibujaba un pétalo con el contorno, pero los viejos estaban muy poco interesados en lencería y más en la piel de la hembra.

Noemí seguía horrorizada, intentaba mirar hacia otro lado. La incorporaron para quitarle el uniforme por detrás y quedó en ropa interior, por poco tiempo. El viejo Jorge se tiró a por el sujetador de la chica, como si quisiera llevárselo, sobando las tetas de Noemí por debajo de la tela. No tardó en desabrochar la pieza por detrás con sus manos nerviosas, el sujetador cayó por los hombros de la joven revelando a sus captores el espectacular par de glándulas de la enfermerita.

Los pechos botaron, como libres de una gran presión sobre el tórax de la mujercita. Los viejos se quedaron a cuadros. No hubiesen podido imaginar, ni en sus mejores fantasías, que Noemí escondía tras la ropa unos pechos naturales de tal calibre. Unas piezas redondas y blancas de carne trémula quedaron colgando desnudas, que atraían las miradas de los dos viejitos. Las coronaban dos pezones rosaditos tiernos y de aspecto muy saludable, mientras el pelo de oro de Noemí resbalaba entre los pechos. La imagen erótica era impactante.

Las manos de los viejos pervertidos rápidamente corrieron a apoderarse de esas tetas divinas de la rubia. Unas manos llenas de callos y viejas magrearon esa dura carne joven, ese sexo en estado puro que destilaban los pechos de la enfermera, sin que ella pudiese evitarlo. Como locos sobaron y apretaron esos pechos, intentando exprimirlos.

Noemí intentaba revolverse pero era inútil, sus tetas eran magreadas con dolor por aquellos desalmados que querían incluso arrancárselas. Sus pezones no tardaron en ser tocados hasta la saciedad, a pesar de que no se pusieron duros, Noemí seguía aterrada. Los machacaban, los presionaban hacia los lados como si los quisiesen borrar mientras seguían estrujando las tetas entre ellas. Los viejos como locos exclamaron todo tipo de obscenidad sobre los grandes pechos de la sanitaria. No tardaron tampoco en hacer algo que a Noemí le repugnó aún más, como fue sacar sus dos lenguas a recorrer su cuerpo, llenándola de asquerosa y pegajosa saliva. Cubrieron sus pechos de humedad masculina e intentaban succionar la carne blanca y tersa. Ambos se abalanzaron sobre sus temerosos pezones y mordisquearon y succionaron con furia, como si quisieran sacar su juventud y beberla ellos.

Noemí suplicaba con voz entrecortada que la dejaran, pero era inútil, cada vez más inútil, el deseo de poseerla de esos viejos la ahogaba, ella no podía hacer nada, pero no podía dejar de resistirse. Sus pechos se agobiaban con los besos y dentelladas salvajes de esos viejos revividos por la pasión de un cuerpo tan bello, con esas curvas de modelo. Pedro notó el disgusto en su cara y dejó de lamer momentáneamente su pezón izquierdo.

- No pongas esa cara, nena, ven aquí que te dé un beso, cielo…

Tampoco pudo evitarlo. Él se acercó mucho y apretó sus labios resecos y con olor a tabaco sobre sus labios puros y afrutados. Noemí sintió asco ante ser besada por aquél hombre tan mayor, asco de asistir impotente a cómo separaba sin miramientos sus labios tiernos de mujercita para meter su lengua rasposa en su boquita. De manera que la boca de la frágil Noemí se vio invadida por la lengua de un viejo que chupaba dentro de ella como si quisiera robarle el alma, el viejo imprimía su peso sobre su cuerpo blanco y apretaba su cabeza contra la colcha, ahogándola, la lengua asquerosa ya atosigaba la boca de la niña y casi sentía arcadas, quería expulsarla de dentro de ella pero no podía hacerlo… Mientras, cómo no, sus pechos eran juguetes de nuevo en mano de Pedro.

Pedro la seguía besando con fruición, llenando su boca con su saliva, desnudo ahí, con el pene bien erecto encima de la chica en braguitas… Sentía que ella seguía resistiéndose, pero sin fuerzas, buena jeringa de calmante se había llevado en vena la pobre Noemí. Salió de su boca, dejando a la rubita de pelo rizado tosiendo y poniendo mala cara, intentado recuperar el aire, sofocada y muy alterada, mientras Pedro seguía recostado al lado de ella, el cuerpo de un vejete desvencijado y amorfo frente a la rubia despampanante, deseo de tantos hombres que habían intentado conquistarla sin éxito.

Noemí, todavía saliendo lentamente de su ahogo e intentando recomponerse del acoso, sintió que pasaba algo en su cintura, que el otro viejo andaba haciendo algo en su cuerpo. Al momento se dio cuenta de que tiraba de sus braguitas negras para  bajárselas, para dejar su sexo desnudo al igual que el resto de su cuerpo. Era el viejo Jorge, visiblemente excitado por la cercanía de ver ya el desnudo integral de esa enfermera del deseo. Noemí cruzó las piernas, intentando que sus braguitas no se separasen de su pelvis, pero Noemí era una muñeca en manos de aquellos viejos, una muñeca blanda y sin fuerza muscular que no podía evitar su abuso. Sus piernas se abrieron de un golpe dado por Jorge. De esa forma, las braguitas negras sexys bajaron ya sin remedio por los muslos tersos de la nena, recorriendo esas curvas de infarto, unas piernas largas y deliciosamente depiladas, brillantes. Sin esfuerzo, Jorge no tardó en sacar la prenda interior de la putita Noemí.

En una canasta perfecta, las braguitas de Noemí fueron a parar a la papelera del otro lado de la habitación.

Noemí estaba pues totalmente desnuda y sin posibilidad de cubrirse con nada que no fuesen sus manos, con las que intentó cubrir su preciosa rajita de la vista de aquellos viejos. La deliciosa imagen de la enfermerita potente tapando con sus finos dedos su sexo, con una cara desesperada por impedir que se aprovechasen de ella. Pero sus manos temblorosas y débiles fueron apartadas rápidamente por aquellos viejos desnudos con sus miembros erectos, el calmante seguía manteniendo a Noemí desvalida, desarmada. Así, los viejos no encontraron pegas para manipular su cuerpo a su antojo, apartando las manos fuera de la vagina que buscaban y abriendo los sensuales muslos brillantes de la enfermera para observar claramente el sexo que irradiaba juventud. Ambos quedaron maravillados al ver aquella fina y bien cerradita rajita de Noemí, una intimidad escondida por fin revelada, un coñito deliciosamente depilado, con unos labios de aspecto esponjoso y terso…

Uno de los viejos la tomó de la parte interna de los muslos y los levantó ligeramente, para que también se viesen parte de las nalgas, y es que también Noemí estaba provista de unas nalgas duras y redondeadas muy apetecibles, como ya habían intuido a través de la tela del uniforme todos los días. Allí estaba Noemí, con el ano y la vagina expuestos ante la mirada de los dos viejos, muriéndose de la vergüenza, impotente.

- ¿Qué prefieres, por el coñito o por el culito? – preguntó Pedro.

- Déjame el culito por favor… Seguro que lo tiene sin desflorar, aunque no se sabe, las tías son ahora más guarras… - dijo Jorge, deseoso de probarla.

- Bien, para mí la conchita… Además, luego podemos cambiar – propuso Pedro.

-Por supuesto, tío – se sonrieron ambos.

Noemí no podía dar crédito. Se la iban a meter por el culo también, ¿de verdad se atreverían? Quería morirse… Siguió gritando pero su voz apenas se alzaba por encima de la de ellos, estaba atrapada. Su cuerpo había dejado de ser suyo y era ahora de ellos.

De manera que tal y cómo habían acordado, Pedro, con el rabo en la mano, bajó a apoderarse de la rajita de Noemí. Ella lo vio, horrorizada, se resistió, intentaba patalear y huir sin moverse apenas centímetros mientras la mirada de Pedro se deleitaba en todo lo que la niña tenía que ofrecerle a la vista. Iba a follarle, ahí de la misma. Pedro, ese viejo de la habitación de las mañanas, al que siempre veía encamado y con calmantes inyectados, de cara decrépita y calvo salvo tres pelos que le salían por la nuca, estaba ante ella de una forma muy distinta. Ahí, desnudo, quizás movido por la excesiva pasión del cuerpo de Noemí y por la viagra en su cuerpo, estaba como despierto, muy activo, imparable, con una verga bien erecta aunque sucia y con aspecto asqueroso. Pero una verga grande, había que decirlo, más grande que la de Jorge y también más gruesa, la polla que había decidido, junto a su dueño, penetrar a Noemí por el coño.

Sin embargo, preparada Noemí para la carga del viejo contra su tierna vagina, se encontró con que él no hizo sino acercar su cara a su sexo, para reconocerlo de cerca, para incluso inhalar el olor a niña que despedía, algo que él no probaba desde hacía mucho tiempo. El viejo Pedro suspiró de placer, ya olvidó la última vez que tuvo delante de sus narices un conejito tan tierno y tan joven, casi tan puro como el de un ángel. La rajita de la linda Noemí estaba increíblemente cerradita, con lo que él se dispuso a chuparla lentamente, a recorrer esa almeja sabrosa para abrirla y revelar su interior… Ya el contacto de esa lengua horriblemente áspera y húmeda alteró a la pobre Noemí, que sentía en su pelvis como su sexo era violado.

El pervertido recorrió con su lengua de arriba abajo la abertura de la preciosa vulva hasta entonces seca y la impregnó de viscosa saliva con olor a tabaco. Noemí notó como la punta de lengua quería entrar en su conducto, pero al impedírselo la estrechez de la vagina el viejo se vio obligado a abrir un poco la conchita con los dedos, separando los labios prietos y mirando en su interior las carnes rosáceas, brillantes y limpitas de Noemí. Esa enfermerita se veía deliciosa por dentro, pensó mientras con la lengua atacaba el apretadito clítoris que hasta entonces se había escondido, lo lamía y lo apretaba con fuerza a la vez que rozaba las carnes vaginales más íntimas de la nena.

Noemí comenzó, muy a su pesar, a sentir placer por culpa del meneo que le estaban dando a su clítoris, el viejo sorbía su almeja como si fuese el mejor de los manjares, Noemí tenía que resistirse a gozar, no podía mostrar placer ni sabía a donde mirar mientras Pedro le comía la vagina y el otro viejo Jorge le amasaba los pechos y le daba besos en el cuello. Ambos intentaban excitarla, pasárselo bien con aquél cuerpazo desnudo en su cama. Noemí sabía que la sensación iba en aumento, que su cuerpo paralizado no podía moverse pero si podía disfrutar del placer… Y Pedro seguía con su boca recorriendo la profundidad de la niña, hurgando en aquél coñito delicado, pasando la lengua por toda su extensión, hasta tocó sin saberlo el himen de Noemí, pero aquel viejo ya ni siquiera sabía cómo se diferenciaba a una virgen y no se percató de aquella telita.

Noemí por tanto sintió que su virginidad peligraba, que la membranita estaba expuesta y siendo presionada por la lengua de ese viejo. Le dolía, iba a perderla, pero a la vez disfrutaba del placer rico que le estaban dando, era una extraña sensación de placer y dolor.

Pero al de poco rato el viejo dejó de tocar su vaginita, es más, salió de su interior y volvió a mirarla a la cara. La imagen de Noemí desnuda con sus grandes pechos volvió a resultarle tan deliciosa como al principio. Observó cómo había dejado su coñito lubricado con toda su saliva y decidió que debía empezar el trabajo.

- Ya estás lista para recibir mi verga, putita…

El viejo Pedro separó los muslos de modelo de Noemí y acercó la verga, durísima por el efecto de la Viagra, a la entrada virgen de la enfermera. Ella observó la maniobra con horror, esa verga asquerosa, de un señor que podía ser su abuelo o bisabuelo, sería la primera que entraría en ella y la haría mujer.

- No, Dios, no, por favor, ¡¡se lo suplico!!

Pero ya Pedro era imparable, su polla tocaba los labios vaginales de ella. El viejo usó sus manos para separar los labios, ya que la conchita parecía muy estrecha para permitir la entrada de su rabo. El glande ya tocó la intimidad rosadita y se deslizó por debajo del clítoris, ensanchando a Noemí como nada lo había hecho antes. Las paredes apretaditas del sexo virginal de la chica hacían difícil la penetración, pero Pedro avanzaba dentro de ella imparablemente a la vez que se echaba por encima de ella, mientras sus sexos se fundían.

La vagina llegó al momento de máxima estrechez al acercarse al himen de Noemí. A Pedro le estaba costando mucho entrar en esa putita estrecha, eso le daba también mucho placer, pero no podía esperar más, quería llegar hasta el fondo de un empujón. De manera que concentró sus fuerzas en su pelvis y con un movimiento brusco empujó el sexo caliente y duro más adentro de Noemí, rasgando el sexo virginal y llegando a enterrar su miembro en el fondo de la vagina, cerca del útero.

Y en ese movimiento fuerte había sido cuando la virginidad de Noemí se desgarró violentamente, el himen de la enfermera fue partido en dos por aquél asqueroso viejo. Noemí sintió un intenso y agonizante dolor que se extendía por toda su maltrecha vagina y no pudo evitar un grito apagado:

- ¡¡Aaaaaaahhh!! ¡Aaaahh!! ¡Me duele!

- Ahora gimes, ¿eh, putita? La tengo muy grande para tu coñito estrecho… - dijo Pedro sin sospechar que acababa de desflorar a Noemí.

Y el viejo, con la verga enterrada hasta el fondo en el coñito roto de Noemí, apoyó su decrépito cuerpo en la figura celestial de la niña y usó sus manos como punto de apoyo para empezar a follarla. La polla de Pedro, atrapada entre las carnes vírgenes, hizo esfuerzos por ensanchar aquél espacio y salió con dificultad, arrastrando las doloridas paredes y parte de la sangre de Noemí que brotaba sin parar de su vagina. Y así, Pedro empezó a mover su pelvis con una fuerza inusitada, volviendo a meter su verga dentro de aquella preciosa rubia, luchando contra su estrechez.

Noemí sufría de un dolor inmenso, su destrozada vagina estaba siendo violentada, el rabo enorme de ese viejo la hacía daño, estaba muy duro, y estaba tan caliente que la abrasaba. Para colmo, el viejo atacaba cada vez con más fuerza y más facilidad, la vagina dejaba de resistirse y le facilitaba el trabajo de follársela. La figura del viejo apoyada sobre ella, con las manos en sus pechos maltrechos, era algo que quería olvidar.

Y así, uno gozando y la otra muerta de dolor y ya con lágrimas en los ojos, esa pareja extraña seguía en el acto sexual. El viejo Pedro había cogido ritmo y sus embestidas eran cada vez más fuertes hacia la pelvis de la inexperta Noemí, que a cada empujón se retorcía de dolor y se sentía impotente, seguía drogada y sin poder hacer nada por evitar esa violación. Y de mientras el viejo parecía rejuvenecer al follar a aquella mujercita perfecta, su vigor volvía y su sexo era ya imparable.

- Mira, Pedro, ¡está sangrando! – dijo Jorge, señalando a las entrepiernas de ambos que estaban unidas.

Y era cierto, de la vagina de la niña, aún con el rabo de Pedro dentro de ella, salían hilillos de sangre brillante que manchaban el miembro de su violador y se resbalaban mojando la sábana de la cama. Y entonces Pedro dijo incrédulo:

- ¡Joder, pero si era virgen! ¡Me estoy follando a una putita virgen!

Todo eso lo dijo sin parar de enterrar la verga dentro de Noemí. La miró a la cara mientras la seguía follando y le gritó:

- ¡Con razón estabas tan estrecha, mi niña! No entiendo como no has dejado que te follen hasta ahora, pero yo haré que no olvides tu primera vez.

Noemí, horrorizada, con las lágrimas mojando su cara miraba hacia un lado e intentaba no mirar al viejo, no sentir aquella situación… Pero eso no hizo más que calentar a Pedro, que en su mente, mientras follaba, pensaba en esa preciosidad, siendo violada, siendo desvirgada...

Pedro, que lo estaba gozando al máximo mientras reventaba a pollazos la cavidad vaginal de Noemí, no podía aguantar más su excitación, descubrir que esa enfermera cachonda era virgen fue demasiado para él. Él la había hecho sangrar, él era el primer hombre que le enseñaba el sexo…

Y su polla, ya enrojecida de follar a Noemí, empezó a ponerse más calientes y el viejo sintió esa sensación paroxística que hacía tiempo que no sentía, ni siquiera masturbándose. Él se iba a correr, y quería que fuese dentro de aquél tesoro ante sus ojos.

-¡Nena, voy a soltarlo dentro de ti, no puedo más!

Y Noemí, asustada por aquella declaración de intenciones que ya era inevitable, respondió llorosa:

- ¡Me quedaré embarazada, no! ¡No, por favor, tenga piedad! ¡No!

Imposible, el viejo pedro no hizo caso, sus embestidas eran imparables y no podía controlar su cuerpo embravecido. Ni quería. De manera que tras unas últimas embestidas mucho más fuertes que abrieron al máximo las carnes de la putita, el viejo Pedro experimentó el mayor orgasmo de sus últimas décadas. Su polla se retorció de placer y todavía dentro de la vagina de Noemí, eyaculó. Una gran cantidad de semen en ebullición salió despedido y se deslizó dentro de la intimidad de Noemí, chocándose contra las paredes vaginales irritadas y regando su sexo fértil. Regueros de leche inundaron la vagina adolorida y se colaron en el útero de la recién estrenada Noemí. Parecía que la corriente nunca iba a acabar, que más y más esperma salía de aquel viejo como si estuviese almacenado en sus testículos durante años…

Y así, llenita la vagina de Noemí, cuando Pedro acabó de correrse salió de aquél sexo desgarrado y mojado. Noemí sintió algo de alivio cuando aquella enorme polla salió de su entrepierna, pero el líquido aún seguía dentro. La enfermera, ahora llena por dentro de leche cremosa, sintió como su sexo empezaba a derramar parte del denso y caliente semen por fuera de sus labios vaginales. La corriente de esperma salió y empapó las sábanas, acompañada de sangre de la ruptura violenta del himen de Noemí, formando una bella cascada que se deslizaba manando del sexo, ahora más abierto gracias al trabajo de Pedro…

Pedro, aún sudoroso por el ejercicio, observó muy satisfecho el resultado de su ejercicio. Aquella nenita follada y llena de su semen en su cama del hospital, algo que pensó en sus sueños y ahora era la pura realidad… También Jorge disfrutó del espectáculo visual que Noemí ofrecía sin desearlo. Mientras ella, la rubita de pelo rizado tapaba son sus manos su cara angelical cubierta de lágrimas y lloraba, rota físicamente por la violación pero también herida en lo más profundo de su orgullo como mujer…

Y sin esperarlo mucho más, sin dar preámbulo a que Noemí llorase a gusto, se abalanzó Jorge sobre ella, pues también quería probarla. Pidió ayuda a su compañero de habitación para sostener a la enfermera a cuatro patas. Jorge estaba excitadísimo viendo como su amigo había desvirgado a la putita, y sabía que otra virginidad estaba esperándole en su culito. De un cajón de la mesilla sacó una crema lubricante que usaba alguna vez en sus pajas y que le pareció perfecta para favorecer la penetración anal de Noemí. Pedro mientras tanto colocó a la putita en la posición que el otro necesitaba: apoyó sus rodillas en la cama y la hizo apoyarse sobre sus manos. Noemí seguía inestable y no podía controlar su fuerza muscular, pero Pedro la aguantaba fuertemente, sin opción a resistirse.

De manera que por detrás Noemí ofrecía su espectacular culo a Jorge. Jorge tocó nervioso esas nalgas de modelo, unas masas de carne hinchadas y bien tersas, suaves… Sus manos gozaban tocando y deslizándose por ellas, incluso las estrujó un poco. Tenía un culo de ensueño, todo en aquél ángel parecía perfecto… Con algo de fuerza separó las nalgas para ver el ano de la chica.

Encima de aquella vagina de la que aún salía semen estaba el único orificio aún virgen de la nena. El ano parecía muy apretado. Jorge sin demora procedió a verter una cantidad generosa de la crema lubricante sobre sus manos y la aplicó sobre el ano de Noemí, deslizando un dedo lubricado dentro de ella incluso. La enfermera asistía impotente de nuevo al espectáculo táctil, le dolía cuando Jorge metía el dedo dentro de su culo, pero lo único que veía es como su anterior violador la sostenía y tocaba sus enormes pechos de nuevo…

Cuando Jorge consideró que ya había untado bien el ano de Noemí, empuñó con decisión su verga hinchada por la Viagra y la acercó a la virginidad anal de la chica. No era una verga tan grande como la que desfloró a Noemí, pero igualmente era suficientemente grande como para hacerle daño. Apoyó el impaciente glande en esa pequeña ranurita lubricada, la chica cerró los ojos mientras no dejaba de lamentar su mala suerte, otro agujero por el cual la iban a estrenar…

Y Noemí sintió como esa verga vieja y dura empezaba a empujar abriendo su ano, resbalando gracias al cálido líquido. La barra de carne ensanchó el espacio que cubrían las nalgas y comenzó a entrar, abriendo a Noemí que empezó a gemir de dolor. Un espacio muy estrecho para Jorge, mucho más que la vagina estrecha que Pedro había conquistado,  esa era la primera vez que a Noemí le daban por el culo y Jorge se encargaría de que ella no la olvidase nunca.

La presión aumentó hasta que por fin el glande se coló dentro de ella, abriendo las paredes del conducto anal, venciendo la resistencia. Noemí de nuevo pegó un chillido con sus cuerdas vocales distorsionadas que solo los viejitos oyeron. El dolor era tremendo, no podía soportar ese tronco abriéndose paso por su culo. Jorge sentía como el ano de Noemí apretaba su verga de forma placentera y sabía que ahora sería más fácil entrar en ella, siguió empujando sin parar mientras enterraba su miembro en el culo virgen. Ella se retorcía por el sufrimiento, quería que acabase de una vez, su cuerpo no podía soportarlo…

No tardó mucho el viejo en meter toda su caliente verga dentro de Noemí, hasta el fondo, quedando la niña desvirgada dos veces en el mismo día. Noemí lloraba, el falo le hacía muchísimo daño. El viejo sentía le estrechez suprema de Noemí que le hacía gozar y apoyó las manos en su culo para empezar a meter y sacar la herramienta. Costaba mucho y cada movimiento hacía estremecerse a Noemí en las manos del otro viejo, cada vez que ese miembro se volvía a clavar en su orto sentía que se rompía en dos.

De mientras el viejo había tomado buena postura e incansablemente penetraba a Noemí, su verga abría cada vez más su culo, la muy puta estaba deliciosamente apretada. Los movimientos fueron cada vez más fáciles dado el entrenamiento previo, las sacudidas cada vez más fuertes y el miembro chocaba contra la interioridad de la enfermera.

El viejo, con una excitación mucho más fuerte que su amigo, tampoco tardó en presentir la eyaculación. La deliciosa chica lo estaba llevando al clímax mientras le rompía el culo una y otra vez. Y así, este sin avisar, empezó a sentir el calor dentro de su cuerpo y a hacer más brusca su follada, signo de que el final se acercaba. Noemí sabía lo que estaba por venir, pero quejarse era inútil mientras le rompían el ano…

Y llegó ese gran final, con un Jorge desatado follando el ano de Noemí y llegando al orgasmo. Su polla dura no pudo más y liberó esperma dentro del culo de Noemí, chorros de líquido caliente llenaron aquél canal femenino que Jorge había estrenado. De nuevo Noemí sintió esa sensación horrible del esperma que le abrasaba y le inundaba por dentro mientras la polla la destrozaba.

Salió Jorge con dificultad del ano de Noemí aún vertiendo leche sobre sus nalgas… La chica se sintió muy dolorida por el resultado de la violación anal, mientras también de su culo salía leche de color blanco tirando a amarillo, que resbalaba por su anatomía y se juntaba con su coñito, con la leche del otro viejo. Noemí cayó en la cama, desvalida, sin fuerzas y con la pelvis rota por todos los lados, mientras sendos ríos de sangre y semen se cruzaban saliendo de sus agujeritos desvirgados…

Jorge le dio la vuelta para observar sus pechos coronando su figura, su cara llorosa. En ese momento, Pedro se cascaba la polla con tremenda fuerza al ver los agujeritos de Noemí rezumando esperma y una vez más se corrió, cual semental inagotable, descargando una nueva remesa de semen recién horneado sobre Noemí. Esta vez cayó el líquido en su cara llorosa, cayó sobre sus turgentes pechos… Las gotas mojaron los labios, las mejillas de Noemí, mientras bañaban sus pechos en leche.

Noemí, con corridas en todo su cuerpo, yacía tumbada y sin fuerzas, llena de desesperanza y horror… Una imagen preciosa que los viejos observaron muy emocionados y muy satisfechos…. La enfermera, que por servir a los viejitos fue violada, no sabía ni en qué tenía que pensar en ese momento, mientras el coño le dolía tanto como el culo, por los pechos resbalaba semen hasta llegar al ombligo y su cara era una máscara de semen. Hasta algunas gotas se colaron dentro de su boca…

Los viejos seguían mirándola, desnudos, con sus vergas erectas.

Noemí hizo esfuerzos por moverse, parecía como si su cuerpo desfallecido se estuviese volviendo a reanimar, como si el efecto del fármaco pasara, sentía que controlaba de nuevo sus brazos y sus piernas y que tenían fuerza.

De manera que intentó moverse, se apoyó sobre sus brazos para levantar su cansado y destrozado cuerpo. Los viejos seguían delante de ella, mirándola como intentaba recomponerse y escaparse.

La mano de Pedro, violentamente, se abalanzó sobre los pechos de Noemí y la tumbó con fuerza en la cama.

- Oh… no te vamos a soltar todavía, pequeña… Tenemos más Viagra, calmantes y toda la mañana para disfrutar de ti, es lo mejor de que vengas tan temprano a vernos.

Noemí enmudeció…

Otra jeringa de relajante muscular se clavó en su otro brazo, produciéndole un gran dolor e inyectando otra vez ese conocido fármaco bajo su piel. Así, antes de que se hubiese podido recuperar, la drogaron de nuevo para poseerla a gusto. De mientras, tragaron otras dos pastillas azules.

- ¿Por qué no la penetramos a la vez por sus dos agujeritos? – comentaron los dos abuelos, riéndose a la vez.

Y Noemí sintió como de nuevos sus músculos se entumecían, como su fuerza se iba… Los viejos pervertidos, de nuevo empastillados de Viagra, la tomaron sin dificultad y la colocaron en una postura cómoda para que ambos la penetrasen a la vez.

Iba a ser una mañana dura.

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Espero que les haya gustado el relato, creo que hacía falta algo así con una enfermera en esta web. Espero sus sugerencias y comentarios, así como contáctenme por mail si así lo desean.