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Ardiente y sola en la biblioteca

en Hetero: Infidelidad

Cualquiera que lo haya hecho sabrá de lo que hablo. Estudiar en la biblioteca en verano se hace muy difícil. El calor es agobiante, y en la biblioteca de la universidad el aire acondicionado no está lo suficientemente alto, de manera que los estudiantes vamos casi como si fuésemos a dar un paseo por la playa, sólo que vamos a sumergirnos entre apuntes. Además, cuando te tomas un descanso y te sientas en la hierba del jardín exterior con un refresco, sientes que no quieres volver adentro, el sol te broncea la cara, los brazos, las piernas… Ciertamente, estudiar con calor es doblemente difícil.

Esto sucedió uno de aquellos días en los cuales toda la universidad estaba volcada en la biblioteca, estudiando para los finales de la universidad. Yo, visto que el sol despuntaba desde primera hora de la mañana, decidí ir muy fresquita. Me puse unas sandalias de cintita, una minifalda vaquera y una camiseta de tipo top azul a rayas blancas. Salí de casa y el calor ya me hacía sudar mientras cargaba con mi bolso con los pesados libros y apuntes dentro. La biblioteca estaba a reventar, como todos los días. Busqué a Marta, que ya había llegado y estaría en el sitio de siempre. Me tuve que cruzar con las inevitables miradas de hombres que me vigilaban al pasar, o más bien, que contemplaban absortos mi cuerpo a cada paso que daba.

Cuando encontré a Marta con otras chicas de mi clase al fondo, me saludó y me dijo que lo sentía mucho, que estaba todo ocupado por aquella zona y no  había podido cogerme mesa. Le dije que no se preocupara y que la vería en el descanso y me puse a recorrer los pasillos llenos de estanterías para encontrar un sitio.

Mira que busqué, pero no encontré sitio en la sala principal ni en las laterales. Me tuve que ir a una de las del fondo, la que llamábamos la sala de los ingenieros, porque solo había tíos allí haciendo problemas de matemáticas y física todo el día. Eran un poco ruidosos y se levantaban a menudo sin razón aparente, pero no encontré otro sitio en las aulas, así que me acerqué a una de las mesas y dejé mi bolso sobre ella.

De inmediato, los chicos que estaban a los lados y al frente me miraron, mucho más fijamente que aquellos que me habían visto pasar por las estanterías. Y su mirada fue prolongada, mientras me sentaba, mientras sacaba y ordenaba mis cosas y me ponía cómoda. Siguieron mirándome de arriba abajo incluso cuando empecé a subrayar.

Creo que para que la historia se entienda bien, tendré que describirme, sólo así podréis entender el deseo sexual que levanto en los hombres. Soy Patricia, tengo 21 años y estudio en la universidad, como ya habéis visto, en mi cuarto año. Tengo que decir que me encanta mi cuerpo, es sencillamente perfecto y perdón si esto suena muy creído. Soy una chica alta, mucho más alta que la media de las chicas, y estoy dotada con unas curvas muy bien delineadas. Ahora me tiño de negro, cuando lo hacía de rubia no me gustaba mucho, pero ahora que me lo rizo, mi pelo negro largo luce estupendamente cayéndome por detrás de los hombros. Mi cara es muy bonita, tengo cara de modelo, unos ojos verdes cristalinos y una tez ligeramente tostadita por el sol, incluso tengo pecas. La curva de mi nariz es final y mis labios son abultados y algo prietos, en una boquita pequeña. Por lo demás, la extensión de mi cuerpo no se queda atrás. Soy la típica chica que en cuanto sube unas fotos de la playa al Facebook estoy segura de que cientos de hombres y algunas lesbianas estarán mirando ávidamente para verme las curvas, ver mi desnudez e imaginarse las partes de mi sensual cuerpo que tapa el bikini.

Me desnudo para vosotros, os dejo que me imaginéis, ¿vale? Como ya he dicho soy muy alta y estoy en forma, mucho gimnasio me ha permitido tonificar mi cuerpo y ahora la grasa que tengo está distribuida en las partes que más realzan a la mujer. De forma que mi cintura es fina pero mis pechos están muy inflados, como balones, se marcan por debajo de cualquier pieza de ropa que lleve e incluso son firmes, se mantienen bien sin necesidad de usar sujetador. De hecho, este día no llevaba porque no quería que me sudasen las tetas. Estas masas de carne apretadas están coronadas con un par de pezones pequeñitos rosaditos que sólo yo y el que me folla, mi novio, vemos y disfrutamos con asiduidad. Bajando la plana cintura, las caderas se me amplían para dar cabida a mi perfecto culo, que siempre sobresale por los pantalones, un culo con dos nalgas bien esféricas y duras de las que esto muy orgullosa y que atraen tanto deseo como mis pechos. Mis piernas son bien largas y tremendamente eróticas, siempre las llevo bien depiladas como el resto de mi cuerpo y me echo en ellas crema hidratante para que brillen, los muslos son prietos y fuertes y potentes al pisar el suelo con mis tacones o sin ellos. ¿Y queréis saber algo sobre mi vulva? Esa parte que tapa hoy mi tanguita también está debidamente depilada y encerada por fuera para que luzca, mis prietos labios externos atrapan un clítoris pronunciado y excesivamente sensible al tacto de incluso mi ropa íntima. Por dentro, los labios internos cubran unas paredes vaginales rosadas y relucientes muy apretadas que son la delicia de mi novio cuando me penetra, una rajita hecha a mi imagen y semejanza, ardiente y muy húmeda al momento de la excitación, para disfrutar de ella al igual que se disfruta del resto de mi cuerpo…

Habéis tenido suficiente, ¿no? Estoy bien cachonda, como veis. Eso explica que tantos hombres me sigan y me miren como lo hacen. Sigamos con esta historia.

Y allí estaba yo, sentada sin mis amigas en aquella parte de la biblioteca, con las miradas de todos los ingenieros encima de mí, sin poderme concentrar. Saqué el móvil y empecé a enviarle mensajes a mi novio. Mi novio estudiaba fuera de la provincia, lo cual era bastante desesperante, suponía tenerle alejado de mi todas las semanas, y en época de exámenes, durante todo el mes. De manera que allí estábamos, intercambiándonos mensajes tontos en el móvil, intentando que las palabras reemplazasen nuestros sentimientos.

Es inútil, ¿verdad? Una chica como yo, plenamente desarrollada sexualmente y con este cuerpo, tiene unas necesidades de deseo que cualquiera entenderá. Quiero tenerle a mi lado, quiero que me toque, que me penetre hasta el fondo, que me deje chuparle su sabroso pene… Así se lo escribo en algunos mensajes. Quiero su cremoso esperma fluyendo por mi boca, le necesito a él… Y más ahora, más con este calor agobiante que me calienta el cuerpo y los sentidos, que me hace sudar mi canalillo y me exprime la entrepierna. Con este estrés, me levanto todos los días nerviosa porque tengo que estudiar, pero no puedo, no siempre me concentro, pienso en sexo, él no está, pienso en sexo, él está lejos… Es muy deprimente, tengo que aguantar a aprobar y también a follar hasta final de exámenes. Hay noches en las que no me puedo resistir, es normal, mis grandes pechos se frotan contra la colcha y se calientan, yo entera me caliento. Y me tengo que preocupar de mi rajita, que está seca por la falta de ejercicio, tengo que descender mi mano hasta mi vulva y acariciarme el clítoris y meterme un par de dedos. Me masturbo por las noches, él lo sabe, y él también lo hace, porque no podemos aguantar, somos jóvenes y necesitamos sexo, y este periodo de exámenes es horrible porque nos quita hasta eso.

De manera que ahí estaba yo, enviando mensajes, pidiendo palabras guarras a mi novio. No me contestaba por ahora, estaría muy concentrado en lo suyo a kilómetros de aquí. Y mientras, yo excitada como cada día, soportando el calor… Me di cuenta de que en aquella parte de la biblioteca el aire acondicionado directamente no funcionaba y hacía más calor de lo normal, y la luz que entraba directamente por los ventanales subía la temperatura.

Me puse a mirar algunas de las fotos que tengo de él en mi móvil, alguna que otra subida de tono, como él tiene también de mi cuerpo desnudo. Ahí está él, en mi pantalla pero no en mi vida. Paso sus fotos con mis dedos, suavemente, mientras pienso en él y el amor y el deseo me invade… Me siento a la vez tan desgraciada…

El ingeniero de al lado mío me sigue mirando, parece que mi estupendo cuerpo le ha obnubilado la mente. Lo he visto de reojo, veo que me mira observar las fotos de mi móvil, que me mira descaradamente el escote y las piernas…

Pero me importa más atenderme a mí misma. El calor agobiante de la biblioteca hizo que me dejase llevar, inexplicablemente, como aquí lo describo.

Apoyé el móvil contra la mesa y busqué hasta encontrar una de mis fotos favoritas, en la cual sale su pene enhiesto y duro, mojado por mi saliva tras los primeros estímulos previos a una felación. Yo misma saqué la foto con alta resolución, de forma que se veía cada surco de su órgano y el brillo de mi envoltorio alrededor de su polla. Nada más verlo noté como la sangre se me subía a las mejillas y las pupilas se me dilataban mientras la boca se me secaba casi al instante… Me noté hambrienta y a la vez con la sensación de que mi comida estaba realmente lejos, fuera de mi alcance. Creo que fue ahí cuando empecé a desconectar de la realidad…

Inclinándome un poco y echando algo la silla hacia atrás, mis colgantes pechos sin sujetador tocaban el borde de la mesa. La sensación de sentir el borde de la mesa contra mis tetas, cortando por momentos la circulación de mi sangre, haciéndome cosquillas mientras mis ojos seguían fijos en la pornográfica fotografía, hizo que me pegase más contra la mesa… hasta que mis pezones duros se encontraron con el borde y me sentí estimuladísima. La postura era incómoda como para repetirla varias veces sin llamar la atención, sin duda. Pero había caído en una trampa de la que era difícil salir. El calor me agobiaba y el deseo me quemaba el cuerpo entero, despersonalizándome.

Y, sobre todo, lo que me ardía de verdad era la entrepierna. Casi sentía mis muslos sudar del calor ambiente e interno, la minifalda ocultaba un horno en potencia a punto de estallar… Aunque sin duda era arriesgado porque podrían verme, la única forma era relajar un poco la goma para que mi mano se colara por detrás y empezar a acariciarme el clítoris… Incorporándome un poco mejor sobre la silla y acercándola al borde de la mesa, de forma que ocultara lo más posible mi acto a los demás, deslicé mis dedos por mi ombligo y retiré unos centímetros la goma de la minifalda para acariciar, por encima de la finísima tela de mi braguita, mi entonces hinchadísimo clítoris. Al apoyar la yema de mi dedo sobre mi delicado órgano sensorial, noté como casi me entraba un escalofrío de puro deseo que me recorría desde la vagina a todo el cuerpo y se quedaba especialmente anclado en mi cerebro, donde me sacudía con potentes descargas de placer cada vez que me acariciaba de nuevo. Sin casi darme cuenta yo misma, mi respiración se había vuelto acelerada y mis labios dejaban resbalar el aire que exhalaba a bocanadas al exprimir con mayor fuerza mi parte más sensible… La violencia de mi estímulo placentero me hacía curvar mi espalda y levantar mis pies del suelo, me empezaba a sentir realmente deseosa…

¿Por qué yo tenía que soportar tal frustración, consolarme con tan solo rozarme yo sola en vez de ser penetrada? Algo en ese pensamiento me hizo abrir los ojos y volver a la realidad. Notaba el aroma a sexo en mí, extendido a partir de la evidente humedad de mis labios pegados a la ropa interior, y me daba cuenta de que no podía permitirme algo así en público. O al menos, no debía dejar que me vieran, porque me veía incapaz de parar. Al momento, con mi respiración aún entrecortada y nerviosa, eché mi silla para atrás con un impulso mientras me colocaba bien la falda y me levanté lentamente de mi sitio. Era obvio lo que pensaba hacer, dirigirme al baño y cerrar la puerta, para tocarme el sexo sobre la taza del váter con las piernas bien separadas y el tanga colgando de mi tobillo… De alguna manera aquella imagen me resultó demasiado tentadora para mí misma, me excité de sobremanera. Mis sandalias dirigían mis firmes piernas hacia el fondo de la sala, donde se encontraba la entrada a los baños. En aquél momento no reparé en que estaba siendo seguida.

Demasiado concentrada en mis pensamientos, abrí la puerta del baño de minusválidos, pensando que ahí estaría más tranquila y con mayor espacio. Era amplio y el váter estaba en la pared más larga de las que formaban el cubículo, frente a la puerta de entrada. Casi corriendo, cerré la puerta con el pestillo de seguridad, y con prisa me bajé la balda hasta quitármela por los pies. Me senté sobre la blanca tapa del váter, algo fría, y automáticamente separé las piernas a ambos lados descubriendo al máximo mi triangulo ardiente cubierto con la mínima tanga que me había puesto para no pasar tanto calor, de cintitas anudadas a mis caderas con sencillos nudos. El calor que sentía por dentro era tan intenso que irracionalmente me quise quedar enteramente desnuda. No me bastó con desanudar nerviosa los nudos laterales de mi ropa interior y dejar mi sexo al descubierto, sino que también me quité el top por encima de la cabeza y lo lancé al lavabo. Mi exuberante cuerpo estaba totalmente al descubierto en aquellos escasos metros cuadrados. Con mis sandalias fijas contra el suelo y la espalda encorvada contra la cisterna, separé bien mis muslos para frotarme con el puño la vagina de arriba abajo. Nada más hacerlo, volví a la temperatura acumulada antes en la mesa de estudio, y bastó que pusiera un dedo sobre mis labios para mojarme con una pequeña cantidad de flujo que se escapaba de mi húmedo interior.

Dios, me sentía tan caliente, es como si no pudiera poner freno a mi deseo… Con suavidad, acaricié mi hipersensible clítoris con las yemas de mis dedos, frotándolo lentamente a medida que iba creciendo en tamaño, y cada una de esas caricias me quemaba con fuerza en toda mi entrepierna. Tanto deseo acumulado, tanto calor, me estaba llevando a la locura. Mientras no dejaba de masturbar mi zona más delicada con mi mano izquierda, me llevé la derecha a la misma zona, pero un poco más abajo. A la vez que me deslizaba hacia abajo sobre la tapa del váter, frotando mis duras nalgas, de forma que mi sexo estuviera más arriba y completamente expuesto a mis manipulaciones táctiles, deslicé dos dedos de la recién llegada mano dentro de mi rendija. Nada más contactarlos me manché de pequeñas gotitas lubricantes de mi propia secreción, las cuales ayudaron a deslizarme con mayor facilidad dentro de mí misma. Con los ojos cerrados, me imaginé la polla de mi amado, la delicia que sentía cuando tras un buen rato de una profesional chupada, separaba las piernas y me la metía con dureza. Mis sedosos pliegues labiales casi ardían al contacto con mis falanges nerviosas, mis uñas crecidas y esmaltadas se entretenían arañando las paredes de mi estrecho conducto a mi propia conveniencia – ya sabéis que como una mujer se toca, ningún hombre lo hará -.

Ya mi piel transpiraba, sentía el sudor crearse como una lámina sobre mi frente y también sobre mis muslos, temblorosa mientras yo misma me exigía más. Ahora en mi mente mi novio me follaba con una extremada dureza. Había aumentado casi enloquecidamente el ritmo y la fuerza de mi masturbación. En un incómodo silencio en el que sólo gritaba en mi mente, comencé a musitar gemidos luchando por mantener mi boca cerrada, mientras me metía los dedos lo más al fondo que era posible y me iba dejando el clítoris en carne viva a base de lijarlo bruscamente. Con la cabeza echada hacia atrás, mis rizos oscuros pegados a los azulejos mientras ladeaba la cabeza de un lado a otro, podía sentir la intensidad del calor abrasando mis mejillas, y abría y cerraba los muslos para acompasar las penetraciones con ahora tres de mis dedos encharcados en mis secreciones.

El placer ya me recorría todo el cuerpo y me daba convulsiones. Pasé a pedirme más a mí misma, mientras me metía los dedos con fiereza me estrujaba las tetas con la otra mano sin ninguna delicadeza, solo por tener algo a lo que asirme mientras la pelvis, tan perjudicada por mis arremetidas, empezaba casi a perder la sensibilidad. Tiraba de mis pezones duros, estrujándolos sobre ellos mismos, mientras notaba ya un intenso desbordamiento en mi vientre, se me debieron escapar al menos varios gemidos cuya fuerza desconozco y también el nombre de mi novio, mientras me agitaba entera, las sandalias se me caían de los pies y notaba el frío suelo de baldosas… Y ahí vino el clímax y ya perdí conciencia de mí misma, tanto que casi me caigo de la taza mientras me revolvía, y me arañaba los pechos porque era un fortísimo orgasmo lo que estaba sintiendo con mis dedos bien metidos, cerraba los ojos tan fuertemente que casi lloraba mientras me humedecía entera, un tibio río de fluidos empapó mis dedos y manchó mis potentes muslos, al tiempo que me derretía y el calor salía por todos los poros de mi ardiente piel…

Desnuda entera en un vulgar baño, humillándome a mí misma por esa acción tan poco propia de mí, casi no podía ni tomarme en serio. Aún en mis ensoñaciones, en la profunda respiración donde intentaba recomponerme tras mi corrida, buscando que la calma llegara de nuevo a mis entrañas, abrí por fin los ojos.

- Vaya, ¡qué pedazo de puta estás hecha! A lo que has llegado…

Un chico me contemplaba desde la puerta del baño de minusválidos. Al reconocerlo, mis ojos se abrieron como platos ante el horror. ¡Era el ingeniero que había estado sentado antes cerca de mí!

Estaba totalmente desnuda, sin poder cubrirme porque mi ropa estaba por el suelo. Y ya era tarde, él me había visto. Paralizada por el terror, cerré mis muslos lo más fuertemente que pude y me incliné sobre mí misma, cubriendo mis pechos con mis brazos. Pero… ¡¿cómo era posible esto?! Si había cerrado la puerta con seguridad. Lo había hecho… ¿verdad?

- ¿Cómo…? ¿Cómo… has conseguido entrar? – balbucía nerviosa, aún sin hacerme cargo de la situación.

El ingeniero cerró la puerta tras de él, y corrió el cerrojo, aislándonos a ambos dentro. Me preguntaba durante cuánto tiempo habría estado viéndome, si solo al final o se habría deleitado con todo mi toqueteo… Era imposible saberlo, ya que había estado centrada solo en mí misma, con mis ojos cerrados y únicamente atenta a mi placer.

- Eso es lo de menos… ¿Qué importa? Joder cómo me has puesto, antes mientras te miraba ya intuía que estabas rozándote en la biblioteca, pero mira que venir aquí y hacerlo por todo lo grande… - sus ojos marrones estaban clavados en mí sin perder detalle, sin duda alguna a este hombre también yo le resultaba suculenta… Y cómo no resultarlo si me había visto tocarme tan alegremente. No me había percatado casi, pero estaba quitándose la camisa negra, sí, se la desabotonaba lentamente y ya había caído al suelo junto a mi falda. Escondía un torso muy atractivo, en verdad, con un tono moreno y con unos pectorales amplios que llamaron mi atención.

Se iba acercando a mí y yo ni podía moverme. Su pelo negro corto estaba tan cerca que podía ver cada uno de sus cabellos, me miraba con penetrante atención, pero no tanto a mi cara sino a mi cuerpo aún protegido por mis extremidades.

A unos centímetros de mí, se paró y me miraba desde las alturas. Pasó una mano por su bragueta, acariciando un prominente bulto el cual no podía dismular.

- Vamos, tía, tienes ganas de seguir pasándolo bien, estoy seguro.

No puedo explicar qué pasaba por mi mente, pero mis manos ya estaban aflojando el cinturón de esos vaqueros, pasando la hebilla y bajando los pantalones hasta las rodillas. Mi sed por un hombre no se había apagado con mi actuación y ahora buscaba peligrosamente más.

Él hizo el resto, contento de ver mi ansia. Sin ni siquiera habernos presentado, bajó su bóxer negro y dejó aparecer ante mis ojos un aparato más grande que el de mi novio, completamente duro e impaciente…

Mis manos, desesperadas, se perdieron acariciando aquella polla. Tan real, parecía hecha a medida de mis calientes deseos… Su tacto estaba muy duro, palpitaba mientras aún se endurecía más y más entre mis dedos, adoptando cada vez un aspecto más rígido y consistente. El glande me miraba, con la piel ya retraída hacia atrás… Todo mi cuerpo se convulsionó.

En mi boca ya se había acumulado un hambre de sexo que me estimulaba a salivar abundantemente. Mis manos ardían en contacto con esa polla enorme, recorrí con las yemas de mis dedos su contorno y longitud hasta grabar sus dimensiones en mi mente. Eso hizo que aún con más ganas quisiera disfrutar de ese trofeo. El chico se sentó en la misma taza donde yo me había tocado a mis anchas, lo hizo con las piernas bien abiertas de forma que su polla apuntaba hacia el techo, completamente ofrecida ante mí. Esa visión dejaba todo el órgano a mi completa manipulación, clavé mis rodillas en las baldosas del baño y con una mano despejé mi frente para que mi pelo quedara en mi nuca y no me estorbara el trabajo.

Acerqué mis hinchados labios a aquella maravilla, besé suave y profundamente el glande, empapándome de su tacto y aroma como quien olfatea un selecto vino. Convencida de su atractivo, mis manos acariciaron la base de su tronco y sus pesados testículos, mientras después de dos besos más separé mis labios para degustarla con mi lengua. Con varias lamidas extendí mi viscosa y lubricante saliva sobre su pecado, mi fluido bañaba todo lo que quería lamer. Las pasadas de mi lengua se tornaron cada vez más ansiosas, con mi boca cerrada atrapé su carne y succioné con fuerza intentando atraparlo por siempre en mi interior.  Con las manos lo empuñé y me lo metí más adentro, rozando mi paladar, me impresionaba y a la vez me ponía a cien ver esa enorme masa desaparecer por debajo de mi visión y, con sus manos en la nuca, sentir que me follaba por la boca. Contuve mi respiración cuando me puse su glande a la altura del final de mi garganta, con toda la boca llena de esa polla caliente y dura como una columna me sentía morir, y a juicio de su expresión también a él le gustaba…

Me regaba con las primeras gotas de sus fluidos preseminales, disueltas en mis encías… Sentía mis ojos cerrarse para dejarse llevar por el disfrute qué sentía, me ardían las mejillas al contener tanta sexualidad que por fin empezaba a encontrar refugio, el pelo me caía en mechones desordenados mientras lamía como una auténtica guarra por fin sin estar reprimida. Y por supuesto, notaba mi sexo encharcado de nuevo, pidiendo guerra.

Él también debió notarlo, bruscamente se separó de mí y su gran miembro abandonó mi boca dejándome huérfana… De nuevo me miraba de pie junto a mí y veía la polla como el asta de una bandera, casi proyectando su sombra sobre mi cara…

Ese chico estaba con su polla enorme, masajeándola con su mano, y yo estaba hipnotizada mirándola…

Y allí estaba yo, la que quería ser fiel a su novio pero que no soportaba su ausencia, su falta de sexo hacia mí. Allí estaba yo, abriéndome los labios vaginales con mis dedos y pidiendo que me metiesen una polla. No soportaba más el deseo, me daba igual quien fuese o qué pudiera pasarme, mi cuerpo necesita sexo, mi mente me pide un orgasmo y yo soy una esclava de mis deseos.

- Por favor, ¡¡¡métemela de una vez!!! ¡No aguanto más! – dije tocándome el clítoris mientras de la vagina se me escapaban chorros de humedad femenina de lo caliente que estaba.

De manera que el ingeniero, más cachondo que yo en ese momento si cabe, se sentó en el váter con la polla tiesa mirando hacia el techo, y todavía con mi saliva resbalando por su carne, y me atrajo para sentarme encima de él. Yo, rápidamente me levanté del suelo y sin pensármelo ni arrepentirme, me encaramé encima de él, mirándole a la cara, llevándome los dedos a mi vagina para ensancharla mientras con mi otra mano cogía su pene y lo llevaba a la entrada de mi ardiente vagina.

Ahí estaba yo, como una auténtica puta, totalmente desnuda en un baño público y a punto de clavarme una polla que no era la de mi novio, sino la de un desconocido. Recuerdo que en ese momento pensé en él, en mi novio, y me sentí mal por unos segundos, estaba haciendo aquello sin él saberlo, sólo porque estaba desesperada de estar tanto tiempo sin verle y, sobre todo, de estar tanto tiempo sin que me follase, sin que cubriese mis necesidades femeninas…

Pero no me duró mucho ese tipo de pensamientos, ya sentía como el glande de aquél pene poderoso se apoyaba en mis labios externos y los separaba, sentía como ese tronco se colaba dentro de mi sexo. ¡Me lo estaba follando hasta sin condón, si! Y en ese momento, me dejé caer al máximo, sí, de una estocada me metí toda esa polla dentro de mi coño sediento de sexo, tocando son mis nalgas duras sus muslos peludos.

- ¡¡Aaaaaah, Dios mío…!! – gemí como una hembra en celo-  ¡¡¡¡Siiiii!!!

Esa polla, ligeramente más grande y ancha que la de mi novio, me había ensanchado más de lo que estaba acostumbrada, mi vagina se estiraba y sufría intentando abrirse más a ese pene, y yo gozaba del gusto, ¡por fin un miembro dentro de mi vagina! El chico también sentía placer al penetrarme, empujaba para meter su rabo más adentro de mí, ya me tocaba casi la pared del útero, era fascinante.

Tomé rápidamente la iniciativa y me empecé a mover sobre aquél cuerpo, empecé a rebotar como sólo yo sabía hacerlo. Salté y me dejaba caer, así constantemente, metiéndome aquella carne infiel dentro de mi intimidad y haciendo que me rasgase entera. Mi sexo sufría las acometidas de aquella verga que no debería estar follándome, pero yo seguía muy tranquila, muy excitada, muy gozosa, saltando sin parar para sentir toda su extensión en mi conchita. Daba saltos con tanta fuerza que hacía temblar la tapa del váter y la cisterna, haciendo un ruido constante de plástico contra cerámica que seguro que podría oírse desde el pasillo…

Y ahí estaba yo, dejándome follar por un desconocido, que me besaba las tetas mientras yo me movía rítmicamente metiéndome y sacándome el rabo, su polla se frotaba contra mis paredes vaginales que pedían más rozamiento, más placer. Me volví loca, tremendamente loca y me retorcía el pelo mientras mi cara reflejaba placer, me mordía los nudillos de excitación hasta casi hacerme sangre, era tan feliz… Quería que esa polla durase en mí lo máximo posible, o por lo menos que dejara en mí su mejor recuerdo. El ingeniero cachondo también empujaba para entrar dentro de mí, chocaba su glande contra las paredes de mi útero, algo doloroso y a la vez muy placentero, mientras también tocaba la parte externa de mi vagina estimulando mi caliente clítoris.

Y en esto estábamos, cuando el ingeniero me indicó que quería cambiar de postura, que no quería que le siguiese clavando contra el váter. Hábilmente, con gran fuerza me levantó y sin sacar la polla de mi coño me puso a cuatro patas contra el lavabo, de forma que agarré con mis manos el borde del fregadero y ahí siguió metiéndome la verga, agarrándome de la cintura como punto de apoyo. Y yo, sometida, pero dejándome someter, en esa posición sumisa en la que yo me doblegaba a sus potentes embestidas, mi polla abriéndose a la totalidad de su vigoroso sexo, seguía disfrutando cada vez más.

Su fuerza era tremenda, a cada empujón rebotaba contra mi interior y sentía como si mi vagina fuese a desgarrarse en carne viva, yo no podía dejar de jadear, de pedirle más sexo…  Follaba divinamente, la verdad es que la infidelidad bien estaba compensando haberse consumado, era un polvo muy considerable el que me estaba llevando.  

Sus acometidas fueron a más, dentro y fuera de mi intimidad, mi culo me dolía por soportar el embiste de su dura pelvis, mis caderas parecían ya no ser mías, mis rodillas temblaban porque no podían aguantar mi postura apenas y mi cabeza luchaba por no ser empotrada contra el lavabo. El placer me recorría todo el cuerpo y me hacía débil, me hacía ser menos yo y más él… Entonces ya sentí que el orgasmo que una mujer no puede reprimir llegaba, de forma que iba a disfrutar plenamente con aquél hombre dentro. Sus manos me seguían empujando dentro y fuera de él, él me poseía y yo era casi una muñeca sin valor ni resistencia.

- ¡¡Ahhh!! ¡AAhhh! Qué rico, sí, ¡¡más!!

Empecé a gritar de puro placer y mi follador lo notó y me dijo:

- ¡Joder, cómo te gusta! Vaya pedazo de guarra que estás hecha

Chillaba, sí, a chillaba como una puta mientras la vagina se me retorcía de placer y exprimía jugo femenino que lubricó todavía más su ardiente sexo… Tuve un orgasmo desmesurado y no lo disimulé. Entonces el desconocido empezó a moverse más rápido, porque las contracciones de mi vagina apretando su verga estaban desencadenando el final de aquella acción, el orgasmo de ese tío con quien me lo montaba en el baño de la universidad.

El tío, cachondo perdido me chilló:

- ¡Joder, ya llego, puta, ya me corro! ¿Dónde lo quieres?

Y alguien que no era yo, sino una Patricia movida por el deseo, pidió de forma irresponsable:

-Córrete dentro de mí, soy toda tuya, ¡¡mójame!!

Segundos después me di cuenta de mi temeridad pero ya era tarde; aquél hombre ardiente, consumido por su deseo consumó su orgasmo con unas últimas acometidas brutales que acabaron de partirme la vagina y me dejaron casi sin equilibrio de no ser porque me agarraba al lavabo, y en ese momento gritó como loco y me dio tres últimos empujones dejando su rabo bien clavado dentro de mí e impidiendo la marcha atrás mientras me agarraba el culo. Y esa verga dura y ahora extremadamente caliente soltó su contenido de una forma brusca en lo más profundo de mi interior como mujer, de repente estalló y liberó una gran cantidad de semen ardiente que chocó contra el final de mi vagina y la empapó y resbaló hacia dentro del útero dejándome empapada.

No fue poco el volumen de esperma que descargó en mí, la cascada duró unos cuantos segundos mientras más y más densa leche me inseminaba… Y yo, disfrutando como una loca por acoger su semilla dentro de mí, algo que ni siquiera toleraba hacer a mi pareja, pero ya no me importaba lo más mínimo. Me sentí plena como mujer en aquél lavabo, sentía que estaba sirviendo al propósito de aquél hombre que era en aquel momento fecundarme…

De manera que tras dejarme llena de semen, el tío sacó su polla todavía dura de mi interior y casi salió a presión, en ese momento yo perdí el equilibrio y me caí al asqueroso suelo del lavabo y ahí me quedé tumbada boca arriba, con mis grandes tetas hacia el techo y con mi vagina dolorida y a la vez paralizada por el placer, mi rajita abierta que se relajaba y dejaba correr el esperma caliente de aquél macho. El ingeniero pudo disfrutar de ver cómo de mi sexo salían chorros de su semen, empapando la entrada de mi vagina y mis muslos de una forma muy pornográfica…

- Gracias, tía, estás buenísima… Voy a seguir estudiando un rato y dentro de media hora repetimos.

Salió, dejando la puerta del baño abierta mientras yo seguía tirada entre toda mi ropa desordenada…

Y volvió, varias veces. Y descargué con él todo lo que quise.

...

Hombres, nunca dejéis a las chicas en sequía. Siempre sabemos satisfacernos.