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La virginidad anal de Ayana

en No Consentido

Saludos, queridos lectores. Aunque no es imprescindible para entender el relato, pueden leer aquí la primera parte de Ayana: http://www.todorelatos.com/relato/101648/

 

Espero que lo disfruten. 

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Ayana seguía sin estar preparada para el sexo.

Eso es lo que podría haber dicho cualquiera si hubiera presenciado el primer acto sexual de la joven,  cuando su padrastro la había violado sin miramientos, aprovechándose de ella usando la poderosa droga de diseño “Yellow Star”. Pero es que nadie podría haber sido testigo ni siquiera sospechar de ello. La desvirgación de Ayana había ocurrido en el sótano de la casa, donde ni siquiera los gritos de dolor de la chica podrían haber llegado a la calle. Y nadie sospechaba que el padrastro de Ayana, a quien a su cuidado la había dejado su madre, había abusado de ella.

De ese modo, y para preservar la total normalidad, Ayana se había dirigido una vez más al colegio, como cada mañana. En el centro estaba hasta su novio. Ayana intentaba comportarse como siempre, pese a que su feminidad había dado un giro irreversible. Ante los compañeros de clase y su propio novio, estaba un poco más callada y miraba al cielo como si esperara llover… Su pareja, que por un lado estaba un poco decepcionado con el hecho de tener que seguir esperando para tomar su virginidad, decidió relajarse pensando que Ayana seguía nerviosa por los exámenes y que quizás su período le había sorprendido esa noche. (No podía sospechar él, ni se le pasaba por la cabeza, que la noche anterior la sangre de Ayana que había salido de su sexo era debida a la brusca rotura del himen y no a la regla).

Pese a que quería pasar la tarde con ella, la dejó ir, no sin sorpresa cuando vio que su padrastro detective era quien acudía a recogerla al colegio en su coche. Ella se despidió de él tímida y rápidamente, mientras entraba en el coche y el hombre le miraba con carácter impasible mientras arrancaba. Una mirada que ella nunca antes había sospechado que estaba oculta, como todos aquellas cámaras instaladas en su casa por las cuales el observaba el cuerpo desnudo de Ayana. Su tierna cara, aún de niña y con un cabello liso y rubio que llegaba a media espalda, se conjugaba con un cuerpo de mujer extremadamente desarrollada: delgada, de cintura perfecta y caderas estilizadas, marcada con unos grandes pechos y un culo redondeado y a todas luces perfecto.

Ayana estaba asustada, pero sabía perfectamente que no podía decir nada a nadie. Que su situación era mala, pero que ella no sospechaba hasta qué punto podía ser peor. Se avecinaba, iba a ocurrir de nuevo… Lo sabía porque su padrastro le había metido mano en el coche, delante de los semáforos… Había deslizado su enorme mano entre las porcelanosas piernas de su hijastra, apretando con fruición los muslos y paseándose sobre la tela que cubría su sexo. La pobre chica no quería ni mirar, y hubiera querido disociarse de la sensación que suponía el tacto de aquél hombre nada familiar sobre sus partes más sagradas. Miraba el tráfico, como queriendo concentrarse mucho en él, como si eso le pudiera sacar de allí intacta…

Se bajó del coche, colocándose bien la falda, pese a lo poco que sabía que eso duraría.

Al poco de entrar en casa, en la cocina, su padrastro la llamó y se acercó a ella. Llevaba algo en la mano. Ella sabía lo que era.

El padrastro bruscamente la cogió del cuello de la blusa, algo que la inocente Ayana no esperaba. Con fuerza, la empotró contra la pared. Lo que le daba a entender era muy sencillo: o se tomaba la droga a las buenas, o lo haría a la fuerza. Ayana, prefiriendo hacer de la situación un trago menos amargo, separó sus labios de colegiala retocados con pintalabios e inclinó un poco la lengua para permitir que la cápsula depositada por su padrastro tuviera acceso libre a su estómago. Tras tragarla, a los pocos momentos de hacerlo, Ayana  comenzó de nuevo a sentir esa sensación mixta entre un intenso calor y una flaqueza muscular abrasadora… Él fue rápido. Cogió a su concubina en volandas y la llevó al sótano, donde tenía preparado todo para otra sesión de incesto.

Ayana observaba a la luz del fluorescente, entre el temor y la excitación, el camastro inmundo donde fue violada la noche anterior. Notaba un olor a cerrado y a intenso sudor de hombre en el ambiente. Vio dos cosas que eran un recuerdo ineludible de que ella había yacido ahí: sus bragas de ayer, hechas una bola en el parqué, y la colcha de la cama revuelta, donde se agolpaba una mancha de sangre que solo podía pertenecer a su membranita virginal perdida.

Bruscamente, fue lanzada contra la cama, cayendo boca arriba, golpeando con fuerza el colchón. Ayana intentó incorporarse, pero ya estaba completamente paralizada por efecto de esa droga. Y no pudo por tanto resistir el envite de su padrastro, echado ya contra ella, apoyando su peso contra su tórax y restregando su enrome cuerpo contra su frágil figura pálida. La respiración fuerte y cálida de él le marcaba su excitación, sus ojos fieros dejaban claro que la domaría de nuevo, allí y durante las horas que a él le apeteciera. Su padrastro se liberó de la camiseta y dejó al aire su rudo torso, para a continuación besar los tiernos y blandos labios de Ayana, impulsando a la fuerza el olor a tabaco dentro de la cavidad bucal de la niña valiéndose de su lengua… Ella se sentía a punto de ahogarse mientras él comenzaba a tomar lo que quería de su cuerpo.  Como ahora, que ya buscaba los pechos de la escultural adolescente por encima del uniforme escolar.

Con un tirón propio de una bestia, rasgó la blusa blanca de la joven. Ayana gritó cuando tiró lejos el sujetador y las manos magrearon con rudeza sus pobres pechos, tan bien dotada estaba la chica que hacía perder la razón a su acosador, y lo mismo pellizcaba el tejido glandular sin delicadeza que mordía los pezones de su hijastra. Y lo peor es que con ello, en medio del salvaje asalto, Ayana comenzaba a excitarse de sobremanera gracias a los poderes afrodisíacos que ahora mismo se adueñaban y manejaban sus sentidos…

¿Era posible tener más suerte? Pensaba así su padrastro. La operación que investigaba le había llevado a casarse con una mujer que aportaba una hija adolescente de atributos divinos. Había sido tan fácil drogarla con la Yellow Star… y sería así muchas veces, tenía planeado él. Y lo más excitante, pensó mientras bajaba las braguitas blancas de Ayana, era que  había sido él y no el patético de su novia el que había arrebatado la condición virgen de la niña; aún se derretía de excitación y temperatura al recordar cómo había roto el himen de Ayana de una estocada.

Arrojó la ropa interior de la jovencita a un rincón y con una sola mano, sujetó las muñecas de su hijastra. De un tirón la hizo levantarse. El precioso cuerpo de Ayana quedó colgado con los brazos en alto, inerme y débil ante el corpulento agresor. La carita angelical de Ayana colgaba caída, y a la altura de los poderosos pechos de la adolescente quedaba el gran miembro viril de su padrastro. Su dueño contemplaba la escena lleno de agitación y de impaciencia, y se recreaba con el dominio que tenía sobre la totalmente sumisa Ayana.

Separó los labios de la boca de la muchacha, aún vírgenes en cuanto al sexo, para introducir entre ellos su polla. Ayana se mostraba confundida, jamás se lo había hecho a su novio, era su primera felación. Intentó abarcar tímidamente el glande con sus labios, introduciéndoselo y sacándoselo, pero su domador acabó enterrándole todo el tronco en la boca mientras la sujetaba por la nuca. Con toda la polla dentro, rozándole la garganta, Ayana sentía arcadas, y el sabor del sexo masculino quería hacerle vomitar, pero su padrastro no tenía piedad y la hizo recorrer su longitud varias veces mientras manejaba su cabeza a su antojo. La lengua de Ayana aprendía a deslizarse y a untar de saliva el grueso pene de ese hombre forzudo, el mismo que alojó en su vagina… El padrastro comenzaba a estar contento del progreso de Ayana, y más aún al ver que sus caras de asco inicial se tornaban en lascivia, él la estaba pervirtiendo y ella era solo para él…

Al cabo de poco rato sacó la polla babeante de saliva femenina de la boquita de la fémina, ella parecía cansada de haber soportado tal instrumento en entre sus mandíbulas. Le contemplaba con miedo, pero a la vez, sin poder disimular que había comenzado a mojarse sus partes más impuras… ¿Le empezaría a gustar el sexo con él? ¿Le estaría poniendo caliente su dureza y malas prácticas para con ella? Era tan intensa la sensación que ella sentía que le quemaban las partes malheridas por los apretones que le habían dado en sus pechos, que el sexo le empezaba a hacer chispas ahora que los dedos rudos de su compañero sexual recorrían la fina hendidura de su coñito. Al introducir dos de sus dedos el degenerado pudo comprobar como su tierna niña ya estaba completamente rendida al placer, y de su cuevita escurrían regueros de templado flujo femenino, que aumentaban con los masajes que él daba en lo más profundo de esa vagina que tomaba ahora por segunda vez.

Ayana no tardó en alcanzar el orgasmo, y entre violentas sacudidas se dejó llevar. Su amante extrajo los dedos cubiertos de goteante flujo y decidió de una vez entrar en su legítima mujer. Esta vez la colocó a cuatro patas, la ignorante Ayana se dejaba hacer mientras reposaba su cabeza en unos cojines que la ayudaban a no perder el equilibrio. Se mostraba expectante pues era la segunda vez en su vida que se la iban a follar, y la primera vez también había sido él quien la había desvirgado, justo un día antes… Ella temía porque se corrió dentro de su sexo anoche, y hoy tampoco llevaba protección ni había mostrado el más mínimo interés por los preservativos, de tal modo que Ayana corría un gran riesgo de ser preñada. Pero en aquél momento, cuando él punteaba suavemente sus labios vaginales con la punta de su hinchado y enrojecido pene, ni siquiera ese riesgo le parecía fatal…

Tras pasear el sexo por el clítoris de Ayana, quien ya movía las piernas con algo de frenesí por la excitación de ser tomada, el padrastro decidió hacer lo que tenía planeado para hoy.  Agarró con fiereza las nalgas bellísimas de la pobre sumisa y posó el glande en el orificio. Ayana le sintió, pero antes de que pudiera decir nada, su padrastro ya estaba metiéndole el glande por el ano. Forzando un poco consiguió abrirse paso en su intestino, sin piedad entre los alaridos de inmensurable dolor de Ayana al sentir esa intromisión no tolerada.  Ayana intentaba concentrar sus fuerzas en patalear, en moverse, en luchar contra la invasión, pero la alucinógena droga aún bañaba sus nervios e impedía que ella realizara movimientos bruscos. De esa forma, no pudo apenas oponerse, las manos apretaban las caderas de la dulcísima Ayana hasta deformar la casta piel, y el grueso y monstruoso pene forzaba para tomar el interior anal. Su padrastro hacía grandes esfuerzos por reventar el culo virgen de la joven niña, por tomar el último reducto de decencia de su hijastra ahora convertida en puta no consentida, y ya lo conseguía, habiendo metido el glande y sintiendo las carnes prietas de Ayana hacer sufrir a su polla. Entre gritos, ya conseguía meter casi más de la mitad de su fiero miembro en el interior de la tierna putita, a la cual ya fallaban los brazos y caía con su cara llorosa y la mandíbula desencajada de sufrimiento tras tanto grito de horror, era un espectáculo sádico ver como ella misma se enjuagaba las lágrimas contra la almohada mientras era empujada por detrás, y ya tras inmensos esfuerzos, llegó la plenitud. Sí, ya su padrastro había conseguido llenarla de carne jodiéndola viva, y el sexo masculino se encontraba empalado entre la hace poco virgen carne de la pobre Ayana. El sufrimiento de acoger tamaño dique entre sus nalgas era tan cruento que ella apenas ya sentía nada, y el padrastro decidió seguir tomando por la fuerza el tesoro que ahora le pertenecía.

Usando sus brazos, bien sujetos a la jovencita, la separo de su cuerpo para extraer casi toda la extensión de su descomunal aparato. La carne de la niña apretaba tantísimo su sexo que para él casi también era una tarea dolorosa la sodomización. Al punto de que pudo ver como unos cuantos centímetros salían de la cavidad anal de Ayana, se encontró con que se había de nuevo excedido en su práctica sexual: gotas de sangre fresca manchaban su prepucio. Pensó en que su aniñada criatura aún no tenía el cuerpo preparado para el sexo duro ni para el grosor de su rabo, pero le importó poco el daño causado. Con toda la fuerza de su pesado cuerpo, embistió a la joven hasta empalar de nuevo toda su polla dentro del culo de Ayana. Otro grito, casi tan horrible como el primero volvió a salir de la garganta de la pobre víctima, mientras la polla aún seguía rasgando sus juveniles músculos, pugnando por abrir ese orificio anal para entrar hasta lo más profundo.

Ayana, llorosa, y afónica de tanto gritar para que su sádico padrastro se detuviera, tuvo que aguantar sin poder hacer nada para evitarlo la sacudida de dolor insoportable que supuso tener de nuevo la polla enterrada hasta el fondo de su recto. Y ese fue el momento en el que su violador decidió emprender una serie de embestidas sin ningún cariño contra el ya no virgen ano. Empezó a moverse con fuerza bruta, pues a cada empujón de aquél bestial ariete el intestino de la chica oponía menos resistencia, y las sacudidas que sufría el cuerpo femenino la hacían asemejarse a un indefenso muñeco de trapo.

Follar el culo de tan tierna y escultural adolescente estaba volviendo loco al padrastro, estaba tornándolo en una fiera sanguinaria a quien le importaba poco el estado de su hijastra. Cada vez las sacudidas eran más rudas y violentas, cada vez las estocadas tenían un final más insano, como si quisieran destrozar el ano de Ayana… Y todo esto causaba en la sufridora unas increíbles sensaciones de impotencia, unos quejidos inútiles y lágrimas que ahogaban su cutis perfecto… Ya el padrastro la agarraba de sus tremendas tetas y las usaba como punto de apoyo, a la vez que las desgarraba con sus manazas. La carne trémula de los senos de la joven le excitaba más y le hacía ahondar con más fuerza en su amante. Mientas, ella visiblemente soportaba el tormento como podía. El cuidado peinado de Ayana estaba totalmente destrozado, sus brazos apenas ya podían sostener las bravuconas sacudidas que su fina figura experimentaba, y el dolor lacerante de su trasero atravesado le hacía resquebrajarse por dentro…

Y sin embargo, para su padrastro la follada que le estaba pegando a Ayana era deliciosa: su delicada figura se movía en sus brazos a su antojo, el estrecho culo de grandes nalgas de su amante era perfecto para la penetración, y los lamentos de la pobre muchacha le estaban excitando cada vez más. Ya sentía, sí, ese calor removerle los testículos peludos…

Ponía mucho énfasis en que cada penetración fuera potente y completa, que en todo momento acabaran uniéndose ambas pelvis… Al destrozar las nalgas de Ayana en cada empujón encontraba fuerzas, nacidas del deseo del incesto, de seguir esforzándose en las hercúleas estocadas. Y Ayana, siempre bajo el eflujo de la Yellow Star, sentía muchísimo dolor debido a que la droga incrementaba todas las sensaciones…

Su padrastro, ya acuciado por el final inminente de la cópula, empezó a embestir aún más fuerte a la desequilibrada Ayana. Ella notó que el fin estaba cerca, y mientras la pelvis de su follador machacaba sin piedad sus nalgas, en medio de su agonía, pensó que de nuevo volvería a soportar la semilla de su padrastro, ese líquido prohibido recorriendo su piel…

Y él pensaba en lo mismo, que ya sentía como su dura verga, cansada de horadar ese estrecho orificio, pedía ya soltar su carga… Sentía el temblor, y de nuevo se repetiría, como ocurrió anoche, que su semen volvería a manchar a su hijastra, a firmar esa unión incestuosa cada vez más legal…

Sin poder ya contenerse ni por un minuto más, aulló y gruñó mientras su polla aún dañaba en sus últimas sacudidas el culo de Ayana. Ella sufrió esos movimientos finales con el temor real de ser partida en dos, y preparándose para el previsible fin.

Y a los pocos segundos del orgasmo, su padrastro decidió que no sería el culo el receptor final de su corrida. Sacando la polla ya bien caliente de su orificio anal, Ayana sintió un súbito momento de descanso. Pero duró bien poco, ya que sujetándola fuertemente de las nalgas, dirigió su instrumento hacia la cavidad vaginal y, de un golpe, le metió todo hasta el final de su coñito. Ayana gimió de sorpresa y de nuevo agarró con fuerza las sábanas, mientras su hombre depositaba sobre ella su peso y caía desplomado sobre su grácil figura. Era el momento en el cual la polla, anclada en el fondo de la vagina, estallaba convulsionándose y hacía fuerza para expulsar cuantiosas cantidades de líquido seminal dentro de la joven.  Ayana chilló de rabia, pues no quería que su fértil útero adolescente se volviera a llenar de semen.

Pero así ocurrió. Su padrastro, entre gemidos, se corrió en ella con varios chorros. Su descomunal pene lanzaba espesos torrentes de semen, un esperma blancuzco y muy espeso, que se coló directamente en el fondo del útero de la virginal adolescente, y que con potencia manchó su tibia carne y con su calor abrasó el aparato genital de Ayana. Ella misma sufría con sus ojos cerrados y su boca abierta mientras la preñaban, sin poder evitarlo, admitiendo pasivamente toda la leche en su coño.

Se desplomó contra la colcha, abatida y magullada. Su padrastro cayó a un lado, y eso hizo que saliera el pene de su vagina, aún brillando por el producto de la copiosa eyaculación. Se postró al lado de Ayana, sin perder detalle. Boca abajo, la jovencísima Ayana tenía los ojos enrojecidos de tanto que había llorado, y la cara pálida la hacía parecer vencida. Tenía un dedo en los labios mientras miraba fuera de la cama, hacia la pared de cemento, como si ella pudiera contestar a todo lo que pensaba. Apoyada sobre las sábanas, su figura dejaba entrever esos atributos que se habían convertido ya en disfrute exclusivo del inhumano padrastro. Su novio ya no podría conocerla virgen ni por delante ni por detrás: no tocaría esos inocentes pechos, que ya habían sufrido demasiado magreo; no sería el primero en disfrutar de las prominentes nalgas de Ayana, que habían sufrido un sexo anal demasiado extremo para su primera vez; ni disfrutaría del perdido himen de la joven. Los muslos finamente esculpidos de Ayana se encontraban separados por la hinchazón que cubría ahora toda su pelvis, ya que su ano se encontraba resentido por la violenta penetración, y del cerrado sexo de la hermosa adolescente salían ahora algunas gotas de semen incestuoso que manchaban la piel y la sábana. Ayana sentía aún ese líquido infernal removerse en sus entrañas, mientras mantenía la mirada ausente.

Y viéndolo todo, allí estaba el victorioso padrastro. Se relamió pensando que era el hombre más afortunado, pues había desflorado completamente a Ayana, él solo había tomado cada rincón de su cuerpo, y ahora era de su exclusiva propiedad.

Y lo que quedaba… Porque quedaba mucho por disfrutar del cuerpo de su hijastra…

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Espero que les haya gustado el relato, estaré encantado de leer y contestar a sus comentarios aquí o en mi correo electrónico.