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Trampas (10): El lado oscuro

en No Consentido

Oscar es un médico-investigador, empleado en una  de las grandes farmacéuticas mundiales. Su puesto de director de I+D lo consiguió a los treinta años, por su brillantez y claridad a la hora de establecer protocolos de investigación. Ahora, diez años más tarde, no sólo atiende las grandes reuniones y diseña las líneas de desarrollo de nuevos productos de la compañía, sino que,  campechano como pocos, se codea con su equipo para, en primera línea, ayudar en lo que sea necesario. Es adorable, adorado, y guapo. Proposiciones  no le han faltado; pero él está casado con dos: su esposa y su profesión.

 Su mujer, Elena, es perfecta. Su larga cabellera pelirroja natural, junto con el toque élfico de sus rasgos faciales hacen de ella una criatura deliciosa. Si a eso le unimos un cuerpo de modelo, el resultado es que levanta admiraciones y algo más por donde pasa. Tímida por naturaleza, le gusta vestir elegante pero sin marcar figura. Es gerente de auditoria en una de las “big four”, y está muy valorada en su trabajo. Ella también ha recibido numerosas propuesta, no sólo de índole sexual, también de trabajo. Pero le gusta lo que hace, y no se ha planteado ningún cambio.

 Hace tiempo que Oscar tiene un proyecto en la cabeza y que, a escondidas de todo el mundo, lo va desarrollando. Se le ocurrió un día en que un amigo le explicaba apesadumbrado los esfuerzos para que su mujer se excitase y tuviera sexo. Pensó que debería existir algo parecido al viagra, pero para mujeres. Ha habido intentos por parte de otros grupos importantes, pero nada concluyente. Sin embargo, él había logrado una enzima que, probada en animales, daba el resultado esperado. Siempre con cuidado de no ser descubierto, como un Víctor Frankenstein moderno para conseguir sus trozos humanos, él consiguió, pagando con su dinero, experimentar en cabras, cerdos, perros y monos. Y en todos los casos el éxito era espectacular, y sobre todo, de larga duración. En cerdos y simios, el efecto duraba semanas. El éxito llamaba a su puerta, pero debía hacer un experimento con seres humanos para verificar la bondad de los resultados.

 Y no era tarea fácil, porque así como él podía desplazarse a granjas para hacer pruebas y ningún propietario dijo nada, porque lo que les pagó compensaba con creces el riesgo, con mujeres era totalmente diferente. No debía ser con profesionales del sexo, porque el estudio saldría sesgado. Debía utilizar una cobaya humana con poca apetencia sexual. Pensó en su amigo, pero se divorciaron hace años. Así que una idea obsesiva le empezó a rondar por la cabeza:  utilizar a su esposa. Así en el laboratorio nadie se enteraría de nada.

Tras muchas dudas y valoraciones, llegó a la conclusión que era el espécimen ideal. Poco dada a efusiones sexuales, normalita en las relaciones, tímida y con un cuerpo de infarto, no debería causar problemas a nadie. Pero claro, ella no daría su consentimiento a un experimento así. Y más porque la dosificación debe hacerse vía intrauterina. Pensó que la ocasión propicia serían las vacaciones comunes. Siempre se pedían  en abril unos días, para coincidir con el descanso de tantas auditorias anuales.  La anestesiaría mientras dormía, y así no sentiría nada.

 Y así fue. Unas gotas de cloroformo en un algodón la durmieron esa noche. Y con un ecógrafo móvil que tenía para monitorizar la infiltración,  Preparó con cuidado la solución química, y la puso en una jeringa. A continuación, y sin ningún escrúpulo moral, insertó la larga aguja en el útero de su esposa, derramando la sustancia en su interior. Una limpieza posterior borró toda huella del delito.

 Pero como casi siempre, hay una variable que es incontrolable. En el caso de Elena era que su baja actividad sexual era sólo con su marido. Ella tenía como amante otro auditor, y muchas veces daban rienda suelta a sus instintos más primarios en los viajes que hacían. Oscar no lo sabía, pero acababa de mezclar gasolina con fuego.

 Elena se despertó de madrugada, con la cabeza pesada, pero con una sensación en la entrepierna como si se hubiera orinado encima. Se tocó la humedad, pero vio que era flujo. Y ese roce con su clítoris la encendió. Estuvo un rato acariciándose. Las sensaciones eran agradables, pero necesitaba más. Como no tenía a su amante a mano, dispuso de su marido, quien se despertó complaciente al ver a su amada esposa amorrada a su entrepierna, mamando como nunca lo había hecho. Estaba rebosante, más aún cuando no sólo Elena no sólo no se retiró cuando él se corrió, sino que engulló todo el esperma aspirando la polla para no dejar ni una gota.

 Oscar esperaba una reacción así, y por eso no dudó en tomarse acto seguido una viagra para volver a estar en forma en poco tiempo. Esa noche ya no durmieron más, ni uno ni otro. Follaron como desesperados.

 Pero algo no iba bien. Oscar notó taquicardias derivadas del fármaco levanta-rabos, y tuvo que pedir que parase Elena, para llamar a un médico. Ella  no se conformó, y, sin importarle un pimiento el estado de su esposo, se vistió con unos leggings y una camiseta, sin nada de ropa interior. Y abandonó el piso cuando llegaba una ambulancia. No le preocupaba su marido. Oscar debería tomar nota de este efecto secundario... si sobrevivía al infarto.

 Mientras, Elena con una mano en su coño, y conduciendo con la otra, trataba de llegar a casa de su amante. Él la satisfaría. Pero una avería inoportuna del coche, que empezó a sacar humo, hizo que se parara en una zona poco respetable de la ciudad. Excitada, caliente y desesperada, salió del coche para ver qué demonios le pasaba. Un grupo de jóvenes con pintas poco amigables, la rodearon enseguida. Vieron su figura estilizada, y antes de que lanzaran sus bravatas intimidatorias, ella se arrodilló ante el que tenía más próximo, y se dispuso a bajarle la cremallera de los tejanos.  Como era de suponer, ninguno de los pandilleros puso ascos a la orgía que se iba a montar. Sólo que la cogieron en volandas y la acercaron a una especie de local que usaban como cuartel general. Allí la desnudaron sin oposición, y se dispusieron a devorar el manjar que les había caído del cielo.

 El que no iba a ir al cielo era Oscar, que, camino del hospital, respondía a la medicación, pero le indujeron el coma para relajarlo porque no paraba de repetir algo como antídoto y efectos permanentes. Nadie más sabía que la solución administrada a su esposa era como in virus inmunorreceptor, que si no recibía antes de 24 horas la “vacuna”, tendría efectos permanentes en Elena. Y su mente se apagó con el sedante antes de poder siquiera pensar en ello...

 Los que tampoco olvidarían esa noche eran los jóvenes que follaban a Elena. Tras tres horas, ella seguía deseosa de más sexo; nada era suficiente, y alguno ya mostraba signos de cansancio y flaccidez. El jefe del grupo, en un intento desesperado, ya que era el último que aguantaba, le metió el puño en el coño. Eso la contuvo unos minutos hasta que se corrió, pero ella quería más y más. Como una diosa ante sus siervos humillados, cogió sus ropas y se fue de ese antro en busca de alguien que la satisficiera.  Debía proseguir su camino hasta casa de su amante, pero el coche estaba estropeado. Así que, sin vestirse, se plantó en medio de la calzada cuando se acercaba una furgoneta. Al volante iba un joven acnéico con una chica al lado, y otra pareja detrás. El vehículo frenó para no atropellarla, y la ninfa desnuda, de manera ágil, abrió la puerta trasera y se acopló entre  la pareja. El conductor, asustado, arrancó con gran velocidad, mientras preguntaba quién al perseguía y que no se preocupara, que iban a una comisaría de policía a dejarla.

 Elena, aún caliente como el mismísimo infierno, manipuló la entrepierna del sorprendido joven del asiento trasero, y las bragas por debajo de la falda de la joven que no se atrevía a decir nada. 

 -¡Ostia, Carlos, esta zorra está mamándosela a Enrique y tocando el coño a Laura! Dijo Silvia, la copiloto. Carlos por poco choca contra una farola al intentar ver qué pasaba atrás.

 Elena les dijo que no fueran a la policía, que la llevaran a una casa en las afueras, y sabría recompensarlos  todos. Y lo dijo sin apenas sacarse la polla de la boca. En un alarde de flexibilidad, Elena simultaneaba los dos cuerpos, y la joven, receptiva a esos dedos hábiles que la hurgaban, pronto quiso poner los suyos en el horno que era la entrepierna de su violadora. Una sinfonía de gemidos llenaba el habitáculo. Carlos estaba ya más que cachondo, y Silvia empezaba a humedecer su tanga. Paró el coche en una zona de arboledas un poco oscura, y, con gran esfuerzo por parte de todos, lograron sacar a Elena y la tumbaron en el maletero, mientras pedía casi sollozando que la follaran.

Laura, la más dócil del grupo, y la que ya estaba a punto de correrse, se apiadó de la mujer, y procedió a meterle dedos. 2.. 3... 4... a cada dedo Elena se arqueaba y gemía más, hasta que su coño aspiró la mano entera de la chica, que alucinaba ante esta experiencia extrema que siempre había soñado pero  nunca habría pensado poner en práctica. Sonidos lúbricos y de flujos removidos llenaban el habitáculo, mientras los jóvenes se masturbaban. Elena levantó la cabeza y orgullosa dijo que aún tenia dos agujeros libres, para dos pollas. Los chicos ni se lo pensaron. Uno se acomodó para enfilar su verga a la boca, mientras que Carlos, que tenía el rabo más grande, ni lo dudó al hundir, apartando a Laura suavemente (pero sin retirar la mano del coño de la intrusa), su polla en el culo de Elena.

 Silvia, celosa y excitada, se  hacía un dedo, y sólo cuando se corrió, decidió que debía darle una lección a aquella perra viciosa. Su cada reflejaba decisión, y a nadie le sorprendió verla acercarse al grupo, y tratar de meter sus dos manos en los agujeros ocupados de Elena. Le costó un poco, pero al final logró hundir una mano enlazada con la de Laura, en el coño ya muy dilatado, pero el súmmum fue que logró meter la otra mano en el culo, y pajear a su novio dentro de la mujer, que ahora sí se sentía llena, y empezó a gemir y a correrse como nunca nade lo había hecho. Convulsiones, squirting, contracciones de útero... un orgasmo eterno, que satisfizo las necesidades de la joven esposa. Y tras casi quince minutos de corrida intensa, Elena se desmayó.

 El grupo se acobardó, y temiendo lo peor, la taparon con una manta, la dejaron en un rincón del bosque, y huyeron de allí, no sin antes hacer una llamada anónima a la policía sobre una mujer desnuda en aquel sitio.

 Nunca supieron que con ese orgasmo tan brutal, lograron desactivar el virus, frenando así el terrible experimento.

UN AÑO MÁS TARDE

Oscar aún se estaba recuperando del ataque al corazón, ya que la falta de oxígeno hasta que recibió auxilio le provocó lagunas en la memoria. No logra concentrarse en nada; fue despedido tras las investigaciones habidas en el laboratorio a raíz de una denuncia anónima, y parece haber olvidado cuanto sabía de la fórmula secreta. Es más, ni recuerda lo acontecido esa noche. Para él, todo es difuso y se mueve lentamente en su universo más próximo, que es el asilo para enfermos mentales de su ciudad, de donde difícilmente saldrá ya jamás.

 Elena descubrió todo el montaje y la trampa de su marido. Aunque mejor dicho, es ya ex-marido. Alegando la falta de ética en la investigación habida, fue fácil, ya que Oscar fue declarado capacitado para tomar decisiones en el momento de la firma del divorcio, aunque todo el mundo duda que sepa qué es lo que firmó.  No obstante, su mujer cedió una renta vitalicia para el cuidado de su ex esposo en el asilo.

 La fórmula no ha sido patentada nunca, ni lo será. Está en poder de Elena y de su amante. Lograron recopilar toda la información y notas, así como la manera de elaborar el antídoto. Así que contrataron a un grupo de estudiantes de la facultad de química, que son los que elaboran la fórmula, y con los que se ha llegado a un acuerdo por el que todos se benefician de ella, montando asiduamente orgías entre los integrantes del sexteto. Esos cuatro estudiantes son dos chicos y dos chicas, que atienden a los nombres de Carlos, Silvia, Laura y Enrique. ¿Es una casualidad? No se sabe...

FIN