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Trampas (3): Verdad oculta

en Amor filial

TRAMPAS (3):  VERDAD OCULTA

  Si suena el teléfono a altas horas de a madrugada, no suele ser para dar buenas noticias, y menos si aquella noche no le tocaba guardia.  Por un momento, Claudia pensó en dar un codazo a su marido para que dejara de roncar y lo atendiera, pero  con el tercer sonido, un destello de lucidez le llegó a la cabeza. Sonaba la sintonía de la serie de TV Friends. Era su móvil el que la despertó.

 Y efectivamente, no eran buenas nuevas. Su hermana Esther  le informó entre sollozos, del fallido intento de suicidio de su madre. Faltó poco, pero  afortunadamente el cóctel de fármacos que ingirió sólo le provocó un estado comatoso, y ahora estaba en la UCI del Hospital Clínic de Barcelona.  Claudia no se atrevió a preguntar el motivo, pero Esther la puso en antecedentes que su madre se veía con alguien, y que le parecía que habían cortado; ese desengaño amoroso destrozó la frágil mente de la viuda (desde hacía algunos años), desembocando en el desenlace de esta noche. También le informó que Jorge, su otro hermano, estaba junto al box de la UCI, pero que en breve la subirían a la unidad de psiquiatría para que descansara .

 Claudia vive en Madrid, casada desde hace 20 años con Carlos. No es que sea un matrimonio perfecto, pero tantos años de convivencia han dado paso a un acomodo en la relación que se ha vuelto más relajado, distante. Ambos ya han pasado el cuarto decenio de vida, y si bien ella le ha sido fiel a pesar de recibir algunas proposiciones, la libido de Carlos  arrastraba cualquier secretaria con ganas de prosperar a costa de abrirse las piernas. Claudia sabía algunas cosas, pero hacía la vista gorda. Al fin y al cabo, ella nunca quiso darle  el sexo que él necesitaba, y él nunca le reprochó nada. No tenían hijos, y su trabajo como fiscal en el Ministerio de Justicia la absorbía y llenaba tanto como una relación sentimental. No obstante, circulaban rumores en la sede del Ministerio sobre  la voluptuosidad de “la Sánchez”, pues  más de un magistrado estaba a veces más atento de la figura de la fiscal envuelta en su toga que del juicio que estaban celebrando.

 Al día siguiente, ella pidió unos días por motivos personales. Al fin y al cabo, eran las postrimerías del año, y  tenía aún un montón de vacaciones pendientes.  Su marido, atento y cortés siempre, la acompañó al aeropuerto. Ella sabía que  en esos días otra mujer dormiría en su cama, y por un momento sintió una punzada de...¿celos? ¿morbo? No lo quiso analizar, y se despidieron con un nada amoroso beso en la entrada de la T-4.

 El vuelo fue corto. Nadie la esperaba en la terminal, y cogió un taxi directo al hospital. Allí se reunió con sus hermanos. La madre estaba fuera de peligro, pero  debería quedarse internada bajo vigilancia hasta que los médicos determinaran que estaba bien como para no volver a intentarlo. Como la internarían en el ala psiquiátrica, los horarios de visita serían muy estrictos y limitados.

 Hacía tiempo que no se veían. Esther es la menor de los tres; a pesar de que ya tenía 30 años, seguía siendo la “peque”, y a Claudia le sorprendió el peinado que llevaba: rubio platino,  media melena muy recta. Y delgadísima. A pesar de los rigores de otoño, llevaba una camiseta entallada que mostraba su silueta, y una rebequita por encima.

 Jorge, a sus 35 años, tenía el punto que a todas las mujeres gustaba. Incluso Claudia se turbó un momento cuando se abrazaron. El chaval escuálido que recordaba antes de  ir a vivir a Madrid ha dejado paso a un hombre musculado, con esa barba de dos días parecida a la que lleva Hugo Silva que lo hacía doblemente interesante.

 Decidieron ir a casa. Claudia aún se sorprendía que los tres siguieran viviendo juntos. No tanto por  su madre, por ser mayor, como por ellos dos, solteros y sin compromisos aparentes.

 Definitivamente,  a Claudia le pareció un regreso al pasado. Demasiadas cosas estaban igual que cuando ella se fue.  En tantos años no había vuelto a pisarla. Siempre era su madre quien venía de visita, o bien la recogían para llevarla de vacaciones, pero  subir, desde que se casó, nunca. Su antigua habitación conservaba todas sus cosas, posters de Police y George Michael incluidos. Eso sí, las sábanas eran limpias. Le pareció que volvía a su juventud cuando recordó el escondite secreto de su diario, y allí estaba, con una capa de polvo que garantizaba que nadie lo había violado. Sopló la tapa y lo abrió. De su interior cayeron unas fotos polaroid. Aunque  ya descoloridas, se podía apreciar claramente  su propia cara con un montón de años menos, y una cara que ya tenía casi olvidada: su primer novio, Luis. Y otras más entrañables aún que hizo que se escapara una sonrisa: desnudos de ella y él, de sus relaciones primerizas, llenas de nervios y deseo, algo que ya le parecía casi olvidado. Las miró. Se fijó en el tamaño del pene del chaval –su “martillo pilón” lo llamaba ella-, y recordaba los orgasmos que le provocaba aquel chico.  Cortaron cuando él se enteró que ella coqueteaba con el que sería su marido. Y  pidiéndole perdón, besó la foto en que se veía la herramienta que le hizo recordar.

 La cena fue distendida, los tres hermanos tenían muchas cosas que decirse; para los dos habitantes de la casa,  era  casi un honor tener a su hermana mayor allí, y la cosieron a preguntas mientras el vino fluía por las copas. Luego, ya en el sofá ella se sentó en medio de los dos, y todos con copas de whisky en la mano,  siguieron hablando. Más que eso, sometían a Claudia a un primer grado en toda regla sobre su vida, incluyendo, claro está, la relación con Carlos. Algo desinhibida ya, respondió sin tapujos, que  ya no había pasión, aunque él  la buscaba fuera de casa. Tal vez esperaba alguna palabra de piedad o lástima, pero no la hubo; sólo más preguntas, especialmente centradas en ella. Sinceramente, no supo qué decir a las insinuaciones de ambos para que se buscara la vida, que era joven. Ellos respetaban la decisión de mantener el matrimonio, pero no que se resignara a  no tener sexo. Decidió que no quería seguir hablando más, y medio ebria, fue a su habitación. 

 A medio desnudarse se estiró sobre la cama y se quedó dormida hasta que, alrededor de las dos de la madrugada, las ganas de ir al lavabo la despertaron.  Se cambió en un momento, y salió sin hacer ruido de la habitación. Pero unos gemidos la sobresaltaron. Había luz en el cuarto de Esther, y  la puerta estaba entornada. La curiosidad pudo más que  las ganas de orinar, y sigilosamente intentó mirar. Lo poco que pudo ver la impactó. Ella estaba a 4 patas, y un hombre desde atrás la bombeaba rítmicamente. No le veía la cara, pero se fijó en  el rodillo de carne que se hundía en el interior de su hermana. Era enorme, muy muy grande. Ese cacharro la debía destrozar por dentro, pero no se estaba precisamente quejando de dolor, al contrario. Y además a pelo. Claudia pensó que era un amigo especial como para permitirle hacérselo sin protección en estos tiempos. Sintió una punzada de envidia, y se acordó de Carlos, quien seguramente  debería estar follando a su nueva amiguita en su lado de la cama, y por un momento se sintió deseosa de ser ella la receptora de tanta carne prieta. Sólo al cabo de un rato, cuando notó que el hombre se corría en el interior de su hermanita, decidió dar por concluida la visualización, y fue al lavabo. Al salir, ya no había luz en la habitación. Supuso que se quedaron dormidos. Ella se metió en la cama y tuvo sueños lúbricos. Se despertó con las bragas mojadas, pero de nuevo se negó a aceptarlo.

 Desayunó con ellos, sin pistas del misterioso acompañante de su hermana. Pensó que delante de él no convendría sacar el tema por si acaso no lo supiera. Convinieron en que se turnarían unos y otros para que al menos estuvieran dos de ellos en los horarios de mañana y tarde que daba el hospital. El de la mañana era de 11 a 12, y el de la tarde de 18 a 19. Para la de ese momento, irían Claudia y Esther, y por la tarde  de nuevo Claudia y su hermano. Así no desatenderían el negocio familiar, una farmacia, a pesar de tener dependientes.

 Su madre se alegró de verla, aunque se le notaba sedada;  les dijeron que era por seguridad, y que  las dosis las irían bajando a medida que el doctor lo estimara con sus visitas diarias. Calculaban que se pasaría una semana allí antes de tomar una determinación. Igualmente, la enfermera que las atendió les pidió expresamente que no hicieran comentario alguno sobre el suicidio, ni pedirle razones. Que hablaran de otros temas. Y así lo hicieron. Al salir, fueron a comer a un restaurante de la calle París.

 Mientras decidían el menú, hablaron un poco de su madre y los planes que deberían tener cuando saliera del hospital.  Claudia quiso ahondar en los motivos del intento de suicidio, le pareció un poco extraño que a sus 64 años ella se enamorara de alguien, y que luego, por una ruptura, decidiera quitarse la vida. No le cuadraba eso con las ideas de su madre, y  de ahí su insistencia en necesitar saber más. Ahí Esther reconoció que se despistaron un poco los dos hermanos porque la veían feliz, y en ningún momento se les ocurrió. Y eso lo dijo sin mirar a los ojos de Claudia. Ésta, como buena fiscal que es, supo que había algo más, y decidió que era el momento de abordar el  tema del amante furtivo que vio anoche.

 -Ya entiendo, tú  también tienes a alguien que te “distrae”. Dijo ella con un tono de sutil ironía. Su hermana sonrió, pero no dijo nada. Y cambió hábilmente de tema. Claudia supo que había gato encerrado, y se propuso en los próximos días averiguarlo. Tenía una nueva oportunidad por la tarde, por si su hermano sabía algo.

 Por la tarde, tal y como acordaron, fueron Jorge y ella misma las que velaron a su madre. En el silencio apenas mitigado por  los pasos siempre ágiles de las enfermeras, hablaron de nuevo sobre ella. Notó a Jorge una mirada diferente, fija, casi se atrevería a decir obsesiva, mientras desgranaba el sentido de vivir una relación sin amor, sin sexo. A Claudia le incomodaba bastante reconocer que su hermano tenía razón, pero más aún que se le acercara tanto al oído para hablarle; entre palabra y palabra parecía que le echaba el aliento en su cuello, y le producía un agradable erizamiento de la piel, sofocado rápidamente por los impulsos enviados desde su cerebro. La hora de visita se les pasó volando, sin prestar demasiada atención a su madre, aún sedada fuertemente.

 El viaje en taxi hasta casa fue cargado de silencio. Incómoda por ello, se propuso atacar directamente, y preguntó de manera que el taxista no los oyera, por el amante de su hermana. Jorge se sorprendió arqueando una ceja. Señal que lo sabía, intuyó Claudia. Lejos de la evasión que esperaba, su hermano le habló bien de esa persona, encantadora, que está por ella constantemente, y muy buen amante, a tenor de los gritos que se oían por la noche. Instintivamente, ella le replicó que ya lo oyó anoche, y al instante se arrepintió de ello, pues su hermano sonrió abiertamente, y le comentó con sorna que por tanto los había espiado. No tuvo más remedio que asentir, muerta de vergüenza. Jorge la abrazó con cariño y le dijo que esa persona cada noche visitaba a su hermanita, por lo que si se quedaba muchos días, lo oirá constantemente.

 Cuando salieron del taxi, ella se sentía extraña, tal vez excitada, aunque se negaba a admitirlo. Nunca había hablado tanto de sexo como aquellos dos días, y menos con sus hermanos.

 La cena fue más distendida aún que la del día anterior, y bebieron vino, mucho vino. Tanto que tras los postres, sentados los tres en el sofá, Claudia en medio de ambos, se quedó dormida.

 Tuvo un sueño lúbrico, se sentía acariciada, tocada, y no era inmune a esos estímulos, los deseaba, los añoraba tanto, que cuando sintió que se corría  gimió el nombre de su primer amor. Y esa sensación tan placentera se alargó unos minutos hasta que el sopor se despejó un poco y se despertó. Estaba sola en el sofá, y se alarmó al ver que su blusa y su pantalón estaban desabrochados . ¿Se estuvo masturbando entre sueños? ¿La vieron sus hermanos y por eso se marcharon? Se prometió no beber tanto, y de nuevo con la cerrazón de su cerebro, ofuscada, se dirigió a su habitación. Esperaba no tener que pedir disculpas si ellos le recriminaban su actitud, cuando de nuevo oyó los gemidos en la habitación de Esther. Pero esta vez la puerta estaba muy abierta. De manera muy lenta, se aproximó sigilosamente, y desde el marco de la puerta pudo ver de nuevo la figura de un hombre musculado, de pie, bombeando a Esther que se encontraba a 4 patas sobre la cama, con la cabeza enterrada entre las sábanas. La tenue luz de la habitación apenas podía permitir  ver que  los cuerpos se juntaban y separaban en un palmeo lúbrico que encendió el cuerpo de Claudia. Ésta se agachó, y en cuclillas, sintió que su sexo se abría cremoso, palpitante, ansioso porque alguien lo tocara. Sus dedos, instintivos, entraron en contacto con su botoncito ávidos de dar placer. Y siguió mirando. Se fijo que el sexo de Esther se abría como para lanzarle besos. Eso sólo podía suponer que su amante la estaba enculando.

 Ese descubrimiento excitó aún más a Claudia, que se masajeaba torpemente toda su raja buscando ese orgasmo necesario. Fue entonces cuando dejó de mirar, y aún agachada, se concentró en su propio placer. Ni se dio cuenta que los amantes habían cesado sus ruidos lúbricos, y menos aún que la vieron por el reflejo del espejo del armario. Casi estaba a punto cuando unas manos la levantaron del suelo. Esther, desnuda, resplandeciente, la miraba con una sonrisa en los labios. Con un dedo hizo ademán de que no dijera nada, y se dejó desvestir. Sabía lo que iba a pasar, su hermanita iba a permitirla compartir amante, y ella estaba muy excitada, sentía su vagina palpitar, cómo sus flujos rebosaban su poco usado coño. Iba a agradecerle profundamente el gesto, cuando se quedó paralizada al ver quién estaba estirado y desnudo sobre a cama: su hermano Jorge.

 Esther notó la vacilación de su hermana, y por ello se puso tras ella. Claudia notaba cómo los pezones erectos pinchaban su espalda, y cómo el suave vientre sin pelos de su hermana acariciaba levemente su trasero. Jorge se incorporó. Lejos de mirarle a la cara, la mayor de los tres miraba  el enorme pene que erecto desafiaba a las dos féminas.

 -Por fin sabes nuestro secreto, dijo Jorge. Hace muchos años que somos amantes, nos compenetramos perfectamente, y no tenemos que rendir cuentas a nadie.

 -Sabemos que no está bien visto a los ojos de la sociedad, pero el placer que nos damos supera con creces nuestros prejuicios- dijo Esther. Y al saber que nos descubriste, pero sin saber quién era él, decidimos dejar la puerta abierta para que te decidieras. Sabemos que no estarás siempre con nosotros, pero siempre podrás venir cuando desees y no habrá ni celos ni problemas, si es que quieres seguir con Carlos. Por nuestra parte él nunca lo sabrá, y además, me muero de ganas de estar contigo también...

 Esto último lo dijo Esther con todo el morbo del mundo, mientras mordisqueaba el cuello de su hermana, y una mano empezó a acariciar el coño de Claudia. Ésta, aún paralizada, perdió unos segundos preciosos para recuperar su habitual cordura. Demasiado tarde para ese orgasmo retenido hace tan sólo unos minutos. La explosión, el desmadejamiento, dejó vía libre a los impulsos incestuosos de sus hermanos, quienes en volandas la depositaron sobre la amplia cama. Allí fue pasto rápido de los depredadores. Jorge literalmente se amorró sobre el sexo hinchado de su novata hermana, mientras Esther la besaba suavemente y le acariciaba el cabello. Por fin el cerebro de Claudia renunció a pensar; por fin se entregó sin reservas a los dos hermanos. Y si por casualidad se le apreció Carlos, su marido, fue para desaparecer ante la inminencia de un nuevo orgasmo.

 Y sin embargo, no fue suficiente. Aún alucinada por “sufrir” dos orgasmos en tan poco tiempo, notó que algo duro y carnoso acariciaba sus labios. Abrió los ojos y se encontró la polla más grande que jamás había visto. Instintivamente abrió la boca y la acogió con dulzura. Recordó no las pocas mamadas a su marido, sino las épicas con su viejo ex, Luis. Era como ir en bicicleta, se acordó enseguida, y notó cómo agradecida, la olla crecía aún más entre la lengua y su paladar. Apenas podía abarcarla, pero no cejó en su empeño y siguió sorbiendo y lamiendo mientras su hermano gemía y se preparaba para vaciarse en su boca. Lejos de retirarse, ella  no tuvo ningún reparo en tragar el néctar, mientras volvía a notar un hormigueo delicioso en su vientre. Ahora era su hermana la que con su lengua volvía a estimularla entre las piernas. Respondió mecánicamente acariciando su cabeza como si fuera la de un gatito travieso. ¿Dónde estaba la Claudia fría y racional? Desapareció al primer atisbo de placer. Esther  giró su cuerpo para ofrecerle invitante su íntimo tesoro, y acercando su rasurado sexo a la cara de su hermana mayor, la invitó a realizar el mismo tratamiento que le estaba haciendo.

 El espectáculo reanimó rápidamente a Jorge, se acercó al 69 que formaban ambas hermanas, y acercó su enhiesto mástil a la boca de Esther. No hizo falta palabra alguna, ella supo qué hacer, el sacrificio estaba a punto de consumarse. Unas breves lamidas lubricaron el rodillo carnoso, y ella misma  lo acercó a los labios vaginales de Claudia.  Apenas ésta sintió la maza llamando a su entrada, se abrió más aún para acoger a su hermano. Con todas esas bendiciones, el grueso invitado abrió lenta pero profundamente las entrañas de su hermana mayor. No había acabado de entrar cuando útero y polla se besaron. Ese contacto produjo contracciones de placer en la mujer, quien levantó ligeramente su pelvis para facilitar que  la maza que la reventaba por dentro se ahondara más, circundando la matriz.

 A todo esto, suaves lametazos en el clítoris la llevaban al séptimo cielo. La sinfonía de sexo de los tres hermanos  dio paso a un concierto de gemidos, de susurros, de sonidos jabonosos, de olores almizclados, y sobre todo, de placer, tanto que a Claudia se le escaparon unas gotas de pis con su enésimo orgasmo, coincidente con el derramamiento de semen en su interior.

 Jorge no sacó su verga del interior, se estuvo un buen rato descansando, besando tiernamente a su hermana mientras se recuperaba. Tantos años de deseo por fin culminaron esa misma noche. Los tres rostros se miraron; sonrisas cómplices auguraban que la noche aún no había terminado. Sólo Esther y Jorge sabían cómo se originó todo, cómo de una desgracia surgió una oportunidad, y la aprovecharon. Claudia, respirando jadeante, se prometió volver a ver a sus hermanos tanto como pudiera sin su marido, deseaba recuperar el tiempo perdido, pero enseguida pensó que más que recuperar el tiempo, lo que deseaba era recuperar el placer, el deseo, que ya creía olvidado para siempre. Eran ya las tres de la madrugada, y las caricias a tres bandas auguraban un nuevo round de sexo. Además, Claudia aún no había estrenado su culito...

 Epílogo

 Eva siempre fue una mujer profundamente religiosa. Enviudó hace unos años, y se alejó de posibles nuevas relaciones, a pesar de la insistencia de sus hijos. A sus más de sesenta años, ya no estaba para tonterías de amor. Su Juan fue el hombre de su vida, y cuando se murió ella supo que  al cementerio iba también su deseo sexual; tampoco quedaba mucho ya, los años no perdonan. Se refugió en su religión, en su manera de entender la vida, y sobre todo la de familia. Se sentía bien así.

 Hasta esa noche, hace tres ya. En la cama del hospital, los relajantes le permitieron unos momentos de lucidez, y volvió a recordar el dolor que sintió,  el terrible crimen que aconteció en su casa. Hace tiempo que se preguntaba por qué sus dos hijos pequeños no tenían pareja, y por ello, aquella noche que oyó gemidos fuertes en la habitación de su hija, por fin se alegró de que hubiera traído a alguien. Aunque estaba en contra de las relaciones prematrimoniales, entendía que a ciertas edades la regla podía ser más laxa, y se alegraba por su “pequeñita”. Ella no tenía que estar, había quedado con una amiga, pero se indispuso y llegó a casa antes de lo esperado. Tal vez por ello su hija aprovechó el momento, y suponía que Jorge no estaba tampoco, sólo por eso se entendía que la puerta de la habitación estaba abierta. Solo por curiosidad, se asomó para verla, pues los gemidos eran considerablemente fuertes. Alí se encontró con la escena de los dos hermanos follando desnudos, besándose lúbricamente, apretándose en un lascivo abrazo. Pudo ver cómo el pene de su hijo salía blanquecino del interior de su hija. Aquello fue demasiado para su cerebro, y decidió dejar este mundo. No lo consiguió, y para su terrible dolor como madre, seguiría sufriendo hasta que el Señor decidiera llevársela.

 Pero en su mente se abrió una esperanza, su hija mayor, Claudia. Sí, con ilusión pensó que hablaría con ella, y como era la mayor, se encargaría que la pareja de incestuosos hermanos interrumpiera el horrible pecado que a sus ojos cometían. Sí, deseaba hacerlo pronto, se lo diría cuando llegara a casa, no les avisaría y se presentaría por sorpresa; ahora no había vigilancia, eran ya casi las tres de la madrugada y pensó que podría escaparse, sólo unas horas hasta que hablara con ella;  si se daba prisa, llegaría en unos minutos a su casa; sí, tenía las llaves en el bolso. Con determinación y sigilo, salió del Clínic. Nadie se percató En breve vería a su hija mayor y se lo explicaría, ella lo entendería, ella lo resolvería...

 FIN