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Trampas (12): laberinto de deseos (2ª parte)

en Hetero: Infidelidad

Trampas (12): laberinto de deseos (2ª parte)

 

 

Cuando Roberto volvió de madrugada, Maite lo esperaba nerviosa. Él nunca se ausentaba sin decirle nada, y llevaba desde el medio día sin saber nada de él. No obstante, algo vio en sus ojos cuando iba a recriminarle su acción.

Él, por toda explicación, puso el dvd en el aparato. Se aseguró que los niños dormían, y le dio al play.

Los propios gemidos de Maite la sobresaltaron. Sus ojos iban de la pantalla a los vidriosos de su esposo. Y ella empezó a llorar también...

 *************

Roberto no alzó en ningún momento la voz. Se sentía despreciado, humillado, engañado de nuevo. Estaba pasando por algo que esperaba que nunca volviera a ocurrir. Sólo le hizo una pregunta, a la que Maite, sollozando, no supo o no quiso responder:

- ¿Por qué?

El silencio por respuesta era toda una declaración de culpabilidad. Asqueado, paró el botón de play, y le dijo que se quedara el disco de recuerdo. Fue a la habitación a preparar una maleta con lo básico para malvivir unos días, y luego decidiría. Tan absorto estaba, que no lo vio venir. Algo duro impactó en su cabeza, dejándolo inconsciente.

Una fuerte jaqueca estalló en su cerebro cuando se reactivó su consciencia. Aún no podía abrir los ojos, pero sí tuvo una sensación que le disparó la adrenalina. Estaba inmovilizado, y con algo en la boca que le impedía hablar. Preso del pánico, empezó a forcejear, hasta que una fuerte bofetada impactó con su mejilla.

Aún con la visión medio borrosa pudo vislumbrar dos sombras frente a él.

-Cariño, siento todo ésto, pero no podía permitir que hicieras un disparate. ¡Ah! Y alégrate que te calmara yo con el bofetón. Jorge iba a ser mucho más expeditivo.

La voz de Maite se le clavó como un puñal en el corazón, pero más dolor sintió al verla desnuca, sólo con unos zapatos de tacón.

-Te presento a Jorge, mi ex marido, y mi principal amante. Roberto miró con cara de repugnancia a la persona a quien presentaba su esposa. También estaba desnudo, y mostraba una erección más que considerable, además de una sonrisa de psicópata.

Mientras Maite hablaba, Jorge se puso detrás de ella, y empezó a restregar su polla contra el culo de la mujer, y le manoseaba rudamente los pechos.

-No podía dejar que te marcharas, cielo. Sí, me he acostado con él, y con muchos más. Me gusta ser tratada rudamente, como un objeto de su propiedad. Sólo así me siento llena. Pero yo te he querido mucho. Así que me gustaría que vieras qué es lo que necesito, y cada día, para ser feliz.

La voz de Maite empezaba a ser quejumbrosa. Estaba claro que su amante la estaba calentando, y los gemidos eran cada vez más seguidos.

-Estamos en el taller de Jorge. Por ello, te vamos a encerrar en un coche, y vas a ver, calladito, cómo me van a follar. Te aseguro, cielo que te va a gustar, te va a excitar. Y esto último lo dijo con los ojos casi en blanco, al sentir cómo su coño se llenaba con el rodillo de carne duro que la hurgaba desde detrás.

Jadeando, continuó entrecortada, entre embestida y embestida: - Pero en el caso que no aprecies el morbo de ser un cornudín con una esposa que te ama, ésta dejará de amarte, y será muuuy mala, cariño, ¿lo entiendes?

Roberto miraba al vacío. Las frases escupidas por aquella que era su esposa le acabaron de romper el corazón. Por segunda vez en su vida. Pero esta vez sintió odio. Un odio profundo, oscuro, que cegó la bondad que siempre había reinado en él.

Maite se corrió sonoramente, y en breves instantes un mugido de la bestia que la montaba le indicó que él también. Le había inundado el coño de leche.

Ya más relajados, llevaron al pobre Roberto a un coche con la luna trasera rota, pero los cristales delanteros tintados. Lo pusieron en el asiento central trasero, atado con el cinturón, y con unas bridas ataron manos y brazos a los asientos delanteros, espatarrado y con los brazos abiertos. Con el cristal trasero roto, pudo oír lo que dijo el hombre, casi riendo: -Si no se une, lo meto en el maletero del coche que tengo que llevar al desguace, y que lo compriman con él dentro. A lo que su esposa, sin un atisbo de piedad, respondió que sí, que sería lo mejor, aun cuando le gustara. No se acababa de fiar.

Diligentemente, la pareja de amantes llevó al centro del taller, que estaba ya cerrado al público, dos colchones grandes, y los depositaron en el suelo. Tras alinearlos, Jorge empezó a hurgar con los dedos el culo de Maite. Ésta, lejos de quejarse, arqueó su espalda, para facilitarle el trabajo, y de paso ofrecer a su cautivo marido una completa visión de la profanación de su trasero. Tres dedos se movían parsimoniosamente adentro y afuera, mientras el coño empezaba ya a brillar con los jugos vaginales.

Hoy tendrás unos cuantos hombres para elegir, putita mía, le dijo mientras un cuarto dedo dilataba el ya ancho agujero. Ella se contoneaba sensualmente, pero nada decía, hasta que sonó un timbre, y Jorge, a pesar de ir desnudo, levantó parcialmente la persiana, para dar paso a una docena de hombres.

A Roberto se le salían los ojos de las órbitas al distinguir claramente a su amigo Juan entre el grupo, saludado efusivamente por el chulo de su mujer. Mientras los demás se quedaban en un rincón esperando acontecimientos, ellos dos entablaron una conversación de la que apenas pudo entender palabras inconexas, pero plenas de significado: “cliente habitual” “ganar más dinero” y “emputecida”.

Unos aplausos del resto de hombres distrajeron su atención, al hacer acto de presencia Maite, desnuda, pero acabada de duchar, con el pelo aún mojado. Se contoneaba y besaba a todos y cada uno de los invitados a la inevitable orgía que se iba a montar ante sus ojos. Con Juan fue más cariñosa, y éste aprovechó para amasar bien el culo que se le brindaba. Cuando acabó la ronda, aún se giró hacia el coche donde estaba Roberto, para lanzar un disimulado beso.

Jorge anunció las normas de la fiesta, mientras todos se iban despojando de sus ropas. La regla básica era que no había límites, salvo que la señora dijera que no podía hacerlo, cosa que creía difícil que ocurriera.

Maquiavélicamente, los hombres se dispusieron como en un semicírculo, orientados hacia el coche donde estaba oculto Roberto. Maite se arrodilló y empezó a mamar las doce fuentes que se le brindaban.

Empezaron a haber gemidos. Algunos, los más osados, amorraban la cabeza de la mujer a la polla para que entrara toda en la boca. No sólo no hubo quejido alguno de la meretriz, sino que Roberto pudo ver que ella se estaba masturbando la entrepierna con una mano. Hubo uno que no aguantó, y se corrió en la garganta de Maite, mientras los demás lo jaleaban. Ella no derramó una gota. Cuando le tocaba amorrarse a los que estaban en los extremos del semicírculo, las miradas de los esposos se cruzaban, a pesar de no verse por los cristales tintados. Mientras que el rictus de él era de asco, el de ella era de perversión.

Desesperado, quiso moverse. Apenas podía. No obstante, como estaba ligado con bridas a los reposacabezas, y éstos eran extraíbles, pudo llegar con los dedos a apretar el botón, desbloquearlos y levantarlos. ¡Había liberado sus manos!

Ajenos a los manejos en el coche, la orgía continuaba, ahora con Maite recibiendo una doble penetración, una polla en la boca, y otra en cada mano. Sus gemidos seguían siendo balas sónicas directas a su corazón. Mientras, Roberto encontró un trozo de cristal en el suelo del coche, y empezó a cortas las bridas que ataban sus pies. En breve estaría libre. Pero… ¿Qué hacer? Era una lucha no ya por salir, sino por sobrevivir. Sabía que si abría las puertas lo verían, así que se deslizó por atrás, ya que el cristal trasero no estaba. Pequeños cristales se clavaron en su piel, pero el instinto primario le dio fuerzas para poder salir. Roberto tenía muy claro que no podía enfrentarse a todos, así que tenía que huir de allí como fuese. Sólo podía ir hacia el fondo del taller sin ser visto. Había una cochambrosa oficina, bombonas de gas y un lavabo. Tal vez tuviera una ventana por la que escapar…

Juan se corrió rápido, estaba especialmente cachondo, y le dio morbo correrse en la boca de aquella putita del que era su amigo. Sí, definitivamente sería un buen negocio llevarla a un burdel de Francia que conocía. Sólo tendría que quitar de la circulación al chulito de su ex. Acalorado, porque no se había desvestido apenas, se fue al lavabo del taller a refrescarse un poco. Le ponía ver cómo Maite se los follaba de tres en tres y no tenía suficiente. Por eso cuando entraba en el lavabo no miró hacia delante, y no puo ver al hombre que abría la ventana para escapar. Pero éste sí vio a Juan.

El golpe fue duro, violento. Roberto descargó toda su ira en aquella patada a la garganta de su ex amigo. Nadie oyó nada. Nadie vio nada. Había cerrado la puerta antes del impacto. Roberto hurgó los bolsillos su ex amigo, sin importarle su estado. Su desesperación le dio alas…

Una semana después, aún los vecinos del barrio hablaban de la explosión del taller de Jorge, y los rumores sobre cosas raras que pasaban allí, con tantos muertos dentro, volaban a cuál peor entre los chismosos. Y en especial sobre la pobre pareja que les pilló dentro la deflagración, dejando dos niñas pequeñas huérfanas, que suerte que tenían a los abuelos. Una desgracia en un barrio humilde. Una auténtica pena… se querían tanto, decían los más allegados…

EPILOGO

Juan, porque así se llamaba desde aquel fatídico día, ejercía de recepcionista en un hotel en México D.F. Cómo llegó hasta allí, ocuparía otra historia. Anónimamente, envía cada mes una importante suma de dinero para que, a las dos hijas de Roberto, ya unas adolescentes creciditas, no les falte de nada.

Roberto, ya hace cinco años que se llama Juan. Cinco años en los que aún recuerda cómo, en un impulso, decidió cortar de raíz con todo, volviendo a entrar en el taller desde el lavabo para abrir las espitas de gas de las bombonas, y preparar una mecha retardada con gasolina y un trapo. Aún pudo volver a ver a su mujer, correrse como una posesa con dos pollas por el culo. Su coño expulsaba líquido a chorros. No tuvo ni un mínimo remordimiento cuando encendió la mecha y salió corriendo. Pero aún tuvo los arrestos suficientes para coger toda la documentación de su ex amigo inconsciente. Documentos y tarjetas de crédito.  Apenas le dio tiempo de correr unos metros antes de la monumental explosión.

Una mujer de la limpieza del hotel lo mira y lo admira. Si él decidiera abrirle su corazón, ella lo acogería con mucho gusto. Pero le inquieta esa mirada fría, la de aquellos que perdieron la confianza en el amor. Tal vez con el tiempo…

FIN