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Juegos Secretos

en Fantasías Eróticas

En la calle fría y atestada de gente, camino por la acera con un ritmo controlado aunque apremiante. Un hombre grande como yo solamente consigue a duras penas no chocar su hombro con ninguno de los ajetreados viandantes que cruzan por ambos lados y en ambas direcciones.

Jadeo, soltando vaho y entrecerrando los ojos con cada golpe que me atiza el viento en la cara. Cubro mi nariz con la bufanda para protegerla de este inclemente tiempo, captando un atisbo del aroma fuerte a cuero que desprenden mis guantes negros.

Al igual que yo hace unos minutos, la gente sale en tropel de los edificios de oficinas que flanquean esta gran avenida, apresurándose por meterse en sus coches y llegar a casa después de una larga jornada de trabajo. Sin embargo, yo no veo nada más que personas sin rostro, carentes de importancia, porque mi única preocupación es llegar cuanto antes hasta mi cita.

Seguro que debe de estar ya esperándome.

Levanto el reloj para poder ver la hora; las nueve en punto, voy un poco justo de tiempo. Pero no puedo dejarme llevar por estas ansias de reunirme con ella. Me tienen hecho un manojo de nervios.

En cuanto entro por la puerta giratoria del hotel, limpio cuidadosamente mis relucientes zapatos suizos en el felpudo de la entrada, dirigiéndome con paso firme al mostrador mientras aspiro con fuerza el agradable calor del ambiente. Casi se me había congelado la nariz, incluso tapada con la lana de mi bufanda azul marino. Se ha convertido en mi favorita entre toda mi colección, que no es pequeña que digamos.

El recepcionista, impecablemente vestido con su uniforme negro, rojo y blanco, me enseña su sonrisa más cordial desde el otro lado del mostrador.

—Bienvenido al Elegent, señor.

—Buenas noches —le saludo, pellizcando el cuero de las puntas de mis guantes y sacando uno a uno los dedos—. Una de las huéspedes debe de haber dejado una llave para mí.

Él inclina la cabeza en señal de reconocimiento, reduciendo su sonrisa un poco, con complicidad. —Por supuesto, señor.

 Mientras guardo los guantes en el bolsillo interior de la chaqueta, le observo dirigirse a las pequeñas taquillas rectangulares que están encastadas en la pared que tiene a su espalda y meter la mano en una de ellas, sacando una tarjeta llave para mí. El pulso se me dispara de impaciencia cuando extiendo la mano para recibirla.

—Sexta planta, habitación 502.

Como agradecimiento por saltarse el protocolo y no preguntarme mi identidad para registrarme como es debido, intercambio la tarjeta llave por un par de billetes en su mano antes de dirigirme al ascensor.

En este tipo de reuniones no existen los nombres, es una de las reglas del juego.

Entro en la cabina y pulso el botón retroiluminado de la sexta planta, tomando una profunda aspiración. La anticipación se me está haciendo casi insoportable. En cuanto las puertas se cierran delante de mí, concediéndome la privacidad que necesito, me llevo el dedo anular a la boca para humedecer la alianza. La sostengo entre los dientes y la deslizo poco a poco hacia afuera hasta sacarla. Es un objeto tan pequeño y ligero en la palma de mi mano, y sin embargo, en mi dedo está cargada de un profundo peso y significado. Meto la mano en el bolsillo de mi pantalón y saco mi cartera, abriendo uno de los compartimentos para guardarlo allí.

Estoy dispuesto a olvidarme por completo, durante estas escasas horas, de todo lo que soy cuando estoy fuera del juego.

Al fin, las puertas se abren, mostrándome el pasillo tenuemente iluminado. Cruzo un descuidado saludo con una mujer que entra en el ascensor y camino sobre la moqueta, mirando fugazmente mi propio reflejo en la espejada pared. Sin detenerme, deslizo las manos por mi pelo despeinado por el viento y lo acomodo nuevamente con los dedos.

Si quiero seducirla tengo que mostrar una imagen impecable.

La excitación aumenta más y más con cada paso que doy, con cada metro que mengua entre mi meta y yo, hasta que me detengo delante de la habitación 502. Para entonces mi pulso ya se ha disparado, mi corazón late sin control en la jaula de mis costillas y toda la sangre se ha dirigido hacia mi región inferior para ponerme la polla tan enorme y dura que me late entre las piernas, pidiéndome que empiece la acción. Y yo, en un último intento de serenarme, tomo aire y lleno mis pulmones, soltándolo muy lentamente al mismo tiempo que utilizo la tarjeta llave en la ranura.

Con un pitido y un “clac” la puerta se entreabre. Dentro reina la penumbra.

Lo primero que me golpea es ese olor delicioso. Huele como a chocolate y champán, un aroma que casi logra encubrir el sutil perfume de rosas que me va llegando poco a poco hasta la nariz de forma casi imperceptible, pero que impacta en mí con la contundencia de un puñetazo. Tengo que contenerme para no gemir.

Me adelanto y cierro la puerta a mis espaldas, intentando acostumbrar mis ojos a tan poca luz. Y es entonces cuando la veo.

Ella está parada de pie junto a los grandes ventanales que dan vistas a las luces nocturnas de la ciudad. Esa escasa luminiscencia que se filtra a través de los cristales acaricia a la perfección su perfil, trazando cada curva y cada línea de su silueta. Abraza sus rebosantes tetas, respingonas y atrevidas, perfectas para que las estruje con mis manos hasta hacerla gritar; su culo, que está apoyado en el borde del respaldo del sofá y que me muero por azotar con fuerza mientras me la follo, y esas largas piernas, que están avanzadas y ligeramente cruzadas de forma muy sugerente, aguardando a que las separe y me envuelva la cabeza con ellas para descubrir ese jugoso coño que esconden debajo.

Ella me ha estado esperando con una copa en la mano, disfrutando del champán para empezar a calentarse. No creo que lo necesite, pienso calentarla muy bien yo mismo.

Me empapo de la magnífica visión que me ofrece y trago la saliva que se me ha acumulado en la boca al pensar en su sexo como algo comestible, algo que tengo toda la intención de devorar un poco más tarde. Pero por ahora me doy la vuelta y camino sacándome la gabardina negra de los hombros con desenvoltura, dejándola colgar en uno de los brazos de la percha de pie, junto a su abrigo de paño y su pequeño y coqueto bolsito.

Aún distraído por mi propio desenfreno, marcado en forma de martilleo en mis sienes y de un furioso latido en la dureza que se esconde detrás de mi bragueta, me acerco a ella con paso contenido. Todavía no debo permitirle averiguar lo mucho que me afecta, lo excitado que estoy ya. Mejor que lo vaya descubriendo por sí misma a lo largo de la velada.

No digo nada, sé que me ha oído entrar. Y por supuesto, no son necesarias las presentaciones.

Ladea su delicioso cuerpo y vuelve la cabeza para mirarme al fin. Yo mantengo la compostura mientras me da un repaso, empezando por el pelo y bajando por todo mi cuerpo hasta detenerse en mi pelvis, donde late el inmenso bulto en mi pantalón. Un pequeño suspiro de aprobación emerge de su pecho antes de que continúe apreciando el resto de mí, bajando por mis piernas hasta los relucientes zapatos. Su mirada caliente y la forma en que atrapa con los dientes su labio inferior me hace sentir que ha valido la pena cuidar hasta el más mínimo detalle de mi aspecto.

—Has venido —me susurra.

Su voz suave y femenina me resulta tan excitante como el resto de su cuerpo. Tengo ganas de oírla gritar mi nombre entrecortado y jadeante cuando se muera por correrse.

—Sí. He venido —respondo mientras me detengo frente a ella y la miro a los ojos, esos hermosos ojos que parecen descifrar cada uno de mis más oscuros deseos, cada una de mis fantasías.

Como por ejemplo ese carmín rojo con el que se ha maquillado los labios y que hace que me pregunte cómo luciría manchado en mi piel, en mi cuello, sobre mi pecho, en los músculos de mi vientre y más abajo, mucho más abajo, cuando me abarque la polla con su boca.

—¿Cuánto hace desde la última vez, un año? —pregunto con la garganta repentinamente seca.

La idea de pedirle que me haga una mamada con ese pintalabios puesto hace explotar mi mente, desbordando mi imaginación con miles de imágenes obscenas y absolutamente lascivas. Imágenes de esa boca abierta y mojada, de la lengua rosada emergiendo para repasar todo el camino de mi eje hasta el glande, que enfurecen mi pulso.

—Por largo que haya sido, no he olvidado lo que sucedió. Lo tengo muy presente —asegura ella, alcanzando otra copa de la mesa baja que tiene delante y sacando del cubo con hielo la mojada y humeante botella para derramar el dorado espumoso. Me ofrece la copa mientras susurra: —Creo que no podré olvidarlo nunca, por eso he querido repetir. Esta vez quiero más de lo que me diste. Mucho más.

Yo estiro la mano, sujetando sus dedos junto con la copa, y me los llevo lentamente a la boca. Saco la lengua para lamer con deliberada lentitud el fresco champán que se ha derramado sobre sus finos nudillos, sonriendo levemente cuando la veo entornar los ojos y entreabrir los labios.

—Te aseguro que cada día de este largo año he estado pensando en lo que hicimos, y créeme, estoy más que dispuesto a complacerte —le susurro, dejándole saber con la lengua entre sus dedos cómo será cuando se lo haga de verdad, cuando la meta en su cálido coño mientras la trabajo todo el camino hacia el orgasmo.

No tenemos por qué refrenarnos o ir con contemplaciones; somos dos adultos plenamente conscientes de lo que hemos venido a hacer, de lo que va a suceder en esta clandestina habitación de hotel. Y lo que ocurra aquí será nuestro más sucio secreto al acabar el juego.

—Ven conmigo, he preparado un baño —me dice ella, dejando entrever sus dientes del más puro blanco, en contraste con el rojo carmín.

Entrelaza los dedos con los míos y tira de mí para que la siga, balanceando su ondulada melena castaña al andar.

No puedo evitar dejar vagar los ojos a través de su increíble cuerpo más de lo que puedo evitar agarrarme la polla ahora que no me ve para acariciármela un poco. Ese vestido negro y aterciopelado que lleva es tan ceñido que incluso marca la separación entre sus voluptuosas nalgas, dándome un motivo para ponerme todavía más caliente. Pero mi mirada va a sus hombros, que están completamente al descubierto. Por algún motivo esa zona es mi debilidad, la encuentro la más sexy que puede existir en el cuerpo de una mujer.

Estoy impacientándome; necesito sentir su sabor, tenerla para mí y follarla hasta saciarme de ella, si es que eso es posible. No creo que me cansara nunca de hacerle el amor a esta mujer.

Como una muchacha traviesa, entra en el espacioso cuarto de baño entre risas, balanceándose y bailando para mí mientras mira hacia atrás seductoramente por encima del hombro, tal vez embriagada ya por el poder del champán. Sin querer, respondo con una sonrisa.

Me detengo cuando ella lo hace, se queda de espaldas y se retira el pelo a un lado, dejándome ver la cremallera casi invisible que recorre toda la parte trasera del vestido. Dejo ir una exhalación, más que cachondo al pensar en lo que me espera, pero aprovecho que no mira para sacar del bolsillo la cajita de terciopelo. La abro y tomo con cuidado la cadena, elevándola por encima de su cabeza para dejarla caer suavemente en su largo y esbelto cuello. Ella jadea, llevándose la mano al pecho para acariciar el pequeño sol con el diamante en el centro.

—¿Y esto? ¿Es para mí? —pregunta, toda emoción, aunque claramente intente disimularlo.

—Sí. Para recordarte que tu imagen ha iluminado cada día de este tormentoso año —respondo mientras lo abrocho con delicadeza.

—Pero...

—Lo sé, lo sé. Las reglas del juego. No te preocupes, no espero nada por tu parte.

Ella baja la vista hacia el colgante y aprovecho para tocarle por fin los hombros, acariciando la piel desnuda y suave con las yemas de los dedos y sintiendo la respuesta eléctrica azotándome la entrepierna. Conteniendo un gruñido, pellizco la cremallera y empiezo a bajarla muy despacio a través del valle entre sus omoplatos, después a lo largo de la curva de su espalda, del montículo de su culo…

—Sin embargo, quiero algo a cambio —murmuro roncamente junto a su oreja, con la voz densa por lo excitado que estoy.

Muevo la pelvis, coloco la erección entre sus nalgas y le doy un pequeño empujón hacia arriba, dejando que sienta el calor de mi polla a escasos centímetros de ese dulce agujero que pienso joder sí o sí esta noche.

—Ya lo veo —susurra.

Ladeando la cabeza, me lanza una mirada pesada y caliente por debajo de las curvadas pestañas, sonriendo y paseando su trémula lengua sobre los labios antes de agregar:

—Y lo tendrás. Será algo que no olvidarás jamás.

Esas prometedoras palabras me dan otro tirón en la ingle que sacude todo mi cuerpo masivamente. Sé que no bromea. Esta mujer es capaz de dejarme temblando en el éxtasis más puro, con el aire atascado en los pulmones, la cabeza atrás y rodando los ojos hasta dejarlos en blanco mientras no puedo dejar de correrme.

Ya lo ha conseguido antes, habla la voz de la experiencia.

Los pantalones me aprietan, y aún más cuando ella se da la vuelta y se lleva las manos a los hombros, tomando los extremos del vestido y deslizándolos a través de sus brazos. La tela cae y revela la ropa interior de encaje negro más sugerente y caliente que mis ojos hayan visto.

No me privo de entreabrir los labios y soltar una especie de jadeo a medio camino entre un gemido y un gruñido de placer. Uno habría de estar ciego o impotente para no encenderse en llamas al verla vestida solamente con eso: el bonito colgante, el sujetador casi transparente que insinúa esos desvergonzados pezones apretados, el minúsculo triángulo que apenas cubre su sexo y los tacones altos.

Harto ya de esperar, le arrebato la copa de las manos y la dejo en el suelo, metiéndole los dedos en el sedoso pelo para sujetarla por la nuca mientras me acerco. Me inclino hasta su boca y aprieto los labios contra los suyos con brusquedad, sobrepasado y ansioso. Mi cuerpo me pide perder el control, follarla como un desquiciado hasta que me caiga muerto.

Ella deja que la invada con mi lengua, gimiendo dócilmente contra mis labios y rindiéndose a mi asalto. Me los muerde y me lame la lengua suavemente. Pero mientras tanto, sus pequeñas y perversas manos vuelan hasta mi corbata, la desanuda con maestría y la desliza lentamente por mi hombro hasta el suelo mientras consume mi lengua con una voracidad desesperada. Los botones de mi camisa blanca son los siguientes en caer presa de sus dedos, abriéndolos uno por uno para arrancármela y dejarla caer a nuestros pies.

La deseo con vehemencia. Se lo muestro agarrándola del culo con ambas manos y ciñéndola apretadamente contra mí, estrujándole las carnosas nalgas con los dedos mientras muevo la pelvis para cavar en su entrepierna con mi barra de acero. A pesar de la barrera que forma la ropa entre nosotros, noto cómo la punta se hunde levemente en su calor y siento lo suave, caliente y húmeda que se ha puesto para mí. Va a más, noto cómo se moja preparándose para ser follada.

Aparta su boca de la mía y me mira brevemente, escondiendo la cara en mi cuello y mordiéndome la piel. Me estremezco y le amaso las nalgas, bajando una mano para acariciarle el sexo desde atrás.

—Te he estado observando. ¿Sabes que desde mi nuevo despacho se ve tu oficina? —susurra contra mi piel, dejando ir un musical gemido cuando deslizo mis dedos sobre el escaso material que cubre su abertura rebosante de humedad.

Me empapa los dedos. Alzando el mentón, suspiro y asiento, frotándome contra ella y follándola en seco. Es un gusto, podría correrme así. Subo la otra mano hasta sus pechos para poder encajar uno en mi palma y pellizcarla suavemente en el endurecido pezón.

—Lo sé, te veo todos los días. Sueles asomarte por la ventana para tomar el aire cuando tienes algún momento a solas —murmuro sin dejar de moverme contra ella y asegurándome de rotar la pelvis para montar su clítoris en círculos.

—¡Ah! —gime de placer—, no… no lo hago para tomar el aire. Lo hago para poder… verte —murmura entrecortadamente, buscando con los dedos el botón de mis pantalones apresuradamente.

—Lo sé. Me gusta que me mires.

Finalmente encuentra la forma de desabrocharlo, noto que le tiemblan las manos al bajarme la bragueta y dejarlos caer al suelo. Yo me apresuro a patear mis zapatos velozmente, sacándome los calcetines con tanta rapidez para volver a ella que nuestros dientes chocan dolorosamente. Yo gruño, ella deja escapar una risilla, y ahora que solamente llevo puestos los calzoncillos, esta traviesa mujer se detiene y me mira con malicia, llevando la mano hasta mi bulto y agarrándomelo a través de la ropa.

—Tienes algo para mí... —ronronea mirando la polla que se marca claramente bajo la tela. Pasea el pulgar por la cabeza y sonríe cuando late bajo el tacto de su dedo, que me repasa todo el contorno del tronco hasta los huevos.

Un hormigueo los recorre, haciendo que se me aprieten de ganas de ella. —Es todo tuyo —jadeo, balanceándome y deslizándome contra su mano con la boca abierta de gusto.

—Entonces lo quiero ahora.

Todavía sujetándome la verga con su malvada mano, me guía con ella hasta el borde de la bañera y me posa la otra en el hombro, empujándome hacia abajo para que me siente sobre la porcelana. Obedezco de buena gana. Es una de esas tinas con patas que adornan el centro de la habitación, haciendo que esto sea tan excitante y sórdido como una de esas películas picantes de época. Para mi desconcierto, ella se aleja un par de pasos y comienza a moverse. Mis labios se separan con asombro cuando la veo sacudir las caderas en un baile más que sensual, sexual diría yo, y se acaricia entre las piernas, enseñándome sus dedos mojados por la humedad que empapa sus bragas. Después me provoca volviéndose de espaldas para desabrochar el anclaje del sujetador.

Con mirada pícara, lo lanza a un lado. —Ya no voy a necesitar esto.

—¿Y eso? — Señalo con el mentón el diminuto tirachinas que lleva como ropa interior.

—Supongo que tampoco.

Provocativamente, mete los pulgares debajo de las gomas laterales y empieza a bajarlo muy lentamente por toda la longitud de sus tersas y torneadas piernas, pateando la prenda a un lado con el pie como lo haría una stripper profesional.

—No te quites los zapatos —le pido con una voz tan oscura que casi ha sonado como una reprimenda. Pero es que es verla así y ponerme impaciente por más, mi miembro pulsa con la idea.

—No pensaba quitármelos. Sé que te gusta verme desnuda con ellos puestos.

Asiento y, ni corto ni perezoso, me envuelvo en el puño y empiezo a hacerme una paja mientras la miro. Burlándose de mí, se pellizca los pezones y se pasea la lengua sobre el labio inferior con deliberada lentitud, dejándome claro lo que viene a continuación. Me contengo y la observo mientras veo cómo ella se deja caer lánguidamente de rodillas entre mis piernas, apoyando los codos en mis muslos abiertos.

—Vas a lograr enloquecerme —siseo entre dientes, sin dejar de subir y bajar el puño, arrancándome el placer por mí mismo, como a ella le gusta que haga.

—Es lo que intento.

Mientras habla, atrapa el índice de la mano con la que me estoy masturbando y lo succiona lentamente en la boca con una mirada que finge pura inocencia. La visión de mi grueso dedo penetrando poco a poco entre sus labios rojos junto a mi polla casi me hace perder el sentido. Un impulso súbito me exige que la agarre por la nuca, que le ponga la boca sobre mi glande y que levante la pelvis hasta que me hunda en su garganta, pero me controlo lo suficiente como para mantenerme a raya.

—Basta de rodeos —me quejo.

Y soltando ese dedo con un pervertido sonido de succión, mi compañera de juegos obedece y baja por fin la cabeza entre mis piernas, multiplicando por diez el fuego que pone mis venas al rojo vivo. Cuando sus labios me rozan la punta y voy conduciéndome en su boca poco a poco, he de aferrarme al borde de la bañera y apretarlo con fuerza hasta que mis nudillos duelen para no levantar mi pelvis de golpe y hundirme bruscamente en ella.  

—Sí. Eso es. —Me colma de tal intensidad que he de alzar la cabeza y lanzar un gemido roto al techo.

Espoleada, ella se introduce mi pene más adentro y lo hace desaparecer casi por completo. Es increíble cómo la chupa. Su cabeza sube y baja, logrando hacer un vacío húmedo a mi alrededor, caliente y tan apretado que me arrastra al delirio. Suelto un gruñido ruidoso y aferró su cabeza con mis manos, siguiéndola con la pelvis al compás de sus oscilaciones.

No puedo más, voy a correrme, noto el gigantesco escalofrío que nace en mi espalda y de pronto sé que va a ser duro, intenso y brutal. Ella lo siente, probablemente me he agrandado al máximo, y deja de chupar para masturbarme contra su boca abierta.

Sin apartar los ojos de lo que sucede, me tenso en cada músculo y aprieto los dientes, dejando ir una ristra de palabrotas y halagos para ella mientras empiezo a descargar pequeños chorros blancos y calientes sobre su lengua. El placer me ciega, los temblores me recorren y el sudor me empapa la espalda, pero ella sigue torturándome y dejándome sin aliento mientras escurre hasta la última gota, saboreándome. Finalmente, me limpia amorosamente la polla con dulces pasadas de su lengua, riéndose.

 Me toma unos segundos volver de donde me ha enviado, pero en cuanto lo logro, la apartó y me pongo en pié, dándole la vuelta e inclinándola sobre el borde de la tina.

—¿No te ríes ahora?

Arrodillándome, meto la cabeza entre sus muslos, abriéndola con los pulgares y buscando con la lengua la entrada de su coño, maravillándome al descubrir que lo tiene perfectamente depilado. Sí, está al punto, hinchado, caliente y más dulce que cualquier cosa que haya probado nunca. Me vuelvo a poner duro como una roca con su sabor a la primera lamida, y logro ponerla de puntillas por la impresión cuando le meto la lengua bien adentro.

Ella sacude la cabeza entre jadeos y gemidos. —No puedo. Es demasiado… ¿Es por esto por lo que tantas mujeres te van siempre detrás?

Le meto un dedo, luego otro, moviéndolos dentro y fuera con rapidez. Sus jugos me empapan y su entrada se ciñe a mí, avisándome de que está cerca. —Tal vez. Eso nunca lo sabremos. 

—¿Por qué? —gime entre pequeños sonidos de placer.

—Porque nunca accederé a ninguna de ellas. Nadie está a tu altura. Nadie —repito contra su clítoris, chupándolo en mi boca.

Y al escucharlo, esta belleza se retuerce y chilla entre mis manos, alcanzando el orgasmo sobre mis dedos, cada réplica succionándolos como si quisiera arrastrarme adentro. Su mano vuela y me aferra la cabeza, apretándome tan fuerte contra su sexo que puedo sentir mis labios vibrar con cada una de las olas de placer que la recorren. Después de exprimir al máximo su placer con mi lengua, me pongo en pie y la sostengo por debajo de los brazos, con miedo de que pierda la estabilidad. Torpemente se apoya en mí, dándose la vuelta con mi ayuda.  

La lamo en los labios, dejándole un rastro de su propio sabor, y la miro a los ojos con la satisfacción masculina que me ha proporcionado concederle ese orgasmo. El próximo no lo tendrá tan fácil. Me agarro la verga y la empujo hacia abajo para meterla entre sus piernas, deslizándola a lo largo de su humedad, entre los labios de su sexo. Me jacto, dándole pequeños golpecitos que suenan a chapoteos.

—El agua se ha enfriado —ronronea ella, suspirando de placer.

Sonrío fugazmente. —¿Una buena corrida? —pregunto sin dejar de atormentarla con mi miembro y mi boca a la vez.

Ella me lame la lengua, chupándola y moviéndose contra mi dureza. —Ahá.

—¿Más?

—Ahá —repite con una sonrisa y rodeándome el cuello con los brazos.

—Te necesito ahora. —Le levanto la pierna hasta el borde de la bañera y su tacón se posa sobre la porcelana con un excitante sonido—. ¿Quieres que te folle?

—Hmm hmm…

—Dilo si lo quieres —gruño excitado, jugando con la punta de mi glande en su entrada. Sería tan fácil hundirme en ella de una sola estocada…

—Quiero que me folles —me susurra suplicante, mordisqueándome los labios y moviendo las caderas para montarse sobre mí.

Poco a poco, muy controlado, empiezo a adentrarme en su interior. Me cuesta, está muy apretada y me la agarra tan fuerte que me tengo que embutir a la fuerza. Suerte que está empapada. Me va estrujando centímetro a centímetro hasta que meto la mayor parte, entonces me detengo. Esto es bueno. Madre mía, es tan bueno…

Me retiro un poco, luego lanzo mi pelvis, hundiéndome hasta los huevos mientras la miro a los ojos. Ella grita y me araña la espalda, tensándose a mi alrededor y apretándose contra mí.

—Más —gime—. Aaah.

Su lloriqueo me vuelve loco. Salgo poco a poco y sacudo las caderas, llevándomela por delante y golpeándole la pelvis con la mía con un chasquido. Mi polla late en su interior, anticipándose a lo que está por venir, y un pequeño chorro caliente se vierte desde la punta. Mierda, estoy demasiado excitado, no puedo durar mucho. Mientras la follo violentamente, la beso con todo lo que tengo. Me devuelve cada embestida, cada retroceso, adaptándose a mi ritmo como solo ella sabe. Por un instante, me aparto de su beso y me meto el dedo en la boca, bajándolo para tantear y abrirle las mejillas del culo, buscando ese pequeño anillo que necesito ir preparando ya.

—Sí, más rápido, estoy a punto. Estoy a punto… —gimotea ella, resbalándose con el tacón en el borde de la bañera.

Yo acelero mis vaivenes, perdido en el éxtasis, y meto poco a poco la punta de mi dedo en su agujero. Un estremecimiento me atraviesa de pies a cabeza y grito, golpeando con fuerza en su coño, taladrándolo como un loco, mientras le follo el culo con el dedo. Cuando ella se hecha hacia atrás y empieza a convulsionar, me toma todo entero en ambos orificios.

—¡Dios! —rujo al techo, arqueándome como si me electrocutara.

No soy capaz de ver u oír nada, relámpagos de placer escalan por todo mi cuerpo y oigo de fondo sus gritos mientras empiezo a eyacular. Chorros calientes emergen dolorosamente de mí y no puedo hacer nada más que temblar y volar en esta espiral de placer y dolor que se entremezcla furiosamente. La sangre ruge en mis venas con cada latido que mi polla da, y cuando logro retomar la consciencia, mi dedo sigue enterrado en su culo caliente y su coño se desborda con mi semen.

La miro, ella tiene los brazos envueltos alrededor de mi cuello y la cabeza apoyada en mi pecho, resollando igual que yo. Le suelto la cadera, que está marcada con mis dedos, y le sostengo la espalda, moviendo mi dedo dentro y fuera de sus nalgas, logrando hacerla sollozar.

—Una corrida alucinante —le susurro en el oído, y ella asiente sin pensárselo dos veces.

—Una noche alucinante.

Sonrío abiertamente esta vez, retirando el dedo de su trasero y mimando un poco sus nalgas. —Y todavía no ha terminado. ¿Qué opinas, dejamos el baño para más tarde y vamos a la cama?

—¿A dormir? —pregunta remoloneando con el dedo en mi nuca.

—Primero me encantaría probar tu culo. ¿Te gustaría eso?

Ella levanta la mirada con un brillo especial en los ojos. —¿Vas a ser malo conmigo?

—Ya lo creo.

Sonríe sin apenas darse cuenta, mordisqueándose el labio inferior con saña. Con un profundo suspiro, me roza con sus labios los míos y me agarra la verga, sacándola (ya dura otra vez) de ella y acariciándola arriba y abajo lentamente, esparciendo los restos de mi semen por toda su extensión.

—Me encantaría verlo.

Detengo su mano y ladeo la cabeza para darle una mirada más que autoritaria. —Entonces obedece. Ve a la cama y ponte a cuatro patas. No mires hacia atrás, solo camina hasta allí, hazlo y mantente muy quieta.

Mis órdenes la ponen caliente, solo hay que verle la cara toda ruborizada para saberlo. Su pintalabios está medio borrado y yo estoy manchado de rojo por todo el cuerpo, justo como quería, y sigo más cachondo que un perro en celo. Solo de pensar que podré metérsela por el culo mis testículos se aprietan y una gota blanca sube por mi polla y aparece en la hendidura, haciéndola resbaladiza. Mientras veo cómo ella me hace caso y se da la vuelta para caminar hasta la habitación, admiro sus nalgas y recorro mi glande con los dedos, fascinado de lo hinchado, tirante y caliente que sigo después de dos orgasmos casi seguidos. Lo que esta mujer hace conmigo no tiene nombre. Soy como un hombre sediento en el desierto y cada orgasmo un espejismo de un oasis. Por más que beba de ella, cuando termino de correrme estoy sediento de nuevo.

La hago esperar un poco. Eso la hará impacientarse, como a ella le gusta. La hará ponerse tan loca de anticipación que cuando se la esté metiendo ya estará prácticamente en el borde del precipicio.

Y yo voy a hacerla rogar.

Después de acariciarme hasta temblar a la orilla del orgasmo y parar durante un minuto o dos más, decido que ya la he hecho esperar lo suficiente. ¿A quién quiero engañar? Yo la necesito. He soñado con esto por un año entero y ahora por fin lo puedo tener. Un niño con un juguete nuevo no estaría tan pletórico ni más impaciente.

Regreso a la entrada a por la botella de champán y los bombones que he visto sobre la mesa y me dirijo a la habitación, apoyándome en el umbral y cruzándome de brazos para apreciar mi obra. Ella está tal y como le he mandado, manos y rodillas sosteniéndola temblorosamente mientras jadea al saber que yo estoy ahí, detrás de ella, observándola. Está tan indecente, con todo el culo en el aire y el coño completamente empapado y chorreando mi semen, a la vista y para mi deleite…

—Ya quiero follármelo de nuevo —digo en voz baja, pero lo suficientemente clara como para que me oiga perfectamente.

Y me deshago de satisfacción cuando la oigo soltar un pequeño gemidito agudo y lastimero que me suplica que me acerque y lo haga. Separándome del marco de madera, camino hacia la cama sin prestar demasiada atención a los muebles de buen gusto y demás lujos que me ofrece la habitación.

—No te muevas —murmuro al ver que arquea la espalda, levantando más su trasero y abriendo sus nalgas para tentarme.

Yo me resisto como puedo mientras apoyo un pie junto al de ella, subiéndome a la cama, a su lado, de rodillas. Esta mujer es preciosa, perfecta, con su cuerpo curvilíneo colocado así, con la cabeza mirando al colchón y su brillante melena despeinada de follar tapándole la cara, con el colgante que yo le he regalado pendiendo en su cuello como un destello de luz en la penumbra de la habitación. Obedeciéndome, no me mira en ningún momento, aguanta estoica en esa postura.

—Levanta la cara y abre la boca —le pido, y ella responde inmediatamente, permitiéndome introducirle un bombón y mi dedo pulgar en la boca. Lo chupa con ganas, ansiosamente—. Te mueres por chuparme la polla así, ¿verdad, preciosa?

Ella asiente. —Sí.

Le acaricio la barbilla y nos miramos a los ojos. Le doy un poco de champán para refrescarle la lengua y le ofrezco otro bombón. Atrapa mi dedo de nuevo antes de que pueda retirarlo y lo succiona adelante y atrás lentamente.

—Ven. Voy a follarte la boca.

Me encorvo y la tomo suavemente por las axilas, acercándola a mí para alcanzar su boca con mi miembro. Ella gime largo y tendido y saborea la punta como si fuera una piruleta, con largas y mojadas pasadas que me producen un espasmo en el vientre. Ya casi estoy a punto de culminar y todavía tengo planes para ella. Mientras la siento abarcarme por entero, chupo otro dedo y me inclino para abrirle las nalgas con las dos manos, buscando sin esperar el agujero que necesito dilatar. Tengo que asegurarme de caber bien antes de empezar a joderla ahí.

—Mmmhmmm… —gime ella alrededor de mi dureza, haciéndome estremecer con la vibración de su voz rasgada de tanto sexo.

Cuando introduzco mi dedo en su pequeño anillo deja ir un lamento y empieza a chuparme muy fuerte. Yo lo muevo rápidamente, pero eso la espolea más. Oh, Dios mío, ¿cómo voy a hacerla parar? Lo que me hace es demasiado bueno, demasiado…

¡Ah!

Me salgo de su boca y gateo hasta colocarme detrás, dándole un azote en la nalga. Ella se arquea y solloza.

—Dentro de mí… Te… necesito… dentro de mí… —gimotea, rasgando el velo de mi autocontrol.

 Me agarro la verga y aporreo su coño con ella, y sin dejar de follarle el culo con el dedo busco su grieta y me hundo con fuerza en su interior, gritando un taco. Está tan deliciosamente apretada que no me atrevo a moverme, temeroso de perder el control y ponerme a follar sin sentido hasta reventar en su canal.

Meto los dos pulgares en su ano y empiezo a trabajarlo para poder abrirlo lo suficiente, impacientándome por la espera. Mientras tanto, le beso la espalda y los hombros, susurrándole lo mucho que me gusta, lo bien que me hace sentir. Finalmente, y después de tanto esfuerzo, deslizo mi polla hacia atrás hasta la abertura entre sus nalgas y, con un empuje triunfal, me sumerjo de golpe con un rugido.

—¡Sí! —me grita esta increíble mujer, agarrándome la nuca para besarme cuando me dejo caer con el pecho sobre su espalda.

Su interior me comprime, su lengua me busca, y nos besamos frenéticamente con un  nuevo fuego desatado. La aferro por las caderas, conduciéndome urgentemente en su interior, besándola con furor, tomándola con fuerza y moviéndome contra ella con desenfreno. Acaricio su clítoris y al primer contacto se derrumba contra mí, los gritos y gemidos femeninos mezclándose y acompasándose con los míos en una preciosa melodía que me eriza todo el cuerpo y me aprieta el vientre en una explosión de los sentidos. Mientras la aferro desesperadamente por un hombro, salgo de ella y me la machaco con fuerza, corriéndome sobre su espalda. Cintas calientes salpican su piel, marcándola de blanco. Nuestras bocas abiertas se sellan en un gemido silencioso y jadeamos juntos hasta desfallecer. Prácticamente sin aliento, la envuelvo con mis brazos y la aprieto contra mi pecho en un estrecho abrazo, susurrándole palabras dulces en el oído mientras la rodeo con mi cuerpo.

 

A la mañana siguiente, a las puertas del hotel, ambos nos miramos con complicidad. El juego ha acabado.

Ella se mete las manos en los bolsillos de su abrigo. —¿Viniste en tu coche?

Sacándome el anillo de la cartera, sonrío y asiento, colocándomelo de nuevo en el dedo anular. Veo que su mirada vuela hasta el objeto y después me devuelve la sonrisa.

—Perfecto, porque yo vine en taxi.

Le ofrezco el brazo y ella se agarra a él, apretando su cuerpo contra el mío en busca de calor. Hoy también ha salido un amanecer frío.

—Me preocupan los niños. ¿Estarán bien?

—Tranquila. Estoy seguro de que la niñera los acostó a su hora —le aseguro mientras la beso en la frente, suspirando y sonriendo como un tonto.

Ella me devuelve la sonrisa y acaricia el colgante con adoración. —Bueno, sólo es una noche al año. Y ha valido la pena, ¿verdad?

Esta vez una risa se me escapa en medio de una nube de vaho. —Ya lo creo, cariño. No me importa esperar todo un año si lo celebramos así.

—Te quiero.

—Yo también te quiero. Feliz décimo aniversario.

 

Fin.