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El Tercer Vértice (Capítulo 4)

en Confesiones

Capítulo 4

Después de aquello, los días posteriores en el trabajo fueron realmente duros y estresantes para mí. ¿El motivo? Mientras intentaba vender los coches a los distintos tipos de clientes que venían, ya fueran simpáticos, estúpidos y bordes, o se creyeran más entendidos que yo en temas de motor y prestaciones, tenía el peso añadido de tener que ver a mi rubia coquetear con la intrusa.

Ellas dos estaban juntas ahora, de eso no me cabía ninguna duda. Y si la hubiera tenido, por las miradas, caricias y gestos que se dedicaban la una a la otra a diario me habría quedado muy claro.

Se habían acostado, eso también era evidente. Tenían una química juntas que me hacía sentir unos celos irrefrenables.

“Me gustan los hombres y las mujeres por igual, pero me dan cosas distintas y no me decido por unos o por otros”, habían sido las palabras exactas de Savannah.

Pues bien, yo no podía competir con esa mujer porque ella le daba ese algo que yo no podía darle. Aun así, lo soporté como pude, porque quería a mi chica y sentía que tenía que dejarle su espacio o esto tan delicado que teníamos se rompería.

Pero si pensaba que las cosas no podían ir a peor, estaba equivocado. Todo se complicó una tarde en la que Savannah se acercó hasta el taller donde yo estaba hablando con uno de los mecánicos sobre la reparación de un coche que me había traído uno de los clientes y me preguntó si podíamos quedar esa noche para hablar.

¿Mi primer pensamiento? Iba a dejarme.

No habíamos hecho el amor desde la discusión de aquella noche, y saber que estaba acostándose con la intrusa, y que conmigo no hacía mención de intentarlo, solo servía para ponerme más ansioso y malhumorado.

Así que cuando me presenté a la hora de la cena en el restaurante en el que habíamos quedado para hablar, me encontraba tenso y nervioso. Cuál fue mi sorpresa que, al llegar a nuestra mesa acompañado por el camarero, me topé de frente con Savannah y con esa pelirroja.

Juntas. Esperándome a mí.

¿Qué pretendía, cortar conmigo delante de la intrusa?

—¿Qué hace ella aquí? —pregunté señalándola sin intención de quedarme.

—Siéntate, por favor.

Miré a Mia, pero ella tenía la expresión más indiferente y distante que había visto nunca, así que me di la vuelta con intención de marcharme a casa.

Unas manos envolvieron mi cintura, abrazándome desde atrás para detenerme.

—¡Espera! No te vayas, por favor —susurró Savannah con voz suave y desesperada.

Me volvía débil y me derretía cuando me hablaba así, como cuando estábamos en la cama. Aquella voz me decía que estuviera tranquilo, que no iba a dejarme. Solo por eso me di la vuelta y la abracé, hundiendo la nariz en su pelo y respirando su aroma. Cuando alcé los ojos, mi mirada se cruzó con la de Mia, que nos observaba con los codos sobre la mesa y las manos entrelazadas. No vi malicia ni rencor en ella, así que me retiré del abrazo y asentí a Savannah para que nos sentáramos a cenar.

 —Os he traído aquí a los dos porque no puedo dejar que esto siga así —explicó ella tomándome de la mano y mirándonos a uno y a otro—. No soporto saber que soy el motivo de la tirantez que existe entre vosotros.

—Savannah… —cortó Mia.

—Espera, déjame terminar. No he tocado a Cam desde que tú y yo estamos viéndonos, Mia, y no lo he hecho porque sabía que te enojarías. Pero tienes que saber que voy a seguir viéndome con él también. ¿Lo entiendes?

Yo pestañeé lentamente y Mia asintió con los labios temblorosos y expresión comprensiva.

—Escuchad, sé que no es justo para vosotros, y que es algo egoísta. Pero los dos me gustáis mucho y no quiero tener que elegir, no quiero perder a ninguno. ¿Qué me decís? ¿Tregua?

Mia y yo nos miramos. Asentí al mismo tiempo que ella lo hacía. Ambos sabíamos que cedíamos únicamente por complacer a Savannah, pero de igual modo, también éramos conscientes de que era una tregua necesaria para  los tres. Para que esto, fuera lo que fuese, funcionara.

Y Savannah nos puso a prueba más pronto de lo que cabría esperar.

Aquella misma noche, después de la cena acompañada de un poco de vino y de conversación superficial sobre los años de universidad, nos invitó a su casa a ver una película. Yo me encontraba mucho más que incómodo, y se notaba que Mia también. A Savannah, en cambio, se la veía feliz y emocionada con nosotros dos juntos bajo su mismo techo.

Nos invitó a sentarnos en el cómodo sofá gris en el que tantas veces habíamos follado durante estos dos años, y me pregunté si también lo habría hecho con Mia allí. La idea ya no me resultaba preocupante, pero seguía siendo muy difícil para mí asimilarla.

Mi rubia…, ¿o debía decir ahora “nuestra” rubia?, trajo cerveza espumosa para todos desde la cocina y nos dejó las jarras frías y empañadas en la mesilla de café, sobre los posavasos en forma de corazón tan cursis que tenía guardados para ocasiones especiales. Sonreí con diversión al verlos y la busqué con la mirada, topándome sin querer con los ojos risueños de la pelirroja en el camino.

Nuestras sonrisas se borraron, pero nos miramos sin rencor. Incluso la vi alzar un hombro y me entró la risa floja.

—Eh, ¿qué sucede por ahí atrás? No os riáis de mi culo en pompa, ¿vale? —bromeó Savannah agachada mientras manipulaba el dvd con el trasero en alto.

Eso fue suficiente para que Mia y yo comenzáramos a reír más fuerte, pero no la miré de nuevo. No quería estropear esta frágil sensación de calma que nos envolvía ahora.

—Bien, ¡allá vamos! —gritó Savannah saltando sobre nosotros.

La atrapamos al vuelo, ella las piernas y yo el cuerpo, y la dejamos caer en medio de los dos. Cuando se enderezó en el respaldo, entrelazó los dedos con los míos y vi cómo hacía lo mismo con los de Mia.

No quería detenerme a pensar o a juzgar qué era esto que estaba sucediendo. Lo único que tenía que preocuparme era que Savannah fuera feliz, y lo era. Veríamos la película y después volvería a casa, esperando poder tener otra ocasión para estar a solas con mi chica y acostarme por fin con ella.

La deseaba muchísimo. Tanto que había tenido que alargar mis duchas cada mañana desde que no la tenía entre mis brazos. Pero por más que me masturbara, por más placer que me diera a mí mismo, nunca quedaba saciado del todo.

La acumulación de cerveza y vino en mi cabeza, junto con esos pensamientos obscenos y la sensación de su cuerpo suave y mullido contra el mío, hicieron que me endureciera dolorosamente bajo la manta azul con la que nos habíamos tapado. Para rematar, en la pantalla estaban saliendo escenas bastante picantes y subidas de tono.

Malditas casualidades.

Savannah y Mia no dejaban de acariciarse las manos. Aquello me tenía muy despistado y no me permitía concentrarme en absoluto en lo que sucedía en la película, porque veía el movimiento en mi campo de visión.

Me quedé en shock cuando vi cómo Savannah se inclinaba para besar a Mia delante de mí. Por más que lo hubiera aceptado, por más que le diera mi palabra, verla con mis propios ojos fue demasiado para mí. ¡Ella tenía que saber que eso me molestaría!

Los celos y esa sensación tan desagradable de ser rechazado regresaron con intensidad, y me sentí tan mal que me moví con toda la intención de irme dando un portazo sin volver la vista atrás. Sin embargo, una mano delgada bajo la manta me agarró la polla por encima del pantalón, deteniéndome en el acto. Y cuando volví la vista hacia Savannah, ella comenzó a tocarme mientras me miraba pidiéndome que me quedara.

Lo que me estaba pidiendo era una barbaridad. Y sin embargo, sin poder resistirme a su mirada suplicante, me quedé muy quieto, dejando simplemente que todo sucediera.

Continuará...