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El Tercer Vértice (Capítulo 2)

en Bisexuales

Capítulo 2

 

Volviendo a aquel día en la pequeña habitación de devoluciones, en esos momentos todavía no sabía que aquello solo era el principio de mis pesadillas. Me estaba vistiendo y enderezando la corbata violeta que llevaba puesta cuando unos nudillos llamaron a la puerta. Savannah me lanzó una mirada medio apurada y medio divertida, y terminó de abrocharse la camisa con el pelo revuelto como si acabara de ser alcanzada por un huracán.

Mientras respondía “¡un momento!” me acerqué y le cepillé los mechones sedosos con los dedos, luego la besé con gentileza en la boca.

—Voy a abrir.

—De acuerdo, sal tú, ahora voy.

Descorrí el pestillo y giré el tirador, encontrándome cara a cara con mi jefe, el señor Dowling. Ese hombre simpaticón y algo rechonchete estaba riéndose como un niño y mirando hacia atrás, a una mujer alta y espigada de cabello rojo y muy muy rizado. Después se volvió para mirarme.

—¡Ah, aquí está mi mejor vendedor, Cameron Carter! Ven aquí, chico, te traigo a la nueva comercial para que la conozcas —canturreó, prácticamente sacándome de la habitación con el brazo envuelto en mis hombros.

¿Nueva comercial?

Yo di un último vistazo a Savannah y le lancé un disimulado beso y un guiño, riéndome por lo bajo mientras les seguía. Ella se mordió los labios para contener la sonrisa.

—Esta es Mia Dornan, es su primer día aquí, así que espero que le expliques muy bien cómo funciona todo esto. ¡Y también tus trucos para incrementar las ventas, por supuesto!

Le eché un vistazo mientras caminábamos. Era muy alta, y eso me incomodaba un poco. No es que yo sea bajo y, aun así, tenía que mantener la cabeza recta para mirarla. La forma en que caminaba parecía un tanto torpe, y no sabía decir si la encontraba agraciada o no; su cara cubierta de pecas me resultaba demasiado extraña.

Ella me mostró una sonrisa fría cuando estrechó la mano que yo le ofrecía.

—Soy Mia, encantada.

—Cameron, pero puedes llamarme Cam. Tú, en cambio, lo tienes mucho más fácil con ese nombre de dos sílabas —solté sin pensar qué idiotez decía.

Después me sentí como un memo cuando ella me miró con una expresión que gritaba “ha sido ridículo”.

Mi jefe me dio un codazo en las costillas.

—Bueno, os dejo solos para que os vayáis conociendo. Llevaos bien, ¿entendido? Aquí somos como una gran familia, Mia, ya lo verás.

Eso era cierto, todos éramos una gran familia; comerciales, mecánicos, vendedores en la tienda de recambios… Pero esta chica parecía no entenderlo. Me daba la extraña sensación de que me miraba mal, y no comprendía por qué, si no me conocía de nada.

¿Tal vez era demasiado competitiva y no le había gustado que me presentaran como el mejor vendedor?

Resumiendo, mientras la llevaba de recorrido por los talleres, presentándole al equipo de mecánicos y explicándole con mi mejor sonrisa cómo funcionaban las cosas, no me habló ni una sola vez, se dedicó a hacer algún que otro gesto con la cabeza y suspirar de vez en cuando.

Una de dos: o le aburría lo que le contaba o yo no le gustaba nada. Algo que me costaba asimilar, porque, como decía antes, suelo gustar a las mujeres.

Para cuando la conduje a través del concesionario con el objetivo de enseñarle los coches que teníamos a la venta y presentarle al resto de comerciales, ya lo tenía más claro. Obviamente, era yo el que le disgustaba, así que terminé disgustándome también. Había algún tipo de tensión extraña entre nosotros que me hacía corresponderle con las mismas miradas que me lanzaba.

Sin embargo, a Bill, a Sanders, a Anton, a Leigh…, a todos y cada uno de los demás comerciales, les saludó con calidez y un apretón de manos muy amable, y eso solo sirvió para mosquearme todavía más.

Normalmente, a la hora del almuerzo, nos sentábamos a comer en Cheersons, una cafetería de carretera muy cercana en la que solíamos hacer nuestras pausas de trabajo todos los días. Cuando entramos, haciendo sonar la campanilla de la puerta, Savannah no había llegado todavía. Me disculpé para ir al baño, saludando de camino a Sally, la camarera, que siempre me ponía delante el trozo más grande de tarta que hubiera en la carta. Pero cuando volví se me oscureció el día al ver que todos se habían acomodado en las mesas y que el único hueco que me quedaba libre era en la mesa en la que esa chica nueva se había sentado sola.

No me apetecía otra ración de aquella tensión sin sentido que flotaba entre los dos.

A pesar de todo, y como no me quedaba otra alternativa más que hacerlo, me resigné y caminé hasta el sillón enfrente de ella. Me dejé caer con desgana y ahí comenzó nuestra silenciosa guerra particular de miradas asesinas. Mientras miraba a carta, entre bocado y bocado de almuerzo… cada vez que nuestros ojos se encontraban había resquemor en los suyos. Ya estaba planteándome tirar el resto de mi comida a la basura solo por poder volar de allí cuanto antes, cuando Savannah entró por fin por la puerta.

El alivio de tener su perfume y su presencia a mi lado fue lo único que sirvió para calmarme. Menos mal que tenía a esta mujer.

—¿Mia? ¡Mia Dornan!

Observé pasmado cómo Savannah se le lanzaba encima, envolviéndole con los brazos el cuello y hundiendo la cara en los rizos anaranjados de su pelo como si fueran íntimas amigas.

—Hola, guapa —saludó ella con tono alegre.

Pues sí, al parecer se conocían. Y además, a Savannah la miraba de una forma completamente distinta y adorable cuando volvió a sentarse a mi lado.

—¡Veo que al final me hiciste caso y te presentaste para el puesto! —señaló antes de volverse hacia mí para hablarme con complicidad—. Ya verás lo buena vendedora que es, te va a hacer la competencia pero te va a encantar.

—Seguro —respondí con amargura antes de beber de mi vaso mientras miraba incómodamente hacia un lado.

—Bueno, qué raro se me hace. No nos vemos en diez años, te vuelvo a ver en la reunión de antiguos alumnos de la universidad el mes pasado y ahora vas a trabajar aquí. —De nuevo, se volvió hacia mí para agregar—: En esa reunión me contó que estaba buscando trabajo, así que le recomendé que dejara su currículum en nuestra empresa. Pero ya la daba por perdida después de un mes sin noticias suyas. ¿Por qué te lo pensaste tanto, Mia?

¿Por qué no te lo pensaste más?, rebatí involuntariamente en mi cabeza. No me gustaba esa parte de mí que esta chica sacaba a flote. Pero tampoco podía hacer nada para evitarlo, ella había comenzado esto.

—Tenía algunos asuntos pendientes antes de poder venir a vivir a Philadelphia. Pero la verdad es que me gustaría poder quedarme definitivamente —la oí decir entre sonrisas.

—¡Eso sería estupendo! ¿Verdad, Cam?

Parecía tan ilusionada que no pude decir lo contrario, así que asentí en silencio.

Aquella misma noche, después de salir con Savannah a tomar algo en un club del centro, la llevé en mi Pontiac a su casa. Tenía pensado hablar con ella sobre lo de Mia, preguntarle, ya que la conocía tanto, si tenía algún problema que pudiera explicar su aversión hacia mí. Pero la velada había transcurrido con tanta suavidad que no veía el momento de aguarla con ese espinoso tema.

Entramos y nos sentamos juntos en la cocina. Estábamos tomando café cogidos de la mano y la miré entera mientras le acariciaba los nudillos.

—Eres preciosa —murmuré acercándome hasta rozar sus labios con aroma a café con los míos. Y cuando me di cuenta de la cursilada que acababa de decirle, añadí—: Y me muero por follarte.

Ella explotó en risas entre nuestros besos.

—Pues menos mal que lo has arreglado con esa frase, ya había pensado que te estabas enamorando de mí.

Vaya, demasiado tarde para eso. Ya lo estaba desde hacía mucho, y hasta las trancas.

Sin responder, seguí besándola y la levanté del taburete en el que estaba sentada, conduciéndola entre besos y lametazos hasta el sofá. Llegados allí, le abrí los botones de la camisa blanca que llevaba uno por uno y me dejé caer con ella sobre los cojines, con la boca en su delicioso escote.

—Cam…

—Hmm? —respondí entre sus pechos, saboreando con la boca y los dientes su redondeada carne.

Mientras tanto, notaba cómo Savannah me desabrochaba el cinturón y los botones y me introducía ambas manos en los calzoncillos para agarrarme la polla con ellas. Gemí grave y ronco, balanceando la pelvis adelante y atrás para sentir el placer de su tacto, de su agarre fuerte.

—¿Qué opinas de Mia? —soltó de pronto.

Continuará...