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El Tercer Vértice (Capítulo 6)

en Trios

Tragué saliva, pensando que seguro que lo habrían planeado de antemano. Esto no era algo fortuito. Pero no podía pensar con claridad cuando tenía a mi chica sobre los muslos, acariciándomela con maestría, y a Mia subiéndose de pie completamente desnuda sobre el sofá para mirarme desde arriba.

Elevé los ojos hasta ella. Su cuerpo delgado no tenía tantas curvas como el de Savannah, pero desnudo y de tan cerca podía apreciar que era hermoso a su manera. Tenía lunares por todas partes y desde donde estaba podía olerlo. Era un olor dulzón, intenso, que me hacía salivar, no podía evitarlo.

Tomé aire y lo solté, echando un último vistazo abajo, a la chica que tenía montada sobre las piernas y que me dio su permiso diciéndome que sí con la cabeza.

—Ven —gruñí abriendo los brazos hacia Mia.

Nunca la había tocado, más que aquella primera vez cuando nos estrechamos las manos. Así que esta vez, cuando sostuve su mano para acercármela, tuve una sensación extraña y muy excitante al mismo tiempo. La coloqué delante de mi cara, pidiéndole permiso silencioso para sujetarla. Un permiso que ella me concedió cuando abrió los muslos y apoyó una rodilla a cada lado de mi cabeza, en el respaldo del sofá. Su piel era suave, muy suave, cuando la agarré por las caderas y la bajé hasta mi boca. Su vello rojo era fino y rizado, muy liviano, y lo acaricié con la nariz mientras soplaba suavemente sobre su clítoris.

—Ah… —gimió ella apoyando las manos en el borde del sofá. Era extremadamente sensible.

Noté que me endurecía como una bestia al primer toque de mi lengua entre sus piernas, su dulzura me asaltó la boca como un buen vino, y sentí que Savannah me agarraba en su mano y se ensartaba poco a poco con mi polla dura hasta que me quedé hundido profundamente en ella.

Esto era el cielo o la peor de las torturas, no lo tenía decidido.

Mientras lamía y besaba concienzudamente los labios suaves de su sexo empapado, Mia comenzó a gemir y a mover las caderas entre temblores. Yo mantuve la vista en su cuerpo largo, en su ombligo pequeño y bonito, en sus caderas ligeramente curvadas, en sus pezones contraídos por el placer. Tras ella, podía ver aparecer y desaparecer el rostro de Savannah cada vez que subía y bajaba sobre mi verga, y sus manos subieron por el cuerpo de Mia para acariciar esos pezones pecosos que yo había estado admirando.

En pocos instantes, los tres acompasamos nuestros gemidos. Constreñí el ceño y pensé en lo fuera de lo común que era esto para mí. Tres personas dándose placer, ¿quién me lo habría dicho?

Moví la lengua rápidamente contra el pequeño clítoris hinchado de Mia, notando que estaba muy cerca, y supe que sería la primera de los tres en correrse. Alcé la mano y saqué un dedo, deslizándolo adelante y atrás por su raja hasta introducirlo dentro de ella, muy adentro.

Mis gruñidos y ruidos guturales se volvían cada vez más ruidosos. Savannah me cabalgaba sin ninguna piedad, empalándose con facilidad con mi polla empapada con sus jugos. Y saber que la pelirroja estaba en el borde del clímax gracias a mis chupetones, lamidas y caricias me causaba la reacción más intensa y febril que había experimentado jamás.

Su grito surgió ronco cuando empezó a vibrar contra mi boca. Yo la sujeté y la seguí como pude en su orgasmo, lamiendo y hundiendo mi dedo frenéticamente dentro de ella; no podía dejar de mirar su expresión de puro placer.

Estaba ya palpitando, latiendo y a punto de romperme en un orgasmo descomunal, cuando Savannah se arrancó mi polla y apartó a Mia de mí.

—Me toca. También quiero correrme así —explicó entre risas mientras le copiaba la postura y se encajaba en mis labios.

No era que me quejara, pero no me gustaba ver a la pelirroja desconcertada de pie, sin saber qué hacer. Chupé a Savannah con fuerza, aunque mi chica ya estaba balanceando las caderas contra mi boca, y miré a Mia mientras me llevaba la mano hasta la polla para levantarla hacia ella en señal de ofrecimiento.

Le dije con la mirada que todo estaba bien, que podía tomar su placer con ella. Y casi exploté de goce cuando vi que aceptaba, que se montaba a horcajadas sobre mí y me rodeaba la mano con la suya, dirigiéndome hacia su abertura mojada.

Nunca me había clavado en un coño pelirrojo, así que mientras frotaba locamente el clítoris de Savannah con el pulgar aproveché para asomarme con curiosidad y ver cómo penetraba poco a poco entre los hinchados labios rosa, hundiéndome hasta los huevos en su carne apretada.

La agarré tímidamente por las caderas y comencé a moverla sobre mí, mirándola a ella y a su expresión contraída con delicia mientras lamía de nuevo a Savannah.

Aquello me estaba volviendo loco. Tenía el sabor de mi rubia en la boca, no dejaba de moverse encima de mí, esparciendo sus jugos por toda mi cara. Y detrás de ella, tenía a  Mia alzándose y cayendo, chocando con sus nalgas contra mis muslos cada vez que seclavaba mi tremenda erección.

Cada una de esas cosas era un estímulo sobre otro que iban sumándose en un torbellino de sensaciones increíbles, llevándome más y más arriba. Tan cerca…

—¡Ah! ¡Ah, no pares!—le grité a Mia con la boca contra el coño que estaba besando, pero sin apartar los ojos de ella, una mujer que me apretaba como un puño bien cerrado.

Con tres saltos más, solo tres saltos sobre mí, me dejó en el borde del orgasmo.

—¡Me voy a correr! —Machaqué mi pelvis contra su trasero, yendo muy rápido.

Savannah llegó al clímax cuando yo lo hice, puede que por verme así de descontrolado o porque la mordí ahí sin darme cuenta; ambos comenzamos a estremecernos como locos, ella contra mi boca y yo dentro de Mia. Pero la pelirroja no me permitió llenarla; me agarró en cuanto comencé a eyacular y me sacó fuera de ella, sin siquiera masturbarme durante las contracciones. Después de tres o cuatro más me quedé vacío en todos los sentidos y mi cabeza se desplomó contra el respaldo.

 Estaba completamente agotado y sumido en una enorme insatisfacción. No sabía por qué, pero había pensado que me permitiría…

—¿Te lo has hecho con él? —preguntó Savannah incrédula mientras miraba a Mia y a mi pene medio empalmado encima de un charco blanco.

Ella dijo que sí en silencio.

—Lo he sacado a tiempo, no pasa nada.

—¿Qué sucede? —pregunté con la voz rota, alzando costosamente la cabeza.

—Que Mia no se acuesta con hombres. Nunca. Y cuando digo nunca, me refiero a que esta era su primera vez.

Me quedé congelado. ¿Yo había… había sido el primero?

—Ella no toma anticonceptivos, así que recemos por que no la hayas dejado embarazada, semental —bromeó guiñando un ojo hacia el charco blanco.

—No pasa nada. Me aparté a tiempo —repitió Mia poniéndose en pie.

Aquello era una locura. Una auténtica locura. Y no podía creer lo que acababa de hacer. No solo me había acostado con dos mujeres a la vez, sino que una de ellas ni siquiera había dormido con un hombre antes.

¿Qué era esto, Cielo o tortura?

Continuará...