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El Tercer Vértice (Capítulo 3)

en Erotismo y Amor

—¿Qué opinas de Mia? —soltó de pronto.

Ahí estaba, en el momento más inoportuno de todos. Alcé los ojos entrecerrados hacia ella y seguí jadeando al tiempo que apresuraba el ritmo de mis movimientos. No sé por qué lo hice, tal vez pensé que debía correrme muy rápido, antes de que la fiesta terminara por culpa de ese dichoso tema.

—¿Qué pasa con ella?

—Nada. Quería saber qué te parece. —Miró al techo y suspiró con expresión lejana, algo completamente contradictorio a la forma dura en la que me estaba masturbando—. Es una antigua compañera de universidad. Dejó las clases de repente, en medio del semestre, y siempre me sentí fatal por eso.

Torcí mi cara en una mueca de deleite, envuelto en una bruma de placer, y sentí que dejaba ir un pequeño chorro caliente de líquido preseminal sobre sus dedos. Estaba tan cerca…

—¿Por qué…? ¡Ah! ¿Por qué deberías sentirte culpable por eso? —conseguí decir entrecortadamente con los dientes apretados.

Ella se lamió la palma de la mano con una pasada de lengua y volvió al trabajo, mojándome bien el glande para volverme todavía más loco con sus caricias rápidas.

—Me siento culpable porque dejó las clases por mí. Porque la rechacé.

—¿Qué? —gemí yo, despertando del trance en el que me tenía sumido—. ¿Cómo que la rechazaste? ¿Es que ella es…?

—Lesbiana, sí.

Mi boca se aflojó. ¡Eso lo explicaba todo! Si Savannah le había contado en aquella reunión que estábamos juntos… o lo que fuera que estábamos haciendo ella y yo, entonces no era de extrañar que me lanzara aquellas miradas asesinas.

Seguía enamorada de ella. Claro, ¿cómo no lo había visto antes? Esa mirada de adoración que le había dirigido en la cafetería tendría que haberme dado todas las pistas.

Savannah me liberó de pronto y se enderezó en el respaldo, dejándome allí, en equilibrio sobre un brazo tenso y al borde del orgasmo. Se echó el pelo hacia atrás, cruzando las piernas como si me mandara un mensaje.

Definitivamente, la fiesta había terminado, tal como yo me temía.

—No la rechacé porque no me gustara, fue por otras razones —siguió contando—. En esa época y estaba muy agobiada con la universidad y el trabajo, y no me quedaba tiempo para nada ni nadie más.

Vale, con cada cosa que decía me dejaba más y más sorprendido. Me senté y me pasé la mano por la boca con preocupación.

—¿Insinúas que tú también eres…?

—No soy lesbiana —respondió lanzando el brazo por encima del respaldo, y no me permitió un segundo de alivio antes de soltar—: Soy bisexual.

Bisexual. ¿Bisexual? ¿Cómo que bisexual? O sea, que no solo tenía que competir con todos esos tíos con los que Savannah se acostaba, sino que seguramente también estaba compitiendo con otras tías de las que no tenía ni constancia. Joder, no podía tener peor suerte.

—Es por eso por lo que no tengo pareja estable. Me gustan los hombres y las mujeres por igual, pero me dan cosas distintas y no me decido por unos o por otros. Así que simplemente tengo relaciones esporádicas con gente que me gusta, pero nunca me comprometo más de la cuenta.

Ella jamás me lo había contado directamente, solo lo sabía por las llamadas y mensajes que recibía cuando estábamos juntos. Pero oírselo decir me dolió, y mucho. Yo solo era uno más entre esa gente con la que mantenía relaciones exprés, solo que como estábamos trabajando juntos y éramos tan buenos amigos, aquello se había alargado durante dos años.

Tampoco significaba que fuera especial o el único.

—Y Mia… —continuó ella—, esa chica sigue sintiendo algo, me lo contó en la reunión de ex alumnos. Me dijo que se había quedado con ganas de mí y que, como las cosas se habían precipitado de aquella manera en esa época, no tuvo el valor de volver a decírmelo. Al menos no hasta la reunión.

Me lancé de espaldas a su lado sobre el sofá, estirándome el pelo con fuerza hacia atrás con un profundo suspiro cansado.

—¿Y ahora qué? ¿Te sientes en deuda con ella de alguna manera?

—¡No! —renegó ofendida—. Si estoy planteándome decirle que sí es porque, como te he dicho, ella me gusta.

—¿Planteándote decirle que sí? —musité con incredulidad—. No puedo creer esto.

Al verme tan irritado, dobló una rodilla sobre el cojín y me echó una mirada furiosa.

—¿Qué no puedes creerte? ¡Esa chica es guapa, inteligente y siente algo por mí! ¡Me he acostado con otras personas por mucho menos!

—¡No quiero oírlo! —Me levanté y me abroché los pantalones y el cinturón con violencia mientras la miraba intermitentemente—. ¿Por qué me lo cuentas? ¡No quiero saber esas cosas! ¿Qué quieres de mí, mi permiso?

—¡No necesito tu permiso, estúpido!

Casi me hizo gracia oírla soltar ese taco tan forzado, ella no solía insultar nunca. Pero me contuve porque estaba tremendamente dolido y enfadado.

—¿Sabes qué? Me voy a casa. Haz lo que quieras con esa tía.

—¡Eso haré!

Cerré de un portazo a mis espaldas y salí de allí a toda prisa, pensando que tenía que terminar con Savannah o esta relación que ni siquiera era una relación terminaría destrozándome a mí. Pero para cuando llegué a casa mi determinación se había desinflado como un globo pinchado.

La necesitaba, la quería, la deseaba demasiado como para no intentar aferrarme a ella.

Me desvestí con furia y me metí en la ducha, con los músculos muy tensos bajo el relajante chorro de agua caliente.

No podía dejar de darle vueltas al asunto. En realidad, quería seguir con Savannah, no quería perderla. Sin embargo, los celos que me hacía sentir esa… intrusa… que se había colado de repente en nuestras vidas no me dejaban vivir.

¿Por qué Savannah me lo había contado? ¿Por qué era esa mujer lo suficientemente especial o importante como para que me hablara de sus intenciones de acostarse con ella?

O, tal vez, únicamente me lo había contado porque como trabajábamos juntos y las iba a ver todos los días, de todos modos me iba a dar cuenta en algún momento.

—Mierda, estoy  jodido —gruñí, envolviéndome en el albornoz y sentándome en la cama con la cara entre las manos.

De pronto, mi móvil comenzó a sonar en la mesilla de noche. Lo alcancé por curiosidad y el nombre en la pantalla me hizo sudar y me aceleró el corazón como si fuera una locomotora fuera de control.

Savannah

¿Qué quería de mí? ¿Pedirme perdón? ¿Enviarme a la mierda? ¿Contarme su decisión?... Las posibilidades se multiplicaron en mi cabeza mientras miraba fijamente la pantalla, todavía paralizado. No sabía qué hacer.

Finalmente, me armé de valor y, con los ojos cerrados, pulsé “responder”.

—¿Sí? —suspiré.

—Cam…

El dolor, la angustia y el llanto me alcanzaron desde el otro lado de la línea, haciéndome erguirme para prestar más atención.

—¿Savannah? ¿Estás bien, nena?

—Lo siento… Lo siento, Cam, de verdad. ¿Podemos hablarlo? No quiero… No quiero perder lo que tenemos —tartamudeó entre hipos de llanto.

Nunca la había oído tan acalorada o tan triste, y aquello me llegó tan profundo que la perdoné al instante. Yo era especial para ella, era lo único que me importaba.

—Todo está bien. No llores, ¿vale? Nunca habíamos discutido, por eso nos hemos enfadado tanto. Pero tranquila, ya no estoy enfadado, seguimos bien. ¿De acuerdo?

Al oír mis palabras tiernas y el afecto con el que las había declarado, ella suspiró y dejó ir un “gracias” tan bajito que apenas lo pude escuchar.

—Lo hablaremos, Savannah, no te preocupes. Sigo aquí, a tu lado, y no me vas a perder.

Continuará...