miprimita.com

El tercer vértice

en Fantasías Eróticas

Capítulo 1.

 

Volviendo a mi historia, ahí me encontraba yo, inclinado sobre el Camaro, con la cabeza metida en el habitáculo en el que una de esas mujeres casadas y preciosas estaba sentada, cuando noté que alguien me agarraba el culo. Con el sobresalto, me golpeé la cabeza contra el techo antes de poder sacarla para ver quién me había pellizcado así, y me quedé de piedra al comprobar que la chica nueva contratada como dependienta para la tienda de recambios caminaba hacia el establecimiento con una sonrisa socarrona en los labios.

—¡Eh! —le chillé con diversión—. ¿Qué ha sido eso?

Ella me guiñó un ojo.

—¡Me lo has puesto en bandeja!

“Ese” fue el punto de inflexión.

Se llamaba Savannah, un nombre que pude comprobar que le venía como anillo al dedo. Su personalidad era arrolladora como la de una leona, y ese también era su horóscopo.

Rubia, decidida, preciosa, caliente como el infierno… todas esas cosas hicieron que comenzara a perseguirla con la mirada allá donde fuera. Al principio me resistí, no quería ninguna relación ni tampoco tensión sexual en el ambiente de trabajo. Porque, aunque no lo parezca, en realidad soy muy serio con lo que hago. Pero a pesar de todo eso, no pude evitar que mi atracción por ella creciera día tras día.

Encontraba cualquier excusa para entrar a la tienda de recambios a verla; excusas cada vez más absurdas, desde “se me ha estropeado una bujía” hasta  “me estoy planteando tunear mi coche”. Tengo un Pontiac Firebird negro con un águila roja en el capó, por supuesto que no lo tocaría ni muerto.

Lo que tampoco me ayudaba demasiado era que nos lleváramos tan bien. Compartíamos los mismos gustos; la afición por los motores, las películas de acción y suspense, incluso el fútbol. ¡Era como yo, joder, pero en mujer! Y eso me cautivó de una forma que nunca antes había experimentado.

Muy pronto ya éramos cercanos, buenos colegas de trabajo o algo así, supongo. Salíamos con los demás compañeros para tomar copas alguna vez, pero siempre encontrábamos la excusa perfecta para quedarnos solos al final de la noche. Y yo podía pasarme horas escuchándola hablar, simplemente mirándola gesticular con esos ojos marrones y esos labios jugosos que te atrapaban, o robando disimulados vistazos a sus largas piernas y a ese lugar en su escote donde se asomaban esos preciosos pechos tan respingones.

Supuse que ella me tenía por alguien con el que desahogarse, porque me contaba anécdotas sobre los tíos con los que salía y las “citas desastre” que tenía con ellos. Y en mi forma de verlo, pensé que era buena señal. Al fin y al cabo, si me lo contaba significaba que me consideraba un buen amigo.

—¿Y por qué no sales con tíos más serios en vez de con esos tipos tan inmaduros? —se me ocurrió preguntarle una vez. “O conmigo”, agregué internamente en mi cabeza.

Ella liberó una risa, casi burlándose de mí.

—¿Salir? Yo no salgo con nadie —al verme tan pasmado, agregó, mojándose los labios con la lengua—: No quiero relaciones amorosas, solo amistad y buen sexo.

Nunca había oído decir algo así a ninguna mujer, soy un antiguo, qué se le va a hacer, pero la cuestión es que aquello me dejó hecho un galimatías.

¿Sexo y amistad? ¿Sin amor? ¡Vamos, ese es el sueño de cualquier tío!

—Pues si eso es lo que quieres, y la amistad ya la tenemos, estoy disponible para la siguiente parte cuando tú quieras —murmuré inclinándome para mirarla directamente y ofrecerle mi sonrisa maestra.

Ella me miró los ojos, después la boca, y se inclinó para besarme sin más.

Savannah quemaba, era pura pasión sin diluir. Su lengua era fuego ardiente enroscándose en la mía hasta que nos faltó el aire.

Y para cuando eso sucedió, yo ya estaba en su asiento con ella montada sobre mis caderas, mi polla contra su sexo y su pelo alborotado y rubio encerrado en mi puño apretado.

Jadeamos juntos, mirándonos de muy cerca, y me susurró:

—Cameron, llévame a tu casa.

 

Dos años más tarde, estábamos follando como animales sobre una mesa en la habitación diminuta del almacén de recambios. En esa habitación se guardaban las devoluciones, así que solo la ocupaba esa mesa y, rodeándola, estanterías hasta el techo llenas de cajas de cartón con piezas defectuosas o rotas dentro.

Sí, sé lo que dije acerca del sexo y la tensión sexual en el trabajo, lo mucho que me lo tomo en serio y todo ese blah, blah, blah, pero sigo siendo un tío. Y tener a tu chica caliente en el trabajo, tentándote como lo hace ella, es imposible de resistir.

La tenía sentada en la mesa, con su falda lápiz de oficinista sexy arrugada en las caderas y sus largas piernas a mi alrededor muy apretadas, tan apretadas que casi me dolía. Y yo, agarrándola bien fuerte por las nalgas desnudas, metía y sacaba mi polla de ella con un frenesí salvaje. La besaba para no gritar, o que ella gritara, porque los besos eran lo único que podía ahogar tanto placer.

Elevé su pierna y la sujeté por debajo de la rodilla con mi antebrazo para poder hundirme más profundo en su interior, y que mi pubis chocara contra su clítoris con cada golpe. Sabía que así ella llegaría al orgasmo muy pronto.

—Ah, Cam, estoy casi a punto… —gimotearon sus labios llenos e hinchados por mis besos.

Aquello me incentivó, yo también estaba tremendamente excitado por la situación en aquel cuartucho lleno de polvo flotando, con nuestros compañeros afuera y conteniéndonos para no gritar mientras nos movíamos sobre la madera con un ritmo brutal, acompañados por los sonidos de nuestros cuerpos chocando.

Estaba a un segundo de estallar en su interior.

—Espera, no te corras.

¿Qué? Abrí los ojos, que tenía apretados para contenerme y poder durar hasta que ella llegara al clímax, y la miré con una expresión de absoluto desconcierto.

—¿Cómo que no me corra?

Ella me empujó el pecho para cambiar la postura de su trasero sobre la mesa.

—Si te corres dentro de mí no podré volver al trabajo enseguida. En cuanto me ponga en pie… No quiero ensuciarme la ropa interior.

Arrugué la frente sin dejar de follarla, pero sintiéndome ligeramente decepcionado a pesar de que lo comprendía.

—Entonces déjame correrme sobre ti.

Savannah asintió, enviando mechones de su pelo adelante y atrás con cada una de mis embestidas. La besé con fuerza y golpeé con más ganas la cadera contra su clítoris, notando cómo ella empezaba a convulsionar.

—¡Ca…!

No la dejé terminar de pronunciar mi nombre, aplasté mi boca contra la suya y le mordí los labios, absorbiendo el sonido para que nadie en el exterior lo escuchara. Mientras tanto, roté las caderas para arrancarle cada chispa de placer, notando que se volvía apretada y esponjosa alrededor de mi polla.

Ahí llegué a mi límite.

En un arrebato, y sintiendo ya las primeras contracciones de mi eyaculación, salí de ella y apoyé la frente sudorosa contra la suya, machacándomela contra su vientre hasta que comencé a descargar espesos chorros claros sobre él. Mi cuerpo era un nudo, mi mandíbula tan tensa que me crujieron los dientes, y me agarré a la mesa como pude por la tremenda intensidad del orgasmo.

Después de esos preciosos segundos en blanco, solté todo el aire en un soplido y prácticamente me derrumbé sobre la dulce Savannah.

Esto era lo que había. Una chica preciosa y caliente mantenía relaciones de amistad y sexo con su compañero de trabajo desde hacía dos años. Ambos estaban muy unidos en un balance perfecto, porque ambos tenían muy claro lo que querían.

Hasta ahí, todo genial.

El problema era que él ya no lo tenía tan claro. Lo que él se callaba, y no podía decir por miedo a perder esto que tenían, era que siempre había querido más. La quería de verdad, quería que fuera suya, no como cualquier follamiga con la que uno echaba dos polvos y pasaba a otra cosa.

Pero ¿cómo iba a decirle yo eso a Savannah? Tenía miedo, un miedo feroz de que ella lo terminara y me dejara si le pedía más.

¿Y lo peor de todo? Que también sabía que ella se lo hacía con otros.

Así había pasado el tiempo. Dos años manteniendo relaciones sin ánimos de avanzar, dos años con ella sabiendo que se acostaba con más gente, pero sin poder decirle nada porque no estábamos oficialmente juntos. Y agonizando porque me había enamorado como un idiota de ella.

Continuará...