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Diez días de prostituta por una deuda de juego

en Hetero: General

Tengo veintiséis años, y ahora añoro mi «juvenil soberbia», perdida hace un año; cuando me prostituí durante diez días  por una deuda de juego.

Yo jugaba a las cartas con el dinero que robaba a mis padres de su caja fuerte,  la contraseña la encontré en el bolso de mi madre.  

Las partidas eran en un hotel del centro de la ciudad. Un amigo de mi padre, «jugador» me apadrinó y fui aceptada (sin saberlo mis padres). «Entrar en ese círculo», «a mi edad» fue toda una temeridad, porque las personas que jugaban en esas partidas, eran gente con mucho dinero; y mayores que yo. Al amigo de mi padre «le pagué el favor con mi cuerpo».

Allí no se permitían deudas, ni trampas, ¡el que perdía pagaba! Un hombre que apostó «ceder» su  esposa a otro jugador «desapareció», después de la negativa de ella «a pagar por él». Aunque me dijeron que estaba de viaje, yo no lo creí; «ese caso fue un aviso que no capté».

Mi última partida a las cartas la viví sintiéndome sola y asustada. Había perdido ya todo el dinero que había robado a mis padres durante la última semana, ¡más de siete mil euros!, y el sudor manaba de mi frente. Ya no tenía nada ahorrado, ¡había limpiado la cuenta de mi novia y mía!; y tendría que enfrentarme a mi padre cuando descubriera el robo; al no poder reponerlo «como había hecho otras veces». Mi padre es del norte de Europa, donde la mentira es peor que el error, y el robo a la familia, ¡una deshonra! Saber que al día siguiente me vería deshonrada y desprotegida me hizo sentir pérdida.

La partida la ganó Jaime, un jugador profesional y dueño de un chalet-prostíbulo. Él me estudió con la mirada, y vio mi miedo cuando lo perdí todo y aprovechó su oportunidad para poner a esta niñata (como me llamaba él) en su sitio. Tosió un poco y me habló.

—Isabel te veo muy preocupada, por haber perdido tanto dinero y quiero proponerte un trato ¿cuánto dinero has perdido hoy en total?

—He perdido siete mil euros Jaime —dije hundida.

—Isabel, mi trato es este; a una sola apuesta, ¡con una moneda, «a cara o cruz»!, ¡si ganas te daré diez mil euros y no me deberás nada!, ¡y si pierdes te regalaré los siete mil que has perdido!, ¡y te los daré ahora! Pero tendrás que trabajar de prostituta durante diez días, en mi chalet-prostíbulo, ¡pero atendiendo bien a los clientes!, ¡y lo que ganes será tu sueldo como puta!, y al pasar esos diez días, quedarás libre, ¡eso si pierdes claro! —lo miré con odio y le respondí.

—Jaime, en tu lupanar trabajan muchas prostitutas, ¿verdad?, ¡pagar tanto por mí!, «una joven corriente y de buena familia», ¿es que me quieres humillar?

— ¡Sí!, ¡eso quiero Isabel!; llevo mucho tiempo viendo tu soberbia, siendo tan joven, ¡dándote aires!, ¡sin saber jugar!, ¡cuando solo has tenido suerte con las cartas!, ¡hasta hoy! Mi oferta es seria, pero solo aceptaré un sí o un no; ¡Eso sí!, te prometo delante de estas personas, que si pierdes, durante esos diez días nadie te hará daño, solo será una entrega sexual.   

Me quedé pensando en silencio unos minutos, con miedo a perder, pero yo me sentía capaz de ser puta, ¡solo serían diez días! Y a cambio no perdería mi mundo.

Ser bisexual, lo llevaba en secreto, porque desde que me declaré lesbiana y me eché novia no me atrevía a exteriorizar mis deseos de estar también con hombres, porque no quería que mis padres me hicieran dejar a mi novia, creyendo que realmente era heterosexual. En mi juventud más temprana salí con un joven que me folló.

Decidí arriesgarme y aceptar la apuesta, sabiendo que si perdía, a los diez días recuperaría mi vida, pero a la vez con un hilo de esperanza, ¡si ganaba podría conservar mi mundo tal como lo conocía!, y sin tener que prostituirme, para conseguirlo; entonces le dije a Jaime.

— ¡Sí!, acepto; mi necesidad ahora, me impide rechazar tu oferta y decirte lo que pienso de ti; necesito el dinero, «porque no es mío». ¡Yo elijo cruz!

—Trato cerrado Isabel. —dijo Jaime expectante.

El director del hotel sacó una moneda y nos la mostró a los dos y a los restantes jugadores que hicieron de testigos, y la tiró al aire, ¡me estremecí al verla caer!, botó de canto y después se tumbó enseñando la cara, ¡¡había perdido!!

—Isabel te recojo mañana aquí en el hotel, si no cumples te buscaré —dijo Jaime.

—No te preocupes Jaime, «cumpliré» —dije entre lágrimas viendo su cara de satisfacción.

Preparé la maleta muy nerviosa, metí los siete mil euros en la caja fuerte de mis padres y me despedí de mi madre diciéndole que iba a Ibiza diez días, para preparar una exposición que me habían propuesto, llamé a mi novia y me despedí de ella con el mismo cuento.

Que humillación sentí al saber que me poseerían muchos hombres desconocidos «pagándome como a una puta», me consolé pensando que saciaría mi deseo de hombres, ¡pero «alquilarme» para pagar una deuda no era lo mismo!, no era un deseo libre.

Jaime me recogió en el hotel donde jugábamos, y me llevó en coche a su chalet-prostíbulo, una vez allí me acompañó a mi habitación. Tenía una sola cama, pero era una habitación muy amplia; antes de marcharse Jaime me dio varias instrucciones.

—Isabel, cada puta tiene su habitación, «esta es la tuya»; aquí no se utilizan pantalones, solo vestidos y faldas «y no más largos de medio muslo», en el armario te he dejado ropa «apropiada»; trabajaras de seis de la tarde a cinco de la madrugada. Yo haré los cobros, lo que ganes te lo daré a los diez días y los clientes te los elijo yo, ¡hazlo bien!, porque ese es el trato —dijo Jaime con el pecho henchido.

Me sentí empequeñecida, pero al mismo tiempo, decidida y llena de valor, solo había estado con mujeres y con aquel joven hacía años, pero me sentía capaz de cumplir y entregarme «a fondo». En el armario solo había minifaldas y lencería, me duché y esperé nerviosa a que llamaran a mi puerta.

(Relatare solo un encuentro de cada día, será lo más destacado de los diez días en que fui prostituta. ¡No puedo contar todo!, «no acabaríamos». ¡Jaime hacía que subieran cada día «diez o doce hombres» a mi habitación!)

«Primer día»

Llamó a mi puerta un hombre alto, con aspecto anglosajón, atractivo, afeitado y perfumado. Sin decirme nada se desnudó, mostrando un pene grande, a medio empalmar y me dijo.

—Isabel eres más guapa aún en persona que en la foto que me ha enseñado Jaime, ¡he pagado mucho por ti!, desnúdate y chupa mi pene, ¡venga!

Era mi primer trabajo de puta, «las mejillas me ardían de la vergüenza». Me quite el vestido las braguitas y me acerqué, cogí con mis manos su pene y lo introduje en mi boca y comencé a chuparlo, una sensación de entrega y dejadez se apoderó de mí, sentí placer por tener mi boca llena, y lo mordí suave, él suspiró, ¡y creció más en mi boca!  Era el segundo pene que chupaba en mi vida y me gustó, agarré sus huevos con deleite mientras tragaba su polla; «me agarró la cabeza» y penetró a fondo mi boca, ¡golpeando mi garganta con ese largo pene!, sentí a la vez arcadas y placer por tener su polla «dentro de mi cuello», entonces mi vagina se dilató.

Me sacó su miembro, me puso en pompa y escupió «tres veces» en el ojete de mi culo, después me metió el pene «sin miramiento» en el ano (mi culo solo conocía el consolador), aceleró y sentí que se me salían las entrañas, me ardía el ojete, ¡mi culo no estaba hecho al galope de un semental!, al mismo tiempo el dolor era placer, y esa sensación de ser un objeto en sus manos, hizo que me corriera hacia atrás; «con un pequeño chorro». Sacó la polla me giró y me dijo.

— ¡Puta, te has corrido en mis huevos!, que placer haber sentido tu calor, ¿siempre eres tan zorra?

—No siempre señor, pero con usted me siento muy excitada.

Se masturbó frente mí y se corrió «en mi cara» con tres chorros, muy bancos y calientes ¡uno me cegó el ojo derecho!, y por cumplir mi pacto y agradarle le chupe la polla tragando los restos, «con mi ojo escocido y cerrado aún». Después me penetró la vagina también, ¡aún recuerdo aquel placer!, de sentirme golpeada por sus huevos en cada envite de su falo. Al despedirse tiró un billete de cien euros en mi cama diciéndome.

—«Tu propina Isabel», por haber sido tan buena puta.

— ¡Muchas gracias señor! —dije agradecida «de verdad», y ese sentirme agradecida, ¡me excitó!

«Segundo día»

Entraron cuatro jóvenes de mi edad que estaban de despedida de soltero, uno de ellos me dijo.

—Puta, le hemos pagado «al Jaime ese» un pastón por ti, eras la única rubia natural de todas las fotos, ¡eres cara cabrona! Queremos que nos chupes las pollas a los cuatro juntos, hasta corrernos, ¡y tú de rodillas!, ¡como en las películas!, ¿qué te parece eso Isabel?

—Una experiencia bonita, intentaré que disfrutéis, ¡guapos! —dije queriendo parecer servicial.

¡Se rieron a carcajadas de mis palabras!, y se desnudaron los cuatro, rodeándome mientras se meneaban los penes. El olor a alcohol que exhalaban sus bocas me rodeaba también. Comencé a chupar la polla del que me habló, hasta ponerla dura, ¡apretándola con mis labios!, y metiéndomela hasta la campanilla, después agarré otra; haciendo lo mismo, en poco rato «conseguí ponerlas todas duras», después las fui «alternando en mi boca», para mantenerlas en erección, ¡los cuatro penes me rodeaban como firmes sables!, ¡me dolía la boca!, pero fue un éxito mi mamada en grupo. Después de «doce trabajos» en mi primer día, con estos cuatro jóvenes me sentía «una profesional», ¡y se lo demostré!

«Se corrieron todos en mi cara», ¡prácticamente a la vez!

Recuerdo con rabia como se reían a carcajadas, ¡mientras se meneaban las pollas delante de mi cara!, ¡con una mano!, ¡y con la otra sostenían el cubalibre!, ¡casi ebrios los niñatos!, me sentí humillada por sus risas burlonas, pero acabé mi trabajo. Recogí de mi cara el semen «aún caliente» de los cuatro, y lo llevé a mi boca con la mano, «ellos ya no reían», ahora me miraban con caras de satisfacción, al ver como engullía su esperma, llevando a mi estómago, ¡hasta la última gota!, «el sabor del semen ya era muy conocido para mí», ¡y solo llevaba dos días allí!  

Comía con las otras prostitutas en el comedor, siempre amables conmigo. Procedían de distintos países y hablaban el castellano regular. Eran prostitutas «de oficio», y estaban allí por voluntad propia, lo sabía por sus palabras y por su saber estar; relajadas y sin miedo alguno.

«Tercer día»

Entró un hombre muy obeso, «tanto que le costaba andar», ¡era enorme!, me cogió de un puñado y arrancó mi tanga; me chupó el coño, ¡como nunca me lo habían chupado!, su gran boca hacía de ventosa absorbiendo «mi coño entero», ¡me corrí en su lengua!, y él me lamió, y me mordió un cachete diciéndome.

—Me gusta tu conejito rubio y el sabor de tus líquidos, putita.

—Muchas gracias señor, es usted muy amable.

Luego me penetró con su pene «desproporcionado», con la cabeza del miembro ancha y el tronco muy delgado; «parecía la mano de un mortero», los labios de mi chocho, ¡se salían arrastrados y pegados a la gran punta de ese miembro!, se corrió dentro, ¡y sentí como si corriera agua caliente dentro de mí!, «por la cantidad».

«Cuarto día»

Entró Jaime a mi habitación, se bajó la cremallera y sacó su pene, ¡salió tan duro del pantalón, que rebotó en el aire!, y me folló, «sólo me follo ese día». Su pene se apretaba a mi vagina, ¡tan duro como la barra del bus!, ¡coño que duró estaba!, «aguantó mucho rato dentro de mí», y me corrí, ¡tres veces!, mientras me follaba como un animal, sin dejar de mirarme los ojos. ¡Su mirada me decía que era suya!, y así me sentí, ¡al final se corrió en mi melena rubia!, y restregó su pene por mi cabeza, pegando unos pelos con otros «el carbón».

Ese día es el que más humillada me sentí, pero a la vez, el que más húmeda me puse, y pensé en la ironía de mi situación, «siendo y sintiéndome puta»; ¡cuando solo unos días antes!, me paseaba vestida con ropa de marca y visitando restaurantes caros y hoteles de lujo.

«Quinto día»

Después de cinco días llegó mi prueba de fuego. Estando en mi habitación entró el director del hotel de la timba junto a una jugadora, «Elena», ¡qué vergüenza sentí!, de que me vieran de ese modo (llevaba una falda tan corta que se me veía medio culo, también estaba a la vista el pequeño triángulo de pelos rubios de mi chocho), ¡parecía toda una puta!

Elena era una jugadora de unos cuarenta años, muy elegante; ella era para todos  «la jugadora cruel». Cerraron la puerta tras de sí y me dijo el director.

—Isabel hemos pagado a Jaime por tus servicios, vamos a comprobar en carnes propias «que estás cumpliendo» con la apuesta; «te haremos varias fotos como prueba de su cumplimiento», para que las vean todos tus compañeros de juego, ¡esos que desplumaste! ¿Qué te parece Isabel?

—Como deseen ustedes, me encantará que disfruten de mí, yo sólo quiero cumplir con mi deuda señor —dije, pero por dentro hubiera deseado a cualquiera menos a ellos dos, ¡Qué vergüenza! El director me respondió.

 —Muy bien, ya nos hablas «hasta de usted y todo» Isabel, estás siendo todo lo puta que Jaime apostó que serias, ¡desnúdate! y danos placer.

El director sacó su pene y se lo chupé, Elena hizo varias fotos con el móvil de mi boca «atrapando» la polla del director, (como prueba de «mi pago de la deuda»), chupé hasta que su polla estuvo tan dura que se le marcaban las venas. Tenía torcido el pene, y al metérmelo en la boca se clavaba en el interior de mi mejilla, sacó su pene, ¡y se corrió en mis tetas!, ¡sacudiéndose la polla al final sobre mí!, y soltándome un lamparón en la nariz.

Después Elena se bajó las bragas y me dijo.

—Isabel, ¡yo te conozco bien!, eres muy soberbia pero también muy puta, ahora «rebájate a mi» y cómeme el coño, ¡como si te fuera la vida en ello!, ¡que yo me corra!

Contesté doblegada.

—Sí señora Elena, como usted me ordene, intentaré darle placer también.

(Ella y yo habíamos discutido en algunas partidas). ¡Que odio sentí!, ¡Estaba de pie delante de mí!, con las piernas abiertas y las bragas de encaje enrolladas en sus tobillos. Se subió la falda sosteniéndola en la cintura, «con los brazos en jarra», mostrándonos su coño depilado con láser y sus abultados labios. Me acerqué y besé su chocho varias veces puesta de rodillas (como pidiendo perdón), metí mi lengua en su raja «suavemente» mientras la miraba a los ojos con mi mirada de ángel, ella dio un suspiro y apretando mi cabeza contra su raja me dijo.

—Que pedazo de puta eres, ¡seguro que perdiste a posta!

No contesté, abrí sus piernas con mis manos y alargué la lengua, «hasta lamer su ano», ¡dio un grito de placer!, y golpeó mi cara con sus muslos, como una planta carnívora; ¡y se corrió en «mi cara» con un chorro potente! (como si su coño fuera una pistola de agua «a presión»), ¡regando!, mi boca y mis pechos, ¡me gustaba su sabor!, lamí y chupe todo a fondo y se corrió otra vez en mi lengua, esta vez con un pequeño chorro caliente, ¡cómo me encantó!, después de más de cuarenta hombres en esos cinco días probar una mujer fue un placer. Elena se sacó las bragas por los pies y se desnudó entera, ¡estaba buenísima!, me miró a los ojos con más soberbia que nunca y hablamos.

—Isabel me has hecho muy feliz, te siento como mi perrita fiel, ¿alguna vez te han dado lluvia dorada?

—Una vez solamente, señora, a mi novia se le escapó un poquito de pis cuando se lo comía y lo bebí, ¡pero sólo un poquito!

—Entonces, ¿me dejas que te marque «un poquito» con mi pis?, como prueba de obediencia.

—Señora Elena, si usted lo desea, será un placer ser su obediente sierva ahora, «y perdone si en las partidas la ofendí señora» —dije sintiéndome a la vez excitada, castigada y humillada.

— ¡Túmbate en el suelo debajo de mí!, y cierra los ojos que voy a «marcarte».

Me tumbé en el suelo y la vi colocar su bello cuerpo desnudo sobre mí, y acercar su gran coño a mi boca, «cerré los ojos» y sentí como un hilo de su pis me regaba el rostro, mientras escuchaba el disparador del móvil del el director haciendo fotos; el chorro surcó mi cara, y después apuntó a mi boca y me orino dentro «solo un chorrito pequeño», tragué su orina caliente y salada y sentí ¡un gran odio!, ¡y una gran excitación!, después abrí las piernas y me corrí intensamente, salpicando los zapatos del director del hotel, que estaba de pie junto a mi coño desnudo.

Haber sido «usada» por mis compañeros de cartas, fue humillante, pero que me excitara su trato, ¡fue aún peor!; ¡¡ya si me sentía una puta total!!

Las experiencias se sucedieron, me follaron viejos con «pastillita» para poder, jóvenes inexpertos pero ninguna otra mujer, ¡solo la cruel  Elena!

«Sexto día»

Jaime me llevó junto a la piscina y me presentó a los allí reunidos; después se alejó. Era una comida de empresa, diez hombres muy trajeados habían alquilado el exterior del chalet. Uno de ellos me habló y me preguntó.

—Isabel preciosa, deseamos sentirnos «adulados», y nuestro capricho es que te metas debajo de la mesa y mientras comemos y hablamos nos chupes los penes bajo el mantel, y que tragues el semen de quien se corra ¿puedes hacerlo?, ¿puedes tragar nuestro semen?, ¡nos has costado más que la cena!

—Será un placer, pero quítense los pantalones antes de sentarse a la mesa, ¡para que no manche sus trajes!, «sin querer» si se me escapa leche de la boca, ¿les parece bien señores clientes?

— ¡Por, por, supuesto señorita! —tartamudeó nervioso el que me habló.

Todos se fueron desprendiendo de los pantalones y el slip, luego se sentaron, (era tan morboso verlos con chaqueta y corbata y con sus penes «al aire»).

Me desnudé, y me metí bajo la mesa; y de rodillas fui chupando sus penes unos segundos a cada uno, hasta ir poniendo sus pollas duras. Me sentí más puta que nunca escuchando como hablaban del trabajo, mientras comían y se contaban anécdotas graciosas, ¡sin mencionarme ni dirigirse a mí en ningún momento!, ¡como si yo no estuviera allí!, chupando sus pollas «sin ver sus rostros», solo de vez en cuando alguno gritaba al resto.

—¡¡La puta me está chupando!! 

Uno de esos penes era, ¡enorme!, lo chupé agarrada a la pata de la mesa para tragarlo entero, se corrió, y dejó mi boca llena, apreté los carrillos y tragué. Uno tras otro fueron descargando su esperma en mi boca, después de tragar sus diez corridas me vestí, ¡y uno por uno metieron un billete de cincuenta o cien euros junto a la goma de las bragas! Después no cené, me masturbe sobre la cama y me dormí.

«Tengo que abreviar, si no, ¡no acabo!»

«Séptimo día»

Entró en mi habitación un hombre con los músculos muy marcados y sacó su pene, que no parecía real, ¡más de treinta centímetros!, solo le di con la lengua suave mientras él me susurraba en ruso; después se escupió en las manos y se frotó la polla, y llena de saliva me la metió en el coño, apretada, ¡pero me entro casi entera!, ¡se puso más dura aún dentro de mí! Cómo se movió, ¡qué barbaridad!, ¡levantaba mis nalgas en el aire sólo con el pene, sin tocarme!, me corrí tres veces. Al final me puso en pompa, me escupió en el ojete varios escupitajos y me metió parte de su polla en el ano. (Después de un año aún me duele un poco el trasero al ir al aseo).

«Octavo día»

Jaime me llevó a un taller de mecánica, le pagaron, cerraron la persiana y, ¡sin quitarse del todo los monos de trabajo llenos de grasa!, les chupe el pene a tres mecánicos; acto seguido me pusieron en pompa y me follaron los tres, junto a un coche desarmado. Antes de marcarme escuché como uno de los tres le decía o los otros.

— ¡Venga pagar la apuesta!, ¡veis como si podía traer aquí una puta como las de los almanaques!

«Noveno día»

Entró en mi habitación un viejo, ¡muy viejo y arrugado!, sólo quiso chupar mi rubito chocho, ¡Dos veces me corrí en su arrugada boca!, su larga lengua era un hurón.

«Décimo y último día»

Un hombre alto y siniestro entró en mi cuarto, me desnudó, me puso en pompa y se quitó el cinturón, y hablamos unas palabras.

—Isabel dice el pavo ese de Jaime que sólo te puedo azotar, si me das tu permiso y pones el precio.

—Muy amable por su parte preguntarme primero, ¿Me hará usted heridas señor?

— ¡Ni una!, solo marcar, quizás algún morado pasajero.

—Señor ponga usted el precio que crea que merezco y yo le diré, ¿le parece bien a usted caballero?

—De acuerdo, le doy «mil euros» por veinte correazos.

—Me parece justo señor, ¡azóteme!, pero no sea brusco —después de decir esto alcé más el culo, y suspiré por la excitación, al saber que sería «castigada».

Ese hombre descargó su cinturón sobre mi culo, dando chasquidos sonoros, ¡cómo me dolió el primero!, aceleró y los correazos se repitieron sin parar, ¡mis cachetes saltaban en el aire!, y ardían de dolor, grité, me estremecí; mi coño se humedeció  y el terminó. Levanté la mirada y mientras veía como se apretaba la correa en la cintura, «me corrí». Ese siniestro hombre me tiró los mil euros, «esparciéndolos a mí alrededor», y salió de la habitación sin decirme nada.

Sentirme azotada, humillada y excitada fue una sensación de entrega tan intensa que aún me estremezco cuando viene a mi mente.

«Epilogo»

Después de preparar mi equipaje Jaime me entregó un sobre con mis ganancias como prostituta, ya en casa lo conté, le sumé las propinas y me asombré de lo que gané con mi cuerpo.

Después de un año me he atrevido a contarlo. ¡Ya no juego a nada!, ahora vivo con mi novia y la mimó, y lo como el chocho a diario, ¡pero a veces despierto en la noche con el sabor a semen en mi boca!, y siempre al despertar descubro que mi raja está húmeda.

FIN

(C) Isabel Nielibra 2016