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Sin bragas por la calle 2

en Hetero: General

Llevaba yo un tiempo siendo una chica casi formal, sin dominar a nadie y sin tener sexo exprés, vamos, sin hacer nada extraordinario ni arriesgado... por lo menos desde final del año pasado; pero el otro día, un deseo de lascivia y de libertad me invadió por la mañana.

Estaba yo en la bañera, frotando mi sexo con la esponja llena de espuma, en ese momento vi mis bragas limpias colgando del toallero, esperando mi sexo. En ese momento sentí un deseo muy grande de volver a salir a la calle sin ponérmelas, como la otra vez, y,  ¡solo con pensarlo!, mi grieta se puso ardiendo. Me sequé con la manta de baño y guardé mis bragas blancas de encaje en el cajón; me puse una camiseta larga como única prenda, sin sujetador tampoco, y mi cazadora de cuero por encima. La cazadora es corta, a la cintura, la camiseta es más larga, pero no demasiado; me llega justo donde acaban mis nalgas... ¿porque no me puse una camiseta más larga?, pues porque lo que más me excitaba era saber que, si me agachaba o si un golpe de aire me sorprendía, mi sexo quedaría expuesto, y eso me gusta, el riesgo y el desafío.

Sé que ya tengo bastante edad, veintisiete años, y unos estudios universitarios; yo misma pienso que no me pega nada hacer estas cosas, pero a veces me puede el deseo de libertad plena. He vivido tantas experiencias en la sexualidad y, sin miedo alguno, que a veces, cuando mi cuerpo me habla… me pide lo que quiere.

Al salir a la calle mis muslos claros y sin medias me precedían, y mi melena limpia, rubia natural se movía con el viento de la mañana.

— ¡Buenos días señorita! —dijo el portero, que sé que está enamorado de mí, al verme pasar.

Ya en la calle, subí por la avenida principal de mi ciudad, mirando los puestos de flores, parándome a oler o a llenar mis ojos con la belleza de alguna flor en concreto y, como quien no quiere la cosa, y antes de agacharme, miraba si detrás de mí había alguien de mi agrado, algún hombre o mujer atractivos a mis ojos que me vieran. Al agacharme a oler las flores dejaba que la camiseta trepara por mis glúteos, por la inercia de la postura y por la textura del tejido; mostrando mi sexo y mi culo desnudos, bueno casi, porque la camiseta quedaba a medio culo, sentía el tejido rozar los hoyuelos de mis nalgas. Vi un joven, de unos veinte años, detrás de mí en uno de los puestos de flores. Me miró y me sonrió; le di la espalda y le hice "mi pose". La sensación que sentí al notar como la brisa de la mañana "agarraba" con su frescor todo mi culo, y como mis labios menores, abiertos por la excitación, recibían el golpe del frio, en contraste con la calor de mi sexo, era sobrecogedor, ¡y más sabiendo que ese atractivo joven me miraba! 

— ¡Joder! —dijo el joven desde detrás de mí, después de haber visto mi bello, claro y rasurado chocho por detrás.

Me di la vuelta y vi su rostro: tenso, excitado y algo sonrojado, me dijo de frente:

—Me has dejado helado; sin querer, te he visto todo, ¡no llevas ropa interior!

—No, no llevo, perdona si te has sentido incomodo, pero he salido tan aprisa esta mañana que, hasta que no estaba en la calle, no me he dado cuenta de que no las llevaba puestas las...

—Incomodo no, impresionado, ¡no podía dejar de mirarte!, eres preciosa; tu piel se ve tan suave, tu... uff

Como con ese joven "me mostré" más veces mientras subía la avenida principal; adelante de otros tres jóvenes más y también delante de varias mujeres, mayores y más jóvenes que yo. La forma de moverme y de actuar ante ellos era de lo más natural y elegante, nada de poses de calentorra calienta-braguetas; había estudiado unas poses de casi timidez, que hacia lo de no llevar bragas como algo casual, algo que gustaba y excitaba doblemente al “publico”, me encanta ser así.

Al llegar a la gran plaza me agaché a beber de una fuente bastante bajita, ladeándome un poco hacia la izquierda, con lo que mis nalgas quedaban a distinta altura y, mi sexo; se asomaba por detrás "mirando la plaza”, algo apretado. A esa hora de la mañana y, después de las veces que me habían visto el coño ese día, me sentía vulgar, femenina y a la vez buscona, pero sentirme así no me molestaba ni me hacía sentirme menos, me hacía sentir plena y feliz. Detrás de mi, había dos muchachos muy jóvenes hablando, hablando de su carrera de medicina; eso me tranquilizó, porque se veían tan jóvenes que tuve temor, no fuera a estar enseñándoles el culo a dos pipiolos, ¡el culo y lo demás!

Al beber del chorrito de la fuente mi culo se movía, sabiendo yo que los jóvenes estaban mirando mis nalgas claritas y firmes desnudas, ¡escuché el chasquido de la cámara de fotos de un móvil!, varias veces; me giré de golpe y vi a uno de los dos jóvenes apuntándome con el móvil. A escasos veinte metros había un grupo de personas haciendo deporte... moví mis ojos, mirando alternativamente, a esas personas y a los dos jóvenes, con mirada severa a estos últimos...

—Perdone usted señorita, las borro ahora mismo delante suya, es tan guapa que no he podido resistirme, no diga nada ni saque las cosas de quicio, por favor.

—Quiero ver las fotos, chico, ¡venga!, enséñamelas.

Me las enseñó, y me vi tan bella y tan sexi en ellas: mi sexo abultando y salido por detrás y mi culo se veía precioso, ¡si no fuera el mío!, por no llegar, me habría dado a mí misma "un muerdo". Les dije:

—Vale, no diré nada; pero quiero que me las mandéis al wasap (un peligro), y después las borráis aquí, delante mía, del wasap también.

—Ahora mismo, deme un toque y se las mando.

Tras el toque llegaron las fotos. Después cogí yo el móvil del jovencito y  borré mis fotos, la verdad es que, por precaución, le borré la carpeta entera de la cámara y la carpeta del wasap.

Dejé allí a los dos jóvenes y bajé por una calle estrechita; por allí hacia algo de frío al no llegar el sol directo a esa calle de edificios antiguos, altos y que tenian muy cerca una acera de la otra. Vi una tienda pequeñita de libros viejos de segunda mano, se veía acogedora y entré a buscar alguno que me gustara. Ya dentro me atendió un hombre mayor, con pelo blanco, de unos setenta años, muy amable. Cansada de caminar me senté en una pequeña butaca, situada entre dos estantes de libros. Estuve ojeando uno que me gusta y que ya tengo, (el satiricón de Petronio). Frente a mí  estaba el pequeño mostrador donde el hombre mayor ojeaba una revista; me miraba de reojo, con respeto, pero también con deseo, y eso que aún tenía las piernas juntas. Pensé en separar los muslos y me excito la idea, pero quería que fuera algo sin importancia para mí, como el que no quiere la cosa. Estábamos solos en la pequeña tienda, acerqué el libro a mi rostro como él que está absorto en la lectura, fui separando mis muslos poco a poco (mi camiseta, más arriba de medio muslo, solo era como un toldo que no tapaba nada, y más con una butaca tan bajita). El hombre tosió, carraspeó; lo miré y lo vi muy nervioso; hice como de no saber que me había visto, me dijo:

—Jovencita, que piernas más bonitas tiene usted.

—Gracias, ¿cuánto vale este libro?

—Cinco euros preciosa, ¿sabe usted que se le ve todo?

Cerré las piernas y le contesté:

—Con la lectura no me di cuenta, pero, ¿le gusta lo que ha visto?

— ¿Que si me gusta?, por favor chica; eso no se pregunta, hacía mucho que no veía algo tan bello, estoy hasta alterado; ¡qué suerte tienen los jóvenes!, de poder disfrutar de algo tan rico.

— ¿Quiere usted tocármelo un poco?

—No me diga eso señorita, que me da mucha vergüenza.

—Pues perdone usted hombre.

—Nada que perdonar, es que me he puesto muy nervioso, porque, eso sería increíble, ¡digo!, poder tocárselo a una belleza como usted; ¡claro que quiero!

—Pues cierre la puerta de la tienda con llave y lo dejaré que me lo toque, ¿me regalara a cambio este libro?

—Los que quiera, le regalare los que quiera.

—Solo este, ¿cómo se llama usted?

— Caliso, para servirla. (Nombre ficticio para reservar su identidad).

—Yo me llamo Isabel.

¡Valle que si me sirvió Caliso! Después de cerrar la puerta el, le hice sentarse en la butaca en la que estaba yo, y yo me puse de pie delante de él. Yo estaba muy excitada por tener al viejo a mis pies. Me quité la cazadora y con las dos manos alcé mi camiseta celeste hasta dejar mis tetas al aire, luego me la saqué por la cabeza y la tiré al suelo; ¡el coño me ardía!

—Tóqueme cuanto quiera Caliso.

Su cabeza estaba a la altura de mi pubis que, aunque tengo afeitado el coño el pubis conserva un triangulito estrecho de vello muy clarito, su mano derecha acarició mi trasero como si yo fuera de porcelana, sus ásperos dedos rozaban la suave piel de mis nalgas y mi clarito vello se puso de punta, por todo el cuerpo. Esa mano, áspera pero cariñosa, me rodeó de atrás hacia adelante rozando mi muslo derecho alrededor; al llegar a la delantera rozó mi clarito vello púbico, sus uñas amarillentas arañaban suavemente la piel bajo mi vello. ¡No podía creer que estuviera dejando que me tocara un hombre tan mayor!, y lo que es peor, ¡que me estuviera gustando tanto sentir "su sed"! Separé mis piernas, siguiendo de pie frente a él, una de la otra cuanto pude, agarré el dedo índice de su mano derecha y lo metí en mi grieta; dejándolo allí y mirando al anciano a los ojos, él parecía un carnero entregado. Me agarré con las dos manos a su cuero cabelludo aplastando su cabeza contra mí, para que rozara mi vientre con sus cabellos blancos. Su dedo se movía dentro de mi vagina con agilidad, como si fuera una cucharita pequeña que estuviera queriendo penetrarme. Lo sacó y me estrujo el coño con toda la mano, su piel callosa, áspera y arrugada acariciaba a la vez que arañaba mi sexo; mis labios mayores, con poco vello, sentían su roce. Le dije imperiosa y mandona:

— ¡Venga Caliso!, cómemelo, que no te verás en otra como esta.

—Claro, gracias Isabel, siempre quise chupar el coño de una rubia como tú, soy muy feliz.

Su cabeza se apretaba entre mis muslos y su lengua me estaba poniendo a mil por hora, ¡como movía la lengua el viejo!, ¡que pericia! Repasaba mis labios menores por todos lados y los estiraba con sus gastados labios como si comiera un manjar. Apreté su cabeza contra mi coño y me corrí en su boca, se comió todo mi flujo como un perrito, mi perrito mayor.

Me despedí de él, no quise nada más, porque antes de correrme lo toqué abajo y no estaba "a punto"; y yo no tenía ganas de hacer "el trabajo sucio" de levantársela, a lo mejor me equivoque y hubiera sido rápido, pero no tenía ganas de perder la mañana “chupando pellejo”, con perdón.

Entré en una cafetería y me comí un bocadillo de jamón con un refresco. Mientras me lo comía sonó el wasap. Era el joven de antes, el que me mandó mis fotos. Solo una foto, su pene sonrosado, precioso; y un texto:

—Tía, esta es mi polla, quería que me la vieras; ¡me has borrado todas las fotos!, bueno, te perdono, pero mándame una de las que te he hecho, que no se cree mi novia que tengas un chocho tan bonito como le he dicho, tampoco se cree que fueras, una rubia tan buena cómo le he dicho que eres, sin bragas. No se te ve la cara en las fotos, anda —le contesté:

— ¿Qué edad tiene tu novia?, ¿y tú?, por cierto, me llamo Isabel.

—Ella dieciocho, yo diecinueve. Luis y Lucía

Le mandé la foto más bonita de las que me hizo, no se veía mi rostro, ya lo sabía, pero si mi melena larga y rubia colgando por delante, y bien definido mi chocho y mis nalgas por detrás.

Terminé el bocata y el refresco y pedí un capuchino; me lo pusieron con el dibujo de un corazón en la nata. Un matrimonio me miraba desde lejos con desprecio aparente y algo de incredulidad, yo había separado las piernas sin darme cuenta (estaba comiendo y no fue a posta), las cerré. Antes de terminar el café sonó otra vez el wasap. Al abrirlo me emocioné, eran cuatro fotos de una chica preciosa. Estaba de pie, sostenía un folio en el que se podía leer:

— (Isabel, ¿quieres?)

Escribí: 

—Tú también me gustas mucho, preciosa. ¿Que si quiero de ti? Puede ser, nunca se sabe, Lucía.

Al poco me llamaron por teléfono, era la parejita; me dijeron de vernos, me propusieron hacer un trio en su casa y yo les dije… que sí. Vivían cerca de donde vi al chico con su amigo. Llegué a su piso a las cinco de la tarde, un piso de estudiantes. Entré en la habitación de ese chico, dentro estaba su novia Lucía, su amigo también vivía allí, me saludó por el pasillo y se fue a otra habitación. Luis cerró la puerta donde estábamos los tres y me dijo:

—Isabel, mi novia quiere probar contigo, le gustan un poco las chicas, bueno, más bien le gustan las chicas rubias y súper bellas como tú, aunque dice que nunca ha probado con ninguna, que solo se ha masturbado imaginándose estar con las que ve. Nos gustaría, como te dije por teléfono, hacer un trio contigo, ¿te atreves?, ¿tendrás unos veinticinco?, verdad.

—Veintisiete, y aunque me atrae hacer un trío con vosotros, ya te lo dije por teléfono, no quiero ni malos royos ni burlas, ¡estamos chico!

—Pues claro Isabel, lo de hacerte las fotos fue cosa de mi amigo que me incito a no dejarte sin retratar. ¿Cuándo lo haremos Rubia?

—Ahora.

— ¿Ahora?, están todos los compañeros de piso.

—Ahora, no me gusta esperar, si están, pues más emoción —zanjé.

—Vale tía, como mandes.

—Con una condición, hablando de mandar, jugaremos a que sois mis sumisos, tenéis que dejarme mandar y hacer, ¿vale?

—Sí, vale, que eso nos encanta —Dijo Lucía.

Se desnudaron los dos, ella tenía el cuerpo tan rosado que se le notaban las venas, y un vello púbico tan suave que parecía pelusa. El pene de Luis era muy bonito, parecía sin estrenar; piel sonrosada y suave, no muy grande, pero muy recto.

Mientras me quitaba la cazadora pensé que el día me estaba saliendo perfecto. Me desnudé y Luis dijo:

— ¡Vallaaa!, que cuerpazo tía. 

Me puse de rodillas delante de los dos, que estaban de pie, comencé a chupar el pene de Luis, que se puso duro dentro de mi boca, lo sacaba y metia en mi boca como me gusta hacer con los penes cuando están duros: ¡a gran velocidad, de vez en cuando paraba cuando su polla estaba metida en mi boca hasta ses testículos, mordiendo en ese momento un poco la base del pene de Luis, para continuar después el ritmo intenso de mi mamada y; mientras se la chupaba así, el gritaba bajito:

— ¡Sigue, coño, coño, sigue rubia aggg!

Su polla delgada y recta sabía bien, la tenía limpia, había tenido el detalle de ducharse antes de llegar yo. Lo saqué de mi boca, me acerqué a Lucía, que seguía de pie, y metí mi lengua en su chochito, se lo mordisqueé como yo sé hacer, que placer, le estiraba los labios menores y ya estirados los chupeteaba como si fueran espagueti. Les dije a los dos que se tumbaran de espaldas en la cama, uno junto a otro, cogí una zapatilla rosa de pelitos largos del suelo y pregunté a Lucía si era suya, dijo que si, les dije a los dos allí tumbados boca abajo:

—Os voy a dar con esta zapatilla en el culo a los dos, hasta que me canse, después me tenderé en la cama para que me comáis el coño a dúo, no quiero objeciones, si no os gusta me voy. (me encanta azotar con zapatilla).

—Vale —dijo Luis.

—Bueno, vale Isabel, pero me da algo de susto —dijo Lucía.

No le contesté, solo alce la zapatilla rosa y comencé a estamparla en sus claritos culos desnudos, los dos gritaban bajito mordiendo la almohada para ahogar el sonido de sus quejidos. No se dieron la vuelta para detenerme, y esa sumisión hizo que casi me corriera, mis pezones estaban duros como piedras. Les empecé a dar más fuerte, las marcas de la zapatilla llenaban sus traseros de líneas rojas.

Me detuve, me metí en la cama entre los dos y les dije:

—Venga, por favor, quiero ver como tropiezan vuestras lenguas dentro de mi coño.

Se pusieron a los pies de la cama, cara a cara los dos, me chuparon el coño a la vez, que fuerte, ¡contra con la parejita!, Lucía empezó a chuparme el pubis y Luis me mordía el coño; me corrí de un chorro y me di la vuelta, y dije:

— ¡Tu!, niñato; fóllame.

Allí estaba yo en pompa con aquel fino pero duro pene en mi interior, mientras su novia acariciaba sus huevos desde los pies de la cama ¡Empezó a follarme tan fuerte!, que sus muslos golpeaban mi culo... se corrió en dos golpes, nunca había sentido un esperma tan caliente dentro de mí.

Ese día pasó, me había subido el lívido hasta las nubes, tanto que al llegar a casa, fui a buscar a mi vecina Teresa, casada, pero que, cada vez que yo quiero; con solo llamarla lo deja todo y viene a mi casa y me lo chupa hasta correrme. Teresa me comió el coño de rodillas, mientras yo descansaba mis pies sobre sus espaldas, y veía al mismo tiempo un programa cutre en televisión tomando un refresco. Me relajó correrme en la boca de teresa y me reconforto verla lamer del suelo los restos de mi intensa corrida.

                                             —Fin—

                                  © Isabel Nielibra 2017