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Vis a vis con la esposa de mi compañero de celda

en Hetero: Infidelidad

    Que me metieran droga en la maleta no fue culpa mía, pero no revisarla antes de intentar coger el avión de vuelta a casa sí.

La cantidad de droga era pequeña, y solo he estado un año entre rejas. Cuento lo que viví en esa prisión por ser algo fuera de lo normal.

    Al llegar a presidio me afeitaron la cabeza y me "bañaron" con una manguera, después, desnudo, me llevaron a mi celda, y en la puerta el guardia me dio con un palo de madera en las espaldas tres o cuatro golpes diciéndome.

    —Ahora estás en mis manos, no me hagas trabajar más de lo normal, porque si me haces esforzarme te doy un palizón que te dejo inválido, ¡entendido cabrón!

    En la celda habían dejado encima de mi cama una manta, sábanas y mi uniforme de presidiario, me vestí y me acosté en la litera de arriba. En la de abajo había un hombre que no era de ese país, era extranjero como yo, pero estaba mucho más delgado que yo; él se presentó.

    —Me llamo Elías, encantado de conocerlo, como se llama usted.

    —Yo me llamo Arturo, encantado también de conocerte, y no me trates de usted, que soy poco mayor que tú.

    En el patio de la prisión se juntaba a diario un grupo de tres presos, que solo sabían intimidar a los que veían débiles o asustados. Todos los días se metían con Elías, acosándolo, humillándolo por su debilidad e incluso pegándole, yo intenté no meterme en líos y mantenerme al margen, pero un día me sacaron de quicio al ver que incluso intentaron violarlo tras la portería de baloncesto, pero no lo consiguieron, ¡porque yo se lo impedí!

    Me acerqué al corrillo de canallas, que ya tenían a Elías con el pantalón bajado, y el culo en pompa, y apunto de meterle el pene uno de ellos; entonces les dije.

    —Estoy fuerte, él es mi compañero de celda, y, ¡si esa polla toca su culo!, antes de una semana os líquido a los tres, ¡entendido cabrones!

    Mi mirada airada, mis músculos, y mi determinación consiguieron que se enfundaran las pollas y se alejaran de él. Ese día Elías lloró en nuestra celda, apoyando su cabeza en mi hombro, y yo lo consolé escuchándolo relatarme su historia.

    Elías y su esposa tenían un centro de masajes en ese país, pero un día Elías le dio un masaje erótico a la esposa de un General, luego la señora para darle celos al General se lo contó. La consecuencia fue que Elías acabó en prisión acusado de un delito inexistente y a su esposa le cerraron el local de masajes. Desde entonces su esposa viene a estar con él en la visita vis a vis de la prisión, una vez cada quince días, pero como él está tan asustado y tan triste, cuando se ven solo se acarician y hablan, porque no ha conseguido empalmarse y follarla ni una sola vez. Me contó que ella lo comprende, y que lo esperara hasta que él se recomponga. Pero Elías se siente fatal no pudiendo darle placer a su esposa, "una hembra de una vez", como él mismo la catalogó.

    Dos días después  de que intentaron violarlo en el patio de la prisión, Elías me dio un masaje por la noche, a petición suya, quería agradarme (nada sexual), era muy bueno dándome el masaje, me relajé a fondo, y con la relajación mi polla se puso gorda (aunque no empalmada) desplegándose en toda su longitud sobre la cama. Elías al ver mi gran verga me contó que su anterior compañero de celda lo obligaba a chupársela todas las noches, y que si yo quería, y como agradecimiento por evitar su violación en el patio me la chuparía también, "aunque me dijo no le gustaban los hombres", pero como ya estaba acostumbrado a hacerlo a diario lo haría para darme placer, "yo le dije que no", ¡que ni hablar del caso!, que solo me diera el masaje, que no me van los tíos. Siguió con el masaje y me masajeo hasta los huevos, amasándomelos muy suave y rozando la base de mi pene con las yemas de sus delicados dedos, ¡que placer!, mi pene era un mástil tieso entre sus delicadas manos; y al final del masaje no me pude negar a que me hiciera un "final feliz", ¡contra!, que pedazo de paja me hizo Elías, solté un gran chorro de semen que le dio en el pecho a él; después me limpió la polla con un trapo con mucha delicadeza. Me sentí algo violento, porque el parecía mi puta, ¡pero que a gusto me quedé!

    En la siguiente visita vis a vis con su esposa Elías le habló a ella de cómo lo defendí, y de lo bueno que soy con él. Elías le propuso algo a ella, y ella dijo que sí.

    Al llegar Elías a nuestra celda me propuso que tuviera yo las visitas vis a vis con su esposa, en lugar de  verla él, pidiéndome a cambio que yo lo siguiera defendiendo hasta acabar su año de condena, y en esas visitas yo le entregaría a ella las cartas de él.

    Me sentí violento y algo ofendido.

    — Elías yo "ya te he defendido", y sin que me cedieras a tu esposa, no tienes que pagarme con su cuerpo, ¡no te arrastres más!; que si llega el caso, no te preocupes que te defenderé de nuevo, pero, ¡no seas capullo!

    Me dijo que no había querido faltarme al respeto, y que no dudaba de mi bondad si lo atacaban de nuevo, pero con un compromiso creyó que se sentiría más tranquilo. Lo de cederme a su esposa en las visitas de ella, era porque los dos se sentían obligados de corazón a ser generosos conmigo, y que serían muy felices si yo decía decir que sí; ¡además!, su esposa necesitaba que la hicieran sentir, y que él deseaba que fuera yo el que llenara ese hueco que había dejado su impotencia; y no ningún otro espabilado del lugar, que se le acercara a ella al olor de su coño hambriento; y más sabiendo que yo no tenía esposa en el país.

    Me dio una foto de ella (morena, pelo largo muy alta, y preciosa, una hembra de caderas generosas), después de observar su belleza lo pensé solo dos segundos ¡y acepté!

    Elías me contó que su esposa había pedido un papel a un concejal amigo, en el que dijera que nos conocíamos íntimamente hacía más de seis meses, para que la dejaran entrar a verme en la visita vis a vis, y que si la reconocían de otras veces diría que el de las anteriores visitas era su hermano.

    El guardia me dijo que me esperaban en la sala vis a vis, ¡que aligerara! Al llegar a la habitación de comunicación mi guardián le dijo a ella.

    —Mujer, sé que te han registrado a fondo, pero no intentes darle ningún objeto, que os doy una paliza a los dos. Ahora que te miro me suena tu cara, ya te he visto con dos presos, ¿eres puta?, eso no está permitido aquí.

    —No señor guardia, no soy puta, el otro es mi hermano que me trae a veces saludos de la familia, y este de hoy es mi hombre.

    Cuando salió mi guardián (parecía que convencido) ella estaba muy sonrojada y nerviosa por la situación, le dije.

    —Carmen, ¿te llamas así no?, tu no estas obligada a hacer nada, solo lo haremos si lo deseas  —contestó.

    —Arturo, lo deseo, quiero pagar con mi cuerpo tu valor y tu generosidad con Elías, que es muy bueno, pero tan blando el pobre; "lo quiero mucho", pero ahora, en este momento, solo deseo que me hagas el amor, necesito sentir un macho dentro de mí.

    Carmen era una mujer de bandera, con un culo impresionante, y unos pechos que podrían alimentar a todos los presos de la cárcel, y su larga melena negra, y su coño gordo y peludo. ¡Llevaba yo ya más de tres meses sin estar con una hembra!, desde que entré en prisión.

    Se desnudó completamente mientras hablábamos, separando las piernas y dejándome ver el hueco entre sus muslos, una distancia entre sus dos piernas que solo tenían las mujeres de una vez, y Carmen lo era. Mi corazón se disparó y el pene me creció de golpe. Carmen me bajó los pantalones, y agarró mi gran polla con las dos manos, puesta de pie frente a mí, me miró desde cerca a los ojos y dio un suspiro largo y profundo (noté su aliento cálido en mi barbilla); ella se agachó delante de mí y se metió media polla en la boca, después, con mi polla asomando por su boca, llevó las manos a mi espalda "arañándomela", y bajando después las uñas hasta clavarlas hondo en mis cachetes, apretándome contra ella y metiéndose dentro de la boca el resto de mi gran verga (pocas mujeres se habían podido tragar mi tronco entero). Comenzó a mover su cuello como si hiciera una danza egipcia, tragando y soltando polla. En ese momento mis huevos estaban distendidos, y en cada golpe de su cabeza “devoradora” de polla, daban golpecitos contra su barbilla (como llamando a la puerta de su boca), ¡qué mujer!, le saqué el rabo de la boca y la tumbé en la cama, comiéndole el coño con fuerza, llenándome de su sabor, y mordiendo su sexo como si lo quisiera devorar, ¡que hambre de hembra tenía!, trague todos sus jugos con ansia impetuosa; ella gemía y me decía.

    — ¡Fóllame ya!, Arturo, méteme ese pedazo de polla de macho que tienes, que me muero porque me atravieses el coño, que no sabes la falta me hace que me folles bien (si lo sabía).

    Me tumbé encima de ella y la penetré con mi rabo muy despacio, saboreando el momento, viéndola gemir y golpear mi espalda con la parte interior de sus grandes muslos; después comencé a meter y a sacar la polla como si ella fuera mía, mis huevos su pegaban a su coño empapado de flujo en cada arremetida, ¡de pronto!, mi pene se puso duro como nunca, notaba yo como mi polla aplastaba las carnes de su coño al entrar en él, como una barra de hierro. Cogí un ritmo frenético, "los labios de su coño parecían hacer palmas golpeando los costados de mi polla", ¡que polvo!, que polvazo le eché; ella gritó como si la mataran al sentir el intenso chorro de mi semen caliente inundarla por dentro, y con un grito final aún mayor se corrió.

    El guardia entró de golpe y sin llamar a la puerta, y dijo.

    — ¡Que cojones son esos gritos!, que le estás haciendo cabrón, para que ella grite así.

    No contesté, él lo vio con sus propios ojos, solo estábamos follando. Me "desenganché" de Carmen, y ella avergonzada por la irrupción del guardián se puso de pie de golpe, tapándose el coño con las manos; pero al ponerse de pie, le cayó mi leche espesa por el muslo (como un arroyo blanco) bajando hasta su tobillo derecho; mi guardián dijo.

    — ¡Joder!, que polvo le has echado cabrón, ¡con razón gritaba la muy puta!; ¡venga!, vestiros que ya se ha acabado el espectáculo.

    El año que estuve en prisión me la follé una vez cada quince días, y durante ese tiempo protegí el culo de Elías como si fuera el mío, "no así el de su esposa", el cual, después de coger confianza con su coño se lo desvirgué (su culo nunca había sido amasado), y se lo penetré en repetidas "visitas", dejándole un culo tan abierto como un pozo minero.

    Después de cada vis a vis con su esposa, Elías quería que le contara los detalles, mientras me daba un masaje; "un masaje que siempre acababa haciéndome una paja ", y la paja se hacía más intensa mientras, morboso él, escuchaba los detalles de cómo poseía a su esposa", cuando le contaba cómo le daba por el culo a ella, ¡sacudía mi pene con rabia! y con ímpetu; una mezcla de castigo y admiración hacia mí, ya que ese hueco de ella él nunca lo había llenado.

    Después de salir los dos de prisión, Elías y yo solo nos mandamos correos electrónicos, en ellos Elías me cuenta que de nuevo es potente, y que ha vuelto a follar a su esposa como antes de entrar en prisión. En el primer correo que me mandó, al poco de salir los dos de prisión, me contó que Carmen estaba embarazada, algo que llevaban buscando años.

    Carmen me escribió una carta (de papel) que prefiero mantener en secreto.

                                                        —Fin—

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