miprimita.com

Las Aventuras de Malatesta II - La Taberna del Tue

en Otros Textos

La Taberna del Tuerto

Tras la traición a España, nos tuvimos que esconder en la tierra natal del capitán Malatesta, " Sicilia" aunque para la mayoría este ya no tenía patria ya que había sido desterrado años atrás por combatir al lado de los españoles contra los compatriotas de Malatesta. Nos hospedábamos en el sótano de una taberna que regentaba un viejo amigo del capitán, todos lo conocían por el tuerto, pero el pobre también estaba manco tras perder la mano derecha castigo por aquel entonces por meter la diestra donde a uno no le llaman y llevarse algo que no era suyo. Malatesta siempre tuvo compasión por su viejo amigo, quizás por pena o quizás por vergüenza ya que se las entendía con su señora, una mujer que el adjetivo gorda se quedaba pequeño para su peso, eso si guapa como pocas mujeres han visto mis ojos en la vida y con un carácter difícil, con un temperamento complicado de llevar, muy complicado, su nombre era Mariana y tenía tantos bemoles que era quién llevaba el mando en la taberna. Pronto corrió el rumor que el Rey Felipe IV había puesto precio a la cabeza del capitán a lo largo del Mediterráneo, así que en Sicilia no estábamos a salvo y encima poníamos en peligro al tuerto y a su señora. Una noche mientras cenábamos en la mesa más apartada y oscura del lugar intentando no llamar la atención entraron por la puerta cuatro encapuchados preguntando por el capitán, el tuerto les dijo que hacía ya mucho tiempo que Malatesta no portaba por la taberna pero el más alto de los cuatro que llevaba una capa negra y un sombrero del mismo color lo agarro del cuello preguntando de nuevo por el capitán, esta vez el tuerto con una voz entrecortada señaló con el dedo a la mesa dónde estábamos nosotros, los cuatro se acercaron y el capitán en ningún momento levanto la cabeza pero ya tenía una mano sobre el mango de su espada. Nos rodearon, dos al lado de Malatesta y otros dos al mío, quien había agarrado por el cuello al tuerto pregunto quién era el capitán a lo cual Federico Malatesta con voz desafiante respondió - a quien buscas te traspasará la garganta con la hoja de su espada si vienes a por su cabeza. El encapuchado respondió - tu hora ha llegado a su fin, prepárate para morir. Antes de que el miedo recorriese con un escalofrío por mi nuca, ambos habían sacado sus hierros a luchar tirando la mesa a un lado. La taberna estaba llena esa noche, y todos mirábamos el espectáculo y la lucha entre el capitán y su enemigo, había un silencio sepulcral y solo se escuchaba el sonido de ambas espadas al tocarse. Uno de los encapuchados que estaba a mi lado me sujeto desde atrás para que no pudiese moverme, mi instinto hizo que le diese con el codo en su abdomen provocando que cayese de espaldas al suelo. Su compañero saco su acero y me lo puso en el cuello y cuando parecía que me lo iba a rebanar la mujer del tuerto le aliño un buen golpe en la cabeza con uno de los taburetes dejándolo" ko". Malatesta seguía con su lucha de espadas mientras que la taberna era un clamor a favor de uno y en contra de otro, unos apostaban por el capitán y otros por el enmascarado, en un momento en el que Malatesta bajo la guardia su rival le asestó un golpe con el puño de su espada y lo tiro al suelo rompiendo una de las mesas. Los que habían apostado por el capitán enfurecidos empezaron a liarse a machetazos con los que habían apostado por el de la capa, empezó una guerra campal de todos contra todos mientras una de las velas que estaban en la mesa donde había caído el capitán se había prendido en una de las cortinas y estaba quemando aparte de la taberna. Las luchas de espadas empezaban a cesar a favor de las pistolas, bum, bum, bum, las balas perdidas rebotaban en la pared haciendo de la taberna en llamas el mismo infierno. Al capitán se lo llevaron tras dejarlo inconsciente tras los muchos golpes que había recibido sin que yo pudiera hacer mucho ya que la taberna empezaba a derrumbarse por el fuego, así que salimos entre cadáveres, sangre y balas.

La Horca

Recibimos un soplo tras sobornar a un guardia de la corona siciliana del paradero del capitán, se lo habían llevado como preso a una cárcel en el puerto de Cádiz para su juicio y después ejecución en la horca. Teníamos al rededor de dos días antes de que el juicio se llevase a cabo. Cogimos un pequeño buque para llegar a las costas gaditanas no sin antes pasar por una tormenta que casi desarma el barco en tres trozos . El tiempo corría en nuestra contra y la nave no era lo suficientemente rápida ya que su vela mayor era muy pequeña. Aún así llegamos antes de cumplirse el plazo de ejecución y escondimos lo que quedaba de nave en uno de los muelles del puerto. La ejecución seria en público en medio de la plaza mayor del pueblo frente a la mirada de miles españoles alborotados gritando traidor a un capitán bastante mermado físicamente tras las palizas que le habían dado en sus días como preso. Compramos en un mercado clandestino un par de armas, una pequeña pistola de corto alcance fácil de esconder en cualquier parte del cuerpo y una escopeta de un solo cañón con tres balas, nuestro porcentaje de éxito era muy bajo pero siempre se me había dado mucho mejor las armas de fuego que la espada, justo al contrario que Malatesta qué tenía la puntería algo desviada. Nos escondimos en la azotea de un edificio que daba al cadalso dónde sería horcado el capitán. La gente se agrupaba esperando la ejecución dejando un pasillo dónde Malatesta apareció con un soldado a cada lado que literalmente lo arrastraban cogiéndolo de sus brazos porque apenas podía caminar, la gente empezó a tirarle fruta podrida a la cara. Al llegar a las escaleras del cadalso donde estaba la horca, el capitán al subir las escaleras cayo de morros y rodando por los diez escalones que habían hacia su destino.

Uno de los soldados lo cogió y de malas maneras fue empujándolo hasta que lo hizo subir, el verdugo le ato las manos y le tapo los ojos antes de colocarle la cuerda sobre el cuello, yo apoye la escopeta con sigilo y apunte hacia la cuerda donde iba a ser colgado, sonaron tambores y justo cuando dejaron de replicar se abrió la trampilla y el capitán cayó, yo apunte, dispare y la bala rozo la cuerda sin llegar a romperla, el capitán se balanceo de un lado a otro mientras una segunda bala disparada si terminó de romperla haciéndolo caer por la trampilla. Todo fue un caos, la gente al escuchar los disparos corrían asustados de un lado para otro, el ejército de la armada española buscaban al tirador sin saber muy bien dónde buscar y a la vez asustados por la muchedumbre y los gritos del miedo. El tuerto que esperaba impaciente a los disparos mezclado entre la gente fue a socorrer al capitán que había caído dentro del cadalso, corto las cuerdas que ataban a sus manos y le ayudo a levantarse para huir frente a la atenta mirada del verdugo, este desvaino su espada y se la puso en el cuello al tuerto dejándolo inmóvil, y así gaste mi tercera bala, atravesando el pecho del verdugo que cayó de espaldas al suelo. Tire la escopeta al suelo y salí corriendo de aquella azotea para reencontrarme con Malatesta y el tuerto y huir por un callejón entre la gente. Mariana nos esperaba cerca del muelle con una pequeña barcaza de remos para alejarnos lo máximo posible de la costa y así lo hicimos...

El Carcelero

Por mucho que remásemos apenas conseguíamos alejarnos lo suficiente de la costa, las olas chocaban contra la barcaza haciendo que se inundase parte de esta, mientras el tuerto y yo remábamos, Mariana intentaba achicar el mayor agua posible para evitar que nos fuésemos a pique. Se nos hizo de noche y de pronto nos vimos rodeados por dos carabelas reales que nos frustraron nuestra huída. Ahora estábamos acorralados y no había manera de escapar. Nos obligaron a subir a uno de los barcos y nos apresaron metiéndonos a los cuatro a la celda que había cerca de la bodega. Desconozco el tiempo que estuvimos metidos en dicho agujero que olía tan mal como un centenar de perros muertos, pero fue el suficiente para que el capitán recobrase las fuerzas y las ganas de salir de allí. Todos los carceleros que he conocido a lo largo de mi corta vida siempre han tenido problemas con el alcohol y el que nos había tocado en aquella mísera celda no iba a ser menos, siempre con una botella de Ron y con la mirada nublada. Entre borrachera y borrachera pegaba siempre unas cabezadas dejando las llaves de la celda expuesta a nuestra vista. Las llevaba anudada a la cintura y todos sacábamos los brazos intentando llegar a las llaves pero era imposible nos quedaba a un par de dedos si quiera de rozarlas, excepto Mariana que por su gordura no podía meter el brazo entre los barrotes. El capitán arranco la base de una de las lámparas de aceite de pescado que daban una mínima luz dejando la celda casi a oscuras y la saco por los barrotes intentando coger la llave mientras el carcelero dormía plácidamente su enésima borrachera, lo hacia con mucho cuidado intentando no despertarlo aunque juraría que ni el disparo de un cañón lo sacaría de su letargo, de pronto un estruendo se escucho

encima nuestro balanceando el barco, todos caímos unos encima de otros. Empezaron a escucharse cañonazos, disparos y gritos cuando una Bala de cañón atravesó la pared de la celda arrancando la puerta y matando a nuestro ebrio guardián. La bala nos había pasado por encima de nuestras cabezas dejándonos libres. Salimos lo antes de pudimos entre un montón de cadáveres, teníamos que saltar tantos cuerpos y esquivar balines de pistola, el barco empezaba a estar en llamas y hundirse por proa. Abordaron el barco o lo que quedaba de él unos piratas, pensábamos que venían en busca del capitán, pero no era así, querían saquear el barco y buscaban un oro que no encontraron. Apenas dejaron supervivientes, a nosotros nos dejaron en paz sin antes llevarse un premio, Mariana a cambio de poder seguir viendo el sol cada mañana, el tuerto intento impedirlo pero los piratas no negocian y de eso lo sabíamos muy bien Malatesta y yo.

 

El Rescate

Buscar a Mariana no iba a ser fácil, pero tratándose de piratas todo se hacía mucho más factible, unos pocos escudos de plata en una bolsa de piel y cualquier que supiese dónde estaba daría toda la información necesaria incluso algunos se sumaban a la causa, todo sea por no dormir al raso, comer y por supuesto tener Ron disponible en la bodega del barco.

Fuimos de taberna en taberna buscando a gente que supiese dónde estaba aquellos piraras que la habían raptado, el tiempo corría en nuestra contra, la vida de la mujer del tuerto corría peligro. Las noticias que daban unos y otros eran contradictorias, unos decían que estaban por Sicilia otros por alguna isla griega, nada claro hasta qué encontramos a un viejo corsario que solía dormir cerca del puerto, -sé dónde está el barco que buscáis, atraco aquí hace dos lunas y escuche a un par de vigías decir que iban a la isla de Tabarca, Tabarca!! Repitió el capitán cómo si la noticia le sorprendiese, en aquella isla no había casi nada, era tan pequeñita que era imposible esconderse allí, hacía años que estaba abandonada, pues ahora no dijo aquel viejo pirata.

Algo aún incrédulos nos despedimos de el no si antes pedirnos aquellas monedas de plata metida en esa pequeña bolsa de piel.

Éramos tres contra un ejército de bucaneros sedientos de guerra y sangre, así que a cambio de promesas que no íbamos a cumplir nos hicimos con algunos piratas viejos, borrachos, hambrientos y con ganas de vivir nuevas aventuras.

Cómo no teníamos más plata para alquilar un barco, lo tuvimos que coger prestado sabiendo que era raro que el buque saliese de aquella aventura en un solo trozo.

Dos días y sus respectivas noches para llegar a aquella isla en medio de la nada, vimos de lejos las luces del buque dónde estaba nuestra damisela, ahora había que tramar un plan, intentar rescatarla sin hacer demasiado ruido…

El capitán Malatesta siempre ingenioso se le ocurrió la brillante idea de utilizar las cajas del Ron como ratoneras y soltarlas en el buque a conquistar para crear el caos y poder así rescatar a Mariana.

En la época todas las islas estaban llenas de ratas por la acumulación de basura que se acumulaba tras el paso de barcos mercantiles y piratas.

Para evitar que nos viesen atracamos el barco a unas tres millas de la isla, nos acercamos a la costa con las barcas del buque, íbamos sin una vela, a oscuras casi a ciegas… la misión estaba clara, capturar las ratas y meterlas en las cientos de cajas apiladas una encima de otra En la orilla. No era tarea fácil, corrían y se movían muy deprisa y los borrachos de nuestra tripulación demasiado lentos, era cómico vernos detrás de aquellas criaturas con la única luz de la de la luna…

Cuando ya habíamos llenado de roedores unas veinte cajas más o menos, cogimos las barcas en dirección al barco pirata, era poco antes de amanecer, había que darse prisa antes de que la luz del alba despertarse a toda su tripulación y fuese imposible sorprenderlos.

La calma del mar ayudaba a que el tiempo no se nos echase encima, sólo se escuchaba en la noche el agua romper contra el bote, la noche era estrellada, todo parecía indicar que era el momento justo para sorprender.

Llegamos los botes uno tras otro a aquel buque, subimos uno tras otro por la escalinata que había a babor, fuimos subiendo una a una las cajas de Ron llenas de ratas que gritaban ligeramente cómo sí se impacientasen por salir… en cubierta sólo estaba el vigía que dormía plácidamente junto al timón, sin tiempo a ni si quiera a darse cuenta de lo que pasaba el capitán le rebanó el cuello con un pequeño cuchillo que solía guardar en su bota izquierda.

Fuimos entrando en cada habitáculo del barco, empezamos a soltar las ratas y al poco ya aquello era un caos en forma de gritos, disparos, mordedoras roedoras, al ser de noche nuestras pequeñas aliadas eran como fantasmas en medio de la oscuridad del buque, el capitán y yo fuimos en busca de Mariana, no fue difícil encontrarla, había pasado la noche en el camarote del capitán pirata, nos estaba esperando mientras la sujetaba por detrás con una espada en el cuello…

- Alto, ni un paso más

- Suéltala, suéltala y vivirás

Dijo el capitán sabiendo que de allí no íbamos a salir todos con vida…

La soltó y la lucha entre las espadas de los dos capitanes a vida o muerte mientras las primeras luces del alba entraban en aquel mugriento camarote…

Yo cogí de la mano a Mariana y salimos de allí antes de que nos matasen allí mismo… su marido nos esperaba en un bote, bajamos por la escalerilla y esperamos pacientemente a que Malatesta acabase con aquel capitán, así lo hizo con su diestra, dos tajos en el estómago y un cadáver más a sus espaldas… salió del barco entre los muchos duelos espadachines que habían sobre la cubierta del buque, acabó con uno más que le había cortado el paso, y después con otro cuando intentaba bajar al bote.

Así nos alejamos de allí en un bote los cuatro a salvo mientras las primeras luces del día iluminaban el cielo rojizo de aquel día en el que casi una vez más acaban con nuestra vida.

No sería la última vez, hay más historias que contar, pero será más adelante…

El capitán Malatesta y la Taberna del Tuerto