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Más que un masaje

en Hetero: General

Después del masaje en pareja de los baños árabes, hablaba con Erika en tono de broma sobre la posibilidad de repetirlo en un ambiente más íntimo, que fuese algo mutuo, solos ella y yo.

-No suena mal.

- ¿Lo dices en serio?

-Claro que sí. -Sonreía mientras lo decía. Noté un cierto calor interior. -No te echarás atrás ahora ¿no, princesa? -Me hacía gracia el apelativo.

-Bien, pues yo no lo demoraría mucho, no vaya a ser que cambies de opinión. Mañana en mi casa, ¿sobre las 7?

-Hecho, pero ¿cómo lo hacemos?

-Te lo doy yo a ti, si quieres, luego podemos hacerlo al revés. -Sugerí.

Al día siguiente, mientras salía de la ducha, me llegó un mensaje de Erika:

-Salgo de casa. -Aún tenía unos veinte minutos. Me vestí, y preparé el aceite de masaje y la toalla sobre la cama. Encendí unas velas aromáticas. Lo tenía todo listo para cuando sonó el timbre.

Abrí y ahí estaba. Sonriente. Con esos ojos increíblemente azules que enamoran a cualquiera, aunque los mires solo por un momento.

Pasa. Se quitó el abrigo. Tenía un cuerpo realmente atractivo. Pero lo que más llamaba la atención de su físico eran sus tetas. Difícilmente podían ser más redondas y apetecibles. Y grandes.

-¿Quieres tomar algo antes? -Ofrecí.

-Me apetece empezar ya. -Fue bastante tajante, con lo que pasamos al cuarto.

-Te dejo desvestirte, ¿vale?

-No me importa que estés. -Ya se había quitado el jersey de cuello alto que vestía. Me costaba no mirar. Pero como ella había dicho, no le importaba que estuviera, así que me relajé y contemple como se quedaba tan solo con el tanga.

Sentía la necesidad de morderme el labio, pero me contuve.

-Túmbate aquí. -Le señale el lado izquierdo de la cama. Cuando lo hizo, le coloqué la toalla sobre su culo, después le retiré el tanga con suavidad.

- ¿Tú no te quedas en ropa interior? -Sugirió al verme vestido.

Accedí sin pensarlo, se me notaba una erección en el calzoncillo. Ella sonrió al verla y se tumbó.

Unté las manos en aceite de vainilla y las froté para calentarlas. Las posé en su espalda y hombros, y los recorrí en círculos, ni suave ni fuerte.

-Me está gustando, de momento. -Dijo mientras cambiaba a sus piernas.

Más aceite en mis manos. Comencé por los tobillos y fui subiendo. Subía y bajaba sin prisa, pero cada vez llegaba más arriba, y notaba a Erika cada vez más inquieta. Yo también lo estaba. Subía ligeramente la toalla cada vez que llegaba a ella. Erika se giró y me echó una mirada de complicidad cuando estuvo lo suficientemente subida. Se la devolví, ahora ya me mordía el labio.

Eché directamente el aceite sobre su culo, y vi cómo se formaban pequeños regueros que descendían, algunos a su espalda y otros hasta sus muslos. Me centré en ver como caía uno entre sus nalgas, e iba a parar directamente a sus labios vaginales. Me dediqué a amasar su culo un buen rato, juntando las nalgas y azotándolas de vez en cuando. Me encanta escuchar ese sonido. Y me gustaba hacerlo fuerte. Con toda la palma de la mano. Erika no se quejaba lo más mínimo.

Deslicé mis dedos hacia donde quería. Jugaba con sus labios mayores. Primero por fuera, luego por dentro. Erika levantaba ligeramente su culo mientras lo hacía, supongo que para facilitarme la tarea. Me encantaría meter la cara donde tenía los dedos. Toqué su clítoris con uno de ellos de forma delicada. Repetí. Y otra vez. Ella se retorcía. Aunque más lo hizo cuando ya frotaba y aprovechaba para meter otros dos por su mojada vagina y otro por el culo. Se lo iba abriendo poco a poco, pensando en lo que querría meterle después.

Noté que quería girarse.

-Shhh. -Susurré a su oído mientras le impedía con mi brazo que se diera la vuelta. -Solo te dejaré cuando te corras.

Mis dedos seguían entrando y saliendo, cada vez más veloces, aprovechando lo mojada que estaba. Mis labios y mi lengua recorrían su oreja con avidez y dulzura, y notaba como respiraba acelerada. Empezó a gemir, y se retorcía, pero mis dedos no tenían piedad. Se corrió, con gemidos entrecortados, mientras sus manos agarraban con violencia la sábana que tenía debajo.

-Puedes darte la vuelta. -Pronuncié una vez se hubo calmado, ya sin mis dedos en su vagina, ni en su culo.

Una vez bocarriba, volví a dejar la toalla bajo su vientre. Sus tetas estaban al alcance de mi mano, aunque preferí posponer el momento de centrarme en ellas. Unté aceite en mis manos nuevamente y las pose sobre sus hombros. Estaba muy relajada, yo intentaba disimular como podía las enormes ganas que tenía de violarla en ese momento. Estaba tan dulce recibiendo el masaje, que esa mezcla de suavidad y erotismo que desprendía a partes iguales hacia que mi poco sosiego hubiese llegado a su límite hacía rato.

Pasé de los hombros a los brazos, primero ambos al mismo tiempo, luego uno por uno. Los recorría con ambas manos hasta llegar a la punta de sus dedos. Noté como ella se estremecía cuando más suaves eran mis caricias. De nuevo más aceite en mis manos, esta vez para hacerlas reposar en su abdomen. Aunque por poco tiempo, pues subí ligeramente hasta llegar justo a donde más ansiaba. Comencé dando vueltas con las yemas de mis dedos alrededor de sus rosados pezones, para pasar a ligeros pellizcos. Sentí una especial necesidad de darles pequeños mordiscos, así que las junte con mis manos y me dedique a jugar con mis labios y mi lengua con esas apetecibles montañas de nata. Mientras, su mano agarraba con fuerza lo que  luchaba por salir de mi ropa interior, pero el masaje continuaba, por lo que muy a mi pesar se la quité y proseguí con algo que parecía llevar una vida deseando.

Fui bajando lentamente con mi lengua por su cuerpo mientras retiraba definitivamente la toalla de su cuerpo, dejándola totalmente desnuda. Mis brazos rodearon sus muslos y mis manos se posaron muy cerca de la zona más íntima de su cuerpo. Mis labios se quedaron a apenas un centímetro de darle placer, aunque estaba seguro de que podría notar mi aliento. Nuestros ojos se cruzaron por última vez antes de sumergirme en su vulva. Subía y bajaba despacio con mis labios, haciendo cierta presión, para luego deslizar mi lengua con delicadeza.

Erika se revolvía en el sitio, con leves gemidos que denotaban que lo que hacía era de su agrado. Sus manos acariciaban mi pelo mientras aceleraba el ritmo de mis besos y lametones. Jugaba con sus labios vaginales, y con entrar dentro de ella con mi lengua. Estaba realmente mojada. Cada vez que rozaba su clítoris, ella me agarraba el pelo con algo más de brusquedad, algo que se convirtió en una constante cuando me centré solo en eso, pero nada comparado a la fuerza que empleó cuando se volvió rígida por unos instantes. No me detuve, solamente dejé que se corriera de gusto mientras seguía saboreándola. Ella se retorcía, sollozaba de placer mientras mis labios seguían devorándola. Con sus manos controlando mi pelo, me pedía, más bien me ordenaba, que no me separase ni por un momento.

-Se acabó el masaje, pero puedes ponerte de rodillas, si quieres.

Ella accedió.

-Pero las manos, a la espalda. -Dijo mientras mi polla estaba a nada de tocar sus labios.

Hice caso, y ella empezó su particular tortura. Comenzó por besos casi imperceptibles, aunque lo que si notaba en exceso era el calor de su boca, y lo sentiría por completo cuando se la metiera en ella, cosa que no tardó en hacer. Me balanceé levemente hacia adelante para que entrase entera, pero ella me detuvo, poniendo su mano en mi abdomen. Quería hacerlo a su ritmo, y mi ansiedad crecía más y más. Sus labios rodeaban el glande con una suavidad excelsa, y pasaba su lengua por debajo. Iba y venía. Yo quería dominarla. Sentía unas ganas tremendas de hacerlo.

Sin preguntar la tomé del pelo y agarré mi polla. Ella se dejó. Golpeé el glande contra sus labios repetidamente, sacó su lengua e hice lo mismo. Empecé a follarme su boca mientras ella se tocaba. La dejaba dentro un buen rato, y la sacaba bañada en saliva, para volver a meterla de nuevo hasta el fondo. Resbalaba por su mejilla por lo mojada que estaba. Yo estaba completamente cachondo, y ella no dejaba de mirarme. Me encantaba meterla y sacarla. Un hilo de saliva unía el glande y sus labios mientras lo hacía. Sentía un calor tremendo y quería follármela sin piedad. Quería que se corriera más veces antes que yo.

Se colocó a cuatro patas en la cama y se la empecé a meter despacio. Ella gemía mientras mis embestidas eran cada vez más duras y profundas. Agarré sus tetas con ambas manos y se la metí hasta el fondo, aguantándola entera dentro durante un tiempo. Quería que se corriera otra vez. Besaba su cuello y estimulaba sus pezones mientras seguía entrando y saliendo de ella sin ninguna prisa.

- ¿La quieres por el culo también?

-Claro.

- ¿Quieres que te lo reviente?

-Hazlo.

Fui abriéndolo despacio. Cuando la tuve dentro por completo, agarré su melena e hice que se balanceara al ritmo de mi penetración. Ella se tocaba instintivamente buscando correrse de nuevo.

Nos colocamos ambos bocarriba, ella encima, y sin sacársela del culo le frotaba el clítoris mientras con la otra mano agarraba con fuerza sus muñecas. Al poco tiempo estaba gimiendo desconsolada. De nuevo la rigidez, de nuevo corriéndose.

-Córrete, luego te voy a dar toda mi leche. -Le decía al oído mientras tenía espasmos. Ella asentía.

Nos colocamos de pie. Ella de cara a la pared, yo detrás, de nuevo penetrándola profundamente, pero despacio, pues comenzaba a aguantar muy a duras penas después de ver como se corría, pero aun quería darle más placer. Nos agarramos de las manos y besaba su cuello. Lo mordía, lo lamía. Quería hacer todo y más al mismo tiempo. Azotarla. Ella giraba la cabeza para besarme. Estábamos ambos bastante sudorosos por el calor que hacía en la habitación. Quería que se corriera otra vez antes que yo, pero llegó un punto en que no pude más.

Quiero acabar ya. -Susurré mientras nos besábamos.

 Se puso de rodillas sin decir nada y yo tomé su pelo con mi mano; levanté su cara para mirarnos mientras me masturbaba contra su mejilla. Ella también se tocaba, y de vez en cuando miraba mi glande de reojo.

-No puedo más, de verdad.

-Pues córrete. No pares y córrete. Te espero. -Dijo juntando aún más su mejilla a mi polla sin parar de masturbarse.

No pude soportarlo más y exploté de puro placer; toda mi leche empezó a salir en abundancia y con fuerza contra su cara y su boca. No dejaba de mirar la escena, y ella miraba mi polla expulsar chorros todo el rato, mientras sus dedos frotaban su clítoris a gran velocidad. Yo me quejaba de gusto y ella gemía tocándose mientras mi leche resbalaba por su cara y caía a sus tetas. De nuevo esa rigidez, justo al acabar de correrme. Tremendamente oportuna. Aplaque sus sonoros quejidos con mi polla, metiéndosela hasta el fondo de su boca sin dejar de agarrar su pelo, mientras ella se estremecía por última vez. Hubo espasmos de ambos. Míos porque mi glande seguía preso entre sus labios con cierta contundencia, suyos, por tenerla aun dentro de su boca.

Me agaché junto a ella y no pude evitar besarla.