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La casa del porno

en Orgías

Irina es una chica especial para mí. Somos mejores amigas desde hace años y tenemos demasiada confianza, incluso para contarnos nuestras fantasías sexuales, sobre todo, en momentos de diversión. Es ahí donde más cómodas estamos, puesto que con el trabajo y demás tenemos una vida ocupada. Irina tiene 28 años, es médico en un hospital del sur de España, y diría que, con solo con decir su profesión, los chicos se le arriman, pero no le hace falta. Tiene unos ojos azules impresionantes y es rubia. Por su nombre y sus rasgos la gente diría que es rusa, pero no lo es. Por si fuera poco, su cuerpo es escandaloso, sus tetas son grandes y sus caderas dibujan curvas de lo más sexys. Siempre que le digo lo de las caderas, se enfada. Los tíos babean cuando entramos a algún bar, entra demasiado por el ojo. Volviendo a lo anterior, reconozco que, en ocasiones, esos pensamientos ocultos hay que sonsacárselos, aunque con unas copas de por medio resulta más sencillo. Y fue precisamente este último fin de semana cuando me confesó una tremendamente morbosa a raíz de unos comentarios en su trabajo.

Ella desconoce mi faceta de escritora de relatos, y basándome en lo que me dijo, le di forma a su fantasía:

Cenando en la guardia de urgencias, cerca de las vacaciones de navidad, más liviana que de costumbre, salió el tema sexual, poco recurrente, quizá porque al haber pocos pacientes, la gente estaba más contenta. Irina pensaba en sus cosas, no solía participar cuando la conversación iba por esos derroteros, puesto que los chicos eran bastante “exagerados”, por decir algo. Fantasmas, sería la palabra. De hecho, parecían estar jugando a ver quién decía la burrada más grande. Y hubo algo que dijo un residente nuevo, de primer año, que apenas llevaba ahí seis meses, que llamó su atención, pese a que ella siguió cenando, como si la conversación no fuera consigo.

- En serio, no bromeo. El otro día fue un amigo. Lo único que es en Madrid. Es un sitio donde solo se entra con invitación. Me ha ofrecido ir alguna vez, pero a mí me daba bastante corte ir. Se hacen orgías entre la gente que acude. No tiene que ser entre todos, puede haber grupos más pequeños. Además, creo que no pueden entrar más de 10 personas.

- Pero ¿qué dices? Tú ves mucho porno, me parece a mí. -Replicó un residente mayor mientras el resto reía la gracia.

Irina tenía que ir a Madrid esa misma semana por un asunto de la tesis que se encontraba realizando. Sería ir de viernes y aprovechar el sábado para unas compras antes de regresar.

Acabaron de cenar, y de la que atravesaban un pasillo, se quedó junto al residente pequeño y le preguntó con más detalle sin que el resto se enterase, haciendo como que no le importara.

- Menos mal que tú me crees. Conozco a un chico con invitación. Te dejo su contacto si quieres y que te invite. Además, es guapo, quizá coincidís. -Dijo con sonrisa pícara.

- No te he dicho que fuera para mí, chaval. ¿Qué te has creído? -Irina sabía hacerse bien la ofendida.

- Perdona, te he entendido mal. Pues para una amiga, supongo. Suelen ir pocas chicas. -Ella dio a entender que ese era el propósito de su interés.

Irina contactó con el chico de la invitación. Le contó que suelen ser días concretos, dos o tres días a la semana, pero justo ese viernes habría una organizada. A los pocos minutos recibió un correo electrónico en una cuenta que se acababa de crear para no dar su nombre. En el correo figuraba dirección y alguna pauta más sobre cómo sería el evento.

Enfocó el viaje a Madrid de otra gana. Se pasó el trayecto en tren pensando cómo sería todo. Tenía nervios, pues pensaba que algo seguramente saldría mal. Pero ganaban la curiosidad y las ganas de experimentar.

Llegó a Madrid a media tarde y se dirigió directamente al lugar de trabajo.

Acabó la recogida de datos de la tesis que tenía planeada un poco tarde, pasó por el hotel, cenó algo rápido y se metió en la habitación a darse una ducha y vestirse.

El sitio no estaba muy lejos de donde se alojaba, pero prefirió tomar el metro. A esas horas iba con bastante gente, era viernes noche y había muchos chavales con bolsas de supermercado preparados para un finde más de botellón.

Llegó al portal indicado en el correo. Había un cuadro numérico para introducir una combinación. Comprobó su móvil para anotar correctamente el número. Se oyó un chasquido y empujó la puerta. Se encendió la luz del hall y avanzó con cierta cautela.

Subió las escaleras que tenía enfrente que acababan en un pequeño descansillo con dos puertas, una a cada lado. Volvió a mirar el correo para cerciorarse. “Puerta derecha. Toque el pomo metálico tres veces.” Siguió las instrucciones y un hombre muy corpulento de raza negra abrió la puerta.

-Buenas noches. Dígame la palabra clave, si es tan amable.

Irina saludó con la cabeza y contestó, nerviosa. Volvió a mirar el móvil.

-Paraíso. -Se quedó expectante. La palabra le parecía demasiado optimista para lo que esperaba encontrar.

El portero le invitó a entrar gestualizando con la mano. Ella cruzó el umbral y un pequeño hall con percheros, pero prefirió no dejar el abrigo de momento y acceder tras otra puerta al interior. El contacto de su compañero de trabajo ya le había dado algún detalle del lugar, pues ella le había preguntado muchas cosas por curiosidad. Algo oscuro, iluminado por una gran lámpara central que ni de lejos aportaba luz a todo el local. En las zonas menos iluminadas había grandes velas sobre repisas y mesas. Algunas encendidas, otras ya prácticamente consumidas, que dejaban esos espacios algo más sombríos.

En el centro, una barra de bar en forma de cuadrado, y muchos sofás de cuero y mesas de todo tipo y forma a su alrededor. Alguna que otra columna de piedra poco sobrecargada de decoración terminaba de conformar aquella sala enorme.

Contó la gente que había. Siete personas. Le habían advertido que solían ser entre diez y quince, no necesariamente repartidos por sexos. De hecho, en ese momento y sin contarla a ella, había cinco hombres y dos mujeres. Dos tríos en dos de las cuatro esquinas y el quinto hombre, bastante guapo, por cierto, descansaba en un taburete de la barra. Nadie parecía haberse percatado de su entrada.

No había camarero. Irina había sido advertida de que cada uno cogería lo que quisiera y cuando le apeteciera. Así lo había decidido el dueño del lugar, cuya identidad permanecía anónima. Quizá era uno de los presentes, o quizá no.

Irina se acercó a la barra y se sentó junto al chico. Tendría unos 35. Puede que alguno más, pero no se conservaba mal. Alto, moreno, de barba corta y algo descuidada. Tenía unos ojos ciertamente enigmáticos. Eran de un color verde algo oscuro. El pelo largo, pero peinado a un lado. Vestía un traje y zapatos, pero con camisa algo abierta, bastante informal.

- ¿Quieres tomar algo? -le preguntó al sentarse ella.

-Vodka con limón, por favor. -El chico se levantó y le sirvió la copa. Mientras lo hacía, Irina oteó la sala. Los dos tríos de cada esquina estaban empezando, pues sus integrantes aún estaban casi vestidos, aunque en uno de ellos, la chica, que llevaba un vestido rojo, solo le tapaba el abdomen. Los dos hombres que la acompañaban estaban cada uno en un lado, metiéndole mano con bastante indiscreción. Ella parecía respirar acelerada, con los ojos cerrados, disfrutando del placer recibido.

Se giró para observar al otro grupo, donde la situación era similar. Un chico ya no llevaba pantalones y la chica le comía la polla mientras el otro hombre la manoseaba y trataba de quitarle la ropa.

-Parece que se lo pasan bien. -dijo el chico que servía la copa.

Una de las normas del lugar era la privacidad. Por lo que no se preguntaba por nombres ni otros datos personales. El propósito era claro. Cómo montárselo, ya era cosa de cada uno.

- ¿Por qué estabas aquí solo? Demasiados hombres ya, supongo.

- Creo que ha merecido la pena, ¿no crees? -el chico, declarando sus intenciones, se acercó y se quedó junto a ella. Muy cerca. Sus miradas clavadas. El olía tan bien, una mezcla entre madera y frescor que la embriagaba. La atraía inevitablemente hacia él. Irina no pudo evitar mirar sus labios carnosos. Quería probarlos.

Se abrió la puerta. Ambos se giraron a mirar. Otros dos hombres entraron. Esta vez, los miembros del trío de la chica del vestido rojo, los más cercanos a la entrada del local, percibieron la entrada. Miraron después a la barra y vieron a Irina hablando con el hombre. Estaba claro que no se habían percatado en su momento de su entrada, pues le dieron un respiro a la chica de rojo para contemplar a la rubia que había entrado hacía un rato.

Los hombres que acababan de acceder se acercaron a la barra y se sirvieron una copa. Parecían conocer el lugar. Irina los miraba, sin dejar de lado su conversación con el chico que tanto le había gustado. La pareja era atractiva, aunque igual no tanto como su actual interlocutor.

Irina aprovechó toda esa expectación y el calor que empezaba a sentir para mostrarse. Se quitó el abrigo largo que traía, quedando sobre su cuerpo tan solo un body negro, con un escote hasta el ombligo, bajo el que se intuían unas cadenas doradas que nacían del collar que llevaba. Se sentía cómoda en los tacones, pese a ser los más altos que tenía. A pesar de ellos, el chico con el que compartía conversación (en adelante “el guapo”), aun le sacaba un palmo estando ambos de pie.

El guapo apenas pareció inmutarse cuando Irina dejó a la vista parcialmente sus atributos físicos. Los otros dos chicos sí que mostraron claramente su interés. Cogieron la copa y se acercaron a ella. Irina se vio rodeada de tres hombres, y lo mejor es que no le ponía peros a ninguno. Los chicos nuevos no estaban al nivel físico del guapo, pero resultaban ciertamente interesantes. Ambos vestían de americana y vaqueros, unos vaqueros que le quedaban realmente bien a uno de ellos. Parecían hechos a medida. Parecía algo musculado, con pelo muy corto, ojos grises. El otro algo más menudo, con tatuajes que sobresalían de la camisa hacia el cuello. Llevaba un estilo bastante agresivo, y Irina notó cierto magnetismo con él, no sabría explicar por qué. Con los tres lo notaba, a diferentes niveles. Quizá era la situación, pero se notó mojada.

En esa situación, se sentía bastante solicitada. Y comenzaba a notar la adrenalina en el pecho. El de los vaqueros a medida (en adelante “el vaqueros”) se acercó por detrás, despacio.

- ¿Te importa si te masajeo los hombros? -Colocó sus grandes manos y amasó. Irina sintió un placer instantáneo. El guapo, delante. Algo más cerca. Le miraba las tetas y sin ningún tipo de discreción, alternando con sus ojos azules. Ella quería comerle la boca de una vez, y sentía que perdía el control de la situación, per luchaba por mantener la calma, era demasiado pronto aun para perderlo. Las manos del vaqueros recorrían ahora sus brazos por fuera, luego por dentro. Notaba su respiración en la nuca, caliente. El chico restante (en adelante “el tatuado”) también admiraba su escote desde el otro lado de la barra.

El guapo se decidió a besarla. “Por fin”, pensó ella. Notó los labios del que masajeaba posarse en su cuello. Sus manos ya acariciaban sus tetas. Notaba el frío de las cadenas, en contraste con el calor de las manos. Ella acariciaba las cabezas de ambos. Las manos del guapo sobre sus muslos desnudos.

Se separaron los tres. Irina se levantó del taburete y se dirigió a uno de los sofás, a una de las esquinas vacías, seguida de sus tres potenciales amantes. Pasaron por delante de uno de los tríos. Uno de los chicos de este, al ver a Irina, se giró para contemplarla mientras la chica del trío le daba placer con la boca.

Se sentó. Se sentía una diosa. Tres chicos para ella sola. Se abrió de nuevo la puerta del local. Era otro hombre. Lo observó desde lejos mientras el guapo se sentaba junto a ella.

- ¿No tienes bastante con tres? -preguntó.

- Se ve que no. -Irina, sonriente, le devolvió el beso de antes. Jugaba con su lengua. Apoyó la mano en su paquete. Lo notaba durísimo bajo el fino tejido del traje. Sintió que otro se sentaba junto a ella y le manoseaba las tetas. Se sentía tan cachonda y tan cerda en esa situación que quería ir a más. Por otro lado, quería que sufrieran y que no lo tuvieran tan sencillo.

- ¿Por qué no te arrodillas? -sugirió el más distante de los tres. Aun no había interactuado con Irina.

Ella dejó de besar al guapo, pero aún muy cerca de sus labios miró al que la había retado, arqueando una ceja.

- ¿Por qué no te arrodillas tú? -respondió ella, sin vacilar.

El tatuado le siguió el juego y Irina lo tuvo de rodillas frente a ella. Los otros dos hombres querían devorar su cuello, y el resto de su cuerpo. Estaba en modo diosa y parecía que tenía a los tres para lo que ella quisiera.

El tatuado le besó los muslos. Si fuera por ella, cerraría las piernas con su cabeza dentro y se dejaría comer entera. Pero había otros dos frentes abiertos a ambos lados. Le besaban los hombros y subían al cuello y ella no podía evitar acelerar la respiración y morderse el labio.

Se sacó las tetas del body, ya solo adornadas con las cadenas. Pronto le desataron la parte inferior y su coño sintió el calor de una boca cerca. Luego unos labios, una lengua, un dedo, dos. Penetrándola. Estaba tan mojada, tan sumamente caliente… Ya le daba igual todo, solo quería que se la follaran entre los tres y que la llenaran de leche caliente por dentro y por fuera.

El guapo le agarró la cara y la volvió a besar, luego lo hizo el vaqueros. Irina gemía entre los besos. Este último se desató los pantalones y dejó a la vista una polla dura, de un tamaño nada despreciable. Ella la observó de reojo mientras le comía la boca. La agarró con sutileza, recorriendo su longitud hasta la punta con dos dedos. El glande mojado. Lo golpeó varias veces, y daba un respingo con cada uno de ellos. Mientras torturaba a uno, no dejaba de atender al guapo, que había hecho lo mismo con la suya. También mojado al tacto. Una polla en cada mano. Las machacó, besando a uno y a otro mientras el tercero le comía el coño tan bien que sentía que se correría más pronto que tarde. Y estaba tan desbordada que no podía torturarle. Esa desventaja le daba cierta rabia. La situación se le había ido completamente de las manos.

Antes de llegar a correrse, decidió arrodillarse, tal como le habían pedido antes.

Los tres se levantaron, y el que faltaba por desnudar su polla, lo hizo en apenas segundos. Dos pollas apuntando su cara, realmente cerca. Las miró, también a ellos. El guapo se había alejado y se masturbaba despacio mientras Irina alternaba el placer que proporcionaba a los otros dos chicos. Primero uno, luego otro. De nuevo al primero, cambiaba de caramelo cada vez más rápido, los bababa. La saliva resbalaba por su barbilla. Las agarró y las juntó tratando de metérselas en la boca al mismo tiempo. Ambos glandes en su boca, no cabía nada más. Los soltó y los escupió.

Ambos chicos le golpearon el glande contra cada una de sus mejillas. Irina no podía evitar masturbarse mientras todo eso pasaba, controlando le ritmo para no correrse. Miraba al guapo. Quería probarle a él también. Fue donde estaba, dejando a los otros dos por un rato. Juntó el glande a los labios, que aun permanecían algo rojos. Lo besó. Después restregó su cara contra él para calentarle aun más. Se metió la polla entera en la boca evitando tocarla. Salió y entró en varias ocasiones, solo dejando que notase el calor de su boca. Teniéndola dentro, apretó los labios para dejarla salir poco a poco. El chico gimió por el gusto que le daba.

El vaqueros se arrodilló tras ella. La penetró despacio. Su vagina se abría a medida que la polla entraba. Notó los huevos chocar con su culo. Y otra vez. Con un ritmo tan profundo y rápido que le impedía centrarse en lo que tenía delante. Ya no era solo una, pues el tatuado también reclamaba su atención. Se habían ido quitando la chaqueta y la camisa hasta quedarse sin nada. En traje ganaban, aunque desnudos, ninguno de los tres estaba para nada mal.

Sus cadenas iban y venían en su cuerpo, ya sin el body. Recibía azotes con cada embestida. Los otros chicos dejaban que ella les diera placer y Irina estaba más cachonda que una perra. Se frotaba y finalmente se contrajo. Liberó toda la tensión acumulada con un gemido largo. Lo disfrutó como nunca. El chico no cesó de embestir en ningún momento, y Irina sentía que le llevaba al cielo cada vez que llegaba al fondo. Era un punto exacto que le hacía sentir un escalofrío cada vez.

A Irina le daba igual lo que pidieran y lo que le hicieran. Haría todo con sumo gusto.

El guapo se tumbó en el sofá y ella le montó. Le cabalgaba con ganas, quería mucho más que el orgasmo de antes. Y quería que ellos se corrieran. Se movió en círculos, y él disfrutaba con lo que tenía encima. Alucinaba con sus movimientos. Le agarró las tetas encadenadas y se incorporó para besarla. Irina sintió como el tatuado penetraba esta vez su culo. Despacio, fue abriéndolo. Ella gemía desconsolada, aunque los besos del guapo ayudaban a relajarse. Dos pollas dentro de ella. Las notaba demasiado. Y si a eso le sumabas al restante reclamando atención… Se sentía realmente desbordada.

Se pusieron de pie y cargaron con Irina. El tatuado miraba y los otros dos se la follaban por delante y por detrás. Ella subía y bajaba. Sus tetas botaban sin remedio, las cadenas bailaban cada vez que la alzaban al aire. Notaba tanto sus pollas al caer que tardó bien poco en correrse de nuevo. Y no pudo evitar encadenar un tercer orgasmo, ellos no paraban. Estaba exhausta físicamente. Los gemidos salían de su garganta cada vez con más dificultad, pero eran más largos y profundos. Los chicos se la turnaban en parejas. De rodillas, tumbados. Ella empezaba a querer que acabasen. Ninguno pretendía correrse, además el respiro que les daba descansar de vez en cuando era un ventaja, daba igual que Irina les dijera todas las cerdadas que se le vinieran a la mente, cuando uno notaba que iba a correrse, pedía el cambio.

Pero todo llegaba, y los chicos que la penetraban en ese momento, el vaqueros y el tatuado, llevaban un buen rato aguantando a duras penas, habiendo bajado el ritmo. Irina había decidido no tener piedad. Montada sobre uno y recibiendo de rodillas del otro, se movía con fiereza, haciéndoles claudicar casi al mismo tiempo dentro de ella. Las dos pollas llenaron su culo y su coño de leche caliente, corriéndose ella junto a ellos por la tremenda excitación. Los chicos se quejaron de placer un buen rato mientras Irina apretaba fuertemente sus piernas para exprimirlos a ambos. Además, tenía que aguantar al guapo diciendo guarradas al oído, y ella emitía sonidos afirmativos a cada cosa que escuchaba.

-Si no paras de comérmela me correré. -Sonido afirmativo. -Y seguirás comiendo después, ¿a que sí? -Sonido afirmativo. -Eres muy zorra, seguro que te lo han dicho. -Sonido afirmativo.

El guapo tenía la impresión de que diría que sí a todo. Y no pudo aguantarlo más.

Se derritió en su boca entre quejidos, bajo la mirada de los otros dos chicos, más calmados, pero que no perdían detalle.

Irina liberó su polla y dejó caer toda la leche por sus grandes tetas encadenadas, manteniendo la mirada al guapo, que negaba con la cabeza viendo lo que ella hacía. Pensó lo que sería hacerlo solo con ella, sin compartirla y sin miradas de otros grupos. Como el hombre de la barra, que estaba con su copa observando, sin participar.

Los componentes de uno de los tríos ya se habían ido. Los del otro, habían contemplado la escena de Irina, exhaustos tras su propio encuentro desde el sofá de enfrente, al otro lado de la sala.

Irina permaneció en el sofá, sentada, durante un buen rato. Le importaba poco que la leche del guapo resbalase por su cuerpo. Uno de los chicos se vistió deprisa y la besó antes de irse.

El resto fue abandonando el lugar, y al final solo quedó el guapo junto a ella. No sabía si él propondría un encuentro más privado en otra ocasión, pero no lo hizo. Se levantó, se abotonó la camisa y tan solo de sus labios salió un “gracias, rubia. Ya nos veremos”. El chico se fue, quedando ella sola en la gran sala. Aun tardaría en irse, se quedó pensando en todo lo que había ocurrido y en si alguna vez repetiría.