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El Viudo VII: Estrenando la camioneta y algo más.

en Hetero: Infidelidad

Nota del Autor:  Gracias por el recibimiento de esta zaga. Me ha estado costando encontrar tiempo para escribir, pero lo seguiré haciendo si los lectores siguen puntuando y comentando con tanto entusiasmo como hasta ahora.

Recomiendo leer todos los capítulos en orden. Para los que no quieran hacerlo incluyo un brevísimo resumen. Los que conocen la historia pueden saltarlo.

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Resumen.

Cap. I: Ariana y Juan Alberto son un matrimonio de inmigrantes (de distintos países) que viven en USA y mantienen a la familia de la mujer en su país de origen. Al morir la mujer, el viudo asume el compromiso de mantener su familia política: a la suegra Graciela y a su cuñada Mercedes. Pero lo hace con la condición de tener a Mercedes como esclava sexual y de mandar sobre el hogar de toda la familia política.

Cap. II: El viudo visita a su familia política e impone su voluntad sobre ellos. Despojando al parasítico esposo de Mercedes, Gregorio, de todo el poder que siempre había tenido y humillándolo hasta límites insospechados. Mercedes le agarra el gustito a ser la putita de Juan Alberto.

Cap. III: Juan Alberto comienza a dar lecciones de manejo a Mercedes mientras sigue demandándole favores sexuales que ella presta gustosa. Gregorio no puede hacer nada al respecto pero su impotencia sexual crónica parece remediarse temporariamente al escuchar cómo su mujer es cogida por su amante.

Cap. IV: Los amantes son descubiertos en plena faena sexual por Graciela (la madre de Mercedes y suegra de Juan Alberto), que les hecha una bronca enorme. Pero luego la convencen que están cumpliendo la voluntad de la difunta Ariana y la suegra se convierte en voyeur de su hija y su yerno.

Cap. V: Durante un viaje Juan Alberto promete una 4x4 Audi a su amante. El Viudo conoce a Imelda,  hermana de su concuñado Gregorio y nace un interés mutuo. El cornudo Gregorio intenta suplir su frustración sexual llamando a una prima de su esposa y extorsionando a la empleada de la casa, termina más frustrado que nunca y se ve obligado a acabar escuchando como el culo de su esposa es taladrado por el viudo. Juan Alberto termina realizando sexo anal a Mercedes en presencia de Doña Graciela que se entusiasma y participa verbalmente. A cambio de su ayuda, Graciela recibe la promesa de un televisor plasma de  regalo que es instalado por un  fornido y musculoso joven de origen afro-caribeño.

Cap VI: Juan Alberto invita a su Amigo Damián a un fin de semana en Las Vegas, donde comparte incondicionalmente a su amante.

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A medida que se acercaba la fecha para el regreso de Juan Alberto y la entrega de la camioneta regalada a su cuñada se volvía inminente, el entorno de Mercedes se volvía más ansioso.

Juan Alberto no paraba de navegar en internet buscando accesorios con los cuales “customizaría SU camioneta”. Por cuanto aún vivía la ilusión que sería compartida en un principio y que finalmente él se adueñaría totalmente de ella.

Mercedes no paraba de asistir al gimnasio y de hacerse todo tipo de tratamientos de belleza, para asegurarse que estaría esplendida y en forma a la llegada de su amante. Su mejor amiga, Sol, la acompañaba a todas partes, pero no podía recibir todos los tratamientos, por cuanto su amante no era tan pudiente como Juan Alberto. Y en más de una ocasión deslizaba sugerencias para que Mercedes compartiera a su benefactor, las cuales eran siempre respondidas con risas, como si se tratara de chistes divertidísimos.

La suegra, Graciela, no cesaba de llamar al joven africano que Juan Alberto había dejado encargado como “muchacho de los mandados”, con la excusa de arreglar aires acondicionados, cambiar luminarias y realizar otros arreglos en su apartamento, previendo que el viudo lo necesitaría como reducto para “cobrarle la camioneta a su hija”. Es decir que la vieja preparaba un cogedero VIP para el esposo de su fallecida hija menor y su hija mayor.

Y la que manifestaba su ansiedad por teléfono era Imelda, la hermana de Gregorio, que llamaba repetidamente para preguntar por la camioneta, para preguntar por el arribo del viudo y para recordarles que la promesa era hacer el primer viaje a su casa. Ni a Gregorio ni a Mercedes les agradaba esto, pero ninguno se atrevió a desalentar a Imelda porque sabían que Juan Alberto podría enterarse y disgustarse con ellos.

Juan Alberto fue recibido en el aeropuerto por Mercedes y Graciela con más honores que Publio Cornelio Escipión al regresar a Roma después de la batalla de Zama. Mercedes había ido a recogerlo con su flamante carnet de conducir y al verlo corrió a abrazarlo y a besarlo como si fuera un novio que regresaba de la guerra. Graciela miraba orgullosa y excitada, imaginando de antemano no solo la prosperidad súbita que implicaba tener al benefactor en la ciudad, sino también en las escenas que ocurrirían en su apartamento y de las cuales ella sería privilegiada testigo.

Luego del efusivo recibimiento por parte de su amante, Juan Alberto abrazó a su destartalada suegra, apoyándole  todo el cuerpo, besándola sonoramente en la mejilla, cerca de la comisura de los labios, al tiempo que posaba una mano en su cintura y otra en su nuca. La vieja se dejó hacer impunemente y automáticamente recordó que tenía una canilla goteando que requeriría llamar al muchacho de los mandados de su urbanización.

Mercedes observó todo con cierta incomodidad que se guardó muy bien de exteriorizar y luego apuró a su cuñado y a su madre a abandonar el aeropuerto rumbo a su casa donde lo esperaba otro efusivo recibimiento de las niñas que contaban con más presentes de su tío.

El retiro de la camioneta de la concesionaria fue un trámite simple al que asistieron Juan Alberto, Mercedes y… Gregorio. Mercedes se comportó distante con su esposo y enormemente cariñosa con Juan Alberto. Los empleados de la concesionaria trataban a los amantes como esposos y al preguntar por Gregorio, Juan Alberto dijo “es mi concuñado, viene para llevarse la otra camioneta”.

Las primeras señales de alarma para Gregorio sonaron cuando el título de la camioneta fue puesto exclusivamente a nombre de Juan Alberto y de Mercedes. Eso tenía mal olor. La segunda e inequívoca señal fueron las instrucciones de Juan Alberto al recibir el auto.

—Vos llevá TU camioneta, Greg, que nosotros nos vamos en “la de Mercedes”.—Dijo el viudo remarcando los posesivos.

—Vos Merce, manejá la camioneta nueva. TU camioneta nueva, que yo seré tu acompañante—Jugó Juan Alberto.

—Mmmm ¿Seguro? No querés manejar vos y que yo sea tu “acompañante”—propuso con descaro y delante de su esposo Mercedes, en clara alusión a realizar algún tipo de estimulación sexual al cuñado mientras conducía.

Pero la idea fue descartada y se hizo la voluntad del viudo, como siempre.

Una vez que arribaron en la casa, Juan Alberto propuso que Mercedes llevara a su madre y a sus hijas (la vieja había quedado al cuidado de las niñas) a dar una vuelta en medio de la algarabía de toda la mujerada de la casa y mientras Gregorio fruncía el ceño.

Luego de esa “vueltita inaugural” Juan Alberto dejó a todos mudos ofreciendo a Gregorio que diera una vuelta en la SUV Audi.

—Bueno. Greg, tu turno. ¿No vas a dar una vuelta?

—Ehhh… Si. ¡OBVIO!— reaccionó revigorizado el golpeado cornudo.

—Pero la condición es que nos lleves a Merce y a mí en el asiento trasero—Demandó Juan Alberto.

—Maldito viudo creído de mierda, me quiere usar de chófer—pensó Juan Alberto equivocadamente—Si. Claro. Por supuesto. Suban, vamos.

Las intenciones de Juan Alberto no eran, como pensaba Gregorio, pasearse por el vecindario con las ventanillas bajas como si fuera un gran señor y su concuñado un chofercito. No. Al contrario, hizo subir las ventanillas “blackout” y poner el aire acondicionado. También se sentó en el asiento JUSTO detrás del conductor, donde Gregorio no tenía muy buena visión y atrajo para sí a Mercedes, ordenando a Gregorio conducir.

—Bueno, ché, dale. Llevanos a dar una BUENA vuelta. Cruzanos la ciudad—indicó.

Ni bien el coche arrancó, Juan Alberto tomó la mano de su amante y la puso sobre su entrepierna. Gregorio no podía por el espejo retrovisor ver más que las cabezas de los dos amantes mirándose muy cerca y sonriéndose lujuriosamente. En ese momento la humillación de Gregorio tomó una nueva dimensión.

—¿Y? ¿Qué te parece? ¿Te gusta?—Preguntó Juan Alberto a Mercedes haciéndola restregar su mano por la inflamada verga.

—Ufff. Siempre me gustó, pero así, sentirla en vivo y en directo, es muchísimo mejor—respondió la Madura que comprendió el juego al instante.

Gregorio los veía y sudaba al volante de la camioneta sin saber si mercedes hablaba de la Audi o de algo más…. Sexual.

—¿La vas a tratar con cariño?—Preguntó Juan Alberto ya con la verga fuera de la bragueta mientras Mercedes le descorría y estiraba el prepucio alternativamente con una de sus manos.

—¡SI! LA voy a tratar como se merece! Con muchísimo respeto y cuidado. ¡Y la pienso usar MUCHISIMO!—Decía mercedes agitada notando como esa enorme verga palpitaba prematuramente.

Gregorio no atinaba a hablar y mantenía la vista al frente. Por momentos se convencía que su esposa no estaba hablando hablando de la camioneta, sino de la verga de su concuñado y sentía a sentir un cosquilleo en su ingle.

—Vamos más rápido, quiero acabar… con esto— Dijo Juan  Alberto mirando primero a su amante y luego, al decir “con esto” a su cuñado. El matrimonio aceleró (Cada uno lo suyo).

Gregorio se apuró a sortear vehículos mientras Mercedes, con gran maestría, hizo venir a Juan Alberto con una mano, mientras con la otra cubría el glande para recibir toda la leche en su mano. La eyaculación abundante no solo impregnó la mano que actuaba de “toldo” sobre la verga sino que chorreó sobre el falo mismo y resbaló por los dedos de la mano de Mercedes que aprisionaba la verga.

—UFFF Que placer es esto, verdad, Gregorio— Exclamó el viudo maldito.

—Si. Si. Realmente es muy suave el andar de esta camioneta— Respondió ovejunamente el cornudo.

—¿Suave? Yo la he sentido bastante dura—Intervino Mercedes.

—jajaja Es porque estaba casi sin usar. Vas a tener que usarla mucho Merce, para dejarla blandita—respondió el viudo humillando más a Gregorio que ya tenía la verga medio morcillona imaginándose que hablaban de su esposa usando el falo de su odiado concuñado.

—Uhhh Se cayó algo acá dijo mercedes y se agachó a limpiar con la boca el semen de su mano y también de la pija de Juan Alberto.

Gregorio pujaba infructuosamente por espiar que pasaba detrás del respaldo de su propio asiento.

—Tranquilo, Gregorio, se han caído unos papeles que nos dieron en la concesionaria y Merce los está recogiendo. Vos concéntrate en la calle, no sea que choques la camioneta 0 KM—ordenó cruelmente el viudo.

De regreso en la casa, el viudo anunció a toda la familia que partirían de viaje al día siguiente para estrenar el auto. Los adultos, todos, se mostraron sorprendidos, y las niñas quisieron saber a dónde iban

—Vamos a ir a visitar a la “tía Imelda” —Dijo cariñosamente el viudo a sus sobrinas.

Si antes estaban desconcertados, ahora el matrimonio estaba francamente preocupado. Obviamente aquello estaba cuidadosamente premeditado por Juan Alberto e Imelda. Gregorio se aterrorizó pensando a su libertina hermana junto al degenerado insaciable de su concuñado.

Mercedes se sintió invadida por mil inseguridades, ella sabía que tarde o temprano Juan Alberto e Imelda iban a enredarse, pero ¿tenía que ocurrir frente a toda su familia?

La única genuinamente sorprendida por la espontanea noticia del viaje fue Doña Graciela.

—Pero lo de Imelda es como a dos horas de acá. ¿Como vamos a ir todos? Vamos a estar muy apretados en esa camioneta. ¿no? —inquirió la suegra del viudo.

—Bueno, Señora Graciela, sinceramente yo pensaba que usted se quedaría porque según me escribió por email Edilson, mañana tiene que ir él a hacerle unos trabajitos en su casa.

Todo el mundo miró a ahora a Juan Alberto sorprendido, pero su suegra comprendió de inmediato el tácito ofrecimiento del viudo.

—Ahhh. Si. Que cabeza la mía. Si tengo una cañería un poco tapada y Edilson prometió ir mañana a pasarle el cepillo enorme ese que tiene él. —Improvisó la vieja con doble sentido.

—Perdón. ¿Quien? ¿Qué va a hacer qué? —Preguntó Mercedes con receloso desconcierto

—Edilson. El muchacho que hace el mantenimiento en casa de tu madre—Explicó Juan Alberto con malicia.

La vieja lo miró y sonrió con un agradecimiento cómplice que agradó mucho al viudo. Luego antes de marcharse a su casa, Doña Graciela apartó a Juan Alberto y le agradeció las atenciones.

—Hijo. No sabes cuan agradecida estoy por que hayas contratado a ese chamo, Edilson, para que atienda todas mis necesidades… de mantenimiento.

—¿Está satisfecha con sus servicios, suegra? —preguntó con lujuria Juan Alberto

—Muy satisfecha, hijo. Muy satisfecha. Si quieres, un día puedes pasar a mirar lo bien que trabaja ese muchacho— Retrucó la vieja, proponiendo tácitamente invertir los roles de mirón y mirada que sostenían normalmente.

Al día siguiente, la familia “completa” salió rumbo a lo de Imelda. Juan Alberto dispuso que Gregorio viajaría en el asiento trasero, en medio de las dos sillas para infantes de las niñas. Mercedes iba al volante y el viudo como copiloto. El viaje ocurrió libre de novedades, salvo que la hija menor de Gregorio y Mercedes, como siempre, vomitó abundantemente bajo los efectos del mareo provocado por el viaje en coche.

—Menos mal que el vómito no fue a parar al tapizado nuevo—Se burló Juan Alberto—Gracias Gregorio por atajarlo con tu camisa.

Imelda, espléndida, recibió a los viajeros. Iba hermosa. Vestida con una elegante combinación de pantalón y top sin mangas que marcaban sus curvas.

—¡Bienvenidos mis amores! ¡Todos! —coqueteó Imelda guiñando impunemente un ojo a Juan Alberto cuidándose de ser vista por su hermano y Mercedes.

Las niñas festejaron a su tía que las llevó a una habitación con una consola de juegos y una cama grande.

—Bueno, niñas, les preparé esta habitación para que jueguen a los videos y puedan dormir aquí mismo. —Mintió impunemente Imelda, que en verdad había preparado esa habitación con otro fin.

Imelda acostumbraba a salir los viernes y levantarse jóvenes, potentes y atolondrados varones para llevarlos a su casa para entregarse al sexo salvaje todo el fin de semana. Pero había descubierto que los jóvenes de veintipoco no querían quedarse durante el día porque querían ir a jugar videojuegos. Por loco que parezca, esto es acaso, la parte mas verosímil de este relato. Pues, muy a su pesar, la cuarentona montó una sala de juegos con cama para que sus inmaduros amantes pudieran alternar entre el Far Cry y el sexo con ella.

Luego de ubicar a sus sobrinas, llevó a los adultos al otro extremo de la casa.

—Bueno, y esta habitación de huéspedes es para mi hermanito y su esposa—Dijo Imelda con cara de pícara—No hagan mucho ruido, tortolitos, que las paredes son muy delgadas.

Una frustración de similar intensidad invadió a los alienados esposos. La habitación tenía dos camitas de una plaza separadas por una mesita de Luz. Para Gregorio, que se había hecho ilusiones de compartir cama con su esposa, las camitas de una plaza dieron por tierra su sueño. Para Mercedes, no compartir cama con Juan Alberto era una tortura casi tan mala como compartir habitación con su esposo.

Juan Alberto se sonrió por la situación y luego reclamó su lugar.

—Bueno. ¿Y donde se supone que duermo yo?

—Tu, por ser mi invitado de honor, tienes dos opciones: la primera es dormir en el sofá cama de la sala. La otra es compartir mi cama—Explicó Mercedes mientras los guiaba a su recámara que era imponente y tenía una cama enorme King.

—Mmmm… que decisión difícil— se burló Juan Alberto—Pero si no roncás, creo que me quedo en tu habitación.

Imelda rio, lo golpeó juguetonamente e invitó a cada uno a instalarse en la habitación correspondiente.

La desilusión de Mercedes era tan grande que tuvo que reprimir unas antojadizas lágrimas, pero sus ojos vidriosos fueron evidentes para todos. Y nadie se solidarizó con ella.

El resto del día transcurrió en la misma dinámica: Imelda coqueteando impunemente con el pérfido viudo frente a las narices de Gregorio y Mercedes. Mercedes, decidida a no ceder terreno comenzó a competir con Imelda a ver quien abrazaba o tocaba más a Juan Alberto. Y el cuñado perverso se dedicó a estimular dicha lid entre las dos mujeres maduras. Pero a la hora de “ir a la cama” Imelda se impuso, claro, y se fue a la habitación con Juan Alberto.

Al otro lado de la fina pared, cuando empezaron a escucharse impúdicas risas de Imelda y Juan Alberto, Gregorio ya estaba resignado y Mercedes estaba como gato encerrado.

Juan Alberto, como era su costumbre, propuso a Imelda ver una película porno, idea que Imelda aceptó de buena gana. Una vez mas el viudo usó eso como señal de sus intenciones al elegir una película con tríos MHM. Imelda no necesitó mucho para entender la idea.

—¿Me parece a mí, o a ti te gustan los trios con un hombre y dos mujeres? —Preguntó Imelda

—jajaja. La verdad, la idea no me desagrada para nada—Respondió Juan Alberto.

—¿Acaso te parece que yo solita no puedo satisfacerte? —Reclamó Imelda expresando una pizca de celos.

—No es eso. Para nada—Sentenció el viudo comiendo la boca de Imelda.

Los amantes se trenzaron en un revoltijo de besos e impúdicas caricias, mientras los jadeos provenientes del televisor inundaron el aire de la habitación y se escucharon detrás de la pared.

—Eso es una película. Una porno—Adivinó Gregorio.

—¡No me digas, ahora eres un Sherlock Holmes! Que poder de deducción—Se burló Mercedes descargando toda su frustración en su cornudo esposo.

—Seguro ahora ya están sin ropa, besándose, él siempre hace eso: pone una peli porno y después se aprovecha de la calentura que genera. — Prosiguió Gregorio sorprendiendo e indignando a Mercedes.

—¿Y tú qué sabes de eso? —Increpó la madura e infiel esposa a su marido.

—Los he escuchado—Respondió mirando al piso Gregorio, para juntar fuerzas, mirar a su esposa a los ojos y proseguir—Cada noche me he acercado a la puerta a escucharlos a ustedes. A escuchar tus gemidos, las groserías que se decían. Pienso que ahora te toca escuchar a ti.

Gregorio estaba en cierto modo aprovechando el momento para increpar a su esposa. Y su actitud la desconcertó por un momento, pero ella, reaccionó alerta.

—Y… ¿qué? ¿Acaso no sabes que gracias a eso tú mantienes tu nivel de vida?  ¿Acaso yo no merezco gozar? Ya que voy a ser el sostén de esta familia, merezco pasarla bien.

Se hizo silencio ante la admisión de ambas partes y se escucharon lejanos los sonidos de la otra habitación.

—Siiiii ¡eso! ¡Come mi tota! Devóramela. UFFF eres increíble, Juan Alberto. —Resonó la voz de Imelda publicitando a los cuatro vientos los placeres cunnilinguales que recibía.

—Y te digo más—Levantó la voz Mercedes intentando acallar los aullidos de placer de su cuñada con el reproche a su marido, o sea el hermano de la mujer que gemía al otro lado de la pared. —Si ellos me llamaran ahora, me les uniría sin dudarlo. Preferiría abanicar a tu hermana mientras mi cuñado la embiste antes que estar aquí contigo, observando tu erección de cornudo consentidor.

En efecto, Gregorio, movido por la confesión de su esposa, o acaso por los gritos de su hermana, o tal vez por las dos cosas, había logrado una respetable erección y se estaba sobando el miembro casi sin notarlo. El comentario de su esposa lo hizo tomar conciencia de lo que hacía y reaccionó con la ultima molécula de orgullo que le quedaba.

—Pues si tú tienes derecho a gozar siendo cogida por ese viudo de mierda, yo también tengo derecho a disfrutarlo pajeándome—Desafió Gregorio.

La tensa discusión desembocó en ese momento típico en que los miembros de una pareja paran de echarse en cara las cosas y se hace un silencio sepulcral. Eso no fue sorpresa. La sorpresa fue que del otro lado no venía ruido alguno. Era como si hubieran frenado en seco las ruidosas interacciones amatorias. Los dos esposos lo notaron y miraron a la pared como si tuvieran vista de rayos X y a la vez se miraron desconcertados.

En ese momento vibró el celular de Mercedes, sacándolos del estupor.

—Mi cama es enorme y hay lugar para ti. Dice Juan Alberto que vengas si te apetece— rezaba el mensaje de Imelda a Mercedes.

—¡Me arreglo y voy! —Respondió mercedes y saltó de la cama como un bombero que escucha “¡Fuego!”

Desde la habitación de al lado se escucharon las risas.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —inquirió Gregorio desconcertado.

—¡Me invitaron a ir con ellos! —La emoción de Mercedes era tal que no se cuidó en disimularla

Se hizo un silencio y se volvieron a escuchar los gemidos desde la habitación de Imelda.

Mercedes estaba concentrada quitándose el abultado pijamas y poniéndose un conjunto sexy de baby-doll, portaligas y medias de red. Gregorio la vio maquillarse y arreglarse y sintió una la quemazón interna de celos que se fue convirtiendo en lujuria. En una lujuria enfermiza de cornudo resignado.

Mercedes lo miraba de reojo mientras terminaba de pintarse y le sonreía, viendo como su miembro iba creciendo.

—Mmmm…. Veo que tú también la vas a pasar bien, Gregorio—Se burló Mercedes y continuó jugando con su esposo—¿Quieres que te cuente un truquito que te puede hacer muy feliz?

Gregorio asintió aturdido, excitado y emocionado por la posibilidad de ser invitado, pero también aterrado por las consecuencias que eso podría tener.

—No se si lo recuerdas, pero ambas habitaciones comparten el balcón y si sales por esa ventana, podrás observar lo que pasa en el otro cuarto a través de la ventana gemela. —Sugirió Mercedes con malicia antes de desaparecer por la puerta de la habitación de huéspedes.

Como un zombie, Gregorio se paró y fue hasta el ventanal que daba al balcón sin dejar de tocarse la verga semierecta. Al abrirlo, los sonidos de la otra habitación tomaron volumen y definición.

—Essooo, así, así, ¡méteme el dedo mientras me comes, Juan Alberto! —Se hizo patente la voz de su hermanita menor.

Sin dejar de tocarse, Gregorio se arrimó a la ventana de la habitación lindera y escuchó el golpe en la puerta. A partir de ese momento pudo ver claramente a Imelda levantarse de la cama e ir a abrir la puerta, por donde apareció su esposa, Mercedes, vestida en su conjunto sexy y mirando a las otras dos personas con una cara de puta que su propio esposo nunca había tenido el privilegio de observar.

Las dos mujeres se saludaron con un beso de lengua.

—Mierda— Pensó Gregorio—Mi hermana es mas puta que mi esposa. Y sintió su pijita dar un respingo de placer.

De inmediato Gregorio dirigió su vista a la cama y pudo observar bien a su concuñado.

—¡Hijuesumadre! Que verrrga—Pensó Gregorio que luchó infructuosamente contra su erección, que crecía al ver el gran tamaño del instrumento de su enemigo. Un hombre que se excita mirando vergas grandes puede llegar a claudicar en su hombría.

Las dos mujeres cerraron la puerta tras de sí y se aproximaron al viudo, se arrodillaron frente a él, o mejor dicho, frente al obelisco de carne que detentaba entre las piernas y procedieron (como era de esperarse, pensó Gregorio) a mamar a dúo.

Al verlas en acción Gregorio quedó estupefacto. ¿Acaso esas mujeres habían hecho esto antes? La sincronización entre las manos y las bocas de las dos felatrices era digna de estrellas de ballet ruso: Cuando Mercedes engullía la cabeza, Imelda iba a por los huevos, o aprovechaba a decir alguna grosería.

—¿Te gusta que te comamos la verga a dos bocas?

Luego, en una transición totalmente armoniosa, Mercedes bajaba resbalando sus carnosos labios por un lado del falo del viudo mientras por el otro lado subía su concuñada hasta tragarse la cabezota. En algunos casos, las dos subían a tiempo para encontrar sus bocas y darse un piquito con la punta de la verga palpitante del viudo rozándoles las comisuras. Y continuaban sin necesidad de indicarse el próximo movimiento.

—Ohhh siiii Que placer. Sos ustedes increíbles, chicas. Las mejores del mundo—Las alentaba el viudo taimado sabiendo que esas dos hembras morían por su aprobación.

—Queremos leche, danos lechita en la cara, Juan, danos leche, porfa—Jadeaba Mercedes mirando al viudo y mirando de reojo a la oscuridad de la ventana cada vez que le quedaba la boca libre del glande de su cuñado.

—Si. Danos leche que nosotras nos la repartimos—Sugería libidinosa Imelda cuando era su turno de desocuparse la boca

—¡A las dos, se las doy a las dos, chupen las dos juntas que me vengooo! —Ordenó el viudo empujando las dos cabezas hacia la punta de su verga.

Las cuñadas se acomodaron inclidando las cabezas a 45 grados en direcciones opuestas y procedieron a lengüetear en simultaneo el hiper-irrigado glande del viudo, mientras Imelda Masajeaba los huevos y Mercedes pajeaba la base del miembro. Las lenguas de las dos mujeres se rozaban entre sí y lamían el miembro en vertiginosos movimientos ofídicos. Y de esa forma el viudo se vino como un cerdo.

—AHHH SIIII AHIIII—Gritó sin frenos Juan Alberto y comenzó a sacudir el cuerpo.

El primer chorro de leche se elevó entre las dos bocas y fue a parar sobre la mejilla de Imelda. Mercedes de inmediato englobó el orificio de la cabeza de la verga con sus labios en posición de “pico de pato” y otro chorro le dio en plena boca y la hizo sobresaltar. Imelda entonces fue la que desplazó la boca de su concuñada con la suya para llegar a tragar dos chorros menguantes de cálido líquido seminal. Al retirar la boca completamente pringosa, Imelda dio lugar a Mercedes para que succionara el ultimo goterón de leche que supuraba sin potencia del miembro y luego para que con su mano escurriera un poquito más.

Las dos amigas y cuñadas se miraron y echaron a reír comiéndose las bocas: estaban llenas de semen en sus labios, en sus lenguas y en sus mejillas.

Juan Alberto las abrazó y las besó alternativamente para luego atráelas hacia el e invitarlas a descansar con él, hasta que se recuperara y las pudiera atender una a una.

Para ese momento Gregorio ya no estaba. La expulsión del primer chorro de semen de Juan Alberto indujo una micro-eyaculación en el cornudo esposo. Dos miserables chorritos que se estrellaron en el vidrio de la ventana porque estaba prácticamente encima del mismo.

 Gregorio se quedó mirando el espectáculo hasta que el viudo dejó de venirse y antes de verlo haciéndole “cariños” a su esposa y a su hermana, se retiró a dormir agotado, enojado, excitado y desconcertado.

—Hay que reconocer que ese hijodeputa sabe cómo tratar a las mujeres—Concluyó Gregorio sin poder parar de pensar en la manera que su némesis había manipulado a esas dos mujeres durante todo el día para llevarlas a la cama y tener un mega-orgasmo. Ahora el odio se mezclaba con admiración, en el sentimiento que comúnmente llamamos envidia.

Si se hubiera quedado a mirar más, Gregorio hubiera visto que Juan Alberto terminaría provocando sendos orgasmos en su hermana y en su esposa. Pero eso, realmente no interesaba mucho a Gregorio.

Mientras tanto, en la habitación del trio, lejos de seguir compitiendo, las dos mujeres comprendieron que el mejor potencial lo tenían cuando trabajaban juntas y eso hicieron por el resto de la noche, desencadenando orgasmo tras orgasmo en cada una de ellas y en el viudo.

Al día siguiente la “familia feliz” regresó a casa de Mercedes y comenzó una nueva etapa. Una en que Gregorio sabia realmente cual era su lugar y Mercedes, mas segura de si misma que nunca, se dispuso a ser la vicejefa del hogar, por debajo de Juan Alberto.

Continuará