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Un estudiante de intercambio VI: Virginia debuta

en Interracial

Queridos Lectores y Lectoras. Les deseo un feliz año y les dejo (tardíamente) la sexta entrega de los relatos publicados previamente bajo el título: “Un estudiante de intercambio”. Recomiendo leer esos primero para comprender mejor a los personajes y las circunstancias. Pero dejo un brevísimo resumen para los que elijan no leer las entregas anteriores.

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Capítulo 1: Desmond es un Estudiante Afroamericano de 19 años que se encuentra de intercambio en Argentina. Por su complexión física, sus agraciadas facciones y su carisma cae muy bien a su madura anfitriona, Virginia, a la vicedirectora de la escuela, Malena (que son amigas entre sí) y a la sobrina de Malena, Andrea, que asiste al mismo instituto privado que Desmond. Malena, intrigada por comprobar si el rumor sobre el tamaño del miembro de los africanos es cierto, termina haciendo una paja al muchacho extranjero.

Capítulo 2: Desmond regresa a su casa y comienza los coqueteos mutuos con Virginia, su madura anfitriona, inducidos por consejo de Malena, la profesora que también desea al chico. La obsesión de las mujeres por el estudiante comienza a afectar el comportamiento de ellas para con sus esposos.

Capítulo 3: La tensión sigue creciendo entre Desmond y Virginia, su anfitriona, que se aleja de su esposo y no duda en masturbarse pensando en el muchacho. Malena continúa gozando sexualmente de Desmond con una mamada de antología en la que son casi descubiertos por su esposo, Mario. La lujuria de la profesora por el chico africano la lleva a ser mejor y más cariñosa esposa con Mario.

Capítulo 4: Desmond pesca a Virginia masturbándose y los dos caen en la trama de Malena que los incita telefónicamente a hacerse cómplices en el deseo. El taboo entre la madura anfitriona y el estudiante de intercambio se rombe cuando el chico afroamericano se pajea frente a la deseosa madura.

Capítulo 5: Malena utiliza la excusa de “entrenar” a Desmond previendo que su amiga tendrá sexo por primera vez con él, para gozar a lo grande con la enorme verga de ébano. Desmond recibe una clase rápida de cunnilingus y se descarga copiosamente en su profesora antes de salir empalmado a encontrarse con su “mamá de intercambio”.

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Cuando el muchacho afroamericano llegó a la casa en que se hospedaba, lo primero que chequeó fue que la camioneta de Francisco, el esposo de Virginia, ya no estaba. Pensar que ahora tendría a su libidinosa “mamita” a disposición lo puso como un burro en celo.

De hecho, hacía algo más de 2 horas que Francisco había partido refunfuñando de bronca porque su esposa no sólo no hizo amague a detenerlo, sino que hasta por momentos parecía estar apurándolo. Aquello no era tan poco común que hasta un hombre habitualmente distante, poco observador y totalmente desatento con su esposa, acusó recibo. En efecto, esto suele ser típico de los malos compañeros y de los manipuladores: nunca notar las atenciones de sus parejas, pero notar de inmediato cuando ellas se muestran mínimamente independientes. Y Francisco era el arquetipo de mal esposo manipulador.

Pero por más que le dio algo de curiosidad la actitud de Virtginia, Francisco no cambió de planes. Había quedado en encontrarse en el Campo con los muchachos de un taller mecánico en que solía pasar mucho tiempo. Eran una barrita de amigos cortados por la misma tijera que Francisco. Los “muchachos” habían prometido llevar a una prostituta morenita dominicana, mas “la yesi” (una chica del pueblo que antes de abandonar la escuela a los 14 años había salido con el mismo Francisco, ya mayor de edad en aquel entonces, y que ahora la contrataba como puta) y “la romina” (una puta de casi 50 que compensaba su destartalamiento con un comportamiento totalmente guarro, mas guarro que el de una puta promedio). Incluso alguno dijo que podría haber “una sorpresita extra”. [Noten los lectores los nombres en minúscula, acorde con el ninguneo al cual estos tipos sometían a esas mujeres].

Virginia intentó por todos los medios por no revelar la ansiedad que tenía por la partida de su esposo. Incluso intentó (con bastante éxito) no apurarlo. Cuando la partida del tipo ya era inminente, la atención de la novel infiel se centró en qué hacer con su hijo Silvio. De hecho el único inconveniente para gozar a rienda suelta de Desmond era que su hijito de 12 años estaría presente. Ese sentimiento la agobió bastante. Se sintió culpable, no ya de ser infiel, eso la excitaba, sino de tener pensamientos en los cuales sentía a su niño como un inconveniente. Ella no era así. Ella era una madre orgullosa y feliz de tener a Silvio, y pensar “Que lástima que Silvio se queda” era a la vez inevitable y doloroso para ella.

Silvio, mientras tanto, protestaba para ir a cazar con su papá.

—¡UFA! Yo también quería ir, Pá. ¿Por qué no puedo, eh?

—La escuela es mas importante—Dijo con gravedad Francisco que en verdad estaba pensando. —Porque vamos a tener altas putas y todavía te faltan 2 o 3 años para debutar.

En efecto. Francisco era de la idea que para el cumpleaños de 14 o 15 iba a pagarles unas putas al chico. Pero 12 era muy temprano, especialmente para una semana de locura como la que planeaban, donde, incluso, cabía la posibilidad que llevaran un travesti.

—¡La escuela! Si me aburro en la escuela…—Se quejó el chico.

—Basta Silvio. Te quedás. A lo sumo, capaz te busco el viernes por la tarde para tirar unos tiros—Prometió falsamente, como muchas otras veces, el padre.

—MENTIRA. Después a ultimo momento se te rompe la chata y no podés venir—lloró el chico hastiado de escuchar la misma promesa vana por enésima vez.

—TE QUEDAS Y PUNTO, PENDEJO IRRESPETUSO—Explotó el padre para horror de la madre que intentó intervenir.

—Tu papá va a hacer lo posible, Silvio. —Mintió Virginia sintiendo un desgarro en el alma—Y no sólo está el tema de la escuela, hijo. También te necesito en casa. Tenés que cuidar a mamá cuando papá no está.

La excusa había funcionado en el pasado. Pero ya no tanto. Silvio, mas avispado de lo que pensaban sus padres, salió con una ocurrencia que hizo atragantar a la madre y enojar al padre.

—Para eso no me necestitás, Má. Lo tenés a Désmond. Él sí puede ser el hombre de la casa. Yo soy un chico que quiere ir a cazar, porfaaaa.

Virginia se sonrojó al sentirse descubierta, pero intentó disimular callando y murmurando palabras de amor a su hijo. El padre estalló.

—TE CALLÁS LA BOCA PENDEJO DE PORQUERÍA y le hacés caso a tu madre, ¡Carajoooooo! —Gritó a tope de sus pulmones el padre—Y SI SEGUÍS JODIENDO NO VAS UNA MIERDA EL FIN DE SEMANA. Yo no tengo por qué escuchar tus caprichos. Y NO LLORES, MARICÓN DE MIERDA, QUE LOS HOMBRES NO LLORAMOS. ¿O SOS PUTITO PENDEJITO?

La acusación y los gritos horrorizaron a madre y a hijo, y se hizo un silencio cuando cesaron los reproches de Virginia al esposo gritón y pararon a la vez los gritos y el llanto del niño. El padre, tomó al hijo por el brazo y mientras lo zamarreaba con violencia, continuó su andanada de insultos vengativos.

—PORQUE SI SOS UN PUTO LLORÓN NO TE LLEVO A CAZAR EN TU PUTA VIDA. La Cacería es para hombres, no para putitos del orto que lloran si no se hace lo que ellos dicen. ¿ENTENDISTE TROLO DE MIERRRRRDA. PUTO. MARICÓN?

Los insultos ahora eran más brutales que los sacudones físicos que el padre le daba al hijo. Estaban disfrazados de reproche al llanto, pero en verdad eran porque Silvito había osado llamar “hombre de la casa” al adolescente visitante africano. Ya bastante se iba a tener que comer Francisco las cargadas de los muchachos del taller mecánico que le decían siempre “seguro que cuando vos no estás, el negro ese te usa la cama”, como para ahora permitir que su débil hijo osara insinuar que un “grone” lo reemplazaría como hombre de la casa.

—BASTA POR EL AMOR DE DIOSSSS. ANDATE DE UNA BUENA VEZ FRANCISCOOOOO—Gritó Virginia sorprendiendo ahora a todos. Era la primera vez que gritaba así. —Andate, te lo pido por favor. Yo me encargo de Silvio. Andá. Andá. Paremos con esto. Andá. Por favor—Balbuceó Virginia ahora asustada y agitada, no tanto por haberle gritado a su despótico esposo, sino porque acaso Silvito sabía lo que estaba ocurriendo en su casa.

En efecto. Los dos adultos ocultaban tras sus palabras secretas inseguridades que tenían a Desmond como protagonista.

En las horas siguientes Virginia calmó a su hijo usando la manera que usan muchas madres culposas: relajando la disciplina. Silvio tenía prohibido tocar la PlayStation hasta terminar tareas. Y la madre, ese día, le permitió saltar la regla.

—¿Que te parece si hoy te doy permiso para jugar a la play toda la tarde? Yo hablo con tu maestra y le digo que la tarea la entregás otro día. ¿Si, mi amor?

Obviamente Virginia y Francisco entrenaban a su hijo para ser un déspota: El padre le enseñaba a maltratar a la esposa e hijo, a gritar, a incumplir promesas. Y Virginia, sin saberlo, educaba a su hijo en la estrategia de: “gritá, hacé escándalo y te dejaremos hacer cualquier cosa”.  El chico intentó propasarse pidiendo más de lo que le ofrecían.

—Bueno. Acepto. Pero no sólo jugar toda la tarde, también quiero quedarme toda la noche despierto jugando y faltar mañana.

La estrategia hubiera funcionado otro día. Pero la exigencia del pichón de déspota iba en conflicto con los planes de Virginia de cogerse a Desmond esa noche. Y entonces, salió a marcarle la cancha al hijo.

—Un momentito señor. ¿Qué se piensa usted? —Levantó maternalmente la voz Virginia—Está pidiendo de-ma-sia-do. Hoy juega toda la tarde y a la hora de cenar, comemos “los tres” (ahora la familia de tres era con Desmond) y después a dormir. A lo sumo miramos un capítulo de la serie que te gusta y a dormir. Y mañana a la escuela. ESA ES MI OFERTA. ES ESO O NADA.

La reacción de la madre, calma y firme, hizo trastabillar al caprichoso chico. Que se rehízo e intentó discutir.

—¿Y Si no QUÉ? ¿ME VAS A GOLPEAR Y LLAMARRRRME PUTOOOO. COMO PAPÁ? —renovó el llanto el chico intentando jugarle sucio a su madre.

—Para Nada, Silvio— Si vos te empeñás en quedarte despierto toda la noche en la Play y no ir mañana a la escuela no te voy a pegar ni insultar. Vos sabés que yo no soy así. Pero voy a sentirme muy mal. Voy a llorar. Y voy a tener que llamar a la escuela y pedir cita con la psicopedagoga para que me aconseje que hacer.

Virginia conocía al chico. Sabía que la amenaza de la psicopedagoga era terrible para él porque lo avergonzaba permanentemente. Y sabía que su madre iba a hacer eso llegado el caso. Decidió bajar un cambio.

—Perdón. Pero es que me encanta la play y no me alcanza con la tarde. —Se excusó torpemente el chico, intentando dar lástima sin éxito.

—Cuando más demorás, menos tiempo te queda. Andá. Jugá y yo te aviso con tiempo. Aprovechá el permiso. —Sugirió la madre limpiando las lágrimas de las mejillas del hijo.

El chico salió corriendo a su cuarto gritando ya sin mirar a su madre.

—OK. Pero avisame cuando venga Desmond, Má, que siempre me ayuda a pasar niveles difíciles—Solicitó el chico.

—Dale, andá que yo te aviso. —Prometió la mamá aliviada.

Ahora no tenía tiempo que perder. Se refrescó el leve maquillaje, se cambió la ropa interior y se dejó el vestido que llevaba para no levantar sospechas de su hijo. En verdad se había puesto el vestido antes con la idea de tener una prenda de entre casa que le permitiera a Desmond meterle fugaces manos cuando el chiquito no estuviera mirando.

Mientras hacía, pensaba e imaginaba todo eso, Virginia sintió que se le hacía agua la vulva. Se estaba “poniendo linda” para el adolescente que se había pajeado frente a ella el día anterior y eso era algo que exacerbaba su libido. El plan era consentir a Silvio jugando a la play, y pedirle a Desmond que luego lo llevara afuera a jugar al básquet. Para poder cansarlo y lograr que se durmiera lo antes posible. Estaba nerviosa pensándolo cuando Desmond ingresó a su casa.

—¡Hola Vir, al fin solos! —Sorprendió el renegrido estudiante de intercambio.

—Shhhh que está Silvito —Reaccionó Virginia

Desmond se acercó como ignorando la advertencia y la miró a los ojos, poniendo sus labios muy cerca de los de ella.

Virginia moría de ganas de abalanzarse, comerle la boca y comenzar a desnudarlo, pero su instinto la hizo ser cauta.

—Mi vida. Tenemos que tener cuidado. Silvio puede aparecer—Le explicó mientras lo tomaba de las manos y a la vez le acariciaba los musculosos brazos. —Necesito tu ayuda para que esto salga bien. ¿SI?

—Por supuesto—Dijo seriamente Desmond.

—Silvio quiere jugar a la play con vos. Llevale la corriente un ratito y después sácalo a hacer alguna actividad. Basquet, o algo así. Para cansarlo mucho y que se duerma temprano

Las sugerencias de Virginia eran acompañadas de una picaresca cara de complicidad y de caricias cada vez mas subidas de tono por el cuello y el pecho de Desmond.

—Déjalo en mis manos, Virginia—Respondió Desmond besándola en la boca y luego separándose, sin quitarle la mirada, pero gritando, medio de costado, a su “hermanito postizo”.

—SILVIOOOOOO ¿Cómo que no me esperaste para jugar a la Play? jajaja

—¡DESMONDDDDD! —Se escuchó el grito de Silvio—¡Vení, dale que no puedo pasar este nivel! ¡Traete algo para picar, porfa!

Virginia, que conocía a su hijo más que a su clítoris (algo clásico en féminas que son mas madres que mujeres), le zampó una bandeja llena de “criollitas con jamón y queso” y dos vasos de jugo de naranja. La tenía preparada para eso.

Desmond dejó caer la mochila al piso tomó la bandeja y volvió a comerle la boca a su madura amante.

—Yo me encargo. Tranquila—Le murmuró a ella antes de volverse y levantar la voz para que lo escuchara Silvio desde la habitación—¿A VER QUE NIVEL ES ESE? ¡Lo que tu necesitas además de mi consejo es comer algo para pensar más claro!

Virginia respiró aliviada y se puso a preparar la cena. Escuchaba a Silvio reir y bromer con Demond. Realmente sonaban como hermano menor y hermano mayor… ¿o acaso eran como padre-hijo? No. Claro que no. Hermanos. Eso. Hermanos. Hermanos. Se repitió mentalmente Virginia que creía estar enloqueciendo por la lujuria insatisfecha, al punto de imaginarse esposa de Desmond.

—Tiene 19 Virginia—Se hablaba a si misma—No podría ser el padre de Silvio. Hermano sí.

—¿Y te vas a coger al hermano de tu hijo, atorranta? —Se escuchó decir—Sí. ¿Y?

Hablaba sola para alimentar sus culpas, pero también para disiparlas. Escucharse desafiante la hizo poner más caliente.

—Si. Me voy a comer un caramelito de 19 que está mejor dotado que un hombre de 40. Y vamos a gozar juntos. Y es mi “hijo postizo de intercambio”. ¿Y? ¡El mundo es de las que nos atrevemos!

Virginia Finalizó su auto-dialogo con una frase cursi, digna del meme de cualquier mujer que ventila su frustración en redes sociales usando frases cripticas y osadas al estilo “Libro de Paulo Cohelo”.

En la habitación los chicos se divertían a lo loco. Si el deporte hace obvias las diferencias físicas y mentales entre niños, adolescentes, hombres jóvenes, hombres maduros, y viejos, no caben dudas que los videojuegos demuestran que “todos los hombres son iguales” (por usar otro meme de mina frustrada de Facebook). En fin… Así iba la cosa.

Pero Desmond no era tan tonto como para que un videojuego le tapara la posibilidad de beneficiarse a virginia y decidió invitar a Silvio a salir.

—Silvio…

—¿mhhmm? —respondió el chiquito hipnotizado por la Play

—Vamos a afuera a jugar basquet—Invito Desmond.

—Ni en pedo, ché. Hoy tengo permiso para esto. —Respondió sin mirar Silvio.

—Bueno. Hacé como quieras, yo me aburro acá. Voy a tirar unos pelotazos al aro—Afirmó Desmond seguro de saberse dominante en esa relación.

—ehhh cheee pará. No seas así, juguemos a la play, dale—rogó Silvio que ahora miraba a Desmond como rogándole que le hiciera caso, porque de lo contrario sabía que él terminaría siguiendo al africano como perrito faldero.

—No. Dale. Te voy a enseñar unos trucos hoy, para que sorprendas a tus amigos. —Indicó Desmond.

—Mis amigos no juegan Basquet, Desmond—Dijo Silvio desilusionado con la idea de tener que practicar deportes.

—JUSTAMENTE. Te voy a enseñar trucos para que hagas en la escuela con la pelota de futbol. Porque en el patio de tu escuela hay aros. Te voy a enseñar a embocarla con los ojos cerrados. Todo el mundo va a quedar sorprendido.

La idea agradó a Silvio que no era un chico muy popular que digamos. Porque era malo jugando a la pelota, algo gordito y poco dado a sobresalir.

—Bue. Dale. Vamos—Accedió Silvio, acostumbrado a seguir mas que a ser seguido.

Una vez afuera Desmond, con gran paciencia comenzó a enseñarle y sorprendentemente, en pocos intentos, Silvio se encontró embocando al aro consistentemente. Luego, Desmond le hizo cerrar los ojos y comenzar a lanzar concentrándose en la forma del lanzamiento. De cada 10 tiros erraba 9… ¡pero el que podía embocar! Era un triunfo. Un logro. Al final los dos acordaron que para mostrarse y mandarse la parte, Silvio debía demostrar tiros con ojos abiertos donde embocaba 8 de cada 10 fácilmente. Siempre y cuando estuviera a una distancia prudencial.

—No lo van a poder creer que puedo meter la pelota casi siempre—dijo excitado el niño.

Y siguieron los dos practicando, con Desmond haciendo de “coach” y Silvio esforzándose a mas no poder.

Por un minuto Virginia estuvo conmovida viendo como Desmond ayudaba a subir la autoestima de su sumiso hijo. Por un momento, la confundida mujer sólo vió al estudiante de intercambio como a su hijo mayor. Pero cuando el Afroamericano se sacó la camiseta empapada de sudor, la visión de aquellos músculos de macho y el recuerdo del falo que se ocultaba en aquellos pantalones cortos de fondillo largo la hicieron volverse sumamente perra.

—Y esta noche. Desmond me va a mostrar a mi como la emboca jajaja—Pensó embriagada de lujuria y deseos Virginia.

¡Que macho tenía en su casa, por favor! Ese cuerpo. Ese modo tan varonil y dominante, pero a la vez dulce, atento y respetuoso. La sonrisa perfecta. Y, obvio, el falo de proporciones descomunales y unos enormes huevos llenos de semen. Todo eso hacían de Desmond el hombre ideal para ser infiel al cerdo de Francisco. En eso pensaba Virginia y se regocijaba de su propia suerte ya totalmente inmune a cualquier recaudo moral.

Al cabo de un rato, el gordito Silvio estaba agitado y cansadísimo. Virginia los llamó a comer sabiendo que luego de la cena su hijo caería rendido. Mientras ella preparaba la cena y Silvio miraba tele en la sala, Desmond se dedicó a meterle mano disimuladamente aprovechando el vestido suelto que la madura madre cargaba.

La cena fue nuevamente un mosaico de emociones para los dos inminentes infieles. Por un lado, Virginia y Desmond recalentaron el ambiente con miradas furtivas y con comentarios de doble sentido que gozaban compartir frente a las mismas narices del inocente Silvio. Por otro, Silvio no paraba de idolatrar a Desmond y contarle sus logros basquetbolisticos a su madre, haciendo que Desmond se sintiera culpable porque en pocos minutos iba a empalarse a nada menos que a la mamá de su admirador numero uno.

Virginia notó (como toda mujer puede percibir lo que ocurre en la mesa de su casa) el conflicto interno de Desmond y se encargó de disipar cualquier duda jugando un peligroso juego de seducción con el muchacho, sin que su propio hijo lo notara. Hubo caricias con la pierna por debajo de la mesa. Hubo guiños de ojos, besos arrojados al aire, e incluso algún que otro toqueteo al pasar por detrás del joven, con la excusa de buscar el postre.

Silvio, ajeno a esto le arrancó una promesa a Desmond, de compartir la tarde siguiente jugando básquet. A lo cual el adolescente accedió preocupado. Y tal cual lo anticipó la madre infiel, apenas Silvio tomó una ducha, se acostó y cerró los ojos, cayó en un profundo sueño. Virginia le cerró la puerta y corrió a su habitación en la cual se volvió a maquillar y vestir. Esta vez, totalmente provocativa. Estaba preciosa. Se recostó en su cama y envió un mensaje de Whatsapp a Desmond

—¿Vos también te dormiste? Si no estás agotado podés venir a mi habitación ahora. —provocó la reinventada madura

A Desmond se le había hecho interminable la espera. Y cuando recibió el mensaje, saltó de su cama y fue a la habitación de Virginia con un empalme de antología. La puerta estaba cerrada, y él golpeó muy suavemente y sin esperar respuesta comenzó a abrir lentamente.

—pasá— respondió Virginia en un susurro y al sentir que se habría la puerta, pensó—Este es el momento de la verdad.

En segundos Desmond estuvo dentro de la habitación, respirando agitadamente, con la espalda en la puerta y una especie de carpa de circo formada por su falo bajo su pijama. Desde ese sitio observó a virginia recostada en la cama, totalmente producida, peinada, maquillada y luciendo un babydoll negro y medias con liguero.

Ella lo vio al él, miró su entrepierna y luego su cara, y al sentirse admirada por Desmond le entró un ataque de pudor. Nunca se había desvestido ante un hombre de esa manera. En el arrebato de vergüenza tomó las sábanas y se cubrió el cuerpo, pero dejando la mitad de sus muslos afuera.

—¡Ayyy! Perdonnnn pero muero de vergüenza

—Emmm… ¿querés que me retire? —Preguntó inseguro Desmond.

—¡No, No, No! —reaccionó Virginia asomando la cabeza de debajo de la sábana que la medio-cubría—Pero es que tengo vergüenza de mostrarme así…

Desmond avanzó hasta estar parado junto a la cama e intentó calmarla.

—Yo también siento algo de vergüenza que me veas así—Confesó el chico mostrando su obvia erección apenas cubierta por la tela de su ropa de dormir.

Los dos rieron y ella abrió las sábanas invitando al muchacho a unírsele sin mirarla mucho. Desmond recordó las enseñanzas de Malena e intentó seguirlas. Se metió en la cama de Virginia y la rodeó con sus fuertes brazos al tiempo que su cuerpo se pegaba al de ella.

La mujer suspiró y en pocos segundos estaban los dos cuerpos pegados, frotándose acompasadamente mientras Desmond apretaba el cuerpo de Virginia entre sus brazos y ella se colgaba del cuello del chico entrelazando lenguas, jadeando y suspirando de deseo.

Por varios minutos los dos amantes se limitaron a morrearse y a toquetearse, cada vez mas osadamente, sin decirme mucho mas que onomatopeyas de placer y monosílabos de aliento mutuo.

Y al cabo de esos minutos, habiendo perdido noción del tiempo, los dos se hallaron totalmente desnudos. ¿Cuándo se quitaron las ropas? No lo pudieron precisar. Pero virginia lo notó cuando sintió algo duro entre sus piernas y se descubrío rodeando con los muslos la descomunal verga negra de Desmond. Y Desmond lo supo cuando sintió la humedad de la raja de su anfitriona lubricando el lomo de su falo.

Los amantes se movían acompasada y coordinadamente. Frotando sus sexos sin penetrarse. Empujando sus cuerpos mutuamente. Las turgentes tetas de Virginia contra los férreos pectorales de Desmond. La mano del chico magreando los cachetes del culo de la mujer y las manos de la mujer aferrándose como unas tenazas a lo brazos musculosos del muchacho que la sobaba y la frotaba con firmeza y suavidad en perfectas proporciones.

Instintivamente los dos ”amantes primerizos”se sincronizaron como su hubieran compartido el sexo juntos toda su vida. La cadera de Desmond hacía un movimiento alternativo, como si estuviera cogiendo a la mujer, pero sin penetrarla, y la madre postiza, movía su pelvis en círculos para aumentar y diversificar las sensaciones de los dos húmedos sexos frotándose entre sí. Los dos exclamaban cuanto les gustaba lo que hacían y procuraban no levantar la voz para no despertar al niño, ahogándose gritos y gemidos con besos lúbricos e invasivos, donde la lengua de Desmond penetraba la boca de Virginia que la sorbía y estimulaba, en un juego que ambos percibían como una anticipativa imitación oral al inminente coito.

En medio de esa vorágine amatoria, Desmond recordó los consejos de su otra amante madura y comenzó a bajar besando el cuerpo de Virginia que, sorprendida, se dejó hacer. El muchacho jugó largamente con el deseo de la mujer, lamiendo su vientre y sus muslos, pero esquivando la vulva hasta que ella arqueando su espalda y ofreciendo su concha le rogó que la comiera.

—En la conchita, Des, besame en la conchita, porfa… ¡SIIIII!

Finalmente, la lengua del chico, plana, babosa y levemente áspera recorrió la raja de la mujer de abajo hacia arriba, separando los labios vaginales y rematando en una caricia fugaz al clítoris, como había aprendido horas antes de su profesora. Y una vez finalizado el recorrido se separó y comenzó a bajar para comenzar otra vez, escuchando complacido a Virginia.

—MAS MAS MAS MAASSSS ASIIII

El chico tuvo que usar su fuerza física para “estaquear” a su amante a la cama evitando que se revolviera sobre si misma de placer. Y reanudó la tarea de lamer y acariciar lingualmente a Virginia, ahora con ritmo y con constancia. La mujer reaccionó tomándolo de los cabellos y haciéndolo permanecer con los labios pegados a su vulva en todo momento mientras ella anunciaba su primer orgasmo.

—Me VENGO. ME VENGO. ME VENGO. ME V…AAAAHHHHHGGHHHMMMFFMMM

Los dedos de Desmond la penetraron decididamente arrancándole un alarido que la misma mujer ahogó mordiéndose sus propias manos al tiempo en que su cuerpo se convulsionaba con un orgasmo intenso.

Desmond prosiguió lamiendo la vulva y empujando sus dedos hasta que los retorcijones de la mujer menguaron y el supo que debía parar de estimularla. Entonces subió a besarla y abrazarla con una mezcla a partes iguales de lujuria y dulzura.

La madura, correspondía los besos y se aferraba a las carnes musculosas de su joven amante mientras su grácil cuerpo daba los últimos temblores post orgásmicos.

—uffff eso fue… increíble— Dijo la mujer aturdida por lo que acaba de pasar. —Pero…. Vos no te viniste, mi bebé

—Tenemos mucho tiempo. No hay apuro—Contestó el chico sorprendiendo y enloqueciendo de deseo y amor a la mujer que estaba acostumbrada a un esposo que acababa primero y se volteaba a dormir dejándola con las ganas.

Los besos suaves y dulces se fueron volviendo cada vez más lujuriosos y Virginia se descubrió lamiendo a Desmond en la boca mientras sus dos manos pajeaban el vergote del chico

—Así no voy a durar mucho. Me harás venir muy rápido—Anunció Desmond antes de girar y montarse sobre su amante en la posición del misionero. Virginia sintió la punta de la verga en la entrada de su cueva y supo que se iba a hacer realidad la fantasía que tanto había alimentado.

—Metemela. Metemela Desmond, no te demores, porfa—Indicó ella empujando grotescamente con su cadera intentando lograr la penetración por parte del falo que, inmóvil entre sus encharcadas piernas, jugaba con sus ganas de ser poseída.

Desmond disfrutó viendo como la mujer se desesperaba por ser penetrada, y sin parar de besarla comenzó a empujar su miembro dentro de ella. La poderosa pija del adolescente comenzó a abrirse camino entre las resbalosas carnes vaginales de Virginia, y la mujer, sintiéndose invadida, mas que penetrada, abrió los ojos como un 2 de oro y comenzó a aullar de placer.

—SSSSIIIIIIEGGGG. SIIII. Así. Despacio. Firme, mi amorrrrr. Asiiiii

Desmond la complació en todos sus pedidos y la fue penetrando lentamente. Le metía un par de cm y se la sacaba un poquito antes de volver a avanzar. En cada ida y vuelta el imponente falo negro se incrustaba un poco más adentro de la incrédula mujer. Aquello era mucho mas excitante de lo que cualquiera de ellos dos había imaginado conversando con la instigadora Malena.

Cuando Virginia tuvo todo el falo metido sintió que con cada entrada y salida Desmond le revolvía el útero y le reacomodaba los intestinos. Era algo descomunal y a lo que ella no estaba acostumbrada, porque la pijita del malhecho Francisco nunca le había hecho sentir algo así. Desmond comenzó un pistoneo firme pero cuidadoso de la mujer. No quería lastimarla, pero quería mostrarle cuan potente era.

El mete-saca comenzó a incrementar los cosquilleos pre eyaculatorios del muchacho que caballerosamente avisó su inminente eyaculación.

—Así me vengo, Vir. Me vengo así. Y no tengo protección

Virgnia escuchó eso y recordó el lechazo del chico cuando se había pajeado

—Adentro, mi amor, échamelo adentro dale, dale—Estimuló.

—¿Te cuidas?

—Damelo adentro, ¡no te preocupes!, dame, dameeee

Y atenazando al chico con las piernas detrás de sus espaldas comenzó a empujar con su pelvis y a contraer la vulva para intensificar las sensaciones. El resultado fue que antes que Desmond se vino ella con su vulva y su cerebro hiper estimulados por el muchacho.

Sintiéndola a ella prenderse como una garrapata y moverse buscando su propia satisfacción fue mucho para el chico que comenzó a venirse en el interior de su amante. Y lo hizo segundos después que en la mujer se desencadenaba un largo y simultaneo orgasmo.

Los dos volvieron a comerse las bocas para no gritar y despertar al inocente Silvio.

Siguieron jugando, mimándose y riendo en silencio por largas horas. Una vez dejado atrás el poco pudor que le quedaba, Virginia pidió observar a Desmond en detalle. Los dos desnudos se dedicaron a explorarse mutuamente. Virginia estaba sorprendida por el tamaño del miembro del chico. Era casi tan gordo como su grácil muñeca, con la cual Virginia la comparaba. La longitud también era imponente. Como las venas que lo surcaban y la cabezota que coronaba la verga, que no le iba en zaga. Para Virginia no solo el tamaño era novedoso, sino que la forma en que Desmond usaba su verga también la sorprendía. Desmond era atento. Enérgico y deliberado al penetrarla, si, pero nunca bruto. La mujer no pudo evitar comparar aquello mentalmente con la pijita diminuta de su esposo y con los modos violentos y abusivos que él empleaba. Y supo que ya no se dejarías tocar por ese Neanderthal.

Para sacarse el mal pensamiento de la cabeza, Virginia comenzó a jugar con el vergote negro. Primero acariciándolo y observando como “corcoveaba” y luego besándolo y lamiéndolo para observar las reacciones de Desmond, que se volvía loco.

Esta vez (a diferencia de lo que le ocurría con Francisco) no le molestó lamer la punta del glande para recoger el baboso liquido preseminal con la puntita de su lengua. Al contrario, adoró hacerlo. Y se esmeró en hacerlo lo mejor posible. Y en pocos minutos Virginia se encontraba mamando la gran verga de Desmond como una posesa. Haciendo ruidos jugosos y embadurnando toda la extensión de la pija con su propia saliva.

Desmond, por momentos, olvidó ser cortés y tomó la cabeza de Virginia por la nuca para evitar que se retire y le bombeó la boca con un ímpetu tal que le generó arcadas a Virginia. El bizarro ruido hizo entrar en razones al chico que paró y se disculpó profusamente. Pero se encontró con la cara pícara de Virginia que estalló en carcajadas. Realmente la mujer disfrutaba todo: el sexo suave y amoroso y el sexo brutal. Pero con una sóla condición: que se lo hiciera Desmond.

La mamada continuó alternando las lamidas y chupadas donde Virginia dominaba con el culeo de la boca de la mujer, en que Desmond imponía el ritmo y la voluntad. Y entre tanto ir y venir, el chico volvió a anunciar que iba a eyacular. Lo hizo creyendo que Virginia retiraría su boca… Nada mas alejado de la realidad. Al escuchar el anuncio de Desmond, Virginia comenzó a mamar con más ritmo y con la voz distorsionada por la boca llena de pija alcanzó a pedir que le echara todo en su boca. Desmond la complació chorro a chorro.

La desesperación de Virginia era tal que ni bien terminó de tragar el semen del muchacho, ya estaba intentando volver a montarlo. Por suerte para ella, Desmond era joven y potente y podía lograr la erección pocos minutos después de una eyaculación.

Virginia y Desmond perdieron la cuenta de los orgasmos. Y si ellos no llevaron la cuenta, el lector no me puede exigir que la lleve yo, ¿verdad? Lo cierto es que se durmieron abrazados, pegoteados, entreverados, a altas horas de la madrugada.

Al sonido del despertador, Virginia anunció que estaba muerta de cansancio, pero que necesitaba pararse para poner a Silvio en el bus escolar. Desmond se ofreció a ayudar.

—Tu descansa. Le diré a Silvio que te sentías mareada y que me pediste que yo me ocupe del desayuno. Te lo traigo a la cama después de servir a Silvito.

Mientras el muchacho se ponía el pijamas para ir a la habitación de su hermano postizo la mujer admiró por última vez el físico de Desmond y enloqueció de amor y lujuria pensando en lo atento que era ese chico, en la cama y en la casa.

Silvio tomó la noticia con algo de preocupación, pero le gustó la idea que su amigo-hermano Desmond desayunara con él. Mientras lo hacían le dijo que había decido no mostrar aún sus dotes de básquetball porque quería practicar más en casa, y le hizo prometer a Desmond que lo ayudaría. Desmond accedió formalmente

—Te prometo que si hoy terminas la tarea y tu mamá te da permiso, vamos a hacer más tiros al aro para que mejores lo de ayer

Silvio no pudo evitar comparar la promesa a las promesas de su padre. La diferencia fue que en este caso, el niño estaba seguro que Desmond cumpliría.

Mientras Silvio terminaba de desayunar, Desmond llevó un desayuno liviano a la mujer que intentó volver a besarlo sobándole el paquete.

—Tranquila Vir, tranquila, que Silvio va a venir en cualquier momento a despedirse. Debemos tener cuidado. —Sentenció el chico mientras se alejaba de la lujurienta mujer que yacía en la cama intentando hacer que él se volviera a enredar entre sus sábanas. Luego Desmond esparció algo de perfume de ambiente para enmascarar el olor a sexo que inundaba la habitación, y salió para la cocina.

Virginia estaba tan caliente que pretendía imprudente no importarle si Silvio los veía juntos. Pero luego de reflexionar brevemente, comprendió la locura de su comportamiento y se acomodó un poco el pelo y masticó un chicle para ocultar el olor a verga que emanaba de su boca. Cuando lo estaba haciendo entró Silvito a despedirse.

—¿Estás bien Má? No te levantes. Descansa. Te prometo portarme bien hoy en la escuela y hacer toda la tarea solito al regresar. Y si me das permiso, voy a jugar al básquet con Desmond después de cumplir con todo eso.

Era increíble la influencia positiva de Desmond en ese caprichoso niño. Y nuevamente Virginia no pudo evitar comparar la manera en que el padre del chico lo empujaba al escandalo y el mal comportamiento, mientras que Desmond sacaba lo mejor de Silvio.

—Tranquilo, hijito, es sólo un malestar temporario por una mala posición al dormir. Estuve muy tensa… varias veces… y hoy pago las consecuencias— Explicó con todo el doble sentido del mundo.

Finalmente se despidieron con un beso y Silvio se fue a esperar el que el bus escolar privado lo recogiera.

Una vez que el pequeño se fue, Desmond, ya cambiado para ir a sus clases, apareció a despedirse con una nueva sesión de morreos y toqueteos impúdicos.

—No vayas a la escuela hoy. Faltá. Yo le digo a Malena que te excuse. Y quédate todo el día conmigo en la cama—Propuso imprudentemente Virginia mientras amasaba la verga de Desmond por sobre el pantalón.

—No puedo…—Explicó Desmond recordando las recomendaciones de su mentora sexual, Malena. —No quiero que empiecen a sospechar. Este pueblo es muy chico y todos tienen algo que opinar.

Desmond había comprendido en pocos días la dinámica de aquella remota localidad Pampeana. Y Virginia comprendió al instante.

—Tenés razón. Tenés razón. Andá, andá. La seguimos esta noche, mi amor.

Virginia tenía sus obligaciones también, y al quedarse sola, las recordó. Primero debería hablar con su amiga y contarle todo. Lo haría por teléfono mientras manejaba a Santa Rosa para cumplir con su segunda obligación: comprar la píldora del día después. Cuando se lo contó a su amiga, esta reaccionó sorprendida.

—¿Y vas a manejar 150 km para comprar la píldora? En el pueblo hay dos farmacias.

—Sí, amiga, pero pueblo chico, infierno grande. No quiero ser el comentario de todo el mundo jajaja

—Tenés razón. Tenés razón. Y espero que esto te sirva para recapacitar. No podés seguir así necesitas otro método, Vir— regaño Malena

Las dos amigas siguieron parloteando, una mientras manejaba a la ciudad capital de provincia a comprar una pastilla que evitara que los abundantes espermatozoides de Desmond la embarazaran, y la otra desde su despacho de vicedirectora, planeando cómo hacer que Desmond tuviera tiempo para complacerla a ella también, ahora que Virginia comenzaría a demandar sus servicios sexuales a diario.

El estudiante de intercambio, mientras tanto, se dedicó toda la mañana a pensar en cómo seguir cogiéndose a las dos maduras que lo habían convertido en un juguete sexual interactivo. Y concluyó que no habría problemas al respecto. Seguramente debía dejar todo en manos de Malena, que obviamente era la mente maestra de aquel peculiar trio.

Definitivamente aquello era la mejor experiencia de intercambio académico que nadie había tenido jamás.