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El Viudo X: Por la plata baila el mono

en Hetero: General

Sigue otra entrega de la zaga que espero sea del agrado de quienes la vienen siguiendo. Para los que no hay leído capítulos anteriores propongo que lo hagan. Pero dada la longitud que toma la zaga, incluyo un brevísimo resumen para los que quieran saltear lecturas anteriores.

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Resumen

Cap. I: Ariana y Juan Alberto son un matrimonio de inmigrantes (de distintos países) que viven en USA y mantienen a la familia de la mujer en su país de origen. Al morir la mujer, el viudo asume el compromiso de mantener su familia política: a la suegra Graciela y a su cuñada Mercedes. Pero lo hace con la condición de tener a Mercedes como esclava sexual y de mandar sobre el hogar de toda la familia política.

Cap. II: El viudo visita a su familia política e impone su voluntad sobre ellos. Despojando al parasítico esposo de Mercedes, Gregorio, de todo el poder que siempre había tenido y humillándolo hasta límites insospechados. Mercedes le agarra el gustito a ser la putita de Juan Alberto.

Cap. III: Juan Alberto comienza a dar lecciones de manejo a Mercedes mientras sigue demandándole favores sexuales que ella presta gustosa. Gregorio no puede hacer nada al respecto, pero su impotencia sexual crónica parece remediarse temporariamente al escuchar cómo su mujer es cogida por su amante.

Cap. IV: Los amantes son descubiertos en plena faena sexual por Graciela (la madre de Mercedes y suegra de Juan Alberto), que les hecha una bronca enorme. Pero luego la convencen de que están cumpliendo la voluntad de la difunta Ariana y la suegra se convierte en voyeur de su hija y su yerno.

Cap. V: Durante un viaje Juan Alberto promete una 4x4 Audi a su amante. El Viudo conoce a Imelda, hermana de su concuñado Gregorio y nace un interés mutuo. El cornudo Gregorio intenta suplir su frustración sexual llamando a una prima de su esposa y extorsionando a la empleada de la casa, Raquel, termina más frustrado que nunca y se ve obligado a acabar escuchando como el culo de su esposa es taladrado por el viudo. Juan Alberto termina realizando sexo anal a Mercedes en presencia de Doña Graciela que se entusiasma y participa verbalmente. A cambio de su ayuda, Graciela recibe la promesa de un televisor plasma de regalo que es instalado por un fornido y musculoso joven de origen afro-caribeño llamado Edilson.

Cap. VI: Juan Alberto invita a su Amigo Damián a un fin de semana en Las Vegas, donde comparte incondicionalmente a su amante.

Cap. VII: Juan Alberto, Mercedes y su familia visitan a la hermana de Gregorio, Imelda, que se presta un trio con Mercedes y el viudo. Gregorio por primera vez puede ver a su odiado concuñado 

Cap. VIII:

Mercedes y Graciela visitan al viudo en su casa y la suegra participa cada vez mas activamente cuando su hija y su yerno tienen sexo. Y mientras esos tres se dan la gran vida, Gregorio es obligado a permanecer solo en su casa y a realizar los quehaceres del hogar como castigo por intentar abusar nuevamente de su empleada, Raquel.

Cap IX: El viudo fuerza una visita a la casa de su suegra Graciela con su amante, para que Mercedes vea a su madre siendo poseída por un joven y fornido mulato llamado Edilson, que también hace las veces de empleado de mantenimiento en casa de la vieja.

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Mucho tiempo ha pasado desde la entrega anterior. Pero retomo esta historia con el objetivo de concluirla en breve. Espero les guste tanto como las anteriores. A mi ya no me llama tanto. Pero creo que la historia y los lectores que siguieron la serie, merecen que ésta tenga un cierre.

Repaso de la situación.

La historia de hoy transcurre unos (pocos) años después de la escena descripta en el capitulo IX (por eso llevó tiempo escribirla 😉 ). Y sin embargo, poco y nada ha cambiado en las vidas de Mercedes (y su familia) y de Juan Alberto. Excepto que todo el mundo acusa unos pocos años más. La hija mayor de Mercedes y Gregorio casi termina la secundaria, Gregorio se siente cada vez más frustrado e impotente, y sus únicos momentos de placer en los años pasados han consistido en escuchar (o espiar) a su esposa (y a su propia hermana) gozando con “El viudito”.  De hecho, Gregorio no ha tenido sexo más que con su propia mano en unos años. La Señora Graciela, ya pasada la mitad de sus 70 años, sigue siendo visitada (aunque con menos frecuencia) por Edilson, que ahora, casado y con hijos chicos necesita más que nunca un dinerito extra para sobrevivir. Mercedes trabaja duro (cada vez más duro) por mantenerse espléndida. Ya pisando los 50, con las patas de gallo muy marcadas y el efecto implacable de la gravedad manifestándose en todo su cuerpo, Mercedes ha optado por dosificar los gastos de su familia priorizando en primer lugar sus visitas casi diarias al gimnasio y semanales al salón de belleza, en segundo lugar, la escuela privada de sus hijas y, por último, la comida y la ropa de ella y sus hijas. Juan Alberto visita a Mercedes cada vez menos y ha ido perdiendo entusiasmo. Después de varios años de someterla a sus más oscuros caprichos, de compartirla con algún amigo y de hacer que ella le sirva en bandeja sus amigas o parientas lejanas (casi siempre de edades parecidas a Mercedes), el viudo siente que debe cortar esa amarra.

Sin embargo, Juan Alberto no quiere dejar a esa familia en la calle, dado que la crisis en su país, lejos de menguar, se ha convertido en la nueva “normalidad”.  Por ese motivo Juan Alberto aún no hadado el paso, pero ha pergeñado un plan al respecto, junto con su mejor amigo, Damián (ver capítulo VI). Esta historia comienza con el arribo de Juan Alberto a casa de Mercedes donde les da una noticia que, sin que ellos sepan, es parte del plan.

—Querida “familia”, les tengo una sorpresa— Dijo Juan Alberto ni bien saludó a todos en casa de Mercedes.

—¿Qué es tío?, ¿qué es? — Preguntó ansiosa la niña más pequeña

—¡Nos vamos todos de vacaciones dos semanas a mi país de origen, no a USA, para que lo conozcan y que conozcan a mis amigos de la adolescencia! — Dijo el viudo.

Todos festejaron: Graciela, Mercedes y las niñas. Todos menos el amargado Gregorio. Que intentó desquitarse generando lástima en sus dos hijas.

— Me alegro por ustedes, como siempre. Espero lo disfruten y a su regreso me cuenten lo bello que vean durante el viaje— Dijo el cornudo y haragán esposo dándose lástima a si mismo, pues asumía que esta vez el tampoco viajaría (como siempre ocurría, bah).

— Prohibido contarle detalles del viaje a Gregorio— Sentenció el viudo, sorprendiendo a todos.

— ¿Y por qué no le voy a poder contar a mi papá, tío? — Preguntó la pequeña desde la inocencia de desconocer lo que realmente ocurría en su hogar. (de hecho, ella era la única que aún no lo sabía, pues su hermanita mayor, ya adolescente, lo había podido “descifrar” hace tiempo).

Precisamente cuando la abuela, madre y hermana mayor de la niña estuvieron a punto de sancionarla por la osadía de preguntar, el viudo elevó la voz.

— No le vas a poder contar a tu papá porque él va a venir también con nosotros.

— ¿QUEEEE? — Preguntaron a coro todas.

— ¿De verdad? No me hagas ilusionar, por favor— Rogó Gregorio con cara de alegría, perplejidad e incluso vergüenza.

— Claro que sí. Nos vamos en 3 días. Tengo los pasajes comprados y todo arreglado.

La Felicidad en toda la familia fue enorme. La única que desconfió fue Mercedes que no entendía la razón de llevar a Gregorio. Y al intentarle preguntar al viudo, se encontró con respuesta que iban desde el “¿y por qué no?” hasta las bromas y cargadas de todo tipo.

Los días transcurrieron en frenéticos preparativos y la partida ocurrió sin incidentes.

Una vez que llegaron a destino, la ciudad donde Juan Alberto había crecido, fueron recibidos por un amigo de Juan Alberto, Guillermo, que los llevó a una amplia casa de alquiler que les había conseguido. En efecto, Guillermo se dedicaba a los negocios inmobiliarios, y había podido arreglar eso. La casa tenía un dormitorio principal en la planta baja, retirado del resto de las habitaciones, de la cocina y del living, lo que les daba privacidad a Mercedes y a Juan Alberto. Las niñas y la abuela tenían cuartos en el piso de arriba, y Gregorio fue ubicado en un estrecho cuarto de servicio, con baño privado, cuya única puerta se conectaba a la cocina. El cornudo esposo hizo caso omiso a la indirecta y se acomodó lo mejor que pudo, satisfecho de poder conectarse al wifi para poder jugar a sus videojuegos, y consiente de la posibilidad de escurrirse silenciosamente por las noches a espirar a su esposa con Juan Alberto. ¿Qué más podía pedir?

Ni bien arribados, esa misma noche, se apersonó Damián, que fue recibido efusivamente por Mercedes, y de inmediato fue invitado a quedarse a cenar (y más tarde a pasar la noche).  Gregorio comprendió lo que ocurría y se dedicó a aceptar todo, simulando no saber nada.

Una vez en la intimidad de la alcoba “matrimonial”, Juan Alberto, Mercedes y Damián dieron rienda suelta a su desenfreno sexual. Y en uno de los descansos que tomaron entre polvo y polvo, con Mercedes ensanguchada mimosamente entre los dos machos, el plan pasó a la fase 2.

— ¿Te gusta hacer tríos con mi amigo y conmigo? — le preguntó el viudo a su cuñada mientras la besaba tiernamente en la boca y su amigo la acariciaba y besaba la espalda con una dulzura impropia de la lujuria que había reinado minutos antes.

— ¿Y todavía me lo preguntas? — Dijo Mercedes correspondiendo el beso y tirando su mano hacia atrás para acariciar a Damián. — No solo me gustan, Los disfruto enormemente. ¡Ustedes son geniales, chicos!

— Qué bueno que te gusten, Merce, porque tengo otros amigos que quiero que conozcas también— Apuró Juan Alberto ante la mirada expectante de Damián que temía que la morenaza se revelara. — Son unos tipos geniales y han escuchado muchos de vos por mí y por Damián.

— Ehhh….— Mercedes se quedó muda. Se imaginó en una orgia con muchos hombres haciendo fila para realizar todo tipo de asquerosidades con ella y sintió miedo.

— Siempre podés rechazar la oferta, Merce, recuerda eso— Dijo el viudo, insinuando la cláusula del contrato por la cual mercedes podía negarse y romper el contrato sin previo aviso y recibir unos cuantos meses de pago antes de cortar relaciones con Juan Alberto para siempre.

— No. No. No. Mi vida. Rechazar no. — Dijo Mercedes entre lamiendo con desesperación los labios de su dominante amante— no te voy a negar que me da algo de “miedito”. Pero confío en ti. Confío en tí…. ¿Son muchos? — Preguntó Mercedes mal-ocultando su pánico.

La respuesta de Mercedes sometiéndose a semejante condición, satisfizo a Juan Alberto y Sorprendió a Damián cuya cabeza comenzó a funcionar a mil, haciendo potenciar su erección.

El pacto se cerró con otra ronda de polvos, dobles penetraciones y con mucho semen derramado dentro de y sobre Mercedes.

Al día siguiente la sorpresa de Mercedes fue doble cuando se anunció que Mercedes, Gregorio y Graciela irían esa tarde y noche a una fiesta donde conocerían a muchos amigos de Juan Alberto, pero que como era un evento de “adultos” las niñas serían hospedadas por la esposa de Damián, que organizaba una pijamada con sus hijas y las hijas de Guillermo, todas de edades similares a las de Mercedes.

La fiesta para adultos era en una finca con piscina, por lo tanto, todos se fueron preparados al respecto.

Mercedes iba luciendo una diminuta bikini que el 75% de las mujeres de su edad no hubieran osado vestir (pero que ella lucía como una diosa debajo de un pareo semitransparente). Graciela Iba con una maya enteriza debajo de un fresco vestido de verano y Gregorio iba con unos enormes shorts de colores estridentes y con una camiseta holgada que no disimulaba su panza cervecera.

Al llegar a “la quinta”, como llamaban Juan Alberto y sus amigos a la finca, fueron recibidos por un grupo de 5 o 6 amigos de Juan Alberto.

— ¡Pero miren la belleza que nos ha traído Juan, ché! — Dijo Sergio, un cuarentón obsesionado con su apariencia, que ni bien vió a Mercedes tuvo una erección que no disimuló, sino que acomodó descaradamente frente a todos.

—¿Es verdad que bellezas así llueven en “los Iunais”? — Preguntó juguetonamente Alejandro, el bromista del grupo.

Todos rieron, y Mercedes se hizo centro de la escena. Pero (para sorpresa de los invitados) Graciela recibió mucha atención de todos, que la trataban con deferencia y amabilidad, e incluso, el más libidinoso del grupo, Ricardo, empezó a flirtear descaradamente con la vieja que se sintió sumamente halagada.

Gregorio fue saludado secamente e ignorado por todos, excepto por quien parecía ser el dueño de la quinta: Blad (Bladimiro), un tipo de origen ruso, de más de metro noventa de alto y muy corpulento.

— Che, Gregorio, me cuentan que sos un colega arquitecto. Vení, Vení que te muestro la propiedad, la diseñé y ejecuté yo mismo— invitó con naturalidad Blad, el arquitecto.

— Bueno, señora Graciela, a mí me contaron que a usted le gustan los jardines y las flores, ¿que le parece si le doy un tour? Mi amigo tiene 4 hectáreas parquizadas en esta propiedad— invitó con picardía Ricardo, que sin esperar respuesta tomó a la vieja de la mano y luego de la cintura y la condujo hacia un carrito de golf con el cual pensaba pasearla por toda la finca. Graciela aceptó encantada, fantaseando con ser llevada a un sitio apartado por aquel hombre que se parecía físicamente a su yerno, y que hablaba con su mismo acento.

Eso dejó a Mercedes a solas rodeadas por cuatro hombres, incluidos Juan Alberto y Damián. La piscina invitaba a un chapuzón y en menos que cantara un gallo, sonaba música en el patio y Mercedes jugaba s “pasarse la pelota” en la piscina con cuatro tipos totalmente alzados que aprovechaban toda ocasión para manosearla.

En una de las arrinconadas para robarle la pelota, Juan Alberto le comió la boca a Mercedes delante de todos. Y ella sin dudarlo se colgó del cuello de su amante, para que la presumiera frente a sus amigos. Damián, que estaba cerca, la encerró por detrás y procedió a besarla en el cuello y la nuca mientras le desprendía el corpiño del bikini. Los otros dos tipos se frotaban la verga y se acercaron babeando como hienas que se arriman a un animal que está siendo devorado por los leones.

— Shhhh. Que mi esposo puede andar por ahí— Dijo Mercedes fingiendo un pudor que no tenía.

Esto indujo las carcajadas de todos y entre las risas se escucharon las palabras “cornudo” y “tremenda puta” entremezcladas en varios comentarios soeces.

— Tranquila, tranquila, que Blad lo va a entretener para que no aparezca por acá. — Explicó Damián que parecía ser el organizador de la logística del evento.

Dicho esto, Juan Alberto volvió a besar a Mercedes mientras le magreaba las tetas y el resto miraba y comentaba. Para cuando todos salieron de la pileta Mercedes estaba completamente desnuda y ya había besado a todos los hombres a su alrededor.

— Bueno, bueno, muchachos. Ya saben de las habilidades de Merce, ya la vieron en persona y han podido sentir su “cariño”. Ahora es el momento de decidir qué van a hacer— Dijo Juan Alberto— Como ustedes saben, Merce y su familia no tienen empleo y cualquier contribución es bienvenida.

— Les aseguro que vale cada centavo. Y yo mismo, que he disfrutado mucho con ella, voy a comenzar dejando acá, en este bolso de Michael Kors, que le traje de regalo, un billete de 100 dólares. — Dijo Damián, que depositó sobre una mesa del patio una hermosa cartera de marca y puso aparatosamente 100 dólares dentro de ella.

— Por supuesto. Obvio. Faltaba más. — Dijeron los otros dos y se acercaron a aportar cantidades similares.

—Mi vida. Todo lo “recaudado”es 100% para vos— Dijo el viudo con humillante malicia.

Era obvio ahora lo que pasaba en esta “fase 3 del plan”: Juan Alberto entregaba a Mercedes a sus amigos por dinero.

Mercedes disimuló su terror y se entregó al juego haciendo lo que ella creía se esperaba de ella. Comportándose como una verdadera puta VIP. Así fue enroscándose en lúbricos besos de lengua con todos los hombres, conversando animadamente como si lo que ocurría era lo más natural del mundo. Y antes que pudo darse cuenta, estaba montada sobre la familiar pija de Damian dando saltos y gritando groserías.

— ¡Pija, chicos! Quiero pija… Y leche. Ahhhh!!! — Aullaba la madurona exagerando el placer que sentía.

Juan Alberto había sido claro de antemano en todas las condiciones de “respetar” y asegurarse de hacer gozar a Mercedes, por lo cual sus amigos actuaban con energía y firmeza, pero sin pasarse de la raya.

Alejandro fue el primero en acoplarse al trasero de Mercedes (que seguía montada en Damián) y en medio de gritos y jadeos comenzó una orgía desenfrenada.

Mientras tanto, En el fondo de la propiedad, el carrito de golf conducido por Ricardo llegó a una isleta de árboles y se estacionó a la sombra.

— ¡Pero qué bello sitio! — Se admiró doña Graciela.

— Una mujer bella debe ser traída a un bello sitio— flirteó Ricardo haciendo sonrojar a la anciana calentorra.

Un intercambio de piropos incrementalmente atrevido entre ambos culminó con el amigo de Juan Alberto acariciando el pelo de Graciela y aproximando sus labios a los ajados labios de la anciana que sin dudarlo se largó a comerle la boca al hombre 30 años menor que ella.

En menos que cantara un gallo, Graciela estaba de rodillas en la suave grama y Ricardo parado frente a ella se desabrochaba los pantalones mientras la vieja lo alentaba.

— A ver que tiene ahí para esta viejita, m’hijito. A ver…— Decía la septuagenaria sin pudor alguno. Y al ver la herramienta del hombre se deshizo en elogios— ¡Virgencita! ¡Pero qué hermoso instrumento!

Ricardo se limitó a sacudirla un par de veces y a descorrer el pellejo ofreciéndole el glande con una mano, y con la otra, apoyada en la nuca de la vieja, la hizo comenzar a chupar. Las historias que había escuchado sobre Graciela por parte de su amigo, el yerno de la vieja, comenzaron a pasar por los ojos cerrados del hombre que, sin intentar siquiera aguantar, en breves minutos se vino como un cerdo en la boca de la anciana.

Graciela festejó la virilidad de Ricardo y se limpió la comisura con su propio vestido, dejándolo manchado de semen.

Pero la sorpresa de la anciana fue que una vez terminado de eyacular y guardar su instrumento, y antes de invitarla a reanudar el tour, Ricardo le dio dinero en efectivo: El equivalente a 40 dólares. En un primer momento la vieja reaccionó con desconcierto y negándose a aceptar el dinero, pero luego, ante la dulce y amable insistencia de Ricardo, no sólo lo aceptó, sino que besó a su improvisado benefactor y le frotó la entrepierna, mostrándole que el dinero, si bien no le compraba más atenciones de las que ya iba dispuesta a darles gratis, al menos no la ofendía.

Y mientras todo eso ocurría, dentro de la enorme mansión de la quinta, Blad le mostraba los detalles de diseño de su casa.

— Wow. Que belleza de casa. ¿Y La diseñaste tú? Tenemos estilos similares, Blad— Intentó congraciarse Gregorio con la única persona que parecía valorarlo en ese lugar.

— No tengo dudas que tenemos cosas en común, Greg. Vení que te muestro mi habitación—Invitó Blad.

Subieron por una escalera de metal y caminaron por la planta alta hasta llegar a una habitación enorme y lujosamente decorada.

— Impresionante—Atinó a decir Gregorio.

—¿y sabés que es lo que mas me gusta de esta habitación? La vista. Vení arrímate. —invitó Blad mientras entreabría la ventana.

Lo que se vió dejó a Gregorio boquiabierto. La vista estaba bien pensada: la piscina, el parque del patio y más allá, todo se veía como pintado. Pero lo que dejó mudo a Gregorio no fue eso, sino que ocurría al borde de la piscina.

Mercedes cabalgaba como una perra a un tipo mientras otro le embadurnaba el culo y se disponía a ensartarla. Juan Alberto miraba todo y alentaba mientas sus amigos hacían con la esposa de Gregorio lo que se les antojaba. Y ella, por sus gritos y gemidos, parecía disfrutarlo.

Aquello hizo excitar a Gregorio, que debió acomodar su incipiente erección. Blad lo notó y aprovechó.

—Si te pone ver a tu esposa así, por mi no te prives, hacete una pajita si querés, ché.— Dijo Blad posando su gran mano sobre el hombro del cornudo.

—Ehhh. No te voy a negar que cierto morbo me causa— Se confesó Gregorio con su improvisado mejor amigo.

En efecto. Los minutos transcurridos con Blad habían infundido una confianza en Gregorio que ahora se sentía habilitado para compartir cosas que con otro no confesaría.

—Dale. Dale, Si ella goza haciéndolo, y vos gozás mirándolo, dale para adelante, Greg— Insistió el arquitecto palmeando la espalda del cornudo visitante con una mano y a la vez enganchando el elástico del short con un dedo de la otra y tirándolo para abajo.

Gregorio se sintió un poco intimidado, pero no quiso contrariar a su anfitrión y se bajó los pantalones hasta las rodillas mostrando su endeble miembro erecto.

—¡Epá, ché! ¡Sí que estas excitado! ¡Y qué lindo tamaño! — se mofó el ruso mientras acariciaba la pierna de Gregorio. —Mirala, mirá lo que hace tu mujercita. Uhhhh. ¡Que pedazo de puta! —intervino Blad para evitar que Gregorio prestara atención a los tocamientos que aquel hombre corpulento le propinaba

—Está muy buena realmente— Dijo Gregorio llevando su mano a su pijita parada y comenzando a pajearse sin prestar atención a las caricias de Blad.

Blad se colocó detrás de Gregorio. Era mucho mas alto y podía observar todo muy bien por encima de su cabeza. Pero eligió arquear la espalda y apoyar la pera sobre el hombro del cornudo. Posando una mano en el vientre del esposo de mercedes y atrayéndolo hacia él, mientras que con la otra mano envolvió la mano masturbatoria de Gregorio y acompaño el sube-y-baja.

Gregorio sintió el bulto del argento-soviético en el culo y el aliento junto a su oreja y se paralizó por unos segundos. Pero la mano de Blad sobre la suya lo sacó del estado catatónico que provocaba el terror a estar siendo avanzado por un hombre y continuó pajeandose intentando no pensar en lo que ocurría y mirar a su mujer que ahora era cogida a estilo perrito por el bromista Alejandro.

—Me gusta mirar y pajearme cuando la cogen— confesó Gregorio a su “amigo” entre jadeos de ambos.

—Bien por vos, amigo, ¿pero no te gustaría que te pajeen? —Invitó Blad que ya reemplazaba la mano de Gregorio con la suya. —Si me dejás que te pajee, te pago 20 dólares— Insistió Blad.

Gregorio totalmente excitado, con los distantes gemidos de su esposa retumbando en su cabeza y sintiendo la mano firme de aquel grandulón amasando su pequeño miembro, intentó voltear la cabeza para mirar a Blad a los ojos.

Pero al hacerlo se encontró con la lengua del tipo que recorrió sus labios mientras la mano aceleraba el pajote.

—¿Y? Apurate, querido. ¿Aceptas mi propuesta? —Presionó el dominante Blad.

—Si, si, si. Acepto— Se entregó Gregorio confundido, aturdido, pero a la vez excitado sexual y financieramente.

Quien lo hubiera dicho. Aquel tipo no era ni la sombra del Gregorio de antaño. Putañero. Acostumbrado a cogerse (por seducción, por dinero o por acoso) a bellísimas y jóvenes mujeres. Aquel Gregorio homofóbico e hiriente con todo aquel que no diera la talla de “macho latino”… Ahora estaba dejándose pajear por un musculoso arquitecto homosexual (¿a cambio de plata?).

El amigo de Juan Alberto no solo pajeaba firmemente a Gregorio. También le mordía el cuello y le decía qué debía dejarse hacer para ganar el dinero prometido. Gregorio, totalmente entregado a recibir ese placer (y esa guita) comenzó a resoplar y a convulsionarse (sin dejar de prestar atención a la escena de su esposa) y a los pocos segundos estalló en las manos de Blad.

—ah ah ah me veng…AAAGGGGHHH—

Para sorpresa de si mismo, el roce del bulto del aquel tipo en su culo y el pajote firme y de puño masculino lo había predispuesto a una acabada como no tenía desde hacía décadas. Con cada convulsión orgásmica, Gregorio se arqueaba y Blad le apretaba el pijote entre sus nalgas.

—Jajajaja ¡que manera de venirte que tenés, putito! ¿Qué te habrá excitado mas? ¿ver a tu esposa siendo cogida como una cerda o mis caricias de “macho”? —Bromeó de manera humillante Blad.

El corazón de Gregorio latía con fuerza y él mismo se debatía entre la vergüenza y la lujuria, sin comprender bien lo que le estaba pasando.

—Tranquilo. Tranquilo. A todos los putos nuevos les pasa esto. Pero lo primero es lo primero. Tomá la guita. Dale. Meté la manito y sacala de acá— Ofreció Blad, abriendo el bolsillo de su short.

Gregorio, miedoso, metió la mano. Hurgó en el bolsillo y consiguió tocar un papelito que aferró con prisa y retiró del pantalón de Blad. El cornudo seguía mudo, actuando como un autómata.

—Uhhh Quehijodeputa mirá como me pusiste—Se rió blad mostrando una erección de caballo bajo su pantalón— Entre que me refregaste el culo por la verga, y ahora me metiste la mano en el bolsillo, mirá como me la ponés, che.

Gregorio intentó balbucear algo, pero no le salieron palabras. Estaba hipnotizado mirando alternativamente un billete de 20 dolares americanos en su mano y una enorme carpa formada por el miembro bajo el short de Blad.

—Te gusta la guita y la pija a vos, me parece. ¿Te querés ganar el billete que tengo en el otro bolsillo? Es de 50— invitó Blad.

Gregorio intentó abalanzarse sobre el tipo para meter la mano y tomar lo que creía le era ofrecido como propina.

—Ehhh pará un cachito, putín— reculó Blad— Si te querés ganar lo que tengo acá—señalando el bolsillo con un dedo—vas a tener que ocuparte de lo de acá— dijo Blad apuntando a la enorme carpa fálica.

—¿Que hay que hacer? — dijo Gregorio tragando saliva.

—Y… querido… a vos ¿Qué te parece? — preguntó retóricamente Blad mientras posaba las dos manotas sobre los hombros del cornudo y lo empujaba forzándolo a arrodillarse frente a él

Gregorio comenzó a frotar la entrepierna de Blad y cuando quiso darse cuenta estaba bajándole los pantalones al tiempo que el enorme y erecto miembro del amigo gay de Juan Alberto le daba un chicotazo en la cara.

—¡Ahhhh siiiii!— gimió Blad poniendo una mano en la nuca de Gregorio.

Gregorio apenas alcanzó a abrir la boca y a devorarse el falo. Y en cuestión de segundos se encontró dando la primera felación de su vida mientras era estimulado verbalmente por el grandote.

—Dale trolito, dale. Ganate la guita, dal… uuuuhhhh—

Gregorio intentó imaginar qué era lo que le gustaba a él cuando le mamaban el rabo y se lo hizo a Blad. La verga le provocaba arcadas y calambres mandibulares, pero eso no acobardó a Gregorio que, perdiendo noción de tiempo, sólo volvió a la realidad minutos más tarde entre arcadas y estertores provocador por el semen de su contratante.

—¡SIIIII Tomáaaaaa!!! —exclamó Blad eyaculando en la boca del improvisado meretriz.

—ahhhggg sieggg aggg cagh cagh— Estimuló y tosió Gregorio entre arcadas y estertores.

En ese momento, un ruido desde la puerta lo hizo volver a la realidad.

—¿Pero que mier…? —Estalló la familiar voz de la madura Mercedes que desde la puerta veía como su casi anciano esposo felaba a blad y tragaba su leche.

Mercedes estaba totalmente desnuda, con sus globulosas tetas siliconadas en punta y con una expresión de espanto en su cara, rodeada por dos hombres que reían ante el espectáculo que a ella la horrorizaba.

—Terrible puto te salió el kía. Vení, vamos con machos de verdad— dijo Damián y se la llevó de la mano a la otra habitación para seguir cogiéndola.

—Tranquilo, hermano, tranquilo. Ella lo va a saber entender. Tomá. Mostrale esto— Consoló Blad a Gregorio mientras le pasaba un billete de 50 americanos y lo palmeaba como un amigo que da aliento a otro que anda en problemas.

—Dale, vamos a ducharnos para sacarte esa leche, y si te cabe, te ganas unos pesitos más— invitó el dueño de casa llevando a de la mano y casi a los tirones, al prostituto Gregorio hacia el enorme baño en suite.

Ya tiene el lector idea de lo que siguió ocurriendo aquella noche. Los amigos de Juan Alberto se fueron turnando con Mercedes, incluso Ricardo, en uno de los descansos que decidió darle a la vieja.  Y con cada pasada, aportaron alguna propina extra a la madurona que no podía dejar de pensar en su esposo siendo sodomizado por el enorme Blad.

Blad llamó a un amigo para unirse a él y Gregorio en el jacuzzi de su habitación y no salieron de ella en toda la noche.

A mediodía del día siguiente, los tres huéspedes dejaron la casa sin hablarse el uno al otro. Mercedes era, obviamente, la que más dinero había reunido. Pero Gregorio no estaba muy distante, por la generosidad de Blad y su amigo que habían decidido premiar todas y cada una de las iniciatorias osadías homosexuales de aquel hombre mayor. Y la señora Graciela, con sus magros 120 dólares escondidos entre las fofas tetas, fue la única que atinó a preguntar si podían volver al día siguiente.

De regreso a la casa rentada por el viudo, las nuevas reglas de juego fueron establecidas: Mercedes recibiría dinero de los amigos de Juan Alberto que quisieran acostarse con ella durante la visita a aquel loco y extraño terruño y tanto Graciela como Gregorio tenían libertad de realizar sus propios emprendimientos prostitutivos si pudieran conseguirse clientes (cosa que ambos daban por descontado).

Siguieron varios días de lujuria continuada en “la quinta de Blad”, por la cual desfilaron amigos de amigos de amigos, que acudían a hacerse un service con la MILF, o con la vieja destartalada, o con el cornudo trolo (esos eran los apodos con que se habían popularizado cada uno de ellos en ese infame ambiente).

El regreso a su país también fue extraño. Graciela mostraba un entusiasmo inusual. Gregorio no paraba de textear a Blad y miraba la pantalla y furtivamente y reía cuando recibía tomas fotográficas de su encuentro con Blad y sus amigos. Mercedes, por otro lado, estaba en un modo sombrío y apenas lograba contener el llanto.

¿Era aquel su destino? ¿Ser prostituta VIP? ¿Y el macho dominante y abusivo que supo ser su esposo? ¿Iba a convertirse ahora en un taxiboy de gays rioplatenses? ¿Y Juan Alberto? ¿Qué nueva perversión iba a hacerle realizar ahora? La pregunta la aterrorizó.

Evidentemente la vida de Mercedes cambiaba para siempre una vez más. Pero ella no podía aun imaginar cómo.